Bible Commentaries
Colosenses 2

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-3

Capitulo 2

PABLO LUCHA POR LOS COLOSENSES

Colosenses 2:1 (RV)

Hemos visto que la parte final del cap�tulo anterior es casi exclusivamente personal. En este contexto se contin�a la misma tensi�n, y se abordan dos cosas: la agon�a de ansiedad del Ap�stol por la Iglesia Colosense, y la alegr�a con la que, desde su prisi�n, viaj� en esp�ritu a trav�s de la monta�a y el mar, y los vio en su valle tranquilo, pegado al Se�or. El primero de estos sentimientos se expresa en las palabras que ahora tenemos ante nosotros; el �ltimo, en los siguientes vers�culos.

Todo este largo derramamiento de autorrevelaci�n es tan natural y caracter�stico de Pablo que apenas necesitamos buscar en �l ning�n prop�sito y, sin embargo, podemos notar con qu� arte consumado prepara as� el camino para las advertencias que siguen. La revelaci�n de su propio coraz�n palpitante seguramente trabajar�a en el afecto de sus lectores y los inclinar�a a escuchar. Su profunda emoci�n al pensar en el valor de su mensaje ayudar�a a hacerles sentir cu�nto estaba en juego, y su fe inquebrantable dar�a firmeza a su comprensi�n menos tenaz de la verdad que, como vieron, �l agarr� con tanta fuerza.

Muchas verdades pueden ense�arse con frialdad, y algunas deben serlo. Pero en asuntos religiosos, los argumentos forjados en el hielo son impotentes, y la seriedad que se acerca a la pasi�n es la fuerza que todo lo conquista. Un maestro que tiene miedo de mostrar sus sentimientos, o que no tiene sentimientos que mostrar, nunca reunir� muchos disc�pulos.

De modo que esta revelaci�n del coraz�n del Ap�stol es relevante para los grandes prop�sitos de toda la carta: la advertencia contra el error y la exhortaci�n a la perseverancia. En los vers�culos que ahora estamos considerando, tenemos el conflicto que Pablo estaba librando presentado en tres aspectos: primero, en s� mismo; segundo, en lo que respecta a las personas por las que se pag�; y, finalmente y principalmente, en lo que se refiere al objeto o finalidad que se persigue en el mismo. El primero y el segundo de estos puntos pueden tratarse brevemente. El tercero requerir� un examen m�s detenido.

I. Primero est� el conflicto, que �l deseaba fervientemente que los cristianos colosenses supieran que era "grande". La palabra traducida en la Versi�n Autorizada "conflicto" pertenece a la misma ra�z que la que aparece en el �ltimo vers�culo del cap�tulo anterior, y all� se traduce "lucha". La Versi�n Revisada indica correctamente esta conexi�n por su traducci�n, pero no da la construcci�n con tanta precisi�n como lo hace la traducci�n anterior.

"Qu� gran lucha tengo" estar�a m�s cerca del griego, y m�s contundente que el algo d�bil "cu�nto me esfuerzo", que han adoptado los revisores. El conflicto al que se hace referencia es, por supuesto, el de la arena, como suele ocurrir en los escritos de Pablo.

Pero, �c�mo podr�a �l, en Roma, librar un conflicto en nombre de la Iglesia en Colosas? No se puede querer decir ning�n conflicto externo. No pod�a asestar golpes en su nombre. Lo que pod�a hacer de esa manera lo hizo, y ahora estaba participando en su batalla por esta carta. Si no pudiera luchar a su lado, podr�a enviarles munici�n, como lo hace en esta gran Ep�stola, que fue, sin duda, a los �vidos combatientes por la verdad en Colosas, lo que ha sido desde entonces, una revista y un arsenal. en toda su guerra.

Pero la verdadera lucha estaba en su propio coraz�n. Significaba ansiedad, simpat�a, una agon�a de solicitud, una pasi�n de intercesi�n. Lo que dice de Epafras en esta misma ep�stola es verdad para �l mismo. �l estaba "siempre luchando en oraci�n por ellos". Y por estas luchas de esp�ritu tom� su lugar entre los combatientes, aunque estaban lejos, y aunque aparentemente su vida no se vio afectada por ninguna de las dificultades y peligros que los encerraban.

En esa celda solitaria de la prisi�n, alejada de su conflicto, y con suficientes cargas propias para llevar, con su vida en peligro, su coraz�n a�n se volvi� hacia ellos y, como un soldado dejado atr�s para proteger la base mientras sus camaradas hab�an avanzado. a la pelea, sus o�dos escucharon el sonido de la batalla, y sus pensamientos estaban en el campo. Su celda de la prisi�n era como el foco de una galer�a reverberante en la que se escuchaba cada susurro hablado alrededor de la circunferencia, y el coraz�n que estaba cautivo all� era puesto a vibrar en todas sus cuerdas por cada sonido de cualquiera de las Iglesias.

Aprendamos la lecci�n de que, para todo el pueblo cristiano, la simpat�a en la batalla por Dios, que se libra en todo el mundo, es un deber. Para todos los maestros cristianos de todo tipo, es indispensable una simpat�a entusiasta por las dificultades y luchas de aquellos a quienes intentar�an ense�ar. Nunca podremos tratar sabiamente con ninguna mente hasta que no hayamos entrado en sus peculiaridades. Nunca podremos ayudar a un alma a luchar con errores y cuestionamientos hasta que nosotros mismos hayamos sentido el pinchazo de los problemas y le demostremos a esa alma que sabemos lo que es andar a tientas y tropezar.

Ning�n hombre es capaz de levantar una carga de los hombros de otro, excepto con la condici�n de llevar la carga �l mismo. Si extiendo mi mano a alg�n pobre hermano que lucha en "el barro fangoso", �l no la agarrar�, y mis bien intencionados esfuerzos ser�n en vano, a menos que pueda ver que yo tambi�n he sentido con �l el horror de la gran oscuridad. y desea que comparta conmigo las bendiciones de la luz. Dondequiera que est� nuestra prisi�n o nuestro taller, independientemente de que la Providencia o las circunstancias, que no es m�s que una palabra pagana para lo mismo, puedan separarnos de la participaci�n activa en cualquier batalla por Dios, estamos obligados a participar con entusiasmo en ella por simpat�a, por el inter�s, por la ayuda que podamos prestar y por esa intercesi�n que puede influir en la suerte del campo, aunque las manos levantadas no empu�en armas,

No son solo los hombres que llevan la peor parte de la batalla en los lugares altos del campo los que son los combatientes. En muchos hogares tranquilos, donde se sientan sus esposas y madres, con rostros nost�lgicos esperando las noticias del frente, hay una agon�a de ansiedad y una participaci�n tan verdadera en la lucha como entre el humo de las bater�as y las bayonetas relucientes. Era una ley en Israel: "Como su Dardo es el que desciende a la batalla, as� ser� su parte el que se atiene al material".

Se dividir�n por igual. "Eran iguales en recompensa, porque con raz�n se les consideraba iguales en el servicio. As� que todos los cristianos que de coraz�n y simpat�a han tomado parte en la gran batalla ser�n contados como combatientes y coronados como vencedores, aunque ellos mismos no han dado golpes. "El que recibe a un profeta en nombre de profeta, recibir� recompensa de profeta".

II. Nos damos cuenta de las personas por las que sufri� este conflicto. Son los cristianos de Colosas y sus vecinos de Laodicea, y "todos los que no han visto mi rostro en la carne". Puede ser una pregunta si los colosenses y laodicenos pertenecen a aquellos que no han visto su rostro en la carne, pero la visi�n m�s natural de las palabras es que la �ltima cl�usula "presenta a toda la clase a la que pertenecen las personas enumeradas anteriormente". y esta conclusi�n es confirmada por el silencio de los Hechos de los Ap�stoles en cuanto a cualquier visita de Pablo a estas Iglesias, y por el lenguaje de la Ep�stola misma, que, en varios lugares, se refiere a su conocimiento de la Iglesia Colosense como derivado de escuchar de ellos, y nunca alude a las relaciones personales.

Siendo eso as�, uno puede entender que sus miembros f�cilmente podr�an pensar que �l se preocupaba menos por ellos que por las comunidades m�s afortunadas que �l mismo hab�a plantado o regado, y podr�an haber sospechado que las dificultades de la Iglesia en �feso, por ejemplo , yac�an m�s cerca de su coraz�n que el de ellos en su remoto valle de las tierras altas. Sin duda, tambi�n, sus sentimientos hacia �l eran menos c�lidos que los de Epaphras y otros maestros a quienes hab�an escuchado.

Nunca hab�an sentido el magnetismo de su presencia personal, y estaban en desventaja en su lucha con los errores que comenzaban a levantar sus cabezas serpenteantes entre ellos, por no haber tenido la inspiraci�n y direcci�n de su ense�anza.

Es hermoso ver c�mo, aqu�, Pablo se aferra a ese mismo hecho que parec�a poner una pel�cula de separaci�n entre ellos, para convertirlo en el fundamento de su especial inter�s por ellos. Precisamente porque nunca los hab�a mirado a los ojos, ten�an un lugar m�s c�lido en su coraz�n y su solicitud por ellos era m�s tierna. No estaba tan esclavizado por los sentidos que su amor no pudiera viajar m�s all� de los l�mites de su vista. Estaba m�s ansioso por ellos porque no ten�an los recuerdos de sus ense�anzas y de su presencia a los que recurrir.

III. Pero la parte m�s importante de esta secci�n es la declaraci�n del Ap�stol sobre el gran tema de su solicitud, aquello que ansiosamente anhelaba que los colosenses pudieran alcanzar. Es una profec�a, adem�s de un deseo. Es una declaraci�n del prop�sito m�s profundo de su carta a ellos, y siendo as�, es igualmente una declaraci�n del deseo divino con respecto a cada uno de nosotros, y del dise�o divino del evangelio. Aqu� se expone lo que Dios quiere que sean todos los cristianos y, en Jesucristo, les ha dado amplios medios de ser.

(1) El primer elemento del deseo del Ap�stol por ellos es "que su coraz�n sea consolado". Por supuesto, el uso b�blico de la palabra "coraz�n" es mucho m�s amplio que el uso popular moderno de la misma. Con ella nos referimos, cuando la usamos en la conversaci�n ordinaria, el hipot�tico asiento de las emociones, y principalmente, el �rgano y trono del amor; pero la Escritura significa con la palabra, toda la personalidad interior, incluyendo el pensamiento y la voluntad, as� como la emoci�n. De modo que leemos acerca de los "pensamientos e intenciones del coraz�n", y toda la naturaleza interior se llama "el hombre oculto del coraz�n".

�Y qu� desea para este hombre interior? Para que sea "consolado". Esa palabra nuevamente tiene un significado m�s amplio en la Biblia que en el ingl�s del siglo XIX. Es mucho m�s que un consuelo en problemas. La nube que se cern�a sobre la Iglesia de Colosas no estaba a punto de romperse en dolores que necesitar�an consuelo para soportar, sino en errores doctrinales y pr�cticos que necesitar�an fuerza para resistir.

Fueron llamados a luchar en lugar de perseverar, y lo que m�s necesitaban era una confianza valiente. As� que Pablo desea para ellos que sus corazones sean animados o fortalecidos, para que no se acobarden ante el enemigo, sino que entren en la pelea con entusiasmo y buen �nimo.

�Hay mayor bendici�n en vista tanto del conflicto que el cristianismo tiene que librar hoy como de las dificultades y guerras de nuestra propia vida, que ese esp�ritu valiente que se sumerge en la lucha con la serena seguridad de que la victoria se posa sobre nuestros timones y espera? sobre nuestras espadas, y sabe que todo es posible antes que la derrota? Esa es la condici�n para vencer, incluso nuestra fe. "El coraz�n triste se cansa en una milla", pero el coraz�n fuerte y esperanzado lleva en su misma fuerza la profec�a del triunfo.

Tal disposici�n no es del todo una cuesti�n de temperamento, pero puede cultivarse, y aunque puede resultar m�s f�cil para algunos de nosotros que para otros, ciertamente debe pertenecer a todos los que tienen a Dios en quien confiar y creen que el evangelio es su verdad. Bien pueden ser fuertes quienes tienen el poder Divino listo para inundar sus corazones, quienes saben que todo funciona para su bien, quienes pueden ver, por encima del torbellino del tiempo y el cambio, una Mano fuerte y amorosa que mueve las ruedas.

�Qu� tenemos que ver con el temor por nosotros mismos, o por qu� nuestro "coraz�n temblar� por el arca de Dios", viendo que A nuestro lado lucha uno que ense�ar� nuestras manos a la guerra y cubrir� nuestras cabezas en el d�a de la batalla? "Ten �nimo, y �l fortalecer� tu coraz�n".

(2) Aqu� se nos ense�a el camino para asegurarnos una confianza y una fuerza tan gozosas, porque tenemos a continuaci�n, la Uni�n en el amor, como parte de los medios para obtenerla: "Est�n unidos en amor". Las personas, no los corazones, deben estar as� unidas. El amor es el verdadero v�nculo que une a los hombres, el v�nculo de la perfecci�n, como se le llama en otros lugares. Esa unidad en el amor, por supuesto, se sumar�a a la fuerza de cada uno. La vieja f�bula nos ense�a que los peque�os lechones unidos son fuertes, y cuanto m�s fuerte se tira de la cuerda, m�s fuertes son.

Un coraz�n solitario es t�mido y d�bil, pero muchas debilidades reunidas hacen fuerza, como las casas de construcci�n delgada en una fila se sostienen unas a otras, o las brasas agonizantes que se acercan se incendian. Los granos sueltos de arena son ligeros y se mueven con un soplo; compactados son una roca contra la que el Atl�ntico golpea en vano. Entonces, una Iglesia, cuyos miembros est�n unidos por ese amor que es el �nico v�nculo real de la vida de la Iglesia, presenta un frente a los males amenazadores que no pueden romper.

Una verdadera defensa moral incluso contra el error intelectual se encontrar� en una compactaci�n tan estrecha en el amor cristiano mutuo. Una comunidad tan entrelazada se librar� de muchos males, como una legi�n romana con escudos entrelazados techados contra los proyectiles de la muralla de una ciudad sitiada, o las escamas imbricadas de un pez lo mantienen seco en el coraz�n del mar.

Pero debemos ir m�s all� al interpretar estas palabras. El amor que ha de unir a los hombres cristianos no es simplemente el amor entre s�, sino el amor com�n a Jesucristo. Ese amor com�n por �l es el verdadero v�nculo de uni�n y el verdadero fortalecedor del coraz�n de los hombres.

(3) Esta compactaci�n en el amor conducir� a una gran certeza en la posesi�n de la verdad. Pablo est� tan ansioso por la uni�n de los colosenses en el amor mutuo y todo por Dios, porque sabe que tal uni�n contribuir� materialmente a su posesi�n segura y gozosa de la verdad. Tiende, piensa, a "todas las riquezas de la plena certeza del entendimiento", con lo que se refiere a la riqueza que consiste en la certeza total e inquebrantable que toma posesi�n del entendimiento, la confianza de que tiene la verdad y la vida en �l. Jesucristo.

Una firmeza tan gozosa de convicci�n de que he comprendido la verdad se opone a una fe a medias vacilante. Es alcanzable, como muestra este contexto, por caminos de disciplina moral, y entre ellos, buscando realizar nuestra unidad con nuestros hermanos, y no rechazando orgullosamente la "fe com�n" porque es com�n. Poseyendo esa seguridad, seremos ricos y de coraz�n sano. Caminando en medio de certezas caminaremos por sendas de paz, y recuperaremos la triunfante seguridad del Ap�stol, a quien el amor le hab�a dado la llave del conocimiento: - "sabemos que somos de Dios, y sabemos que el Hijo de Dios ha venido". y nos ha dado entendimiento para que conozcamos al Verdadero ".

En todos los tiempos de inestabilidad religiosa, cuando se lleva a cabo una propaganda activa de negaci�n, los hombres cristianos se ven tentados a bajar su propio tono y a decir: "Es as�", con algo menos de certeza porque muchos est�n diciendo: "Es as�". no es asi." La peque�a Rhoda necesita algo de valor para afirmar constantemente que "as� fue", cuando los ap�stoles y sus maestros siguen asegur�ndole que solo ha tenido una visi�n. En este d�a, muchos que profesan ser cristianos vacilan en la clara y segura profesi�n de su fe, y no se necesita un o�do atento para captar un trasfondo de duda que haga temblar sus voces.

Algunos incluso tienen tanto miedo de ser considerados "estrechos", que buscan la reputaci�n de liberalidad hablando como si hubiera una pel�cula de duda incluso sobre las verdades que sol�an "creerse con toda seguridad". Gran parte de la supuesta fe de este d�a est� llena de secretos recelos, que en muchos casos no tienen otra base intelectual que la conciencia de la incredulidad prevaleciente y un conocimiento de segunda mano de sus ense�anzas.

Pocas cosas son m�s necesarias entre nosotros ahora que esta plena seguridad y satisfacci�n del entendimiento con la verdad tal como es en Jes�s. Nada es m�s miserable que la lenta par�lisis que se arrastra sobre la fe, el desvanecimiento de lo que hab�an sido estrellas en las tinieblas. Se est� produciendo una tragedia en muchas mentes que han tenido que cambiar el "De cierto, de cierto" de Cristo por un miserable "quiz�s", y pueden ya no digo "lo s�", sino s�lo "me gustar�a creer" o, en el mejor de los casos, "me inclino a pensar todav�a". Por otro lado, la "plena certeza del entendimiento" trae riqueza. Sopla paz sobre el alma y da infinitas riquezas en las verdades que a trav�s de �l se hacen vivas y reales.

Esta riqueza de convicciones se obtiene viviendo en el amor de Dios. Por supuesto, hay una disciplina intelectual que tambi�n es necesaria. Pero ning�n proceso intelectual conducir� a una comprensi�n segura de la verdad espiritual, a menos que est� acompa�ado por el amor. Tan pronto podamos asirnos de la verdad con nuestras manos, como de Dios en Cristo solo con nuestro entendimiento. Esta es la ense�anza constante de las Escrituras: que, si queremos conocer a Dios y tener la seguridad de �l, debemos amarlo.

"Para amar las cosas humanas, es necesario conocerlas. Para conocer las cosas divinas, es necesario amarlas". Cuando estemos arraigados y cimentados en el amor, seremos capaces de saber, porque lo que m�s necesitamos saber y lo que el evangelio tiene principalmente para cada uno de nosotros es el amor, y "a menos que el ojo con el que miramos sea el amor, �c�mo �Conoceremos el amor? " Si amamos, poseeremos una experiencia que verifique la verdad por nosotros, nos dar� una demostraci�n irrefutable que traer� certeza a nosotros mismos, por muy poco que sirva para convencer a los dem�s.

Rico en la posesi�n de esta confirmaci�n del evangelio por las bendiciones que nos han llegado de �l, y cuyo testimonio de su fuente, como el arroyo que puntea una llanura est�ril con una l�nea verde a lo largo de su curso se revela as�, lo haremos. tenemos el derecho de oponer a muchas dudas la plena certeza nacida del amor, y mientras otros discuten si existe alg�n Dios, o alg�n Cristo viviente, o alg�n perd�n de los pecados, o alguna providencia que nos gu�e, sabremos que existen, y son nuestros, porque hemos sentido el poder y la riqueza que han tra�do a nuestras vidas.

(4) Esta unidad de amor conducir� al pleno conocimiento del misterio de Dios. Tal parece ser la conexi�n de las siguientes palabras, que pueden leerse literalmente "hasta el pleno conocimiento del misterio de Dios", y pueden ser mejor consideradas como una cl�usula coordinada con las anteriores, dependiendo igualmente de "estar entrelazadas en amor." As� tomado, se expone un doble tema de esa compactaci�n en el amor a Dios y unos a otros, a saber, la tranquila seguridad en la comprensi�n de la verdad ya pose�da, y la comprensi�n m�s madura y m�s profunda de las cosas profundas de Dios.

La palabra para conocimiento aqu� es la misma que en Colosenses 1:9 , y aqu� como all� significa un conocimiento pleno. Los colosenses hab�an conocido a Cristo al principio, pero el deseo del Ap�stol es que puedan llegar a un conocimiento m�s completo, ya que el objeto a ser conocido es infinito y son posibles grados infinitos en la percepci�n y posesi�n de Su poder y gracia. En ese conocimiento m�s pleno, no dejar�n atr�s lo que sab�an al principio, sino que encontrar�n en �l un significado m�s profundo, una sabidur�a m�s amplia y una verdad m�s completa.

Entre la gran cantidad de lecturas de las siguientes palabras, se prefiere la adoptada por la Versi�n Revisada, y la traducci�n que da es la m�s natural y est� de acuerdo con el pensamiento anterior en Colosenses 1:27 , donde tambi�n "el misterio "se explica como" Cristo en ti ". Aqu� se presenta una ligera variaci�n en la concepci�n.

El "misterio" es Cristo, no "en ti", sino "en quien est�n escondidos todos los tesoros de la sabidur�a y el conocimiento". La gran verdad escondida durante mucho tiempo, ahora revelada, es que se almacena toda la riqueza de la intuici�n espiritual (conocimiento) y del razonamiento sobre las verdades as� aprehendidas para obtener un sistema ordenado de creencias y una ley de conducta coherente (sabidur�a). por nosotros en Cristo.

Siendo brevemente la conexi�n y el significado del bosquejo de estas grandes palabras, podemos tocar los diversos principios encarnados en ellas. Hemos visto, al comentar una parte anterior de la ep�stola, la fuerza del gran pensamiento de que Cristo, en sus relaciones con nosotros, es el misterio de Dios, y no es necesario repetir lo que se dijo entonces. Pero podemos detenernos por un momento en el hecho de que el conocimiento de ese misterio tiene sus etapas.

La revelaci�n del misterio est� completa. No son posibles m�s etapas en eso. Pero mientras la revelaci�n, en la estimaci�n de Pablo, est� terminada, y la verdad largamente oculta ahora se encuentra a plena luz del sol, nuestra comprensi�n de ella puede crecer, y es posible un conocimiento maduro. Alguna pobre alma ignorante capta a trav�s de la penumbra un destello de Dios manifestado en la carne y llevando sus pecados. Esa alma nunca superar� ese conocimiento, pero a medida que pasen los a�os, la vida, la reflexi�n y la experiencia ayudar�n a explicarlo y profundizarlo.

