Bible Commentaries
Colosenses 1

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-2

Cap�tulo 1

EL ESCRITOR Y LOS LECTORES

Colosenses 1:1 (RV)

Podemos decir que cada una de las ep�stolas m�s importantes de Pablo contiene un pensamiento destacado. En eso para los romanos, es la justificaci�n por la fe; en Efesios, es la uni�n m�stica de Cristo y Su Iglesia; en Filipenses, es el gozo del progreso cristiano; en esta ep�stola, es la dignidad y la �nica suficiencia de Jesucristo como Mediador y Cabeza de toda la creaci�n y de la Iglesia. Este pensamiento es enf�ticamente una lecci�n del d�a.

El Cristo a quien el mundo necesita haber proclamado en todo o�do sordo y levantado ante ojos ciegos y reticentes, no es simplemente el hombre perfecto, ni solo el sufriente manso, sino la Fuente de la creaci�n y su Se�or, Quien desde el principio ha sido la vida de todo lo que ha vivido, y antes del principio estaba en el seno del Padre. La religi�n superficial y hambrienta que se contenta con meras concepciones humanitarias de Jes�s de Nazaret necesita ser profundizada y completada por estas elevadas verdades antes de que pueda adquirir la solidez y firmeza suficientes para ser el fundamento inmutable de vidas pecaminosas y mortales.

La ense�anza evangel�stica, que concentra la atenci�n exclusiva en la cruz como "obra de Cristo", debe ser conducida a la contemplaci�n de ellos, para comprender la cruz y para que se declare su misterio y su significado. Esta misma carta se basa en dos aplicaciones de sus principios a dos clases de error que, en formas algo cambiadas, existen ahora como entonces: el error del ceremonialista, para quien la religi�n era principalmente una cuesti�n de ritual, y el error del pensador especulativo. , A quien.

el universo estaba lleno de fuerzas que no dejaban lugar para el trabajo de una Voluntad personal. La visi�n del Cristo viviente que llena todas las cosas se presenta ante cada uno de estos dos, como ant�doto contra su veneno; y esa misma visi�n debe quedar clara hoy a los representantes modernos de estos antiguos errores. Si somos capaces de captar con el coraz�n y la mente los principios de esta ep�stola por nosotros mismos, estaremos en el centro de las cosas, viendo el orden donde, desde cualquier otra posici�n, solo la confusi�n es aparente, y estando en el punto de descanso en lugar de apresurarnos. a lo largo del salvaje torbellino de opiniones encontradas.

Deseo, por tanto, presentar las ense�anzas de esta gran ep�stola en una serie de exposiciones. Antes de pasar a la consideraci�n de estos vers�culos, debemos ocuparnos de uno o dos asuntos introductorios, a fin de obtener el marco y el fondo de la imagen.

(1) Primero, en cuanto a la Iglesia de Colosas a la que est� dirigida la carta.

Quiz�s se ha hablado demasiado de los �ltimos a�os de elucidaciones geogr�ficas y topogr�ficas de las ep�stolas de Pablo. El conocimiento del lugar al que se envi� una carta no puede ayudar mucho a comprender la carta, ya que las circunstancias locales dejan huellas muy d�biles, si las hay, en los escritos del Ap�stol. Aqu� y all� se puede detectar una alusi�n, o una met�fora puede ganar en punto con tal conocimiento; pero, en su mayor parte, la coloraci�n local est� completamente ausente.

Sin embargo, alg�n leve indicio de la situaci�n y circunstancias de la Iglesia de Colosas puede ayudar a dar viveza a nuestras concepciones de la peque�a comunidad a la que se confi� por primera vez este rico tesoro de verdad. Colosas era una ciudad en el coraz�n de la moderna Asia Menor, muy deteriorada en la �poca de Pablo desde su importancia anterior. Se encontraba en un valle de Frigia, a orillas de un peque�o arroyo, el Lycus, en cuyo curso, a una distancia de unas diez millas aproximadamente, se enfrentaban dos ciudades mucho m�s importantes, Hier�polis al norte, y Laodicea en la orilla sur del r�o.

En las tres ciudades hab�a Iglesias cristianas, como sabemos por esta carta, una de las cuales ha alcanzado la mala eminencia de haberse convertido en el tipo de religi�n tibia para todo el mundo. �Qu� extra�o pensar en la diminuta comunidad de un remoto valle de Asia Menor, hace dieciocho siglos, as� hablada para siempre! Estos rayos de luz perdidos que caen sobre la gente en el Nuevo Testamento, mostr�ndolos fijos para siempre en una actitud, como un rel�mpago en la oscuridad, son precursores solemnes del �ltimo Apocalipsis, cuando todos los hombres ser�n revelados en "el resplandor de Su venida.

"Pablo no parece haber sido el fundador de estas iglesias, ni haberlas visitado nunca en la fecha de esta carta. Esa opini�n se basa en varias de sus caracter�sticas, tales como, por ejemplo, la ausencia de cualquiera de los amables saludos a las personas que en las otras cartas del Ap�stol son tan abundantes, y revelan a la vez la calidez y la delicadeza de su afecto; y las alusiones que se dan m�s de una vez a que s�lo "ha o�do" su fe y su amor, y est� fuertemente apoyado por la expresi�n del segundo cap�tulo donde habla del conflicto de esp�ritu que tuvo por "vosotros, y por ellos en Laodicea, y por todos los que no han visto mi rostro en la carne".

"Probablemente el maestro que plant� el evangelio en Colosas fue ese Epafras, cuya visita a Roma ocasion� la carta, y a quien se hace referencia en el vers�culo 7 de este cap�tulo ( Colosenses 1:7 ) en t�rminos que parecen sugerir que �l primero hab�a hecho conocido por ellos la "palabra de la verdad del evangelio" que produce fruto.

(2) Tenga en cuenta la ocasi�n y el tema de la carta. Pablo es un prisionero, en cierto sentido, en Roma; pero la palabra prisionero transmite una falsa impresi�n del grado de restricci�n de la libertad personal a la que fue sometido. Sabemos por las �ltimas palabras de los Hechos de los Ap�stoles, y por la Ep�stola a los Filipenses, que su "encarcelamiento" no interfiri� en lo m�s m�nimo con su libertad de predicar, ni con sus relaciones con amigos.

M�s bien, en vista de las facilidades que dio para que por �l "la predicaci�n pudiera ser plenamente conocida", puede considerarse, como de hecho parece considerarla el escritor de los Hechos, como el cl�max mismo y la piedra angular de la obra de Pablo, con lo cual su historia puede terminar adecuadamente, dejando al campe�n del evangelio en el coraz�n mismo del mundo, con libertad sin obst�culos para proclamar su mensaje desde el mismo trono de C�sar.

Estaba protegido en lugar de confinado bajo el ala del �guila imperial. Su encarcelamiento, como lo llamamos, fue, en todo caso, al principio, detenci�n en Roma bajo supervisi�n militar en lugar de encarcelamiento. De modo que a su alojamiento en Roma llega un hermano de esta peque�a ciudad en descomposici�n en el lejano valle del Lycus, de nombre Epafras. Si su misi�n era exclusivamente consultar a Pablo sobre el estado de la Iglesia Colosense, o si alg�n otro asunto tambi�n lo hab�a tra�do a Roma, no lo sabemos; en todo caso, viene y trae consigo malas noticias, lo que carga el coraz�n de Pablo de solicitud por la peque�a comunidad, que no ten�a recuerdos de su propia ense�anza autorizada a la que apoyarse. Muchas noches pasar�an �l y Epafras en profunda conversaci�n sobre el asunto, con el impasible legionario romano, a quien Pablo estaba encadenado,

Las noticias eran que una extra�a enfermedad, nacida en ese semillero de fantas�as religiosas, el so�ador Oriente, estaba amenazando la fe de los cristianos colosenses. Una forma peculiar de herej�a, singularmente compuesta de ritualismo jud�o y misticismo oriental -dos elementos tan dif�ciles de mezclar en la base de un sistema como el heterog�neo hierro y arcilla sobre los que se ergu�a inestable la imagen del sue�o de Nabucodonosor- hab�a aparecido entre ellos, y aunque actualmente limitado a unos pocos, se predicaba vigorosamente.

El dogma oriental caracter�stico de que la materia es malvada y la fuente del mal, que subyace a tanta religi�n oriental, y que se infiltr� tan temprano en el cristianismo corrupto, y que surge hoy en tantos lugares extra�os y formas inesperadas, hab�a comenzado a infectarlos. Se lleg� r�pidamente a la conclusi�n: "Bueno, entonces, si la materia es la fuente de todo mal, entonces, por supuesto, Dios y la materia deben ser antag�nicos", por lo que no se puede suponer que la creaci�n y el gobierno de este universo material hayan llegado. directamente de �l.

El esfuerzo por mantener la Divinidad pura y el mundo denso tan lejos como sea posible, mientras que una necesidad intelectual prohib�a la ruptura total del v�nculo entre ellos, condujo al trabajo ocupado de la imaginaci�n, que atraves� el abismo vac�o entre Dios que es el bien, y la materia que es mala, con un puente de telara�as, una cadena de seres intermedios, emanaciones, abstracciones, cada uno acerc�ndose m�s a la materia que su precursor, hasta que por fin lo intangible y lo infinito fueron confinados y cuajados en la materia terrestre real. y el puro fue oscurecido por ello para convertirlo en mal.

Tales nociones, fant�sticas y alejadas de la vida cotidiana como parecen, realmente conducidas por un atajo muy corto para hacer un trabajo salvaje con las ense�anzas morales m�s claras tanto de la conciencia natural como del cristianismo. Porque si la materia es la fuente de todos los males, entonces la fuente del pecado de cada hombre no se encuentra en su propia voluntad pervertida, sino en su cuerpo, y la curaci�n de ella debe ser alcanzada, no por la fe que planta un vida nueva en un esp�ritu pecaminoso, pero simplemente por la mortificaci�n asc�tica de la carne.

Extra�amente unidas a estas ense�anzas m�sticas orientales, que tan f�cilmente podr�an pervertirse a la sensualidad m�s burda, y que ten�an la cabeza en las nubes y los pies en el barro, estaban las doctrinas m�s estrechas del ritualismo jud�o, que insist�an en la circuncisi�n, las leyes que regulaban la alimentaci�n, la la observancia de las fiestas y todo el engorroso aparato de una religi�n ceremonial. Es una combinaci�n monstruosa, un cruce entre un rabino talm�dico y un sacerdote budista, y sin embargo, no es extra�o que, despu�s de volar en estas elevadas regiones de especulaci�n donde el aire es demasiado tenue para sostener la vida, los hombres deban alegrarse de agarrarse. de los aspectos externos de un ritual elaborado.

No es la primera ni la �ltima vez que una religi�n filos�fica fuera de lugar se ha acercado a una religi�n de observancias externas, para evitar que se muera de escalofr�os. Los extremos se encuentran. Si vas lo suficientemente al este, est�s al oeste.

Tal era, en general, el error que comenzaba a asomarse en Colosas. El fanatismo religioso estaba en casa en ese pa�s, del cual, tanto en la �poca pagana como en la cristiana, emanaban ritos y nociones salvajes, y el Ap�stol bien podr�a temer, el efecto de esta nueva ense�anza, como una chispa en el heno, en el excitable. naturalezas de los conversos colosenses.

Ahora podemos decir: "�Qu� nos importa todo esto? No corremos peligro de ser perseguidos por los fantasmas de estas herej�as muertas". Pero la verdad a la que Pablo se opuso a ellos es de suma importancia para cada �poca. Era simplemente la Persona de Cristo como la �nica manifestaci�n de lo Divino, el v�nculo entre Dios y el universo, su Creador y Conservador, la Luz y Vida de los hombres, el Se�or e Inspirador de la Iglesia, Cristo ha venido, poniendo Su mano. tanto sobre Dios como sobre el hombre, por lo tanto, no hay necesidad ni lugar para una brumosa multitud de seres angelicales o sombr�as abstracciones para tender un puente sobre el abismo a trav�s del cual Su encarnaci�n arroja su �nico arco s�lido.

Cristo ha sido hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne, por lo tanto, esa no puede ser la fuente del mal en el que la plenitud de la Deidad ha morado como en un santuario. Cristo ha venido, fuente de vida y santidad, por lo tanto, ya no hay lugar para las mortificaciones asc�ticas por un lado, ni para las escrupulosidades jud�as por el otro. Estas cosas pueden restar valor a la plenitud de la fe en la completa redenci�n que Cristo ha realizado, y deben ocultar la verdad de que la simple fe en ella es todo lo que un hombre necesita.

Para instar a estas y otras verdades similares, se escribe esta carta. Su principio central es la mediaci�n soberana y exclusiva de Jesucristo, el Dios-hombre, el antagonista victorioso de estas especulaciones muertas, y el vencedor destinado a todas las dudas y confusiones de este d�a. Si captamos con mente y coraz�n esa verdad, podemos poseer nuestras almas con paciencia, y en su luz ver la luz donde m�s hay tinieblas e incertidumbre.

Hasta aqu� para la introducci�n, y ahora algunas palabras de comentario sobre el encabezado de la carta contenida en estos vers�culos.

I. Note la combinaci�n de humildad y autoridad en la designaci�n que Pablo hace de s� mismo.

"Ap�stol de Cristo Jes�s por la voluntad de Dios".

No siempre recuerda su autoridad apost�lica al comienzo de sus cartas. En sus primeras ep�stolas, las de los tesalonicenses, a�n no ha adoptado la pr�ctica. En la amorosa y gozosa carta a los filipenses, �l no tiene necesidad de insistir en su autoridad, porque ning�n hombre entre ellos jam�s la contradijo. En eso, para Filem�n, la amistad es lo m�s importante, y aunque, como �l dice, podr�a ser muy atrevido en ordenar, prefiere suplicar, y no mandar� como "Ap�stol", sino como "prisionero de Cristo Jes�s".

"En sus otras cartas puso su autoridad en primer plano como aqu�, y se puede notar que ella y su base en la voluntad de Dios se afirman con mayor �nfasis en la Ep�stola a los G�latas, donde tiene que lidiar con m�s desafiantes oposici�n que en otros lugares lo encontr�.

Aqu� presenta su pretensi�n de apostolado, en el m�s alto sentido de la palabra. Afirma su igualdad con los Ap�stoles originales, los testigos elegidos de la realidad de la resurrecci�n de Cristo. �l tambi�n hab�a visto al Se�or resucitado y escuchado las palabras de Su boca. Comparti� con ellos. la prerrogativa de certificar por experiencia personal que Jes�s ha resucitado y vive para bendecir y gobernar. Todo el cristianismo de Pablo se bas� en la creencia de que Jesucristo se le hab�a aparecido realmente. Esa visi�n en el camino a Damasco revolucion� su vida. Debido a que hab�a visto a su Se�or y escuchado su deber de Sus labios, se hab�a convertido en lo que era.

"Por la voluntad de Dios" es a la vez una afirmaci�n de la autoridad divina, una declaraci�n de independencia de toda ense�anza o designaci�n humana, y una renuncia muy humilde al m�rito individual o al poder personal. Pocos maestros religiosos han tenido un car�cter tan marcado como Pablo, o han destacado tan constantemente su propia experiencia; pero el peso que esperaba atribuir a sus palabras se deb�a enteramente a que eran las palabras que Dios hablaba a trav�s de �l.

Si se parafraseara esta cl�usula inicial, ser�a: te hablo porque Dios me ha enviado. No soy ap�stol por mi propia voluntad, ni por m�ritos propios. No soy digno de ser llamado Ap�stol. Soy un pobre pecador como ustedes, y es un milagro de amor y misericordia que Dios ponga sus palabras en tales labios. Pero �l habla a trav�s de m�; mis palabras no son m�as ni aprendidas de ning�n otro hombre, sino de �l. No importa la tuber�a rajada a trav�s de la cual el aliento Divino hace m�sica, pero escucha la m�sica.

Entonces Pablo pens� en su mensaje; de modo que la inquebrantable afirmaci�n de la autoridad se uni� a una profunda humildad. �Llegamos a sus palabras, creyendo que escuchamos a Dios hablando a trav�s de Pablo? Aqu� no hay una doctrina formal de inspiraci�n, pero aqu� est� la afirmaci�n de ser el �rgano de la voluntad y la mente divinas, a las que debemos escuchar como en verdad la voz de Dios.

La graciosa humildad del hombre se ve adem�s en su asociaci�n consigo mismo, como remitentes conjuntos de la carta, de su hermano joven Timoteo, quien no tiene autoridad apost�lica, pero cuya concurrencia en su ense�anza podr�a darle un peso adicional. Para los primeros vers�culos recuerda hablar en plural, como en el nombre de ambos: "damos gracias", "Epafras nos declar� tu amor", etc. pero en el ardiente recorrido de sus pensamientos, Timoteo pronto se pierde de vista, y solo Pablo derrama la riqueza de su sabidur�a divina y el calor de su coraz�n ferviente.

II. Podemos observar el noble ideal del car�cter cristiano establecido en las designaciones de la Iglesia de Colosas, como "santos y fieles hermanos en Cristo".

En sus cartas anteriores, Pablo se dirige a s� mismo a "la Iglesia"; en su posterior, comenzando con la Ep�stola a los Romanos, e incluyendo las tres grandes ep�stolas de su cautiverio, a saber, Efesios, Filipenses y Colosenses, abandona la palabra Iglesia y usa expresiones que se refieren a los individuos que componen la comunidad en lugar de a los comunidad que componen. El ligero cambio as� indicado en el punto de vista del Ap�stol es interesante, sin embargo, puede ser explicado.

No hay raz�n para suponer que se hizo con un prop�sito establecido, y ciertamente no surgi� de una estimaci�n m�s baja del car�cter sagrado de "la Iglesia", que en ninguna parte se coloca en un terreno m�s alto que en la carta a �feso, que pertenece a la �ltima. per�odo; pero puede ser que el paso de los a�os y la familiaridad con su trabajo, con su posici�n de autoridad y con sus auditores, todo tendiera a acercarlo m�s a ellos, y condujo insensiblemente al desuso del discurso m�s formal y oficial a "la Iglesia "a favor de la inscripci�n m�s sencilla y cari�osa, a" los hermanos ".

Sea como fuere, las lecciones que se pueden extraer de los nombres que aqu� se dan a los miembros de la Iglesia son el asunto m�s importante para nosotros. Ser�a interesante y provechoso examinar el significado de todos los nombres del Nuevo Testamento para los creyentes y aprender las lecciones que ense�an; pero debemos, por el momento, limitarnos a los que ocurren aqu�.

"Santos", una palabra que lamentablemente ha sido mal aplicada tanto por la Iglesia como por el mundo. El primero lo ha otorgado como un honor especial a unos pocos, y "condecorado" con �l principalmente a los poseedores de un falso ideal de santidad, el de tipo asc�tico y mon�stico. Este �ltimo lo usa con una entonaci�n sarc�stica, como si implicara mucho llanto y poca lana, profesiones ruidosas y poca actuaci�n, no sin un toque de hipocres�a y astucia ego�sta.

Los santos no son personas que viven en claustros tras un ideal fant�stico, sino hombres y mujeres inmersos en el trabajo vulgar de la vida cotidiana y preocupados por las peque�as ansiedades prosaicas que nos inquietan a todos, que en medio del zumbido del huso en el molino, y el tintineo. de la balanza en el mostrador, y el bullicio de la plaza del mercado y el tintineo de los tribunales, siguen viviendo vidas de devoci�n consciente a Dios.

La idea fundamental de la palabra, que es una palabra del Antiguo Testamento, no es la pureza moral, sino la separaci�n con Dios. Las cosas santas del antiguo pacto eran cosas apartadas del uso ordinario para Su servicio. Entonces, en la mitra del sumo sacerdote estaba escrito Santidad al Se�or. De modo que el s�bado se mantuvo "santo", porque se apart� de la semana en obediencia al mandamiento divino.

Santidad, y santo, se usan ahora principalmente con la idea de pureza moral, pero ese es un significado secundario. El verdadero significado principal es la separaci�n para Dios. La consagraci�n a �l es la ra�z de la cual brota con toda seguridad la flor blanca de la pureza. Hay una profunda lecci�n en la palabra en cuanto al verdadero m�todo de alcanzar la limpieza de vida y esp�ritu. No podemos purificarnos, pero podemos entregarnos a Dios y la pureza vendr�.

Pero aqu� no solo tenemos la idea fundamental de santidad y la conexi�n de la pureza de car�cter con la autoconsagraci�n a Dios, sino tambi�n la solemne obligaci�n de todos los llamados cristianos de separarse y dedicarse a �l. Somos cristianos en la medida en que nos entregamos a Dios, en la entrega de nuestra voluntad y en la obediencia pr�ctica de nuestras vidas, hasta ahora y ni un cent�metro m�s. No estamos limitados a esta consagraci�n si somos cristianos, pero no somos cristianos a menos que nos consagremos as�.

Agradarme a m� mismo, hacer de mi propia voluntad mi ley y vivir para mis propios fines es destructivo para todo el cristianismo. Los santos no son una clase eminente de cristianos, pero todos los cristianos son santos, y el que no es santo no es cristiano. La verdadera consagraci�n es la entrega de la voluntad, que ning�n hombre puede hacer por nosotros, que no necesita ceremonias externas, y el �nico motivo que nos llevar� a los hombres ego�stas y obstinados a inclinar el cuello a ese suave yugo y a salir de �l. la miseria de complacernos a nosotros mismos en la paz de servir a Dios, proviene del gran amor de Aquel que se dedic� a Dios y al hombre, y nos compr� para los suyos al entregarse completamente para ser nuestro.

Toda santidad comienza con la consagraci�n a Dios. Toda consagraci�n se basa en la fe del sacrificio de Cristo. Y si, atra�dos por el gran amor de Cristo hacia nosotros indignos, nos entregamos a Dios en �l, entonces �l se entrega a nosotros en una profunda y sagrada comuni�n. "Yo soy tuyo" tiene siempre como acorde que completa la plenitud de su m�sica, "T� eres m�o". Y entonces "santo" es un nombre de dignidad y honor, as� como un requisito estricto.

Tambi�n est� impl�cito en �l, la seguridad de todo lo que pueda amenazar la vida o la uni�n con �l. No tomar� sus posesiones con una mano floja que las deja caer negligentemente, o con una mano d�bil que no las puede mantener alejadas de un enemigo. "No permitir�s que el que est� consagrado a Ti vea corrupci�n". Si pertenezco a Dios, habi�ndome entregado a �l, entonces estoy a salvo del contacto del mal y de la corrupci�n.

"La porci�n del Se�or es su pueblo", y �l no perder� ni siquiera una parte tan insignificante de esa porci�n como yo. El gran nombre de "santos" lleva consigo la profec�a de la victoria sobre todo mal, y la seguridad de que nada puede separarnos del amor de Dios o arrebatarnos de Su mano.

Pero estos cristianos colosenses son "fieles" adem�s de santos. Eso puede significar ser digno de confianza y fiel a su mayordom�a, o confiado. En los vers�culos paralelos de la Ep�stola a los Efesios (que presenta tantas semejanzas con esta ep�stola) parece que se requiere el �ltimo significado, y aqu� ciertamente es el m�s natural, ya que apunta al fundamento mismo de toda consagraci�n y hermandad cristiana en el acto de creer.

Estamos unidos a Cristo por nuestra fe. La Iglesia es una familia de fieles, es decir de creyentes, de hombres. La fe es la base de la consagraci�n y es el padre de la santidad, porque solo �l se entregar� a Dios si se aferra con confianza a las misericordias de Dios y se apoya en el gran don de Cristo de s� mismo. La fe teje el v�nculo que une a los hombres en la fraternidad de la Iglesia, porque lleva a todos los que la comparten a una relaci�n com�n con el Padre. El que es fiel, es decir, creyente, ser� fiel en el sentido de ser digno de confianza y fiel a su deber, a su profesi�n ya su Se�or.

Ellos tambi�n eran hermanos. Ese nuevo y fuerte v�nculo de uni�n entre los hombres, el m�s diferente, fue un fen�meno extra�o en la �poca de Pablo, cuando el mundo romano se estaba desmoronando y desgarrado por profundas hendiduras de odios y celos que la sociedad moderna apenas conoce; y los hombres bien podr�an sorprenderse al ver al esclavo y a su amo sentados en la misma mesa, al griego y al b�rbaro aprendiendo la misma sabidur�a en la misma lengua, al jud�o y al gentil inclinando la rodilla en la misma adoraci�n, y los corazones de todo fundido en un gran resplandor de �til simpat�a y amor desinteresado.

Pero "hermanos" significa m�s que esto. No solo apunta al amor cristiano, sino a la posesi�n com�n de una nueva vida. Si somos hermanos, es porque tenemos un Padre, porque en todos nosotros hay una vida. El nombre a menudo se considera sentimental y metaf�rico. Se supone que la obligaci�n del amor mutuo es la idea principal en �l, y hay un vac�o melanc�lico e irrealidad en el mismo sonido que se aplica a los cristianos promedio habituales de hoy.

Pero el nombre lleva directamente a la doctrina de la regeneraci�n, y proclama que todos los cristianos nacen de nuevo mediante su fe en Jesucristo y, por lo tanto, participan de una nueva vida com�n, que hace que todos sus poseedores sean hijos del Alt�simo y, por tanto, hermanos, uno de ellos. otro. Si se considera como una expresi�n del afecto de los cristianos entre s�, "hermanos" es una exageraci�n, rid�cula o tr�gica, seg�n lo entendemos; pero si lo consideramos como la expresi�n del v�nculo real que une a todos los creyentes en una sola familia, declara el misterio m�s profundo y el privilegio m�s poderoso del evangelio que "a todos los que lo recibieron, les dio poder para llegar a ser Hijos de Dios". Dios.

"Est�n" en Cristo ". Estas dos palabras pueden aplicarse a todas las designaciones o s�lo a la �ltima. Son santos en �l, creyentes en �l, hermanos en �l. Esa uni�n m�stica pero m�s real de los cristianos con su Se�or nunca es lejos de los pensamientos del Ap�stol, y en la ep�stola gemela a los Efesios est� la carga misma del conjunto Un cristianismo m�s superficial trata de debilitar esa gran frase a algo m�s inteligible para el temperamento no espiritual y la experiencia pobre que le es propia; pero no se puede hacer justicia a la ense�anza de Pablo a menos que se tome en toda su profundidad como expresi�n de esa misma morada mutua y entrelazamiento de esp�ritu con esp�ritu que es tan prominente en los escritos del ap�stol Juan.

Hay un punto de contacto entre las concepciones paulina y jo�nica sobre las diferencias entre las que se ha exagerado tanto: para ambas la esencia m�s �ntima de la vida cristiana es la uni�n con Cristo y la permanencia en �l. Si somos cristianos, estamos en �l, en un sentido a�n m�s profundo que el que la creaci�n vive, se mueve y tiene su ser en Dios. Estamos en �l como la tierra con todos sus seres vivientes en la atm�sfera, como el sarmiento en la vid, como los miembros en el cuerpo.

Estamos en El. como habitantes de una casa, como corazones que aman en corazones que aman, como partes en el todo. Si somos cristianos, �l est� en nosotros, como la vida en cada vena, como la savia que produce fruto y la energ�a de la vid en cada rama, como el aire en cada pulm�n, como la luz del sol en cada planeta.

Este es el misterio m�s profundo de la vida cristiana. Estar "en �l" es estar completo. "En �l" somos "bendecidos con todas las bendiciones espirituales". "En �l", somos "elegidos". "En �l", Dios "nos concede gratuitamente su gracia". "En �l" tenemos "redenci�n por su sangre". "En �l se juntan todas las cosas del cielo y de la tierra". "En �l hemos obtenido herencia". En �l est� la mejor vida de todos los que viven.

En �l tenemos paz aunque el mundo est� hirviendo con cambios y tormentas. En �l conquistamos la tierra y nuestra propia maldad est� en armas contra nosotros. Si vivimos en �l, vivimos en pureza y gozo. Si morimos en �l, morimos en una confianza tranquila. Si nuestras l�pidas realmente pueden llevar la vieja y dulce inscripci�n tallada en tantas losas sin nombre en las catacumbas, " In Christo ", tambi�n llevar�n la otra " In pace " (En paz). Si dormimos en �l, nuestra gloria est� asegurada, tambi�n para los que duermen en Jes�s, Dios traer� con �l.

III. Solo se puede dedicar una palabra o dos. la �ltima cl�usula de saludo, el deseo apost�lico, que establece el alto ideal que deben desear las Iglesias y las personas: "Gracia a vosotros y paz de Dios nuestro Padre". La Versi�n Autorizada dice, "y el Se�or Jesucristo", pero la Versi�n Revisada sigue a la mayor�a de los cr�ticos de textos recientes y sus principales autoridades al omitir estas palabras, que se supone que fueron importadas a nuestro pasaje desde el lugar paralelo en Efesios.

La omisi�n de estas conocidas palabras que aparecen de manera tan uniforme en los similares saludos introductorios de las otras ep�stolas de Pablo, es especialmente singular aqu�, donde el tema principal de la carta es el oficio de Cristo como canal de todas las bendiciones. Quiz�s la palabra anterior, "hermanos", permanec�a en su mente, por lo que instintivamente se detuvo con la palabra parecida "Padre".

"Gracia y paz": los deseos de Pablo para aquellos a quienes ama, y ??las bendiciones que espera que cada cristiano posea, combinan las formas de saludo occidental y oriental, y sobrepasan ambas. Todo lo que el griego quiso decir con su "Gracia", todo lo que el hebreo quiso decir con su "Paz", la condici�n idealmente feliz que las diferentes naciones han colocado en diferentes bendiciones, y que todas las palabras amorosas han deseado en vano para sus seres queridos, est� asegurado y transmitido a toda pobre alma que conf�a en Cristo.

"Grace" -�qu� es eso? La palabra significa primer amor en ejercicio para aquellos que est�n por debajo del amante, o que merecen algo m�s; amor encorvado que es condescendiente y amor paciente que perdona. Luego se refiere a los dones que ese amor otorga, y luego significa los efectos de estos dones en las bellezas de car�cter y conducta desarrolladas en los receptores. As� que aqu� se invoca, o podr�amos llamarlo, ofrecido y prometido, a todo coraz�n creyente, el amor y la mansedumbre de ese Padre cuyo amor por nosotros los �tomos pecadores es un milagro de humildad y paciencia; y, a continuaci�n, el resultado de ese amor que nunca visita el alma con las manos vac�as, en todos los variados dones espirituales, para fortalecer la debilidad, para iluminar la ignorancia, para llenar todo el ser; y como �ltimo resultado de todo, toda belleza de mente, coraz�n y temperamento que pueda adornar el car�cter,

Ese gran regalo vendr� en continuo otorgamiento si somos "santos en Cristo". De Su plenitud que todos recibimos y gracia por gracia, ola tras ola mientras las ondas presionan hacia la orilla y cada una a su vez vierte su tributo en la playa, o mientras pulsaci�n tras pulsaci�n hace un rayo dorado de luz ininterrumpida, lo suficientemente fuerte alado como para venir todo el tiempo. lejos del sol, lo suficientemente suave como para caer sobre el globo ocular sensible sin dolor. Ese rayo se descompondr� en todos los colores y brillos. Esa �nica "gracia" se dividir� en siete dones y ser� la vida en nosotros de todas las cosas hermosas y de buen nombre.

"La paz sea con vosotros." Ese viejo saludo, el testimonio de un estado de la sociedad en el que cada extra�o visto a trav�s del desierto era probablemente un enemigo, es tambi�n un testimonio del profundo malestar del coraz�n. Es bueno aprender la lecci�n de que la paz viene despu�s de la gracia, que para la tranquilidad del alma debemos acudir a Dios, y que �l nos la da d�ndonos su amor y sus dones, de los cuales, y de los cuales solo, la paz es el resultado. .

Si tenemos esa gracia para los nuestros, como todos podemos si queremos, estaremos quietos, porque nuestros deseos est�n satisfechos y todas nuestras necesidades satisfechas. Buscar es innecesario cuando somos conscientes de poseer. Podemos terminar nuestra fatigada b�squeda, como la paloma cuando encontr� la hoja verde, aunque todav�a podemos ver poca tierra seca, plegar nuestras alas y descansar junto a la cruz. Es posible que nos sumerja en un tranquilo reposo, incluso en medio del trabajo y la lucha, como Juan descansando en el coraz�n de su Se�or.

