Bible Commentaries
Colosenses 4

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículo 1

8-25

Cap�tulo 3

LA FAMILIA CRISTIANA

Colosenses 3:18 ; Colosenses 4:1 (RV)

Este cap�tulo trata de la familia cristiana, compuesta por marido y mujer, hijos y sirvientes. En la familia, el cristianismo ha mostrado de manera m�s significativa su poder de refinar, ennoblecer y santificar las relaciones terrenales. De hecho, se puede decir que la vida dom�stica, como se ve en miles de hogares cristianos, es puramente una creaci�n cristiana, y habr�a sido una nueva revelaci�n para el paganismo de Colosas, como lo es hoy en muchos campos misioneros.

No sabemos qu� pudo haber llevado a Pablo a insistir especialmente en los deberes dom�sticos, en esta carta y en la ep�stola contempor�nea a los Efesios. �l lo hace, y la secci�n paralela debe compararse cuidadosamente a lo largo de este p�rrafo. El primero est� considerablemente m�s extendido y puede haber sido escrito despu�s de los vers�culos que tenemos ante nosotros; pero, como sea, las coincidencias y variaciones verbales en las dos secciones son muy interesantes como ilustraciones de la forma en que una mente completamente cargada con un tema se repetir� libremente, y utilizar� las mismas palabras en diferentes combinaciones y con infinitos matices. de modificaci�n.

Los preceptos dados son extremadamente simples y obvios. La felicidad dom�stica y el cristianismo familiar se componen de elementos muy hogare�os. Se prescribe un deber para un miembro de cada uno de los tres grupos familiares y diversas formas de otro para el otro. La esposa, el hijo, el sirviente est�n obligados a obedecer; el esposo para amar, el padre para mostrar su amor con gentil consideraci�n; el amo para entregar a sus siervos lo que les corresponde.

Como un perfume destilado de flores comunes que crecen en todas las orillas, la piedad dom�stica que hace del hogar una casa de Dios y una puerta al cielo, se prepara a partir de estos dos simples: la obediencia y el amor. Estos son todos. Tenemos aqu�, entonces, el hogar cristiano ideal en las tres relaciones ordinarias que componen la familia; esposa y esposo, hijos y padre, sirviente y amo.

I. Los deberes rec�procos de la esposa y el esposo: sujeci�n y amor.

El deber de la esposa es "sujeci�n", y se impone sobre la base de que es "apropiado en el Se�or", es decir, "es", o tal vez "se convirti� en" en el momento de la conversi�n ", la conducta correspondiente. ao acorde con la condici�n de estar en el Se�or ". En un lenguaje m�s moderno, el ideal cristiano del deber de la esposa tiene como centro mismo la sujeci�n.

Algunos de nosotros sonreiremos ante eso; algunos de nosotros pensaremos que es una noci�n pasada de moda, una supervivencia de una teor�a del matrimonio m�s b�rbara de la que reconoce este siglo. Pero, antes de decidirnos sobre la exactitud del precepto apost�lico, asegur�monos de su significado. Ahora, si nos dirigimos al pasaje correspondiente en Efesios, encontramos que el matrimonio, es considerado desde un punto de vista elevado y sagrado, como una sombra terrenal y un d�bil bosquejo de la uni�n entre Cristo y la Iglesia.

Para Pablo, todas las relaciones humanas y terrenales fueron moldeadas seg�n los patrones de las cosas en los cielos, y toda la fugaz vida visible del hombre fue una par�bola de las "cosas que est�n" en el reino espiritual. Principalmente, la santa y misteriosa uni�n del hombre y la mujer en el matrimonio se modela a semejanza de la �nica uni�n que es m�s cercana y m�s misteriosa que ella misma, a saber, la que existe entre Cristo y Su Iglesia.

Entonces, como son la naturaleza y la fuente de la "sujeci�n" de la Iglesia a Cristo, tal ser� la naturaleza y la fuente de la "sujeci�n" de la esposa al marido. Es decir, es una sujeci�n de la que el amor es alma y principio animador. En un matrimonio verdadero, como en la obediencia amorosa de un alma creyente a Cristo, la esposa se somete no porque haya encontrado un maestro, sino porque su coraz�n ha encontrado su descanso.