Dios am� tanto al mundo que dio a su Hijo unig�nito; no hay nada m�s all� de esa verdad. Apretado aunque imperfectamente, trae luz y paz. Pero a medida que es amado y vivido, se despliega en profundidades inimaginables y destella con un brillo creciente. Supongamos que un hombre pudiera salir del gran planeta que se mueve en el borde m�s externo de nuestro sistema, y ??pudiera viajar lentamente hacia adentro, hacia el sol central, c�mo crecer�a el disco y la luz y el calor aumentar�an con cada mill�n de millas que �l cruzado, hasta que lo que parec�a un punto llen� todo el cielo. El crecimiento cristiano es en Cristo, no lejos de Cristo, una penetraci�n m�s profunda en el centro y una extracci�n hacia la conciencia distinta como un sistema coherente, todo lo que estaba envuelto, como las hojas en su vaina marr�n, en ese primer destello de Aquel que salva el alma.

Estas etapas son infinitas, porque en �l est�n todos los tesoros de la sabidur�a y el conocimiento. Estas cuatro palabras, tesoros, sabidur�a, conocimiento, oculto, son familiares en los labios de los �ltimos gn�sticos, y lo fueron, sin duda, en la boca de los falsos maestros de Colosas. El Ap�stol afirmar�a para su evangelio todo lo que ellos reclamaban falsamente para sus sue�os. Como en varios otros lugares de esta ep�stola, se sirve del vocabulario especial de sus antagonistas, transfiriendo sus t�rminos, de los fantasmas ilusorios que un falso conocimiento adorn� con ellos, a la verdad que ten�a que predicar. Pone especial �nfasis en el predicado "oculto" coloc�ndolo al final de la oraci�n, una peculiaridad que se reproduce con ventaja en la Versi�n Revisada.

Toda la sabidur�a y el conocimiento est�n en Cristo. �l es la Luz de los hombres, y todo pensamiento y verdad de todo tipo provienen. Aquel que es Verbo eterno, Sabidur�a encarnada. Ese Verbo Encarnado es la Revelaci�n perfecta de Dios, y por Su vida y muerte completa ha declarado todo el nombre de Dios a Sus hermanos, del cual todos los dem�s medios de revelaci�n han pronunciado s�labas entrecortadas. Que Cristo ascendi� infunde sabidur�a y conocimiento a todos los que le aman, y todav�a persigue, d�ndonos el Esp�ritu de sabidur�a, su gran obra de revelar a Dios a los hombres, de acuerdo con su propia palabra, que de inmediato afirm� la plenitud de la revelaci�n hecha por Su vida terrenal y prometi� la continuidad perpetua de la revelaci�n desde Su asiento celestial: "He dado a conocer tu nombre a Mis hermanos, y lo declarar�".

En Cristo, como en un gran almac�n, se encuentran todas las riquezas de la sabidur�a espiritual, los enormes lingotes de oro macizo que, cuando se acu�an en credos y doctrinas, son la riqueza de la Iglesia. Todo lo que podemos saber acerca de Dios y el hombre, acerca del pecado, la justicia y el deber, acerca de otra vida, est� en Aquel que es el hogar y el profundo m�o donde est� guardada la verdad.

En Cristo estos tesoros est�n "escondidos", pero no, como estaban ocultos los misterios de los herejes, para que est�n fuera del alcance de la multitud vulgar. Este misterio est� realmente oculto, pero se revela. Est� oculto solo para el. ojos que no lo ver�n. Est� oculto que las almas que buscan puedan tener la alegr�a de buscar y el resto de encontrar. El mismo acto de revelar es un esconder, como nuestro Se�or ha dicho en Su gran acci�n de gracias, porque estas cosas est�n (por un mismo acto) "escondidas de los sabios y prudentes, y reveladas a los ni�os". Est�n escondidos, como los hombres almacenan provisiones en las regiones �rticas, para que los osos no los encuentren y los marineros n�ufragos s�.

Tales pensamientos tienen un mensaje especial para tiempos de agitaci�n como los que atravesaba la Iglesia Colosense y los que tenemos que afrontar. Nosotros tambi�n estamos rodeados de voces ansiosas y seguras, que proclaman verdades m�s profundas y una sabidur�a m�s profunda que la que nos da el evangelio. En gozoso antagonismo con ellos, los cristianos deben aferrarse a la confianza de que toda la sabidur�a divina est� depositada en su Se�or. No necesitamos acudir a otros para aprender una nueva verdad.

Los nuevos problemas de cada generaci�n hasta el fin de los tiempos encontrar�n sus respuestas en Cristo, y continuamente se discernir�n nuevos temas de ese viejo mensaje que hemos escuchado desde el principio. No nos preguntemos si las lecciones que las primeras �pocas de la Iglesia extrajeron de ese almac�n infinito fallan en muchos puntos a la hora de responder a los ansiosos interrogantes de hoy. Tampoco supongamos que las estrellas se apaguen porque los viejos libros de astronom�a est�n desactualizados en algunos aspectos.

No debemos dejar de lado las verdades que aprendimos de rodillas de nuestra madre. El hecho central del universo y la enciclopedia perfecta de toda verdad moral y espiritual es Cristo, el Verbo Encarnado, el Cordero inmolado, el Rey ascendido. Si nos mantenemos fieles a �l y nos esforzamos por ampliar nuestras mentes a la amplitud de ese gran mensaje, crecer� a medida que lo miremos, incluso cuando los cielos nocturnos se expandan hasta el ojo que los mira fijamente y revelen abismos violetas sembrados con puntos brillantes. , cada uno de los cuales es un sol. "Se�or, �a qui�n iremos? T� tienes palabras de vida eterna".

El tipo ordinario de vida cristiana se contenta con un conocimiento superficial de Cristo. Muchos no entienden m�s de �l y de Su evangelio de lo que entendieron cuando aprendieron a amarlo por primera vez. La idea misma de un conocimiento progresivo de Jesucristo se ha desvanecido tan completamente del horizonte del cristiano promedio que la "edificaci�n", que deber�a significar la construcci�n progresiva del car�cter curso por curso, en nuevo conocimiento y gracia, ha llegado a su fin. significan poco m�s que la sensaci�n de comodidad que se deriva de la reiteraci�n de palabras antiguas y familiares que caen en el o�do con un murmullo agradable.

Lamentablemente, hay muy poco conocimiento de primera mano y creciente de su Se�or entre el pueblo cristiano, muy poca creencia de que se puedan encontrar nuevos tesoros escondidos en ese campo que, para cada alma y cada nueva generaci�n, lucha con sus propias formas especiales de cargas y cargas. los problemas que presionan a la humanidad se comprar�an a bajo precio vendi�ndolos todos, pero pueden ganarse al ritmo m�s f�cil del deseo ferviente de poseerlos y la adhesi�n fiel a Aquel en quien est�n almacenados para el mundo.

La condici�n de crecimiento del p�mpano es permanecer en la vid. Si nuestros corazones est�n entrelazados con el coraz�n de Cristo en ese amor que es el padre de la comuni�n, tanto como contemplaci�n deleitada como obediencia gozosa, entonces cada d�a profundizaremos m�s en la mina de riqueza que est� escondida en �l para que pueda ser encontrada, y saca una provisi�n inagotable de cosas nuevas y viejas.

Versículos 4-7

Capitulo 2

TRANSICI�N CONCILIATORIA Y HORTATORIA A LA POL�MICA

Colosenses 2:4 (RV)

NADA necesita m�s delicadeza de mano y gentileza de coraz�n que la administraci�n de advertencias o reprensiones, especialmente cuando se dirigen contra errores de opini�n religiosa. Es seguro que har� da�o a menos que a la persona reprobada se le haga sentir que proviene de un verdadero inter�s bondadoso en �l, y que haga plena justicia a su honestidad. La advertencia se convierte tan f�cilmente en rega�o, y suena a la advertencia tan parecida, incluso cuando el hablante no lo dice en serio, que hay una necesidad especial de modular la voz con mucho cuidado.

As� que en este contexto, el Ap�stol ha dicho mucho acerca de su profundo inter�s en la Iglesia de Colosas, y se ha detenido en la fervorosa seriedad de su solicitud por ellos, su conflicto de intercesi�n y simpat�a, y la gran amplitud de sus deseos por el bien de ellos. . Pero no siente que pueda aventurarse a comenzar sus advertencias hasta que haya dicho algo m�s, para conciliarlos a�n m�s y quitar de sus mentes otros pensamientos desfavorables a la recepci�n comprensiva de sus palabras.

Uno puede imaginarse a algunos colosenses diciendo: "�Qu� necesidad hay para toda esta ansiedad? �Por qu� deber�a Pablo estar tan preocupado por nosotros? Est� exagerando nuestro peligro y haciendo poca justicia a nuestro car�cter cristiano". Nada detiene el o�do a la voz de advertencia con m�s seguridad que la sensaci�n de que est� entonada en una clave demasiado solemne y no reconoce lo bueno.

Entonces, antes de continuar, re�ne sus motivos al dar las siguientes amonestaciones y da su estimaci�n de la condici�n de los colosenses en los dos primeros vers�culos que ahora estamos considerando. Todo lo que ha estado diciendo lo ha dicho no tanto porque crea que se han equivocado, sino porque sabe que hay maestros herejes en el trabajo, que pueden desviarlos con lecciones plausibles.

No est� combatiendo los errores que ya han barrido la fe de los cristianos colosenses, sino poni�ndolos en guardia contra aquellos que los amenazan. No est� tratando de bombear el agua de un recipiente lleno de agua, sino de detener una peque�a fuga que corre el riesgo de ensancharse. Y, en su solicitud, tiene mucha confianza y se anima a hablar porque, ausente de ellos como est�, tiene una viva seguridad, que lo alegra, de la solidez y firmeza de su fe.

As� que con esta clara definici�n del peligro preciso que tem�a, y esta tranquilizadora seguridad de su alegre confianza en su firme orden, el Ap�stol finalmente abre sus bater�as. Los versos 6 y 7 ( Colosenses 2:6 ) son el primer disparo, el comienzo de las moniciones tan largas y cuidadosamente preparadas. Contienen una exhortaci�n general, que puede tomarse como la nota clave de la parte pol�mica de la Ep�stola, que ocupa el resto del cap�tulo.

I. Tenemos entonces, primero, el prop�sito de la autorrevelaci�n previa del Ap�stol. "Esto digo", esto es, que est� contenido en los vers�culos precedentes, la expresi�n de su solicitud, y quiz�s a�n m�s enf�ticamente, la declaraci�n de Cristo como el secreto revelado de Dios, el dep�sito inagotable de toda sabidur�a y conocimiento. El prop�sito del Ap�stol, entonces, en sus palabras anteriores, ha sido proteger a los colosenses del peligro al que estaban expuestos, de ser enga�ados y descarriados por la "persuasi�n del habla".

"Esa expresi�n no se usa necesariamente en un mal sentido, pero aqu� evidentemente tiene un tinte de censura e implica algunas dudas tanto de la honestidad de los oradores como de la veracidad de sus palabras. Aqu� tenemos una evidencia importante como a la condici�n de entonces de la Iglesia Colosense. Hab�a falsos maestros ocupados entre ellos que pertenec�an en cierto sentido a la comunidad cristiana. Pero probablemente estos no eran colosenses, sino emisarios errantes de un gnosticismo judaizante, mientras que ciertamente la gran masa de la Iglesia era intocado por sus especulaciones.

Corr�an el peligro de confundirse y de ser enga�ados, es decir, de ser inducidos a aceptar cierta ense�anza por su enga�osa, sin ver todas sus orientaciones, o incluso sin conocer su significado real. De modo que el error siempre se infiltra en la Iglesia. Los hombres son atrapados por algo fascinante en alguna ense�anza popular y lo siguen sin saber ad�nde los conducir�. Poco a poco se van revelando sus tendencias, y al fin los seguidores del heresiarca se despiertan y descubren que todo lo que una vez creyeron y apreciaron ha desaparecido de su credo.

Tambi�n podemos aprender aqu� la verdadera protecci�n contra errores enga�osos. Pablo piensa que la mejor manera de fortalecer a estos disc�pulos ingenuos contra toda ense�anza da�ina es exaltar a su Maestro y exhortar el significado inagotable de Su persona y mensaje. Aprender el pleno significado y la preciosidad de Cristo es estar armado contra el error. La verdad positiva acerca de �l, al preocupar la mente y el coraz�n, protege de antemano contra las ense�anzas m�s enga�osas.

Si llenas el cofre con oro, nadie querr�, y no habr� lugar para, pinchbeck. Una comprensi�n viva de Cristo evitar� que seamos arrastrados por la corriente de opini�n popular prevaleciente, que siempre es mucho m�s probable que sea incorrecta que correcta, y seguramente ser� exagerada y unilateral en el mejor de los casos. Una conciencia personal de Su poder y dulzura dar� una repugnancia instintiva a la ense�anza que rebajar�a Su dignidad y degradar�a Su obra.

Si �l es el centro y anclaje de todos nuestros pensamientos, no seremos tentados a ir a otra parte en busca de los "tesoros de sabidur�a y conocimiento" que "est�n escondidos en �l". El que ha encontrado la �nica perla de gran precio, no necesita m�s para ir en busca de buenas perlas, sino solo d�a a d�a para perderse m�s completamente y renunciar a todo lo dem�s, para poder ganar m�s y m�s de Cristo su Todo. Si mantenemos nuestro coraz�n y nuestra mente en comuni�n con nuestro Se�or, y tenemos la experiencia de Su preciosidad, eso nos preservar� de muchas trampas, nos dar� una sabidur�a, m�s all� de la l�gica, nos resolver� muchas de las cuestiones m�s acaloradas. hoy, y nos mostrar� que muchos m�s no son importantes ni interesantes para nosotros. E incluso si llegamos a conclusiones err�neas sobre algunos asuntos, "si bebemos cualquier cosa mortal, no nos har� da�o".

II. Vemos aqu� el gozo que se mezcla con la ansiedad del prisionero solitario, y lo animamos a advertir a los colosenses contra los peligros inminentes para su fe. No necesitamos seguir a los comentaristas gramaticales en su discusi�n de c�mo Pablo invierte el orden natural aqu�, y dice "gozo y contemplaci�n", en lugar de "contemplar y regocijarse", como deber�amos esperar. Nadie duda de que lo que vio en esp�ritu fue la causa de su gozo.

El anciano en su prisi�n, cargado de muchas preocupaciones, se vio obligado a permanecer inactivo en la causa que m�s le importaba. que la vida, todav�a est� llena de esp�ritu y alegr�a. Todas sus cartas de prisi�n participan de ese "regocijo en el Se�or", que es la nota clave de una de ellas. La vejez y el aparente fracaso, y el agotamiento de largos trabajos, y las decepciones y tristezas que casi siempre se acumulan como nubes vespertinas alrededor de una vida que se hunde en el oeste, no tuvieron poder para apagar su ardiente energ�a o mitigar su vivo inter�s en todas las Iglesias.

Su celda era como el centro de un sistema telef�nico. Hablaron voces de todos lados. Todas las iglesias estaban conectadas con �l y constantemente se transmit�an mensajes. Piense en �l sentado all�, escuchando ansiosamente y emocionado de simpat�a con cada palabra, �tan inconsciente de s� mismo era, tan absorbidos estaban todos los fines personales en el cuidado de las Iglesias, y en el r�pido y profundo sentimiento de compa�erismo con ellas! El amor y el inter�s avivaron su percepci�n, y aunque estaba lejos, los ten�a tan v�vidamente ante �l que era como un espectador.

El gozo que sent�a al pensar en ellos le hizo pensar en el pensamiento, de modo que el orden aparentemente invertido de las palabras puede ser el natural y puede haber mirado mucho m�s fijamente porque le alegraba mirar.

�Qu� es lo que vio? "Su pedido." �sta es sin duda una met�fora militar, probablemente extra�da de sus experiencias con los pretorianos, mientras estuvo en cautiverio. Tuvo muchas oportunidades de estudiar tanto el equipo del legionario �nico, que, en el cap�tulo 6 de Efesios, se sent� para retratar al prisionero al que estaba encadenado, y tambi�n la perfecci�n de la disciplina en el conjunto que formaba la legi�n. tan formidable. No era una multitud, sino una unidad, "movi�ndose por completo si es que se mueve", como si estuviera animada por una voluntad. Pablo se regocija al saber que la Iglesia de Colosas qued� as� soldada en una unidad s�lida.

Adem�s, contempla "la firmeza de vuestra fe en Cristo". Esto puede ser una continuaci�n de la met�fora militar y puede significar "el frente s�lido, la falange cerrada" que presenta su fe. Pero ya sea que supongamos que la figura se lleva a cabo o se inclina, creo que debemos reconocer que este segundo punto se refiere m�s a la condici�n interna que a la disciplina externa de los colosenses.

Aqu�, entonces, se expone un noble ideal de la Iglesia, en dos aspectos. En primer lugar, exteriormente, hay una formaci�n ordenada y disciplinada; y en segundo lugar, una fe firme.

En cuanto al primero, Paul no era un martinete, estaba ansioso por la pedanter�a del patio de armas, pero conoc�a la necesidad de organizaci�n y entrenamiento. Cualquier cuerpo de hombres unidos para llevar a cabo un prop�sito espec�fico debe organizarse. Eso significa un lugar para cada hombre y cada hombre en su lugar. Significa cooperaci�n para un fin com�n y, por lo tanto, divisi�n de funciones y subordinaci�n. Orden no significa simplemente obediencia a la autoridad.

Puede haber un "" orden "igual bajo formas muy diferentes de gobierno. Los legionarios se agruparon en filas cerradas, los escaramuzadores con armas ligeras de forma m�s relajada. En un caso, la falange era m�s y el individuo menos; en el otro, se le daba m�s juego al hombre soltero y menos importancia a la acci�n corporativa; pero la diferencia entre ellos no era la de orden y desorden, sino la de dos sistemas, cada uno organizado pero sobre principios algo diferentes y con prop�sitos diferentes.

Una cadena d�bilmente unida es tan verdaderamente una cadena como una r�gida. El principal requisito para tal "orden" que alegr� al Ap�stol es la acci�n conjunta hacia un fin, con variedad de oficios y unidad de esp�ritu.

Algunas iglesias dan m�s peso al principio de autoridad; otros al de la individualidad. Pueden criticar la pol�tica de los dem�s, pero el primero no tiene derecho a reprochar al segundo por ser necesariamente defectuoso en el "orden". Algunas iglesias son todas taladradoras, y su idea favorita de disciplina es: Obedece a los que tienen la regla sobre ti. Las iglesias de organizaci�n m�s flexible, por otro lado, corren sin duda el peligro de hacer muy poca organizaci�n.

Pero ambos necesitan que todos sus miembros est�n m�s penetrados por el sentido de unidad y que cada uno ocupe su lugar en la obra del cuerpo. Era mucho m�s f�cil asegurar el verdadero orden: un lugar y una tarea para cada hombre y cada hombre en su lugar y en su tarea en las peque�as comunidades homog�neas de los tiempos apost�licos que ahora, cuando hombres de tan diferente posici�n social, educaci�n , y las formas de pensar se encuentran en la misma comunidad cristiana.

La proporci�n de holgazanes en todas las Iglesias es un esc�ndalo y una debilidad. Por muy organizada y ordenada que sea una Iglesia, ning�n gozo llenar�a el coraz�n de un ap�stol al contemplarla, si la masa de sus miembros no participara en sus actividades. Toda sociedad de cristianos profesantes deber�a ser como la tripulaci�n de un hombre de guerra, cada uno de los cuales sabe la pulgada exacta en la que tiene que pararse cuando suena el silbato, y lo que tiene que hacer exactamente en el simulacro de armas.

Pero la perfecci�n de la disciplina no es suficiente. Eso puede convertirse en rutina si no hay algo m�s profundo. Queremos la vida incluso m�s que el orden. La descripci�n de los soldados que colocaron a David en el trono deber�a describir al ej�rcito de Cristo: "hombres que pod�an mantener el rango, no eran de doble coraz�n". Ten�an disciplina y hab�an aprendido a acomodar su paso a la longitud de los pasos de sus camaradas; pero ten�an un entusiasmo incondicional, que era mejor.

Ambos son necesarios. Si no hay valor y devoci�n, no hay nada que valga la pena disciplinar. La Iglesia que m�s tiene. El orden completo y no tambi�n la firmeza de la fe ser� como los ej�rcitos alemanes, todo barro y taladro, que corr�an como liebres ante los andrajosos levas descalzos que la primera Revoluci�n Francesa arroj� al otro lado de la frontera con un entusiasmo feroz ardiendo en sus corazones. De modo que el Ap�stol contempla con gozo la firmeza de la fe de los colosenses en Cristo.

Si se adopta la traducci�n "firmeza" como en la Versi�n Revisada, la frase ser� equivalente a la "firmeza que caracteriza o pertenece a su fe". Pero algunos de los mejores comentaristas niegan que este significado de la palabra se encuentre alguna vez y proponen "fundamento" (lo que se hace firme). El significado entonces ser� "el fundamento firme (para sus vidas) que consiste en su fe" o, m�s probablemente, "el fundamento firme que tiene su fe".

"Se regocija al ver que la fe de ellos en Jesucristo tiene una base inquebrantable por los ataques. Tal cimiento de roca, y la consecuente firmeza, debe tener la fe, si ha de ser digna de ese nombre y manifestar su verdadero poder. Una fe tr�mula que, gracias a Dios, sea una fe verdadera, pero la idea misma de fe implica una seguridad s�lida y una confianza fija. Nuestra fe debe ser capaz de resistir la presi�n y mantenerse firme contra los asaltos y las contradicciones. No debe ser como la de un ni�o. castillo de naipes, que el ligero aliento de una risa desde�osa derribar�, pero

"una torre de fuerza que se mantiene firme ante todos los vientos que soplan".

Debemos procurar que as� sea, sin permitir que las fluctuaciones de nuestro propio coraz�n lo hagan fluctuar. Debemos tratar de controlar el flujo y reflujo de la emoci�n religiosa para que siempre est� cerca de la marea alta con nuestra fe, un mar sin mareas pero no estancado. Debemos oponer una convicci�n firme y una confianza inalterable a las voces ruidosas que nos alejar�an.

Y para que podamos hacerlo, debemos mantener una verdadera y estrecha comuni�n con Jesucristo. La fe que siempre se dirige "hacia" �l, como el girasol gira hacia el sol, siempre obtendr� de �l tales dones benditos que la duda o la desconfianza ser�n imposibles. Si nos mantenemos cerca de nuestro Se�or y esperamos en �l, �l aumentar� nuestra fe y har� que nuestros "corazones est�n firmes, confiando en el Se�or". As�, uno m�s grande que Pablo puede hablarnos incluso a nosotros, mientras camina en medio de los candeleros de oro, palabras que de sus labios ser�n verdaderamente alabanzas: "Aunque estoy ausente en la carne, sin embargo estoy con vosotros en el esp�ritu, goz�ndome y contemplando tu orden y la firmeza de tu fe en M� ".

