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Bible Commentaries
2 Samuel 21

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

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Versículos 1-14

CAPITULO XXVIII

LA HAMBRE.

2 Samuel 21:1 .

Entramos ahora en la parte final del reinado de David. Algunos de los asuntos en los que estuvo m�s ocupado durante este per�odo se registran solo en Cr�nicas. Entre ellos, el principal fue sus preparativos para la construcci�n del templo, cuya gran obra iba a realizar su hijo. En la parte final de Samuel, las cosas principales que se registran son dos juicios nacionales, una hambruna y una pestilencia, que ocurrieron en el reinado de David, el uno surgido de una transacci�n en los d�as de Sa�l, el otro de uno en los d�as de David.

Luego tenemos dos piezas l�ricas muy notables, una un canto general de acci�n de gracias, que forma una retrospectiva de toda su carrera; el otro, una visi�n prof�tica del gran Gobernante que iba a surgir de �l, y los efectos de su reinado. Adem�s de estos, tambi�n hay un aviso de ciertas guerras de David, no registradas anteriormente, y una declaraci�n m�s completa con respecto a sus grandes hombres que la que tenemos en otros lugares.

El conjunto de esta secci�n tiene m�s la apariencia de una colecci�n de piezas que una narraci�n cronol�gica. De ninguna manera es seguro que todos est�n registrados en el orden en que ocurrieron. Lo m�s caracter�stico de las piezas son los dos c�nticos o salmos, uno mirando hacia atr�s, el otro mirando hacia adelante; el uno conmemora la bondad y la misericordia que lo hab�an seguido todos los d�as de su vida, el otro representa la bondad a�n mayor y la misericordia m�s abundante, que a�n debe ser concedida bajo el Hijo de David.

La conjunci�n "entonces" al principio del cap�tulo se reemplaza en la Versi�n Revisada por "y". No denota que lo que aqu� se registra tuvo lugar inmediatamente despu�s de lo anterior. Por el contrario, la nota del tiempo se encuentra en la expresi�n general, "en los d�as de David", es decir, en alg�n momento del reinado de David. Por razones obvias, los comentaristas m�s recientes est�n dispuestos a ubicar este hecho comparativamente temprano.

Es probable que haya sucedido mientras el crimen de Sa�l a�n estaba fresco en la memoria p�blica. Al final del reinado de David, una nueva generaci�n hab�a llegado a la madurez, y las transacciones del reinado de Sa�l debieron haber sido comparativamente olvidadas. Se desprende claramente de la excepci�n de David, excepto Mefiboset, que la transacci�n ocurri� despu�s de haber sido descubierto y atendido. Posiblemente la narraci�n del descubrimiento de Mephiboseth tambi�n puede estar fuera de orden cronol�gico, y ese evento puede haber ocurrido antes de lo que com�nmente se piensa. Eliminar� algunas de las dificultades de este cap�tulo dif�cil si tenemos derecho a situar el acontecimiento en un momento no muy lejano de la muerte de Saulo.

Fue todo un acontecimiento singular, esta hambruna en la tierra de Israel. La calamidad fue notable, la causa fue notable, la cura m�s notable de todas. Toda la narraci�n es dolorosa y desconcertante; coloca a David en una luz extra�a, parece colocar incluso a Dios mismo en una luz extra�a; y la �nica forma en que podemos explicarlo, en coherencia con un gobierno justo, es poniendo gran �nfasis en un principio aceptado sin dudarlo en esos pa�ses del Este, que hizo que el padre y sus hijos fueran "una preocupaci�n" y sostuviera a los ni�os responsable de las fechor�as del padre.

1. En cuanto a la calamidad. Fue una hambruna que se prolong� durante tres a�os consecutivos, provocando necesariamente un aumento de la miseria a�o tras a�o. Existe la presunci�n de que ocurri� en la primera parte del reinado de David, porque, si hubiera sido despu�s de la gran ampliaci�n del reino que sigui� a sus guerras extranjeras, los recursos de algunas partes probablemente hubieran servido para suplir la deficiencia.

Al principio, no parece que el rey sostuviera que hab�a un significado especial en el hambre, que vino como una reprensi�n por alg�n pecado en particular. Pero cuando la hambruna se extendi� a un tercer a�o, se convenci� de que deb�a tener una causa especial. �No actu� en esto simplemente como todos estamos dispuestos a hacer? Una peque�a prueba que consideramos nada; no parece tener ning�n significado ni estar relacionado con ninguna lecci�n.

S�lo cuando la peque�a prueba se convierte en una grande, o el breve problema en una aflicci�n prolongada, comenzamos a preguntar por qu� fue enviado. Si se consideraran m�s los ensayos peque�os, se necesitar�an menos ensayos pesados. El caballo que salta hacia adelante con el menor toque del l�tigo o el pinchazo de la espuela no necesita un latigazo pesado; es s�lo cuando falla el est�mulo m�s ligero que se debe aplicar el m�s pesado.

La tendencia del hombre, incluso bajo los castigos de Dios, ha sido siempre ignorar la fuente de ellos, cuando Dios "derram� sobre �l la furia de su ira y la fuerza de la batalla, y le prendi� fuego por todas partes, pero no lo sab�a; y le quem�, pero �l no se Isa�as 42:25 �( Isa�as 42:25 ). Los juicios no ser�an ni tan largos ni tan severos si se les tuviera m�s en cuenta en una etapa anterior; si fueran aceptados m�s como el mensaje de Dios: "As� ha dicho Jehov� de los ej�rcitos: Considerad vuestros caminos".