Todo lo duro o degradante se desvanece del requisito cuando se mira as�. Es un gozo servir donde el coraz�n est� comprometido, y eso es eminentemente cierto en la naturaleza femenina. Para su plena satisfacci�n, el coraz�n de una mujer necesita mirar hacia arriba donde ama. Sin duda tiene la vida matrimonial m�s plena que puede "reverenciar" a su marido. Para su plena satisfacci�n, el coraz�n de una mujer necesita servir donde ama.

Eso es lo mismo que decir que el amor de una mujer es, en general, m�s noble, m�s puro, m�s desinteresado que el del hombre, y ah�, tanto como en la constituci�n f�sica, se sientan las bases de ese ideal divino del matrimonio, que sit�a el deleite y la dignidad de la esposa en la dulce sujeci�n amorosa.

Por supuesto que la sujeci�n tiene sus limitaciones. "Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres" limita el campo de toda autoridad y control humanos. Luego est�n los casos en los que, seg�n el principio de "las herramientas a las manos que pueden usarlas", la regla recae naturalmente en la esposa como el personaje m�s fuerte. El sarcasmo popular, sin embargo, muestra que tales casos se sienten contrarios al verdadero ideal, y tal esposa carece de algo de reposo para su coraz�n.

Sin duda, tambi�n, desde que Pablo escribi�, y en gran parte por influencias cristianas, las mujeres han sido educadas y elevadas, de modo que la mera sujeci�n sea imposible ahora, si es que alguna vez lo fue. El instinto r�pido de la mujer en cuanto a las personas, su sabidur�a m�s fina, su discernimiento m�s puro en cuanto a las cuestiones morales, hacen que en mil casos lo m�s sabio que puede hacer un hombre escuchar el "sutil flujo de consejos de ritmo plateado" que su esposa le da. .

Todas estas consideraciones son plenamente coherentes con esta ense�anza apost�lica, y sigue siendo cierto que la esposa que no reverencia y obedece con amor debe ser compadecida si no puede, y condenada si no lo hace.

�Y qu� hay del deber del marido? Debe amar, y porque ama, no debe ser severo o amargado, de palabra, mirada o acto. El paralelo en Efesios agrega el pensamiento solemne y elevado de que el amor de un hombre por la mujer, a quien ha hecho suya, debe ser como el de Cristo para la Iglesia. Paciente y generoso, completamente olvidado de s� mismo y abnegado, sin exigir nada, sin renunciar a nada, dando todo, sin rehuir el extremo del sufrimiento y el dolor y la muerte misma, para que �l pueda bendecir y ayudar, tal fue el amor del Se�or por Su esposa. , tal es el amor de un esposo cristiano hacia su esposa.

Ese ejemplo solemne, que eleva toda la emoci�n por encima de la mera pasi�n o el afecto ego�sta, tambi�n conlleva una gran lecci�n en cuanto a la conexi�n entre el amor del hombre y la "sujeci�n" de la mujer. El primero es para evocar al segundo, as� como en el modelo celestial, el amor de Cristo derrite y mueve la voluntad humana a la obediencia gozosa, que es libertad. No decimos que una esposa est� completamente eximida de la obediencia cuando un esposo falla en el amor de olvido de s� mismo, aunque ciertamente no est� en su boca acusar, cuya culpa es m�s grave que la de ella y el origen de ella.

Pero, sin ir tan lejos, podemos reconocer que el verdadero orden es que el amor del esposo, abnegado y generoso, est� destinado a evocar el amor de la esposa, deleit�ndose en el servicio y orgulloso de coronarlo como su rey.