Debe haber, ante todo, paz con Dios, para que pueda haber paz de Dios. Entonces, cuando hayamos sido ganados de nuestra alienaci�n y enemistad por el poder de la cruz, y hayamos aprendido a saber que Dios es nuestro Amante, Amigo y Padre, poseeremos la paz de aquellos cuyos corazones han encontrado su hogar, el la paz de los esp�ritus que ya no est�n en guerra dentro de la conciencia y la elecci�n que los desgarra en su lucha, la paz de la obediencia que destierra la perturbaci�n de la voluntad propia, la paz de la seguridad sacudida por ning�n temor, la paz de un futuro seguro a trav�s del resplandor de la cual no pueden caer sombras de dolor ni neblinas de incertidumbre, la paz de un coraz�n en amistad con toda la humanidad. Entonces, viviendo en paz, nos tumbaremos y moriremos en paz, y entraremos en "ese pa�s, m�s all� de las estrellas", donde "crece la flor de la paz".

"La Rosa que no puede marchitarse, Tu fortaleza y tu comodidad".

Todo esto puede ser nuestro. Pablo solo pod�a desearlo para estos colosenses. Solo podemos anhelarlo para nuestros seres queridos. Ning�n hombre puede cumplir sus deseos o convertirlos en regalos reales. Podemos dar muchas cosas preciosas, pero no paz. Pero nuestro hermano Jesucristo puede hacer m�s que desearlo. �l puede otorgarlo, y cuando m�s lo necesitamos, �l est� siempre a nuestro lado, en nuestra debilidad e inquietud, con Su brazo fuerte estirado para ayudar, y en Sus labios tranquilos las viejas palabras "B�state mi gracia". "Mi paz os doy".

Manteng�monos en �l, creyendo en �l y rindi�ndonos a Dios por Su amada causa, y encontraremos Su gracia fluyendo siempre en nuestro vac�o y Su firme "paz que mantiene nuestro coraz�n y nuestra mente en Cristo Jes�s".

Versículos 3-8

Cap�tulo 1

EL PRELUDIO

Colosenses 1:3 (RV)

ESTA larga secci�n introductoria puede a primera vista dar la impresi�n de confusi�n, debido a la variedad de temas introducidos. Pero un poco de pensamiento muestra que es realmente una muestra notable del delicado tacto del Ap�stol, nacido de su amor y seriedad. Su prop�sito es preparar una recepci�n favorable para sus advertencias y argumentos contra los errores que se hab�an infiltrado y, a su juicio, amenazaban con barrer a los cristianos colosenses de su lealtad a Cristo y de su fe en el evangelio como se hab�a predicado originalmente. a ellos por Epaphras. Ese dise�o explica la selecci�n de temas en estos vers�culos y su tejido.

Antes de advertir y reprender, Pablo comienza dando cr�dito a los colosenses por todo el bien que puede encontrar en ellos. Tan pronto como abre la boca, afirma las afirmaciones y la autoridad, la verdad y el poder del evangelio que predica, y del cual hab�a venido todo este bien en ellos, y que hab�a probado que proven�a de Dios por su difusi�n y fertilidad. Les recuerda sus inicios en la vida cristiana, con los que esta nueva ense�anza era totalmente incompatible, y arroja su escudo sobre Epafras, su primer maestro, cuyas palabras corr�an peligro de ser descuidadas ahora por nuevas voces con otros mensajes.

As�, h�bil y amorosamente, estos vers�culos tocan un preludio que naturalmente prepara el tema de la ep�stola. La reprimenda y la reprensi�n ser�an m�s a menudo eficaces si comenzaran con mayor frecuencia mostrando el amor del reprensor y con un reconocimiento franco del bien del reprendido.

I. Primero tenemos un reconocimiento agradecido de la excelencia cristiana como introducci�n a las advertencias y protestas.

Casi todas las cartas de Pablo comienzan con expresiones similares de agradecimiento por el bien que hab�a en la Iglesia a la que se dirige. La lluvia suave suaviza el suelo y lo prepara para recibir la ca�da m�s fuerte que, de lo contrario, se escurrir�a principalmente por la superficie dura. Las excepciones son, 2 Corintios; Efesios, que probablemente era una carta circular; y G�latas, que est� demasiado caliente para tales alabanzas.

Estas expresiones no son cumplidos ni palabras, por supuesto. Menos a�n se utilizan los halagos para fines personales. Son la expresi�n inconcebible e inconcebible de afecto que se deleita al ver manchas blancas en el car�cter m�s negro, y de sabidur�a que sabe que la medicina nauseabunda de la culpa se toma m�s f�cilmente si se administra envuelta en una c�psula de elogio sincero.

Todas las personas con autoridad sobre otras, como maestros, padres, l�deres de cualquier tipo, pueden ser las mejores para aprender la lecci�n: "no provoques a tus" -inferiores, dependientes, eruditos- "a la ira, para que no se desanimen" -y reparte elogios donde pueda, con mano generosa. Es alimento nutritivo para muchas virtudes y un poderoso ant�doto para muchos vicios.

Esta alabanza se lanza en forma de acci�n de gracias a Dios, como la verdadera fuente de todo lo bueno en los hombres. �C�mo se filtra todo lo que puede ser perjudicial en la alabanza directa cuando se convierte en gratitud a Dios! Pero no necesitamos detenernos en esto, ni en el principio subyacente a este agradecimiento, a saber, que las excelencias del hombre cristiano son un don de Dios y que, por lo tanto, la admiraci�n del hombre debe estar siempre subordinada al agradecimiento a Dios.

La fuente, no la jarra que se llena con ella, debe tener el m�rito de la pureza cristalina y la frescura brillante del agua. Tampoco necesitamos hacer m�s que se�alar la inferencia de esa frase "habiendo escuchado de su fe", una inferencia confirmada por otras declaraciones en la carta, a saber, que el mismo Ap�stol nunca hab�a visto la Iglesia Colosense. Pero enfatizamos brevemente los dos puntos que motivaron su agradecimiento. Son los dos familiares, fe y amor.

En el Nuevo Testamento a veces se habla de la fe como "hacia Cristo Jes�s", que describe ese gran acto del alma por su direcci�n, como si fuera una salida o un vuelo de la naturaleza del hombre hacia la verdadera meta de todo ser activo. A veces se habla de ella como "en Cristo Jes�s", lo que la describe como reposando sobre �l como el fin de toda b�squeda, y sugiere im�genes como la de una mano que se inclina o de una carga llevada, o una debilidad sostenida por el contacto con �l.

Pero m�s dulce y grande es la bienaventuranza de la fe considerada como "en �l", como su morada y fortaleza, en uni�n con y en quien el esp�ritu que busca puede doblar sus alas, y el coraz�n d�bil puede ser fortalecido para levantar sus alas. carga alegremente, por pesada que sea, y el alma puede estar llena de tranquilidad y reconfortada en una gran calma. Hacia, sobre y en tan m�ltiples son las fases de la relaci�n entre Cristo y nuestra fe.

En todos, la fe es la misma, la confianza simple, precisamente como la confianza que ponemos los unos en los otros. �Pero qu� diferentes son los objetos! Las ca�as rotas de la naturaleza humana en un caso, y el pilar firme de ese poder y ternura divinos en el otro, y qu� diferentes, �ay! es el fervor y la constancia de la confianza que ejercemos los unos en los otros y en Cristo. La "fe" cubre todo el terreno de la relaci�n del hombre con Dios.

Toda religi�n, toda devoci�n, todo lo que nos une al mundo invisible est� incluido en la fe o ha evolucionado a partir de ella. Y observe que esta fe es, en la ense�anza de Pablo, el fundamento del amor a los hombres y de todo lo dem�s bueno y justo. Podemos estar de acuerdo o en desacuerdo con ese pensamiento, pero dif�cilmente podemos dejar de ver que es el fundamento de toda su ense�anza moral. De esa fuente fruct�fera vendr� todo el bien.

De esa fuente profunda fluir� agua dulce, y todo lo extra�do de otras fuentes tiene un sabor amargo. La bondad de todo tipo se desarrolla con toda seguridad a partir de la fe, y esa fe carece de su mejor garant�a de la realidad, que no conduce a todo lo que sea hermoso y de buen nombre. Bernab� era un "buen hombre" porque, como nos dice Lucas a trav�s del an�lisis de las fuentes de su bondad, estaba "lleno del Esp�ritu Santo", autor de toda bondad "y de fe" por que ese Inspirador de toda la belleza de la pureza habita en los corazones de los hombres. La fe, entonces, es el germen de la bondad, no por nada en s� misma, sino porque por ella estamos bajo la influencia del Esp�ritu Divino, cuyo soplo es vida y santidad.

Por lo tanto, decimos a todos los que buscan entrenar su car�cter en la excelencia, comiencen confiando en Cristo, y de ah� saldr� todo lustre y blancura, todas las diversas bellezas de mente y coraz�n. Es un trabajo duro y desesperado convertir nuestras propias espinas en uvas, pero si confiamos en Cristo, �l sembrar� buena semilla en nuestro campo y "lo suavizar� con lluvias y bendecir� su brote".

As� como la fe es el fundamento de todas las virtudes, as� es el padre del amor, y como la primera resume todos los v�nculos que unen a los hombres con Dios, la segunda incluye todas las relaciones de los hombres entre s�, y es toda la ley de la humanidad. conducta empaquetada en una palabra. Pero el lugar m�s c�lido en el coraz�n de un cristiano pertenecer� a aquellos que simpatizan con su yo m�s profundo, y una verdadera fe en Cristo, como una verdadera lealtad a un pr�ncipe, tejer� un v�nculo especial entre todos los dem�s s�bditos.

De modo que el signo, en la superficie de las relaciones terrenales, del fuego central profundo de la fe en Cristo, es la cosecha fecunda del amor fraterno, como los vi�edos llevan los racimos m�s pesados ??en las laderas del Vesubio. Fe en Cristo y amor a los cristianos: esa es la noci�n del ap�stol de un buen hombre. Ese es el ideal de car�cter que tenemos que plantearnos. �Deseamos ser buenos? Confiemos en Cristo.

�Profesamos confiar en Cristo? Mostr�moslo con la verdadera prueba: nuestra bondad y especialmente nuestro amor. As� que tenemos aqu� a dos miembros de la tr�ada familiar, Fe y Amor, y su hermana Hope no est� lejos. Leemos en la siguiente cl�usula, "por la esperanza que est� guardada para vosotros en los cielos". La conexi�n no es del todo clara. �Es la esperanza la raz�n de la acci�n de gracias del Ap�stol, o la raz�n en alg�n sentido del amor de los colosenses? En lo que respecta al lenguaje, podemos leer "Damos gracias por la esperanza" o "el amor que ten�is por la esperanza".

"Pero la gran distancia que tenemos que retroceder para la conexi�n, si adoptamos la primera explicaci�n, y otras consideraciones que no necesitan ser ingresadas aqu�, parecen hacer de la segunda la construcci�n preferible si da un sentido tolerable. ? �Es permisible decir que la esperanza que est� depositada en el cielo es en alg�n sentido una raz�n o motivo para el amor fraternal? Creo que lo es. Observe que "esperanza" aqu� se entiende mejor en el sentido no de la emoci�n, sino del objeto. en que se fija la emoci�n; no la facultad, sino la cosa esperada; o en otras palabras, que es objetiva, no subjetiva; y tambi�n que las ideas de futuro y seguridad son transmitidas por el pensamiento de este objeto de expectativa siendo guardado.

Esta futura bienaventuranza, captada por nuestros corazones expectantes como asegurada para nosotros, estimula y anima a todo lo bueno. Ciertamente, no proporciona la raz�n principal; no debemos ser amorosos y buenos porque de ese modo esperamos ganar el cielo. El motivo m�s profundo de todas las gracias del car�cter cristiano es la voluntad de Dios en Cristo Jes�s, aprehendida por corazones amantes. Pero es bastante leg�timo extraer motivos subordinados para la b�squeda ardua de la santidad de la anticipaci�n de la bienaventuranza futura, y es bastante leg�timo utilizar esa perspectiva para reforzar los motivos superiores.

El que busca ser bueno s�lo por el bien del cielo que cree que obtendr� por su bondad -si es que existe tal persona en cualquier lugar que no sea en la imaginaci�n de los caricaturistas de la ense�anza cristiana- no es bueno y no obtendr� su cielo; pero el que alimenta su devoci�n a Cristo y su fervoroso cultivo de la santidad con la animada esperanza de una corona que no se desvanece, encontrar� en ella un gran poder para intensificar y ennoblecer toda la vida, para sostenerlo como en manos de �ngeles que se elevan sobre todas las piedras. de tropiezo, para disminuir la tristeza y el dolor sordo, para encender el amor a los hombres en una llama m�s brillante y para purgar la santidad en una blancura m�s radiante.

La esperanza depositada en el cielo no es la raz�n o el motivo m�s profundo de la fe y el amor, pero ambos se hacen m�s v�vidos cuando es fuerte. No es la luz a la que se encienden sus l�mparas, sino el aceite oloroso que alimenta su llama.

II. El curso del pensamiento pasa a ser un recordatorio solemne de la verdad y el valor de ese Evangelio que estaba amenazado por las herej�as en ciernes de la Iglesia Colosense.

Eso est� contenido en las cl�usulas desde la mitad del quinto vers�culo hasta el final del sexto, y se introduce con una brusquedad significativa, inmediatamente despu�s del elogio de la fe de los colosenses. La mente y el coraz�n del Ap�stol est�n tan llenos de los peligros en los que vio que se encontraban, aunque ellos no lo sab�an, que no puede abstenerse de exponer una impresionante variedad de consideraciones, cada una de las cuales deber�a hacerlos aferrarse al evangelio con un agarre de hierro.

Se ponen con la m�xima compresi�n. Cada palabra casi se podr�a convertir en un largo discurso, de modo que solo podamos indicar las l�neas de pensamiento. Esta madeja algo enredada puede, en general, tomarse como la respuesta a la pregunta: �Por qu� debemos aferrarnos al evangelio de Pablo y temer y luchar contra las tendencias de opini�n que nos lo robar�an? Son consideraciones preliminares adaptadas para preparar el camino para una recepci�n paciente y reflexiva de los argumentos a seguir, mostrando cu�nto est� en juego y c�mo los lectores ser�an realmente pobres si se les robara esa gran Palabra.

Comienza record�ndoles que a ese evangelio le deben todo su conocimiento y esperanza del cielo, la esperanza "de la cual o�steis antes en la palabra de la verdad del evangelio". Esa gran palabra sola ilumina las tinieblas. La �nica certeza de una vida m�s all� de la tumba se basa en la resurrecci�n de Jesucristo, y la �nica esperanza de una vida bienaventurada m�s all� de la tumba para el pobre alma que ha aprendido su pecaminosidad se basa en la muerte de Cristo.

Sin esta luz, esa tierra es una tierra de tinieblas, iluminada solo por chispas centelleantes de conjeturas y aventuras. As� es hoy, como era entonces; los siglos s�lo han hecho m�s clara la dependencia total de la convicci�n viva de la inmortalidad de la aceptaci�n del evangelio de Pablo "c�mo Cristo muri� por nuestros pecados seg�n las Escrituras, y resucit� al tercer d�a". A nuestro alrededor vemos a aquellos que rechazan el hecho de la resurrecci�n de Cristo y se ven obligados a entregar su fe en cualquier vida m�s all�.

No pueden sostenerse en esa altura de convicci�n a menos que se apoyen en Cristo. La pared negra de la monta�a que nos rodea a los pobres mortales est� dividida en un solo lugar. A trav�s de una estrecha hendidura llega un destello de luz. Ah� y s�lo hay transitable la barrera del ce�o fruncido. A trav�s de ese ca��n l�gubre, angosto y negro, donde solo hay espacio para que corra el r�o oscuro, la esperanza de ojos brillantes puede viajar, soltando su hilo dorado a medida que avanza, para guiarnos.

Cristo parti� la roca, "el Rompedor subi� delante" de nosotros, y s�lo por Su resurrecci�n tenemos el conocimiento, que es certeza, y la esperanza, que es confianza, de una herencia en luz. Si el evangelio de Pablo va, va como la niebla de la ma�ana. Antes de desechar "la palabra de la verdad del evangelio", comprenda en todo caso que desecha con ella toda seguridad de una vida futura.

Luego, hay otro motivo tocado en estas palabras que acabamos de citar. El evangelio es una palabra cuya sustancia y contenido es verdad. Puedes decir que esa es toda la cuesti�n, si el evangelio es una palabra as�. Por supuesto que es; pero observe c�mo aqu�, desde el principio, el evangelio se representa con un elemento dogm�tico distinto. Es valioso, no porque alimente el sentimiento o regule �nicamente la conducta, sino ante todo porque nos da un conocimiento verdadero, aunque incompleto, sobre todas las cosas m�s profundas de Dios y del hombre, de las cuales, salvo por su luz, no sabemos nada.

Esa palabra veraz se opone a las argumentaciones y especulaciones y errores de los herejes. El evangelio no es especulaci�n, sino hechos. Es verdad, porque es el registro de una Persona que es la Verdad. La historia de Su vida y muerte es la �nica fuente de toda certeza y conocimiento con respecto a las relaciones del hombre con Dios y los prop�sitos amorosos de Dios para con el hombre. Dejarlo ya Aquel de quien habla para escuchar a los hombres que tejen teor�as con sus propios cerebros es preferir los fuegos fatuos al sol. Si escuchamos a Cristo, tenemos la verdad; si nos apartamos de �l, nuestros o�dos se aturden ante una Babel. "�A qui�n iremos? T� tienes palabras de vida eterna".

Adem�s, este evangelio ya hab�a sido recibido por ellos. Hab�is o�do antes, dice �l, y de nuevo habla del evangelio como "venid a" ellos, y les recuerda los d�as pasados ??en los que "oyeron y conocieron la gracia de Dios". Esa apelaci�n, por supuesto, no es un argumento excepto para un hombre que admite la verdad de lo que ya hab�a recibido, ni est� destinado a discutir con otros, pero es equivalente a la exhortaci�n: "Has escuchado esa palabra y la has aceptado. , aseg�rate de que tu futuro sea coherente con tu pasado.

"�l tendr�a la vida en un todo armonioso, todo de acuerdo con la primera comprensi�n alegre que hab�an hecho de la verdad. Dulce, tranquila y noble es la vida que conserva hasta el final las convicciones de su comienzo, solo que profundizadas y expandidas. �Bienaventurados aquellos cuyo credo por fin puede expresarse en las lecciones que aprendieron en la ni�ez, a las que la experiencia s�lo ha dado un nuevo significado! , que han crecido como las arcas m�gicas de un cuento de hadas, para contener toda la riqueza aumentada que se puede albergar en ellos! Hermoso es cuando los ni�os peque�os y los j�venes y los padres poseen la �nica fe, y cuando el que comenz� de ni�o, "conociendo al Padre",Termina como un anciano con el mismo conocimiento del mismo Dios, solo que ahora aprehendido en una forma que ha ganado majestad desde los a�os fugaces, como "El que es desde el principio".

"No es necesario dejar la Palabra escuchada hace mucho tiempo para obtener novedades. Se abrir� a nuevas profundidades y resplandecer� con un nuevo resplandor a medida que los hombres crezcan. Dar� nuevas respuestas a medida que los a�os planteen nuevas preguntas. Cada �poca de la experiencia individual, y cada fase de la sociedad, y todas las formas cambiantes de opini�n encontrar�n lo que los encuentra en el evangelio como lo es en Jes�s. Es bueno que los hombres cristianos recuerden a menudo los comienzos de su fe, para vivir de nuevo su emociones tempranas, y cuando pueden estar aturdidos por el estruendo de la controversia, y confundidos en cuanto a la importancia relativa de las diferentes partes de la verdad cristiana, recordar qu� fue lo que primero llen� su coraz�n de gozo como el del buscador de un secreto oculto. tesoro, y con qu� salto de alegr�a se asieron por primera vez de Cristo.

Esa disciplina espiritual no es menos necesaria que la intelectual para afrontar los conflictos de este d�a. Una vez m�s, este evangelio estaba llenando el mundo: "est� en todo el mundo dando fruto y creciendo". Hay dos marcas de vida: es fruct�fera y se propaga. Por supuesto, estas palabras no deben interpretarse como si aparecieran en una tabla estad�stica. "Todo el mundo" debe tomarse con un margen para la declaraci�n ret�rica; pero al hacer esa concesi�n, la r�pida propagaci�n del cristianismo en la �poca de Pablo y su poder para influir en el car�cter y la conducta de todo tipo y condici�n de hombres, eran hechos que deb�an tenerse en cuenta, si el evangelio no era verdadero.

Ese es sin duda un hecho digno de menci�n, y uno que bien puede suscitar una presunci�n a favor de la verdad del mensaje, y hacer que cualquier propuesta de dejarlo de lado por otro evangelio sea un asunto serio. Pablo no est� sugiriendo el argumento vulgar de que algo debe ser verdad porque mucha gente lo ha cre�do tan r�pidamente. Pero lo que �l est� se�alando es un pensamiento mucho m�s profundo que eso. Todos los cismas y herej�as son esencialmente locales y parciales.

Se adaptan a camarillas y clases. Son el producto de circunstancias especiales que act�an sobre mentalidades especiales y apelan a ellas. Al igual que las plantas par�sitas, cada una de ellas requiere de una determinada especie para crecer y no puede extenderse donde no se encuentran. No son para todos los tiempos, sino para una �poca. No son para todos los hombres, sino para unos pocos elegidos. Reflejan las opiniones o deseos de una capa de la sociedad o de una generaci�n y se desvanecen.

Pero el evangelio recorre el mundo y atrae a los hombres de todas las tierras y �pocas. Las golosinas y los dulces son para unos pocos, y muchos de ellos son como aceitunas en escabeche para paladares poco sofisticados, y los manjares de un pa�s son las abominaciones de otro; pero a todo el mundo le gusta el pan y vive de �l, despu�s de todo.

El evangelio que habla de Cristo es de todos y puede tocar a todos, porque hace a un lado las diferencias superficiales de cultura y posici�n, y va directo a las profundidades del �nico coraz�n humano, que es igual en todos nosotros, abordando el sentido universal del pecado. y revelando al Salvador de todos nosotros, y en �l al Padre universal. No desechar un evangelio que es de todos y que puede dar fruto en todo tipo de personas, por aceptar lo que nunca podr� vivir en el coraz�n popular, ni influir m�s que un pu�ado de personas muy selectas y "superiores". " Quien quiera comer los manjares, te quedes con el pan de trigo sano.

Otro llamado a la adhesi�n al evangelio se basa en su fecundidad continua y universal. Produce resultados en la conducta y el car�cter que atestiguan firmemente su afirmaci�n de ser de Dios. �sta es una prueba aproximada y lista, sin duda, pero sensata y satisfactoria. Un sistema que dice que har� a los hombres buenos y puros es razonablemente juzgado por sus frutos, y el cristianismo puede resistir la prueba.

Cambi� la faz del viejo mundo. Ha sido el principal agente del lento crecimiento de "modales m�s nobles, leyes m�s puras" que dan el sello caracter�stico a las naciones modernas en contraste con las precristianas. Las tres abominaciones del viejo mundo �la esclavitud, la guerra y la degradaci�n de la mujer� han sido todas modificadas, una de ellas abolida y las otras cada vez m�s consideradas totalmente anticristianas.

El principal agente del cambio ha sido el evangelio. Tambi�n ha obrado maravillas en almas individuales; y aunque todos los cristianos deben ser demasiado conscientes de sus propias imperfecciones para aventurarse a presentarse como ejemplos de su poder, el evangelio de Jesucristo ha levantado a los hombres. los estercoleros del pecado y del yo para "ponerlos con pr�ncipes", para convertirlos en reyes y sacerdotes; ha domesticado pasiones, ennoblecido prop�sitos, revolucionado el curso completo de muchas vidas, y obra poderosamente hoy de la misma manera, en la medida en que nos sometemos a su influencia.

Nuestras imperfecciones son nuestras; nuestro bien es su. No se demuestra que un medicamento sea impotente, aunque no hace tanto como se afirma, si el enfermo lo ha tomado irregularmente y con moderaci�n. El fracaso del cristianismo en dar pleno fruto surge �nicamente del fracaso de los cristianos profesos en permitir que sus poderes vivificadores llenen sus corazones. Despu�s de todas las deducciones, todav�a podemos decir con Pablo, "da fruto en todo el mundo". Esta vara ha brotado, en todo caso; �Alguno de los bastones de sus antagonistas ha hecho lo mismo? No lo deseche, dice Paul, hasta que est� seguro de haber encontrado uno mejor.

Este �rbol no solo da frutos, sino que crece. No se agota dando frutos, pero tambi�n produce madera. Est� "aumentando" as� como "dando fruto", y ese crecimiento en el circuito de sus ramas que se extienden por el mundo, es otro de sus reclamos sobre la fiel adhesi�n de los colosenses. Nuevamente, han escuchado un evangelio que revela la "verdadera gracia de Dios", y esa es otra consideraci�n que insta a la perseverancia.

En oposici�n a ella se pusieron entonces, como se dice hoy, los pensamientos y las exigencias del hombre, una sabidur�a humana y un c�digo oneroso. Las especulaciones y los argumentos, por un lado, y las leyes y los rituales, por el otro, parecen insignificantes al lado del gran don gratuito de un Dios amoroso y el mensaje que lo narra. No son m�s que cosas pobres y huesudas con las que intentar vivir. El alma quiere algo m�s nutritivo que ese pan hecho con aserr�n.

Queremos un Dios amoroso en quien vivir, a quien podamos amar porque �l nos ama. �Nos dar� eso algo que no sea el evangelio? �Ser� algo nuestro apoyo, en toda debilidad, cansancio, dolor y pecado, en la lucha de la vida y la agon�a de la muerte, excepto la confianza de que en Cristo "conocemos la gracia de Dios en verdad"? Entonces, si reunimos todas estas caracter�sticas del evangelio, ponen de manifiesto la gravedad del problema cuando se nos pide que lo manipulemos, o que abandonemos la l�mpara vieja por las nuevas que muchas voces ansiosas proclaman como la luz. del futuro.

�Que cualquiera de nosotros que estamos al borde del precipicio nos hagamos caso de estos serios pensamientos! A ese evangelio le debemos nuestra paz; s�lo por ella se puede formar y madurar el fruto de vidas elevadas y devotas; ha llenado el mundo con su sonido y est� revolucionando a la humanidad; ella y s�lo trae a los hombres la buena noticia y el don real del amor y la misericordia de Dios. No es poca cosa deshacerse de todo esto.

No prejuzgamos la cuesti�n de la verdad del cristianismo; pero, en todo caso, que no haya ning�n error en cuanto al hecho de que renunciar a �l es renunciar al poder m�s poderoso que jam�s haya obrado para el bien del mundo, y que si su luz se apaga, habr� tinieblas que pueden desaparecer. Sentido, no disipado, pero hecho m�s triste y l�gubre por los parpadeos ineficaces de unas pobres farolas que los hombres han encendido, que vacilan y brillan tenuemente sobre un peque�o espacio durante un rato, y luego se apagan.

III. Contamos con el respaldo apost�lico de Epafras, el primer maestro de los cristianos colosenses. Pablo se�ala a sus hermanos colosenses, finalmente, las lecciones que hab�an recibido del maestro que los hab�a conducido primero a Cristo. Sin duda, su autoridad estaba en peligro por las nuevas direcciones de pensamiento en la Iglesia, y Pablo deseaba agregar el peso de su testimonio a la completa correspondencia entre su propia ense�anza y la de Epafras.

No sabemos nada de este Epafras excepto de esta carta y la de Filem�n. �l es "uno de ustedes", un miembro de la Iglesia de Colosenses, Colosenses 4:12 ya sea nacido en Colosenses o no. Hab�a ido al prisionero en Roma y le hab�a tra�do las noticias de su condici�n que llenaron el coraz�n del Ap�stol con sentimientos extra�amente mezclados: de alegr�a por su amor y andar cristiano Colosenses 1:4 , Colosenses 1:8 , y de ansiedad por temor a que Deber�a ser barrido de su firmeza por los errores que escuch� que los asaltaban.

Epafras comparti� esta ansiedad, y durante su estad�a en Roma estuvo mucho en pensamiento, cuidado y oraci�n por ellos. Colosenses 4:12 No parece haber sido el portador de esta carta a Colosas. En cierto sentido, era consiervo de Pablo, y en Filem�n se le llama por el nombre a�n m�s �ntimo, aunque algo oscuro, de su compa�ero de prisi�n.

Es notable que �l solo de todos los compa�eros de Pablo recibe el nombre de "consiervo", lo que tal vez pueda indicar alg�n servicio muy especial suyo, o tal vez sea solo un ejemplo de la cort�s humildad de Pablo, que siempre se deleit� en levantar. otros a su propio nivel, como si hubiera dicho: No hagas diferencias entre tu propio Epaphras y yo, ambos somos esclavos de un Maestro. El testimonio adicional que le da Pablo es tan enf�tico y puntual que sugiere que estaba destinado a defender una autoridad que hab�a sido atacada y a elogiar a un personaje que hab�a sido difamado.

"Es un fiel ministro de Cristo en nuestro nombre". En estas palabras el Ap�stol respalda su ense�anza, como una verdadera representaci�n de la suya. Probablemente Epafras fund� la Iglesia Colosense y lo hizo en cumplimiento de una comisi�n que le dio Pablo. �l "tambi�n nos declar� tu amor en el Esp�ritu". As� como verdaderamente hab�a representado a Pablo y su mensaje para ellos, tambi�n los represent� con amor a ellos y su afecto bondadoso hacia �l.

Probablemente las mismas personas que cuestionaron la versi�n de Epafras de las ense�anzas de Pablo sospechar�an lo favorable de su informe sobre la Iglesia de Colosenses, y de ah� el doble testimonio del generoso coraz�n del Ap�stol sobre ambas partes de la obra de su hermano. Su alabanza incondicional est� siempre lista. Su escudo se lanza r�pidamente sobre cualquiera de sus ayudantes que son difamados o atacados. Nunca un l�der fue m�s fiel a sus subordinados, m�s tierno de su reputaci�n, m�s ansioso por aumentar su influencia y m�s libre de todo rastro de celos, que esa Alma elevada y humilde.

Es una imagen hermosa, aunque tenue, la que nos brilla a partir de estos fragmentarios avisos de este Epafras colosense, un verdadero obispo cristiano, que hab�a recorrido todo el camino desde su tranquilo valle en las profundidades de Asia Menor, para obtener orientaci�n sobre su vida. reba�o del gran Ap�stol, y qui�n los pari�. en su coraz�n d�a y noche, y oraba mucho por ellos, estando tan lejos de ellos. �Qu� extra�a la fortuna que ha hecho inmortales su nombre y sus anhelos y oraciones! �Qu� poco so�aba que se le diera tal embalsamamiento a sus peque�os servicios, y que fueran coronados con tan exuberantes elogios!

La obra m�s peque�a realizada por Jesucristo dura para siempre, ya sea que permanezca en la memoria de los hombres o no. Vivamos siempre como aquellos que, como los pintores de frescos, tienen con mano r�pida para trazar l�neas y aplicar colores que nunca se desvanecer�n, y dej�monos, por una fe humilde y una vida santa, ganarnos tal car�cter del Maestro de Pablo. Se alegra de alabar, y la alabanza de sus labios es verdadera alabanza. Si nos aprueba como siervos fieles en su nombre, no importa lo que digan los dem�s. El "Bien hecho" del Maestro superar� los trabajos y fatigas, y las lenguas despreciativas de sus compa�eros de servicio o de los enemigos del Maestro.

Versículos 9-12

Cap�tulo 1

EL ORADOR

Colosenses 1:9 (RV)

Tenemos que ocuparnos de una de las oraciones de Pablo por sus hermanos. En algunos aspectos, estos son los pin�culos m�s altos de sus letras. En ning�n otro lugar su esp�ritu se mueve con tanta libertad, en ning�n otro lugar se muestra con m�s emoci�n el fervor de su piedad y la hermosa sencillez y profundidad de su amor. La libertad y la cordialidad de nuestras oraciones por los dem�s son una prueba muy aguda tanto de nuestra piedad hacia Dios como de nuestro amor por los hombres.