III. Tenemos aqu� la exhortaci�n que comprende todo deber y cubre todo el terreno de la creencia y pr�ctica cristianas.

"Por tanto": la siguiente exhortaci�n se basa en la advertencia y el elogio de los vers�culos anteriores. En primer lugar, existe una amplia orden judicial general. "Como hab�is recibido a Cristo Jes�s el Se�or, andad en �l", es decir, que vuestra vida activa est� de acuerdo con lo que aprendiste y obtuviste cuando te convertiste en cristiano.

Luego, esta exhortaci�n se define o desglosa en cuatro detalles en las siguientes cl�usulas, que explican en detalle c�mo se debe mantener.

La exhortaci�n general es a un verdadero caminar cristiano. La fuerza principal recae sobre el "como". El mandato es ordenar toda la vida de acuerdo con las primeras lecciones y adquisiciones. La frase "hab�is recibido a Cristo Jes�s el Se�or" presenta varios puntos que requieren atenci�n. Es obvio que es paralelo con "como fuiste ense�ado" en el pr�ximo vers�culo; de modo que fue de sus primeros maestros, y probablemente de Epafras Colosenses 1:7 que hab�an "recibido a Cristo".

"Entonces, lo que recibimos, cuando, de labios humanos, escuchamos el evangelio y lo aceptamos, no es simplemente la palabra acerca del Salvador, sino el Salvador mismo. Esta expresi�n de nuestro texto no es una mera forma suelta o ret�rica de habla, pero una verdad literal y bendita.Cristo es la suma de todas las ense�anzas cristianas y, donde el mensaje de Su amor es bienvenido, �l mismo viene en presencia espiritual y real, y mora en el esp�ritu.

The solemnity of the full name of our Saviour in this connection is most significant. Paul reminds the Colossians, in view of the teaching which degraded the person and curtailed the work of Christ, that they had received the man Jesus, the promised Christ, the universal Lord. As if he had said, Remember whom you received in your conversion-Christ, the Messiah, anointed, that is, fitted by the unmeasured possession of the Divine Spirit, to fulfil all prophecy and to be the world's deliverer.

Acu�rdate de Jes�s, el hombre, nuestro hermano; -por lo tanto, no escuche especulaciones nebulosas ni busque misterios susurrados ni jerarqu�as de �ngeles en busca de conocimiento de Dios o ayuda en los conflictos. Nuestro evangelio no es una teor�a surgida del cerebro de los hombres, sino que es, ante todo, la historia de la vida y la muerte de un hermano. Recibiste a Jes�s, por lo que eres liberado de la tiran�a de estos sistemas portentosos e insustanciales, y relegado a los hechos de una vida humana para tu conocimiento de Dios.

Recibiste a Jesucristo como Se�or. Fue proclamado Se�or de los hombres, de los �ngeles y del universo, Se�or y Creador de los mundos espiritual y material, Se�or de la historia y la providencia. Por lo tanto, no es necesario que prestes atenci�n a esos maestros que llenar�an 'el abismo entre los hombres y Dios con una multitud de poderes y gobernantes. Tienes todo lo que tu mente, tu coraz�n o tu voluntad pueden necesitar en el divino Jes�s humano, que es el Cristo y el Se�or para ti y para todos los hombres.

Lo has recibido en la suficiencia total de Su naturaleza y oficios revelados. Lo tienes para ti. Ret�n lo que tienes, y que nadie tome esta tu corona y tu tesoro. La misma exhortaci�n tiene una aplicaci�n enf�tica a los conflictos de hoy. La Iglesia ha presentado a Jes�s como Cristo y Se�or. Su hombr�a, la realidad hist�rica de Su Encarnaci�n con todos sus asuntos benditos, Su mesianismo como el cumplidor de la profec�a y el s�mbolo, designado y capacitado por la plenitud del Esp�ritu, para ser el libertador del hombre, Su gobierno y autoridad sobre todas las criaturas y eventos han han sido ense�ados, y los tumultos de la inquietud actual hacen que sea dif�cil y necesario mantenernos fieles a esa triple creencia, y no permitir que nada nos robe ninguno de los dem�ritos del evangelio completo que yace en el augusto nombre, Cristo Jes�s el Se�or.

A ese evangelio, a ese Se�or, el andar, la vida activa, debe conformarse, y la manera de hacerlo se explica con m�s detalle en las siguientes cl�usulas.

"Arraigados y edificados en �l". Aqu� tenemos nuevamente el profundo "en �l", que aparece con tanta frecuencia en esta ep�stola a los Efesios y en la que la acompa�a, y al que debe permitirse su fuerza adecuada, como expresi�n de una morada m�s real del creyente en Cristo, si la profundidad del significado debe sonar.

Paul conduce su carro de fuego a trav�s de las correcciones ret�ricas, y nunca retrocede ante las "met�foras mixtas" si expresan su pensamiento con m�s vigor. Aqu� tenemos tres incongruentes pis�ndose los talones. El cristiano debe caminar, ser arraigado como un �rbol, edificado como una casa. �Qu� le importa a Paul la incongruencia cuando la corriente de pensamientos y sentimientos lo apresura?

Los tiempos de los verbos tambi�n son estudiada y significativamente variados. Totalmente traducidos ser�an "habiendo sido arraigados y edificados". El uno es un acto pasado hecho de una vez por todas, cuyos efectos son permanentes; el otro es un proceso resultante continuo que est� sucediendo ahora. El cristiano se ha arraigado en Jesucristo al comienzo de su curso cristiano. Su fe lo ha puesto en contacto vivo con el Salvador, quien se ha convertido en la tierra fruct�fera en la que el creyente env�a sus ra�ces, donde se alimenta y se ancla all�.

La imagen familiar del primer Salmo puede haber estado en la mente del escritor y, naturalmente, vuelve a la nuestra. Si obtenemos alimento y estabilidad de Cristo, alrededor de quien se entrelazan y se aferran las ra�ces de nuestro ser, floreceremos, creceremos y daremos fruto. Ning�n hombre puede prescindir de una persona m�s all� de s� mismo en quien descansar, ni ninguno de nosotros puede encontrar en nosotros mismos o en la tierra el suelo suficiente para nuestro crecimiento.

Somos como pl�ntulas arrojadas sobre una gran roca, que env�an sus raicillas por la piedra dura y se atrofian hasta que alcanzan el rico moho de las hojas en su base. Sentimos ciegamente a trav�s de toda la esterilidad del mundo en busca de algo en lo que nuestras ra�ces puedan hundirse para que podamos ser nutridos y firmes. En Cristo podemos ser "como un �rbol plantado junto a un r�o de agua"; de �l somos "como la paja", desarraigados, sin vida, sin provecho, y finalmente barridos por el viento de la era. La elecci�n est� ante todo hombre: estar arraigados en Cristo por la fe o ser desarraigados.

"Edificados en �l". La construcci�n gradual y continua de la estructura de un car�cter cristiano est� doblemente expresada en esta palabra por el tiempo presente que apunta a un proceso y por la preposici�n prefijada representada por "arriba", que apunta a la sucesiva colocaci�n de la mamposter�a sobre el curso. . Somos los arquitectos de nuestros propios personajes. Si nuestras vidas se basan en Jesucristo como su fundamento, y cada acto est� en conexi�n vital con �l, como a la vez su motivo, su modelo, su poder, su objetivo y su recompensa, entonces edificaremos vidas santas y justas, que ser�n templos.

Los hombres no crecen simplemente como una hoja que "crece verde y ancha, y no se preocupa". Hay que tener en cuenta la otra met�fora de un edificio, para completar la primera. Se debe realizar un esfuerzo, un trabajo paciente y continuo. M�s de "cuarenta y seis a�os est� este templo en construcci�n". Una piedra a la vez se encaja en su lugar, y as�, despu�s de mucho trabajo y muchos a�os, como en el caso de alguna catedral medieval inacabada durante siglos, finalmente se saca la piedra superior. Esta elecci�n tambi�n est� ante todos los hombres: edificar sobre Cristo y as� construir para la eternidad, o sobre arena y ser aplastados bajo las ruinas de sus casas ca�das.

"Afirmados en vuestra fe, como fuisteis ense�ados". Aparentemente, esta es simplemente una forma m�s definida de expresar sustancialmente los mismos pensamientos que en las cl�usulas anteriores. Posiblemente el significado est� "establecido por la fe", siendo la fe de los colosenses el instrumento de su establecimiento. Pero la Versi�n Revisada probablemente tenga raz�n en su traducci�n, "establecido en" o en cuanto a "su fe". Su fe, como Pablo acababa de decir, era firme, pero necesitaba a�n m�s firmeza.

Y esta exhortaci�n, por as� decirlo, traduce las anteriores a un lenguaje m�s hogare�o, de que si alguien tropezaba con el misticismo de los pensamientos all�, podr�a captar la simple practicidad aqu�. Si somos establecidos y confirmados en nuestra fe, seremos arraigados y edificados en Jes�s, porque es la fe lo que nos une a �l, y su aumento mide nuestro crecimiento en �l y dentro de �l.

Entonces hay una cuesti�n pr�ctica muy clara de estos profundos pensamientos de uni�n con Jes�s. Un aumento progresivo de nuestra fe es la condici�n de todo progreso cristiano. La fe que ya es la m�s firme, y que por su firmeza puede alegrar al Ap�stol, es todav�a capaz y necesita ser fortalecida. Se puede ampliar su alcance, aumentar su tenacidad, reforzar su poder sobre el coraz�n y la vida. El ojo de la fe nunca es tan agudo como para volverse m�s clarividente; su agarre nunca tan cerca, sino para que pueda ser apretado; su realizaci�n nunca tan s�lida sino que puede ser m�s sustancial; su autoridad nunca es tan grande sino que puede hacerse m�s absoluta.

Este continuo fortalecimiento de la fe es la forma m�s esencial del esfuerzo de un cristiano por superarse. Fortalece la fe y fortaleces todas las gracias; porque mide nuestra recepci�n de la ayuda divina. Y el mayor desarrollo que pueda alcanzar la fe debe mantenerse siempre en armon�a con la ense�anza inicial: "tal como se os ense��". El progreso no consiste en abandonar las primeras verdades de Jesucristo el Se�or por una sabidur�a m�s nueva y una religi�n m�s especulativa, sino en descubrir lecciones cada vez m�s profundas y poderes m�s grandes en estos rudimentos, que son igualmente las �ltimas y m�s elevadas lecciones que los hombres pueden aprender.

Adem�s, as� como el esfuerzo diario del alma creyente debe ser fortalecer la calidad de su fe, as� tambi�n debe ser aumentar su cantidad, "abundando en acci�n de gracias". O si adoptamos la lectura de la Versi�n Revisada, omitiremos el "en ella", y encontraremos aqu� s�lo una exhortaci�n a la acci�n de gracias. En todo caso, �sa es la idea principal de la cl�usula, que a�ade a la primera la idea de que la acci�n de gracias es un acompa�amiento inseparable de la vigorosa vida cristiana. Debe ser llamado, por supuesto, principalmente por el gran don de Cristo, en quien estamos arraigados y edificados, y, a juicio de Pablo, es la fuente misma del progreso cristiano.

Ese temperamento constante de gratitud implica una presencia habitual en la mente de la gran misericordia de Dios en Su don inefable, un brillo continuo en el coraz�n mientras miramos, una apropiaci�n continua de ese don para los nuestros, y un flujo continuo del amor de nuestro coraz�n hacia el Amor Encarnado e Inmortal. Tal agradecimiento nos atar� a la obediencia gozosa, y dar� rapidez al pie y entusiasmo a la voluntad para correr por el camino de los mandamientos de Dios.

Es como un sol radiante, todas las flores respiran perfume y los frutos maduran bajo su influencia. Es el fuego que enciende el sacrificio de la vida y lo hace subir en fragantes nubes de incienso, agradable a Dios. La m�s alta nobleza de que es capaz el hombre se alcanza cuando, movidos por las misericordias de Dios, nos entregamos sacrificios vivos, ofrendas de agradecimiento a Aquel que se entreg� a s� mismo como ofrenda por el pecado por nosotros.

La vida que est� influenciada por la acci�n de gracias ser� pura, fuerte, feliz, en su continuo recuento de sus dones y en sus pensamientos del Dador, y no menos feliz y hermosa en su entrega alegre de s� misma a Aquel que se ha entregado a s� mismo. por y para �l. La ofrenda m�s noble que podemos traer, la �nica recompensa que Cristo pide, es que nuestro coraz�n y nuestra vida digan: Te damos gracias, oh Se�or.

"Por �l, por tanto, ofrezcamos continuamente el sacrificio de alabanza a Dios", y la acci�n de gracias continua asegurar� un crecimiento continuo en nuestro car�cter cristiano y un aumento constante en la fuerza y ??profundidad de nuestra fe.

Versículos 8-10

Capitulo 2

EL BANE Y EL ANT�DOTO

Colosenses 2:8 (RV)

Llegamos ahora a la primera referencia clara a los errores que amenazaban la paz de la comunidad colosense. Aqu� Paul cruza espadas con el enemigo. Este es el punto al que todas sus palabras anteriores han ido convergiendo constantemente. El contexto inmediatamente anterior conten�a la exhortaci�n positiva a continuar en el Cristo que hab�an recibido, habiendo sido arraigados en �l como el �rbol en un lugar f�rtil "junto a los r�os de agua", y siendo continuamente edificados en �l, con un crecimiento constante. plenitud de car�cter santo.

La misma exhortaci�n en sustancia est� contenida en los vers�culos que ahora tenemos que considerar, con la diferencia de que aqu� se presenta negativamente, como advertencia y deshortaci�n, con una declaraci�n clara del peligro que arrancar�a el �rbol y derribar�a el edificio, y alejar a los colosenses de la uni�n con Cristo.

En estas palabras, la Perdici�n y el Ant�doto est�n ante nosotros. Consideremos cada uno.

I. El veneno contra el cual Pablo advierte a los colosenses se describe claramente en nuestro primer vers�culo, cuyos t�rminos pueden requerir un breve comentario.

"Mirad que no los haya". La construcci�n implica que se trata de un peligro real y no hipot�tico que �l ve amenazador. No est� llorando "lobo" antes de que sea necesario. "Cualquiera": quiz�s el tono de la advertencia se transmita mejor si leemos el "alguien" m�s familiar; como si hubiera dicho: "No menciono nombres, no son las personas, sino los principios contra los que lucho, pero ya sabes a qui�n me refiero bastante bien".

Perm�tele ser an�nimo, ya sabes qui�n es ". Quiz�s hubo incluso un solo" alguien "que fue el centro de la travesura. "o" robar ", que la traducci�n en la Versi�n Autorizada sugiere a un lector ingl�s. Pablo ve a los conversos en Colosas hechos prisioneros y llevados con una cuerda alrededor del cuello, como las largas hileras de cautivos en los monumentos asirios.

Hab�a hablado en el cap�tulo anterior ( Colosenses 1:13 ) del conquistador misericordioso que los hab�a "trasladado" del reino de las tinieblas al reino de la luz, y ahora teme que una horda de ladrones asalte a los pac�ficos colonos. en sus felices nuevos hogares, puede volver a arrastrarlos a la esclavitud. El instrumento que utiliza el ladr�n, o tal vez digamos, la cuerda, cuya soga fatal se aprieta a su alrededor, si no se cuida, es "filosof�a y vano enga�o".

"Si Paul hubiera estado escribiendo en ingl�s, habr�a puesto" filosof�a "entre comillas, para mostrar que estaba citando el propio nombre de los maestros herejes para su sistema, si es que se puede llamar system, que en realidad era un caos. Por el verdadero amor a la sabidur�a, por cualquier intento honesto y humilde de buscarla como tesoro escondido; ni Pablo ni el Maestro de Pablo tienen nada m�s que alabanza, simpat�a y ayuda. Donde se encontr� con verdaderos, aunque imperfectos, buscadores de la verdad, se esforz� por encontrar puntos de contacto entre ellos y su mensaje, y presentar el evangelio como la respuesta a sus preguntas, la declaraci�n de lo que buscaban a tientas.

Lo que se habla aqu� no se parece m�s que en nombre a lo que los griegos en sus mejores d�as llamaron por primera vez filosof�a, y nada m�s que la mera coincidencia verbal justifica la representaci�n, a menudo hecha tanto por cristianos de mente estrecha como por pensadores incr�dulos, de que el cristianismo asume una posici�n de antagonismo o sospecha hacia �l. La forma de la expresi�n en el original muestra claramente que "enga�o vano", o m�s literalmente "enga�o vac�o", describe la "filosof�a" de la que Pablo les pide que se cuiden.

No son dos cosas, sino una. Es como una vejiga inflada, llena de viento y nada m�s. En sus elevadas pretensiones, y si nos damos cuenta de s� mismo, es un amor y una b�squeda de la sabidur�a; pero si lo miramos m�s de cerca, es una nada hinchada, vac�a y un fraude. Esto es lo que est� condenando. Lo genuino de lo que no tiene nada que decir aqu�. Contin�a describiendo m�s de cerca a este impostor, disfrazado con el manto de fil�sofo.

Es "seg�n las tradiciones de los hombres". Hemos visto en un cap�tulo anterior qu� extra�o conglomerado heterog�neo de sue�os ceremoniales jud�os y orientales predicaban los falsos maestros de Colosas. Probablemente ambos elementos est�n incluidos aqu�. Es significativo que la misma expresi�n, "las tradiciones de los hombres", sea una palabra de Cristo, aplicada a los fariseos, a quienes acusa de "dejar el mandamiento de Dios y aferrarse a la tradici�n de los hombres".

Marco 7:8 La portentosa maleza de tales "tradiciones" que, como la f�rtil fertilidad de las enredaderas en un bosque tropical, sofocan y matan los �rboles alrededor de los cuales se entrelazan, se conserva para nuestra maravilla y advertencia en el Talmud, donde durante miles y miles de personas miles de p�ginas, no obtenemos nada m�s que el Rabino Fulano de Tal dijo esto, pero el Rabino Fulano de Tal dijo eso; hasta que nos sintamos sofocados, y anhelamos una Palabra Divina para calmar todo el balbuceo.

El elemento oriental en la herej�a, por otro lado, se enorgullec�a de una ense�anza oculta que era demasiado sagrada para ser confiada a los libros, y se transmit�a de labios a labios en alg�n c�nclave cercano de maestros murmuradores y adeptos que escuchaban. El hecho de que todo esto, ya sea jud�o, ya sea ense�anza oriental, no tenga una fuente m�s alta que las imaginaciones y refinamientos de los hombres, le parece a Pablo la condena de todo el sistema.

Su teor�a es que en Jesucristo todo cristiano tiene la verdad completa acerca de Dios y el hombre, en sus relaciones mutuas, la declaraci�n divina autorizada de todo lo que se puede conocer, el ejemplo perfecto de todo lo que debe hacerse, el sol claro. iluminaci�n y prueba de todo lo que se puede esperar. �Qu� absurdo descenso, entonces, de la m�s alta de nuestras prerrogativas, para "apartarnos del que habla desde el cielo", para escuchar las pobres voces humanas, que hablan los pensamientos de los hombres!

La lecci�n es tan necesaria hoy como siempre. Las formas especiales de las tradiciones de los hombres en cuesti�n aqu� hace mucho tiempo que se callaron y ya no preocupan a nadie. Pero la tendencia a prestar atenci�n a los maestros humanos y permitir que se interpongan entre nosotros y Cristo est� profundamente en todos nosotros. En un extremo est� el hombre que cree. en ninguna revelaci�n de Dios, y, sonri�ndonos a nosotros los cristianos que aceptamos las palabras de Cristo como definitivas y �l mismo como la verdad encarnada, a menudo rinde a su maestro humano elegido una deferencia tan absoluta como la que �l considera superstici�n, cuando la rendimos a nuestros Se�or.

En el otro extremo est�n los cristianos que no permitir�n que Cristo y la Escritura le hablen al alma, a menos que la Iglesia est� presente en la entrevista, como un carcelero, con un mont�n de credos hechos por el hombre tintineando en su cintur�n. Pero no es s�lo en los dos extremos de la l�nea, sino en toda su extensi�n, que los hombres escuchan las "tradiciones" de los hombres y descuidan "el mandamiento de Dios". Todos tenemos la misma tendencia en nosotros.

Todo hombre lleva un racionalista y un tradicionalista bajo la piel. Cada Iglesia en la cristiandad, tenga un credo formal o no, est� gobernada en cuanto a su creencia y pr�ctica, en un grado triste, por las "tradiciones de los ancianos". La "m�s libre" de las iglesias inconformistas, libre de cualquier confesi�n formal, puede estar atada con grilletes tan apretados y estar tan dominada por las opiniones de los hombres, como si tuviera el m�s estricto de los credos.

La masa de nuestras creencias y pr�cticas religiosas siempre debe ser verificada, corregida y remodelada, remont�ndonos desde los credos, escritos o no escritos, al �nico Maestro, el significado infinito de Cuya persona y obra se expresa en fragmentos por el m�s puro. y pensamientos m�s amplios incluso de aquellos que han vivido m�s cerca de �l y han visto la mayor parte de Su belleza. �Alej�monos de los hombres, de la Babel de las opiniones y de la contienda de lenguas, para que podamos "o�r las palabras de su boca"! Prestemos atenci�n al fraude vac�o que tiende la trampa absurda a nuestros pies, para que podamos aprender a conocer a Dios por cualquier medio que no sea escuchando Su propio discurso en Su Palabra eterna, para que no nos lleve cautivos del Reino de Dios. �la luz! �Subamos al manantial puro en la cima de la monta�a, y no tratemos de saciar nuestra sed en los estanques fangosos en su base! "

Otra se�al de esta falsa pretensi�n de sabidur�a que amenaza con cautivar a los colosenses es que "sigue los rudimentos del mundo". La palabra traducida "rudimentos" significa las letras del alfabeto y, por lo tanto, adquiere naturalmente el significado de "elementos" o "primeros principios", tal como hablamos del ABC de una ciencia. La aplicaci�n de tal designaci�n a la falsa ense�anza es, como la apropiaci�n del t�rmino "misterio" al evangelio, una instancia de cambiar las tornas y devolver a los maestros sus propias palabras.

Se jactaban de doctrinas misteriosas reservadas para los iniciados, de las cuales las claras verdades que predicaba Pablo no eran m�s que los elementos, y despreciaban su mensaje como "leche para ni�os". Pablo les responde, afirmando que el verdadero misterio, la profunda verdad escondida y revelada durante mucho tiempo, es la palabra que �l predic�, y que los elementos asolados por la pobreza, aptos s�lo para los infantes, est�n en esa inanidad creciente que se llamaba sabidur�a y era no.

No s�lo lo califica de "rudimentos", sino de "rudimentos del mundo", lo que es peor, es decir, como perteneciente a la esfera de lo externo y material, y no a la regi�n superior de lo espiritual. donde debe habitar el pensamiento cristiano. De modo que se acusan dos debilidades al sistema: es el mero alfabeto de la verdad y, por lo tanto, no es apto para hombres adultos. Se mueve, a pesar de todas sus elevadas pretensiones, en la regi�n de las cosas visibles y mundanas y, por lo tanto, no es apto para hombres espirituales.