2. La causa de la calamidad se dio a conocer cuando David pregunt� al Se�or: "Es por Sa�l y su casa ensangrentada, porque mat� a los gabaonitas".

La historia del crimen por el que se envi� esta hambruna puede recopilarse solo a partir de avisos incidentales. Parece de la narraci�n que tenemos ante nosotros que Sa�l "consumi� a los gabaonitas, e ide� contra ellos que ser�an destruidos para que no permanecieran en ninguna de las costas de Israel". Los gabaonitas, como es bien sabido, eran un pueblo cananeo que, mediante una astuta estratagema, obtuvieron permiso de Josu� para vivir en sus antiguos asentamientos, y al estar protegidos por un solemne juramento nacional, no fueron perturbados ni siquiera cuando se supo que hab�an estado practicando un fraude.

Pose�an ciudades, situadas principalmente en la tribu de Benjam�n; el jefe de ellos, Gaba�n, "era una gran ciudad, una de las ciudades reales, m�s grande que Hai". En la �poca de Sa�l eran un pueblo tranquilo e inofensivo; sin embargo, parece haber ca�do sobre ellos con la determinaci�n de barrerlos de todas las costas de Israel. La muerte o el destierro fue la �nica alternativa que ofreci�. Su deseo de exterminarlos evidentemente fracas�, de lo contrario David no habr�a encontrado a ninguno de ellos a quien consultar; pero el salvaje ataque que hizo contra ellos proporciona un incidental prueba de que no fue ning�n sentimiento de humanidad lo que lo llev� a perdonar a los amalecitas cuando se le orden� destruirlos.

No se nos dice de ninguna ofensa que hubieran cometido los gabaonitas; y quiz�s la codicia estaba en la ra�z de la pol�tica de Sa�l. Hay razones para creer que cuando vio que su popularidad declinaba y David avanzaba, recurri� a m�todos sin escr�pulos para aumentar la suya. Dirigi�ndose a sus siervos, antes de la matanza de Abimelec y los sacerdotes, les pregunt�: "O�d ahora, Benjamitas: �os dar� el hijo de Isa� campos y vi�edos, que todos vosotros hab�is conspirado contra m�?" Evidentemente, hab�a recompensado a sus favoritos, especialmente a los de su propia tribu, con campos y vi�edos.

Pero, �c�mo hab�a conseguido estos para otorgar? Muy probablemente al despojar a los gabaonitas. Sus ciudades, como hemos visto, estaban en la tribu de Benjam�n. Pero para evitar los celos, otros, tanto de Jud� como de Israel, recibir�an una parte del bot�n. Porque se dice que trat� de matar a los gabaonitas "en su celo por los hijos de Israel y Jud�". Si esta fue la forma en que se llev� a cabo la matanza de los gabaonitas, era justo que la naci�n sufriera por ello.

Si la naci�n se benefici� de la transacci�n imp�a y, por lo tanto, fue inducida a gui�ar un ojo ante la violaci�n de la fe nacional y la masacre de un pueblo inofensivo, comparti� la culpa de Sa�l y se volvi� susceptible de castigo. Incluso el mismo David no estaba libre de culpa. "Cuando lleg� al trono, deber�a haber visto que se hac�a justicia a esta gente herida. Pero probablemente ten�a miedo. Sent�a que su propia autoridad no estaba muy segura, y probablemente se abstuvo de levantar enemigos en aquellos a quienes la justicia le habr�a exigido. desposeer.

Por lo tanto, el pr�ncipe y el pueblo ten�an la culpa, y ambos sufr�an por las malas acciones de la naci�n. Quiz�s Salom�n ten�a este caso en mente cuando escribi�: "No robes al pobre porque es pobre, ni oprimas al afligido en la puerta; porque el Se�or defender� su causa y saquear� el alma de los que los saquearon".

Pero cualquiera que haya sido el motivo de Sa�l, es cierto que con su intento de masacrar y desterrar a los gabaonitas se cometi� un gran pecado nacional, y que por este pecado la naci�n nunca se humill� ni repar�.

3. Entonces, �qu� deb�a hacerse ahora? El rey dej� a los propios gabaonitas prescribir la satisfacci�n que reclamaban por este mal. Esto estaba de acuerdo con el esp�ritu de la ley que otorgaba a los parientes m�s cercanos de un hombre asesinado el derecho a exigir justicia al asesino. En su respuesta, los gabaonitas negaron todo deseo de compensaci�n en dinero; y muy probablemente esto fue una sorpresa para la gente.

Rendir tierras podr�a haber sido mucho m�s dif�cil que renunciar a vidas. Lo que ped�an los gabaonitas ten�a un aspecto sombr�o de justicia; mostraba un deseo ardiente de llevar a casa el castigo lo m�s cerca posible del ofensor: "El hombre que nos consumi�, y que ide� contra nosotros que fu�ramos destruidos para no quedarnos en cualquiera de las costas de Israel, que siete hombres de su hijos nos sean entregados, y los colgaremos al Se�or en Guibe� de Sa�l, a quien el Se�or escogi�.

"Siete era un n�mero perfecto, y por lo tanto las v�ctimas deber�an ser siete. Su castigo era ser ahorcado o crucificado, pero al infligir este castigo los jud�os fueron m�s misericordiosos que los romanos; los criminales primero fueron ejecutados, luego sus muertos. Los cuerpos estaban expuestos a una verg�enza abierta. Deb�an ser colgados "para el Se�or", como una satisfacci�n para expiar su justo disgusto. Deb�an ser colgados "en Guibe� de Sa�l", para hacerle ver visiblemente la ofensa, de modo que la expiaci�n debe estar en el mismo lugar que el crimen.