Mucha gente puede hablar y prometer a quienes les resultar�a dif�cil orar. Las oraciones de intercesi�n de Pablo son el punto culminante de las ep�stolas en las que ocurren. Debe haber sido un buen hombre y un verdadero amigo de quien tanto se puede decir. Esta oraci�n expone el ideal del car�cter cristiano. Lo que Pablo deseaba para sus amigos en Colosas es lo que todos los verdaderos corazones cristianos deber�an desear principalmente para aquellos a quienes aman, y deber�an esforzarse y pedir por s� mismos.

Si miramos detenidamente estas palabras, veremos una clara divisi�n en partes que est�n relacionadas entre s� como ra�z, tallo y cuatro ramas, o como fuente, arroyo indiviso y "cuatro cabezas" en las que este "r�o" de Christian la vida "est� dividida". Estar lleno del conocimiento de la voluntad de Dios es la ra�z o fuente fuente de todo. De ella proviene un caminar digno del Se�or para todo agrado, siendo la vida pr�ctica el resultado y la expresi�n de la posesi�n interior de la voluntad de Dios.

Luego tenemos cuatro cl�usulas, evidentemente coordinadas, cada una comenzando con un participio, y juntas presentando un an�lisis de este digno caminar. Ser� fruct�fero en todo el trabajo exterior. Estar� creciendo en todo conocimiento interno de Dios. Debido a que la vida no es todo hacer y saber, sino que tambi�n es sufrimiento, el caminar digno debe ser paciente y sufrido, porque est� fortalecido por Dios mismo. Y para coronar todo, por encima del trabajo, el conocimiento y el sufrimiento, debe ser el agradecimiento al Padre.

Debemos dejar para una consideraci�n futura la magn�fica concentraci�n de los motivos de gratitud que sigue, y hacer una pausa, aunque abruptamente, pero no il�gicamente, al final de la enumeraci�n de estas cuatro ramas del �rbol, los cuatro lados de la firme torre. de la verdadera vida cristiana.

I. Considere la Fuente o Ra�z de todo car�cter cristiano:

"para que se�is llenos del conocimiento de su voluntad con toda sabidur�a e inteligencia espirituales".

Puede ser deseable una o dos observaciones en forma de exposici�n verbal. En general, lo que se desea es el perfeccionamiento de los colosenses en el conocimiento religioso, y la perfecci�n se expresa a la fuerza en tres aspectos diferentes. La idea de estar completos hasta la altura de su capacidad se da en la oraci�n para que puedan ser "llenos", como una jarra cargada con agua con gas hasta el borde.

El grado avanzado del conocimiento deseado para ellos se da en la palabra aqu� empleada, que es una de las favoritas en las Ep�stolas del Cautiverio, y significa conocimiento adicional o maduro, esa comprensi�n m�s profunda de la verdad de Dios que quiz�s se hab�a vuelto m�s obvia para Pablo en el tranquilo crecimiento de su esp�ritu durante su vida en Roma. Y la rica variedad de formas que asumir�a ese conocimiento avanzado se establece en las palabras finales de la cl�usula, que pueden estar conectadas con sus primeras palabras, lo que significa "lleno de modo que abund�is en sabidur�a y entendimiento"; o con "el conocimiento de Su voluntad", es decir, un "conocimiento que se manifiesta en.

"Ese conocimiento florecer� en todo tipo de" sabidur�a "y" comprensi�n ", dos palabras que es dif�cil de distinguir, pero de las cuales la primera es quiz�s la m�s general y la segunda la m�s especial, la primera la m�s te�rica y el �ltimo, el m�s pr�ctico, y ambos son obra del Esp�ritu Divino, cuya perfecci�n s�ptuple de dones ilumina con luz perfecta cada coraz�n que espera.

Tan perfecto, ya sea en su medida, su madurez o su multiplicidad, es el conocimiento de la voluntad de Dios, que el Ap�stol considera como el bien m�s profundo que su amor puede pedir para estos colosenses. Pasando por muchos pensamientos sugeridos por las palabras, podemos tocar uno o dos grandes principios que involucran. La primera es que el fundamento de todo el car�cter y la conducta cristianos se establece en el conocimiento de la voluntad de Dios.

Toda revelaci�n de Dios es una ley. Lo que nos interesa saber no es la verdad abstracta, ni una revelaci�n para el pensamiento especulativo, sino la voluntad de Dios. No se nos muestra s�lo para que sepamos, sino para que, conociendo, podamos hacer y, lo que es m�s que saber o hacer, para que podamos ser. Ninguna revelaci�n de Dios ha cumplido su prop�sito cuando un hombre simplemente la ha entendido, pero cada fragmentario destello de luz que proviene de �l en la naturaleza y la providencia, y a�n m�s el resplandor constante que emana de Jes�s, tiene el prop�sito de ense�arnos c�mo podemos Deber�amos pensar en Dios, pero hacerlo principalmente como un medio para el fin de que podamos vivir de conformidad con Su voluntad. La luz es conocimiento, pero es una luz para guiar nuestros pies, conocimiento que est� destinado a moldear la pr�ctica.

Si eso se hubiera recordado, se habr�an evitado dos errores opuestos. El error que amenazaba a la Iglesia de Colosas, y que ha perseguido a la Iglesia en general desde entonces, fue el de imaginar que el cristianismo es simplemente un sistema de verdad para creer, un esqueleto vibrante de dogmas abstractos, much�simos y muy secos. Una heterodoxia poco pr�ctica era su peligro. Una ortodoxia poco pr�ctica es un peligro tan real.

Puedes tragarte todos los credos corporalmente, incluso puedes encontrar en la verdad de Dios el alimento de un sentimiento muy dulce y real: pero ni saber ni sentir es suficiente. La �nica pregunta importante para nosotros es: �funciona nuestro cristianismo? �Es el conocimiento de Su voluntad, que se convierte en una fuerza siempre activa en nuestras vidas! Cualquier otro tipo de conocimiento religioso es comida ventosa; como dice Pablo, "se envanece"; el conocimiento que alimenta el alma con alimento sano es el conocimiento de Su voluntad.

El error inverso al del conocimiento poco pr�ctico, al de una pr�ctica poco inteligente, es igualmente malo. Siempre hay una clase de personas, y son inusualmente numerosas hoy en d�a, que profesan no dar importancia a las doctrinas cristianas, sino que ponen todo el �nfasis en la moral cristiana. Juran por el "Serm�n de la Monta�a" y est�n ciegos a la base doctrinal profunda que se encuentra en ese "serm�n" en s� mismo, sobre el cual se construye su elevada ense�anza moral.

Lo que Dios junt�, nadie lo separe. �Por qu� enfrentar al padre con el hijo? �Por qu� arrancar la flor de su tallo? El conocimiento es s�lido cuando moldea la conducta. La acci�n es buena cuando se basa en el conocimiento. El conocimiento de Dios es saludable cuando moldea la vida. La moral tiene una base que la hace vigorosa y permanente cuando se apoya en el conocimiento de su voluntad.

Nuevamente: el progreso en el conocimiento es la ley de la vida cristiana. Debe haber un avance continuo en la comprensi�n de la voluntad de Dios, desde ese primer destello que salva, hasta el conocimiento maduro que Pablo desea aqu� para sus amigos. El progreso no consiste en dejar atr�s viejas verdades, sino en una concepci�n m�s profunda de lo que contienen estas verdades. �Cu�n diferente es un fiyiano que acaba de ser salvo, y un Pablo en la tierra, o un Pablo en el cielo, mira ese vers�culo, "tanto am� Dios al mundo que dio a su Hijo unig�nito"! Las verdades que son tenues para uno, como estrellas vistas a trav�s de la niebla, resplandecen para el otro como las mismas estrellas para un ojo que ha viajado millones de leguas m�s cerca de ellas, y las ve como soles.

La ley de la vida cristiana es el continuo aumento del conocimiento de las profundidades que se encuentran en las antiguas verdades y de sus amplias aplicaciones. Debemos crecer en el conocimiento de Cristo acerc�ndonos cada vez m�s a �l y aprendiendo m�s del significado infinito de nuestra primera lecci�n de que �l es el Hijo de Dios que muri� por nosotros. Las constelaciones que arden en nuestro cielo nocturno miraban a los astr�nomos caldeos, pero aunque son iguales, �cu�nto m�s se sabe sobre ellas en Greenwich de lo que se so�� en Babilonia!

II. Considere el r�o o el tronco de la conducta cristiana.

El prop�sito y resultado de este pleno conocimiento de la voluntad de Dios en Cristo es "andar dignamente del Se�or para todo agrado". Por "caminar" se entiende, por supuesto, toda la vida activa; de modo que el principio se pone de manifiesto aqu�, muy claramente, que el �ltimo resultado del conocimiento de la voluntad divina es una vida exterior regulada por esa voluntad. Y la clase de vida a la que conduce tal conocimiento se designa en t�rminos m�s generales como "digna del Se�or para todo agrado", en la que hemos expuesto dos aspectos de la verdadera vida cristiana.

"�Digno del Se�or!" El "Se�or" aqu�, como generalmente, es Cristo, y "dignamente" parece significar, de una manera que corresponde a lo que: Cristo es para nosotros y ha hecho por nosotros. Encontramos otras formas del mismo pensamiento en expresiones tales como "dignos de la vocaci�n con que sois llamados", Efesios 4:1 "dignos de los santos", Romanos 16:2 "dignos del evangelio," Filipenses 1:27 "dignamente de Dios ", 1 Tesalonicenses 2:12 en todo lo cual existe la idea de una norma a la que debe conformarse la vida pr�ctica. As�, el Ap�stol condensa en una palabra todas las m�ltiples relaciones en las que nos encontramos con Cristo, y todos los m�ltiples argumentos a favor de una vida santa que dan.

Estos son principalmente dos. El cristiano debe "caminar" de una manera que corresponda a lo que Cristo ha hecho por �l. "�As� pag�is al Se�or, pueblo necio e insensato?" Fue la pregunta triste y asombrosa del moribundo Mois�s a su pueblo, mientras resum�a la historia de ternura y amor ininterrumpidos por un lado, y de deslealtad casi ininterrumpida por el otro. �Cu�nto m�s pat�tica y enf�ticamente se nos podr�a hacer la pregunta! Decimos que no somos nuestros, sino comprados por un precio.

Entonces, �c�mo reembolsamos esa costosa compra? �No retribuimos su sangre y sus l�grimas, su amor insaciable e inalterable, con un poco de amor tibio, que guarda rencor a los sacrificios y apenas tiene poder para influir en la conducta, con un poco de fe temblorosa que se corresponde mal con sus firmes promesas, con un poca obediencia reacia? El tesoro m�s rico del cielo ha sido prodigado para nosotros, y devolvemos un gasto moderado de nuestro coraz�n y de nosotros mismos, devolviendo el oro fino con cobre deslustrado, y el torrente de amor del coraz�n de Cristo con unas pocas gotas mezquinas exprimidas a rega�adientes de las nuestras. .

Nada que no sea la entrega total, la obediencia perfecta y el amor inquebrantable e inquebrantable pueden caracterizar el caminar que corresponde con nuestras profundas obligaciones para con �l. Seguramente no puede haber cuerda m�s fuerte con la que atarnos como sacrificios a los cuernos del altar que las cuerdas del amor. �sta es la gloria y el poder �nicos de la �tica cristiana, que aporta este tierno elemento personal para transmutar la frialdad del deber en la calidez de la gratitud, arrojando as� una luz rosada sobre las cumbres nevadas de la virtud abstracta.

Los deberes repugnantes se convierten en muestras de amor, por m�s placenteros que sean todos los sacrificios hechos a su voluntad. El verdadero esp�ritu cristiano dice: Te has entregado completamente por m�: ay�dame a entregarme a Ti. T� me has amado perfectamente: ay�dame a amarte con todo mi coraz�n.

El otro lado de esta concepci�n de un caminar digno es que el cristiano debe actuar de una manera que corresponda al car�cter y la conducta de Cristo. Profesamos ser Suyos por los lazos m�s santos: entonces deber�amos poner nuestros relojes en ese dial, ser conforme a Su semejanza, y en toda nuestra vida diaria tratar de hacer lo que �l ha hecho, o como creemos que �l har�a si estuviera en nuestro lugar. Nada menos que el esfuerzo por seguir Sus huellas es un caminar digno del Se�or.

Toda diferencia con Su modelo es una deshonra para �l y para nosotros mismos. No es digno del Se�or, ni de la vocaci�n con que somos llamados, ni del nombre de los santos. Solo cuando estas dos cosas se produzcan en mi experiencia: cuando el resplandor de Su amor derrite mi coraz�n y lo hace fluir hacia abajo en respuesta de afecto, y cuando la belleza de Su vida perfecta est� siempre ante m�, y aunque est� muy por encima de m�. , no es una desesperaci�n, sino un est�mulo y una esperanza, s�lo entonces "camino digno del Se�or".

Otro pensamiento en cuanto a la naturaleza de la vida en la que debe surgir el conocimiento de la voluntad divina, se expresa en la otra cl�usula: "para agradar a todos", que establece que el gran objetivo es agradar a Cristo en todo. �se es un prop�sito extra�o para proponer a los hombres, como el fin supremo que siempre debe tenerse en cuenta, satisfacer a Jesucristo con su conducta. Para hacer la buena opini�n de los hombres nuestro objetivo es ser esclavos; pero agradar a este Hombre nos ennoblece y exalta la vida.

�Qui�n o qu� es Aquel cuyo juicio sobre nosotros es tan importante, cuya aprobaci�n es ciertamente alabanza, y cuya sonrisa es un objeto digno para el cual usar la vida, o incluso perderla? Debemos preguntarnos: �Nuestro objetivo siempre presente es satisfacer a Jesucristo? No debemos preocuparnos por la aprobaci�n de otras personas. Podemos prescindir de eso. No debemos perseguir la buena palabra de nuestros semejantes.

Toda vida en la que entra ese anhelo de alabanza y buena opini�n del hombre se ve empa�ada por ella. Es un cancro, una lepra progresiva, que devora sinceridad, nobleza y fuerza al hombre. No nos preocupemos de arreglar nuestras velas para atrapar los vientos cambiantes del favor y elogio de este o aquel hombre, sino que miremos m�s alto y digamos: "Para m� es un asunto muy peque�o ser juzgado por el juicio del hombre". "Apelo al C�sar.

"�l, el verdadero Comandante y Emperador, tiene nuestro destino en Sus manos; tenemos que complacerlo a �l y solo a �l. No hay pensamiento que reduzca tanto la importancia del parloteo que nos rodea, y nos ense�e un desprecio tan valiente y saludable por el aplauso popular, y toda la contienda de lenguas, como el h�bito constante de tratar de actuar como siempre ante los ojos de nuestro gran Capataz. �Qu� importa qui�n alabe, si frunce el ce�o, o qui�n reprocha, si su rostro se ilumina con una sonrisa? Ning�n pensamiento nos estimular� tanto a la diligencia y har� que toda la vida sea tan solemne y grandiosa como el pensamiento de que "trabajamos, para que, presentes o ausentes, podamos agradarle". Nada tensar� tanto los m�sculos para la lucha, y l�branos de enredarnos con las cosas de esta vida, como la ambici�n de "agradar a Aquel que nos ha llamado a ser soldados".

Los hombres han desperdiciado voluntariamente sus vidas por un par de l�neas de elogio en un despacho, o por una sonrisa de alg�n gran comandante. Intentemos vivir y morir para obtener una "menci�n de honor" de nuestro capit�n. La alabanza de sus labios es verdadera alabanza. No sabremos cu�nto vale, hasta que la sonrisa ilumine Su rostro, y el amor entre en Sus ojos, mientras nos mira y dice: "�Bien hecho! Buen siervo y fiel".

III. Por �ltimo, tenemos las cuatro corrientes o ramas en las que se divide esta concepci�n general del car�cter cristiano.

Aqu� hay cuatro cl�usulas de participaci�n, que parecen estar todas en un nivel y presentar un an�lisis con m�s detalle de las partes componentes de este digno paseo. En t�rminos generales se divide en fecundidad en el trabajo, aumento en el conocimiento, fuerza para el sufrimiento y, como colof�n de todo, agradecimiento.

El primer elemento es: "dar fruto en toda buena obra". Estas palabras nos remontan a lo que se dijo en Colosenses 1:6 acerca de la fecundidad del evangelio. Aqu� el hombre en quien se planta esa palabra es considerado como el productor del fruto, por la misma transici�n natural por la cual, en la Par�bola del Sembrador de nuestro Se�or, los hombres en cuyos corazones se sembr� la semilla son referidos como ellos mismos en el por un lado, no lleva ning�n fruto a la perfecci�n, y por el otro, da fruto con paciencia.

El caminar digno se manifestar� primero en la producci�n de una rica variedad de formas de bondad. Todo conocimiento profundo de Dios, y todos los pensamientos elevados de imitar y agradar a Cristo, deben ser finalmente probados por su poder para hacer buenos a los hombres, y eso no seg�n ning�n tipo mon�tono, ni en un solo lado de su naturaleza.

Un principio claro impl�cito aqu� es que el �nico fruto verdadero es la bondad. Podemos estar ocupados, como muchos hombres en nuestras grandes ciudades comerciales lo est�n, desde el lunes por la ma�ana hasta el s�bado por la noche durante una larga vida, y es posible que hayamos tenido que construir graneros m�s grandes para nuestras "frutas y nuestros bienes", y sin embargo, en el alto y solemne significado de la palabra aqu�, nuestra vida puede ser completamente vac�a e infructuosa. Gran parte de nuestro trabajo y de sus resultados no es m�s fruto que las agallas de las hojas del roble.

Son una hinchaz�n por un pinchazo hecho por un insecto, un signo de enfermedad, no de vida. El �nico tipo de trabajo que puede llamarse fruto, en el sentido m�s elevado de la palabra, es el que corresponde a toda la naturaleza y las relaciones de un hombre; y la �nica obra que corresponde a eso es una vida de servicio amoroso a Dios, que cultiva todas las cosas amables y de buen nombre. La bondad, por lo tanto, solo merece ser llamada fruto; como en el resto de nuestras ocupadas vidas, ellos y sus afanes son como la paja desarraigada y sin vida que cada r�faga saca de la era.

Una vida que no tiene santidad y obediencia amorosa, por muy productiva que sea en los aspectos inferiores, est� en la realidad m�s arruinada y est�ril, y est� "pr�xima a arder". La bondad es fruto; todo lo dem�s no es m�s que hojas.

Una vez m�s: la vida cristiana debe ser "fruct�fera en toda buena obra". Este �rbol debe ser as� en la visi�n apocal�ptica, que "dio doce tipos de frutos", dando cada mes un tipo diferente. Por lo tanto, debemos llenar todo el circuito del a�o con diversas santidades y tratar de hacer nuestras formas de bondad muy diferentes. Tenemos ciertos tipos de excelencia que son m�s naturales y m�s f�ciles para nosotros que otros.

Debemos buscar cultivar el tipo que nos resulte m�s dif�cil. La planta espinosa de nuestro propio car�cter debe producir no s�lo uvas, sino tambi�n higos y aceitunas tambi�n, injertados en el verdadero olivo, que es Cristo. Apuntemos a esta virtud redonda y multiforme, y no seamos como un escenario para un escenario, todo alegre y brillante por un lado, y lienzos sucios y camillas colgadas de telara�as por el otro.

El segundo elemento en el an�lisis de la verdadera vida cristiana es "aumentar en el conocimiento de Dios". La figura del �rbol probablemente se contin�a aqu�. Si da fruto, su circunferencia aumentar�, sus ramas se extender�n, su copa se montar� y el a�o que viene su sombra sobre la hierba cubrir� un c�rculo m�s grande. Algunos tomar�an el "conocimiento" aqu� como el instrumento o medio de crecimiento, y har�an "aumentar por el conocimiento de Dios", suponiendo que el conocimiento se representa como la lluvia o el sol que ministra el crecimiento de la planta.

Pero tal vez sea mejor ce�irse a la idea transmitida por la traducci�n com�n, que considera las palabras "en el conocimiento" como la especificaci�n de esa regi�n en la que debe realizarse el crecimiento ordenado. As� que aqu� tenemos lo contrario de la relaci�n entre trabajo y conocimiento que encontramos en la parte anterior del cap�tulo. All�, el conocimiento llev� a un caminar digno; aqu�, la fecundidad en las buenas obras conduce, o en todo caso va acompa�ada de, un mayor conocimiento.

Y ambos son ciertos. Estos dos trabajan el uno en el otro en un aumento rec�proco. Todo conocimiento verdadero que no sea meras nociones vac�as tiende naturalmente a influir en la acci�n, y toda acci�n verdadera tiende naturalmente a confirmar el conocimiento del que procede. La obediencia da una idea: "Si alguno quiere hacer mi voluntad, conocer� la doctrina". Si soy fiel hasta los l�mites de mi conocimiento actual, y lo he aplicado todo para influir en el car�cter y la conducta, descubrir� que, en el esfuerzo por hacer de cada uno de mis pensamientos un acto, han ca�do de mis ojos como si fueran escamas. , y veo claramente algunas cosas que antes eran d�biles y dudosas.

La verdad moral se vuelve oscura para un hombre malo. La verdad religiosa se vuelve brillante hasta convertirse en buena, y quien se esfuerce por llevar todo su credo a la pr�ctica, y toda su pr�ctica bajo la gu�a de su credo, encontrar� que el camino de la obediencia es el camino de la luz creciente.

Luego viene el tercer elemento en esta resoluci�n del car�cter cristiano en sus partes - "fortalecidos con todo poder, seg�n el poder de su gloria, con toda paciencia y longanimidad con gozo". Saber y hacer no son la totalidad de la vida: tambi�n hay dolor y sufrimiento.

Aqu� tenemos nuevamente el "todos" favorito del Ap�stol, que ocurre con tanta frecuencia a este respecto. Como deseaba para los colosenses toda sabidur�a, para todo agrado, y fruto en toda buena obra, as� ora pidiendo todo poder para fortalecerlos. Toda clase de fuerza que Dios puede dar y el hombre puede recibir, debe ser buscada por nosotros, para que podamos estar "ce�idos con fuerza", arrojados como un muro de bronce alrededor de nuestra debilidad humana.

Y ese poder Divino debe fluir dentro de nosotros, teniendo esto como medida y l�mite: "el poder de Su gloria". Su "gloria" es la luz brillante de Su autorrevelaci�n; y la energ�a destellante revelada en esa automanifestaci�n es la medida inconmensurable de la fuerza que puede ser nuestra. Es cierto que un carro de naturaleza finita nunca contiene el infinito, pero la naturaleza finita del hombre es capaz de expansi�n indefinida.

Sus paredes el�sticas se estiran para contener el don creciente. Cuanto m�s deseamos, m�s recibimos, y cuanto m�s recibimos, m�s podemos recibir. La cantidad que llen� nuestros corazones hoy no deber�a llenarlos ma�ana. Nuestra capacidad es en cada momento el l�mite de trabajo de la medida de la fuerza que se nos ha dado. Pero siempre est� cambiando y puede estar aumentando continuamente. El �nico l�mite real es "el poder de su gloria", la omnipotencia ilimitada del Dios que se revela a s� mismo. A eso podemos acercarnos indefinidamente, y hasta que hayamos agotado a Dios no hemos llegado al punto m�s lejano al que debemos aspirar.

�Y qu� exaltada misi�n est� destinada a esta maravillosa fuerza comunicada? Nada que el mundo considere genial: solo ayudar a una viuda solitaria a mantener la paciencia de su coraz�n y arrojar un destello de brillo, como el amanecer en un mar tempestuoso, sobre una vida sacudida por la tempestad. La fuerza se emplea y se absorbe dignamente para producir "toda paciencia y longanimidad con gozo". Una vez m�s, el favorito "todos" expresa la universalidad de la paciencia y la longanimidad.

La paciencia aqu� no es simplemente una resistencia pasiva. Incluye la idea de perseverancia en el camino correcto, as� como la de soportar el mal sin quejarse. Es la "direcci�n hacia adelante", sin vacilar ni un �pice de coraz�n o esperanza; el temperamento del viajero que lucha hacia adelante, aunque el viento en su rostro le roc�a el aguanieve en los ojos, y tiene que atravesar la nieve profunda. Mientras que la "paciencia" considera el mal principalmente como enviado por Dios, y como lo que dificulta la carrera que tenemos ante nosotros, la "paciencia" describe el temperamento bajo el sufrimiento cuando se considera como un agravio o da�o causado por el hombre.

Y ya sea que pensemos en nuestras aflicciones de una manera u otra, la fuerza de Dios se infiltrar� en nuestro coraz�n, si queremos, no solo para ayudarnos a soportarlas con perseverancia y mansedumbre tan serena como la de Cristo, sino para coronar ambas gracias. -como las nubes a veces est�n bordeadas de oro centelleante- con una gran luz de alegr�a. Ese es el logro m�s elevado de todos. "Triste, pero siempre gozoso.

"Flores bajo la nieve, canciones en la noche, fuego ardiendo bajo el agua," paz que subsiste en el coraz�n de la agitaci�n sin fin ", aires frescos en el mismo cr�ter del Vesubio: todas estas paradojas pueden ser superadas en nuestro coraz�n si se fortalecen. con todas las fuerzas por un Cristo que mora en nosotros.

La corona de todo, el �ltimo de los elementos del car�cter cristiano, es el agradecimiento: "dar gracias al Padre". Esta es la cumbre de todos; y se difundir� por todos. Toda nuestra progresiva fecundidad y perspicacia, as� como nuestra perseverancia y mansedumbre inquebrantable en el sufrimiento, deben respirar un soplo de agradecimiento a trav�s de ellos. Veremos la gran enumeraci�n de las razones del agradecimiento en los pr�ximos vers�culos.

Aqu� nos detenemos por el presente, con este constituyente final de la vida que Pablo deseaba para los cristianos colosenses. El agradecimiento debe mezclarse con todos nuestros pensamientos y sentimientos, como la fragancia de alg�n perfume que penetra en el aire com�n sin olor. Deber�a abarcar todos los eventos. Debe ser un motivo operativo en todas las acciones. Debemos tener una visi�n clara y creer lo suficiente como para estar agradecidos por el dolor, la decepci�n y la p�rdida.

Esa gratitud agregar� la consagraci�n suprema al servicio, el conocimiento y la perseverancia. Tocar� nuestros esp�ritus hasta lo m�s delicado de todos los asuntos, porque conducir� a una feliz entrega y har� de toda nuestra vida un sacrificio de alabanza. "Os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que present�is vuestros cuerpos en sacrificio vivo". Nuestras vidas entonces exhalar�n fragancias y brotar�n en lenguas centelleantes de luz y belleza rojizas, cuando se enciendan en una llama de gratitud por el resplandor del gran amor de Cristo. Pongamos nuestros pobres seres sobre ese altar, como sacrificios de acci�n de gracias; porque con tales sacrificios Dios se agrada.

Versículos 12-14

Cap�tulo 1

LOS DONES DEL PADRE A TRAV�S DEL HIJO

Colosenses 1:12 (RV)

WE have advanced thus far in this Epistle without having reached its main subject. We now, however, are on its verge. The next verses to those now to be considered lead us into the very heart of Paul's teaching, by which he would oppose the errors rife in the Colossian Church. The great passages describing the person and work of Jesus Christ are at hand, and here we have the immediate transition to them.

La habilidad con la que se realiza la transici�n es notable. �Cu�n gradual y seguramente las frases, como algunas cosas aladas flotando, giran cada vez m�s de cerca alrededor de la luz central, hasta que en las �ltimas palabras la tocan "el Hijo de su amor"! Es como una larga procesi�n que presagia un rey. Los que van antes gritan Hosanna y se�alan al �ltimo y principal. Los afectuosos saludos que comienzan la carta, pasan a la oraci�n; la oraci�n en acci�n de gracias.

La acci�n de gracias, como en estas palabras, perdura y narra nuestras bendiciones, como un rico cuenta sus tesoros o un amante se demora en sus alegr�as. La enumeraci�n de las bendiciones conduce, como por un hilo de oro, al pensamiento y al nombre de Cristo, la fuente de todos ellos, y luego, con un estallido y una avalancha, el diluvio de las verdades acerca de Cristo que ten�a que darles. recorre la mente y el coraz�n de Paul, llev�ndose todo lo que tiene por delante. El nombre de Cristo siempre abre las compuertas en el coraz�n de Pablo.

Tenemos aqu�, pues, los motivos m�s profundos para la acci�n de gracias cristiana, que son tambi�n los preparativos para una verdadera estimaci�n del valor del Cristo que los da. Estos motivos de acci�n de gracias son solo varios aspectos de la gran bendici�n de la "salvaci�n". El diamante destella verdes y p�rpuras, amarillos y rojos, seg�n el �ngulo en el que sus facetas llamen la atenci�n.

Tambi�n debe observarse que todas estas bendiciones son posesi�n actual de los cristianos. El lenguaje de las tres primeras cl�usulas en los vers�culos que tenemos ante nosotros apunta claramente a un acto pasado definido por el cual el Padre, en alg�n momento definido, nos hizo reunirnos, nos liber� y tradujo, mientras que el tiempo presente en la �ltima cl�usula muestra que "nuestra redenci�n" no s�lo comienza por alg�n acto definido en el pasado, sino que se posee continua y progresivamente en el presente.

Tambi�n notamos la notable correspondencia del lenguaje con el que oy� Pablo cuando yac�a boca abajo en el suelo, cegado por la luz destellante y asombrado por la suplicante amonestaci�n del cielo que resonaba en sus o�dos. "Te env�o a los gentiles para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satan�s a Dios, para que reciban remisi�n de pecados y herencia entre los santificados". Todas las frases principales est�n ah�, y Paul las recombina libremente, como si inconscientemente su memoria estuviera todav�a atormentada por el sonido de las palabras transformadoras que se escuchan hace tanto tiempo.

I. El primer motivo de agradecimiento que tienen todos los cristianos es que son aptos para la herencia. Por supuesto, la met�fora aqu� se extrae de la "herencia" dada al pueblo de Israel, es decir, la tierra de Cana�n. Desafortunadamente, nuestro uso de "heredero" y "herencia" limita la idea a la posesi�n por sucesi�n en el momento de la muerte y, por lo tanto, se experimenta popularmente cierta perplejidad en cuanto a la fuerza de la palabra en las Escrituras.

All�, implica posesi�n por sorteo, si es algo m�s que la simple noci�n de posesi�n; y se�ala el hecho de que la gente no gan� su tierra con sus propias espadas, sino porque "Dios tuvo un favor para ellos". De modo que la herencia cristiana no se gana por nuestros propios m�ritos, sino que nos la da la bondad de Dios. Las palabras pueden traducirse literalmente, "aptos para la porci�n del lote", y tomarse en el sentido de la porci�n o porci�n que consiste en el lote; pero quiz�s sea m�s claro, y m�s acorde con la analog�a de la divisi�n de la tierra entre las tribus, tomarlas como significado "para nuestra participaci�n (individual) en la amplia tierra que, en su conjunto, es la posesi�n asignada de la santos.

"Esta posesi�n les pertenece, y est� situada en el mundo de la" luz ". Tal es el esquema general de los pensamientos aqu�. La primera pregunta que surge es, si esta herencia es presente o futura. La mejor respuesta es que es ambos; porque, cualquier adici�n de poder y esplendor a�n inefable puede esperar ser revelada en el futuro, la esencia de todo lo que el cielo puede traer es nuestra hoy, si vivimos en la fe y el amor de Cristo.

La diferencia entre una vida de comuni�n con Dios aqu� y all� es de grado y no de clase. Es cierto que hay diferencias de las que no podemos hablar, en capacidades ampliadas, y un "cuerpo espiritual", y los pecados arrojados, y un acercamiento m�s cercano a "la fuente misma del resplandor celestial"; pero el que pueda decir, mientras camina entre las sombras de la tierra, "El Se�or es la porci�n de mi herencia", no dejar� sus tesoros atr�s cuando muera, ni entrar� en posesi�n de una herencia completamente nueva, cuando pasa a los cielos.