�A qu� caracter�sticas del sistema se hace referencia en esta frase? Su uso en la Ep�stola a los G�latas, G�latas G�latas 4:3 como sin�nimo de todo el sistema de observancias rituales y preceptos ceremoniales del juda�smo, y el contexto actual, que pasa inmediatamente a hablar de circuncisi�n, apuntan a un significado similar aqu�, aunque podemos incluir tambi�n el ceremonial y ritual de las religiones gentiles, en la medida en que contribuyeron a las formas externas que la herej�a colosense buscaba imponer a la Iglesia.

Esta es, pues, la opini�n de Pablo sobre un sistema que hac�a hincapi� en el ceremonial y se ocupaba de las formas. Lo considera un retroceso deliberado a una etapa anterior. Una religi�n de ritos hab�a venido primero, y era necesaria para la infancia espiritual de la raza, pero en Cristo deber�amos haber dejado atr�s el alfabeto de la revelaci�n y, siendo hombres, haber dejado de lado las cosas infantiles. �l lo considera adem�s como un descenso lamentable a una esfera inferior, una ca�da del reino espiritual al material y, por lo tanto, impropio para aquellos que han sido liberados de la dependencia de ayudas y s�mbolos externos, y han ense�ado la espiritualidad y la interioridad del culto cristiano.

Necesitamos la lecci�n en este d�a no menos que estos cristianos en la peque�a comunidad en ese remoto valle de Frigia. Las formas que se les impon�an son anticuadas hace mucho tiempo, pero la tendencia a convertir el cristianismo en una religi�n ceremonial corre hoy con una corriente inusualmente poderosa. Todos estamos m�s interesados ??en el arte y creemos que sabemos m�s sobre �l que nuestros padres. El ojo y el o�do est�n m�s educados de lo que sol�an ser, y una sociedad tan "est�tica" y "musical" en la que se est� convirtiendo la sociedad inglesa tan culta, le gustar� un ritual ornamentado.

De modo que, aparte de los fundamentos doctrinales, gran parte de las condiciones actuales se orienta hacia la religi�n ritual. Los servicios inconformistas son menos claros; algunos se van de sus filas porque no les gusta el culto "calvo" en la capilla, y prefieren las formas m�s elaboradas de la Iglesia Anglicana, que a su vez es por la misma raz�n abandonada por otros que encuentran gratificados sus gustos por lo completo, ya que debe disfrutarse plenamente en la comuni�n cat�lica romana.

Podemos admitir libremente que la reacci�n puritana fue posiblemente demasiado severa, y que un poco m�s de color y forma podr�an haberse conservado con ventaja. Pero reclutar los sentidos como aliados del esp�ritu en la adoraci�n es un trabajo arriesgado. Son muy propensos a luchar por su propia mano una vez que comienzan, y la historia de todo el culto simb�lico y ceremonial muestra que es mucho m�s probable que el experimento termine en una religi�n sensual que en un sentido espiritualizador.

La teor�a de que tales ayudas hacen una escalera por la cual el alma puede ascender a Dios es peligrosamente propensa a ser refutada por la experiencia, que descubre que es tan probable que el alma baje por la escalera que suba por ella. La gratificaci�n del gusto y la excitaci�n de la sensibilidad est�tica, que son el resultado de tales ayudas a la adoraci�n, no son adoraci�n, sin embargo pueden confundirse con tal. Todo ceremonial corre el peligro de volverse opaco en lugar de transparente, como debe ser, y de detener la mente y el ojo en lugar de dejarlos pasar y subir a Dios.

Las vidrieras son hermosas, y las ventanas blancas son "parecidas a un granero", "muertas de hambre" y "desnudas"; pero quiz�s, si el objetivo es conseguir la luz y ver el sol, estos solemnes p�rpuras y amarillos resplandecientes son un estorbo. Yo, por mi parte, creo que de los dos extremos, una reuni�n cu�quera est� m�s cerca del ideal del culto cristiano que la Misa Mayor, y en la medida en que mi d�bil voz pueda llegar, instar�a, como una lecci�n eminentemente del d�a, al gran principio de Pablo. aqu�, que un cristianismo que da mucha importancia a las formas y ceremonias es un retroceso y un descenso distintos.

Ustedes son hombres en Cristo, no regresen al libro ilustrado ABC del s�mbolo y la ceremonia, que era apropiado para los beb�s. Has sido tra�do al santuario interior de adoraci�n en esp�ritu; no rechace los elementos miserables de la forma exterior.

Paul resume su acusaci�n en una cl�usula condenatoria, el resultado de las dos precedentes. Si la herej�a no tiene una fuente m�s alta que las tradiciones de los hombres, y no tiene un contenido m�s s�lido que las observancias ceremoniales, no puede ser "despu�s de Cristo". No es su origen, ni su sustancia, ni su regla y norma. Existe una discordia fundamental entre cada uno de estos sistemas, sin importar c�mo se llame cristiano y Cristo.

La oposici�n puede ser encubierta por sus profesores. Es posible que ellos y sus v�ctimas no lo sepan. Puede que ellos mismos no sean conscientes de que al adoptarlo se han desprendido de los cimientos; pero lo han hecho, y aunque en su propio coraz�n le son leales, han introducido una discordia incurable en sus credos que debilitar� sus vidas, si no empeora. A Pablo le importaban muy poco los sue�os de estos maestros, excepto en la medida en que los alejaban a ellos ya otros de su Maestro.

Los colosenses pod�an tener tantas ceremonias como quisieran y ser bienvenidos; pero cuando �stos interfer�an con la �nica confianza que se deb�a depositar en la obra de Cristo, entonces no deb�an tener cuartel. No es simplemente porque la ense�anza fue "seg�n las tradiciones de los hombres, seg�n los rudimentos del mundo", sino porque, siendo as�, "no fue seg�n Cristo", que Pablo no aceptar� nada de eso. El que toca a su Maestro toca la ni�a de sus ojos, y las sombras de opini�n, y las cosas que en la pr�ctica son indiferentes, y otras formas de adoraci�n sin importancia, tienen que ser peleadas hasta la muerte si oscurecen un rinc�n de la obra perfecta y solitaria del mundo. Un Se�or, que es a la vez la fuente, la sustancia y el est�ndar de toda la ense�anza cristiana.

II. El Ant�doto.- "Porque en �l habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y en �l sois llenos, que es la cabeza de todo principado y potestad".

Estas palabras pueden ser una raz�n para la advertencia: "Mirad, porque"; o pueden ser una raz�n para la exclusi�n impl�cita de cualquier ense�anza que no sea posterior a Cristo. La declaraci�n de sus caracter�sticas conlleva en s� misma su condena. Todo lo que "no es despu�s de Cristo" es ipso facto incorrecto y debe evitarse, "porque", etc. "En �l" se coloca con �nfasis al principio, e implica "y en ning�n otro lugar". "Habita", es decir, tiene su morada permanente; donde tambi�n debe notarse el tiempo, como si apuntara al Cristo ascendido.

"Toda la plenitud de la Deidad", es decir, todos los poderes y atributos ilimitados de la Deidad, donde debe notarse el uso del t�rmino abstracto. Deidad, en lugar del Dios m�s habitual, para expresar con la mayor fuerza el pensamiento de la morada en Cristo de toda la esencia y naturaleza de Dios. "Corporal", que apunta a la Encarnaci�n, y por lo tanto es un avance sobre el pasaje del cap�tulo anterior ( Colosenses 1:19 ), que habla de "la plenitud" que habita en el Verbo Eterno; mientras que esto habla del Verbo Eterno en quien habit� la plenitud haci�ndose carne.

De modo que se nos se�ala la humanidad corp�rea glorificada de Jesucristo en Su exaltaci�n como la morada, ahora y por siempre, de toda la plenitud de la naturaleza Divina, que de ese modo se nos acerca mucho. A Pablo le parece que esta gran verdad estremece en pedazos todos los sue�os de estos maestros acerca de los �ngeles mediadores, y tacha de locura todo intento de aprender la verdad y a Dios en cualquier otro lugar que no sea en �l.

Si �l es el �nico templo de la Deidad en el que se almacenan todas las glorias Divinas, �por qu� ir a cualquier otro lugar para ver o poseer a Dios? Es una locura; porque no s�lo todas estas glorias est�n almacenadas en �l, sino que est�n almacenadas a prop�sito para que las alcancemos. Por eso prosigue el Ap�stol, "y en �l est�is llenos"; que establece dos cosas como verdaderas en la vida interior de todos los cristianos, a saber, su incorporaci�n viva y uni�n con Cristo, y su consiguiente participaci�n en su plenitud.

Cada uno de nosotros puede entrar en esa uni�n m�s real y cercana con Jesucristo por el poder de la fe continua en �l. As� seamos injertados en la Vid y edificados en la Roca. Si as� mantenemos nuestros corazones en contacto con Su coraz�n y dejamos que �l ponga Su labio en nuestros labios, �l soplar� en nosotros el aliento de Su propia vida, y ustedes vivir�n porque �l vive, y en nuestra medida, como �l vive. Toda la plenitud de Dios est� en �l, para que de �l pase a nosotros.

Podr�amos partir de palabras tan audaces si no recordamos que el mismo ap�stol que aqu� nos dice que esa plenitud habita en Jes�s, corona su maravillosa oraci�n por los cristianos de Efeso con esa atrevida petici�n, "para que se�is llenos de todos los plenitud de Dios ". El tesoro estaba alojado en la vasija de barro de la humanidad de Cristo para que pudiera estar a nuestro alcance. Trae la ardiente bendici�n de una vida divina del cielo a la tierra encerrada en la d�bil ca�a de su virilidad, para que encienda fuego af�n en muchos corazones.

Libremente, el agua de la vida fluye a todas las cisternas del arroyo siempre fresco, en el que se vierte la profundidad infinita de ese insondable mar del bien. All� se da toda clase de bendiciones espirituales. Esa corriente, como un r�o de lava fundida, contiene muchas cosas preciosas en su corriente llameante, se enfriar� en muchas formas y depositar� muchos dones raros y ricos. Seg�n nuestra necesidad variar�, siendo para cada uno lo que el momento m�s requiera: sabidur�a, o fuerza, o belleza, o coraje, o paciencia. De �l saldr� todo lo que sea hermoso, todo lo que sea de buen nombre, ya que las leyendas rab�nicas nos dicen que el man� le sab�a a cada hombre como el alimento que m�s deseaba.

Este proceso de recibir toda la plenitud Divina es continuo. No podemos m�s que aproximarnos a la posesi�n del tesoro infinito que es nuestro en Cristo; y dado que el tesoro es infinito, y podemos crecer indefinidamente en la capacidad de recibir a Dios, debe haber una continuidad eterna del llenado y un aumento eterno de la medida de lo que nos llena. Nuestras naturalezas son el�sticas, y en amor y conocimiento, as� como en pureza y capacidad de bienaventuranza, no hay l�mites para su posible expansi�n.

Se ampliar�n con la bienaventuranza a una mayor capacidad de dicha. El Cristo que mora en nosotros "ensanchar� el lugar de Su habitaci�n", y mientras las paredes se estiran y los techos se elevan, �l llenar� la casa mayor con la luz de Su presencia y la fragancia de Su nombre. La condici�n de esta recepci�n continua del abundante don de la vida divina es permanecer en Jes�s. Es "en �l" que estamos "siendo llenos", y s�lo mientras continuemos en �l, continuaremos llenos.

No podemos llevarnos nuestras provisiones, como se har�a con un balde lleno de un pozo, y mantenerlo lleno. Toda la gracia se derramar� y desaparecer� a menos que vivamos en constante uni�n con nuestro Se�or, cuyo Esp�ritu pasa a nuestra muerte s�lo mientras estemos unidos a �l.

De todos esos pensamientos, Pablo quiere que saquemos la conclusi�n: �qu� tonto, entonces, debe ser acudir a cualquier otra fuente para suplir nuestras necesidades! Cristo es "la cabeza de todo principado y potestad", agrega, con una referencia a la doctrina de los �ngeles mediadores, que evidentemente jug� un gran papel en la ense�anza her�tica. Si �l es la cabeza soberana de toda dignidad y poder en la tierra y el cielo, �por qu� acudir a los ministros, cuando tenemos acceso al Rey? o recurrir a maestros humanos errados, cuando tenemos el Verbo Eterno para iluminarnos; �O huir a las criaturas para llenar nuestro vac�o, cuando podemos sacar de las profundidades de Dios en Cristo? �Por qu� deber�amos ir en una b�squeda fatigosa de buenas perlas cuando la m�s rica de todas est� a nuestro lado, si es que la tenemos? �Buscamos conocer a Dios? Contemplemos a Cristo, y dejemos que los hombres hablen como quieran.

�Anhelamos una estancia para nuestro esp�ritu, gu�a e impulso para nuestras vidas? Un�monos a Cristo y no estaremos m�s solos y desconcertados. �Necesitamos poner un b�lsamo tranquilizador sobre la conciencia y quitar de nuestro coraz�n el sentimiento de culpa? Pongamos nuestras manos sobre Cristo, el �nico sacrificio, y dejemos todos los dem�s altares, sacerdotes y ceremonias. �Buscamos con nostalgia alguna luz sobre el futuro? Miremos fijamente a Cristo mientras �l asciende al cielo llevando un cuerpo humano para la gloria de Dios.

Aunque toda la tierra estaba cubierta de ayudantes y amantes de mi alma, "como la arena a la orilla del mar innumerable", y todos los cielos estaban sembrados con rostros de �ngeles que me cuidaron y me socorrieron, espesos como las estrellas en la lechosa. Way-all no podr�a hacer por m� lo que necesito. S�, aunque todos estos fueron reunidos en una criatura poderosa y amorosa, incluso �l no fue suficiente para una sola alma de hombre. Queremos m�s que ayuda para las criaturas.

Necesitamos toda la plenitud de la Deidad para sacar de ella. Todo est� en Cristo, para cada uno de nosotros. Quien quiera, que dibuje libremente. �Por qu� dejar la fuente de las aguas vivas para cavar por nosotros mismos, con infinitos dolores, cisternas rotas que no retienen agua? Todo lo que necesitamos est� en Cristo. Levantemos nuestros ojos de la tierra baja y de todas las criaturas, y contemplemos "a nadie m�s", como Se�or y Ayudador, "sino s�lo a Jes�s", "para que seamos llenos de toda la plenitud de Dios".

Versículos 11-13

Capitulo 2

LA VERDADERA CIRCUNCISI�N

Colosenses 2:11 (RV)

Hay dos tendencias opuestas que siempre operan en la naturaleza humana para corromper la religi�n. Uno es del intelecto; el otro de los sentidos. Uno es la tentaci�n de los pocos cultos; la otra, la de los vulgares. Uno convierte la religi�n en especulaci�n teol�gica; el otro, en un espect�culo teatral. Pero, opuestas como suelen ser estas tendencias, estaban unidas en ese extra�o caos de opiniones y pr�cticas err�neas que Pablo tuvo que hacer frente en Colosas. Fue asaltado de derecha e izquierda, y sus bater�as deb�an enfrentarse en ambos sentidos. Aqu� est� principalmente comprometido con el error que insisti� en imponer la circuncisi�n a estos conversos gentiles.

I.A esta ense�anza de la necesidad de la circuncisi�n, primero opone la posici�n de que todos los hombres cristianos, en virtud de su uni�n con Cristo, han recibido la verdadera circuncisi�n, de la cual el rito exterior era una sombra y una profec�a, y que por lo tanto el rito es anticuado y obsoleto. Su lenguaje es enf�tico y notable. Se�ala un tiempo pasado definido, sin duda el momento en que se hicieron cristianos, cuando, debido a que estaban en Cristo, les transmiti� un cambio que tiene un paralelo adecuado con la circuncisi�n. Esta circuncisi�n cristiana se describe en tres detalles: como "no hecha por manos"; como consistente en "despojarnos del cuerpo de la carne"; y como "de Cristo".

"No est� hecho con las manos", es decir, no es un rito, sino una realidad; no tramitados en carne, sino en esp�ritu. No es la eliminaci�n de la impureza ceremonial, sino la limpieza del coraz�n. Esta idea de la circuncisi�n �tica, de la cual el rito corporal es el tipo, es com�n en el Antiguo Testamento, como, por ejemplo, "El Se�or tu Dios circuncidar� tu coraz�n para amar al Se�or tu Dios con todo tu coraz�n". Deuteronomio 30:6 Esta es la verdadera circuncisi�n cristiana.

Consiste en "despojarnos del cuerpo de la carne", porque "los pecados de" es una interpolaci�n. Por supuesto, un hombre no se deshace de esta espiral mortal cuando se convierte en cristiano, por lo que tenemos que buscar alg�n otro significado de las palabras fuertes. Son muy fuertes, porque la palabra "despojarse" se intensifica para expresar un despojo total de uno mismo, como de la ropa que se deja a un lado, y evidentemente tiene la intenci�n de contrastar la circuncisi�n externa parcial como la eliminaci�n de una peque�a parte. del cuerpo, con toda la remoci�n efectuada por la uni�n con Cristo.

Si esa remoci�n del "cuerpo de la carne" "no se hace con las manos", entonces s�lo puede ser en el �mbito de la vida espiritual, es decir, debe consistir en un cambio en la relaci�n de los dos constituyentes. del ser de un hombre, y de tal clase que, para el futuro, el cristiano no vivir� seg�n la carne, aunque viva en la carne. "Vosotros no viv�s seg�n la carne, sino seg�n el Esp�ritu", dice Pablo, y de nuevo usa una expresi�n tan fuerte como, si no m�s fuerte, que la de nuestro texto, cuando habla de "el cuerpo" como "ser destruido", y se explica a s� mismo a�adiendo "que de ahora en adelante no debemos servir al pecado.

"No es el cuerpo considerado simplemente como material y carnal lo que nos despojamos, sino el cuerpo considerado como el asiento de afectos y pasiones corruptos y pecaminosos. Un nuevo principio de vida entra en el coraz�n de los hombres que los libera del dominio de �stos, y hace posible que vivan en la carne, no "seg�n las concupiscencias de la carne, sino seg�n la voluntad de Dios". Es cierto que el texto considera este despojo como completo, mientras que todos los cristianos saben lamentablemente, es muy parcial y se realiza solo en grados lentos.

El ideal est� representado aqu�, lo que recibimos "en �l", en lugar de lo que realmente poseemos e incorporamos a nuestra experiencia. En el lado Divino, el cambio est� completo. Cristo da la emancipaci�n completa del dominio de los sentidos, y si en realidad no estamos completamente emancipados es porque no hemos tomado las cosas que nos son dadas gratuitamente y no est�n completamente "en �l". Hasta donde estamos, nos hemos despojado de "la carne".

"El cambio nos ha pasado si somos cristianos. Tenemos que resolverlo d�a a d�a. El enemigo puede continuar una guerra de guerrillas despu�s de ser sustancialmente derrotado, pero su subyugaci�n completa es segura si mantenemos la fuerza de Cristo.

Finalmente, esta circuncisi�n se describe como "de Cristo", con lo cual no se quiere decir que se someti� a ella, sino que la instituy�.

Siendo tal la fuerza de esta declaraci�n, �cu�l es su relaci�n con el prop�sito del Ap�stol? Desea destruir la ense�anza de que el rito de la circuncisi�n era obligatorio para los conversos cristianos, y lo hace afirmando que el evangelio ha tra�do la realidad, de la cual el rito no era m�s que un cuadro y una profec�a. El principio subyacente es que cuando tenemos la cosa significada por cualquier rito jud�o, que era tanto prof�tico como simb�lico, el rito debe irse.

Su retenci�n es un anacronismo, "como si una flor se cerrara y volviera a ser un capullo". Ese es un principio sabio y fecundo, pero cuando salga a la superficie nuevamente inmediatamente despu�s y se aplique a toda una serie de temas, podemos posponer su consideraci�n y m�s bien detenernos brevemente en otros asuntos sugeridos por este vers�culo.

Notamos, entonces, la intensa seriedad moral que lleva al Ap�stol aqu� a poner el verdadero centro de gravedad del cristianismo en la transformaci�n moral, y a colocar todos los ritos y ceremonias exteriores en un lugar muy subordinado. �Para qu� hab�a venido Jesucristo del cielo, y para qu� hab�a soportado Su amarga pasi�n? �Con qu� fin le unieron los colosenses con un lazo tan fuerte, tierno y extra�o? �Hab�an sido llevados a esa �ntima uni�n con �l, y todav�a estar�an haciendo hincapi� en las ceremonias? Entonces, �no tuvo la obra de Cristo un problema m�s importante que dejar la religi�n atada con las cuerdas de las observancias externas? Ciertamente Jesucristo, que da a los hombres una nueva vida por medio de la uni�n consigo mismo, uni�n que se logra �nicamente mediante la fe, ha librado a los hombres de ese "yugo de servidumbre", si es que ha hecho algo.

Seguramente los que se unen a �l deber�an tener una comprensi�n m�s profunda de los medios y el fin de su relaci�n con su Se�or que suponer que es provocada por alg�n rito externo, o tiene alguna realidad a menos que los haga puros y buenos. Desde esa altura, todas las cuestiones de observancias externas se reducen a la insignificancia, y toda cuesti�n de eficacia sacramental se desvanece por s� misma.

El centro vital est� en nuestra uni�n con Jesucristo, cuya condici�n es la fe en �l y, como resultado, una nueva vida que nos libra del dominio de la carne. �Qu� tan lejos de tales concepciones del cristianismo est�n aquellas que se ocupan de ambos lados con cuestiones de detalle, con puntillos de observancia y pedanter�a de forma? El odio a las formas puede ser una forma tan completa como el ritual m�s elaborado, y todos necesitamos que nuestros ojos se desv�en de ellos hacia algo mucho m�s elevado, la adoraci�n y el servicio que ofrece una naturaleza transformada.

Notamos, nuevamente, que la conquista de la naturaleza animal y el cuerpo material es el resultado seguro de la verdadera uni�n con Cristo, y solo de eso.

Pablo no consider� la materia como necesariamente mala, como lo hicieron estos maestros en Colosas, ni pens� en el cuerpo como la fuente de todo pecado. Pero sab�a que de �l sal�an las tentaciones m�s feroces y ardientes, y que las manchas m�s inmundas e indelebles de la conciencia eran las salpicaduras del barro que arrojaba. Todos lo sabemos tambi�n. Es una cuesti�n de vida o muerte para cada uno de nosotros encontrar alg�n medio de domesticar y retener al animal que est� en todos nosotros.