Y cuando se menciona a Sa�l, los gabaonitas agregan: "A quien eligi� el Se�or". Porque Jehov� estaba �ntimamente relacionado con el llamado de Sa�l al trono; En cierto sentido, estaba identificado p�blicamente con �l; ya menos que se hiciera algo para desconectarlo de este crimen, el reproche del mismo recaer�a, en cierta medida, sobre �l.

Tal fue la demanda de los gabaonitas; y David consider� correcto cumplirlo, estipulando solo que los descendientes de Jonat�n no deb�an ser entregados. Los hijos o descendientes de Sa�l que fueron entregados para esta ejecuci�n fueron los dos hijos de Rizpa, la concubina de Sa�l, y junto con ellos cinco hijos de Mical, o, como est� al margen, de Merab, la hija mayor de Sa�l, a quien dio a luz (RV - no "criado", AV) a Adriel el Meholatita. En consecuencia, estos siete hombres fueron ejecutados y sus cuerpos expuestos en la colina cerca de Guibe�.

La transacci�n nos parece muy dif�cil, aunque no ten�a nada de eso para la gente de esos d�as. �Por qu� estos hombres desafortunados deber�an ser castigados tan terriblemente por el pecado de su padre? �C�mo fue posible que David, a sangre fr�a, los entregara a una muerte ignominiosa? �C�mo podr�a endurecer su coraz�n contra las s�plicas de sus amigos? Con respecto a este �ltimo aspecto del caso, es rid�culo echarle un reproche a David.

Como hemos se�alado una y otra vez, si hubiera actuado como otros reyes orientales, habr�a condenado a la destrucci�n a todos los hijos de Sa�l cuando subiera al trono, y no hubiera dejado a ninguno, por ninguna otra ofensa que la de ser hijos de sus hijos. padre. En cuanto a la clemencia a la familia de Sa�l, el car�cter de David queda ampliamente reivindicado.

La cuesti�n de la justicia permanece. �No es una ley de la naturaleza, se puede preguntar, y tambi�n una ley de la Biblia, que el hijo no llevar� la iniquidad del padre, sino que el alma que pecare, morir�? Sin duda, es la regla tanto de la naturaleza como de la Biblia que el hijo no debe ser sustituido por el padre cuando el padre est� all� para soportar el castigo. Pero no es norma de uno ni del otro que el hijo nunca deba sufrir con el padre por los pecados que el padre ha cometido.

Por el contrario, es lo que vemos que ocurre, de muchas formas, todos los d�as. Es un arreglo de la Providencia que casi desconcierta al fil�ntropo, que ve que los hijos a menudo heredan de sus padres una estructura f�sica que los dispone a los vicios de sus padres, y que ve, adem�s, que, cuando son criados por padres viciosos, los ni�os se ven privados. de sus derechos naturales, y se inician en una vida de vicio.

Pero la ley que identificaba a los hijos y a los padres en los tiempos del Antiguo Testamento se llev� a cabo con consecuencias que ahora no ser�an toleradas. Los ni�os no solo eran castigados a menudo debido a su conexi�n f�sica con sus padres, sino que se los consideraba judicialmente uno con ellos y, por lo tanto, estaban sujetos a compartir su castigo. El Antiguo Testamento (como ha demostrado tan poderosamente el Canon Mozley *) fue en algunos aspectos una econom�a imperfecta; los derechos del individuo no fueron reconocidos tan claramente como bajo el Nuevo; la familia era una especie de unidad moral y el padre era el agente responsable del conjunto.

Cuando Ac�n pec�, toda su familia comparti� su castigo. La solidaridad de la familia fue tal que todos se vieron envueltos en el pecado del padre. Por extra�o que nos parezca; No parec�a en absoluto extra�o en la �poca de David que esta regla se aplicara en el caso de Sa�l. Por el contrario, probablemente se pensar�a que mostr� una considerable moderaci�n de sentimiento no exigir la muerte de toda la posteridad viviente de Saulo, sino limitar la demanda al n�mero de siete.

Sin duda, los gabaonitas hab�an sufrido enormemente. Probablemente miles y miles de ellos hab�an sido asesinados. La gente puede sentir l�stima por los siete j�venes que tuvieron que morir, pero que haya algo esencialmente injusto o incluso duro en la transacci�n es una visi�n del caso que no se le ocurrir�a a nadie. La justicia suele ser dura; las ejecuciones son siempre espantosas; pero aqu� hab�a una naci�n que ya hab�a experimentado tres a�os de hambre por el pecado de Sa�l, y que experimentar�a a�n m�s si no se efectuara una expiaci�n p�blica; y siete hombres no eran muchos para morir por una naci�n. (* Conferencias sobre el Antiguo Testamento. Conferencia V: "Visitaci�n de los pecados de los padres sobre los hijos").

La severidad del modo de castigo fue suavizada por un incidente de gran belleza moral, que no puede dejar de tocar el coraz�n de todo hombre sensible. Rizpah, la concubina de Sa�l y madre de dos de las v�ctimas, combinando la ternura de una madre y el coraje de un h�roe, se coloc� junto a la horca; y, sin inmutarse por la vista de los cuerpos podridos y el hedor del aire, no permiti� que las aves del cielo se posaran sobre ellos durante el d�a ni las bestias del campo durante la noche.