Pero si bien esto es cierto, tambi�n es cierto que esa posesi�n futura de Dios ser� tan profunda y ampliada que sus comienzos aqu� no son m�s que las "arras", de la misma naturaleza que la propiedad, pero limitada en comparaci�n con el penacho. de hierba que sol�a darse a un nuevo poseedor, cuando se pon�a en contra de las amplias tierras de las que se arrancaba. Aqu�, ciertamente, la idea predominante es la de una aptitud presente para una posesi�n principalmente futura.

Notamos de nuevo -donde se sit�a la herencia- "en la luz". Hay varias formas posibles de conectar esa cl�usula con la anterior. Pero sin discutirlos, puede ser suficiente se�alar que lo m�s satisfactorio parece ser considerarlo como una especificaci�n de la regi�n en la que se encuentra la herencia. Se encuentra en un reino donde la pureza, el conocimiento y la alegr�a habitan intactos y sin l�mites por un envidioso anillo de tinieblas. Porque estos tres son los rayos triples en los que, seg�n el uso b�blico de la figura, puede resolverse ese rayo blanco.

De esto se sigue que s�lo los santos pueden poseerlo. No hay m�rito o m�rito que haga a los hombres dignos de la herencia, pero hay una congruencia o correspondencia entre el car�cter y la herencia. Si entendemos correctamente cu�les son los elementos esenciales del "cielo", no tendremos dificultad en ver que su posesi�n es totalmente incompatible con cualquier cosa que no sea la santidad.

Las ideas vulgares de lo que es el cielo impiden que la gente vea c�mo llegar all�. Se detienen en el mero exterior de la cosa, toman los s�mbolos por realidades y los accidentes por lo esencial, por lo que parece una disposici�n arbitraria que un hombre debe tener fe en Cristo para entrar al cielo. Si es un reino de luz, entonces solo las almas que aman la luz pueden ir all�, y hasta que los b�hos y los murci�lagos se regocijen bajo el sol, no habr� forma de ser aptos para la herencia que es la luz, sino por nosotros mismos ". luz en el Se�or.

"La luz en s� misma es una tortura para los ojos enfermos. Levanta cualquier piedra al lado del camino y veremos cu�n desagradable es la luz para las criaturas que se arrastran y que han vivido en la oscuridad hasta que han llegado a amarla.

El cielo es Dios y Dios es el cielo. �C�mo puede un alma poseer a Dios y encontrar su cielo al poseerlo? Ciertamente s�lo por semejanza a �l y am�ndolo. La vieja pregunta, "�Qui�n estar� en el Lugar Santo?" no se responde en el evangelio reduciendo las condiciones o negando la vieja respuesta. El sentido com�n de toda conciencia responde, y el cristianismo responde, como lo hace el salmista: "El limpio de manos y puro de coraz�n".

Hay que dar un paso m�s para alcanzar el pleno significado de estas palabras, a saber, la afirmaci�n de que los hombres que a�n no son perfectamente puros ya son aptos para participar de la herencia. El tiempo del verbo en el original apunta a un acto definido por el cual los colosenses fueron hechos encontrarse, a saber, su conversi�n; y la ense�anza clara y enf�tica del Nuevo Testamento es que la fe incipiente y d�bil en Cristo obra un cambio tan grande, que a trav�s de �l somos aptos para la herencia por la impartici�n de la nueva naturaleza, que, aunque sea como un grano de mostaza semilla, forma a partir de ahora el centro m�s �ntimo de nuestro ser personal.

A su debido tiempo, esa chispa convertir� en su propio brillo ardiente toda la masa, por verde y humeante que comience a arder. No es la ausencia del pecado, sino la presencia de la fe que obra por el amor y el anhelo de la luz, lo que hace que sea adecuado. Sin duda, la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de Dios, y debemos quitarnos la vestimenta del cuerpo que nos ha envuelto durante el clima salvaje aqu�, antes de que podamos estar completamente en condiciones de entrar en el sal�n de banquetes; ni sabemos cu�nto mal que no tiene su asiento en el alma puede desaparecer con �l, pero el esp�ritu es apto para el cielo tan pronto como un hombre se vuelve a Dios en Cristo.

Supongamos que una compa��a de rebeldes y uno de ellos, derretido por una raz�n u otra, vuelve a ser leal. Est� apto para ese cambio interior, aunque no ha hecho un solo acto de lealtad, para la sociedad de los s�bditos leales y no apto para la de los traidores. Supongamos que hay un hijo pr�digo en tierras lejanas. Le sobreviene alg�n recuerdo de c�mo era el hogar y de las abundantes tareas dom�sticas que todav�a existen; y aunque puede comenzar con nada m�s exaltado que un est�mago vac�o, si termina en "Me levantar� e ir� a mi Padre", en ese instante se abre un abismo entre �l y la vida desenfrenada de "los ciudadanos de ese pa�s", y ya no es apto para su compa��a.

Est� preparado para la comuni�n de la casa de su padre, aunque tiene un viaje agotador antes de llegar all�, y necesita que le cambien los harapos y le quiten la suciedad antes de poder sentarse a la fiesta. De modo que quien se vuelve al amor de Dios en Cristo y se entrega en lo m�s �ntimo de su ser al poder de su gracia, ya es "luz en el Se�or". El verdadero hogar y las afinidades de su yo real est�n en el reino de la luz, y �l est� listo para participar en la herencia, ya sea aqu� o all�.

No hay infracci�n de la gran ley de que el car�cter hace la idoneidad para el cielo - �no podr�amos decir que el car�cter hace el cielo? - porque las ra�ces mismas del car�cter se encuentran en la disposici�n y el deseo, m�s que en la acci�n. Tampoco hay en este principio nada incompatible con la necesidad de un crecimiento continuo en congruencia de la naturaleza con esa tierra de luz. La luz interior, si realmente est� all�, se extender�, aunque lentamente, con tanta seguridad como el gris del crep�sculo se ilumina con el resplandor del mediod�a.

El coraz�n se llenar� cada vez m�s de ella, y las tinieblas ser�n repelidas cada vez m�s para cavilar en rincones remotos, y al final se desvanecer� por completo. El verdadero fitness se volver� cada vez m�s en forma. Seremos cada vez m�s capaces de Dios. La medida de nuestra capacidad es la medida de nuestra posesi�n, y la medida en la que nos hemos convertido en luz es la medida de nuestra capacidad para la luz. La tierra se reparti� entre las tribus de Israel seg�n su fuerza; algunos ten�an una franja de territorio m�s ancha, otros m�s estrecha.

Entonces, como hay diferencias en el car�cter cristiano aqu�, habr� diferencias en la participaci�n cristiana en la herencia de aqu� en adelante. "La estrella es diferente de la estrella". Algunos brillar�n con un resplandor m�s brillante y brillar�n con un calor m�s ferviente porque se mueven en �rbitas m�s cercanas al sol.

Pero, gracias a Dios, somos "aptos para la herencia", si alguna vez hemos confiado humilde y pobremente en Jesucristo y hemos recibido Su vida renovadora en nuestro esp�ritu. El car�cter solo se adapta al cielo. Pero el car�cter puede estar en germen o en fruto. "Si alguno est� en Cristo, nueva criatura es". �Nos confiamos a �l? �Estamos tratando, con Su ayuda, de vivir como hijos de la luz? Entonces no debemos desanimarnos o desesperarnos por causa del mal que a�n puede acechar nuestras vidas.

No le demos cuartel, porque disminuye nuestra aptitud para la plena posesi�n de Dios; pero no dejemos que nuestra lengua vacile en "dar gracias al Padre que nos hizo aptos para ser part�cipes de la herencia de los santos en luz".

II. El segundo motivo de agradecimiento es el cambio de rey y pa�s. Dios "nos libr� del poder de las tinieblas y nos traslad� al reino del Hijo de su amor". Estas dos cl�usulas abarcan los lados negativo y positivo del mismo acto al que se hace referencia en el antiguo motivo de agradecimiento, que solo se expresa ahora en referencia a nuestra lealtad y ciudadan�a en el presente y no en el futuro.

En la "liberaci�n" puede haber una referencia a que Dios sac� a Israel de Egipto, sugerida por la menci�n anterior de la herencia, mientras que la "traducci�n" al otro reino puede ser una ilustraci�n extra�da de la pr�ctica conocida de la guerra antigua, la deportaci�n de grandes grupos de nativos de los reinos conquistados a alguna otra parte del reino del conquistador.

Entonces notamos los dos reinos y sus reyes. "El poder de las tinieblas", es una expresi�n que se encuentra en el Evangelio de Lucas 22:18 , Lucas 22:18 y puede usarse aqu� como una reminiscencia de las solemnes palabras de nuestro Se�or. Aqu�, "poder" parece implicar la concepci�n de un dominio severo y arbitrario, en contraste con el gobierno bondadoso del otro reino.

Es un reino de dominio cruel y demoledor. Su pr�ncipe est� personificado en una imagen de la que podr�an haber hablado Esquilo o Dante. La oscuridad se sienta soberana all�, una forma vasta y sombr�a en un trono de �bano, empu�ando un cetro pesado sobre amplias regiones envueltas en la noche. El significado claro de esa tremenda met�fora es simplemente este: que los hombres que no son cristianos viven en un estado de sujeci�n a las tinieblas de la ignorancia, las tinieblas de la miseria, las tinieblas del pecado. Si no soy un hombre cristiano, ese sabueso negro de tres cabezas del infierno se sienta aullando en el escal�n de mi puerta.

�Qu� contraste tan maravilloso el otro reino y su Rey presente! "El reino de" -no "la luz", como estamos preparados para escuchar, para completar la ant�tesis, sino- "el Hijo de su amor", que es la luz. El Hijo que es el objeto de su amor, en quien todo y siempre descansa, como en nadie m�s. �l tiene un reino en existencia ahora, y no simplemente esperado, sino que se establecer� en alg�n momento futuro. Dondequiera que los hombres obedezcan amorosamente a Cristo, all� est� Su reino.

Los s�bditos hacen el reino, y hoy podemos pertenecer a �l y ser libres de �l. todos los dem�s dominios porque nos inclinamos ante el suyo. All� se sientan los dos reyes, como los dos del relato antiguo, "cualquiera de ellos en su trono, vestido con sus ropas, a la entrada de la puerta de la ciudad". Oscuridad y Luz, el trono de �bano y el trono blanco, rodeados cada uno por sus ministros; all� dolor y tristeza, aqu� alegr�a y esperanza; all� la Ignorancia con los ojos ciegos y las manos ociosas sin rumbo, aqu� el Conocimiento con la luz del sol en su rostro, y la Diligencia para su sirvienta; aqu� el pecado, el pilar del reino l�gubre, all� la justicia, en t�nicas para que ning�n lavador en la tierra pudiera blanquearlas. �Bajo qu� rey, mi hermano?

Notamos la transferencia de sujetos. Las esculturas de los monumentos asirios nos explican esta met�fora. Ha venido un gran conquistador y nos habla como Senaquerib a los jud�os, 2 Reyes 18:31 "Venid a m� y os llevar� a tierra de ma�z y vino, para que vivas y no mueras. . "

Si escuchamos su voz, llevar� a una larga hilera de cautivos voluntarios y los plantar�, no como exiliados afligidos, sino como ciudadanos naturalizados felices, en el reino que el Padre ha designado para "el Hijo de su amor".

Esa transferencia se efect�a en el instante en que reconocemos el amor de Dios en Jesucristo y le entregamos el coraz�n. Con demasiada frecuencia hablamos como si la entrada ministrara por fin a "un alma creyente en el reino de nuestro Se�or y Salvador", fuera su primera entrada en �l, y olvidamos que entramos en �l tan pronto como cedemos a los dibujos del amor y el amor de Cristo. tomar servicio bajo el rey. El cambio entonces es mayor que al morir.

Cuando muramos, cambiaremos de provincia y pasaremos de una colonia perif�rica a la ciudad madre y sede del imperio, pero no cambiaremos de reinos. Estaremos bajo el mismo gobierno, solo entonces estaremos m�s cerca del Rey y m�s leales a �l. Ese cambio de rey es la verdadera idoneidad para el cielo. Sabemos poco de los profundos cambios que puede producir la muerte, pero es evidente que un cambio f�sico no puede efectuar una revoluci�n espiritual.

Los que no son s�bditos de Cristo no lo ser�n muriendo. Si aqu� estamos tratando de servir a un Rey que nos ha librado de la tiran�a de las tinieblas, podemos estar muy seguros de que no perder� a Sus s�bditos en las tinieblas de la tumba. Elijamos a nuestro rey. Si tomamos a Cristo por el Se�or de nuestro coraz�n, cada pensamiento de �l aqu�, cada pieza de obediencia parcial y servicio manchado, as� como cada dolor y cada gozo, nuestras posesiones que se desvanecen y nuestros tesoros eternos, la nueva vida d�bil que lucha contra nuestros pecados. , e incluso los mismos pecados como contradictorios de nuestro yo m�s profundo, se unen para sellarnos la seguridad: "Tus ojos ver�n al Rey en Su hermosura. Ellos contemplar�n la tierra que est� muy lejana".

III. El coraz�n y el centro de todas las ocasiones de agradecimiento es la Redenci�n que recibimos en Cristo.

"En quien tenemos nuestra redenci�n, el perd�n de nuestros pecados". La Versi�n Autorizada dice "redenci�n por Su sangre", pero estas palabras no se encuentran en los mejores manuscritos, y los principales editores modernos las consideran insertadas desde el lugar paralelo de Efesios, Efesios Efesios 1:7 donde son genuinas.

Entonces, el coraz�n mismo de las bendiciones que Dios ha otorgado es la "redenci�n", que consiste principalmente, aunque no totalmente, en "el perd�n de los pecados", y es recibida por nosotros en "el Hijo de su amor".

"Redenci�n", en su significado m�s simple, es el acto de liberar a un esclavo del cautiverio mediante el pago de un rescate. De modo que contiene en su aplicaci�n al efecto de la muerte de Cristo, sustancialmente la misma figura que en la cl�usula anterior que hablaba de una liberaci�n de un tirano, solo que lo que all� se represent� como un acto de Poder se presenta aqu� como el acto. de Amor abnegado que compra nuestra libertad a un alto costo.

El mismo Cristo dice que ese precio de rescate es "Su vida", y que Su Encarnaci�n tiene el pago de ese precio como uno de sus dos objetivos principales. De modo que las palabras agregadas aqu� citando la ep�stola acompa�ante est�n en total conformidad con las ense�anzas del Nuevo Testamento; pero incluso omiti�ndolos, el significado de la cl�usula es inconfundible. La muerte de Cristo rompe las cadenas que nos atan y nos libera. Por ella, �l nos adquiere para s� mismo.

Ese acto trascendente de sacrificio tiene tal relaci�n con el gobierno divino por un lado, y con el "pecado del mundo" en su conjunto, por el otro, que por �l todos los que conf�an en �l son liberados de la m�s real. consecuencias penales del pecado y del dominio de sus tinieblas sobre sus naturalezas. Admitimos libremente que no podemos penetrar en la comprensi�n de c�mo vale la muerte de Cristo.

Pero solo porque el fundamento de la doctrina est� abiertamente m�s all� de nuestros l�mites, se nos proh�be afirmar que es incompatible con el car�cter de Dios, o con la justicia com�n, o que es inmoral, y cosas por el estilo. Cuando conocemos a Dios de principio a fin, en todas las profundidades y alturas y longitudes y anchuras de Su naturaleza, y cuando conocemos al hombre de la misma manera, y cuando, en consecuencia, conocemos la relaci�n entre Dios y el hombre perfectamente, y no hasta entonces, tendremos el derecho de rechazar la ense�anza de las Escrituras sobre este asunto, por tales motivos.

Hasta entonces, dejemos que nuestra fe se aferre al hecho, aunque no entendamos el "c�mo" del hecho, y nos aferremos a esa cruz que es el gran poder de Dios para salvaci�n, y el exponente del amor de Cristo que cambia el coraz�n. que sobrepasa el conocimiento.

El primer y esencial elemento de esta redenci�n es "el perd�n de los pecados". Posiblemente, alg�n concepto err�neo de la naturaleza de la redenci�n puede haber estado asociado con los otros errores que amenazaban a la Iglesia Colosense, y por lo tanto, Pablo pudo haber sido llevado a esta enf�tica declaraci�n de su contenido. El perd�n, y no una liberaci�n m�stica por iniciaci�n o de otro modo del cautiverio de la carne y la materia, es redenci�n.

Hay m�s que perd�n en ello, pero el perd�n est� en el umbral; y que no solo la eliminaci�n de las sanciones legales infligidas por un acto espec�fico, sino el perd�n de un padre. Un soberano perdona cuando remite la sentencia dictada por la ley. Un padre perdona cuando el libre fluir de su amor no se ve obstaculizado por la culpa de su hijo, y puede perdonar y castigar al mismo tiempo. La verdadera "pena" del pecado es la muerte que consiste en la separaci�n de Dios; y las concepciones del perd�n judicial y el perd�n paterno se unen cuando pensamos en la "remisi�n de los pecados" como la eliminaci�n de esa separaci�n y la liberaci�n del coraz�n y la conciencia del peso de la culpa y de la ira de un padre.

Tal perd�n conduce a la liberaci�n total del poder de las tinieblas, que es la culminaci�n de la redenci�n. Hay un significado profundo en el hecho de que la palabra que se usa aqu� para "perd�n" significa literalmente "enviar". El perd�n tiene un gran poder para desterrar el pecado, no solo como culpa, sino como h�bito. Las aguas de la Corriente del Golfo llevan el calor de los tr�picos hacia el g�lido norte y ba�an el pie de los glaciares en su costa hasta que se derriten y se mezclan con las liberadoras olas. De modo que el fluir del amor perdonador de Dios derrite los corazones congelados en la obstinaci�n del pecado, y mezcla nuestra voluntad consigo misma en una sumisi�n alegre y un servicio agradecido.

Pero no debemos pasar por alto las significativas palabras en las que se expresa la condici�n de poseer esta redenci�n: "en quien". Debe haber una uni�n viva real con Cristo, por la cual estemos verdaderamente "en �l" a fin de poseer la redenci�n. "Redenci�n por su sangre" no es todo el mensaje del Evangelio; tiene que ser completado por "En Quien tenemos redenci�n por Su sangre". Esa uni�n viva real se efect�a por nuestra fe, y cuando estamos as� "en �l", nuestras voluntades, corazones y esp�ritus se unen a �l, entonces, y solo entonces, somos alejados del "reino de las tinieblas" y participamos de redenci�n.

No podemos obtener Sus dones sin �l. Observamos, en conclusi�n, c�mo aparece aqu� la redenci�n como posesi�n presente y creciente. Se hace hincapi� en "tenemos". Los cristianos colosenses, por un acto definido en el pasado, hab�an sido capacitados para participar en la herencia, y por el mismo acto hab�an sido transferidos al reino de Cristo. Ellos ya poseen la herencia y est�n en el reino, aunque ambos se manifestar�n m�s gloriosamente en el futuro.

Aqu�, sin embargo, Pablo contempla m�s bien la recepci�n, momento a momento, de la redenci�n. Casi podr�amos leer "estamos teniendo", porque el tiempo presente parece usarse a prop�sito para transmitir la idea de una comunicaci�n continua de Aquel a quien debemos estar unidos por la fe. Diariamente podemos obtener lo que necesitamos todos los d�as: el perd�n diario de los pecados cotidianos, el lavamiento de los pies que incluso el que ha sido ba�ado requiere despu�s de la marcha de cada d�a por caminos embarrados, el pan de cada d�a para el hambre diaria y la fuerza diaria para el esfuerzo diario.

As�, d�a tras d�a, en nuestras estrechas vidas, como en los amplios cielos con todas sus estrellas, pronuncie el habla, y de noche a noche muestre conocimiento del amor redentor de nuestro Padre. Como la roca que sigui� a los israelitas por el desierto, seg�n la leyenda jud�a, y derram� agua para su sed, Su gracia fluye siempre a nuestros costados y de sus brillantes aguas podemos sacarla todos los d�as con gozo.

Por tanto, aprendamos humildemente estas dos lecciones; que todo nuestro cristianismo debe comenzar con el perd�n, y que, por muy avanzados que estemos en la vida Divina, nunca superemos la necesidad de un continuo otorgamiento de la misericordia perdonadora de Dios.

Muchos de nosotros, como algunos de estos colosenses, estamos dispuestos a llamarnos seguidores de Cristo en cierto sentido. El lado especulativo de la verdad cristiana puede tener atractivo para algunos de nosotros, su elevada moralidad para otros. Algunos de nosotros podemos sentirnos atra�dos principalmente por sus comodidades para los cansados; algunos pueden estar mir�ndolo principalmente con la esperanza de un cielo futuro. Pero seamos lo que seamos, y sin importar c�mo estemos dispuestos a Cristo y Su Evangelio, aqu� hay un mensaje claro para nosotros; debemos comenzar acudiendo a �l para que nos perdone.

No es suficiente para ninguno de nosotros encontrar en �l "sabidur�a", o incluso "justicia", porque necesitamos "redenci�n", que es "perd�n", y a menos que �l sea para nosotros perd�n, no ser� ni justicia ni sabidur�a. .

Podemos subir una escalera que llega al cielo, pero su pie debe estar en "el abismo horrible y el barro fangoso" de nuestros pecados. Por poco que nos guste escucharlo, la primera necesidad de todos nosotros es el perd�n. Todo comienza con eso. "La herencia de los santos", con toda su riqueza de gloria, su vida inmortal y gozos inquebrantables, su seguridad inmutable y su progreso interminable, m�s y m�s profundamente en la luz y la semejanza de Dios, es la meta, pero la �nica entrada. es por la puerta estrecha de la penitencia.

Cristo perdonar� en nuestro clamor de perd�n, y ese es el primer eslab�n de una cadena de oro que se desenrolla de Su mano mediante la cual podemos ascender a la posesi�n perfecta de nuestra herencia en Dios. "A los que justific�, a ellos", y s�lo a ellos, �l glorificar�.

Versículos 15-18

Cap�tulo 1

LA GLORIA DEL HIJO EN SU RELACI�N CON EL PADRE, EL UNIVERSO Y LA IGLESIA

Colosenses 1:15 (RV)

Como ya se ha se�alado, la Iglesia Colosense estaba preocupada por los maestros que hab�an injertado en la creencia jud�a muchas de las extra�as especulaciones sobre la materia y la creaci�n que siempre han fascinado a la mente oriental. Para nosotros, tienden a parecer sue�os vac�os, sin fundamento y desconcertantes; pero tuvieron la fuerza suficiente para sacudir a la Iglesia primitiva hasta sus cimientos, y en algunas formas todav�a viven.

Estos maestros de Colosas parecen haber sostenido que toda materia era mala y la sede del pecado; que, por lo tanto, la creaci�n material no pudo haber venido directamente de un Dios bueno, sino que en cierto sentido se le opuso o, en todo caso, estaba separada de �l por un gran abismo. El espacio vac�o fue puenteado por una cadena de seres, mitad abstracciones y mitad personas, que gradualmente se volvieron cada vez m�s materiales. El m�s bajo de ellos hab�a creado el universo material y ahora lo gobernaba, y todos deb�an ser propiciados por la adoraci�n.

Algunas opiniones de este tipo deben presuponerse para dar sentido y fuerza a estos grandes versos en los que Pablo opone la verdad s�lida a estos sue�os, y en lugar de una multitud de Poderes y Seres angelicales, en quienes la refulgencia de la Deidad se oscureci� gradualmente, y el esp�ritu se espesa cada vez m�s en materia, se eleva alto y claro contra ese trasfondo de f�bula, la figura solitaria del �nico Cristo.

Llena todo el espacio entre Dios y el hombre. No hay necesidad de que una multitud de seres sombr�os vincule el cielo con la tierra. Jesucristo pone su mano sobre ambos. �l es la cabeza y la fuente de la creaci�n; �l es la cabeza y la fuente de vida de Su Iglesia. Por tanto, �l es el primero en todas las cosas, para ser escuchado, amado y adorado por los hombres. Como cuando sale la luna llena, as� cuando Cristo aparece, todas las estrellas menores con las que las especulaciones alejandrinas y orientales hab�an poblado los abismos del cielo se pierden en el suave resplandor, y en lugar de una multitud de parpadeantes luces ineficaces hay un orbe perfecto. , "y el cielo se desbordar�". "No vemos m�s criatura, excepto Jes�s solamente".

Hemos superado las formas especiales de error que afligieron a la Iglesia en Colosas, pero las verdades que aqu� se oponen a ellas son eternas y son necesarias hoy en nuestros conflictos de opini�n tanto como entonces. Aqu� hay tres grandes concepciones de las relaciones de Cristo. Tenemos a Cristo y Dios, Cristo y la Creaci�n, Cristo y la Iglesia, y, edificada sobre todo esto, la proclamaci�n triunfal de Su supremac�a sobre todas las criaturas en todos los aspectos.

I.Tenemos la relaci�n de Cristo con Dios expuesta en estas grandiosas palabras:

"la imagen del Dios invisible".

Aparentemente, Paul est� usando aqu� para sus propios fines un lenguaje que era familiar en los labios de sus antagonistas. Sabemos que el juda�smo alejandrino ten�a mucho que decir acerca de la "Palabra" y se refer�a a ella como la Imagen de Dios: y probablemente alguna de esas ense�anzas hab�a llegado a Colosas. Una "imagen" es una semejanza o representaci�n, como la cabeza de un rey en una moneda o un rostro reflejado en un espejo. Aqu� es lo que hace visible lo invisible.

El Dios que habita en la densa oscuridad, alejado de los sentidos y por encima del pensamiento, ha salido y se ha dado a conocer al hombre, incluso de una manera muy real, ha llegado al alcance de los sentidos del hombre, en la humanidad de Jesucristo. Entonces, �d�nde hay un lugar para las oscuras abstracciones y emanaciones con las que algunos unir�an a Dios y al hombre?

El primer pensamiento involucrado en esta declaraci�n es que el Ser Divino en S� mismo es inconcebible e inaccesible. "Nadie ha visto a Dios jam�s ni puede verlo". No solo est� m�s all� del alcance de los sentidos, sino tambi�n por encima de la aprehensi�n del entendimiento. El conocimiento directo e inmediato de �l es imposible. Puede haber escrito en cada esp�ritu humano una tenue conciencia de Su presencia, pero eso no es conocimiento.

Las limitaciones creativas lo impiden y el pecado del hombre lo impide. �l es "el Rey invisible", porque es el "Padre de las luces" que habita en "una gloriosa intimidad de luz", que es para nosotros tinieblas porque en ella "no hay ninguna oscuridad".

Entonces, la siguiente verdad incluida aqu� es que Cristo es la manifestaci�n e imagen perfecta de Dios. En �l tenemos lo invisible volvi�ndose visible. A trav�s de �l conocemos todo lo que sabemos de Dios, a diferencia de lo que adivinamos, imaginamos o sospechamos de �l. Sobre este elevado tema, no es prudente tratar mucho en el lenguaje escol�stico de los sistemas y credos. Pocas palabras, y estas principalmente las suyas, son las mejores, y es menos probable que hable mal quien se limita m�s a las Escrituras en su presentaci�n de la verdad.

Todas las grandes corrientes de ense�anza del Nuevo Testamento coinciden con la verdad que aqu� proclama Pablo. La concepci�n en el Evangelio de Juan de la Palabra que es la expresi�n y el hacer audible de la mente divina, las concepciones en la Ep�stola a los Hebreos de la refulgencia o resplandor de la gloria de Dios, y la misma imagen o impresi�n estampada de Su sustancia, no son sino otros modos de representar los mismos hechos de plena semejanza y completa manifestaci�n, que aqu� Pablo afirma al llamar al hombre Cristo Jes�s, la imagen del Dios Invisible.

Los mismos pensamientos est�n involucrados en el nombre por el cual nuestro Se�or se llam� a s� mismo, el Hijo de Dios; y no pueden separarse de muchas palabras suyas, como "el que me ha visto a m�, ha visto al Padre". En �l, la naturaleza divina se nos acerca en una forma que una vez pudo ser captada en parte por los sentidos de los hombres, porque era "la del Verbo de vida" que ve�an con sus ojos y sus manos manejadas, y que es hoy y para siempre una forma que puede ser captada por la mente, el coraz�n y la voluntad.

En Cristo tenemos la revelaci�n de un Dios que puede ser conocido, amado y confiable, con un conocimiento que, aunque no completo, es real y v�lido, con un amor lo suficientemente s�lido como para ser el fundamento de una vida. , con una confianza que es consciente de que ha tocado la roca y construye segura. Tampoco es el hecho de que �l sea el revelador de Dios, uno que comenz� con Su encarnaci�n o termina con Su vida terrenal.

Desde el principio y antes del comienzo de la creaci�n, como veremos al considerar otra parte de estos grandes vers�culos, el Verbo fue el agente de toda la actividad Divina, el "brazo del Se�or" y la fuente de toda la iluminaci�n Divina, el rostro del Se�or, "o, como tenemos el pensamiento expresado en las notables palabras del Libro de Proverbios, donde la sabidur�a celestial y pura es m�s que una personificaci�n, aunque todav�a no se concibe claramente como una persona", el Se�or me posey� al comienzo de su camino.

Yo estaba con �l como alguien educado, o como un maestro obrero, con �l, y cada d�a era Su deleite y Mis deleites estaban con los hijos de los hombres. cara a cara, creo que el rostro que veremos, y veremos, tendr� la belleza nacida de la visi�n que pasa por nuestros rostros, ser� el rostro de Jesucristo, en el cual la luz de la gloria de Dios brillar� para el hijos de Dios redimidos y perfeccionados, como sucedi� con ellos cuando andaban a tientas en medio de los espect�culos de la tierra.

La ley para el tiempo y la eternidad es: "He dado a conocer tu nombre a mis hermanos y lo declarar�". Ese gran oc�ano insondable y sin orillas de la naturaleza divina es como un "mar cerrado": Cristo es el ancho r�o que trae sus aguas a los hombres, y "todo habita dondequiera que venga el r�o".

En estas breves palabras sobre un asunto tan importante, debo correr el riesgo de dar la impresi�n de que estoy tratando con declaraciones sin fundamento. Mi negocio no es tanto tratar de probar las palabras de Paul como explicarlas y luego presionarlas. casa. Por lo tanto, insto a ese pensamiento, que dependemos de Cristo para todo el verdadero conocimiento de Dios. Las conjeturas no son conocimiento. Las especulaciones no son conocimiento. Las aventuras, ya sean de esperanza o de miedo, no son conocimiento.

Lo que los pobres necesitamos es la certeza de un Dios que nos ama y nos cuida, que tiene un brazo que nos puede ayudar y un coraz�n que nos quiere. El Dios del "te�smo puro" es poco mejor que un fantasma, tan insustancial que puedes ver las estrellas brillando a trav�s de la forma p�lida, y cuando un hombre trata de apoyarse en �l, es como apoyarse en una corona de niebla. No hay nada. No hay certeza lo suficientemente firme como para que encontremos el poder sustentador contra las pruebas de la vida al descansar sobre ella, sino en Cristo.

No hay suficiente calor de amor para descongelar nuestros miembros congelados, aparte de Cristo. En �l, y s�lo en �l, el Dios lejano, terrible y dudoso se convierte en un Dios muy cercano, de quien estamos seguros y seguros de que �l ama y est� listo para ayudar, limpiar y salvar.

Y eso es lo que todos necesitamos. "Mi alma clama por Dios, por el Dios viviente". Y nunca ser� respondido ese clamor de hu�rfano, sino en la posesi�n de Cristo, en quien tambi�n poseemos al Padre. Ninguna abstracci�n muerta, ning�n reinado de la ley, y mucho menos la triste proclamaci�n: "He aqu�, no sabemos nada", y mucho menos, el potaje del bien material silenciar� ese amargo lamento que sube inconscientemente del coraz�n de muchos de Esa�. padre, mi padre! " Los hombres lo encontrar�n en Cristo.

No lo encontrar�n en ning�n otro lugar. Me parece que el �nico refugio del ate�smo para esta generaci�n, si todav�a se puede usar esa palabra pasada de moda, es la aceptaci�n de Cristo como el revelador de Dios. En otros t�rminos, la religi�n se est� volviendo r�pidamente imposible para la clase cultivada. La gran palabra a la que Pablo se opuso a las telara�as de la especulaci�n gn�stica es la palabra para nuestro propio tiempo con todas sus perplejidades: Cristo es la imagen del Dios invisible.