Todos conocemos vidas destrozadas, que han sido derribadas por las salvajes pasiones de la carne. La fortuna, la reputaci�n, la salud, todo es sacrificado por cientos de hombres, especialmente j�venes, ante el aguij�n de esta imperiosa lujuria. La incipiente promesa de la juventud, la inocencia, la esperanza y todo lo que hace que la vida sea deseable y una naturaleza justa, es pisoteada por los cascos del bruto. No es necesario hablar de eso.

Y cuando llegamos a agregar a esto las debilidades de la carne, y las necesidades de la carne, y las limitaciones de la carne, y recordar cu�n a menudo se frustran los prop�sitos elevados por su retraimiento del trabajo, y cu�n a menudo nacen nieblas de su los pantanos sin drenaje oscurecen la visi�n que de otro modo podr�a contemplar la verdad y Dios, no podemos dejar de sentir que no necesitamos ser gn�sticos orientales para creer que la bondad requiere que la carne sea subyugada. Todos los que han buscado la superaci�n personal reconocen la necesidad. Pero ning�n ascetismo y ninguna resoluci�n har�n lo que queremos.

Gran parte de la represi�n puede efectuarse por pura fuerza de voluntad, pero es como un hombre sosteniendo a un lobo por las mand�bulas. Los brazos comienzan a doler y el agarre se afloja, y siente que sus fuerzas menguan, y sabe que, en cuanto lo suelte, el bruto volar� hacia su garganta. La represi�n no es domesticar. Nada domestica a la bestia salvaje en nosotros sino el poder de Cristo. Lo ata con un l�tigo de seda, y esa suave restricci�n es fuerte, porque la fiereza se ha ido.

"El lobo tambi�n morar� con el cordero, y un ni�o los pastorear�". El poder de la uni�n con Cristo, y solo eso, nos permitir� despojarnos del cuerpo de la carne. Y tal uni�n ciertamente conducir� a tal crucificaci�n de la naturaleza animal. El cristianismo ser�a f�cil si fuera una ronda de observancias; ser�a relativamente f�cil si se tratara de una serie de ascetismos externos. Cualquiera puede ayunar o llevar una camisa de pelo, si tiene motivos suficientes; pero el "despojarse del cuerpo de la carne" que "no est� hecho por manos", es una cosa diferente y m�s dif�cil.

Nada m�s sirve. La emoci�n religiosa exaltada, las definiciones teol�gicas claras o el culto ceremonial elaborado, pueden tener su valor; pero una religi�n que los incluye a todos y omite las sencillas moralidades de someter la carne y mantener nuestro calca�ar bien presionado sobre la cabeza de la serpiente, no tiene valor. Si estamos en Cristo, no viviremos en la carne.

II. El Ap�stol se enfrenta a la falsa ense�anza de la necesidad de la circuncisi�n, mediante una segunda consideraci�n; es decir, una referencia al bautismo cristiano, como signo cristiano de ese cambio interior. Hab�is sido circuncidados, dice �l, siendo sepultados con �l en el bautismo. La forma de expresi�n en griego implica que las dos cosas son contempor�neas. Como si hubiera dicho: �Quieres alg�n otro rito para expresar ese poderoso cambio que te pas� cuando llegaste a estar "en Cristo"? Has sido bautizado; �No expresa eso todo el significado que tuvo la circuncisi�n, y mucho m�s? �Qu� puede desear con el rito menos significativo cuando tiene el m�s significativo? Esta referencia al bautismo es bastante consistente con lo que se ha dicho sobre la importancia subordinada del ritual.

Algunas formas debemos tener, si queremos que haya una Iglesia visible externamente, y Cristo ha cedido a la necesidad, y nos ha dado dos, de las cuales una simboliza el acto espiritual inicial de la vida cristiana, y la otra el proceso constantemente repetido. de la alimentaci�n cristiana. Son s�mbolos y representaciones externas, nada m�s. Transmiten gracia, en la medida en que nos ayudan a darnos cuenta m�s claramente y a sentir m�s profundamente los hechos de los que se alimenta nuestra vida espiritual, pero no son canales de gracia de ninguna otra manera que cualquier otro acto externo de adoraci�n. .

Vemos que la forma del bautismo, que aqu� se presupone, es por inmersi�n, y que la forma se considera significativa. Casi toda la unanimidad prevalece entre los comentaristas sobre este punto. El entierro y la resurrecci�n de los que se habla apuntan inequ�vocamente al modo primitivo del bautismo, como lo expresa el obispo Lightfoot, el �ltimo y mejor expositor ingl�s de este libro, en su par�frasis: "Hab�is sido sepultados con Cristo para vosotros mismos bajo las aguas bautismales. , y resucitaron con �l de estas mismas aguas, a una vida nueva y mejor ".

Si es as�, dos preguntas merecen consideraci�n: primero, �es correcto alterar una forma que tiene un significado que se pierde con el cambio? segundo, �podemos alterar una forma significativa sin destruirla? �Se llama correctamente a lo nuevo por el nombre antiguo? Si el bautismo es inmersi�n, y la inmersi�n expresa una parte sustancial de su significado, �puede ser bautismo rociar o derramar?

Una vez m�s, el bautismo est� asociado en el tiempo con el cambio interior, que es la verdadera circuncisi�n. S�lo hay dos teor�as en las que estas dos cosas son contempor�neas. Una es la teor�a de que el bautismo efect�a el cambio; la otra es la teor�a de que el bautismo va con el cambio como signo. La asociaci�n se justifica si los hombres son "circuncidados", es decir, si se cambian cuando se bautizan, o si los hombres se bautizan cuando han sido "circuncidados". Ninguna otra teor�a da todo el peso a estas palabras.

La primera teor�a eleva el bautismo a algo m�s que la importancia de la cual Pablo buscaba privar a la circuncisi�n, confunde la distinci�n entre la Iglesia y el mundo, adormece a los hombres en una falsa seguridad, oscurece la verdad central del cristianismo, a saber, que la fe en Cristo, obrando por el amor, hace cristiano: da la base para una portentosa reproducci�n del sacerdotalismo, y se estremece en pedazos contra los simples hechos de la vida cotidiana.

Pero valdr�a la pena notar en una oraci�n que el lenguaje que tenemos ante nosotros lo elimina de manera concluyente: es "por la fe en la operaci�n de Dios" que resucitamos en el bautismo. Entonces, no el rito, sino la fe es el medio de esta participaci�n con Cristo en el entierro y la resurrecci�n. Lo que queda, sino que el bautismo est� asociado con ese cambio espiritual por el cual somos liberados del cuerpo de la carne, porque en el orden Divino se supone que sea el s�mbolo externo de ese cambio que no se efect�a por rito o sacramento, sino por �Solo la fe, uni�ndonos al Cristo transformador? Observamos la solemnidad y la minuciosidad del cambio as� simbolizado.

Es m�s que una circuncisi�n. Es un entierro y una resurrecci�n, una muerte total del viejo yo por la uni�n con Cristo, un resucitar real y presente de nuevo por la participaci�n en su vida resucitada. Esto y nada menos hace cristiano. Participamos de Su muerte, en la medida en que nos aliamos a ella por nuestra fe, como sacrificio por nuestros pecados, y la convertimos en el fundamento de toda nuestra esperanza. Pero eso no es todo. Participamos de Su muerte, en la medida en que, por el poder de Su cruz, somos atra�dos a apartarnos de la vida ego�sta ya matar nuestra propia naturaleza vieja; muriendo por su amor a los h�bitos, gustos, deseos y prop�sitos en los que viv�amos.

La auto-crucifixi�n por el amor de Cristo es la ley para todos nosotros. Su cruz es el modelo de nuestra conducta, as� como la promesa y el medio de nuestra aceptaci�n. Debemos morir al pecado para que podamos vivir a la justicia. Debemos morir a nosotros mismos, para que podamos vivir para Dios y nuestros hermanos. No tenemos derecho a confiar en Cristo por nosotros, a menos que tengamos a Cristo en nosotros. Su cruz no nos est� salvando de nuestra culpa a menos que est� moldeando nuestras vidas a una leve semejanza de Aquel que muri� para que podamos vivir, y podamos vivir una vida real al morir diariamente al mundo, al pecado y al yo.

Si as� nos conformamos con Su muerte, conoceremos el poder de Su resurrecci�n, en todos sus aspectos. Ser� para nosotros la garant�a de la nuestra, y conoceremos su poder como profec�a para nuestro futuro. Ser� para nosotros el sello de Su obra perfecta en la cruz, y conoceremos su poder como se�al de la aceptaci�n de Dios de Su sacrificio en el pasado. Ser� para nosotros el tipo de nuestra resurrecci�n espiritual ahora, y conoceremos su poder como modelo y fuente de nuestra vida sobrenatural en el presente.

Por lo tanto, debemos morir en y con Cristo para que podamos vivir en y con �l, y ese doble proceso es el coraz�n mismo de la religi�n personal. No se justifica ninguna participaci�n sublime en las esperanzas inmortales que brotan de la tumba vac�a de Jes�s, a menos que tengamos Su poder vivificador que nos resucite hoy mediante una resurrecci�n mejor; y ninguna participaci�n en el poder presente de Su vida celestial es posible, a menos que tengamos tal participaci�n en Su muerte, que por ella el mundo sea crucificado para nosotros y nosotros para el mundo.

III. El Ap�stol a�ade otra fase de este gran contraste de vida y muerte, que recuerda a�n m�s a sus oyentes el cambio profundo y radical que atraviesa a todos los cristianos. Ha estado hablando de una muerte y un entierro seguidos de una resurrecci�n. Pero hay otra muerte de la que Cristo nos resucita, por esa misma vida resucitada que se nos imparte a trav�s de la fe, algo m�s oscuro y sombr�o que la abnegaci�n antes descrita.

"Y t�, estando muerto por tus delitos y por la incircuncisi�n de tu carne". Los actos separados de transgresi�n de los que hab�an sido culpables, y la naturaleza carnal sin castigar, sin purificar, de la que hab�an surgido, fueron las razones de una muerte muy real y espantosa; o, como lo Efesios 2:2 pasaje paralelo de Efesios Efesios Efesios 2:2 con una ligera variaci�n, hicieron la condici�n o esfera en la que esa muerte se inmiscuy�.

Ese pensamiento solemne, tan impregnado de su temible �nfasis en las Escrituras, no debe dejarse de lado como una mera met�fora. Toda la vida est� en uni�n con Dios. El universo f�sico existe en raz�n de su contacto perpetuo con Su mano sostenedora, en el hueco del cual yace todo Ser, y est�, porque �l lo toca. "En �l vivimos". As� tambi�n la vida de la mente es sostenida por Su inhalaci�n perpetua, y en el sentido m�s profundo "vemos la luz" en Su luz.

As� que, por �ltimo, la vida m�s elevada del esp�ritu est� en uni�n de una manera a�n m�s elevada con �l, y estar separado de �l es la muerte para ella. El pecado rompe esa uni�n y, por tanto, el pecado es muerte, en el centro m�s �ntimo del ser del hombre. Se cumpli� la terrible advertencia: "El d�a que de �l comieres, morir�s". Esa separaci�n por el pecado, en la que el alma es arrancada de Dios, es la muerte real, y lo que los hombres llaman por su nombre es solo un s�mbolo externo de un hecho mucho m�s triste: la sombra de lo que es la sustancia terrible, y tanto menos terrible que �l como los fuegos pintados son menos que la realidad ardiente.

De modo que los hombres pueden vivir en el cuerpo, trabajar, pensar, sentir y estar muertos. El mundo est� lleno de "muertos cubiertos", ese "chillido y balbuceo" en "nuestras calles", porque cada alma que vive para s� misma y se ha separado de Dios, en la medida en que una criatura puede, est� "muerta mientras vive". . " La otra muerte, de la que hablaba el vers�culo anterior, no es sino el aplazamiento de una muerte. No perdemos nada de la vida real al despojarnos de nosotros mismos, sino solo aquello que nos mantiene separados de Dios y mata nuestro verdadero y m�s elevado ser. Morir a uno mismo no es m�s que "la muerte de la muerte".

La misma vida de la que el vers�culo anterior hablaba como proveniente del Se�or resucitado se presenta aqu� como capaz de resucitarnos de esa muerte del pecado. "�l los ha vivificado juntamente con �l". La uni�n con Cristo inunda nuestras almas muertas con su propia vitalidad, como el agua brota de un dep�sito a trav�s de un tubo insertado en �l. Existe la comunicaci�n real de una nueva vida cuando tocamos a Cristo por fe. El profeta de anta�o se pos� sobre el ni�o muerto, el labio c�lido sobre la boca p�lida, el coraz�n palpitante sobre la inm�vil, y el contacto reaviv� la chispa apagada.

As� que Cristo pone su vida plena en nuestra muerte, y hace m�s que recordar un resplandor de vitalidad que se fue. Comunica una nueva vida parecida a la suya. Esa vida nos hace libres aqu� y ahora de la ley del pecado y la muerte, y ser� perfeccionada en el m�s all� cuando la obra de Su gran poder cambie el cuerpo de nuestra humillaci�n en la semejanza del cuerpo de Su gloria y la levadura de Su nueva vida fermentar� las tres medidas en las que se esconde, cuerpo, alma y esp�ritu, con su propia energ�a transformadora. Entonces, en un sentido a�n m�s elevado, la muerte morir� y la vida ser� vencedora por Su victoria.

Pero para todo esto es necesario un preliminar: "habi�ndonos perdonado todas nuestras ofensas". El af�n de Pablo por asociarse con sus hermanos y reclamar su parte en el perd�n, as� como unirse en el reconocimiento del pecado, le hace cambiar su palabra de "ustedes" a "nosotros". As� que los mejores manuscritos dan el texto, y la lectura obviamente est� llena de inter�s y sugerencia. Debe haber una eliminaci�n de la causa de la muerte antes de que pueda haber un avivamiento hacia una nueva vida.

Esa causa fue el pecado, que no puede ser cancelado como culpa por ninguna abnegaci�n por grande que sea, ni siquiera por la impartici�n de una nueva vida de Dios para el futuro. Un evangelio que solo ordena morir a uno mismo ser�a tan inadecuado como un evangelio que solo proporciona una vida superior en el futuro. Hay que cuidar el pasado manchado y defectuoso. Cristo debe traer perd�n por ello, as� como un nuevo esp�ritu para el futuro.

Entonces, la condici�n previa a que seamos vivificados junto con �l es el perd�n de Dios, gratuito y universal, que cubra todos nuestros pecados y se nos entregue sin nada de nuestra parte. Esa condici�n est� satisfecha. La muerte de Cristo nos trae el perd�n de Dios, y cuando la gran barrera del pecado no perdonado desaparece, la vida de Cristo se derrama en nuestros corazones y "todo vive por donde venga el r�o".

Aqu�, entonces, tenemos la base m�s profunda del intenso odio de Pablo hacia todo intento de hacer que cualquier cosa que no sea la fe en Cristo y la pureza moral sean esenciales para la vida cristiana perfecta. La circuncisi�n y el bautismo y todos los dem�s ritos o sacramentos del juda�smo o el cristianismo son igualmente impotentes para avivar las almas muertas. Para eso, lo primero que se necesita es el perd�n de los pecados, y eso es nuestro a trav�s de la simple fe en la muerte de Cristo. Somos vivificados por la propia vida de Cristo en nosotros, y �l "habita en nuestros corazones por la fe".

Todas las ordenanzas pueden sernos administradas cien veces, y sin fe nos dejan como nos encontraron muertos. Si nos aferramos a Cristo por fe, vivimos, tanto si hemos recibido las ordenanzas como si no. As� que todo sacramentarismo en toda regla o en ciernes debe ser combatido al m�ximo, porque tiende a bloquear el camino a la Ciudad de Refugio para una pobre alma pecadora, y la m�s urgente de todas las necesidades es que esa forma de vida debe ser mantenido despejado y sin obst�culos.

Necesitamos la verdad profunda que reside en la triple forma que Pablo da a una de sus grandes consignas: "La circuncisi�n no es nada, y la incircuncisi�n no es nada, sino la observancia de los mandamientos de Dios". �Y c�mo, dice mi conciencia desesperada, guardar� los mandamientos? La respuesta se encuentra en la segunda forma del dicho: "En Cristo Jes�s, ni la circuncisi�n vale nada, ni la incircuncisi�n, sino una nueva criatura".

"�Y c�mo, responde mi coraz�n entristecido, puedo llegar a ser una nueva criatura? La respuesta est� en la forma final del dicho:" En Jesucristo ni la circuncisi�n vale nada, ni la incircuncisi�n, sino la fe que obra ". La fe trae la vida que hace nosotros, hombres nuevos, y entonces podremos guardar los mandamientos. Si tenemos fe, y somos hombres nuevos y hacemos la voluntad de Dios, no necesitamos ritos sino ayudas. Si no tenemos fe, todos los ritos son nada.

Versículos 14-15

Capitulo 2

LA CRUZ LA MUERTE DE LA LEY Y EL TRIUNFO SOBRE LOS PODERES MALOS

Colosenses 2:14 (RV)

Aqu� se presenta la misma doble referencia a los dos errores caracter�sticos de los colosenses que ya nos hemos encontrado con tanta frecuencia. Toda esta secci�n vibra continuamente entre las advertencias contra la aplicaci�n judaizante de la ley mosaica sobre los cristianos gentiles y contra las ficciones orientales acerca de una multitud de seres angelicales que llenan el espacio entre el hombre y Dios, entre el esp�ritu puro y la materia burda.

Un gran hecho se opone aqu� a estos errores extra�amente asociados. La cruz de Cristo es la abrogaci�n de la ley; la cruz de Cristo es la victoria sobre principados y potestades. Si nos aferramos a �l, no estaremos sujetos al primero, y no debemos temer ni reverenciar al segundo.

I. La Cruz de Cristo es la muerte de la Ley. La ley es un documento escrito. Tiene un aspecto antag�nico para todos nosotros, tanto gentiles como jud�os. Cristo lo ha borrado. M�s que eso, lo ha quitado del camino, como si fuera un obst�culo en medio de nuestro camino. M�s que eso, est� "clavado en la cruz". Esa frase se ha explicado por una supuesta costumbre de derogar leyes y cancelar bonos clav�ndolos con un clavo y arregl�ndolos en p�blico, pero se dice que faltan pruebas de la pr�ctica.

El pensamiento parece ser m�s profundo que eso. Esta "ley" antag�nica se concibe como siendo, como "el mundo", crucificado en la crucifixi�n de nuestro Se�or. Los clavos que lo sujetaron a la cruz lo sujetaron, y en su muerte fue hecho hasta la muerte. Estamos libres de eso, de "ese estar muerto en el que fuimos retenidos".

Primero, entonces, tenemos que considerar la "escritura a mano" o, como algunos traducir�an la palabra, "el v�nculo". Por supuesto, aqu� por ley se entiende principalmente la ley ceremonial mosaica, que se estaba imponiendo a los colosenses. Es tan completamente anticuado para nosotros, que nos cuesta darnos cuenta de la lucha por la vida o la muerte en torno a la cuesti�n de su observancia por parte de la Iglesia primitiva. Siempre es m�s dif�cil cambiar las costumbres que los credos, y las observancias religiosas sobreviven, como nos dice cada �rbol de mayo en un pueblo verde, mucho despu�s de que se olviden las creencias que las animaban.

As� que hab�a un cuerpo fuerte entre los primeros creyentes para quienes era una blasfemia absoluta hablar de permitir que los cristianos gentiles entraran en la Iglesia, excepto a trav�s de la antigua puerta de la circuncisi�n, y para quienes el ceremonial externo del juda�smo era la �nica religi�n visible. . Ese es el punto directamente en disputa entre Paul y estos maestros.

Pero la distinci�n moderna entre ley moral y ceremonial no exist�a en la mente de Pablo, al igual que en el Antiguo Testamento, donde los preceptos de la m�s alta moralidad y las regulaciones del m�s simple ceremonial est�n interestratificados de una manera que nos sorprende a los modernos. Para �l, la ley era un todo homog�neo, por diversos que fueran sus mandamientos, porque era toda la revelaci�n de la voluntad de Dios para la gu�a del hombre.

Es la ley en su conjunto, en todos sus aspectos y partes, de lo que se habla aqu�, ya sea como una moral que ordena, o observancias externas, o como un acusador que impone la culpa en la conciencia, o como un profeta severo de retribuci�n y castigo.

Adem�s, debemos dar una extensi�n a�n m�s amplia al pensamiento. Los principios establecidos son verdaderos no s�lo en lo que respecta a "la ley", sino a toda ley, ya sea que est� escrita en las tablas de piedra, o en "las tablas de carne del coraz�n" o de la conciencia, o en los sistemas de la �tica. , o en las costumbres de la sociedad. La ley, como tal, cualquiera que sea su promulgaci�n y las bases de su regla, es tratada por el cristianismo exactamente de la misma manera que el c�digo venerable y dado por Dios del Antiguo Testamento.

Cuando reconocemos ese hecho, estas discusiones en las ep�stolas de Pablo destellan con una vitalidad e inter�s sorprendentes. Hace mucho que se ha establecido que el ritual jud�o no es nada para nosotros. Pero siempre sigue siendo una pregunta candente para cada uno de nosotros: �Qu� hace el cristianismo por nosotros en relaci�n con la solemne ley del deber bajo la cual todos estamos colocados y que todos hemos quebrantado?

El antagonismo de la ley es el siguiente punto que presentan estas palabras. Dos veces, para agregar �nfasis, Pablo nos dice que la ley est� en contra nuestra. Est� frente a nosotros, frente a nosotros, frunciendo el ce�o y bloqueando nuestro camino. �Entonces la "ley" se convierte en nuestro "enemigo porque nos dice la verdad"? Sin duda, esta concepci�n de la ley es un extra�o contraste y un descenso del arrebatado deleite de los salmistas y profetas en la "ley del Se�or".

"Seguramente el mayor regalo de Dios para el hombre es el conocimiento de su voluntad, y la ley es ben�fica, una luz y una gu�a para los hombres, e incluso sus golpes son misericordiosos. Pablo tambi�n cre�a en todo eso. Sin embargo, el antagonismo es muy real. Dios, as� que con la ley, si estamos en contra de �l, �l no puede sino estar contra nosotros. Podemos hacer de �l nuestro m�s querido amigo o nuestro enemigo. �Se rebelaron, por lo tanto, �l se convirti� en su enemigo y luch� contra ellos.

"La revelaci�n del deber al que no estamos inclinados es siempre desagradable. La ley est� en contra nuestra, porque viene como un capataz, orden�ndonos que lo hagamos, pero sin poner la inclinaci�n en nuestro coraz�n ni el poder en nuestras manos. Y la ley es contra nosotros, porque la revelaci�n del deber incumplido es la acusaci�n del infractor y una revelaci�n para �l de su culpa. Y la ley es: contra nosotros, porque viene con amenazas y anticipos de pena y dolor. As� como est�ndar, acusador y vengador, es triste perversi�n de su naturaleza y funci�n aunque tal actitud sea contra nosotros.