La pobre mujer debi� buscar un destino muy diferente cuando se convirti� en concubina de Saulo. Sin duda, esperaba compartir la gloria de su estado real. Pero su se�or pereci� en la batalla, y el esplendor de la realeza desapareci� para siempre de �l y de su casa. Luego vino el hambre; su causa fue declarada desde el cielo, su curaci�n fue anunciada por los gabaonitas. Sus dos hijos estaban entre los muertos.

Probablemente no eran m�s que muchachos, que todav�a no hab�an pasado de la edad que despierta al m�ximo la sensibilidad de una madre. (Esta consideraci�n tambi�n apunta a una fecha temprana). No podemos intentar imaginarnos sus sentimientos. El �ltimo consuelo que le quedaba era proteger sus restos del buitre y el tigre. Los cad�veres no enterrados se contaban como deshonrados, y esto, en cierta medida, porque eran propensos a ser devorados por aves y bestias de presa.

Rizpah no pudo evitar la exposici�n, pero pudo tratar de evitar que los animales salvajes los devoraran. El coraje y la abnegaci�n necesarios para este trabajo fueron grandes, ya que el riesgo de violencia por parte de las fieras era muy serio. �Todo honor para esta mujer y su noble coraz�n! David parece haber quedado profundamente impresionado por su hero�smo. Cuando se enter�, fue y recogi� los huesos de Jonat�n y sus hijos, que hab�an sido enterrados debajo de un �rbol en Jabes de Galaad, y tambi�n los huesos de los hombres que hab�an sido ahorcados; y sepult� los huesos de Sa�l y Jonat�n en Zela, en el sepulcro de Cis, padre de Sa�l. Y despu�s de eso, Dios suplic� por la tierra.

Ofrecemos un comentario final, basado en el tono de esta narrativa. Est� marcado, como todo el mundo debe percibir, por un tono sobrio y solemne. Cualquiera que sea la opini�n de nuestro tiempo sobre la necesidad de disculparse por ello, es evidente que no se consider� necesaria una disculpa para la transacci�n en el momento en que se redact� este registro. Evidentemente, el sentimiento de todas las partes era que era indispensable que las cosas siguieran el curso que hab�an seguido.

Nadie expres� asombro cuando la hambruna fue explicada por el crimen de Sa�l. Nadie objet� cuando se refiri� a los gabaonitas la cuesti�n de la expiaci�n. La casa de Sa�l no protest� cuando se exigi� la muerte de siete de sus hijos. Los propios hombres, cuando supieron lo que se avecinaba, parec�an haber sido reprimidos de intentar salvarse huyendo. Parec�a como si Dios estuviera hablando, y la parte del hombre era simplemente obedecer.

Cuando los incr�dulos objetan pasajes de la Biblia como este, o como el sacrificio de Isaac, o la muerte de Ac�n, suelen decir que ejemplifican las peores pasiones del coraz�n humano consagrado bajo el nombre de religi�n. Afirmamos que en este cap�tulo no hay rastro de arrebato pasional alguno; todo se hace con seriedad, compostura y solemnidad. Y, lo que es m�s, la graciosa piedad de Rizpah est� registrada, con sencillez, de hecho, pero en un tono que indica aprecio por su tierna alma maternal.

Los salvajes sedientos de sangre no suelen apreciar esas conmovedoras muestras de afecto. Y adem�s, se nos hace sentir que fue un placer para David mostrar esa marca de respeto por los sentimientos de Rizp� al hacer que los hombres fueran enterrados. No deseaba lacerar los sentimientos de la infeliz madre; se alegraba de calmarlos lo m�s que pod�a. Para �l, como para su Se�or, el juicio era una obra extra�a, pero se deleitaba en la misericordia. Y se alegr� de poder mezclar un ligero rayo de misericordia con los colores oscuros de una imagen del juicio de Dios sobre el pecado.

Para todas las mentes rectas es doloroso castigar, y cuando hay que infligir un castigo, se siente que debe hacerse con gran solemnidad y seriedad, y con una total ausencia de pasi�n y excitaci�n. En un mundo pecaminoso, Dios tambi�n debe infligir castigo. Y el castigo futuro de los malvados es la cosa m�s oscura en todo el esquema del gobierno de Dios. Pero debe tener lugar. Y cuando tenga lugar, se har� de manera deliberada, solemne y triste.

No habr� exasperaci�n, ni emoci�n. No habr� indiferencia por los sentimientos de las infelices v�ctimas de la retribuci�n divina. Se considerar� bien lo que sean capaces de soportar. En qu� condici�n se colocar�n cuando llegue el castigo, se sopesar� con calma. Pero, �no podemos ver qu� cosa angustiosa ser� (si podemos usar tal expresi�n con referencia a Dios) para condenar a Sus criaturas al castigo? �Cu�n diferentes son sus sentimientos cuando les da la bienvenida a la gloria eterna! �Cu�n diferentes son los sentimientos de sus �ngeles cuando se produce ese cambio por el cual el castigo deja de pender sobre los hombres y la gloria ocupa su lugar! '' Hay gozo en la presencia de los �ngeles de Dios por un pecador que se arrepiente.

"�No es una bendici�n pensar que este es el sentimiento de Dios y de todos los esp�ritus semejantes a Dios? �No creer�n todos esto, creer�n en la misericordia de Dios y aceptar�n la provisi�n de Su gracia?" el mundo que dio a su Hijo unig�nito, para que todo aquel que en �l cree no se pierda, sino que tenga vida eterna ".

Versículos 15-22

CAPITULO XXIX.