II. Tenemos la relaci�n de Cristo con la creaci�n expuesta en ese gran nombre, "el primog�nito de toda la creaci�n", y adem�s aclarada por una magn�fica serie de declaraciones que proclaman. �l es agente o m�dium, y fin o meta de la creaci�n, anterior a ella en tiempo y dignidad, y su actual sustentador y v�nculo de unidad.

"El primog�nito de toda la creaci�n". A primera vista, este nombre parece incluirlo en la gran familia de criaturas como el mayor, y claramente tratarlo como uno de ellos, solo porque se declara que en cierto sentido es el primero de ellos. Ese significado se ha adjuntado a las palabras; pero se muestra que no es su intenci�n por el lenguaje del siguiente verso, que se agrega para probar y explicar el t�tulo.

Claramente alega que Cristo fue "antes" de toda la creaci�n, y que �l es el agente de toda la creaci�n. Insistir en que las palabras deben ser explicadas para incluirlo a �l en la "creaci�n" ser�a ir directamente a los dientes de la propia justificaci�n y explicaci�n del Ap�stol. De modo que el verdadero significado es que �l es el primog�nito, en comparaci�n con, o en referencia a, toda la creaci�n. Tal comprensi�n de la fuerza de la expresi�n es perfectamente admisible gramaticalmente, y es necesaria a menos que este vers�culo se ponga en violenta contradicci�n con el siguiente. La misma construcci�n se encuentra en Milton

"Ad�n, el hombre m�s bueno de los hombres desde que naci�, Sus hijos, la m�s hermosa de sus hijas, Eva", donde "de" significa claramente "en comparaci�n con" y no "perteneciente a".

El t�tulo implica prioridad en la existencia y supremac�a. Significa sustancialmente lo mismo que el otro t�tulo de "el Hijo unig�nito", solo que este �ltimo resalta la relaci�n del Hijo con el Padre, mientras que el primero hace hincapi� en Su relaci�n con la Creaci�n. Adem�s, debe notarse que este nombre se aplica al Verbo Eterno y no a la encarnaci�n de ese Verbo, o para ponerlo de otra forma, la divinidad y no la humanidad del Se�or Jes�s est� en la opini�n del Ap�stol. Este es el resumen m�s breve del significado de este gran nombre.

Sigue una serie de cl�usulas que establecen m�s plenamente la relaci�n del Hijo primog�nito con la Creaci�n, confirmando y explicando as� el t�tulo.

El universo entero est�, por as� decirlo, en una clase, y solo �l se enfrenta a ella. Ning�n lenguaje podr�a ser m�s enf�ticamente completo. Cuatro veces en una oraci�n tenemos "todas las cosas", el universo entero, repetido y remontado a �l como Creador y Se�or. "En los cielos y la tierra" se cita del G�nesis, y se pretende aqu�, como all�, que sea una enumeraci�n exhaustiva de la creaci�n seg�n el lugar.

"Cosas visibles o invisibles" incluye de nuevo el todo bajo un nuevo principio de divisi�n: hay cosas visibles en el cielo, como el sol y las estrellas, puede haber invisibles en la tierra, pero sean lo que sea y de cualquier tipo. �l los hizo. "Ya sean tronos o dominios, o principados o potestades", enumeraci�n que alude evidentemente a las especulaciones on�ricas sobre una jerarqu�a ang�lica que llena el espacio entre el Dios lejano y los hombres inmersos en la materia.

Hay un tono de impaciencia despectiva en la voz de Paul cuando cita la pomposa lista de t�tulos sonoros que hab�a acu�ado una fantas�a ocupada. Es como si hubiera dicho: Se te est� hablando mucho sobre estas jerarqu�as de �ngeles, y sabes todo sobre sus rangos y gradaciones. No s� nada de ellos; pero esto s�, que si, en medio de las cosas invisibles en los cielos o en la tierra, las hay, mi Se�or las hizo, y es su amo.

As� que agrupa todo el universo de seres creados, reales o imaginarios, y luego, muy por encima de �l, separado de �l, su Se�or y Creador, su sustentador y fin, se�ala a la majestuosa persona del unig�nito Hijo de Dios, Su Primog�nito, m�s alto que todos los gobernantes de la tierra, ya sean humanos o sobrehumanos.

El lenguaje empleado pone de relieve la multiplicidad de relaciones que el Hijo mantiene con el universo, por la variedad de preposiciones empleadas en la oraci�n. La suma total. de las cosas creadas (porque el griego significa no s�lo "todas las cosas", sino "todas las cosas consideradas como una unidad") fue en el acto original, creado en �l, por �l y para �l. La primera de estas palabras, "en �l", lo considera como el centro creativo, por as� decirlo, o elemento en el que, como en un almac�n o dep�sito, toda la fuerza creadora resid�a, y se manifestaba en un acto definido.

El pensamiento puede ser paralelo al del pr�logo del Evangelio de Juan: "En �l estaba la vida". El Verbo est� para el universo como el Cristo encarnado lo hace para la Iglesia; y as� como toda la vida espiritual est� en �l, y la uni�n con �l es su condici�n, as� todo lo f�sico tiene su origen en las profundidades de Su naturaleza Divina. El error de los gn�sticos fue poner el acto de la creaci�n y la cosa creada lo m�s lejos posible de Dios, y se encuentra con esta expresi�n notable, que trae la creaci�n y las criaturas en un sentido muy real dentro de los confines de lo Divino. naturaleza, como se manifiesta en la Palabra, y afirma la verdad de la cual el as� llamado pante�smo es la exageraci�n, que todas las cosas est�n en �l, como semillas en un vaso de semillas, mientras que sin embargo no se identifican con �l.

Los posibles peligros de esa profunda verdad, que siempre ha estado m�s en armon�a con los modos de pensamiento orientales que con los occidentales, se evitan mediante la siguiente preposici�n utilizada, "todas las cosas han sido creadas por �l". Eso presupone la demarcaci�n completa y clara entre criatura y creador, y as�, por un lado, libera a la persona del Primog�nito de toda la creaci�n de todo riesgo de ser confundido con el universo, mientras que por el otro enfatiza el pensamiento de que �l es el m�dium. de la energ�a Divina, y as� pone de relieve claramente Su relaci�n con la inconcebible naturaleza Divina.

�l es la imagen del Dios invisible y, en consecuencia, por medio de �l han sido creadas todas las cosas. La misma conexi�n de ideas se encuentra en el pasaje paralelo de la Ep�stola a los Hebreos, donde las palabras, "por quien tambi�n hizo los mundos", est�n en conexi�n inmediata con "ser el resplandor de su gloria".

Pero a�n queda otra relaci�n entre �l y el acto de la creaci�n. "Para �l." han sido hechos. Todas las cosas provienen de �l y tienden hacia �l. �l es el Alfa y la Omega, el principio y el final. Todas las cosas brotan de su voluntad, extraen su ser de esa fuente y vuelven all� de nuevo. Estas relaciones que aqu� se declaran del Hijo, est�n en m�s de un lugar declaradas del Padre. �Enfrentamos la pregunta de manera justa: qu� teor�a de la persona de Jesucristo explica ese hecho?

Pero adem�s, Su existencia antes de toda la creaci�n se repite, con una fuerza en ambas palabras, "�l es", que dif�cilmente se puede dar en ingl�s. El primero es enf�tico -�l mismo- y el segundo enfatiza no solo la preexistencia, sino la existencia absoluta. "�l era antes de todas las cosas" no habr�a dicho tanto como "�l es antes de todas las cosas". Recordamos sus propias palabras: "Antes que Abraham fuera, yo soy".

"In Him all things consist" or hold together. He is the element in which takes place and by which is caused that continued creation which is the preservation of the universe, as He is the element in which the original creative act took place of old. All things came into being and form an ordered unity in Him. He links all creatures and forces into a cooperant whole, reconciling their antagonisms, drawing all their currents into one great tidal wave, melting all their notes into music which God can hear, however discordant it may sometimes sound to us. He is "the bond of perfectness," the keystone of the arch, the centre of the wheel.

As�, entonces, en un simple bosquejo, es la ense�anza del Ap�stol sobre el Verbo Eterno y el Universo. �Qu� dulzura y qu� reverencial temor deber�an arrojar tales pensamientos alrededor del mundo exterior y las providencias de la vida! �Cu�n cerca deber�an traernos a Jesucristo! �Qu� pensamiento tan maravilloso es que todo el curso de los asuntos humanos y de los procesos naturales sea dirigido por Aquel que muri� en la cruz! El tim�n del universo est� sostenido por las manos que fueron perforadas por nosotros. El Se�or de la Naturaleza y el Movilizador de todas las cosas es ese Salvador en cuyo amor podemos apoyar nuestras cabezas doloridas.

Necesitamos estas lecciones hoy, cuando muchos maestros se esfuerzan por expulsar todo lo que es espiritual y Divino de la creaci�n y la historia, y para establecer una ley despiadada como el �nico Dios. La naturaleza es terrible y severa a veces, y el curso de los acontecimientos puede infligir golpes aplastantes; pero no tenemos el horror a�adido de pensar que ambos est�n controlados por ninguna voluntad. Cristo es Rey en ambas regiones, y con nuestro hermano mayor como gobernante de la tierra, no nos faltar� trigo en nuestros costales, ni un Gos�n para habitar.

No necesitamos poblar el vac�o, como lo hac�an estos viejos herejes, con formas imaginarias, ni con fuerzas y leyes impersonales, ni necesitamos, como muchos lo est�n haciendo hoy, vagar por sus muchas mansiones como por una casa abandonada, sin encontrar una Persona en ninguna parte. quien nos acoge; porque en todas partes podemos contemplar a nuestro Salvador, y en cada tormenta y en cada soledad oir Su voz a trav�s de la oscuridad que dice: "Soy yo; no temas".

III. La �ltima de las relaciones expuestas en esta gran secci�n es la que existe entre Cristo y Su Iglesia. "�l es la cabeza del cuerpo, la Iglesia; quien es el principio, el primog�nito de entre los muertos". Se pretende claramente establecer un paralelo entre la relaci�n de Cristo con la creaci�n material y con la Iglesia, la creaci�n espiritual. Como la Palabra de Dios antes de la encarnaci�n es para el universo, as� es el Cristo encarnado para la Iglesia.

Como en el primero, es anterior en el tiempo; y superior en dignidad, tambi�n lo es en el segundo. As� como en el universo �l es fuente y origen de todo ser, as� en la Iglesia �l es el principio, como ser primero y como origen de toda vida espiritual. As� como las brillantes palabras que describen Su relaci�n con la creaci�n comenzaron con el gran t�tulo "el Primog�nito", las que describen Su relaci�n con la Iglesia terminan con el mismo nombre en una aplicaci�n diferente. As�, las dos mitades de Su obra est�n como moldeadas en un c�rculo dorado, y el final de la descripci�n se dobla hacia el principio.

Entonces, brevemente, tenemos aqu� primero a Cristo la cabeza, ya la Iglesia su cuerpo. En el reino inferior, el Verbo Eterno era el poder que manten�a todas las cosas juntas, y similar, pero superior en moda, es la relaci�n entre �l y toda la multitud de almas creyentes. La fisiolog�a popular considera la cabeza como el asiento de la vida. Entonces, la idea fundamental en la met�fora familiar, cuando se aplica a nuestro Se�or, es la de la fuente de la misteriosa vida espiritual que fluye de �l a todos los miembros, y es la vista en los ojos, la fuerza en el brazo, la rapidez en el pie. , color en la mejilla, siendo ricamente variada en sus manifestaciones pero una en su naturaleza, y todas las Suyas.

La misma misteriosa derivaci�n de la vida de �l se ense�a en Su propia met�fora de la Vid, en la que cada rama, por lejos que est� de la ra�z, vive de la vida com�n que circula por todos, que se adhiere a los zarcillos y enrojece en los racimos. , el brazo no es de ellos aunque est� en ellos.

Ese pensamiento de la fuente de la vida conduce necesariamente al otro, que �l es el centro de la unidad, por quien los "muchos miembros" se convierten en "un cuerpo" y el laberinto de p�mpanos en una vid. La "cabeza" tambi�n se convierte naturalmente en el s�mbolo de la autoridad, y estas tres ideas de sede de la vida, centro de unidad y emblema del poder absoluto parecen ser las que aqu� se mencionan principalmente.

Cristo es adem�s el comienzo de la Iglesia. En el mundo natural, �l era ante todo y fuente de todo. La misma doble idea est� contenida en este nombre, "el Principio". No se refiere simplemente al primer miembro de una serie que la comienza, como lo hace el primer eslab�n de una cadena, sino al poder que hace que comience la serie. La ra�z es el comienzo de las flores que soplan sucesivamente durante el tiempo de floraci�n de la planta, aunque tambi�n podemos llamar a la primera flor del n�mero el comienzo.

Pero Cristo es ra�z; no meramente la primera flor, aunque tambi�n es eso. �l es cabeza y comienzo de Su Iglesia por medio de Su resurrecci�n. �l es el primog�nito de entre los muertos, y Su comunicaci�n de vida espiritual a Su Iglesia requiere el hecho hist�rico de Su resurrecci�n como base, porque un Cristo muerto no podr�a ser la fuente de vida; y esa resurrecci�n completa la manifestaci�n del Verbo encarnado, por nuestra fe en la cual Su vida espiritual fluye en nuestro esp�ritu. A menos que haya resucitado de entre los muertos, todas sus afirmaciones de ser algo m�s que un maestro sabio y un car�cter justo se desmoronan en la nada, y pensar en �l como una fuente de vida es imposible.

�l es el principio a trav�s de Su resurrecci�n, tambi�n, en lo que respecta a Su resurrecci�n de entre los muertos. �l es las primicias de los que durmieron y trae la promesa de una gran cosecha. �l ha resucitado de entre los muertos, y all� tenemos no solo la �nica demostraci�n para el mundo de que hay una vida despu�s de la muerte, sino la seguridad irrefutable a la Iglesia de que porque �l vive, ella tambi�n vivir�. Un cad�ver y una cabeza viva no pueden serlo.

Estamos demasiado unidos a �l para que la Furia "con las espantosas tijeras" corte el hilo. Ha resucitado para ser el primog�nito entre muchos hermanos. De modo que el Ap�stol concluye que en todas las cosas �l es el primero, y todas las cosas son, para que �l sea el primero. Ya sea en la naturaleza o en la gracia, esa preeminencia es absoluta y suprema. El fin de toda la majestad de la creaci�n y de todas las maravillas de la gracia es que Su figura solitaria se destaque claramente como centro y se�or del universo, y Su nombre sea elevado por encima de todos.

De modo que la pregunta que nos planteamos a todos es: �Qu� pens�is de Cristo? Nuestros pensamientos ahora se han vuelto necesariamente hacia temas que pueden haber parecido abstractos y remotos, pero estas verdades que hemos estado tratando de aclarar y presentar en su conexi�n, no son meros t�rminos o proposiciones de una teolog�a medio m�stica lejana. de nuestra vida diaria, sino que recaen m�s grave y directamente sobre nuestros intereses m�s profundos.

De buena gana insistir�a en cada conciencia con el agudo llamamiento: �Qu� es este Cristo para nosotros? �Es para nosotros algo m�s que un nombre? �Se levanta nuestro coraz�n con un alegre Am�n cuando leemos estas grandiosas palabras de este texto? �Estamos listos para coronarlo Se�or de todo? �Es �l nuestra cabeza, para llenarnos de vitalidad, para inspirarnos y para mandarnos? �Es �l la meta y el final de nuestra vida individual? �Podemos decir cada uno de nosotros: yo vivo por �l, en �l y para �l? Felices somos si le damos a Cristo la preeminencia, y si nuestro coraz�n pone "a �l primero, a �l �ltimo, a �l en medio y sin fin".

Versículos 19-22

Cap�tulo 1

EL HIJO RECONCILIANTE

Colosenses 1:19 (RV)

Estas palabras corresponden a las que las preceden inmediatamente, en la medida en que presentan la misma secuencia y tratan de Cristo en su relaci�n con Dios, con el universo y con la Iglesia. Los estratos de pensamiento son continuos y se encuentran aqu� en el mismo orden en que los encontramos all�. All� hab�amos expuesto la obra del Verbo preencarnado as� como la del Cristo encarnado; aqu� tenemos principalmente el poder reconciliador de Su cruz proclamado que llega a todos los rincones del universo, y que culmina en sus operaciones sobre las almas creyentes a las que Pablo habla.

All� ten�amos el hecho de que �l era la imagen de Dios puesta como base de Su relaci�n con los hombres y las criaturas; aqu� ese hecho mismo, comprendido de una manera algo diferente, es decir, como la morada en �l de toda "plenitud", se remonta a su fundamento en el "benepl�cito" del Padre, y se considera que el mismo prop�sito divino es la base de toda la reconciliaci�n de Cristo. trabajo. Observamos, tambi�n, que todo este apartado del que nos ocupamos ahora se da como explicaci�n y raz�n de la preeminencia de Cristo. Estos son los principales v�nculos de conexi�n con las palabras anteriores, y habi�ndolos anotado, podemos proceder a intentar alguna consideraci�n imperfecta de los abrumadores pensamientos aqu� contenidos.

I. Como antes, tenemos a Cristo en relaci�n con Dios.

"Fue el benepl�cito del Padre que en �l habitara toda la plenitud".

Ahora bien, podemos suponer por el uso de la palabra "plenitud" aqu�, que sabemos que ha sido un t�rmino muy importante en especulaciones gn�sticas posteriores en toda regla, que hay una referencia a algunas de las expresiones de los maestros her�ticos, pero tal la suposici�n no es necesaria ni para explicar el significado ni para dar cuenta del uso de la palabra.

"La plenitud", �qu� plenitud? Creo, aunque ha sido discutido, que el lenguaje del pr�ximo cap�tulo, Colosenses 2:9 donde leemos "En �l habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad", deber�a resolver eso.

Parece muy improbable que con dos de cada tres palabras significativas iguales, la elipse deba ser proporcionada por cualquier cosa menos la tercera. El significado entonces ser� la abundancia total, o la totalidad de poderes y atributos Divinos. Es decir, para decirlo en palabras m�s sencillas, que toda esa naturaleza Divina en toda su dulce grandeza, en toda su infinita riqueza de ternura, poder y sabidur�a, est� encarnada en Jesucristo.

No tenemos necesidad de mirar a los cielos arriba ni a la tierra abajo en busca de revelaciones fragmentarias del car�cter de Dios. No tenemos necesidad de hacer inferencias dudosas sobre lo que Dios es de las ense�anzas cuestionables de la naturaleza, o de los misterios de la historia humana con sus miserias. Sin duda, estos s� muestran algo de �l a los corazones observadores, y la mayor�a a aquellos que tienen la clave de su significado por su fe en una revelaci�n m�s clara.

En diversas ocasiones y de diversas maneras, Dios ha hablado al mundo mediante estas voces parciales, a cada una de las cuales se han encomendado algunas s�labas de su nombre. Pero �l ha puesto Su nombre completo en ese mensajero de un Nuevo Pacto por quien finalmente nos ha declarado todo Su car�cter, incluso Su Hijo, en quien "fue la buena voluntad del Padre que habitara toda la plenitud".

La palabra traducida "morar" implica una morada permanente, y puede haber sido elegida para oponerse a un punto de vista que sabemos que prevaleci� m�s tarde, y podemos sospechar que ha comenzado a aparecer tan temprano, a saber, que la uni�n de lo Divino y lo humano en la persona de Cristo fue s�lo temporal. En todo caso, el �nfasis se pone aqu� en la verdad opuesta de que esa morada no termina con la vida terrenal de Jes�s, y no es como las encarnaciones vagas y pasajeras de la mitolog�a o especulaci�n oriental, una mera suposici�n de una naturaleza carnal por un momento. , que se elimina de la Deidad que vuelve a ascender, pero que, para siempre, la humanidad est� unida a la divinidad en la humanidad perpetua de Jesucristo.

Y esta morada es el resultado del benepl�cito del Padre. Al adoptar el suplemento en las versiones autorizadas y revisadas, podr�amos leer "el Padre agrad�", pero sin hacer ese cambio, la fuerza de las palabras sigue siendo la misma. La Encarnaci�n y toda la obra de Cristo se refieren a su base m�s profunda en la voluntad del Padre. La palabra traducida "complacido" implica tanto consejo como complacencia; es un placer y un buen placer.

El Padre determin� la obra del Hijo y se deleit� en ella. Las caricaturas intencionales o no intencionales de la ense�anza del Nuevo Testamento a menudo lo han representado como hacer de la obra de Cristo el medio para pacificar a un Dios que no ama y llevarlo a la misericordia. Eso no es parte de la doctrina paulina. Pero �l, como todos sus hermanos, ense�� que el amor de Dios es la causa de la misi�n de Cristo, as� como Cristo mismo hab�a ense�ado que "tanto am� Dios al mundo que envi� a su Hijo.

"Sobre el fundamento de la Roca de la voluntad, la voluntad amorosa del Padre, est� edificada toda la obra de Su Hijo Encarnado. Y as� como esa obra fue el resultado de Su prop�sito eterno, tambi�n es el objeto de Su deleite eterno. el maravilloso significado de la palabra que cay� suavemente como la paloma que descendi� sobre Su cabeza, y yaci� sobre Sus cabellos mojados por Su bautismo, como un aceite consagrado: "Este es Mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.

"Dios quiso que as� fuera; se alegr� de que as� fuera. Por medio de Cristo, el Padre se propuso que Su plenitud nos fuera comunicada, y por medio de Cristo el Padre se regocija en derramar Su abundancia en nuestro vac�o, para que seamos llenos. con toda la plenitud.

II. Una vez m�s, tenemos aqu�, como antes, a Cristo y el Universo, del cual �l no solo es Hacedor, Sustentador y Se�or, sino que mediante "la sangre de Su cruz" reconcilia "todas las cosas consigo mismo". Probablemente estos mismos falsos maestros so�aban con reconciliar a los agentes entre la multitud de fantasmas sombr�os con los que poblaban el vac�o. Pablo levanta en oposici�n a todos estos al �nico Soberano Mediador, cuya cruz es el v�nculo de la paz para todo el universo.

Es importante para la comprensi�n de estas grandes palabras observar su clara referencia a las cl�usulas anteriores que trataban de la relaci�n de nuestro Se�or con el universo como Creador. Se utilizan las mismas palabras para hacer que el paralelismo sea lo m�s cercano posible. "Por medio de �l" fue la creaci�n; "a trav�s de �l" es reconciliaci�n. "Todas las cosas" -o como m�s bien sugerir�a el griego, "el universo" -todas las cosas consideradas como un agregado- fueron hechas y sostenidas a trav�s de �l y subordinadas a �l; el mismo "todas las cosas" se reconcilian.

Se nota un cambio significativo en el orden de denominaci�n de los elementos que los componen. Cuando se habla de la creaci�n, el orden es "en los cielos y sobre la tierra", el orden de la creaci�n; pero cuando la reconciliaci�n es el tema, el orden se invierte, y leemos "cosas en la tierra y cosas en los cielos", las que vienen primero, las que est�n m�s cerca de la cruz reconciliadora, y son las primeras en sentir el poder que emana de ella.

Esta obvia correspondencia intencional entre estos dos p�rrafos nos muestra que cualquiera que sea la naturaleza de la "reconciliaci�n" de la que se habla aqu�, se supone que afecta no solo a las criaturas racionales y responsables que son las �nicas en el sentido pleno de la palabra que pueden reconciliarse, ya que s�lo en el pleno sentido de la palabra pueden ser enemigos, pero para extenderse a las cosas, y enviar su influencia a trav�s del universo.

La amplitud de la reconciliaci�n es la misma que la de la creaci�n; son contiguos. Siendo ese el caso, "reconciliaci�n" aqu� debe tener un matiz diferente de significado cuando se aplica a la suma total de cosas creadas de lo que tiene cuando se aplica a las personas. Pero no s�lo se incluyen criaturas inanimadas en la expresi�n; Incluso se puede cuestionar si toda la humanidad no est� excluida de �l, no solo por la frase "todas las cosas", sino tambi�n por la consideraci�n de que el efecto de la muerte de Cristo en los hombres es el tema de las siguientes palabras, que no son una explicaci�n de esta cl�usula, sino una adici�n a ella, que presenta un departamento completamente diferente de la obra reconciliadora de Cristo.

Tampoco debemos perder de vista la omisi�n muy significativa en esta secci�n de la referencia a los seres angelicales que fueron nombrados en la secci�n de la creaci�n. No escuchamos nada ahora sobre tronos o dominios o principados o potestades. La divisi�n en "visibles e invisibles" no se reproduce. Sugiero la posibilidad de que la raz�n sea la intenci�n de representar esta "reconciliaci�n" como teniendo efecto exclusivamente en las regiones de la creaci�n por debajo de lo ang�lico y por debajo de lo humano, mientras que la "reconciliaci�n", propiamente dicha, que se lleva a cabo Los hombres alienados se tratan primero en las siguientes palabras.

Si es as�, entonces estas palabras se refieren principalmente a la restituci�n del universo material a su obediencia primordial, y representan a Cristo el Creador quitando por Su cruz la sombra que ha pasado sobre la naturaleza a causa del pecado. Bien se ha dicho: "Hasta qu� punto esta restauraci�n de la naturaleza universal puede ser subjetiva, en cuanto implicada en las percepciones cambiadas del hombre, as� puestas en armon�a con Dios, y hasta qu� punto puede tener una existencia objetiva e independiente, ser�a vano especular". . "

Las Escrituras parecen ense�ar que el pecado del hombre ha hecho que el mundo f�sico "est� sujeto a la vanidad"; porque, aunque mucho de lo que dice sobre este asunto es incuestionablemente s�lo met�fora, retratar las bendiciones mesi�nicas en lenguaje po�tico nunca tuvo la intenci�n de la verdad dogm�tica, y aunque indiscutiblemente la muerte f�sica rein� entre los animales, y las tormentas y cat�strofes barrieron la tierra mucho antes que el hombre o El pecado estaba aqu�, todav�a viendo que el hombre por su pecado ha obligado a la materia muerta a servir sus concupiscencias y ser su instrumento en actos de rebeli�n contra Dios, haciendo "alianza con las piedras del campo" contra �l y su Maestro. que ha usado la tierra para esconder el cielo y apartarse de sus glorias,

"Pecado desproporcionado

Sacudido contra el timbre de la naturaleza, y con estruendo �spero

Frena la m�sica justa que hicieron todas las criaturas

A su gran Se�or, cuyo amor influy� en sus movimientos ".

Aqu� hemos expresado en palabras, en qu� medida podemos medir tan poco, la contraesperanza de que dondequiera y como sea que se haya producido tal efecto en el universo material, ser� eliminado por el poder reconciliador de la sangre derramada. En el cruce. Ese poder reconciliador llega tan lejos como Su poder creativo. El universo es uno, no solo porque todo fue creado por la �nica Palabra Divina personal, ni porque todo fue sostenido por �l, sino porque de maneras desconocidas para nosotros, el poder de la cruz traspasa sus alturas y profundidades.

As� como las impalpables influencias del sol unen planetas y cometas en un gran sistema, as� de �l en Su cruz pueden fluir atractivos Dowers que unen regiones lejanas y diversos �rdenes, y unen a todos en armoniosa unidad con Dios, quien ha hecho paz por la sangre derramada en la cruz, y por eso se ha complacido en reconciliar todas las cosas consigo mismo.

"Y la mano de un sacerdote a trav�s de la creaci�n agita la calma y la consagraci�n".

Puede ser que la referencia a las cosas del cielo sea como la referencia similar en los vers�culos anteriores, ocasionada por algunos sue�os de los maestros herejes. Puede que simplemente quiera decir: hablas mucho sobre las cosas celestiales y has llenado todo el espacio entre el trono de Dios y la tierra del hombre con criaturas gruesas como las motas del rayo de sol. No s� nada de ellos; pero esto s�, que, si lo son, Cristo los hizo, y que si entre ellos hay antagonismo con Dios, puede ser vencido por la cruz.

En cuanto a la reconciliaci�n propiamente dicha, en los cielos, es decir, entre los seres espirituales que habitan en ese reino, est� claro que no puede haber ninguna duda al respecto. No hay enemistad entre los �ngeles del cielo, y no hay lugar para regresar a la uni�n con Dios entre sus bandas tranquilas, que "escuchan la voz de su palabra". Pero a�n as�, si la forma hipot�tica de la cl�usula y el uso del g�nero neutro permiten alguna referencia a seres inteligentes en los cielos, sabemos que para los principados y potestades en los lugares celestiales la cruz ha sido maestra de profundidades desconocidas en los cielos. Naturaleza y prop�sitos divinos, cuyo conocimiento los ha acercado m�s al coraz�n de Dios, y ha hecho a�n m�s bendita y m�s cercana su uni�n bendita con �l.

En ning�n tema es m�s necesario recordar las limitaciones de nuestro conocimiento que en este gran tema. En ninguna, la afirmaci�n confiada est� m�s fuera de lugar. La verdad general ense�ada es clara, pero su aplicaci�n espec�fica a las diversas regiones del universo es muy dudosa. No tenemos ninguna fuente de conocimiento sobre ese tema, excepto las palabras de las Escrituras, y no tenemos los medios para verificar o verificar las conclusiones que podamos sacar de ellas.

Por lo tanto, estamos obligados, si vamos m�s all� del principio general, a recordar que es una cosa y nuestro c�lculo de lo que incluye es otra muy distinta. Nuestras inferencias no tienen la certeza de la palabra de Dios. Viene a nosotros con "De cierto, de cierto". No tenemos derecho a aventurarnos m�s que en Quiz�s.

Este es especialmente el caso cuando solo tenemos uno o dos textos sobre los que basarnos, y estos son los m�s generales en su idioma. Y m�s a�n, cuando encontramos otras palabras de la Escritura que parecen dif�ciles de reconciliar con ellas, si se las presiona hasta su m�ximo significado. En tal caso, nuestra sabidur�a es reconocer que a Dios no le ha agradado darnos los medios para construir un dogma sobre el tema, y ??m�s bien buscar aprender las lecciones ense�adas por la oscuridad que permanece que proclamar precipitadamente y con confianza, nuestra inferencias de la mitad de nuestros materiales como si fueran el coraz�n mismo del evangelio.

Sublime y grandioso m�s all� de todos nuestros sue�os, podemos estar seguros, ser� el problema. Cierto como el trono de Dios es que sus prop�sitos se cumplir�n - y al fin este ser� el hecho para el universo, como siempre ha sido la voluntad del Padre - "De �l, y por �l, y para �l son todas las cosas, a quien sea la gloria por los siglos. A esa mayor esperanza y visi�n suprema para toda la creaci�n, �qui�n no dir�: Am�n? La gran vista que el vidente contempl� en Patmos es el mejor comentario de nuestro texto.

A �l se le revel� el orden eterno del universo: el gran trono blanco, un Alp nevado en el centro; entre el trono y las criaturas, el Cordero, a trav�s del cual la bendici�n y la vida pasaron hacia ellos, y su incienso y alabanza pasaron al trono hacia adentro; y alrededor de las "criaturas vivientes", tipos del conjunto de la vida creadora, los "ancianos", representantes de la Iglesia redimidos.

entre los hombres, y mir�adas de primog�nitos del cielo. Los ojos de todos esperan por igual en ese Cordero inmolado. En �l ven a Dios en la luz m�s clara del amor y el m�s suave poder, y mientras miran, aprenden y son alimentados, cada uno seg�n su hambre, de la plenitud de Cristo, "toda criatura que est� en el cielo y en la tierra, y debajo de la tierra, y los que est�n en el mar, y todos los que est�n en ellos, "se oir� decir:" Bendici�n y honra y gloria y poder sean para Aquel que est� sentado en el trono, y para el Cordero para siempre ".

III. Cristo y su obra reconciliadora en la Iglesia. A�n se mantiene el paralelo entre la reconciliaci�n y la obra creadora de Cristo. Como en Colosenses 1:18 , �l fue representado como el dador de vida a la Iglesia, de una manera m�s alta que al universo, por lo tanto, y probablemente con un realce similar del significado de "reconciliaci�n".