Donde exista tal amor, no habr� cuesti�n de simple orden y obediencia, ni adhesi�n tenaz a los derechos, ni defensa celosa de la independencia. La ley se transformar� en elecci�n. Obedecer ser� alegr�a; servir, la expresi�n natural del coraz�n. El amor que expresa un deseo habla de la m�sica al amor que escucha; y el amor obedeciendo al deseo es libre y reina. Tal belleza sagrada puede iluminar la vida conyugal, si capta un destello de la fuente de toda luz, y brilla por el reflejo del amor que une a Cristo a Su Iglesia como los eslabones de los rayos dorados unen al sol al planeta.

Los maridos y las mujeres deben velar por que esta suprema consagraci�n purifique y eleve su amor. Los j�venes y las doncellas deben recordar que la nobleza y el reposo del coraz�n de toda su vida pueden ser hechos o estropeados por el matrimonio, y prestar atenci�n a d�nde fijan sus afectos. Si no hay unidad en lo m�s profundo de todo, el amor a Cristo, lo sagrado y lo completo se desvanecer� de cualquier amor. Pero si un hombre y una mujer aman y se casan "en el Se�or", �l estar� "en medio", caminando entre ellos, un tercero que los har� uno, y esa triple cuerda no se romper� r�pidamente.

II. Los deberes rec�procos de los hijos y los padres: obediencia y autoridad amable y amorosa. El mandato a los ni�os es lac�nico, decisivo, universal. "Obedece a tus padres en todo". Por supuesto, hay una limitaci�n para eso. Si el mandato de Dios se ve en un sentido y el de un padre en el contrario, la desobediencia es un deber, pero tal caso extremo es probablemente el �nico que la �tica cristiana admite como una excepci�n a la regla.

La brevedad espartana del mandato se refuerza con una consideraci�n, "porque esto agrada al Se�or", como se lee correctamente en la Versi�n Revisada, en lugar de "al Se�or", como en el Autorizado, haciendo as� un paralelo exacto con el antiguo "apropiado en el Se�or". No solo para Cristo, sino para todos los que pueden apreciar la belleza de la bondad, es hermosa la obediencia filial. El paralelo en Efesios sustituye "por esto es correcto", apelando a la conciencia natural. Justo y justo en s� mismo, est� de acuerdo con la ley estampada en la relaci�n misma, y ??se atestigua como tal por la aprobaci�n instintiva que evoca.

Sin duda, el sentimiento moral de la �poca de Pablo llev� la autoridad de los padres a un extremo, y no debemos dudar en admitir que la idea cristiana del poder de un padre y la obediencia de un hijo ha sido mucho m�s suavizada por el cristianismo; pero el ablandamiento ha venido de la mayor prominencia dada al amor, m�s que de la limitaci�n dada a la obediencia.

Me parece que nuestra actual vida dom�stica necesita urgentemente el mandato de Pablo. No se puede dejar de ver que hay una gran laxitud en este asunto en muchos hogares cristianos, como reacci�n quiz�s a la demasiado grande severidad de tiempos pasados. Muchas causas conducen a esta relajaci�n malsana de la autoridad de los padres. En nuestras grandes ciudades, especialmente entre las clases comerciales, los ni�os generalmente est�n mejor educados que sus padres y madres, saben menos de las luchas tempranas y uno a menudo ve un sentido de inferioridad que hace que un padre dude en mandar, as� como una ternura fuera de lugar. haci�ndolo dudar en prohibir.

Una ternura muy fuera de lugar y cruel es decir "�te gustar�a?" cuando deber�a decir "Yo deseo". Es descort�s poner sobre los hombros de los j�venes "el peso de demasiada libertad" e introducir a los corazones j�venes demasiado pronto en la triste responsabilidad de elegir entre el bien y el mal. Ser�a mejor y m�s amoroso, con mucho, posponer ese d�a y dejar que los ni�os sientan que en el nido seguro del hogar, su bondad d�bil e ignorante est� protegida detr�s de una fuerte barrera de mando, y sus vidas simplificadas al tener la �nica deber de obediencia. Muchos padres necesitan el consejo: consulte menos a sus hijos, ord�neles m�s.