Todos sabemos eso. Es extra�o y tr�gico, pero �ay! es cierto que la ley de Dios se nos presenta como enemiga. Cada uno de nosotros ha visto esa aparici�n, severa en belleza, como el �ngel con espada que Balaam vio "parado en el camino" entre los vi�edos, bloqueando nuestro camino cuando quer�amos "andar perversamente en el camino de nuestro coraz�n". Cada uno de nosotros sabe lo que es ver nuestra sentencia en la cara severa.

La ley del Se�or deber�a ser para nosotros "m�s dulce que la miel y el panal de miel", pero la corrupci�n de lo mejor es lo peor, y podemos convertirlo en veneno. Obedecido, es como el carro de fuego que nos lleva al cielo. Desobedecido, es un carro de hierro que se estrella en su camino, aplastando a todos los que se oponen a �l. Saber lo que debemos ser y amar y tratar de serlo, es una bendici�n, pero saberlo y negarse a serlo, es miseria.

En s� misma "lleva la gracia m�s benigna de la Deidad", pero si nos volvemos contra ella, Law, la "hija de la voz de Dios", frunce el ce�o en su rostro y su belleza se vuelve severa y amenazante.

Pero el gran principio que aqu� se afirma es la destrucci�n de la ley en la cruz de Cristo. La cruz acaba con el poder de castigo de la ley. Pablo cre�a que la carga y la pena del pecado hab�a sido puesta sobre Jesucristo y soportado por �l en Su cruz. En una identificaci�n profunda, misteriosa, pero muy real de S� mismo con toda la raza humana, �l no s�lo tom� nuestras debilidades y llev� nuestras enfermedades, por el poder de Su simpat�a y la realidad de Su hombr�a, sino que "el Se�or hizo frente a sobre �l la iniquidad de todos nosotros "; y �l, el Cordero de Dios, acept� voluntariamente la carga y desnud� nuestros pecados al llevar su castigo.

Filosofar sobre esa ense�anza de las Escrituras no es mi asunto aqu�. Es mi negocio afirmarlo. Nunca podremos llegar a un entendimiento completo de la raz�n fundamental de que Cristo cargue con los pecados del mundo, pero eso no tiene nada que ver con la seriedad de nuestra creencia en el hecho. Suficiente para nosotros que en Su persona voluntariamente hizo experimentar toda la amargura del pecado: que cuando agoniz� en la oscuridad en la cruz, y cuando de la oscuridad sali� ese grito terrible, tan extra�amente compacto de nost�lgica confianza y total aislamiento. , "Dios m�o, Dios m�o, �por qu� me has desamparado?" fue algo m�s profundo que el dolor f�sico o el rechazo a la muerte f�sica lo que encontr� expresi�n, incluso la conciencia cargada de pecado de Aquel que en esa hora terrible reuni� en Su propio pecho las puntas de lanza del castigo de un mundo.

La cruz de Cristo es el aguante de la pena del pecado y, por lo tanto, es la liberaci�n de las garras de la ley sobre nosotros, en lo que respecta a la amenaza y el castigo. No es suficiente que s�lo reconozcamos intelectualmente que como principio, es el coraz�n mismo del evangelio, la vida misma de nuestras almas. Confiando en ese gran sacrificio, el temor al castigo se desvanecer� de nuestros corazones, y las nubes del trueno se derretir�n del cielo, y el sentimiento de culpa no ser� un aguij�n, sino una ocasi�n para un humilde agradecimiento, y la ley lo har�. para sacar los cerrojos de su prisi�n y dejar libres nuestras almas cautivas.

La cruz de Cristo es el fin de la ley como ceremonial. Todo el elaborado ritual del jud�o ten�a el sacrificio como su centro vital y la predicci�n del Gran Sacrificio como su prop�sito m�s elevado. Sin la admisi�n de estos principios, la posici�n de Pablo es ininteligible, porque sostiene, como en este contexto, que la venida de Cristo pone todo el sistema obsoleto, porque lo cumple todo. Cuando el fruto ha cuajado, ya no hay necesidad de p�talos; o, como dice el mismo Ap�stol, "cuando venga lo perfecto, lo que es en parte se acabar�.

"Tenemos la realidad, y no necesitamos la sombra. S�lo hay un templo para el alma cristiana: el" templo de su cuerpo ". La santidad local ha llegado a su fin, porque nunca fue m�s que una imagen externa de esa espiritualidad. Hecho que se realiza en la Encarnaci�n: Cristo es la morada de la Deidad, el lugar de encuentro de Dios y el hombre, el lugar del sacrificio, y, edificados sobre �l, nosotros en �l llegamos a ser una casa espiritual.

No hay otros templos que estos. Cristo es el gran sacerdote, y en su presencia todo sacerdocio humano pierde su consagraci�n, ya que s�lo pod�a ofrecer un sacrificio externo y asegurar un acercamiento local a un "santuario mundano". �l es el verdadero Aar�n, y nosotros en �l nos convertimos en un sacerdocio real. No hay otros sacerdotes que estos. Cristo es el verdadero sacrificio. Su muerte es la verdadera propiciaci�n por el pecado, y nosotros en �l nos convertimos en ofrendas de agradecimiento, movidos por Sus misericordias a presentarnos sacrificios vivos. No hay m�s ofrendas que estas. As� que la ley como c�digo de adoraci�n ceremonial se hace hasta la muerte en la cruz y, como el velo del templo, se rasga en dos de arriba a abajo.

La cruz de Cristo es el fin de la ley como regla moral. Nada en los escritos de Pablo justifica la restricci�n a la ley ceremonial de la afirmaci�n fuerte en el texto y sus muchos paralelos. Por supuesto, esas palabras no significan que los hombres cristianos est�n libres de las obligaciones de la moralidad, pero s� significan que no estamos obligados a hacer las "cosas contenidas en la ley" porque est�n all�. El deber es deber ahora porque vemos el modelo de conducta y car�cter en Cristo.

La conciencia no es nuestro est�ndar, ni la concepci�n del Antiguo Testamento del ideal perfecto de la hombr�a. No tenemos que leer la ley en las tablas de carne del coraz�n, ni en las tablas grabadas por el propio dedo de Dios, ni en los pergaminos y prescripciones de los hombres. Nuestra ley es la vida perfecta y la muerte de Cristo, quien es a la vez el ideal de la humanidad y la realidad de la Deidad.

La debilidad de toda ley es que simplemente manda, pero no tiene poder para hacer que se obedezcan sus mandamientos. Como un rey destronado, publica sus proclamas, pero no tiene un ej�rcito detr�s para ejecutarlas. Pero Cristo pone Su propio poder dentro de nosotros y Su amor en nuestros corazones; y as� pasamos del dominio de un mandamiento externo a la libertad de un esp�ritu interno. �l es para sus seguidores tanto "ley como impulso".

"No da la" ley de un mandamiento carnal, sino el poder de una vida sin fin ". El largo cisma entre la inclinaci�n y el deber ha llegado a su fin, en la medida en que estamos bajo la influencia de la cruz de Cristo. La gran promesa es cumplido, "pondr� mi ley en sus mentes y la escribir� en sus corazones"; y as�, gozosa obediencia con todo el poder de la nueva vida, por amor al amado Se�or que nos compr� con su escasez. , reemplaza la sumisi�n constre�ida al precepto externo.

Una moralidad superior debe caracterizar a los participantes de la vida de Cristo, quienes tienen Su ejemplo por c�digo y Su amor por motivo. La tierna voz que dice: "Si me amas, guarda mis mandamientos", nos gana a una bondad m�s pura y m�s abnegada que los acentos severos que s�lo pueden decir: "�O lo har�s!" puede hacer cumplir. Vino "no para destruir, sino para cumplir". El cumplimiento fue la destrucci�n para la reconstrucci�n en una forma superior. La ley muri� con Cristo en la cruz para que pudiera resucitar y reinar con �l en lo m�s �ntimo de nuestro coraz�n.

II. La Cruz es el triunfo sobre todos los poderes del mal.

Existen considerables dificultades en la interpretaci�n de Colosenses 2:15 ; la cuesti�n principal es el significado de la palabra traducida en la Versi�n Autorizada "estropeado", y en la RV, "habi�ndose apartado de s� mismo". Es la misma palabra que se usa en Colosenses 3:9 , y all� se traduce "han Colosenses 3:9 "; mientras que un sustantivo af�n se encuentra en el vers�culo 11 de este cap�tulo ( Colosenses 2:11 ), y all� se traduce "el Colosenses 2:11 ".

"La forma aqu� debe significar" habi�ndose despojado de uno mismo "o" habiendo despojado (a otros) para uno mismo ". El primer significado es adoptado por muchos comentaristas, as� como por la RV, y se explica en el sentido de que Cristo, habiendo asumido nuestra humanidad, estaba, por as� decirlo, envuelto e investido de tentaciones sat�nicas, que finalmente arroj� de �l para siempre en Su muerte, que fue Su triunfo sobre los poderes del mal.

La figura parece inveros�mil y oscura, y la traducci�n requiere la suposici�n de un cambio en la persona de la que se habla, que debe ser Dios en la primera parte del per�odo y Cristo en la �ltima.

Pero si adoptamos el otro significado, que tiene igual garant�a en la forma griega, "habi�ndose despojado de s� mismo", tenemos el pensamiento de que en la cruz Dios, para Su mayor gloria, ha despojado de los principados y potestades. Tomando este sentido, evitamos la necesidad de suponer con el obispo Lightfoot que hay un cambio de tema de Dios a Cristo en alg�n momento del per�odo incluyendo Colosenses 2:13 -un expediente que se hace necesario por la imposibilidad de suponer que Dios �. se despoj� de principados o potestades �-y tambi�n evit� la otra necesidad de referir todo el per�odo a Cristo, que es otra salida a esa imposibilidad.

De ese modo obtenemos un significado m�s satisfactorio que el de que Cristo, al asumir que la humanidad, fue asaltado por tentaciones de los poderes del mal, que eran, por as� decirlo, una prenda envenenada que se le adher�a y que �l mismo se quit� en Su muerte. Adem�s, un significado como el que adoptamos hace que todo el verso sea una met�fora consistente en tres etapas, mientras que el otro introduce una figura completamente incongruente e irrelevante.

�Qu� relaci�n tiene la figura de despojarse de una prenda con la de un conquistador en su procesi�n triunfal? Pero si leemos "principados y potestades estropeados por s� mismo", vemos todo el proceso ante nuestros ojos: el vencedor despoja a sus enemigos de las armas, los ornamentos y la vestimenta, luego los exhibe como sus cautivos, y luego los arrastra a las ruedas de su coche triunfal.

Las palabras nos apuntan a regiones oscuras de las que no sabemos nada m�s de lo que nos dicen las Escrituras. Estos so�adores de Colosas ten�an mucho que decir sobre una multitud de seres, malos y buenos, que un�an a los hombres y la materia con el esp�ritu y Dios. Ya hemos escuchado el �nfasis con el que Pablo ha reclamado para su Maestro la autoridad soberana del Creador sobre todos los �rdenes del ser, la jefatura sobre todo principado y poder.

Tambi�n ha declarado que desde la cruz de Cristo una influencia magn�tica fluye hacia arriba y hacia la tierra, uniendo todas las cosas en la gran reconciliaci�n, y ahora nos dice que desde esa misma cruz disparan hacia abajo dardos de poder conquistador que sojuzgan y despojan. enemigos reacios de otros reinos y regiones distintos al nuestro, en la medida en que trabajen entre los hombres.

Que hay tales parece afirmarse claramente en las propias palabras de Cristo. Por mucho que se haya desacreditado el pensamiento por las exageraciones mon�sticas y puritanas, es claramente la ense�anza de las Escrituras; y por mucho que se lo ridiculice o lo deje de lado, nunca podr� ser refutado. Pero la posici�n que toma el cristianismo con respecto a todo el asunto es sostener que Cristo ha conquistado el reino del mal en bandas, y que nadie le debe temor u obediencia, si tan s�lo se aferra a su Se�or.

En la cruz est� el juicio de este mundo, y por ella es expulsado el pr�ncipe de este mundo. Ha quitado el poder de estos Poderes que eran tan poderosos entre los hombres. Mantuvieron cautivos a los hombres por tentaciones demasiado fuertes para ser vencidas, pero �l ha vencido las tentaciones menores del desierto y las m�s dolorosas de la cruz, y en ellas nos ha hecho m�s que vencedores. Mantuvieron cautivos a los hombres por ignorancia de Dios, y la cruz lo revela; por la mentira de que el pecado era una nimiedad, pero la cruz nos ense�a su gravedad y su poder; por la mentira opuesta de que el pecado es imperdonable, pero la cruz trae perd�n por toda transgresi�n y limpieza por toda mancha.

Por la cruz el mundo es un mundo redimido, y, como dijo nuestro Se�or en palabras que pueden haber sugerido la figura de nuestro texto, el hombre fuerte est� atado y su casa despojada de todas sus armas en las que confiaba. La presa es arrebatada a los poderosos y los hombres son librados del dominio del mal. De modo que ese reino oscuro es despojado de sus s�bditos y sus gobernantes empobrecidos y restringidos. La piadosa imaginaci�n del monje pintor dibuj� en la pared de la celda de su convento al Cristo vencedor con estandarte blanco que porta una cruz roja sangre, ante cuya alegre llegada las pesadas puertas de la prisi�n cayeron de sus goznes, aplastando bajo su peso. el carcelero demon�aco, mientras que la larga fila de cautivos ansiosos, desde Ad�n en adelante a trav�s de las eras de los patriarcas y salmistas y profetas, se apresur� hacia adelante con las manos extendidas para encontrarse con el Libertador,

Cristo ha vencido. Su cruz es Su victoria; y en esa victoria Dios ha vencido. Mientras las largas filas de la procesi�n triunfal avanzaban hacia el templo con incienso y m�sica, ante los ojos de una alegre naci�n reunida, mientras los conquistados iban encadenados detr�s del carro, para que todos los hombres pudieran ver sus ojos feroces brillar bajo sus cabellos enmara�ados. , y respiran m�s libremente por las cadenas en sus mu�ecas hostiles, de modo que en los asuntos mundiales de la obra de Cristo, Dios triunfa ante el universo y realza Su gloria al arrancar la presa de los poderosos y conquistar a los hombres para �l. .

De modo que aprendemos a pensar en el mal como vencido, y para nosotros mismos en nuestros propios conflictos con el mundo, la carne y el diablo, as� como para toda la raza humana, a tener buen �nimo. Es cierto que la victoria se est� materializando lentamente en todas sus consecuencias y, a menudo, parece como si no se hubiera ganado ning�n territorio. Pero la posici�n principal se ha llevado y, aunque la lucha sigue siendo obstinada, solo puede terminar de una manera. El bruto muere duramente, pero el tal�n desnudo de nuestro Cristo le ha magullado la cabeza, y aunque todav�a el drag�n

"Balancea el horror escamoso de su cola doblada",

su muerte llegar� tarde o temprano. El poder regenerador est� alojado en el coraz�n de la humanidad, y el centro de donde brota es la cruz. La historia del mundo a partir de entonces no es m�s que la historia de su asimilaci�n m�s o menos r�pida de ese poder y de su consiguiente liberaci�n de la esclavitud en la que se ha mantenido. El final s�lo puede ser la manifestaci�n completa y universal de la victoria que se gan� cuando �l inclin� la cabeza y muri�. La cruz de Cristo es el trono de triunfo de Dios.

Veamos que tenemos nuestra parte personal en esa victoria. Aferr�ndonos a Cristo, y obteniendo de �l por fe una participaci�n en Su nueva vida, ya no estaremos bajo el yugo de la ley, sino liberados en la obediencia del amor, que es libertad. Ya no seremos esclavos del mal, sino hijos y servidores de nuestro Dios conquistador, que nos corteja y gana mostr�ndonos todo Su amor en Cristo y d�ndonos a Su propio Hijo en la Cruz, nuestra ofrenda de paz.

Si lo dejamos vencer, su victoria ser� la vida, no la muerte. �l nos despojar� de nada m�s que harapos, y nos vestir� con ropas de pureza; �l infundir� belleza en nosotros de tal manera que nos mostrar� abiertamente al universo como ejemplos de Su poder transformador, y nos atar� a los alegres cautivos a las ruedas de su carro, participantes de Su victoria y trofeos de Su amor que todo lo conquista. "Ahora gracias a Dios, que siempre triunfa sobre nosotros en Jesucristo".

Versículos 16-19

Capitulo 2

ADVERTENCIAS CONTRA LOS ERRORES DE TWIN JEFE, BASADOS EN LA ENSE�ANZA POSITIVA ANTERIOR

Colosenses 2:16 (RV)

"Por tanto, nadie os juzgue". Ese "por tanto" nos remite a lo que el Ap�stol ha dicho en los vers�culos anteriores, para encontrar all� el fundamento de estas fervientes advertencias. Ese fundamento es toda la exposici�n anterior de la relaci�n cristiana con Cristo desde Colosenses 2:9 , pero especialmente las grandes verdades contenidas en los vers�culos inmediatamente precedentes, que la cruz de Cristo es la muerte de la ley y el triunfo de Dios. sobre todos los poderes del mal.

Porque es as�, se exhorta a los cristianos colosenses a reclamar y usar su emancipaci�n de ambos. Por lo tanto, tenemos aqu� el coraz�n y el centro de los consejos pr�cticos de la Ep�stola: el doble toque de la trompeta que advierte contra los dos peligros m�s apremiantes que acechan a la Iglesia. Son los mismos dos que ya nos hemos encontrado a menudo: por un lado, una estrecha aplicaci�n judaizante de ceremoniales y puntillos de observancia exterior; por otro lado, una enso�adora absorci�n oriental en la imaginaci�n de una multitud de mediadores angelicales que oscurecen la �nica y graciosa presencia de Cristo nuestro Intercesor.

I. Aqu� tenemos, entonces, primero, la reivindicaci�n de la libertad cristiana, con la gran verdad sobre la que se basa. Se especifican los puntos respecto de los cuales debe ejercerse esa libertad. Sin duda son aquellos, adem�s de la circuncisi�n, que estaban principalmente en cuesti�n en ese momento. "Carne y bebida" se refiere a restricciones en la dieta, como la prohibici�n de cosas "inmundas" en la ley mosaica, y la cuesti�n de la legalidad de comer carne ofrecida a los �dolos; quiz�s tambi�n, como el voto nazareo.

Hab�a pocas regulaciones en cuanto a "beber" en el Antiguo Testamento, por lo que probablemente otras pr�cticas asc�ticas adem�s de las regulaciones mosaicas estaban en duda, pero estas deben haber sido poco importantes, de lo contrario Pablo no podr�a haber hablado del todo como una "sombra de cosas por venir "; El segundo punto con respecto al cual se reclama aqu� la libertad es el de las temporadas sagradas del juda�smo: las fiestas anuales, la fiesta mensual de la luna nueva, el s�bado semanal.

La relaci�n de los gentiles convertidos con estas pr�cticas jud�as era una cuesti�n de suma importancia para la Iglesia primitiva. Era realmente la cuesti�n de si el cristianismo iba a ser m�s que una secta jud�a, y la fuerza principal que, bajo Dios, resolvi� la contienda, fue la vehemencia y la l�gica del ap�stol Pablo.

Aqu� establece el terreno sobre el que se resolver� toda la cuesti�n de la dieta y los d�as, y todas esas cuestiones. Son "una sombra de lo que vendr�, pero el cuerpo es de Cristo". "Los acontecimientos venideros proyectan sus sombras antes". Puede pensarse que esa gran obra del amor divino, la misi�n de Cristo, cuyas "salidas son desde la eternidad", sali� del Trono tan pronto como lleg� el tiempo, viajando en la grandeza de su fuerza, como las vigas. de alguna estrella lejana que a�n no ha llegado a un mundo oscuro. La luz del Trono est� detr�s de �l a medida que avanza a trav�s de los siglos, y la sombra se proyecta al frente.

Ahora, eso involucra dos pensamientos sobre la ley mosaica y todo el sistema. Primero, el car�cter puramente prof�tico y simb�lico del orden del Antiguo Testamento, y especialmente del ritual del Antiguo Testamento. La absurda extravagancia de muchos intentos de "espiritualizar" a estos �ltimos no debe cegarnos a la verdad que caricaturizan. Tampoco, por otro lado, deber�amos estar tan atra�dos por los nuevos intentos de reconstruir nuestras nociones de la historia jud�a y las fechas de los libros del Antiguo Testamento, como para olvidar que, aunque el Nuevo Testamento no est� comprometido con ninguna teor�a sobre estos puntos, es comprometido con el origen divino y el prop�sito prof�tico de la ley mosaica y el culto lev�tico.

Deber�amos aceptar con gratitud todas las ense�anzas que la cr�tica y la erudici�n libres puedan darnos sobre el proceso por el cual, y el momento en que se construy� ese gran sistema simb�lico de profec�a actuada; pero estaremos m�s lejos que nunca de entender el Antiguo Testamento si hemos adquirido un conocimiento cr�tico de su g�nesis y hemos perdido la creencia de que sus s�mbolos fueron dados por Dios para profetizar de Su Hijo.

Esa es la clave de ambos Testamentos; y no puedo dejar de creer que el lector acr�tico que lee su libro de la ley y los profetas con esa convicci�n, se ha acercado m�s a la m�dula del libro de lo que el cr�tico, si se ha separado de �l, puede llegar jam�s. Sacrificio, altar, sacerdote, templo habl� de �l. Las distinciones de carnes estaban destinadas, entre otros prop�sitos, a familiarizar a los hombres con los conceptos de pureza e impureza, y as�, al estimular la conciencia, despertar el sentido de necesidad de un Purificador.

Las fiestas anuales exponen varios aspectos de la gran obra de Cristo, y el d�a de reposo muestra en forma externa el descanso al que �l conduce a los que dejan de hacer sus propias obras y llevan Su yugo. Todas estas observancias, y todo el sistema al que pertenecen, son como nuestros jinetes que preceden a un pr�ncipe en su avance, y mientras galopan por los pueblos dormidos, los despiertan con el grito: "�El rey viene!"

Y cuando llega el rey, �d�nde est�n los heraldos? y cuando la realidad ha llegado, �qui�n quiere s�mbolos? y si ha llegado lo que arroj� la sombra a trav�s de los siglos, �c�mo ser� visible tambi�n la sombra? Por lo tanto, el segundo principio aqu� establecido, a saber, el cese de todas estas observancias y sus similares, est� realmente involucrado en el primero, a saber, su car�cter prof�tico. La conclusi�n pr�ctica extra�da es muy notable, porque parece mucho m�s estrecha de lo que justifican las premisas.