"�l se presenta aqu� como su dador a la Iglesia. Ahora observe el �nfasis solemne de la descripci�n de la condici�n de los hombres antes de que la obra de reconciliaci�n haya influido en sus corazones. Son" alienados ", no" extraterrestres ", como si eran su condici�n original, pero "alienados", como habiendo llegado a serlo. El mismo pensamiento de que el pecado del hombre y la separaci�n de Dios es una ca�da, algo anormal y superinducido sobre la humanidad, que est� implicado en la "reconciliaci�n" o restauraci�n de una concordia original, est� impl�cito en esta expresi�n.

"Y enemigos en tu mente": el asiento de la enemistad est� en ese hombre interior que piensa, reflexiona y quiere, y su esfera de manifestaci�n est� "en obras malas" que son actos religiosos de hostilidad hacia Dios porque moralmente son malos . No debemos leer "por obras malas" como lo hace la Versi�n Autorizada, porque las malas acciones no los han convertido en enemigos, pero la enemistad ha originado las malas acciones y es atestiguada por ellas.

�sa es una acusaci�n severa, una descripci�n sencilla, tosca y, como se piensa hoy en d�a, una descripci�n demasiado dura de la naturaleza humana. Nuestros antepasados ??sin duda se sintieron tentados a pintar la "depravaci�n de la naturaleza humana" con colores muy negros, pero estoy muy seguro de que estamos tentados en la direcci�n opuesta. Suena demasiado duro y grosero insistir en la verdad pasada de moda sobre damas y caballeros respetables y cultos.

La acusaci�n no es de hostilidad consciente y activa, sino de falta pr�ctica de afecto, manifestada por la desobediencia habitual o la falta de atenci�n a los deseos de Dios, y por la indiferencia y separaci�n de �l en el coraz�n y la mente.

�Y no son �stos el temperamento habitual de las multitudes? Los signos del amor son la alegr�a en compa��a del amado, los dulces recuerdos y los anhelos si se separan, el ansioso cumplimiento de su deseo m�s ligero, una respuesta r�pida a la asociaci�n m�s esbelta que los recuerda a nuestros pensamientos. �Tenemos estos signos de amor a Dios? Si no, es hora de considerar qu� temperamento de coraz�n y mente hacia el m�s amoroso de los Corazones y el m�s incansable de los Dadores, est� indicado por el hecho de que casi nunca pensamos en �l, que no nos deleitamos en Su presencia sentida, que la mayor�a de nuestras acciones no tienen ninguna referencia a �l y se har�an de la misma manera si no existiera Dios. Seguramente tal condici�n es m�s hostilidad que amor.

Adem�s, aqu�, igualmente, Dios mismo es el Reconciliador. "�l", es decir, Dios, no Cristo, "nos ha reconciliado". Algunos, de hecho, leen "hab�is sido reconciliados", pero la preponderancia de la autoridad est� a favor del texto tal como est�, que da un sentido acorde con el modo habitual de representaci�n. Somos nosotros los que estamos reconciliados. Es Dios quien reconcilia. Somos nosotros los enemigos. La paciencia divina sigue amando a trav�s de toda nuestra enemistad, y aunque el amor perfecto que se enfrenta al pecado humano debe convertirse en ira, que es consistente con el amor, nunca se convierte en odio, que es lo opuesto del amor.

Observe finalmente el gran medio de reconciliaci�n: "En el cuerpo de su carne", que es, por supuesto, la carne de Cristo, Dios nos ha reconciliado. �Por qu� el Ap�stol usa esta aparentemente innecesaria exuberancia de lenguaje: "el cuerpo de Su carne"? Pudo haber sido para corregir algunas tendencias err�neas hacia una doctrina que sabemos que fue luego adoptada con entusiasmo en las Iglesias orientales, que el cuerpo de nuestro Se�or no era verdaderamente carne, sino solo un fantasma o apariencia.

Pudo haber sido para evitar el riesgo de confundirlo con Su "cuerpo la Iglesia", del que se habla en el vers�culo 18 ( Colosenses 1:18 ), aunque eso supone una torpeza apenas cre�ble en sus lectores. O puede explicarse m�s naturalmente que muestra cu�n llena estaba su mente de la abrumadora maravilla del hecho de que �l, cuya majestad ha estado expresando con palabras tan profundas, cubriera Sus glorias eternas y limitara Sus energ�as de largo alcance. dentro de un cuerpo carnal.

Se�alar�a el contraste entre la dignidad divina del Verbo Eterno, Creador y Se�or del universo, y la humildad de Su encarnaci�n. Sobre estos dos pilares, como sobre dos s�lidos pilares, uno en cada continente, con un gran abismo entre ellos, la Divinidad de Cristo por un lado, Su humanidad por el otro, se construye el puente por el cual pasamos sobre el r�o hacia la gloria. .

Pero eso no es todo. La Encarnaci�n no es todo el evangelio. El cuerpo de su carne se convierte en el medio de nuestra reconciliaci�n "a trav�s de la muerte". La muerte de Cristo ha cumplido tanto los requisitos de la ley divina que el amor divino puede manifestarse libremente y abrazar y perdonar a los hombres pecadores. Ese hecho es el centro mismo de la revelaci�n de Dios en Cristo, el verdadero secreto de Su poder. El ha muerto. Voluntariamente y por su propio amor, as� como en obediencia a la voluntad amorosa del Padre, ha soportado las consecuencias del pecado que nunca hab�a compartido, en esa vida de dolor y simpat�a, en esa separaci�n de Dios que es la pena m�s profunda del pecado. , y del cual nos llega el solemne testimonio en el clamor que rasga las tinieblas: "Dios m�o, Dios m�o, �por qu� me has desamparado?"

No conocemos todos los incidentes de la muerte de Cristo. No se nos ha dicho toda la forma de su funcionamiento, pero s�. No afecta el coraz�n Divino. Eso lo sabemos, porque "tanto am� Dios al mundo, que envi� a su Hijo". Pero s� afecta al gobierno divino. Sin �l, el perd�n no podr�a haber existido. Su influencia se extiende a todos los a�os anteriores, como a todos los posteriores al Calvario, porque el hecho de que el Hombre siguiera existiendo despu�s de que el Hombre hab�a pecado, se debi� a que todo el gobierno Divino desde el principio tuvo respeto al sacrificio que iba a ser, como ahora. todo est� moldeado por el m�rito del sacrificio que ha sido.

Y en este aspecto del caso, los pensamientos anteriores sobre la sangre de la cruz que tiene poder en el universo material adquieren un nuevo significado, si consideramos que toda la historia del mundo ha sido moldeada por el sacrificio de Cristo y la continuidad misma de la humanidad. desde el primer momento de transgresi�n posible, porque �l fue "el Cordero inmolado antes de la fundaci�n del mundo", cuya cruz, como un hecho eterno en el prop�sito divino, influy� en el gobierno divino mucho antes de que se realizara en el tiempo.

Para nosotros, ese amor maravilloso, m�s poderoso que la muerte y que no puede ser apagado por muchas aguas, es el �nico poder que puede cambiar nuestra alienaci�n en alegre amistad, y derretir la escarcha y el hielo duro de la indiferencia y el terror en amor. Eso, y solo eso, es el disolvente de las voluntades obstinadas, el im�n de los corazones distantes. La cruz de Cristo es la piedra angular del universo y el vencedor de toda enemistad.

Si la religi�n ha de tener poder soberano en nuestras vidas, debe ser la religi�n construida sobre la fe en el Hijo de Dios encarnado, quien reconcilia al mundo con Dios en Su cruz. Esa es la �nica fe que hace que los hombres amen a Dios y los une a �l con ataduras que no se pueden romper. Otros tipos de cristianismo son tibios; y el agua tibia es abominaci�n. Lo �nico que nos hace apoyar nuestros rebeldes brazos y decir: Se�or, me rindo, T� has vencido, es ver en la vida de Cristo la imagen perfecta de Dios, y en Su muerte el sacrificio todo suficiente por el pecado.

�De qu� nos sirve que el poder de gran alcance de la cruz de Cristo dispara fuerzas magn�ticas hasta el l�mite m�s extremo de los cielos y une a todo el universo con cordones de seda rojo sangre a Dios, si no me une a �l en amor y anhelo? �De qu� sirve que Dios est� en Cristo, reconciliando consigo al mundo, si yo soy inconsciente de la enemistad y descuido la amistad? Cada hombre tiene que preguntarse: �Estoy reconciliado con Dios? �La visi�n de Su gran amor en la cruz me ha ganado, en cuerpo y alma, a Su amor y servicio? �He abandonado la voluntad propia, el orgullo y la enemistad, y me he entregado feliz cautivo al amoroso Cristo que muri�? Su cruz nos atrae, Su amor nos llama.

Dios suplica con todos los corazones. El que ha hecho la paz por medios tan costosos como el sacrificio de su Hijo, condesciende a implorar a los rebeldes que se reconcilien con �l, y "nos ruega con mucha s�plica que recibamos el regalo". Dios nos suplica que nos reconciliemos consigo mismo.

Versículos 22-23

Cap�tulo 1

EL �LTIMO PROP�SITO DE LA RECONCILIACI�N Y SUS CONDICIONES HUMANAS

Colosenses 1:22 (RV)

EL Ap�stol ha estado esbozando con esbozo magn�fico un vasto sistema, que casi podemos llamar el esquema del universo. �l ha presentado a Cristo como su Se�or y centro, a trav�s del cual todas las cosas al principio llegaron a existir y a�n contin�an existiendo. Paralelamente ha presentado a Cristo como Se�or y Centro de la Iglesia, su Cabeza vivificante. Y finalmente ha presentado a Cristo como el Reconciliador de todas las discordias en el cielo y la tierra, y especialmente de aquello que separa a los hombres pecadores de Dios.

Y ahora nos muestra aqu�, en las primeras palabras de nuestro texto, el prop�sito de toda esta manifestaci�n de Dios en Cristo de ser la presentaci�n de hombres perfectos en pureza, ante el perfecto juicio de Dios. Luego a�ade la condici�n de la que depende el cumplimiento de este prop�sito �ltimo en cada hombre, a saber, la continuidad del hombre en la fe y la esperanza del Evangelio. Eso le lleva a recoger, en una serie de cl�usulas que caracterizan el Evangelio, ciertos aspectos del mismo que constituyen motivos y est�mulos subordinados a tal constancia. Esa es, creo, el esquema de conexi�n de las palabras que tenemos ante nosotros, que a primera vista parecen algo enredadas y dif�ciles de desentra�ar.

I. Entonces, primero, tenemos que considerar el prop�sito �ltimo de Dios en la obra de Cristo.

"Para presentarte santo, sin tacha e irreprensible delante de �l". Puede ser una pregunta si estas palabras deben estar conectadas con "ahora se ha reconciliado", o si debemos retroceder m�s en el p�rrafo largo y hacerlas dependientes de "fue la buena voluntad del Padre". Lo primero parece m�s natural, a saber, ver aqu� una declaraci�n del gran fin contemplado en nuestra reconciliaci�n con Dios; que, de hecho, cualquiera que sea la construcci�n gramatical preferida aqu�, es tambi�n, por supuesto, el objeto �ltimo del benepl�cito del Padre.

En la palabra "presente" hay posiblemente una alusi�n al sacrificio, como incuestionablemente hay en su uso en Romanos 12:1 , "Presentad vuestros cuerpos en sacrificio vivo"; o puede haber impl�cita otra met�fora a�n m�s elocuente, la de que el amigo del novio lleva a la novia al marido. Esa hermosa figura se encuentra en dos casos del uso de la palabra en la ep�stola de Pablo ( 2 Corintios 2:2 , "para presentarte como una virgen Efesios 5:27 a Cristo", y Efesios 5:27 , "para que �l se la presente a s� mismo). una Iglesia gloriosa "), y posiblemente en otros.

Ciertamente da aqu� un emblema apropiado y hermoso si pensamos en la presentaci�n de la novia en belleza virginal y pureza a su Se�or en ese �ltimo gran d�a que es el d�a nupcial de la Iglesia perfeccionada.

Sin embargo, no es necesario suponer met�fora alguna, ni alusi�n alguna m�s all� del significado general de la palabra: poner en presencia de. La referencia al sacrificio es incongruente aqu�, y la nupcial no est� indicada por nada en el contexto, como ocurre en los casos que acabamos de citar. Una cosa est� clara, que la referencia es a una presentaci�n futura en el d�a del juicio, como en otro lugar, donde Pablo dice: "�l tambi�n nos resucitar� y nos presentar�".

2 Corintios 4:14 A la luz de ese d�a revelador, Su prop�sito es que permanezcamos "santos", es decir, consagrados a Dios y, por lo tanto, puros, "sin defecto", como ten�an que ser las ofrendas, e "irreprensibles", "contra quien no se puede presentar ninguna acusaci�n. Estos tres expresan una secuencia regular; Primero, el principio interno de consagraci�n y devoci�n a Dios, luego su resultado visible en conducta y car�cter inmaculados, y luego su �ltima consecuencia, que en el juicio de Dios y de los hombres seremos absueltos de culpa, y toda acusaci�n desaparecer� de nuestra deslumbrante pureza, como el agua fangosa del ala blanca del ave marina mientras vuela.

Y toda esta perfecci�n moral e inocencia no debe estar meramente en el juicio de los hombres, sino "ante �l", la luz de cuyos "ojos puros y juicio perfecto" descubre todas las manchas y males. Deben ser verdaderamente inmaculados los que "no tienen mancha delante del trono de Dios".

As�, pues, es la gran concepci�n del prop�sito y resultado �ltimos de la obra reconciliadora de Cristo. Todas las l�neas de pensamiento de la secci�n anterior conducen y convergen en este pico. El significado de Dios en la creaci�n y la redenci�n no se puede sondear completamente sin tener en cuenta el futuro perfeccionamiento de los hombres. Este ideal cristiano de las posibilidades para los hombres es la visi�n m�s noble que puede animar nuestras esperanzas.

Pureza moral absoluta que ser� reconocida como perfecta por el Juez perfecto, y un acercamiento cercano a Dios, de modo que estemos "ante �l" de una manera desconocida aqu�, son esperanzas mucho m�s brillantes que las que cualquier otro sistema de la creencia impresa en la tenue cortina de lona del futuro, ya que la estimaci�n cristiana de la condici�n del hombre aparte de Cristo es m�s triste y oscura que la de ellos. El cristianismo tiene una escala de colores mucho m�s amplia que ellos.

Se adentra m�s en la negrura en busca de los matices con los que pinta al hombre tal como es, y m�s arriba en resplandecientes glorias de esplendor por los tonos relucientes con los que lo pinta como puede llegar a ser. Se mueven dentro de estrechos l�mites de tintes neutros. El Evangelio por s� solo no intenta minimizar la maldad del hombre, porque conf�a triunfalmente en su poder para convertir todo ese mal en bien.

Nada menos que esta completa pureza y falta de culpa satisface el coraz�n de Dios. Podemos viajar al principio de esta secci�n y conectar sus primeras palabras con estas: "Agrad� al Padre presentarnos santos, sin mancha y sin mancha". Le deleita. para efectuar as� la purificaci�n de las almas pecadoras, y �l se alegra cuando se ve rodeado de esp�ritus que hacen eco de Su voluntad y reflejan Su luz.

Esto es lo que anhela. Esto es lo que �l busca en toda Su obra: hacer hombres buenos y puros. El inter�s moral es primordial en Su coraz�n y en Sus obras. El universo f�sico no es m�s que el andamio sobre el que se puede construir la verdadera casa de Dios. La obra de Cristo es el medio para ese fin. y cuando Dios ha conseguido que, con tan generoso gasto, seamos blancos como �l, y no pueda encontrar nada en nosotros que condenar, entonces, y no hasta entonces, se preocupa por nosotros satisfecho y alegre de coraz�n, descansando en Su amor, y regocij�ndose por nosotros con c�nticos.

Tampoco nada que no sea esta completa pureza agotar� el poder del Cristo reconciliador. Su obra es como una columna inacabada, o el Campanile de Giotto, todo brillando con m�rmoles y alabastros y ambientado con bellas figuras, pero esperando durante siglos a que el �pice resplandeciente re�na sus glorias en un punto que traspasa el cielo. Su cruz y pasi�n no alcanzaron ning�n resultado adecuado, salvo el perfeccionamiento de los santos, ni vali� la pena que Cristo muriera por un fin menor. Su cruz y pasi�n tienen evidentemente el poder de efectuar esta pureza perfecta, y no se puede suponer que hayan hecho todo lo que ellos deben hacer, hasta que lo hayan hecho con cada cristiano.

Debemos, pues, tener muy claro ante nosotros esto como el objeto supremo del cristianismo: no hacer felices a los hombres, excepto como consecuencia de la santidad; no librar de la pena, excepto como un medio para la santidad; sino para hacerlos santos, y siendo santos, para ponerlos cerca del trono de Dios. Nadie comprende el alcance del cristianismo, o lo juzga con justicia, si no le da todo su peso como su propia declaraci�n de su prop�sito.

Cuanto m�s claramente nosotros, como cristianos, mantengamos ese prop�sito prominente en nuestros pensamientos, m�s seremos estimulados y guiados nuestros esfuerzos, y m�s alimentadas nuestras esperanzas, incluso cuando nos entristezca una sensaci�n de fracaso. Tenemos un poder obrando en nosotros que puede hacernos blancos como los �ngeles, puros como nuestro Se�or es puro. Si, siendo capaz de producir resultados perfectos, ha producido s�lo esos imperfectos, bien podemos preguntarnos cu�l es la raz�n del fracaso parcial.

Si crey�ramos m�s v�vidamente que el verdadero prop�sito y uso del cristianismo era hacernos buenos hombres, seguramente deber�amos trabajar con m�s empe�o para asegurar ese fin, deber�amos tomar m�s en serio nuestra propia responsabilidad por la falta de plenitud con la que se ha logrado en nosotros. y debemos someternos m�s completamente a la operaci�n del "poder del poder" que obra en nosotros.

Nada menos que nuestra pureza absoluta satisfar� a Dios acerca de nosotros. Nada menos deber�a satisfacernos a nosotros mismos. El �nico fin digno de la obra de Cristo por nosotros es presentarnos santos, en completa consagraci�n y sin mancha, en perfecta homogeneidad y uniformidad de blanca pureza e irreprochables en manifiesta inocencia a sus ojos. Si nos llamamos cristianos, hagamos que nuestra vida sea la tarea de ver que ese fin se est� logrando en nosotros en alguna medida tolerable y creciente.

II. A continuaci�n, expondremos las condiciones de las que depende el cumplimiento de ese prop�sito:

"Si es que permanec�is en la fe, arraigados y firmes, y sin apartaros de la esperanza del Evangelio".

La condici�n es, en general, una firme adhesi�n al Evangelio que hab�an recibido los colosenses. "Si permanec�is en la fe", significa, supongo, si continu�is viviendo en el ejercicio de vuestra fe. La palabra aqu� tiene su sentido subjetivo ordinario, que expresa el acto del creyente, y no es necesario suponer que tiene el sentido objetivo eclesi�stico posterior, que expresa el credo del creyente, un significado en el que se puede cuestionar si la palabra es alguna vez empleado en el Nuevo Testamento.

Entonces esta permanencia en la fe se explica con m�s detalle en cuanto a su manera, y eso primero positivamente, y luego negativamente. Deben estar cimentados, o de manera m�s pintoresca y precisa, "fundados", es decir, construidos en un cimiento y, por lo tanto, "firmes", como bandas en la roca firme, participando as� de su estabilidad. Entonces, negativamente, no deben ser "alejados"; la palabra por su forma transmite la idea de que se trata de un proceso que puede estar sucediendo continuamente, y en el que, por alguna fuerza que act�a constantemente desde el exterior, pueden ser empujados gradualmente e imperceptiblemente del fundamento; ese fundamento es la esperanza evocada o sostenida por el Evangelio, una representaci�n menos familiar que la que hace del mismo Evangelio el fundamento, pero que es sustancialmente equivalente a �l,

Se pueden extraer una o dos lecciones sencillas de estas palabras. Hay un "si", entonces. Por grandes que sean los poderes de Cristo y de su obra, por profundo que sea el deseo y el prop�sito fijo de Dios, no es posible el cumplimiento de estos, excepto con la condici�n de nuestro ejercicio habitual de la fe. El Evangelio no obra en los hombres por arte de magia. La mente, el coraz�n y la voluntad deben ejercitarse en Cristo, o todo su poder para purificar y bendecir no nos servir� de nada.

Seremos como el vell�n de Gede�n, secos cuando el roc�o se espese, a menos que estemos continuamente dando fe viva. Eso atrae la bendici�n y capacita al alma para recibirla. No hay nada m�stico en el asunto. El sentido com�n nos dice que si un hombre nunca piensa en ninguna verdad, esa verdad no le servir� de nada. Si no encuentra su camino hacia su coraz�n a trav�s de su mente, y de all� hacia su vida, todo es uno como si no existiera tal verdad, o como si �l no la creyera.

Si nuestro credo se compone de verdades en las que no pensamos, es mejor que no tengamos credo. Si no nos ponemos en contacto con los motivos que el Evangelio trae al car�cter, los motivos no moldear�n nuestro car�cter. Si no nos damos cuenta, mediante la fe y la meditaci�n, de los principios que fluyen de la verdad tal como es en Jes�s, y no obtenemos la fuerza que est� almacenada en �l, no creceremos por �l ni como �l.

No importa cu�n poderosos sean los poderes renovadores del Evangelio ejercidos por el Esp�ritu Divino, solo pueden obrar en la naturaleza que se pone en contacto con ellos y contin�a en contacto con ellos por la fe. La medida en que confiamos en Jesucristo ser� la medida en que �l nos ayude. "No pudo hacer maravillas a causa de su incredulidad". �l no puede hacer lo que puede hacer si lo frustramos con nuestra falta de fe.

Dios nos presentar� santos ante �l si continuamos en la fe. Y debe ser la fe presente la que conduce a los resultados presentes. No podemos hacer un arreglo mediante el cual ejerzamos la fe al por mayor de una vez por todas, y aseguremos la entrega de sus bendiciones en peque�as cantidades durante un tiempo despu�s, como puede hacer un comprador con los bienes. El acto de fe del momento traer� las bendiciones del momento; pero ma�ana tendr� que obtener su propia gracia por su propia fe.

No podemos acumular acciones para el futuro. Debe haber bebida presente para la sed presente; no podemos quedarnos en una reserva del agua de la vida, como un camello puede beber de un trago suficiente para una larga marcha por el desierto. La Roca nos sigue por todo el desierto, pero tenemos que llenar nuestros c�ntaros d�a a d�a. Muchos cristianos parecen pensar que pueden vivir de actos de fe pasados. No es de extra�ar que su car�cter cristiano est� atrofiado, que se detenga su crecimiento y que se vean muchas imperfecciones y que se les traiga muchas "culpas".

Nada sino el ejercicio continuo de la fe, d�a a d�a, momento a momento, en cada deber y en cada tentaci�n, asegurar� la entrada continua en nuestra debilidad de la fuerza que fortalece y la pureza que hace pura. Por otra parte, si nosotros y nuestras vidas queremos ser firmes y estables, debemos tener una base fuera de nosotros mismos sobre la cual descansar. Ese pensamiento est� involucrado en la palabra "fundamentado" o "fundado".

"Es posible que esta met�fora del fundamento se lleve a la siguiente cl�usula, en cuyo caso" la esperanza del Evangelio "ser�a el fundamento. �Es extra�o hacer un fundamento s�lido de una cosa tan insustancial como la" esperanza "! Eso ser�a, en efecto, construir un castillo en el aire, un palacio sobre una pompa de jab�n, �no es as�? S�, lo ser�a, si esta esperanza no fuera "la esperanza que produce el Evangelio" y, por tanto, tan s�lida como la eternidad. Palabra duradera del Se�or en la que se funda.

Pero, m�s probablemente, la aplicaci�n ordinaria de la figura se conserva aqu�, y Cristo es el fundamento, la Roca, sobre la cual, edificados, nuestras vidas fugaces y nuestro ser inconstante pueden convertirse tambi�n en rocas, y todo Simon Bar Jonas impulsivo y cambiante se levanta. a la firmeza madura de Pedro, columna de la Iglesia.

Traduzca esa imagen de tomar a Cristo como nuestro fundamento a un lenguaje sencillo, y �a qu� se refiere? Significa, dejar que nuestra mente encuentre en �l, en Su Palabra, y toda la vida reveladora, la base de nuestras creencias, los materiales para el pensamiento; Dejemos que nuestros corazones encuentren en �l su objeto, que aporta tranquilidad e inmutabilidad a su amor; dejemos que nuestras energ�as pr�cticas lo tomen como su motivo y modelo, su fuerza y ??su objetivo, su est�mulo y su recompensa; Que todas las esperanzas y alegr�as, emociones y deseos se fijen en �l; dejemos que �l ocupe y llene toda nuestra naturaleza, y moldee y presida todas nuestras acciones. As� seremos "fundados" en Cristo.

Y as� "fundados", como Pablo lo expresa bellamente aqu�, seremos "firmes". Sin ese fundamento que d� estabilidad y permanencia, nunca bajamos a lo que permanece, sino que pasamos la vida en medio de sombras fugaces, y somos nosotros mismos transitorios como ellos. La mente cuyos pensamientos acerca de Dios y el mundo invisible no se basan en la revelaci�n personal de Dios en. Cristo no tendr� certezas s�lidas que no puedan ser sacudidas, sino, en el mejor de los casos, opiniones que no pueden tener m�s fijeza que la que pertenece a los pensamientos humanos sobre el gran problema.

Si mi amor no descansa en Cristo, parpadear� y revolotear�; iluminando ahora aqu� y ahora all�, e incluso donde descansa m�s seguro en el amor humano, seguro que tendr� que tomar vuelo alg�n d�a, cuando la Muerte con su hacha de le�ador derribe el �rbol donde anida. Si mi vida pr�ctica no se basa en �l, los golpes de las circunstancias la har�n tambalearse y tambalearse. Si no estamos bien unidos a Jesucristo, seremos impulsados ??por r�fagas de pasi�n y tormentas de problemas, o arrastrados por la superficie de la lenta corriente del tiempo que todo cambia como un cardo en el agua.

Si queremos ser estables, debe ser porque estamos sujetos a algo fuera de nosotros que es estable, as� como tienen que amarrar a un hombre al m�stil u otras cosas fijas en cubierta, si no va a ser arrojado por la borda en el vendaval. Si somos atados al Cristo inmutable por las "cuerdas del amor" y la fe, tambi�n nosotros, en nuestro grado, seremos firmes. Y, dice Pablo, esa firmeza derivada de Cristo nos har� capaces de resistir las influencias que nos alejar�an de la esperanza del Evangelio.

El lenguaje del Ap�stol describe ese proceso que su firmeza permitir�a a los colosenses resistir con �xito como continuo, y como uno que actu� sobre ellos desde fuera. Los peligros intelectuales surgieron de ense�anzas falsas. Las tendencias siempre activas de la mundanalidad los apremiaban, y necesitaban hacer un esfuerzo distinto para evitar ser vencidos por ellas.

Si no nos ocupamos de que la presi�n constante e imperceptible de la mundanalidad que nos rodea, que est� actuando continuamente sobre nosotros, nos sacar� de los cimientos sin que sepamos que hemos cambiado en absoluto. Si no miramos bien nuestros amarres, nos alejaremos r�o abajo y nunca sabremos que nos estamos moviendo, tan suave es el movimiento, hasta que nos despertemos y veamos que todo a nuestro alrededor ha cambiado. Muchos hombres no se dan cuenta de cu�n completamente ha ido su fe cristiana hasta que llega una crisis cuando la necesita, y cuando abre el frasco no hay nada. Se ha evaporado.

Cuando las hormigas blancas devoran todo el interior de un mueble, dejan el caparaz�n exterior aparentemente s�lido, y permanece en pie hasta que se coloca un poco de peso sobre �l, y luego cae con estr�pito. Mucha gente pierde su cristianismo de esa manera, al ser mordisqueada en diminutos copos por una multitud de peque�as mand�bulas que trabajan en secreto, y nunca saben que la m�dula est� fuera de ella hasta que quieren apoyarse en ella, y luego cede. ellos.

La �nica forma de mantener firme la esperanza es mantenerse firme en la base. Si no deseamos alejarnos imperceptiblemente de Aquel que es el �nico que har� que nuestras vidas sean firmes y que nuestros corazones se calmen con la paz de haber encontrado nuestro Todo, debemos hacer un esfuerzo continuo para estrechar nuestro control sobre �l y resistir las fuerzas sutiles. que, por presi�n silenciosa o por golpes bruscos, buscan sacarnos del �nico fundamento.

III. Luego, por �ltimo, tenemos un motivo triple para la adhesi�n al Evangelio.

Las tres cl�usulas que cierran estos vers�culos parecen adjuntarse como est�mulos secundarios y subordinados a la constancia, de los cuales se extraen los est�mulos. ciertas caracter�sticas del Evangelio. Por supuesto, la raz�n principal por la que un hombre se apega al Evangelio, o cualquier otra cosa, es que es verdad. Y a menos que estemos dispuestos a decir que creemos que es verdad, no tenemos nada que ver con esos motivos subordinados para profesar adhesi�n a ella, excepto para tener cuidado de que no nos influyan.

Y esa �nica raz�n se explica abundantemente en esta carta. Pero luego, una vez establecida su verdad, podemos introducir otros motivos subsidiarios para reforzar esto, ya que puede haber cierta frialdad en la creencia que necesita el calor de tales est�mulos. El primero de ellos se encuentra en las palabras "el Evangelio que hab�is o�do". Es decir, el Ap�stol quer�a que los colosenses, frente a estos maestros her�ticos, recordaran el comienzo de su vida cristiana y fueran coherentes con eso.

Lo hab�an escuchado en su conversi�n. Quer�a que recordaran lo que hab�an escuchado entonces y que no manipularan ninguna ense�anza incompatible con ella. Tambi�n apela a su experiencia. "�Recuerdan lo que hizo el Evangelio por ustedes? �Recuerdan el momento en que amaneci� por primera vez en sus corazones asombrados, todos radiantes de belleza celestial, como la revelaci�n de un Coraz�n en el cielo que se preocup� por ustedes, y de un Cristo que, en la tierra, �no hab�a muerto por ti? �No te libr� de tu carga? �No puso una nueva esperanza delante de ti? �No hizo la tierra como los mismos portales del cielo? �Y estas verdades se han vuelto menos preciosas porque son familiares? se apart� del Evangelio 'que hab�is o�do ".

A nosotros nos llega el mismo atractivo. Esta palabra ha estado sonando en nuestros o�dos desde la infancia. Ha hecho todo por algunos de nosotros, algo por todos. Sus verdades a veces nos han brillado como soles, en la oscuridad, y nos han dado fuerza cuando nada m�s pod�a sostenernos. Si no son verdades, por supuesto que tendr�n que irse. Pero no deben abandonarse f�cilmente. Est�n entrelazados con nuestras propias vidas. Separarse de ellos es una resoluci�n que no debe tomarse a la ligera.

El argumento de la experiencia no sirve para convencer a los dem�s, pero es v�lido para nosotros. Un hombre tiene perfecto derecho a decir: "Yo mismo le he o�do, y s� que �ste es en verdad el Cristo, el Salvador del mundo". Un cristiano puede declinar sabiamente entrar en la consideraci�n de muchas cuestiones discutibles que puede sentirse incompetente para manejar, y descansar en el hecho de que Cristo ha salvado su alma.

El ciego derrot� a los fariseos en l�gica cuando tom� con firmeza su posici�n sobre la experiencia y se neg� a ser tentado a discutir temas que no entend�a, o permitir que su ignorancia debilitara su comprensi�n de lo que sab�a. "Si este hombre es un pecador o no, no s� nada de lo que s�, que mientras yo era ciego, ahora veo". No hubo respuesta a eso, por lo que al excomulgarlo se confesaron golpeados.

Un segundo est�mulo para la firme adhesi�n al Evangelio reside en el hecho de que "fue predicado en toda la creaci�n debajo del cielo". No tenemos por qu� ser pedantes acerca de la precisi�n literal y podemos admitir que la declaraci�n tiene un matiz ret�rico. Pero lo que quiere decir el Ap�stol es que el evangelio se ha difundido tan ampliamente, a trav�s de tantas fases de la civilizaci�n, y ha demostrado su poder al tocar a hombres tan diferentes entre s� en cuanto a mobiliario y h�bitos mentales, que se ha mostrado a s� mismo como una palabra para describirlo. toda la carrera.