�LTIMAS BATALLAS Y LOS HOMBRES PODEROSOS.

2 Samuel 21:15 ; 2 Samuel 23:8 .

Al entrar en la consideraci�n de estas dos partes de la historia de David, primero debemos observar que los eventos registrados no parecen pertenecer a la parte final de su reinado. Nos es imposible asignarles una fecha precisa, o al menos a la mayor�a de ellos, pero las demostraciones de actividad f�sica y valent�a que registran nos llevar�an a adscribirlos a un per�odo muy anterior.

Originalmente, parecen haber formado parte de un registro de las guerras de David y haber sido transferidos a los Libros de Samuel y Cr�nicas para dar una medida de integridad a la narraci�n. La narrativa de Cr�nicas es sustancialmente la misma que la de Samuel, pero el texto es m�s puro. De las notas del tiempo en Cr�nicas se ve que al menos algunos de los encuentros tuvieron lugar despu�s de la guerra con los hijos de Amm�n.

�Por qu� se han insertado estos pasajes en la historia del reinado de David? Aparentemente con dos prop�sitos principales. En primer lugar, para darnos una idea de los peligros a los que estuvo expuesto en su vida militar, peligros m�ltiples ya veces abrumadores, y casi fatales; y as� capacitarnos para ver cu�n maravillosas fueron las liberaciones que experiment�, y prepararnos para entrar en el c�ntico de acci�n de gracias que forma el cap�tulo veintid�s, y del cual estas liberaciones constituyen la carga.

En segundo lugar, para permitirnos comprender la instrumentalidad humana por la que logr� un �xito tan brillante, el tipo de hombres que lo ayudaron, el tipo de esp�ritu que los anim� y su intensa devoci�n personal por el mismo David. . El primer prop�sito es el que est� principalmente a la vista al final del cap�tulo veintiuno, el segundo en el veintitr�s. Las mismas haza�as ocurren en encuentros con los filisteos y, por lo tanto, pueden referirse en parte al tiempo despu�s de la matanza de Goliat, cuando se distingui� por primera vez en la guerra, y las hijas de Israel comenzaron a cantar: "Sa�l ha matado a miles, pero David sus decenas de miles "; en parte a la �poca de su reinado temprano cuando se comprometi� a expulsarlos de Israel y ponerles bridas para frenar sus incursiones;

Debe observarse que nada m�s se busca que dar una muestra de las aventuras militares de David, y para este prop�sito se examinan solo sus guerras con los filisteos. Si se hubiera adoptado el mismo m�todo con todas sus otras campa�as, - contra Edom, Moab y Amm�n; contra los sirios de Rehob, Maaca, Damasco y los sirios al otro lado del r�o, podr�amos tomar prestado el lenguaje del evangelista y decir que el mundo mismo no habr�a podido contener los libros que deber�an escribirse.

En los versos finales del cap�tulo veintiuno se registran cuatro haza�as, todas con "hijos del gigante" o, como est� al margen, de Kapha. La primera fue con un hombre que se llama Ishbi-benob, pero hay motivos para sospechar que el texto est� corrupto aqu�, y en Cr�nicas no se menciona este incidente. El lenguaje aplicado a David, "�vido y sus siervos bajaron", nos llevar�a a creer que el incidente ocurri� en un per�odo temprano, cuando los filisteos eran muy poderosos en Israel, y fue una se�al de gran valor "ir bajar "a sus llanuras, y atacarlos en su propio pa�s.

Hacer esto implic� un largo viaje, por caminos empinados y accidentados, y no es de extra�ar que entre el viaje y la pelea David "se desmay�". Entonces fue cuando el hijo del gigante, cuya lanza o punta de lanza pesaba trescientos siclos de bronce, o unas ocho libras, cay� sobre �l "con una espada nueva, y pens� que lo hab�a matado". No hay sustantivo en el original para espada; todo lo que se dice es que el gigante cay� sobre David con algo nuevo, y nuestros traductores lo han convertido en una espada.

La versi�n revisada en el margen da "nueva armadura". El punto es evidentemente este, que la novedad de la cosa la hizo m�s formidable. Dif�cilmente podr�a decirse esto de una espada com�n, que ser�a realmente m�s formidable despu�s de que dejara de ser bastante nueva, ya que, al haberla usado, el due�o la conocer�a mejor y la manejar�a con mayor perfecci�n. Parece mejor tomar la lectura marginal "armadura nueva", es decir, armadura defensiva nueva, contra la cual el cansado David dirigir�a sus golpes en vano.

Evidentemente, estaba en el mayor peligro de su vida, pero fue rescatado por su sobrino Abisai, quien mat� al gigante. El riesgo al que estuvo expuesto fue tal que su pueblo jur� que no lo dejar�an salir m�s con ellos a la batalla, para que no se apagara la luz de Israel.

Durante el resto de esa campa�a, el voto parece haber sido respetado, porque los otros tres gigantes no fueron asesinados personalmente por David, sino por otros. En cuanto a otras campa�as, David usualmente tom� su antiguo lugar como l�der del ej�rcito, hasta la batalla contra Absal�n, cuando su pueblo lo convenci� para que permaneciera en la ciudad.

Tres de los cuatro duelos registrados aqu� tuvieron lugar en Gob, un lugar que ahora no se conoce, pero muy probablemente en las cercan�as de Gath. De hecho, probablemente todos los encuentros tuvieron lugar cerca de esa ciudad. En Samuel se dice que uno de los gigantes muertos, por un error manifiesto, fue Goliat el Gitita; pero el error se corrige en Cr�nicas, donde se le llama hermano de Goliat. Con su lanza se usa la misma expresi�n que en el caso de Goliat: "el bast�n de cuya lanza era como la viga de un tejedor".