Pablo no dice, por tanto, que nadie observe m�s nada de esto; pero toma el terreno mucho m�s modesto, que nadie te juzgue por ellos. Afirma una amplia libertad de variaci�n, y todo lo que rechaza es el derecho de cualquiera de arrastrar a los hombres cristianos a las observancias ceremoniales sobre la base de que son necesarias. No discute con los ritos, sino con los hombres que insisten en la necesidad de los ritos.

En su propia pr�ctica, dio el mejor comentario sobre su significado. Cuando le dijeron: "Debes circuncidar a Tito", �l dijo: "Entonces no lo har�". Cuando nadie trat� de obligarlo, tom� a Timoteo y lo circuncid� por su propia voluntad para evitar esc�ndalos. Cuando fue necesario como protesta, pas� por alto todas las prescripciones de la ley y "comi� con los gentiles". Cuando fue aconsejable como demostraci�n que �l mismo "caminaba ordenadamente y guardaba la ley", realizaba los ritos de purificaci�n y se un�a en el culto del templo.

En tiempos de transici�n, los partidarios sabios de lo nuevo no tendr�n prisa por romper con lo viejo. "Seguir� adelante suavemente, seg�n sean capaces de soportar el reba�o y los ni�os", dijo Jacob, y as� dice todo buen pastor.

Las vainas marrones permanecen en la ramita despu�s de que la tierna hoja verde ha salido de su interior, pero no hay necesidad de arrancarlas, porque pronto caer�n. "Usar� tres sobrepellices si quieren", dijo Luther una vez. "Ni si comemos somos mejores, ni si no comemos somos peores", dijo Paul. Ese es el esp�ritu de las palabras aqu�. Es una s�plica por la libertad cristiana. Si no se insiste en que sea necesario, se pueden permitir las observancias externas.

Si se consideran ayudas, �tiles adjuntos o similares, hay mucho espacio para las diferencias de opini�n y para la variedad de pr�cticas, de acuerdo con el temperamento, el gusto y el uso. Hay principios que deber�an regular incluso estas diversidades de pr�ctica, y Pablo los ha establecido en el gran cap�tulo sobre las carnes en la Ep�stola a los Romanos. Pero es algo completamente diferente cuando se insiste en que cualquier observancia externa es esencial, ya sea desde el punto de vista jud�o antiguo o desde el punto de vista sacramentario moderno.

Si un hombre viene diciendo: "Si no fuere circuncidado, no podr� ser salvo", la �nica respuesta correcta es: Entonces no me circuncidar�, y si usted lo est�, porque cree que no puede ser salvo sin ella, "Cristo es no te afectar� ". Nada es necesario sino la uni�n con �l, y eso no se logra mediante la observancia externa, sino mediante la fe que obra por el amor. Por lo tanto, no permita que nadie lo juzgue, sino rechace todos esos intentos de imponerle cualquier observancia ritual ceremonial, bajo el argumento de la necesidad, con la verdad emancipadora de que la cruz de Cristo es la muerte de la ley.

Se pueden decir aqu� algunas palabras sobre la base de los principios establecidos en estos vers�culos sobre la observancia religiosa del domingo. La obligaci�n del s�bado jud�o ha pasado tanto como los sacrificios y la circuncisi�n. Eso parece inequ�vocamente la ense�anza aqu�. Pero la instituci�n de un d�a de descanso semanal se expresa claramente en las Escrituras como independiente y anterior a la forma especial y el significado que se le da a la instituci�n en la ley mosaica.

Esa es la conclusi�n natural de la narraci�n del descanso creativo en G�nesis, y de la enf�tica declaraci�n de nuestro Se�or de que el s�bado fue hecho para el "hombre", es decir, para la raza. Se han aducido muchos vestigios del d�a de reposo anterior al mosaico y, entre otros, podemos recordar el hecho de que investigaciones recientes muestran que fue observado por los acadianos, los primeros habitantes de Asiria. Es una necesidad f�sica y moral, y esa es una benevolencia tristemente equivocada que, por motivos de cultura o diversi�n para muchos, obliga al trabajo de unos pocos y rompe la distinci�n entre el domingo y el resto de la semana.

La observancia religiosa del primer d�a de la semana no se basa en ning�n mandato registrado, pero tiene un origen superior, en la medida en que es el resultado de una necesidad sentida. Los primeros disc�pulos, naturalmente, se reunieron para adorar el d�a que se hab�a vuelto tan sagrado para ellos. Al principio, sin duda, observaron el s�bado jud�o, y solo gradualmente llegaron a la pr�ctica que casi vemos crecer ante nuestros ojos en los Hechos de los Ap�stoles, en la menci�n de que los disc�pulos en Troas se reunieron el primer d�a de la semana para partir el pan, y que recopilamos, de las instrucciones del Ap�stol en cuanto a apartar dinero semanalmente para fines caritativos, para haber existido en la Iglesia de Corinto; como sabemos, que incluso en su prisi�n de la isla solitaria lejos de la compa��a de sus hermanos,

Este crecimiento gradual de la pr�ctica est� de acuerdo con todo el esp�ritu de la Nueva Alianza, que no tiene casi nada que decir acerca de los aspectos externos de la adoraci�n y deja que la nueva vida se forme a s� misma. El juda�smo dio prescripciones y regulaciones minuciosas; El cristianismo, la religi�n del esp�ritu, da principios. La necesidad, para el sustento de la vida divina, de la observancia religiosa del d�a de reposo ciertamente no es menor ahora que al principio.

En la prisa y el impulso de nuestra vida moderna, con el mundo imponi�ndonos a cada momento, no podemos mantener el calor de la devoci�n a menos que usemos este d�a, no solo para el descanso f�sico y el disfrute familiar, sino para la adoraci�n. Aquellos que conocen su propia pereza de esp�ritu, y est�n en serio en la b�squeda de una vida cristiana m�s profunda y plena, reconocer�n con gratitud que "la semana fue oscura a no ser por su luz".

"Desconf�o de la espiritualidad que profesa que toda la vida es un d�a de reposo y, por lo tanto, se considera absuelta de momentos especiales de adoraci�n. Si la corriente de la comuni�n devota ha de fluir a trav�s de todos nuestros d�as, debe haber frecuentes dep�sitos a lo largo del camino, o se perder� en la arena, como los r�os de la alta Asia. Es una mala cosa decir, guardar el d�a como un d�a de adoraci�n porque es un mandamiento.

Es mejor pensar en �l como un gran regalo para los prop�sitos m�s elevados; y no permita que sea simplemente un d�a de descanso para los cuerpos hastiados, sino que sea un d�a de refrigerio para los esp�ritus agobiados y reavive la llama ardiente de la devoci�n acerc�ndose a Cristo en p�blico y en privado. As� que reuniremos provisiones que nos ayuden a ir con la fuerza de esa carne para algunas marchas m�s por el polvoriento camino de la vida.

II. El Ap�stol pasa a su segundo repique de advertencia, que contra la ense�anza sobre los �ngeles mediadores, que robar�a a los cristianos colosenses su premio, y dibuja un r�pido retrato de los maestros de los que deben tener cuidado.

"Que nadie te robe tu premio". La met�fora es la familiar de la carrera o el campo de lucha; el �rbitro o juez es Cristo; la recompensa es esa corona incorruptible de gloria, de justicia, tejida no con hojas de laurel marchitas, sino con aerosoles del "�rbol de la vida", que drenan con eterna bienaventuranza las cejas alrededor de las cuales est�n envueltas. Algunas personas est�n tratando de robarles su premio, no conscientemente, porque eso ser�a inconcebible, pero esa es la tendencia de su ense�anza.

No se mencionar�n nombres, pero dibuja un retrato del ladr�n con mano r�pida y firme, como si hubiera dicho: Si quieres saber a qui�n me refiero, aqu� est�. Cuatro cl�usulas, como cuatro trazos r�pidos de l�piz, lo hacen, y est�n marcadas en griego con cuatro participios, el primero de los cuales est� oscurecido en la Versi�n Autorizada. "Deleit�ndose en la humildad y adorando a los �ngeles". As� que probablemente deber�a renderizarse la primera cl�usula.

The first words are almost contradictory, and are meant to suggest that the humility has not the genuine ring about it. Self-conscious humility in which a man takes delight is not the real thing. A man who knows that he is humble, and is self-complacent about it, glancing out of the corners of his downcast eyes at any mirror where he can see himself, is not humble at all. "The devil's darling vice is the pride which apes humility."

�Tan humildes eran estas personas que no se atrev�an a orar a Dios! Ciertamente hab�a humildad. Se sent�an tan abajo que lo m�ximo que pod�an hacer era agarrar el eslab�n m�s bajo de una larga cadena de �ngeles mediadores, con la esperanza de que la vibraci�n pudiera correr hacia arriba a trav�s de todos los eslabones y tal vez alcanzar el trono por fin. Una humillaci�n tan fant�stica que no aceptaba a Dios en Su palabra, ni se acercaba a �l en Su Hijo, era realmente el colmo del orgullo.

Luego sigue una segunda cl�usula descriptiva, de la que a�n no se ha dado una interpretaci�n del todo satisfactoria. Posiblemente, como se ha sugerido, tenemos aqu� un error temprano en el texto, que ha afectado a todos los manuscritos y ahora no puede corregirse. Quiz�s, en general, la traducci�n adoptada por la Versi�n Revisada presenta la menor dificultad: "morar en las cosas que ha visto". En ese caso el ver no ser�a por los sentidos, sino por visiones y supuestas revelaciones, y la acusaci�n contra los falsos maestros ser�a que "caminaban en un vano espect�culo" de imaginaciones irreales y alucinaciones visionarias, cuyas luces enga�osas de muchos colores. siguieron en lugar de la simple luz del sol de los hechos revelados en Jesucristo.

"En vano envanecido por su mente carnal" es la siguiente caracter�stica del retrato. La humildad consciente de s� misma era superficial y cubr�a la m�xima arrogancia intelectual. El maestro hereje, como una vejiga hinchada, estaba hinchado con lo que despu�s de todo era solo viento; era hidr�pico por presunci�n de "mente" o, como deber�amos decir, "capacidad intelectual", que despu�s de todo era s�lo el instrumento y �rgano de la "carne", el yo pecaminoso.

Y, por supuesto, habiendo sido todas estas cosas, no se aferrar�a con firmeza a Cristo, de quien seguramente lo apartar�an tales temperamentos y opiniones. Por lo tanto, la �ltima cl�usula condenatoria de la acusaci�n es "no tomar la cabeza". �C�mo pudo hacerlo? Y la flojedad de su comprensi�n del Se�or Jes�s har�a que todos estos errores y faltas fueran diez veces peores.

Ahora bien, las formas especiales de estos errores que se tratan aqu� han pasado del recuerdo. Pero las tendencias que subyacen a estas formas especiales son tan desenfrenadas como siempre y trabajan incesantemente para aflojar nuestro abrazo a nuestro querido Se�or. La adoraci�n a los �ngeles est� muerta, pero a menudo nos sentimos tentados a pensar que somos demasiado humildes y pecadores para reclamar nuestra porci�n de las promesas fieles de Dios. La falsa humildad no est� desactualizada, que sabe mejor que Dios si �l puede perdonar nuestros pecados e inclinarse sobre nosotros con amor.

No nos deslizamos en �ngeles mediadores entre nosotros y �l, pero la tendencia a poner la �nica obra de Jesucristo "en comisi�n" no est� muerta. Todos nos sentimos tentados a aferrarnos a los dem�s, as� como a �l, por nuestro amor, confianza y obediencia, y todos necesitamos que se nos recuerde que agarrarnos de cualquier otro elemento es perderlo a �l, y que quien lo hace no adherirse a Cristo solo no se adhiere a Cristo en absoluto.

Ya no vemos visiones y so�amos sue�os, excepto aqu� y all� alguien descarriado por un as� llamado "espiritualismo", pero muchos de nosotros damos m�s importancia a nuestras propias fantas�as subjetivas o especulaciones sobre las partes m�s oscuras del cristianismo que a la clara revelaci�n de Dios en Cristo. El "mundo invisible" tiene para muchas mentes una atracci�n malsana. El esp�ritu gn�stico todav�a est� en plena vigencia entre nosotros, que desprecia los hechos fundamentales y las verdades del evangelio como "leche para los ni�os", y valora sus propias especulaciones artificiales infundadas sobre asuntos subordinados, que no se han revelado porque son subordinados y fascinantes a algunas mentes porque no han sido reveladas, muy por encima de las verdades que son claras porque son vitales, e ins�pidas para tales mentes porque son claras.

Debemos recordar que el cristianismo no es para especular, sino para hacernos buenos, y que "El que form� igualmente sus corazones", nos hizo a todos vivir del mismo aire, para ser alimentados por el mismo pan del cielo. , para ser salvados y purificados por la misma verdad. Ese es el evangelio que el ni�o peque�o puede entender, del cual el paria y el b�rbaro pueden obtener alg�n tipo de agarre, que el esp�ritu deca�do que anda a tientas en las tinieblas de la muerte puede ver vagamente como su luz en el valle, eso es todo. parte importante del evangelio. Lo que necesita entrenamiento especial y capacidad para comprender no es una parte esencial de la verdad que est� destinada al mundo.

Y, de todas las cosas, una presunci�n hinchada es lo m�s seguro para mantener a un hombre alejado de Cristo. Debemos sentir nuestra absoluta impotencia y necesidad, antes de aferrarnos a �l, y si alguna vez se nubla ese sentimiento humilde y saludable de nuestro propio vac�o, en ese momento nuestros dedos relajar�n su tensi�n y en ese momento fluir� la vida hacia nosotros. nuestra muerte corre lenta y se detiene. Todo lo que afloja nuestro aferramiento a Cristo tiende a robarnos el premio final, esa corona de vida que �l da.

De ah� la solemne seriedad de estas advertencias. No era solo una doctrina m�s o menos lo que estaba en juego, sino que era su vida eterna. Ciertas verdades cre�das aumentar�an la firmeza de su dominio sobre su Se�or y, por lo tanto, asegurar�an el premio. No cre�dos, la incredulidad aflojar�a su aferramiento a �l y, por lo tanto, los privar�a de �l. A menudo se nos dice que el evangelio da el cielo a la creencia correcta, y que eso es injusto.

Pero si un hombre no cree en una cosa, no puede tener en su car�cter ni en sus sentimientos la influencia que producir�a la creencia en ella. Si no cree que Cristo muri� por sus pecados, y que todas sus esperanzas se basan en ese gran Salvador, no se unir� a �l en amor y dependencia. Si no se aferra a �l, no extraer� de �l la vida que moldear�a su car�cter y lo impulsar�a a correr la carrera.

Si no corre la carrera, nunca ganar� ni llevar� la corona. Esa corona es la recompensa y el resultado del car�cter y la conducta, posible gracias a la comunicaci�n de la fuerza y ??la nueva naturaleza de Jes�s, que de nuevo es posible gracias a que nuestra fe se aferra a �l como revelado en ciertas verdades, y de estas verdades como revelado a �l. . Por lo tanto, el error intelectual puede perder nuestro control sobre Cristo, y si lo debilitamos, perderemos el premio.

El mero inter�s especulativo acerca de los rincones menos claramente revelados de la verdad cristiana puede actuar, ya menudo lo hace, para paralizar los miembros del atleta cristiano. "Corriste bien, �qu� te ha impedido?" Hay que preguntarle a muchos a quienes un esp�ritu semejante al descrito en nuestro texto ha vuelto l�nguido en la carrera. Para todos nosotros, sabiendo en cierta medida c�mo la suma total de influencias que nos rodean obran para separarnos de nuestro Se�or, y as� robarnos el premio que es inseparable de Su presencia, la exhortaci�n solemne que �l habla desde el cielo bien puede llegar. , "Af�rrate a lo que tienes; que nadie tome tu corona".

III. A continuaci�n se exponen la fuente y la forma de todo crecimiento verdadero, para reforzar la advertencia y enfatizar la necesidad de sostener la Cabeza.

Cristo no es simplemente representado como supremo y soberano, cuando se le llama "la cabeza". La met�fora es mucho m�s profunda y lo se�ala como la fuente de una verdadera vida espiritual, desde �l comunicada a todos los miembros de la verdadera Iglesia, y constituy�ndola en un todo org�nico. Ya hemos encontrado la misma expresi�n dos veces en la Ep�stola; una vez aplicada a Su relaci�n con "el cuerpo, la Iglesia", Colosenses 1:18 y una vez en referencia a los "principados y potestades".

"Los errores en la Iglesia de Colosas derogaron el �nico lugar soberano de Cristo como fuente de toda vida natural y espiritual para todos los �rdenes de seres, y de ah� el �nfasis de la proclamaci�n del Ap�stol de la contraverdad. Esa vida que fluye de la cabeza se difunde a trav�s de todo el cuerpo por la acci�n variada y armoniosa de todas las partes. El cuerpo es "abastecido y entretejido", o en otras palabras, las funciones de nutrici�n y compactaci�n en un todo son realizadas por las "articulaciones y bandas", en las que La �ltima palabra incluye m�sculos, nervios, tendones y cualquiera de las "bandas de conexi�n que unen el cuerpo".

"Su acci�n es la condici�n del crecimiento; pero la Cabeza es la fuente de todo lo que la acci�n de los miembros transmite al cuerpo. Cristo es la fuente de todo alimento. De �l fluye la sangre vital que alimenta al conjunto y por la cual toda forma de suministro es administrada por la cual el cuerpo crece. Cristo es la fuente de toda unidad. Las iglesias han estado unidas por otros lazos, como credos, gobierno o incluso nacionalidad; pero ese lazo externo es solo como una cuerda alrededor de un paquete de letreros, mientras que la verdadera unidad interior que surge de la posesi�n com�n de la vida de Cristo es como la unidad de alg�n gran �rbol, a trav�s del cual la misma savia circula desde el tronco macizo hasta la hoja m�s peque�a que baila en la punta de la rama m�s lejana.

Estos benditos resultados de suministro y unidad se efect�an mediante la acci�n de las diversas partes. Si cada �rgano est� en acci�n saludable, el cuerpo crece. Hay diversidad en las oficinas; la misma vida es luz en los ojos, belleza en la mejilla, fuerza en la mano, pensamiento en el cerebro. Cuanto m�s se asciende en la escala de la vida, m�s se diferencia el cuerpo, desde el simple saco que se puede voltear al rev�s y no tiene divisi�n de partes ni de oficios, hasta el hombre.

Entonces en la Iglesia. El efecto del cristianismo es realzar la individualidad y dar a cada hombre su propio "regalo de Dios" y, por lo tanto, a cada hombre su oficio, "uno seg�n esta manera y otro despu�s". Por lo tanto, es necesario el desenvolvimiento m�s libre posible de la idiosincrasia de cada hombre, realzada y santificada por un Cristo que mora en �l, para que el cuerpo no sea m�s pobre si se suprime la actividad de alguno de sus miembros, o si un hombre se desv�e de su propio trabajo en el que es fuerte. , para convertirse en una d�bil copia de la de otro. La luz perfecta es la combinaci�n de todos los colores.

Una comunidad donde cada miembro se agarra as� firmemente de la Cabeza, y cada uno ministra en su grado a la nutrici�n y compactaci�n de los miembros, aumentar�, dice Pablo, con el crecimiento de Dios. El aumento vendr� de �l, le agradar�, ser� esencialmente el crecimiento de Su propia vida en el cuerpo. Hay un aumento que no proviene de Dios. Estos maestros her�ticos estaban hinchados de ego�smo hidr�pico; pero este es un crecimiento sano y s�lido.

Para los individuos y las comunidades de cristianos profesantes, la lecci�n es siempre oportuna, que es muy f�cil obtener un aumento del otro tipo. El individuo puede aumentar en conocimiento aparente, en volubilidad, en visiones y especulaciones, en la llamada obra cristiana; la Iglesia puede aumentar en miembros, en riqueza, en cultura, en influencia en el mundo, en actividades aparentes, en listas de suscripci�n y cosas por el estilo, y puede que no todo sea un crecimiento s�lido, sino carne orgullosa, que necesita el cuchillo.

Solo hay una manera por la cual podemos aumentar con el aumento de Dios, y es que nos aferramos firmemente a Jesucristo, y "no lo dejemos ir, porque �l es nuestra vida". La �nica exhortaci�n que incluye todo lo que es necesario, y que siendo obedecida, todas las ceremonias y todas las especulaciones caer�n en su lugar correcto y se convertir�n en ayudas, no trampas, es la exhortaci�n que Bernab� dio a los nuevos conversos gentiles en Antioqu�a: que " con prop�sito de coraz�n deben unirse al Se�or ".

Versículos 20-23

Capitulo 2

DOS PRUEBAS FINALES DE LA ENSE�ANZA FALSA

Colosenses 2:20 (RV)

La parte pol�mica de la Ep�stola est� llegando a su fin. Pasamos en el cap�tulo siguiente, despu�s de un p�rrafo transitorio, a simples preceptos morales que, con detalles personales, llenan el resto de la carta. Los errores antagonistas aparecen por �ltima vez en las palabras que ahora tenemos que considerar. En ellos, el Ap�stol parece reunir todas sus fuerzas para dar dos golpes directos, contundentes, finales, que pulverizan y aniquilan las posiciones te�ricas y los preceptos pr�cticos de los maestros herejes.

En primer lugar, pone en forma de una exigencia incontestable la raz�n de sus ense�anzas, su radical inconsistencia con la muerte del cristiano con Cristo, que es el secreto mismo de su vida. Luego, mediante una concesi�n desde�osa de su valor aparente a personas que no mirar�n ni un cent�metro por debajo de la superficie, hace m�s enf�tica su condena final como in�til -inferior que nada y vanidad- por la supresi�n de "la carne" - el �nico objetivo de toda disciplina moral y religiosa.

As� que tenemos aqu� dos grandes pruebas por su conformidad con las cuales podemos probar todas las ense�anzas que asumen regular la vida, y todas las ense�anzas cristianas sobre el lugar y la necesidad del ritual y las prescripciones externas de conducta. "Hab�is muerto con Cristo". Todos deben encajar con ese gran hecho. La restricci�n y conquista de "la carne" es el prop�sito de toda religi�n y de toda ense�anza moral; nuestros sistemas deben hacer eso o no ser�n nada, por fascinantes que sean.

I. Entonces tenemos que considerar el gran hecho de la muerte del cristiano con Cristo, y aplicarlo como piedra de toque.

El lenguaje del Ap�stol apunta a un tiempo definido cuando los cristianos colosenses "murieron" con Cristo. Eso nos lleva a las palabras anteriores del cap�tulo, donde, como encontramos, el per�odo de su bautismo, considerado como s�mbolo y profesi�n de su conversi�n, se consideraba como el momento de su entierro. Murieron con Cristo cuando se aferraron con confianza arrepentida a la verdad de que Cristo muri� por ellos. Cuando un hombre se une por la fe al Cristo moribundo como su Paz, Perd�n y Salvador, tambi�n �l, en un sentido muy real, muere con Jes�s.