Y en cuanto a los ni�os, aqu� est� la �nica cosa que Dios quiere que hagan: "Obedeced a vuestros padres en todo". Como sol�an decir los padres cuando yo era ni�o, "no solo obediencia, sino obediencia inmediata". Es correcto. Eso deber�a bastar. Pero los ni�os tambi�n pueden recordar que es "agradable", justo y bueno de ver, haci�ndolos agradables a los ojos de todos cuya aprobaci�n vale la pena tener, y agradables a ellos mismos, salv�ndolos de muchos pensamientos amargos en los d�as posteriores, cuando el la tumba se ha cerrado sobre el padre y la madre.

Uno recuerda la historia de c�mo el Dr. Johnson, cuando era un hombre, se par� en la plaza del mercado en Lichfield, con la cabeza descubierta, con la lluvia cayendo sobre �l, en un recuerdo arrepentido de la desobediencia infantil a su padre muerto. No hay nada m�s amargo que las l�grimas tard�as por los agravios cometidos contra aquellos que se han ido m�s all� del alcance de nuestra penitencia. "Hijos, obedezcan a sus padres en todo", para que se ahorren el aguij�n de la conciencia por las faltas infantiles, que pueden volver a producir hormigueo y escozor incluso en la vejez.

La ley para los padres est� dirigida a los "padres", en parte porque la ternura de una madre tiene menos necesidad de la advertencia "no provoques a tus hijos", que la regla m�s rigurosa de un padre, y en parte porque se considera que el padre es el jefe de la familia. familiar. El consejo est� lleno de sagacidad pr�ctica: �C�mo provocan los padres a sus hijos? Por �rdenes irrazonables, por perpetuas restricciones, por caprichosos tirones de las riendas, alternando con caprichosas soltar las riendas por completo, por no gobernar su propio temperamento, por tonos estridentes o severos donde har�an los tranquilos y suaves, por frecuentes reprimendas y reprimendas. y escatimando alabanzas.

�Y qu� es seguro que seguir� a tal maltrato por parte de padre o madre? Primero, como dice el pasaje paralelo de Efesios, "ira" - estallidos de mal genio, por los cuales probablemente el ni�o es castigado y el padre es culpable - y luego apat�a y apat�a sin esp�ritu. "No puedo complacerlo, haga lo que haga", conduce a una sensaci�n de injusticia irritante, y luego a la imprudencia, "es in�til intentarlo m�s". Y cuando un ni�o o un hombre se desanima, no habr� m�s obediencia.

La teor�a de Pablo sobre la educaci�n de los hijos est� estrechamente relacionada con su doctrina central, que el amor es la vida de servicio y la fe el padre de la justicia. Para �l, la esperanza, la alegr�a y el amor confiado son la base de toda obediencia. Cuando un ni�o ama y conf�a, obedecer�. Cuando teme y tenga que pensar en su padre como caprichoso, exigente o severo, har� como el hombre de la par�bola, que tuvo miedo porque pensaba en su amo como austero, cosechando donde no sembr�, y por lo tanto fue. y escondi� su talento.

La obediencia de los ni�os debe alimentarse del amor y la alabanza. El miedo paraliza la actividad y mata el servicio, ya sea que se acobarde en el coraz�n de un ni�o ante su padre, o de un hombre ante su Padre celestial. As� que los padres deben dejar que el sol de su sonrisa haga madurar el amor de sus hijos en fruto de la obediencia, y recuerden que las heladas en primavera esparcen las flores sobre la hierba. Muchos padres, especialmente muchos padres, llevan a su hijo al mal manteni�ndolo a distancia.

Deber�a convertir a su hijo en un compa�ero y compa�ero de juegos, ense�arle a pensar en su padre como su confidente, tratar de mantener a su hijo m�s cerca de �l que de cualquier otra persona, y entonces su autoridad ser� absoluta, sus opiniones un or�culo y su m�s liviano. deseo una ley. �No se basa el reino de Jesucristo en que �l se convirti� en un hermano y en uno de nosotros, y no se ejerce con mansedumbre y se impone con amor? �No es la m�s absoluta de las reglas? �Y no deber�a ser as� la autoridad paterna, teniendo una ca�a por cetro, siendo la humildad y la mansedumbre m�s fuertes para gobernar e influir que las "varas de hierro" o de oro que empu�an los monarcas terrenales?