Es el mismo pensamiento que ya hemos encontrado en Colosenses 1:6 . Su exhortaci�n impl�cita es: "No te alejes de lo que pertenece a la humanidad por ense�anzas que solo pueden pertenecer a una clase". Todos los errores tienen una duraci�n transitoria y un �rea limitada. Uno se dirige a una clase de hombres, otro a otro.

Cada representaci�n falsa, exagerada o parcial de la verdad religiosa es agradable para alg�n grupo con idiosincrasias de temperamento o mente. Diferentes sabores como diferentes carnes condimentadas, pero el evangelio, "el alimento diario de la naturaleza humana", es el pan de Dios que todos pueden disfrutar y que todos deben tener para una vida saludable. Lo que solo una determinada clase o los hombres de una generaci�n o de una etapa de la cultura pueden encontrar alimento, no puede ser para todos los hombres.

Pero el gran mensaje del amor de Dios en Jesucristo se nos recomienda porque puede ir a cualquier rinc�n del mundo y all�, sobre toda clase de personas, obrar sus maravillas. As� que nos sentaremos con las mujeres y los ni�os sobre la hierba verde, y comeremos de ella, por m�s quisquillosos que puedan encontrarla tosca e ins�pida las personas exigentes cuyo apetito ha sido estropeado por la carne muy especiada. Tambi�n los alimentar�a, si lo intentaran, pero hagan lo que hagan, tom�moslo como algo m�s que nuestro alimento necesario.

El �ltimo de estos est�mulos subsidiarios para la perseverancia radica en "de lo cual yo Pablo fui hecho ministro". Esto no es simplemente una apelaci�n a su afecto por �l, aunque eso es perfectamente leg�timo. Las palabras santas pueden ser m�s santas porque los labios queridos nos las han ense�ado, e incluso la verdad de Dios puede tener una influencia m�s firme en nuestro coraz�n debido a nuestro amor por algunos que nos la han ministrado.

Es un comentario pobre sobre la obra de un predicador si, despu�s de un largo servicio a una congregaci�n, sus palabras no llegan con el poder que les ha dado el antiguo afecto y confianza. El maestro m�s humilde que haya cumplido la misi�n de su Maestro tendr� a algunos a quienes apelar como lo hizo Pablo, e instarlos a que se aferren al mensaje que �l ha predicado.

Pero hay m�s que eso en la mente del Ap�stol. Acostumbraba citar el hecho de que �l, el perseguidor, hab�a sido nombrado mensajero de Cristo, como prueba viviente de la infinita misericordia y poder de ese Se�or ascendido, a quien sus ojos vieron en el camino a Damasco. As� que aqu� enfatiza el hecho de que se convirti� en un ministro del evangelio, como una "evidencia del cristianismo". La historia de su conversi�n es una de las pruebas m�s contundentes de la resurrecci�n y ascensi�n de Jesucristo.

Sabe, parece decir, lo que me convirti� de perseguidor en ap�stol. Fue porque vi al Cristo viviente y "escuch� las palabras de su boca" y, les suplico, no escuchen ninguna palabra que haga que su dominio sea menos soberano y que su obra �nica y totalmente suficiente en la cruz sea menos poderosa como el �nico poder que une la tierra al cielo.

Entonces, la suma de todo este asunto es permanecer en Cristo. Enraicemos y arraiguemos nuestra vida y nuestro car�cter en �l, y entonces el deseo m�s �ntimo de Dios ser� gratificado con respecto a nosotros, y �l nos traer� incluso a nosotros inmaculados y sin mancha al resplandor de Su presencia. All� tendremos que pararnos todos y dejar que esa luz que todo lo penetra nos escudri�e de cabo a rabo. �C�mo esperamos entonces ser "hallados por �l en paz, sin mancha y sin mancha"? Solo hay una manera: vivir en constante ejercicio de fe en Cristo y abrazarlo tan fuerte y seguro que el mundo, la carne y el diablo no puedan hacernos soltar los dedos.

Entonces �l nos sostendr�, y Su gran prop�sito, que lo trajo a la tierra y lo clav� en la cruz, se cumplir� en nosotros, y por fin alzaremos voces de alabanza maravillada "a Aquel que es capaz de guardar para que no caigamos, y para presentarnos sin mancha ante la presencia de su gloria con gran gozo ".

Versículos 24-27

Cap�tulo 1

ALEGR�A EN EL SUFRIMIENTO Y TRIUNFO EN EL MISTERIO MANIFESTADO

Colosenses 1:24 (RV)

Apenas hay referencias personales en esta ep�stola, hasta que llegamos al �ltimo cap�tulo. En este sentido contrasta notablemente con otra de las ep�stolas de la cautividad de Pablo, la de los Filipenses, que rebosa de cari�o y alusiones a s� mismo. Esta escasez de datos personales confirma fuertemente la opini�n de que no hab�a estado en Colosas. Aqu�, sin embargo, llegamos a una de las pocas secciones que pueden llamarse personales, aunque incluso aqu� es m�s el oficio de Pablo que �l mismo lo que est� en cuesti�n.

Se ve inducido a hablar de s� mismo por su deseo de hacer cumplir sus exhortaciones a la permanencia fiel en el evangelio; y, como suele suceder con �l al hablar de su apostolado, se enciende, por as� decirlo, y arde en una gran llama, que arroja una luz brillante sobre su elevado entusiasmo y fervor evangel�stico.

Las palabras que consider� ahora son bastante claras en s� mismas, pero van juntas, y el pensamiento sigue al pensamiento de una manera que las hace algo oscuras; y tambi�n hay una o dos dificultades en palabras sueltas que deben aclararse. Quiz� la mejor manera de sacar a relucir el curso del pensamiento sea tratando estos vers�culos en tres grupos, de los cuales las tres palabras, Sufrimiento, Servicio y Misterio, son respectivamente los centros.

Primero, tenemos un punto de vista notable adoptado por el prisionero del significado de sus sufrimientos, como si fueran soportados por la Iglesia. Eso le lleva a hablar de su relaci�n con la Iglesia en general como la de un siervo o mayordomo designado por Dios, para completar la obra de Dios; y luego, como dije, se incendia y, olvid�ndose de s� mismo, arde en �xtasis magnificando el gran mensaje escondido durante tanto tiempo, y ahora se le ha confiado la predicaci�n.

Tenemos, pues, sus sufrimientos por la Iglesia, su servicio de corresponsabilidad a la Iglesia y el gran misterio que en esa corresponsabilidad tuvo que desvelar. Puede ayudarnos a comprender tanto a Pablo como su mensaje, as� como nuestras propias tareas y pruebas, si tratamos de captar sus pensamientos aqu� sobre su trabajo y sus dolores.

I. Tenemos la contemplaci�n triunfal del Ap�stol de sus sufrimientos. "Me regocijo en mis sufrimientos por vosotros, y de mi parte colmo lo que falta de las aflicciones de Cristo en mi carne por causa de su cuerpo, que es la Iglesia".

La Versi�n Revisada, siguiendo las mejores autoridades, omite el "qui�n" con el que la Versi�n Autorizada comienza este vers�culo, y marca una nueva oraci�n y p�rrafo, como obviamente es correcto.

La primera palabra es significativa: "Ahora me regocijo". S�; es f�cil decir cosas buenas sobre la paciencia en los sufrimientos y el triunfo en el dolor cuando somos pr�speros y c�modos; pero es diferente cuando estamos en el horno. Este hombre, con la cadena en la mu�eca y el hierro entrando en su alma, con su vida en peligro y todo el futuro incierto, puede decir: "Ahora me alegro". Este p�jaro canta en una jaula oscura.

Luego vienen palabras alarmantes: "Yo, por mi parte, lleno lo que falta (mejor traducci�n que 'detr�s') de las aflicciones de Cristo". No es de extra�ar que muchas explicaciones de estas palabras hayan intentado suavizar su audacia; como, por ejemplo, "aflicciones sufridas por Cristo", o "impuestas por �l" o "como las suyas". Pero parece muy claro que el significado sorprendente es el significado llano, y que "los sufrimientos de Cristo" aqu�, como en todas partes, son "los sufrimientos soportados por Cristo".

Entonces de inmediato surgen las preguntas: �Quiere decir Pablo que, en alg�n sentido, cualesquiera que sean los sufrimientos que Cristo soport�, tienen algo que "falta" en ellos? �O quiere decir que los sufrimientos de un hombre cristiano, sin importar c�mo beneficien a la Iglesia, pueden ponerse al lado de los del Se�or y eliminarse a duras penas por lo incompleto de los suyos? �Seguramente eso no puede ser! �No dijo en la cruz: "Consumado es"? �Seguramente ese sacrificio no necesita suplemento, y no puede recibir ninguno, pero es "el �nico sacrificio por los pecados para siempre"! Sin duda, sus sufrimientos son absolutamente singulares en naturaleza y efecto, �nicos, suficientes y eternos.

Y este Ap�stol, el coraz�n de cuyo evangelio era que �stos eran la vida del mundo, �quiere decir que todo lo que �l soporta se les puede agregar? un poco de los trapos viejos a la nueva prenda?

�Definitivamente no! Decirlo ser�a contradictorio con todo el esp�ritu y la letra de la ense�anza del Ap�stol. Pero no es necesario suponer que quiere decir algo por el estilo. Hay una idea que se presenta con frecuencia en las Escrituras, que da pleno significado a las palabras y est� en total conformidad con la ense�anza paulina; es decir, que Cristo participa verdaderamente de los sufrimientos que su pueblo soport� por �l.

Sufre con ellos. La cabeza siente los dolores de todos los miembros; y puede pensarse que cada dolor pertenece, no s�lo al miembro donde se encuentra, sino al cerebro que es consciente de �l. Los dolores, las tristezas y los problemas de sus amigos y seguidores hasta el fin de los tiempos son un gran todo. Cada dolor de cada coraz�n cristiano es una gota m�s que se agrega al contenido de la medida que debe llenarse hasta el borde, antes de que se cumplan los prop�sitos del Padre, que conduce a trav�s del sufrimiento al descanso; y todos le pertenecen.

Cualquier dolor o prueba que se sobrelleva en comuni�n con �l, lo siente y lo soporta. Se establece una comunidad de sensaciones entre �l y nosotros. Nuestros dolores le son transferidos. "En todas nuestras aflicciones, �l es afligido", tanto por Su unidad m�stica pero m�s real con nosotros, como por la simpat�a de Su hermano. Entonces, para todos nosotros, y no solo para el Ap�stol, todo el aspecto de nuestros dolores puede cambiar, y todas las pobres almas que luchan en este valle de llanto pueden encontrar consuelo y valor en el maravilloso pensamiento de la uni�n de Cristo con nosotros, que hace que nuestro Sus dolores y nuestro dolor lo tocan.

H�gase un moret�n en el dedo y el dolor pinchar� y apu�alar� su cerebro. Golpea al hombre que est� unido a Cristo aqu�, y Cristo all� arriba lo siente. "El que os toca, toca a la ni�a de su ojo". �D�nde aprendi� Pablo esta profunda lecci�n, que los sufrimientos de los siervos de Cristo eran los sufrimientos de Cristo? Me pregunto si, mientras escrib�a estas palabras de identificaci�n confiada pero humilde de s� mismo, el perseguido con Cristo el Se�or, record� lo que escuch� en ese fat�dico d�a mientras cabalgaba hacia Damasco: "Saulo, Saulo, �por qu� persigues? �Me?" El pensamiento tan aplastante para el perseguidor se hab�a convertido en b�lsamo y gloria para el prisionero, que cada golpe dirigido al sirviente cae sobre el Maestro, quien se inclina de en medio de la gloria del trono para declarar que todo lo que se hace, ya sea bondad o bondad. crueldad, al m�s peque�o de sus hermanos, se le hace. De modo que cada uno de nosotros puede recibir el consuelo y la fuerza de esa maravillosa seguridad y depositar todas nuestras cargas y dolores en �l.

Una vez m�s, es prominente aqu� el pensamiento de que el bien del dolor no termina con el que sufre. Sus sufrimientos son soportados en su carne por causa del cuerpo, que es la Iglesia, una notable ant�tesis entre la carne del Ap�stol en la que, y el cuerpo de Cristo por el cual, se soportan los sufrimientos. Todo dolor bien soportado, como ser�, cuando se sienta que Cristo lo lleva con nosotros, es fruto de bendici�n.

Las pruebas de Pablo fueron en un sentido especial "por causa de su cuerpo", porque, por supuesto, si no hubiera predicado el evangelio, se habr�a librado de todas; y por otro lado han sido especialmente fruct�feros de bien, porque si no hubiera sido perseguido, nunca habr�a escrito estas preciosas cartas desde Roma. La Iglesia debe mucho a la violencia que ha encerrado a los confesores en las mazmorras. Su literatura carcelaria, que comienza con esta carta y termina con "El progreso del peregrino", ha sido uno de sus tesoros m�s preciados.

Pero lo mismo es cierto para todos nosotros, aunque puede ser en una esfera m�s estrecha. Ning�n hombre se beneficia solo de sus dolores. Todo lo que purifica y hace m�s suave y m�s semejante a Cristo, todo lo que ense�a o edifica, y los dolores justamente soportados hacen todo esto, es para el bien com�n. Sean nuestras pruebas grandes o peque�as, sean diminutas y cotidianas como mosquitos que zumban a nuestro alrededor en las nubes, y pueden ser arrastrados por la mano e irritar en lugar de herir donde pican, o ser enormes y formidables, como la v�bora que se aferra a la mu�eca y envenena la sangre vital, est�n destinadas a darnos buenos regalos, que podemos transmitir al estrecho c�rculo de nuestros hogares, y en anillos de influencia cada vez m�s amplios a todos los que nos rodean.

�Nunca hemos conocido una casa en la que alg�n inv�lido cr�nico, tal vez indefenso echado en un sof�, fuera la fuente de la m�s alta bendici�n y el centro de santa influencia, que hac�a a cada miembro de la familia m�s amable, m�s abnegado y cari�oso? Nunca entenderemos nuestros dolores, a menos que tratemos de responder a la pregunta: �Qu� beneficio para los dem�s se supone que se obtiene a trav�s de m� con esto? �Ay, que el dolor deba ser absorto en s� mismo con tanta frecuencia, incluso m�s que el gozo! El coraz�n a veces se abre a compartir desinteresadamente su alegr�a con los dem�s; pero con demasiada frecuencia se cierra herm�ticamente sobre su dolor y busca la indulgencia solitaria en el lujo de la aflicci�n.

Aprendamos que nuestros hermanos reclaman, se benefician de nuestras pruebas, as� como de nuestras cosas buenas, y busquen ennoblecer nuestros dolores al soportarlos por "causa de su cuerpo, que es la Iglesia". Los sufrimientos de Cristo en su cruz son la satisfacci�n por los pecados del mundo, y desde ese punto de vista no pueden tener suplemento y son �nicos en especie. Pero Sus "aflicciones" -una palabra que no se aplicar�a naturalmente a Su muerte- tambi�n operan para establecer el modelo de la santa resistencia y para ense�ar muchas lecciones; y desde ese punto de vista, todo sufrimiento soportado por �l y con �l puede considerarse asociado con el Suyo y ayudar a bendecir a la Iglesia y al mundo. Dios convierte el hierro en bruto de nuestra naturaleza en acero brillante, flexible y afilado, mediante pesados ??martillos y hornos calientes, para que �l pueda moldearnos como Sus instrumentos para ayudar y sanar.

Es de gran importancia que tengamos tales pensamientos sobre nuestros dolores mientras su presi�n est� sobre nosotros, y no solo cuando ya pasaron. "Ahora me regocijo". La mayor�a de nosotros ha tenido que dejar pasar a�os entre nosotros y el golpe antes de que pudi�ramos alcanzar esa percepci�n clara. Podemos mirar hacia atr�s y ver c�mo nuestros dolores pasados ??tendieron a bendecirnos, y c�mo Cristo estuvo con nosotros en ellos: pero en cuanto a este, que nos agobia hoy, no podemos entenderlo.

Incluso podemos tener un agradecimiento solemne no muy diferente del gozo al contemplar esas heridas que recordamos; pero �qu� dif�cil es sentirlo por los que nos duelen ahora! S�lo hay una manera de asegurar esa sabidur�a tranquila, que siente su significado incluso cuando arden y arden, y puede sonre�r a trav�s de las l�grimas, como triste y, sin embargo, siempre regocijado; y eso es mantener una comuni�n muy cercana con nuestro Se�or.

Entonces, incluso cuando estemos en el calor m�s blanco del horno, podemos tener al Hijo del Hombre con nosotros; y si lo hemos hecho, las llamas m�s feroces no quemar�n nada m�s que las cadenas que nos atan, y "caminaremos en libertad" en ese terrible calor, porque caminamos con �l. Es un gran logro de la fortaleza y la fe cristianas sentir el bendito significado, no solo de las seis tribulaciones que han pasado, sino de la s�ptima presente, y decir, incluso mientras el hierro est� entrando en la carne temblorosa: "Ahora me regocijo en mis sufrimientos "y tratar de convertirlos en el bien de los dem�s.

II. Estos pensamientos conducen naturalmente a la declaraci�n de la concepci�n humilde pero elevada del Ap�stol de su oficio: "del cual (es decir, de qu� Iglesia) fui hecho ministro, seg�n la dispensaci�n de Dios, que me fue dada a ustedes. -hacia el cumplimiento de la palabra de Dios ". Las primeras palabras de esta cl�usula se usan al final de la secci�n anterior en Colosenses 1:23 , pero el "de lo cual" se refiere al evangelio, no como aqu� a la Iglesia.

Es servidor de ambos, y por ser servidor de la Iglesia sufre, como viene diciendo. La representaci�n de s� mismo como servidor da la raz�n de la conducta descrita en el inciso anterior. Luego, las siguientes palabras explican qu� lo convierte en el servidor de la Iglesia. �l es as� de acuerdo con, o en cumplimiento de, la mayordom�a u oficio de administrador de Su casa, a la que Dios lo ha llamado, "a ustedes", es decir, con especial referencia a los gentiles.

Y el prop�sito final de su nombramiento como mayordomo es "cumplir la palabra de Dios"; por lo cual no se entiende "cumplir o llevar a cabo sus predicciones", sino "llevarlo a cabo" o "darle pleno desarrollo", y eso posiblemente en el sentido de predicarlo plenamente, sin reservas, y a lo largo y ancho del mundo entero.

Tan elevado y, sin embargo, tan humilde era el pensamiento de Paul sobre su oficina. Era el servidor de la Iglesia y, por tanto, estaba obligado a sufrir alegremente por ella. �l era as�, porque Dios le hab�a conferido un gran honor, nada menos que la mayordom�a de Su gran casa, la Iglesia, en la que ten�a que dar a cada hombre su porci�n y ejercer autoridad. �l. Ciertamente es el servidor de la Iglesia, pero es porque es el mayordomo del Se�or. Y el prop�sito de su nombramiento va mucho m�s all� de los intereses de una sola Iglesia; porque aunque su oficio lo env�a especialmente a los colosenses, su alcance es tan amplio como el mundo.

Una gran lecci�n que se puede aprender de estas palabras es que la mayordom�a significa servicio; y podemos agregar que, en nueve de cada diez casos, servicio significa sufrimiento. Lo que Pablo dice, si lo ponemos en un lenguaje m�s familiar, es simplemente esto: "Porque Dios me ha dado algo que puedo impartir a otros, soy su sirviente, y atado, no s�lo por mi deber para con �l, sino por mi deber para con ellos, trabajar para que puedan recibir el tesoro.

"Eso es cierto para todos nosotros. Cada regalo del gran amo de casa implica la obligaci�n de impartirlo. Nos convierte en sus mayordomos y en los sirvientes de nuestros hermanos. Tenemos lo que podemos dar. Las posesiones son del amo de casa, no nuestras, incluso despu�s de que �l Nos las ha dado. �l nos da verdades de varios tipos en nuestras mentes, el evangelio en nuestros corazones, la influencia de nuestra posici�n, el dinero en nuestros bolsillos, no para prodigarnos en nosotros mismos, ni para escondernos y regodearnos en secreto, sino que podemos transmitir sus dones, y "la gracia de Dios fructifique a trav�s de nosotros para todos.

"" Se requiere de los mayordomos que un hombre sea hallado fiel "; y la acusaci�n m�s pesada," que hab�a desperdiciado los bienes de su Se�or ", recae en cada uno de nosotros que no usa todo lo que posee, ya sea material o intelectual o riqueza espiritual, para el beneficio com�n.

Pero esa obligaci�n com�n de mayordom�a presiona con especial fuerza a los que dicen ser siervos de Cristo. Si lo somos, sabemos algo de Su amor y hemos sentido algo de Su poder; y hay cientos de personas a nuestro alrededor, muchas de las cuales podemos influir, que no conocen nada de ninguna de las dos. Ese hecho nos convierte en sus sirvientes, no en el sentido de estar bajo su control o de recibir �rdenes de ellos, sino en el sentido de trabajar con gusto para ellos.

y reconociendo nuestra obligaci�n de ayudarlos. Nuestros recursos pueden ser peque�os. El due�o de la casa puede habernos confiado poco. Quiz�s somos como el ni�o con los cinco panes de cebada y dos pececillos; pero aunque tuvi�ramos s�lo un poco de pan y la cola de uno de los peces, no debemos comer nuestro bocado solos. D�selo a los que no tienen, y se multiplicar� a medida que se reparta, como el barril de harina, que no fall� porque su pobre due�o lo comparti� con el profeta a�n m�s pobre.

Dar, y no s�lo dar, sino "rezarles con mucha s�plica para que reciban el regalo"; para los hombres necesitan tener. el verdadero Pan los presion�, y a menudo lo tirar�n hacia atr�s, o lo arrojar�n sobre una pared, tan pronto como les des la espalda, como hacen los mendigos en nuestras calles. Tenemos que ganarlos. mostrando que somos sus siervos, antes de que tomen lo que tenemos para dar. Adem�s de esto, si la mayordom�a es servicio, el servicio a menudo sufre; y no se librar� de sus obligaciones para con sus semejantes, o de su responsabilidad para con su Maestro, quien se abstiene de buscar dar a conocer el amor de Cristo a sus hermanos, porque a menudo tiene que "salir llorando" mientras lleva el semilla preciosa.

III. As� que llegamos al �ltimo pensamiento aqu�, que es el gran Misterio del cual Pablo es el Ap�stol y Siervo. Pablo siempre se enciende cuando piensa en el destino universal del evangelio y en el honor que se le otorga como el hombre a quien se le confi� la tarea de transformar la Iglesia de una secta jud�a a una sociedad mundial. Ese gran pensamiento lo aleja ahora de su objeto m�s inmediato y nos enriquece con un estallido que mal podr�amos prescindir de la carta.

Su tarea, dice, es dar su pleno desarrollo a la palabra de Dios, proclamar un cierto misterio escondido hace mucho tiempo, pero ahora revelado a los consagrados a Dios. A estos ha sido el benepl�cito de Dios mostrar la riqueza de la gloria que est� contenida en este misterio, como se exhibe entre los cristianos gentiles, cuyo misterio no es otra cosa que el hecho de que Cristo habita en o entre estos gentiles, de los cuales los colosenses son parte, y al morar en ellos les da la confiada expectativa de la gloria futura.

Entonces, el misterio del que el Ap�stol habla con tanto entusiasmo es el hecho de que los gentiles eran coherederos y part�cipes de Cristo. "Misterio" es una palabra tomada de los sistemas antiguos, en la que se comunicaban a los iniciados ciertos ritos y doctrinas. Hay varias alusiones a ellos en los escritos de Pablo, como por ejemplo en el pasaje de Filipenses 4:12 , que la Versi�n Revisada da como "He aprendido el secreto tanto de ser saciado como de tener hambre", y probablemente en el contexto inmediato. aqu�, donde la palabra caracter�stica "perfecto" significa "iniciado".

"Teor�as portentosas que no tienen fundamento se han escindido de esta palabra. Los misterios griegos implicaban secreto; los ritos se realizaron en profunda oscuridad; las doctrinas esot�ricas se murmuraron en el o�do. Los misterios cristianos se hablan en la azotea, ni el palabra implica cualquier cosa en cuanto a la comprensibilidad de las doctrinas o hechos que se llaman as�.

Hablamos de "misterios", es decir, verdades que trascienden las facultades humanas; pero el "misterio" del Nuevo Testamento puede ser, y lo es m�s frecuentemente, un hecho perfectamente comprensible una vez hablado. "He aqu�, te muestro un misterio: no todos dormiremos, pero todos seremos transformados". No hay nada incomprensible en eso. Nunca deber�amos haberlo sabido si no nos lo hubieran dicho; pero cuando se dice, est� bastante a la altura de nuestras facultades.

Y de hecho, la palabra se usa con mayor frecuencia en relaci�n con la noci�n, no de ocultaci�n, sino de declaraci�n. Tambi�n encontramos que ocurre con frecuencia en esta Ep�stola, y en la carta paralela a los Efesios, y en todos los casos menos uno se refiere, como lo hace aqu�, a un hecho que era perfectamente claro y comprensible una vez que se dio a conocer; es decir, la entrada de los gentiles a la Iglesia.

Si ese es el verdadero significado de la palabra, entonces "un administrador de los misterios" significar� simplemente un hombre que tiene verdades, antes desconocidas pero ahora reveladas, a cargo de dar a conocer a todos los que escuchen, y tampoco las afirmaciones de un el sacerdocio ni la exigencia de la sumisi�n incondicional del intelecto tienen fundamento en este t�rmino tan abusado.

Pero apart�ndonos de esto, podemos considerar brevemente cu�l fue la sustancia de este gran misterio que emocion� el alma de Pablo. Es el hecho maravilloso de que todas las barreras fueron derribadas y que Cristo habit� en los corazones de estos colosenses. Vio en eso la prueba y la profec�a del destino mundial del evangelio. No es de extra�ar que su coraz�n ardiera al pensar en la obra maravillosa que Dios hab�a realizado por �l.

Porque no hay mayor revoluci�n en la historia del mundo que la lograda a trav�s de �l, la separaci�n del cristianismo del juda�smo y la ampliaci�n de la Iglesia al ancho de la raza. �No es de extra�ar que los cristianos jud�os lo malinterpretaran y lo odiaran todos sus d�as!

Piensa en estos antes paganos y ahora cristianos en Colosas, lejos en su valle solitario, y en muchas otras peque�as comunidades: en Judea, Asia, Grecia e Italia; y mientras piensa en c�mo un v�nculo s�lido y real de hermandad los un�a a pesar de sus diferencias de raza y cultura, la visi�n de la unidad de la humanidad en la Cruz de Cristo resplandece ante �l, como ning�n hombre la hab�a visto hasta ahora. luego, y triunfa en los dolores que hab�an contribuido a producir el gran resultado.

Esa morada de Cristo entre los gentiles revela la exuberante abundancia de gloria. Para �l, el "misterio" estaba rebosante de riquezas y resplandec�a con un resplandor fresco. Para nosotros es familiar y algo gastado. La "visi�n espl�ndida", que fue manifiestamente una revelaci�n de los hasta ahora desconocidos tesoros divinos de misericordia y luz brillante cuando amaneci� por primera vez en los ojos del Ap�stol, se ha "desvanecido" un poco "en la luz del d�a com�n" para nosotros, a quienes los siglos desde entonces han mostrado un progreso tan lento.

Pero no perdamos m�s de lo que podemos ayudar, ya sea por nuestra familiaridad con el pensamiento o por los desalientos que surgen de la accidentada historia de su realizaci�n parcial. El cristianismo sigue siendo la �nica religi�n que ha podido hacer conquistas permanentes. Es el �nico que ha sabido ignorar la latitud y la longitud, y abordar y orientar condiciones de civilizaci�n y modos de vida bastante diferentes a los de su origen.

Es el �nico que se propone la tarea de conquistar el mundo sin la espada y se ha mantenido fiel al dise�o durante siglos. Es el �nico cuyas pretensiones de ser mundial en su adaptaci�n y destino no se r�an fuera de los tribunales por su historia. Es la �nica que es hoy religi�n misionera. Y as�, a pesar de los largos siglos de crecimiento detenido y las vastas extensiones de oscuridad que queda, el misterio que encendi� el entusiasmo de Pablo todav�a puede encender el nuestro, y la riqueza de gloria que se encuentra en �l no se ha empobrecido ni se ha eclipsado.

Un �ltimo pensamiento est� aqu�: que la posesi�n de Cristo es la garant�a de la bienaventuranza futura. "Esperanza" aqu� parece ser equivalente a "la fuente" o "base" de la esperanza. Si tenemos la experiencia de Su morada en nuestros corazones, tendremos, en esa misma experiencia de Su dulzura y de la intimidad de Su amor, un maravilloso avivador de nuestra esperanza de que esa dulzura e intimidad contin�en para siempre.

Cuanto m�s nos acerquemos a �l, m�s clara ser� nuestra visi�n de la bienaventuranza futura. Si �l est� en trono en nuestros corazones, seremos capaces de mirar hacia adelante con una esperanza, que no es menor que la certeza, a la continuidad perpetua de Su dominio sobre nosotros y de nuestra bendici�n en �l. Cualquier cosa le parece m�s cre�ble a un hombre que habitualmente tiene a Cristo morando en �l, que el hecho de que una bagatela como la muerte tenga el poder de poner fin a esa uni�n.

Tenerlo a �l es tener vida. Tenerlo a �l ser� el cielo. Tenerlo a �l es tener una esperanza segura como el recuerdo y descuidar la muerte o el cambio. Esa esperanza se nos ofrece a todos. Si por nuestra fe en su gran sacrificio captamos la gran verdad de "Cristo por nosotros", nuestros temores se dispersar�n, el pecado y la culpa ser�n quitados, la muerte abolida, la condenaci�n terminada, el futuro una esperanza y no un pavor. Si por comuni�n con �l.

a trav�s de la fe, el amor y la obediencia, tenemos a "Cristo en nosotros", nuestra pureza crecer� y nuestra experiencia ser� tal que exija claramente la eternidad para completar su incompletud y hacer que sus capullos plegados florezcan y fructifiquen. Si Cristo est� en nosotros, su vida garantiza la nuestra y no podemos morir mientras �l viva. El mundo ha llegado, en las personas de sus principales pensadores, a la posici�n de proclamar que todo es oscuro m�s all� y arriba.

"�Mirad! No sabemos nada", es el triste "fin de todo el asunto", infinitamente m�s triste que el antiguo Eclesiast�s, que de la "vanidad de vanidades" subi� a "temer a Dios y guardar sus mandamientos", como suma. del pensamiento y la vida humanos. "No encuentro a Dios; no conozco futuro". �S�! Pablo nos dijo hace mucho tiempo que si estuvi�ramos "sin Cristo", "no tendr�amos esperanza, y estar�amos sin Dios en el mundo". Y la Europa cultivada est� descubriendo que rechazar a Cristo y mantener la fe en Dios o en una vida futura es imposible.

Pero si lo tomamos como nuestro Salvador por simple confianza, �l nos dar� Su propia presencia en nuestro coraz�n e infundir� all� una esperanza llena de inmortalidad. Si vivimos en estrecha comuni�n con �l, no necesitaremos otra seguridad de una vida eterna m�s all� de esa profunda y tranquila bienaventuranza que brota de la imperfecta comuni�n de la tierra que debe conducirnos y perderse en la eterna y completa uni�n del cielo.

Versículos 28-29

Cap�tulo 1

EL MINISTERIO CRISTIANO EN SU TEMA, M�TODOS Y OBJETIVO

Colosenses 1:28 (RV)

Los falsos maestros de Colosas ten�an mucho que decir acerca de una sabidur�a superior reservada para los iniciados. Al parecer, trataron la ense�anza apost�lica como rudimentos triviales, que podr�an ser buenos para la multitud vulgar, pero los poseedores de esta verdad superior sab�an que era solo un velo para ella. Ten�an su clase de iniciados, a quienes se confiaban sus misterios en susurros. Tales absurdos excitaron el aborrecimiento especial de Paul.