"Del cuarto gigante se dice que desafi� a Israel, como lo hab�a hecho Goliat. De los cuatro se dice que" le nacieron al gigante en Gat ". Esto no implica necesariamente que todos fueran hijos del mismo padre, "el gigante" se usa gen�ricamente para denotar la raza en lugar del individuo.

Pero el tenor de la narraci�n y muchas de sus expresiones nos remontan a los primeros d�as de David. Parece haber habido un nido en Gat de hombres de estatura gigantesca, hermanos o parientes cercanos de Goliat. Contra ellos fue enviado, quiz�s en una de las expediciones cuando Sa�l deseaba secretamente que cayera en manos de los filisteos. Si fue de esta manera que se encontr� con el primero de los cuatro, Sa�l hab�a calculado bien y casi estaba llevando a cabo su punto.

Pero aunque el hombre propone, Dios dispone. El ejemplo de David en su encuentro con Goliat, incluso en este per�odo temprano, hab�a inspirado a varios j�venes hebreos, e incluso cuando a David se le prohibi� ir �l mismo a la batalla, otros fueron levantados para ocupar su lugar. Cada uno de los gigantes encontr� una pareja en David o entre sus hombres. De hecho, fue un trabajo muy peligroso; pero David estaba rodeado por un Protector Divino, y como estaba destinado a un alto servicio en el reino de Dios, era "inmortal hasta que terminara su obra".

Hemos dicho que estos eran solo ejemplos de los juicios de David, y que probablemente se repitieron una y otra vez en el curso de las muchas guerras en las que estuvo involucrado. Uno puede ver que el peligro era a menudo muy inminente, haci�ndole sentir que su �nica liberaci�n posible deb�a provenir de Dios. Por lo tanto, esos peligros estaban maravillosamente preparados para ejercitar y disciplinar el esp�ritu de confianza. No una o dos veces, sino cientos de veces, en su primera experiencia se ve�a obligado a clamar al Se�or.

Y protegido como estaba, liberado como estaba, la convicci�n se volver�a cada vez m�s fuerte de que Dios se preocupaba por �l y lo liberar�a hasta el final. Vemos de todo esto cu�n innecesario es atribuir todos los salmos donde David es presionado por enemigos al tiempo de Sa�l o al tiempo de Absal�n. Hubo cientos de otras ocasiones en su vida en las que tuvo la misma experiencia, cuando se vio reducido a situaciones similares, y su apelaci�n estaba en el Dios de su vida.

Y este fue en verdad el per�odo m�s saludable de su vida espiritual. Fue en medio de estas peligrosas pero reconfortantes experiencias donde su alma prosper� m�s. El viento del norte de peligro y dificultad lo prepar� para la abnegaci�n espiritual y la resistencia; el viento del sur de prosperidad y placer lujoso fue lo que estuvo a punto de destruirlo. No nos impacientemos cuando las ansiedades se multiplican a nuestro alrededor y nos asedian los problemas, los trabajos y las dificultades.

No caigas en la tentaci�n de contrastar tu miserable suerte con la de los dem�s, que tienen salud mientras est�s enfermo, riquezas mientras eres pobre, honor cuando eres despreciado, comodidad y gozo mientras tienes cuidado y dolor. Por todas estas cosas, Dios desea atraerlos hacia �l, disciplinar su alma, alejarlos de las cisternas rotas que no retienen agua a la fuente de aguas vivas. Gu�rdese fervientemente de la incredulidad que en esos momentos har�a que sus manos cuelguen y su coraz�n se desanime; re�na su esp�ritu hundido.

"�Por qu� te abates, oh alma m�a, y por qu� te turbas dentro de m�?" Recuerda la promesa: "Nunca te dejar� ni te desamparar�"; y un d�a tendr�s motivos para mirar hacia atr�s como el per�odo m�s �til, m�s provechoso y m�s saludable de tu vida espiritual.

Pasamos al cap�tulo veintitr�s, que nos habla de los valientes de David. La narrativa, en algunos puntos, no es muy clara; pero deducimos de ello que David ten�a una orden de treinta hombres distinguidos por su valor; que adem�s de estos hab�a tres de m�rito supereminente, y otros tres, que tambi�n eran eminentes, pero que no alcanzaron la distinci�n de los tres primeros. De los tres primeros, el primero fue Jashobeam el Hachmonite (ver 1 Cr�nicas 11:11 ), el segundo Eleazar y el tercero Shammah.

De los tres segundos, que no eran del todo iguales al primero, solo se mencionan dos, Abisai y Bena�a; a partir de entonces tenemos los nombres de los treinta. Es notable que el nombre de Joab no aparezca en la lista, pero como era el capit�n de la hueste, probablemente ocupaba un puesto m�s alto que cualquier otro. Ciertamente a Joab no le faltaba valor, y debi� de tener el rango m�s alto en una legi�n de honor.

De los tres poderosos del primer rango, y los dos del segundo, se registran haza�as caracter�sticas de notable valor y �xito. El primero de la primera fila, a quien las Cr�nicas llaman Jashobeam, levant� su lanza contra trescientos muertos a la vez. (En Samuel el n�mero es ochocientos.) La haza�a era digna de ser clasificada con el famoso logro de Jonat�n y su escudero en el paso de Micmas.