Se agrega a este precepto, en Efesios, un mandato sobre el lado positivo del deber de los padres: "Cr�alos en la disciplina y amonestaci�n del Se�or". Me temo que es un deber ca�do lamentablemente en desuso en muchos hogares cristianos. Muchos padres piensan que es prudente enviar a sus hijos fuera de casa para que se eduquen y, por lo tanto, entregan su formaci�n moral y religiosa a los maestros. Eso puede ser correcto, pero hace que el cumplimiento de este precepto sea casi imposible.

Otros, que tienen a sus hijos a su lado, est�n demasiado ocupados toda la semana. y demasiado aficionado al "descanso" los domingos. Muchos env�an a sus hijos a una escuela dominical principalmente para que ellos mismos puedan tener una casa tranquila y un sue�o profundo por la tarde. Todo ministro cristiano, si mantiene los ojos abiertos, debe ver que no hay ninguna instrucci�n religiosa que valga la pena llamar por su nombre en un gran n�mero de hogares que profesan ser cristianos; y est� obligado a insistir muy seriamente en sus oyentes la cuesti�n de si los padres y madres cristianos entre ellos cumplen con su deber en este asunto.

Muchos de ellos, me temo, nunca han abierto la boca a sus hijos sobre temas religiosos. �No es una pena y una verg�enza que hombres y mujeres con alguna religi�n en ellos, y amando mucho a sus peque�os, sean atados con la lengua ante ellos en lo m�s importante de todas las cosas? �Qu� puede resultar de ello sino qu� resulta de ello tan a menudo que nos entristece ver con qu� frecuencia ocurre, que los hijos se alejen de una fe que a sus padres no les importaba lo suficiente como para ense��rsela? Un padre silencioso hace hijos pr�digos, y muchas cabezas grises han sido derribadas con dolor a la tumba, y el coraz�n de muchas madres se ha roto porque �l y ella descuidaron su simple deber, que no puede ser entregado a escuelas ni a maestros. deber de instrucci�n religiosa. �Estas palabras que yo te mando, estar�n en tu coraz�n;

III. Los deberes rec�procos de sirvientes y amos: obediencia y justicia.

Lo primero que hay que observar aqu� es que estos "sirvientes" son esclavos, no personas que voluntariamente han dado su trabajo a cambio de un salario. La relaci�n del cristianismo con la esclavitud es un tema demasiado amplio para tocarlo aqu�. Basta se�alar que Pablo reconoce que "la suma de todas las villan�as", da instrucciones a ambas partes en ella, nunca dice una palabra para condenarla. M�s notable a�n; el mensajero que llev� esta carta a Colosas llev� en la misma bolsa la Ep�stola a Filem�n, y fue acompa�ado por el esclavo fugitivo On�simo, en cuyo cuello Pablo volvi� a atar la cadena, por as� decirlo, con sus propias manos.

Y, sin embargo, el evangelio que predic� Pablo contiene principios que cortan la esclavitud de ra�z; como leemos en esta misma carta, "En Cristo Jes�s no hay esclavo ni libre". Entonces, �por qu� no hicieron la guerra Cristo y sus ap�stoles contra la esclavitud? Por la misma raz�n por la que no hicieron la guerra contra ninguna instituci�n pol�tica o social. "Primero haz bueno el �rbol y bueno su fruto". La �nica forma de reformar las instituciones es elevar y avivar la conciencia general, y entonces el mal ser� superado, dejado atr�s o descartado.

Moldear a los hombres y los hombres moldear�n las instituciones. De modo que el cristianismo no se propuso talar este �rbol de upas, lo que habr�a sido una tarea larga y peligrosa; pero lo ci��, como podemos decir, le quit� la corteza y lo dej� morir, y ahora ha muerto en todas las tierras cristianas.

Pero los principios establecidos aqu� son tan aplicables a nuestra forma de servicio dom�stico y de otro tipo como a los esclavos y amos de Colosas.