Toda su alma se regocij� en un evangelio para todos los hombres. Hab�a roto con el juda�smo sobre la base misma de que buscaba imponer una exclusividad ceremonial y exig�a la circuncisi�n y las observancias rituales junto con la fe. Eso fue, en la estimaci�n de Pablo, para destruir el evangelio. Estos so�adores orientales en Colosas estaban tratando de imponer una exclusividad intelectual tan opuesta al evangelio. Pablo lucha con todas sus fuerzas contra ese error.

Su presencia en la Iglesia ti�e este contexto, donde utiliza las mismas frases de los falsos maestros para afirmar los grandes principios que opone a su ense�anza. "Misterio", "perfecto" o iniciado, "sabidur�a": estas son las palabras clave del sistema que est� combatiendo; y aqu� los empuja al servicio del principio de que el evangelio es para todos los hombres, y que los secretos m�s rec�nditos de su verdad m�s profunda son propiedad de cada alma que desee recibirlos.

S�, dice en efecto, tenemos misterios. Tenemos nuestro iniciado. Tenemos sabidur�a. Pero no tenemos ense�anzas susurradas, confinados a una peque�a camarilla; no tenemos una c�mara interior cerrada a la mayor�a. No estamos murmurando hierofantes, revelando cautelosamente un poco a unos pocos y enga�ando al resto con ceremonias y palabras. Todo nuestro trabajo es decir lo m�s completa y ruidosamente que podamos lo que sabemos de Cristo, para decirle a cada hombre toda la sabidur�a que hemos aprendido. Abrimos el santuario m�s �ntimo e invitamos a toda la multitud a entrar.

Este es el alcance general de las palabras que tenemos ante nosotros, que enuncian el objeto y los m�todos de la obra del Ap�stol; en parte para se�alar el contraste con esos otros maestros, y en parte para preparar el camino, con esta referencia personal, para sus posteriores exhortaciones.

I. Tenemos aqu� la declaraci�n del propio Ap�stol de lo que �l concibi� que era la obra de su vida.

"A quien proclamamos". Las tres palabras son enf�ticas. "Qui�n", no qu�, una persona, no un sistema; nosotros "proclamamos", no discutimos o disertamos. "Nosotros" predicamos - el Ap�stol se asocia con todos sus hermanos, se pone en l�nea con ellos, se�ala la unanimidad de su testimonio - "si fueron ellos o yo, as� predicamos". Todos tenemos un mensaje, un tipo com�n de doctrina.

Entonces, el tema del maestro cristiano no debe ser una teor�a o un sistema, sino una Persona viva. Una peculiaridad del cristianismo es que no se puede aceptar su mensaje y dejar a un lado a Cristo, el orador del mensaje, como se puede hacer con las ense�anzas de todos los hombres. Algunas personas dicen: "Tomamos las grandes verdades morales y religiosas que Jes�s declar�. Son las partes m�s importantes de Su obra. Podemos desenredarlas de cualquier conexi�n posterior con �l.

Importa comparativamente poco qui�n las pronunci� por primera vez ". Pero eso no es suficiente. Su persona est� indisolublemente entrelazada con Su ense�anza, ya que una gran parte de Su ense�anza se refiere exclusivamente a �l, y toda ella se centra en �l. �l no es s�lo verdad, pero �l es la verdad. Su mensaje es, no s�lo lo que dijo con sus labios acerca de Dios y el hombre, sino tambi�n lo que dijo acerca de s� mismo, y lo que hizo en su vida, muerte y resurrecci�n.

Puede tomar los dichos de Buda, si puede asegurarse de que son suyos, y encontrar mucho de hermoso y verdadero en ellos, independientemente de lo que piense de �l; puede que aprecie la ense�anza de Confucio, aunque no sepa nada de �l, salvo que dijo esto y aquello; pero no puedes hacer eso con Jes�s. Nuestro cristianismo toma todo su color de lo que pensamos de �l. Si pensamos en �l como menos de lo que este cap�tulo lo ha presentado como ser, dif�cilmente sentiremos que �l deber�a ser el tema del predicador; pero si �l es para nosotros lo que fue para este Ap�stol, el �nico Revelador de Dios, el Centro y Se�or de la creaci�n, la Fuente de vida para todos los que viven, el Reconciliador de los hombres con Dios por la sangre de Su cruz, entonces el Un mensaje que un hombre puede estar agradecido de pasar su vida en proclamar ser�: �He aqu� el Cordero!

Predicar a Cristo es exponer a la persona, los hechos de su vida y muerte, y acompa�arlos con esa explicaci�n que los convierte de una mera biograf�a en un evangelio. Gran parte de la "teor�a" debe ir con los "hechos", o no ser�n m�s un evangelio de lo que ser�a la historia de otra vida. La propia declaraci�n del Ap�stol del "evangelio que predic�" establece claramente lo que se necesita: "c�mo muri� Jesucristo.

"Eso es biograf�a, y decir eso y detenerse all� no es predicar a Cristo; sino agregar:" Por nuestros pecados, seg�n las Escrituras, y que resucit� al tercer d�a ", predica eso, el hecho y su significado y poder, y predicar�s a Cristo.

Por supuesto, hay un sentido m�s estrecho y m�s amplio de esta expresi�n. Est� la ense�anza inicial, que trae a un alma, que nunca la ha visto antes, el conocimiento de un Salvador, cuya Cruz es la propiciaci�n por el pecado; y est� la ense�anza m�s completa, que abre los m�ltiples soportes de ese mensaje en todas las regiones del pensamiento moral y religioso. No abogo por ninguna construcci�n estrecha de las palabras.

Han sido gravemente abusados, al convertirse en el grito de batalla por la intolerancia amarga y un sistema duro de teolog�a abstracta, tan diferente de lo que Pablo quiere decir con "Cristo" como podr�a serlo cualquier telara�a de herej�a gn�stica. Leg�timamente, los crecimientos del ministerio cristiano se han verificado en su nombre. Se han utilizado como un hierro de calambres, como un shibboleth, como una piedra para arrojar a los predicadores honestos y especialmente a los j�venes. Se han hecho una almohada para la pereza. De modo que el mismo sonido de las palabras sugiere a algunos o�dos, por su uso en algunas bocas, estrechez ignorante.

Pero a pesar de todo, son una norma de deber para todos los obreros de Dios, que no es dif�cil de aplicar, si la voluntad de hacerlo est� presente, y son una piedra de toque para probar los esp�ritus, sean de Dios. Un ministerio en el que el Cristo que vivi� y muri� por nosotros es manifiestamente el centro hacia el que todo converge y desde el cual todo es visto, puede abarcar una amplia circunferencia e incluir muchos temas.

El requisito no excluye la provincia del pensamiento o la experiencia, ni condena al predicador a una repetici�n de verdades elementales como un loro, o una ronda estrecha de lugares comunes. Exige que todos los temas conduzcan a Cristo, y todas las ense�anzas apuntan a �l; que �l estar� siempre presente en todas las palabras del predicador, una presencia difusa aun cuando no sea directamente perceptible; y que Su nombre, como un tono profundo en un �rgano, se escuchar� sonando a trav�s de toda la ondulaci�n y cambio de las notas m�s altas.

La predicaci�n de Cristo no excluye ning�n tema, pero prescribe el sentido y el prop�sito de todos; y el comp�s m�s amplio y la variedad m�s rica no s�lo son posibles, sino obligatorias para aquel que en cualquier sentido digno tomar�a esto como el lema de su ministerio: "Decid� no saber nada entre vosotros, salvo Jesucristo y el crucificado".

Pero estas palabras nos dan no solo el tema, sino algo de la forma de la actividad del Ap�stol. "Proclamamos". La palabra es enf�tica en su forma, que significa "decir" y representa la proclamaci�n como completa, clara y seria. "No somos traficantes de misterios murmurando. Con los pulmones llenos y con la voz para hacer que la gente escuche, gritamos nuestro mensaje en voz alta. No llevamos a un hombre a un rinc�n y le susurramos secretos al o�do; lloramos en las calles y nuestro mensaje es para 'todo hombre.

Y la palabra no s�lo implica la seriedad clara y fuerte del hablante, sino tambi�n que lo que habla es un mensaje, que no es un hablante de sus propias palabras o pensamientos, sino de lo que se le ha dicho que diga. Su evangelio es un buen mensaje, y la virtud de un mensajero es decir exactamente lo que se le ha dicho, y decirlo de tal manera que las personas a quienes tiene que llevarlo no puedan sino escucharlo y entenderlo.

Esta conexi�n de la oficina del ministro cristiano contrasta, por un lado, con la teor�a sacerdotal. Pablo hab�a conocido en el juda�smo una religi�n en la que el altar era el centro, y la funci�n oficial del "ministro" era sacrificar. Pero ahora ha llegado a ver que "el �nico sacrificio por los pecados para siempre" no deja lugar para un sacerdote sacrificador en esa Iglesia cuyo centro es la Cruz. Necesitamos urgentemente que se inculque esa lecci�n en la mente de los hombres de hoy, cuando ha tenido lugar una resurrecci�n tan extra�a del sacerdocio, y hombres buenos y fervientes, cuya devoci�n no puede ser cuestionada, ven la predicaci�n como una parte muy subordinada de su trabajo. .

Durante tres siglos no ha habido tanta necesidad como ahora de luchar contra la noci�n de un sacerdocio en la Iglesia, e impulsar esto como la verdadera definici�n del oficio de ministro: "predicamos", no "sacrificamos," no ". hacemos "cualquier cosa; "predicamos", no "obramos milagros en cualquier altar, o impartimos gracia mediante cualquier rito", sino mediante la manifestaci�n de la verdad, desempe�amos nuestro oficio y difundimos las bendiciones de Cristo.

Esta concepci�n contrasta, por otro lado, con el estilo de discurso de los falsos maestros, que encuentra su paralelo en gran parte del habla moderna. Su negocio era discutir, refinar y especular, hacer inferencias y conclusiones llenas de telara�as. Se sentaron en una silla de conferenciante; estamos en el p�lpito de un predicador. El ministro cristiano no tiene que comerciar con tales mercanc�as; tiene un mensaje que proclamar, y si permite que el "fil�sofo" en �l domine al "heraldo", y sustituye sus pensamientos sobre el mensaje, o sus argumentos a favor del mensaje, por el mensaje mismo, abdica de su m�xima expresi�n. oficio y descuida su funci�n m�s importante.

Hoy escuchamos muchas demandas de un "tipo superior de predicaci�n", de la que me har�a eco de todo coraz�n, aunque solo fuera la predicaci�n; es decir, la proclamaci�n en voz alta y clara de los grandes hechos de la obra de Cristo. Pero muchos de los que piden esto realmente quieren, no predicar, sino algo muy diferente; y creo que muchos maestros cristianos equivocados est�n tratando de cumplir con los requisitos de la �poca convirtiendo sus sermones en disertaciones, filos�ficas, morales o est�ticas.

Necesitamos recurrir a este "predicamos" e insistir en que el ministro cristiano no es ni un sacerdote ni un conferenciante, sino un heraldo, cuya tarea es transmitir su mensaje y cuidar que lo transmita fielmente. Si, en lugar de tocar su trompeta y llamar en voz alta su comisi�n, pronunciara un discurso sobre los ac�sticos y las leyes de la vibraci�n del metal sonoro, o para demostrar que tiene un mensaje, y dilatar sobre su verdad evidente o sobre el belleza de sus frases, apenas estar�a haciendo su trabajo.

Ya no lo es el ministro cristiano, a menos que tenga clara ante s� mismo, como protagonista rector de su obra, esta concepci�n de su tema y de su tarea, a quien predicamos, y la contraponga a las exigencias de una �poca, la mitad de la cual "requiere un firmar ", y volver�a a degradarlo a sacerdote, y el otro pide" sabidur�a ", y lo convertir�a en profesor.

II. Tenemos aqu� los diversos m�todos por los cuales se persigue este gran fin.

"Amonestando a todo hombre y ense�ando a todo hombre con toda sabidur�a".

Entonces hay dos m�todos principales: "amonestar" y "ense�ar". El primero significa "amonestar con culpa" y se�ala, como se�alan muchos comentaristas, el lado del ministerio cristiano que corresponde al arrepentimiento, mientras que el segundo se�ala el lado que corresponde a la fe. En otras palabras, el primero reprende y advierte, tiene que ver con la conducta y el lado moral de la verdad cristiana; el �ltimo tiene que ver principalmente con la doctrina y el lado intelectual. En el �nico Cristo es proclamado como modelo de conducta, el "mandamiento nuevo"; en el otro, como el credo de los credos, el conocimiento nuevo y perfecto.

La predicaci�n de Cristo, entonces, debe desarrollarse en toda "advertencia" o amonestaci�n. La ense�anza de la moralidad y la amonestaci�n del mal y el fin del pecado son partes esenciales de la predicaci�n de Cristo. Reclamamos para el p�lpito el derecho y el deber de aplicar los principios y el modelo de la vida de Cristo a toda conducta humana. Es dif�cil de hacer, y se ve agravado por algunas de las condiciones necesarias de nuestro ministerio moderno, porque el p�lpito no es el lugar para los detalles; y, sin embargo, la ense�anza moral que se limita a los principios generales es lamentablemente como repetir trivialidades y disparar cartuchos de fogueo.

Todo el mundo admite los principios generales y piensa que no se aplican a su acci�n err�nea espec�fica; y si el predicador va m�s all� de estas generalidades desdentadas, se encuentra con el grito de "personalidades". Si un hombre predica un serm�n en el que habla claramente sobre trucos del oficio o locuras de la moda, es seguro que alguien dir�, bajando los escalones de la capilla: "�Oh, los ministros no saben nada de negocios!" y alguien m�s para agregar: "Es una l�stima que fuera tan personal", y el coro se completa con muchas otras voces: "Deber�a predicar a Cristo y dejar las cosas seculares en paz".

�Bien! si un serm�n de ese tipo predica o no a Cristo depende de la forma en que se haga. Pero estoy seguro de que no hay "predicar a Cristo" completamente, lo cual no incluye hablar claramente sobre deberes claros. Todo lo que un hombre puede hacer bien o mal pertenece a la esfera de la moral, y todo lo que est� dentro de la esfera de la moral pertenece al cristianismo y a la "predicaci�n de Cristo".

Tampoco esta predicaci�n est� completa sin una clara advertencia del fin del pecado, como la muerte aqu� y en el m�s all�. Esto es dif�cil, para muchas personas les gusta tener siempre el lado suave de la verdad en primer lugar. Pero el evangelio tiene un lado �spero y de ninguna manera es simplemente un "jarabe reconfortante". No hay palabras m�s duras acerca de lo que los malhechores llegan a tener que algunas de las palabras de Cristo; y s�lo ha dado la mitad del mensaje de su Maestro, quien oculta o suaviza el sombr�o dicho: "La paga del pecado es muerte".

Pero toda esta ense�anza moral debe estar estrechamente relacionada con Cristo y edificada sobre �l. La moral cristiana tiene a Jes�s como su perfecto ejemplo, Su amor como motivo y Su gracia como su poder. Nada es m�s impotente que la mera ense�anza moral. �De qu� sirve decirle constantemente a la gente: "S� bueno, s� bueno"? Puedes seguir as� para siempre, y nadie escuchar�, como tampoco las multitudes en nuestras calles se sienten atra�das a la iglesia por el mon�tono llamado de la campana.

Pero si, en lugar de un fr�o ideal del deber, tan bello y tan muerto como una estatua de m�rmol, predicamos al Hijo del Hombre, cuya vida es nuestra ley encarnada; y en lugar de apremiarnos a la pureza por motivos que nuestra propia maldad debilita, repetimos Su conmovedora s�plica: "Si me am�is, guardad mis mandamientos"; y si, en lugar de burlarnos de los cojos con exhortaciones a caminar, se�alamos a los que gritan desesperados: "�Qui�n nos librar� del cuerpo de esta muerte?" al que infunde su esp�ritu viviente en nosotros para liberarnos del pecado y de la muerte, entonces nuestra predicaci�n de la moralidad ser� "predicar el evangelio" y "predicar a Cristo".

Este evangelio tambi�n se desarrollar� en "ense�anza". En los hechos de la vida y muerte de Cristo, a medida que los meditamos y crecemos para comprenderlos, llegamos a ver m�s y m�s la clave de todas las cosas. Para el pensamiento, como para la vida, �l es el alfa y el omega, el principio y el final. Todo lo que podemos o necesitamos saber sobre Dios o el hombre, sobre el deber presente o el destino futuro, sobre la vida, la muerte y el m�s all�, todo est� en Jesucristo, y debe ser extra�do de �l por el pensamiento paciente y permaneciendo en �l.

El negocio del ministro cristiano es aprender y ense�ar cada vez m�s de la "multiforme sabidur�a" de Dios. Tiene que sacar para s� mismo de las fuentes profundas e inagotables; tiene que soportar el agua, que debe ser fresca extra�da para ser agradable o refrescante, a los labios sedientos. Debe buscar presentar todos los lados de la verdad, ense�ando toda la sabidur�a, y as� escapar de sus propios manierismos limitados. �Cu�ntas Biblias de ministros est�n todas torcidas y hojeadas con ciertos textos, en los que casi se abren por s� mismas, y est�n tan limpias en la mayor�a de sus p�ginas como el d�a en que fueron compradas!

El ministerio cristiano, entonces, desde el punto de vista del Ap�stol, es claramente educativo en su dise�o. Tanto los predicadores como los oyentes necesitan que se les recuerde esto. Nosotros, los predicadores, somos pobres eruditos, y en nuestro trabajo nos sentimos tentados, como otras personas, a hacer con mayor frecuencia lo que podemos hacer con menos problemas. Adem�s, muchos de nosotros sabemos, y todos sospechamos, que nuestras congregaciones prefieren escuchar lo que han escuchado con frecuencia antes y lo que les causa menos problemas.

A menudo escuchamos el clamor de "predicaci�n simple", por la cual una escuela pretende "instrucci�n simple en asuntos pr�cticos y sencillos, evitando el mero dogma", y otra pretende "el evangelio simple", por lo que se entiende la repetici�n una y otra vez de la gran verdad: "Cree en el Se�or Jesucristo, y ser�s salvo". Dios no quiera que diga una palabra que incluso parezca subestimar la necesidad de que ese anuncio se haga en su forma simple, como el elemento b�sico del ministerio cristiano, a todos los que no lo han acogido en sus corazones, o que lo olviden, �Por muy poco que se entienda, traer� luz y esperanza y nuevos amores y fortalezas a un alma! Pero el Nuevo Testamento establece una distinci�n entre evangelistas y maestros,

ellos llaman a su "maestro". Si es maestro, deber�a ense�ar; y no puede hacerlo, si las personas que lo escuchan sospechan todo lo que a�n no saben y est�n impacientes por cualquier cosa que les d� la molestia de atender y pensar para aprender. Me temo que hay mucha irrealidad en el nombre, y que nada ser�a m�s desagradable para muchas de nuestras congregaciones que el intento del predicador de hacerlo verdaderamente descriptivo de su trabajo.

Los sermones no deben ser "lugares tranquilos para descansar". Tampoco es del todo el ideal de la ense�anza cristiana que los hombres ocupados vengan a la iglesia o la capilla los domingos y no se fatigan al pensar, sino que quiz�s puedan dormir un minuto o dos y retomar el hilo cuando lo hagan. se despiertan, seguros de que no se han perdido nada de importancia. Estamos destinados a ser maestros, as� como evangelistas, aunque cumplimos tan mal la funci�n; pero nuestros oyentes a menudo dificultan esa tarea con una impaciencia mal disimulada con los sermones que tratan de cumplirla.

Obs�rvese tambi�n la enf�tica repetici�n de "todo hombre" tanto en estas dos cl�usulas como en las siguientes. Es la protesta de Pablo contra la exclusividad de los herejes, que excluyen a los. turba de sus misterios. Una aristocracia intelectual es la m�s orgullosa y exclusiva de todas. Una Iglesia construida sobre la base de las calificaciones intelectuales ser�a una camarilla tan dura y cruel como podr�a imaginarse. De modo que hay casi vehemencia y desprecio en la repetici�n persistente en cada cl�usula de la palabra desagradable, como si arrojara por las gargantas de sus antagonistas la verdad de que su evangelio no tiene nada que ver con camarillas y secciones, sino que pertenece al mundo.

Para �l, el fil�sofo y el necio son igualmente bienvenidos. Su mensaje es para todos. Dejando de lado las diversidades superficiales, va directo a los deseos m�s profundos, que son los mismos en todos los hombres. Debajo de la t�nica de rey y la t�nica de profesor, y la chaqueta de obrero y los harapos del pr�digo, late el mismo coraz�n con los mismos deseos, anhelos salvajes y cansancio. El cristianismo no conoce clases desesperadas. Pero su sabidur�a m�s elevada se puede hablar al ni�o peque�o y al b�rbaro, y est� dispuesto a tratar con los m�s desamparados y necios, conociendo su propio poder para "advertir a todo hombre y ense�ar a todo hombre con toda sabidur�a".

III. Tenemos aqu� el objetivo final de estos diversos m�todos.

"Para que presentemos a todo hombre perfecto en Cristo Jes�s".

Encontramos esta misma palabra "presente" en Colosenses 1:22 . Las observaciones hechas all� se aplicar�n aqu�. All�, el prop�sito divino de la gran obra de Cristo, y aqu� el prop�sito de Pablo en la suya, se expresan igualmente. El objetivo de Dios es tambi�n el objetivo de Pablo. Los pensamientos del Ap�stol viajan hasta el gran d�a venidero, cuando todos seremos manifestados en el tribunal de Cristo, y el predicador y el oyente, el Ap�stol y el converso se reunir�n all�.

Ese per�odo solemne pondr� a prueba el trabajo del maestro y siempre debe estar en su opini�n mientras trabaja. Existe una conexi�n real e indisoluble entre el maestro y sus oyentes, de modo que en cierto sentido �l tiene la culpa si no permanecen perfectos entonces, y en cierto sentido tiene que presentarlos como en su obra: el oro, la plata, y piedras preciosas que edific� sobre los cimientos. As� que cada predicador debe trabajar con ese fin claro en vista, como lo hizo Pablo.

Siempre est� trabajando a la luz de esa gran visi�n. Uno lo ve, en todas sus letras, mirando hacia el horizonte, donde espera el romper de la ma�ana en lo bajo del cielo del este. �Ah! �Cu�ntos p�lpitos formales y cu�ntos bancos l�nguidos se impulsar�an a una intensa acci�n si tan solo sus ocupantes vieran una vez arder sobre ellos, en su decorosa muerte, la luz de ese gran trono blanco! �Cu�n diferente deber�amos predicar si siempre sinti�ramos "el terror del Se�or", y bajo su solemne influencia busc�ramos "persuadir a los hombres"! �Cu�n diferente deber�amos escuchar si sentimos que debemos comparecer ante el Juez y darle cuenta de nuestras ganancias por Su palabra!

Y el prop�sito que tiene en mente el verdadero ministro de Cristo es "presentar perfecto a todo hombre en Cristo Jes�s". "Perfecto" puede usarse aqu� con el significado t�cnico de "iniciado", pero significa integridad moral absoluta. Negativamente, implica la eliminaci�n total de todos los defectos; positivamente, la posesi�n completa de todo lo que pertenece a la naturaleza humana como Dios quiso que fuera. El objetivo cristiano, para el cual la predicaci�n de Cristo proporciona amplio poder, es hacer que toda la raza posea, en su m�ximo desarrollo, todo el c�rculo de posibles excelencias humanas.

No debe haber crecimiento unilateral, pero los hombres deben crecer como un �rbol al aire libre, que no tiene barreras que obstaculicen su simetr�a, sino que se eleva y se extiende por igual por todos los lados, sin ramas rotas o torcidas, sin gusanos de las hojas. comido o desgarrado por el viento, ninguna fruta arruinada o ca�da, ninguna brecha en las nubes de follaje, ninguna curva en el tallo recto, una plenitud verde y creciente. Esta plenitud absoluta se puede lograr "en Cristo", mediante la uni�n con �l de ese tipo vital que se produce por la fe, que derramar� Su Esp�ritu en nuestros esp�ritus. Por lo tanto, la predicaci�n de Cristo es claramente la forma directa de lograr este perfeccionamiento. Esa es la teor�a cristiana de la forma de hacer hombres perfectos.

And this absolute perfection of character is, in Paul's belief, possible for every man, no matter what his training or natural disposition may have been. The gospel is confident that it can change the Ethiopian's skin, because it can change his heart, and the leopard's spots will be altered when it "eats straw like the ox." There are no hopeless classes in the glad, confident view of the man who has learned Christ's power.

�Qu� visi�n de futuro para animar el trabajo! �Qu� objetivo! �Qu� dignidad, qu� consagraci�n, qu� entusiasmo dar�a, haciendo grande lo trivial y lo mon�tono interesante, moviendo a los que lo comparten a un esfuerzo intenso, superando las tentaciones bajas y dando precisi�n a la selecci�n de los medios y al uso de los instrumentos! La presi�n de un gran prop�sito firme consolida y fortalece los poderes que, sin �l, se vuelven fl�cidos y d�biles.

Podemos hacer una pieza de percal tan r�gida como una tabla coloc�ndola debajo de una prensa hidr�ulica. Los hombres con un prop�sito fijo son hombres terribles. Atraviesan convencionalismos como una bala de ca��n. Ellos, y s�lo ellos, pueden persuadir, despertar e imprimir su propio entusiasmo en la masa inerte. "�He aqu�, cu�n grande bosque enciende un peque�o fuego!" Ning�n ministro cristiano trabajar� hasta los l�mites de su poder, ni har� mucho por Cristo o por el hombre, a menos que toda su alma est� dominada por esta alta concepci�n de las posibilidades de su oficio, y a menos que tenga la ambici�n de presentar a cada hombre. "perfecto en Cristo Jes�s".

IV. N�tese la lucha y la fuerza con que el Ap�stol se esfuerza por alcanzar este objetivo.

"Para lo cual tambi�n trabajo, esforz�ndome seg�n su obra, la cual obra poderosamente en m�". En cuanto al objeto, tema y m�todo del ministerio cristiano, Pablo puede hablar, como lo hace en los vers�culos anteriores, en nombre de todos sus colaboradores: "Predicamos, amonestando y ense�ando para presentar". Hab�a una unidad sustancial entre ellos. Pero agrega una oraci�n sobre su propio esfuerzo y conflicto al hacer su trabajo.

Ahora solo hablar� por s� mismo. Los dem�s pueden decir cu�l ha sido su experiencia. Ha descubierto que no puede hacer su trabajo f�cilmente. Algunas personas pueden superarlo con poco esfuerzo de cuerpo o agon�a de mente, pero para �l ha sido un trabajo laborioso. No ha aprendido a "tom�rselo con calma". Ese gran prop�sito ha estado siempre ante �l y lo ha convertido en un esclavo. "Yo tambi�n trabajo"; No s�lo predico, sino que trabajo, como la palabra lo implica literalmente, como un hombre tirando de un remo y poniendo todo su peso en cada golpe.

No se har� ninguna gran obra para Dios sin tensi�n y esfuerzo f�sico y mental. Quiz�s hab�a personas en Colosas que pensaban que un hombre que no ten�a nada que hacer m�s que predicar ten�a una vida muy f�cil, por lo que el Ap�stol tuvo que insistir en que el trabajo m�s agotador es el trabajo del cerebro y el del coraz�n. Quiz�s hab�a predicadores y maestros all� que trabajaban de manera pausada y digna, y siempre se cuidaban mucho de detenerse un largo camino por el lado seguro del cansancio; y por eso tuvo que insistir en que la obra de Dios no se puede hacer en absoluto de esa manera, sino que debe hacerse "con ambas manos, con seriedad".

"La" guirnalda inmortal "se debe correr," no sin polvo y calor ". El corredor que se cuida de aflojar su velocidad cuando est� en peligro de transpirar no ganar� el premio. El ministro cristiano que es Temeroso de poner todas sus fuerzas en su trabajo, hasta el cansancio, nunca servir� de mucho.

No solo debe haber trabajo, sino conflicto. Trabaja, "esforz�ndose" -es decir, conteniendo- con obst�culos, tanto externos como internos, que buscaban estropear su obra. Est� la lucha con uno mismo, con las tentaciones de hacer un trabajo elevado por motivos bajos, o de descuidarlo, y de sustituir la rutina por la inspiraci�n y el mecanismo por el fervor. La propia maldad, las propias debilidades, los temores y las falsedades, la pereza, el letargo y la infidelidad, tienen que ser combatidos, adem�s de las dificultades y enemigos externos. En resumen, todo buen trabajo es una batalla.

La dura tensi�n y el estr�s de esta vida de esfuerzo y conflicto hicieron de este hombre "Pablo el anciano" mientras no era viejo en a�os. La agon�a y los dolores de esa alma son indispensables para todo elevado servicio a Cristo. �C�mo se puede vivir una vida cristiana verdadera y noble sin un esfuerzo continuo y una lucha continua? Hasta la �ltima part�cula de nuestro poder, es nuestro deber trabajar. En cuanto al servicio so�oliento, l�nguido y autoindulgente de los cristianos modernos, que parecen estar principalmente ansiosos por no esforzarse demasiado y por lograr ganar la carrera que se les propone sin inmutarse, me temo que habr� una gran deducci�n. para ser hecho de �l en el d�a que "probar� la obra de cada uno, sea cual fuere".

Hasta aqu� la lucha; ahora por la fuerza. El trabajo y el conflicto deben llevarse a cabo "seg�n su obra, la cual obra poderosamente en m�". Entonces, la medida de nuestro poder es el poder de Cristo en nosotros. Aquel cuya presencia hace necesaria la lucha, por Su presencia nos fortalece para ello. �l morar� en nosotros y obrar� en nosotros, e incluso nuestra debilidad ser� transformada en gozosa fuerza por �l. Seremos poderosos porque ese Obrero poderoso est� en nuestro esp�ritu.

No solo tenemos Su presencia a nuestro lado como un aliado, sino Su gracia dentro de nosotros. Es posible que no solo tengamos la visi�n de nuestro Capit�n de pie a nuestro lado mientras nos enfrentamos al enemigo, una presencia invisible para ellos, pero inspiraci�n y victoria para nosotros, sino que podemos tener la conciencia de Su poder brotando de nuestro esp�ritu y fluyendo, como fuerza inmortal, en nuestros brazos. Es mucho saber que Cristo lucha por nosotros; es m�s saber que �l lucha en nosotros.

Tomemos valor, pues, de todo trabajo y conflicto; y recuerde que si no hemos "luchado seg�n el poder", es decir, si no hemos utilizado toda nuestra fuerza dada por Cristo en Su servicio, no nos hemos esforzado lo suficiente. Puede haber un doble defecto en nosotros. Es posible que no hayamos tomado todo el poder que �l nos ha dado, y es posible que no hayamos usado todo el poder que hemos tomado. �Ay de nosotros! tenemos que confesar ambas faltas.

�Qu� d�biles hemos sido cuando la Omnipotencia esperaba para entregarse a nosotros! �Qu� poco nos hemos apropiado de la gracia que fluye tan abundantemente a nuestro lado, atrapando una parte tan peque�a del ancho r�o en nuestras manos y derramando tanto incluso antes de que llegue a nuestros labios! �Y cu�n poco del poder dado, ya sea natural o espiritual, lo hemos usado para nuestro Se�or! �Cu�ntas armas han colgado oxidadas y sin usar en la lucha! Ha sembrado mucho en nuestros corazones y ha cosechado poco.

Como algunos suelos desagradables, hemos "bebido en la lluvia que cae sobre �l", y "no hemos producido hierbas aptas para Aquel que lo cubre". Los talentos escondidos, los bienes del Maestro desperdiciados, el poder que se desperdicia, el servicio l�nguido y el conflicto a medias, todos tenemos que reconocerlo. Vayamos a �l y confesemos que "hemos sido de lo m�s ingratos", y que en verdad somos siervos provechosos, que estamos muy lejos de cumplir con nuestro deber.

Dejemos nuestro esp�ritu a Su influencia, para que �l pueda obrar en nosotros lo que es agradable a Sus ojos, y pueda rodearnos con una plenitud cada vez mayor de belleza y fuerza, hasta que �l "nos presente impecables ante la presencia de Su gloria con inmensa alegr�a ".

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Colossians 1". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/colossians-1.html.