Ese pensamiento de que todo cristiano est� muerto con Cristo atraviesa toda la ense�anza de Pablo. No es una mera pieza de misticismo en sus consejos, aunque a menudo se ha vuelto as�, cuando se divorcia de la moralidad, como lo ha sido por algunos maestros cristianos. No es una mera ret�rica, aunque a menudo se ha vuelto as�, cuando los hombres han perdido el verdadero pensamiento de lo que es la muerte de Cristo para el mundo. Pero para Pablo la cruz de Cristo era, ante todo, el altar del sacrificio en el que se hab�a ofrecido la oblaci�n que quit� toda su culpa y pecado; y luego, porque fue eso, se convirti� en la ley de su propia vida, y el poder que lo asimilaba a su Se�or.

El lenguaje llano de todo esto es que cuando un hombre se vuelve cristiano poniendo su confianza en Cristo que muri�, como base de su aceptaci�n y salvaci�n, tal cambio tiene lugar en toda su naturaleza y relaci�n con lo externo, como es bastante comparable. a una muerte.

La misma ilustraci�n es frecuente en el habla ordinaria. �Qu� queremos decir cuando hablamos de un anciano muerto por pasiones, locuras o ambiciones juveniles? Queremos decir que han dejado de interesarle, que est� separado de ellos e insensible a ellos. La muerte es el separador. �Qu� abismo espantoso hay entre ese rostro blanco fijo debajo de la s�bana y todas las cosas por las que el hombre estaba tan ansioso hace una hora! �Qu� imposible que ning�n grito de amor atraviese el abismo! "Sus hijos llegan a la honra, y �l no lo sabe.

"El" negocio "que llenaba sus pensamientos se desmorona, y a �l no le importa. Ya nada le alcanza ni le interesa. Entonces, si hemos tomado a Cristo como nuestro Salvador, y hemos encontrado en Su cruz el ancla de las almas , esa experiencia nos amortiguar� a todo lo que fue nuestra vida, y la medida en que estemos unidos a Jes�s por nuestra fe en su gran sacrificio, ser� la medida en que nos separemos de nosotros mismos y de los viejos objetos de nuestra vida. inter�s y persecuci�n.

El cambio puede llamarse morir con Cristo o resucitar con �l. Una frase se apodera de ella en una etapa m�s temprana que la otra; uno pone �nfasis en nuestro cese de ser lo que fuimos, el otro en nuestro comienzo de ser lo que no fuimos. As� que nuestro texto es seguido por un p�rrafo correspondiente en forma y sustancia, y que comienza, "Si, pues, hab�is resucitado con Cristo", como comienza este, "�Si hab�is muerto con Cristo!"

Tal desapego de lo externo y separaci�n de un yo anterior no es desconocido en la vida ordinaria. Las emociones fuertes de cualquier tipo nos hacen insensibles a las cosas que nos rodean e incluso al dolor f�sico. M�s de un hombre con la emoci�n del campo de batalla hirviendo en su cerebro, "recibe una herida, pero no la considera". La absorci�n del pensamiento y el inter�s conduce a lo que se llama "ausencia de �nimo", donde el entorno es completamente desapercibido, como en el caso del santo que cabalg� todo el d�a por las orillas del lago suizo, sumergido en una conversaci�n teol�gica, y por la noche. pregunt� d�nde estaba el lago, aunque sus olas se hab�an ondulado durante veinte millas a los pies de su mula.

Los gustos superiores expulsan a los inferiores. como un gran arroyo convertido en un nuevo canal lo limpiar� de barro y basura. Entonces, si nos unimos a Cristo, �l llenar� nuestras almas de fuertes emociones e intereses que amortiguar�n nuestra sensibilidad a las cosas que nos rodean e inspirar�n nuevos amores, gustos y deseos, que nos har�n indiferentes a mucho de lo que usamos. estar ansiosos y hostiles a mucho de lo que una vez apreciamos.

�A qu� moriremos si somos cristianos? El Ap�stol responde a esa pregunta de varias formas, que podemos agrupar provechosamente. "Consid�rense tambi�n ustedes mismos muertos al pecado". Romanos 6:11 "Por todos muri�, para que los que viven, no vivan m�s para s� mismos". 2 Corintios 5:14 "Hab�is muerto a la ley.

" Romanos 7:6 Por la cruz de Cristo," el mundo fue crucificado para m�, y yo para el mundo ". Entonces, a toda la masa de cosas materiales externas, todo este orden presente que nos rodea, a los irrenunciables yo que nos ha gobernado durante tanto tiempo, y al pecado que resulta de las apelaciones de las cosas externas a ese yo maligno, a estos, y a la mera letra externa de un mandamiento que es impotente para hacer cumplir sus propios mandatos o liberarse del lazos del mundo y la carga del pecado, dejamos de pertenecer en la medida en que somos de Cristo.

La separaci�n no es completa; pero, si somos cristianos, ha comenzado, y de ahora en adelante nuestra vida ser� un "morir cada d�a". Debe ser una vida agonizante o una muerte en vida. Seguiremos perteneciendo a nuestro ser exterior y, �ay! demasiado en el coraz�n tambi�n - para el mundo y el yo y el pecado - pero, si somos cristianos en absoluto, habr� una separaci�n real de estos en lo m�s �ntimo de nuestro coraz�n, y el germen de la liberaci�n total de todos ellos ser� estar en nosotros.

Este d�a necesita que se exija firmemente esa verdad. No se alcanza todo el significado de la muerte de Cristo cuando se la considera la gran propiciaci�n por nuestros pecados. �Es el patr�n de nuestras vidas? �Nos ha alejado de nuestro amor por el mundo, de nuestro yo pecaminoso, de las tentaciones al pecado, de acobardarnos ante los deberes que odiamos pero que no nos atrevemos a descuidar? �Ha cambiado la corriente de nuestras vidas y nos ha llevado a una nueva regi�n donde encontramos nuevos intereses, amores y objetivos, ante los cuales las luces titilantes, que alguna vez fueron estrellas para nosotros, palidecen sus fuegos ineficaces? Si es as�, entonces, en la medida en que sea as�, y ni un pelo m�s, podemos llamarnos cristianos.

Si no es as�, no nos sirve hablar de mirar a la cruz como la fuente de nuestra salvaci�n. Una mirada as�, si es verdadera y genuina, ciertamente cambiar� todos los gustos, h�bitos, aspiraciones y relaciones de un hombre. Si no sabemos nada de morir con Cristo, es de temer que sepamos tan poco de la muerte de Cristo por nosotros.

Este gran hecho de la muerte del cristiano con Cristo aparece aqu� principalmente como una se�al de la contradicci�n entre la posici�n del cristiano y su sujeci�n a las prescripciones y prohibiciones de una religi�n que consiste principalmente en reglas mezquinas de conducta. Estamos "muertos", dice Pablo, "para los rudimentos del mundo", frase que ya hemos escuchado en el vers�culo 8 Colosenses 2:8 de este cap�tulo, donde encontramos que su significado son "preceptos de car�cter elemental". , apto para beb�s, no para hombres en Cristo, y movi�ndose principalmente en la regi�n de la materia.

"Implica una condena de toda esa religi�n reglamentaria por dos motivos, que es un anacronismo, que busca perpetuar una etapa anterior que ha quedado atr�s, y que tiene que ver con el exterior de las cosas, con lo material y lo visible". S�lo a tales rudimentos estamos muertos con Cristo. Luego, pregunta Pablo, con irresistible y triunfante pregunta: �por qu�, en nombre de la coherencia, "te Colosenses 2:14 a ordenanzas" (de las que ya hemos escuchado en Colosenses 2:14 ) tales como "no tocar, ni gustar, ni tocar" Estas tres prohibiciones no son de Pablo, pero son citadas por �l como ejemplos del tipo de reglas y regulaciones contra las cuales �l est� protestando.

Los maestros asc�ticos siguieron reiterando con vehemencia sus prohibiciones y, como muestra la correcta interpretaci�n de las palabras, con una tolerancia cada vez mayor. "No tocar" es una prohibici�n menos r�gida que "no tocar". El primero dice: No agarres al �ltimo, ni siquiera toques con la punta del dedo. De modo que el ascetismo, como muchas otras tendencias y h�bitos, crece con la indulgencia y exige una abstinencia cada vez m�s r�gida y una separaci�n cada vez m�s completa.

Y todo est� desactualizado y es una mala interpretaci�n del genio del cristianismo. El trabajo del hombre en la religi�n es siempre confinarlo a la superficie, arrojarlo hacia afuera y convertirlo en una mera ronda de cosas que se hacen y de las que se abstienen. La obra de Cristo en la religi�n es conducirla hacia adentro y concentrar toda su energ�a en "el hombre oculto del coraz�n", sabiendo que si eso es correcto, lo visible vendr� bien.

Es un trabajo in�til tratar de pegar higos en las espinas de un arbusto espinoso, as� como el �rbol, as� ser� la fruta. Hay muchos pedantes y martinetes en la religi�n, as� como en el patio de armas. Debe haber tantos botones en el uniforme, y los cinturones de los hombros deben estar revestidos de tuber�a de arcilla, y los rifles en los hombros deben estar inclinados en ese �ngulo, y entonces todo estar� bien. Quiz�s. El coraje disciplinado es mejor que el coraje indisciplinado.

Pero hay mucho peligro de que se preste toda la atenci�n a los ejercicios, y luego, cuando el campo de desfile se cambia por el campo de batalla, se produce el desastre porque hay mucha etiqueta y no hay carrera.

Las vidas de los hombres son fastidiadas por una religi�n que trata de atarlos con tantos hilos diminutos como aquellos con los que los liliputienses sujetaron a Gulliver. Pero el cristianismo en sus formas verdaderas y m�s elevadas no es una religi�n de prescripciones, sino de principios. No mantiene perpetuamente un conjunto de mandamientos y prohibiciones insignificantes en nuestros o�dos. Su lenguaje no es un continuo "Haz esto, abstente de aquello", sino "Ama, y ??cumplir�s la ley".

"Act�a desde el centro hacia afuera hasta la circunferencia; primero limpiando el interior del plato, y as� asegur�ndose que el exterior tambi�n quede limpio. El error con el que Pablo luch�, y que siempre vuelve a surgir, con ra�ces profundas en la naturaleza humana, comienza con la circunferencia y desperdicia esfuerzos en pulir el exterior.

El par�ntesis que sigue en el texto, "todas las cosas que perecen con el uso", contiene una observaci�n incidental destinada a mostrar el error de dar tanta importancia a las regulaciones sobre la dieta y similares, a partir de la consideraci�n de la perecibilidad de estas carnes. y bebidas de las que tanto hablaron los falsos maestros. "Todos est�n destinados a la corrupci�n, a la descomposici�n f�sica, en el mismo acto de consumo.

�No puedes usarlos sin gastarlos. Se destruyen en el mismo momento en que se usan. �Es apropiado que los hombres que han muerto con Cristo en este mundo fugaz, aprovechen tanto sus cosas perecederas?

Que no ensanchemos este pensamiento m�s all� de su aplicaci�n espec�fica aqu�, y digamos que la muerte con Cristo al mundo deber�a librarnos de la tentaci�n de hacer mucho de las cosas que perecen con el uso, ya sea que esa tentaci�n se presente en forma de adjuntar exagerados importancia religiosa a la abstinencia asc�tica de ellos o en la de una consideraci�n exagerada y un uso desenfrenado de ellos? El ascetismo y el lujo sibarita tienen en com�n una sobreestimaci�n de la importancia de las cosas materiales.

El uno es el otro al rev�s. Se sumerge en su p�rpura y lino fino, y el asceta en su camisa de pelo, ambos exageran "lo que se pondr�n". El uno con sus banquetes y el otro con sus ayunos, ambos piensan demasiado en lo que comer�n y beber�n. Un hombre que vive en las alturas con su Se�or pone todas estas cosas en su lugar correcto. Hay cosas que no perecen con el uso, sino que crecen con el uso, como los cinco panes en las manos de Cristo.

La verdad, el amor, la santidad, todas las gracias y virtudes cristianas aumentan con el ejercicio, y cuanto m�s nos alimentemos del pan que desciende del cielo, m�s tendremos para nuestro propio alimento y para las necesidades de nuestro hermano. Hay un tesoro que no se agota, bolsas que no se envejecen, las riquezas duraderas y las posesiones inquebrantables del alma que vive en Cristo y crece como �l. Busquemos estos; porque si nuestra religi�n vale algo en absoluto, deber�a llevarnos m�s all� de todas las riquezas fugaces de la tierra directamente al coraz�n de las cosas, y darnos para nuestra porci�n ese Dios a quien nunca podemos agotar, ni superar, sino poseer m�s como usamos Su dulzura para el consuelo, y Su todo suficiente Ser para el bien de nuestras almas.

La inconsistencia final entre la posici�n cristiana y los errores pr�cticos en cuesti�n se observa en las palabras "seg�n los mandamientos y doctrinas de hombres", que se refieren, por supuesto, a las ordenanzas de las que habla Pablo. La expresi�n es una cita de la denuncia de Isa�as 29:13 de los fariseos de su �poca, y como se usa aqu� parece sugerir que el gran discurso de nuestro Se�or sobre la inutilidad de los punctilios jud�os sobre las carnes y bebidas estaba en la mente del Ap�stol, ya que el Las mismas palabras de Isa�as ocurren all� en una conexi�n similar.

No es apropiado que nosotros, que estamos apartados de la dependencia del orden exterior visible de las cosas por nuestra uni�n con Cristo en Su muerte, estemos bajo la autoridad de los hombres. Aqu� est� la verdadera democracia de la sociedad cristiana. "Hab�is sido redimidos por precio. No se�is siervos de hombres". Nuestra uni�n con Jesucristo es una uni�n de autoridad absoluta y sumisi�n total. Todos tenemos acceso a la �nica fuente de iluminaci�n, y estamos obligados a recibir nuestras �rdenes del �nico Maestro.

La protesta contra la imposici�n de la autoridad humana al alma cristiana no se hace en inter�s de la voluntad propia, sino de la reverencia a la �nica voz que tiene el derecho de dar �rdenes autocr�ticas y de recibir una obediencia incondicional. Somos libres en proporci�n a la muerte del mundo con Cristo. Somos libres de los hombres, no para agradarnos a nosotros mismos, sino para agradarle a �l.

"Calla, quiero o�r lo que mi Maestro tiene que mandarme", es el lenguaje del liberto cristiano, que es libre para servir y porque sirve.

II. Tenemos que considerar un gran prop�sito de toda ense�anza y adoraci�n externa, por su poder para lograr el cual cualquier sistema debe ser probado.

"Cosas que en verdad tienen demostraci�n de sabidur�a en adoraci�n, humildad y severidad para el cuerpo, pero no tienen ning�n valor contra la complacencia de la carne". Aqu� est� la conclusi�n de todo el asunto, el resumen de despedida de la acusaci�n contra toda la irritante mara�a de restricciones y prescripciones. Desde un punto de vista moral, no tiene valor, ya que no tiene poder coercitivo sobre "la carne".

"Ah� radica su condena concluyente, porque si las observancias religiosas no ayudan a un hombre a someter su yo pecaminoso, �para qu�, en nombre del sentido com�n, es el uso de ellas? El Ap�stol sabe muy bien que el sistema al que se opon�a ten�a mucho que lo recomend� a la gente, especialmente a los que no miraron muy profundo. Ten�a una "demostraci�n de sabidur�a" muy fascinante a simple vista, y eso en tres puntos, todos los cuales llamaron la atenci�n vulgar, y todos los cuales se convirti� en lo opuesto en un examen m�s detenido.

Ten�a la apariencia de ser una devoci�n excesiva y una adoraci�n celosa. Estos maestros con sus abundantes formas se imponen al imaginario popular, como si estuvieran totalmente entregados a la devota contemplaci�n y oraci�n. Pero si uno los mira un poco m�s de cerca, ve que su devoci�n es la complacencia de su propia voluntad y no la rendici�n a la de Dios. No lo adoran como �l lo ha designado, sino como ellos mismos han elegido, y mientras prestan servicios que �l no ha requerido, en un sentido muy verdadero adoran sus propias voluntades, y no a Dios en absoluto.

Por "adoraci�n voluntaria" parece entenderse formas autoimpuestas de servicio religioso que no son el resultado de la obediencia, ni de los instintos de un coraz�n devoto, sino de la propia voluntad de un hombre. Y el Ap�stol insin�a que tal adoraci�n voluntario y voluntario no es adoraci�n. Ya sea que se ofrezca en una catedral o un granero, ya sea que el devoto use una capa o una chaqueta de fust�n, este servicio no es aceptado. Una oraci�n que no es m�s que la expresi�n de la propia voluntad del adorador, en lugar de ser "no se haga mi voluntad, sino la tuya", no llega m�s alto que los labios que la pronuncian.

Si nos obedecemos a nosotros mismos sutil y medio inconscientemente incluso cuando parece que nos inclinamos ante Dios; Si parecemos orar, y todo el tiempo estamos quemando incienso para nosotros mismos en lugar de ser sacados de nosotros mismos por la belleza y la gloria del Dios hacia quien anhelan nuestros esp�ritus, entonces nuestra devoci�n es una m�scara, y nuestras oraciones ser�n dispersos en el aire vac�o.

La apariencia enga�osa de sabidur�a en estos maestros y sus doctrinas se manifiesta adem�s en la humildad que sinti� tan profundamente el abismo entre el hombre y Dios que estuvo dispuesto a llenar el vac�o con sus fant�sticas creaciones de �ngeles mediadores. La humildad es algo bueno, y parec�a muy humilde decir: No podemos suponer que criaturas tan insignificantes como nosotros, envueltas en carne, podamos entrar en contacto y comuni�n con Dios; pero fue mucho m�s humilde tomar a Dios en Su palabra, y dejarle que dejara las posibilidades y condiciones de la relaci�n, y recorrer el camino de acercamiento a �l que �l ha designado.

Si un gran rey dijera a todos los mendigos y vagabundos de su capital: Venid ma�ana al palacio; �Cu�l ser�a el m�s humilde, el que se fue, harapos y lepra y todo, o el que se qued� atr�s porque estaba muy consciente de su miseria? Dios les dice a los hombres: "Venid a Mis brazos a trav�s de Mi Hijo. No te preocupes por la suciedad, ven". �Cu�l es el m�s humilde: el que toma a Dios en su palabra y corre a esconder su rostro en el pecho de su Padre, accediendo a �l a trav�s de Cristo el Camino, o el que no se atreve a acercarse hasta encontrar otros mediadores adem�s de Cristo? Una humildad tan profunda que no puede pensar que la promesa de Dios y la mediaci�n de Cristo lo suficiente, ha ido tan lejos al oeste que ha llegado a Oriente, y de la humildad se ha convertido en orgullo.

Adem�s, este sistema tiene una demostraci�n de sabidur�a en "severidad para el cuerpo". Cualquier ascetismo es mucho m�s del gusto de los hombres que el abandono del yo. Prefieren clavar ganchos en la espalda y hacer el "poojah de balanceo", que renunciar a sus pecados o ceder su voluntad. Es m�s f�cil recorrer toda la distancia desde el cabo Comorin hasta el santuario de Juggernaut, midiendo cada metro del mismo con el cuerpo postrado en el polvo, que entregar el coraz�n al amor de Dios.

De la misma manera las formas m�s suaves de someterse al dolor, los peinados, los azotes, la abstinencia de cosas placenteras con la noci�n de que con ello se adquiere el m�rito o se exp�a el pecado, tienen una ra�z profunda en la naturaleza humana y, por tanto, "un espect�culo de sabidur�a." Es extra�o, pero no extra�o, que la gente piense que, de una forma u otra, se recomiendan a Dios haci�ndose sentir inc�modos, pero as� es que la religi�n se presenta a muchas mentes principalmente como un sistema de restricciones y preceptos que proh�be lo agradable y manda lo desagradable. As� tambi�n nuestra pobre naturaleza humana vulgariza y se burla del solemne mandamiento de Cristo de negarnos a nosotros mismos y tomar nuestra cruz en pos de �l.

La condena concluyente de toda la multitud de restricciones puntillosas de las que ha estado hablando el Ap�stol radica en el hecho de que, por m�s que correspondan a las nociones equivocadas de los hombres, y por lo tanto parezcan dictadas por la sabidur�a, "no tienen ning�n valor contra la complacencia de la carne ". Este es un gran fin de toda disciplina moral y espiritual, y si las regulaciones pr�cticas no tienden a asegurarlo, no valen nada.

Por supuesto, por "carne" aqu� debemos entender, como suele ocurrir en las ep�stolas paulinas, no meramente el cuerpo, sino toda la personalidad no regenerada, todo el yo no renovado que piensa y siente y quiere y desea aparte de Dios. Mimarlo y satisfacerlo es morir, matarlo y reprimirlo es vivir. Todas estas "ordenanzas" con las que los maestros herejes estaban molestando a los colosenses no tienen poder, piensa Pablo, para reprimir ese yo, y por eso le parecen una tonter�a. Por lo tanto, eleva toda la cuesti�n a un nivel superior e implica un est�ndar para juzgar el cristianismo exterior mucho m�s formal que lo har�a muy breve.

Un hombre puede estar guardando todo el c�rculo de ellos y puede haber siete demonios en su coraz�n. Tienden claramente a fomentar algunas de las "obras de la carne", tales como la justicia propia, la falta de caridad, la censura, y claramente fallan en someter a ninguna de ellas. Un hombre puede estar parado sobre un pilar como Simeon Stylites durante a�os, y no ser mejor. Hist�ricamente, la tendencia asc�tica no se ha asociado con los tipos m�s elevados de santidad real, excepto por accidente, y nunca ha sido su causa productiva. Los huesos se pudren con la misma seguridad dentro del sepulcro aunque la cal de su c�pula sea tan espesa.

As� que el mundo y la carne est�n muy dispuestos a que el cristianismo se convierta en una religi�n de prohibiciones y ceremonias, porque todo tipo de vicios y mezquindades pueden prosperar y reproducirse bajo ellos, como escorpiones bajo las piedras. Solo hay una cosa que pondr� el collar en el cuello del animal dentro de nosotros, y ese es el poder del Cristo que mora en nosotros. El mal que hay en todos nosotros es demasiado fuerte para cualquier otro grillete.

Su clamor a todos estos "mandamientos y ordenanzas de hombres" es: "Conozco a Jes�s y conozco a Pablo, pero �qui�nes sois?" No en la obediencia a tales, sino en la recepci�n en nuestro esp�ritu de Su propia vida, est� nuestro poder de victoria sobre uno mismo. "Esto digo: Andad en el Esp�ritu, y no satisfacer�is los deseos de la carne".

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Colossians 2". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/colossians-2.html.