Note entonces el alcance de la obediencia del siervo - "en todas las cosas". Aqu�, por supuesto, como en los casos anteriores, se presupone el l�mite de la suprema obediencia a los mandamientos de Dios; que estando a salvo, todo lo dem�s es dar paso al deber de sumisi�n. Es un comando severo, que parece todo del lado de los amos. Pod�a estremecer a muchos esclavos, que se hab�an sentido atra�dos por el Evangelio por la esperanza de encontrar alg�n alivio del yugo que presionaba tan fuertemente sobre su pobre cuello irritado, y de o�r alguna voz hablando en tonos m�s tiernos que los de comando severo.

A�n m�s enf�ticamente, y, como podr�a parecer, a�n con m�s dureza, el Ap�stol contin�a insistiendo en la integridad interior de la obediencia, "no con el servicio de los ojos (una palabra que el propio Pablo acu��) como complacientes a los hombres". Tenemos un proverbio sobre el valor del ojo del maestro, que atestigua que la misma falta todav�a se aferra al servicio contratado. Uno s�lo tiene que mirar al siguiente grupo de alba�iles que se ve en un andamio, o de constructores de heno con el que se encuentra en un campo, para verlo.

El vicio era venial en los esclavos; es imperdonable, porque se oscurece en el robo, en los sirvientes pagados, y se extiende por todas partes. Todo el trabajo fraudulento, todas las producciones de la mano o el cerebro del hombre que se levantan para verse mejor de lo que son, todo desfile quisquilloso de diligencia cuando son inspeccionados y descuidos despu�s, y todos sus semejantes que infectan e infestan todos los oficios y profesiones, quedan paralizados por la punta aguda de este precepto.

"Pero con sencillez de coraz�n", es decir, con motivo indiviso, que es la ant�tesis y la cura del "servicio ocular", y el "temer a Dios", que se opone a "agradar a los hombres". Luego sigue el mandamiento positivo, que cubre todo el terreno de la acci�n y eleva la obediencia obligada al maestro terrenal a la sagrada y serena elevaci�n del deber religioso, "todo lo que hagas, trabaja de coraz�n" o desde el alma.

La palabra para trabajar es m�s fuerte que para hacer e implica esfuerzo y trabajo. Deben poner todo su poder en su trabajo y no tener miedo de trabajar duro. Y no s�lo deben doblar la espalda, sino tambi�n la voluntad, y trabajar "desde el alma", es decir, con alegr�a y con inter�s, una dura lecci�n para un esclavo y pedir m�s de lo que podr�a esperarse de la naturaleza humana, ya que muchos de ellos, sin duda, pensar�a.

Pablo pasa a transfigurar la miseria y la miseria de la suerte del esclavo con un repentino rayo de luz - "como para el Se�or" -su verdadero "Amo", porque es la misma palabra que en el vers�culo anterior- "y no para los hombres . " No piense en sus tareas como s�lo encomendadas por hombres duros, caprichosos y ego�stas, sino que eleve sus pensamientos a Cristo, que es su Se�or, y glorifique todos estos deberes s�rdidos al ver Su voluntad en ellos. S�lo el que trabaja como "para el Se�or" trabajar� "de coraz�n.

"El pensamiento de la orden de Cristo, y de mi pobre trabajo hecho por su causa, cambiar� la restricci�n en alegr�a, y har� que las tareas no deseadas sean placenteras, frescas y mon�tonas, y grandiosas las triviales. Evocar� nuevos poderes y una renovada consagraci�n. esa atm�sfera, la tenue llama de la obediencia servil arder� m�s intensamente, como una l�mpara sumergida en un frasco de ox�geno puro.

Se suma el est�mulo de una gran esperanza para el esclavo maltratado y no remunerado. Cualquier cosa que sus amos terrenales pudieran dejar de darles, el verdadero Maestro a quien realmente serv�an no aceptar�a ning�n trabajo por el que no devolviera m�s que un salario suficiente. "De Jehov� recibir�is la recompensa de la herencia". Golpes, comida escasa y alojamiento deficiente puede ser todo lo que obtengan de sus due�os por todo su sudor y trabajo, pero si son esclavos de Cristo, no ser�n tratados m�s como esclavos, sino como hijos, y recibir�n la porci�n de un hijo, el recompensa exacta que consiste en la "herencia".