El segundo, Eleazar, desafi� a los filisteos cuando se reunieron para la batalla, y cuando los hombres de Israel se fueron, hiri� a los filisteos hasta que su mano se cans�. El tercero, Sama, mantuvo a raya a los filisteos en un terreno cubierto de lentejas, despu�s de que el pueblo huy�, y mat� a los filisteos, obteniendo una gran victoria.

A continuaci�n, tenemos una descripci�n de la haza�a de tres de los valientes cuando los filisteos estaban en posesi�n de Bel�n y David en una fortaleza cerca de la cueva de Adullam (ver 2 Samuel 5:15 ). La ocasi�n de su haza�a fue interesante. Al contemplar la situaci�n, y afligido al pensar que su ciudad natal deber�a estar en manos del enemigo, David expres� un deseo: "�Oh, que alguien me diera agua para beber del pozo de Bel�n que est� frente a la puerta!" Probablemente estaba destinado a poco m�s que la expresi�n de un ferviente deseo de que el enemigo fuera desalojado de su posici�n, que no hubiera ning�n obst�culo entre �l y el pozo, que el acceso a �l fuera tan libre como en los d�as de su juventud.

Pero los tres valientes, creyendo en su palabra, abrieron paso entre el ej�rcito de los filisteos y llevaron el agua a David. Fue una prueba singular de su gran influencia personal; estaba tan amado y honrado que, para satisfacer su deseo, estos tres hombres tomaron la vida en sus manos para obtener el agua. El agua obtenida a tal precio era sagrada a sus ojos; era algo demasiado santo para que el hombre lo utilizara, as� que lo derram� ante el Se�or.

A continuaci�n, tenemos una declaraci�n relacionada con dos de los tres segundos. Abisai, sobrino de David, que era uno de ellos, alz� su lanza contra trescientos y los mat�. Bena�a, hijo de Joiada, mat� a dos hombres parecidos a leones de Moab (los dos hijos de Ariel de Moab, RV); tambi�n, en tiempo de nieve, mat� a un le�n en un hoyo; y finalmente mat� a un egipcio, un hombre poderoso, que lo atac� cuando solo ten�a un bast�n en la mano, le arranc� la lanza y lo mat� con su propia lanza.

No se ha mencionado al tercero de este tr�o; alguna conjetura de que era Amasa ("jefe de los capitanes" - "los treinta", RV, 1 Cr�nicas 12:18 ), y que su nombre no se registr� porque abandon� a David para ponerse del lado de Absal�n. Amoi.g los otros treinta, no podemos dejar de ser golpeados con dos nombres: Eliam, hijo de Ahitofel el gilonita, y aparentemente el padre de Betsab�; y Ur�as el hitita. El pecado de David fue tanto mayor si implic� el deshonor de los hombres que le hab�an servido con tanta valent�a como para estar inscritos en su legi�n de honor.

Con respecto al tipo de haza�as atribuidas a algunos de estos hombres, es necesario hacer una observaci�n. Hay una apariencia de exageraci�n en declaraciones que atribuyen a un solo guerrero la derrota y muerte de cientos a trav�s de su �nica espada o lanza. A los ojos de algunas de esas declaraciones, dan a la narraci�n un aspecto poco fiable, como si el objeto del escritor hubiera sido m�s dar un toque a los guerreros que registrar la simple verdad.

Pero esta impresi�n surge de nuestra tendencia a atribuir las condiciones de la guerra moderna a la guerra de estos tiempos. En la historia oriental, no son infrecuentes los casos en que un solo guerrero pone en fuga a un gran n�mero e incluso los mata. Porque aunque la fuerza de todos era mucho m�s que un rival para la suya, la fuerza de cada individuo era muy inferior; y si la mayor�a de ellos estuvieran escasamente armados, y los pocos que ten�an armas fueran muy inferiores a �l, el resultado ser�a que despu�s de que algunos hubieran ca�do, el resto emprender�a la huida; y la destrucci�n de la vida en un retiro siempre fue enorme.

El incidente registrado de Eleazar es muy gr�fico y ver�dico. "Hiri� a los filisteos hasta que su mano se cans� y su mano se peg� a su espada". Un sargento de las Highlands en Waterloo hab�a realizado tal ejecuci�n con su espada con mango de canasta, y tanta sangre se hab�a coagulado alrededor de su mano, que tuvo que ser liberada por un herrero, tan firmemente estaban pegadas. El estilo de la guerra oriental era muy favorable a los actos de gran valor que realizaban los individuos, y en el terrible p�nico que sigui� a sus primeros �xitos a menudo sobrevino una matanza prodigiosa. En las condiciones actuales de lucha, tales cosas no se pueden hacer.

El vistazo que nos dan estos peque�os avisos del rey David y sus caballeros es sumamente interesante. La historia de Arthur y sus Caballeros de la Mesa Redonda se parece a ella. Vemos la notable influencia personal de David, atrayendo hacia s� a tantos hombres de esp�ritu y energ�a, despidi�ndolos con su propio ejemplo, asegurando su c�lido apego personal y comprometi�ndolos en empresas iguales a las suyas.

No tenemos forma de juzgar hasta qu� punto compartieron su esp�ritu devocional. Si el historiador refleja el sentimiento general al registrar sus victorias cuando dice, una y otra vez, "Jehov� obr� una gran victoria ese d�a" ( 2 Samuel 23:10 ; 2 Samuel 23:12 ), deber�amos decir que confiar en Dios debe haber sido el sentimiento general.