"La yuxtaposici�n de las dos ideas del esclavo y la herencia evidentemente insin�a el pensamiento t�cito de que son herederos porque son hijos, un pensamiento que bien podr�a levantar la espalda encorvada y alegrar los rostros apagados. La esperanza de esa recompensa lleg� como un �ngel en las chozas humeantes y las vidas desesperadas de estos pobres esclavos. Brillaba a trav�s de toda la penumbra y la miseria, y ense�aba la paciencia debajo de "la maldad del opresor, la contumedad del hombre orgulloso.

"A lo largo de largas y cansadas generaciones ha vivido en los corazones de los hombres impulsados ??hacia Dios por la tiran�a del hombre, y obligados a aferrarse al brillo del cielo para evitar que la oscuridad de la tierra los vuelva locos. Puede irradiar nuestra pobre vida, especialmente cuando fallamos. , como todos hacemos a veces, para obtener reconocimiento de nuestro trabajo, o fruto de �l. Si trabajamos por el aprecio o la gratitud del hombre, ciertamente nos decepcionaremos; pero si por Cristo, tenemos abundantes salarios de antemano, y tendremos un Retribuci�n excesiva, cuya generosidad nos avergonzar� m�s de nuestro servicio indigno que cualquier otra cosa. Cristo no queda en deuda con nadie. "�Qui�n dio primero, y le ser� recompensado?"

La �ltima palabra para el esclavo es una advertencia contra el descuido del deber. Habr� una doble recompensa: para el esclavo de Cristo, la porci�n de un hijo; a la retribuci�n del malhechor "por el mal que ha hecho". Entonces, aunque la esclavitud era en s� misma un mal, aunque el amo que ten�a a un hombre en servidumbre estaba infligiendo �l mismo el mayor de todos los males, sin embargo, Pablo har� que el esclavo piense que todav�a tiene deberes para con su amo.

Esa es parte de la posici�n general de Pablo en cuanto a la esclavitud. No le har� la guerra, pero por el momento lo aceptar�. Se puede cuestionar si vio la plena influencia del evangelio en esa y otras instituciones infames. Nos ha dado los principios que los destruir�n, pero no es un revolucionario, por lo que su consejo actual es recordar los derechos del amo, aunque est�n fundamentados en el mal, y no duda en condenar y predecir la retribuci�n por las cosas malas. hecho por un esclavo a su amo.

La injusticia de un superior no justifica la infracci�n de la ley moral por parte de un inferior, aunque puede justificarla. Dos negros no hacen un blanco. En esto radica la condena de todos los cr�menes que han cometido las naciones y clases esclavizadas, de muchos actos que han sido honrados y cantados, de las sanguinarias crueldades de las revueltas serviles, as� como de los cuestionables medios a los que recurre a menudo el trabajo en la industria moderna. guerra.

El sencillo y sencillo principio de que un hombre no recibe el derecho de quebrantar las leyes de Dios porque es maltratado, despejar�a mucha niebla de las nociones de algunas personas sobre c�mo promover la causa de los oprimidos.

Pero, por otro lado, esta advertencia tambi�n puede mirar hacia los maestros; y probablemente la misma doble referencia tambi�n debe discernirse en las palabras finales a los esclavos, "y no hay respeto por las personas". Los sirvientes naturalmente se sintieron tentados a pensar que Dios estaba de su lado, como de hecho lo estaba, pero tambi�n a pensar que el gran d�a del juicio venidero estaba destinado principalmente a ser terrible para los tiranos y opresores, y por lo tanto esperarlo con avidez. feroz alegr�a no cristiana, as� como con una falsa confianza construida s�lo sobre su actual miseria.