"Si no hubiera sido el Se�or quien estuviera de nuestro lado, nos hubieran tragado r�pidamente, cuando su ira se encendi� contra nosotros". No es de extra�ar que David pronto gan� un gran renombre militar. Un rey as�, rodeado por una clase de lugartenientes as�, bien podr�a sembrar la alarma entre todos sus enemigos. Uno que, adem�s de tener tal cuerpo de ayudantes, podr�a reclamar la ayuda del Se�or de los ej�rcitos, y podr�a entrar en batalla con el grito: "Lev�ntese Dios, y sean dispersados ??sus enemigos, y huyan tambi�n los que le aborrecen. �l ", bien podr�a buscar la victoria universal. Se nos dice que los generales dignos de confianza duplican el valor de las tropas; y los soldados que fueron dirigidos por tales l�deres, confiando en el Se�or de los ej�rcitos, dif�cilmente podr�an fallar en el triunfo.

Y as�, tambi�n, podemos ver c�mo David lleg� a estar completamente bajo la influencia del esp�ritu militar y de algunas de las caracter�sticas menos favorables de ese esp�ritu. Acostumbrado a tales escenas de derramamiento de sangre, llegar�a a pensar a la ligera en la vida de sus enemigos. Ser�a propenso a considerar un ej�rcito hostil como una especie de m�quina infernal, un instrumento �nicamente del mal y, por lo tanto, a ser destruido. De ah� la complacencia que expresa en la destrucci�n de sus enemigos.

De ah� el juicio que invoca sobre aquellos que lo frustraron y se opusieron a �l. Si, en los c�nticos de David, este sentimiento a veces desaparece, y el deseo expresado de su coraz�n es que las naciones se regocijen y canten de alegr�a, que el pueblo alabe a Dios, que todo el pueblo lo alabe, esto parece estar en el �ltimo per�odo de su vida, cuando todos sus enemigos hab�an sido sometidos y �l ten�a descanso por todos lados.

Incluso en los hombres serios y espirituales, la religi�n a menudo est� influida por su vocaci�n mundana; y en ning�n caso m�s, a veces para bien y a veces para peor, que en los que practican la profesi�n de las armas.

Pero en toda esta carrera militar e influencia de David, �no podemos rastrear un tipo de car�cter que se realiz� en una esfera mucho m�s alta, y con un prop�sito mucho m�s grandioso, en la carrera de Jes�s, el Hijo de David? David en un nivel terrenal es Jes�s en un nivel superior. Cada noble cualidad de David, su coraje, su actividad, su afecto, su obediencia y confianza hacia Dios, su devoci�n por el bienestar de los dem�s, reaparece m�s pura y m�s elevada en Jes�s.

Si David est� rodeado por sus treinta valientes y sus dos tres, tambi�n lo est� Jes�s por sus doce ap�stoles. Sus setenta disc�pulos, y sobre todo los tres ap�stoles que lo acompa�aron a los escenarios m�s rec�nditos. Si los hombres de David se animan con su ejemplo a actos de osad�a como los suyos, entonces los ap�stoles y disc�pulos ir�n al mundo para ense�ar, luchar, sanar y bendecir, como Cristo lo hab�a hecho antes que ellos.

Mirando hacia atr�s desde el momento presente hasta la �poca de David, qu� joven de esp�ritu pero siente que hubiera sido una gran alegr�a pertenecer a su compa��a, mucho mejor que estar entre los que siempre estaban quej�ndose y criticando y ri�ndose de los hombres. �Qui�n comparti� su peligro y sus sacrificios? �Y alguien piensa que, cuando haya pasado otro ciclo de edades, tendr� la ocasi�n de felicitarse a s� mismo porque mientras vivi� en la tierra no tuvo nada que ver con Cristo y los cristianos fervientes, que no particip� en ninguna batalla cristiana, que se mantuvo bien alejado de Cristo y de su cayado, que prefer�a el servicio y el placer del mundo? Seguro que no.

�Habr� alguno de nosotros, entonces, deliberadamente hacer hoy lo que sabemos que nos arrepentiremos ma�ana? �No es cierto que Jesucristo es un Comandante incomparable, puro y noble por encima de todos Sus semejantes, que Su vida fue la m�s gloriosa jam�s vivida en la tierra, y que Su servicio es, con mucho, el m�s honorable? No nos detenemos en este momento en el gran hecho de que solo en Su fe y comuni�n cualquiera de nosotros puede escapar de la ira venidera o ganar el favor de Dios.

Les pedimos que digan en qu� compa��a pueden gastar sus vidas para obtener mayores ganancias, bajo cuya influencia pueden recibir los impulsos m�s elevados y ser obligados a prestar el mejor servicio a Dios y al hombre. Debe haber sido interesante en la �poca de David ver a su pueblo "dispuesto en el d�a de su poder", para ver a los j�venes acudir en tropel a su estandarte en las bellezas de la santidad, como gotas de roc�o del vientre de la ma�ana.

Y a�n m�s glorioso es el espect�culo cuando los hombres j�venes, incluso los nacidos m�s altos y los m�s dotados, habiendo tenido la gracia de ver qui�n y qu� es Jesucristo, no encuentran ninguna forma de vida digna de ser comparada en dignidad y utilidad esenciales con Su servicio, y, a pesar del mundo, se entregan a �l. �Oh, que pudi�ramos ver a muchos de ellos reuni�ndose en Su est�ndar, contrastando, como lo hizo San Pablo, los dos servicios, y contando todas las cosas excepto p�rdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jes�s su Se�or!

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 2 Samuel 21". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/2-samuel-21.html.
 
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