Ser�an propensos a pensar que Dios "respet� a las personas", de manera opuesta a la de un juez parcial, es decir, que inclinar�a la balanza a favor de los maltratados, los pobres, los oprimidos; que tendr�an una prueba f�cil y una sentencia leve, mientras que Sus ce�os fruncidos y Su severidad se mantendr�an para los poderosos y los ricos que hab�an molido los rostros de los pobres y retenido el salario del trabajador.

Por lo tanto, fue un recordatorio necesario para ellos, y para todos nosotros, que ese juicio no tiene nada que ver con las condiciones terrenales, sino solo con la conducta y el car�cter; que el dolor y la calamidad aqu� no abren las puertas del cielo en el m�s all�, y que el esclavo y el amo son probados por la misma ley.

La serie de preceptos se cierra con una palabra breve pero muy fecunda para los maestros. Se les pide que den a sus esclavos "lo que es justo e igual", es decir, "equitativo". Un criterio sorprendente para el deber de un amo para con el esclavo a quien se le neg� tener ning�n derecho. Eran bienes muebles, no personas. Un maestro pod�a, con respecto a ellos, hacer lo que quisiera con los suyos; podr�a crucificar o torturar, o cometer cualquier crimen contra la hombr�a, ya sea en cuerpo o alma, y ??ninguna voz cuestionar�a o prohibir�a.

�Cu�n asombrados habr�an estado los legisladores romanos si hubieran escuchado a Pablo hablar acerca de la justicia y la equidad aplicadas a un esclavo! �Qu� dialecto nuevo y extra�o debi� haberles sonado a los due�os de esclavos en la Iglesia Colosense! No ver�an hasta qu� punto el principio, as� introducido silenciosamente, iba a llegar a las edades sucesivas; no pod�an so�ar, con el gran �rbol que iba a brotar de esta peque�a semilla precepto; pero sin duda el instinto que rara vez falla a una clase injustamente privilegiada, har�a que no les gustara ciegamente la exhortaci�n, y sentir�a como si estuvieran saliendo de su profundidad cuando se les pidiera considerar lo que es "correcto" y "equitativo" en sus tratos. con sus esclavos.

El Ap�stol no define qu� es "justo e igual". Eso vendr�. Lo principal es llevar a casa la convicci�n de que hay deberes que se deben a los esclavos, a los inferiores, a los empleados. Estamos todav�a bastante lejos de una descarga satisfactoria de estos; pero, en cualquier caso, ahora todo el mundo admite el principio, y tenemos que agradecer principalmente al cristianismo por eso. Lentamente, la conciencia general va reconociendo cada vez m�s claramente esa simple verdad, y su aplicaci�n es cada vez m�s decisiva con cada generaci�n.

Hay mucho por hacer antes de que la sociedad se organice sobre ese principio, pero el momento est� llegando, y hasta que no llegue, no habr� paz. Todos los amos y empleadores del trabajo, en sus f�bricas y almacenes, est�n obligados a basar sus relaciones con las "manos" y los sirvientes en el �nico fundamento firme de la "justicia". Pablo no dice: Dad a vuestros siervos lo que sea bondadoso y condescendiente. Quiere mucho m�s que eso. A la caridad le gusta venir y suplir los deseos que nunca se habr�an sentido si hubiera habido equidad. Una onza de justicia a veces vale una tonelada de caridad.

Este deber de los amos es reforzado por el mismo pensamiento que deb�a estimular a los sirvientes a sus tareas: "vosotros tambi�n ten�is un Maestro en el cielo". Eso no es solo un est�mulo, sino un patr�n. Dije que Pablo no especific� lo que era justo y recto, y que, por lo tanto, su precepto podr�a ser objeto de objeciones por ser vago. �La introducci�n de este pensamiento del Maestro del maestro en el cielo elimina algo de la vaguedad? Si Cristo es nuestro Maestro, entonces debemos mirarlo para ver lo que debe ser un maestro y tratar de ser maestros as�.

Eso es lo suficientemente preciso, �no? Eso agarra lo suficientemente fuerte, �no es as�? D� a sus siervos lo que espera y necesita obtener de Cristo. Si tratamos de vivir ese mandamiento durante veinticuatro horas, probablemente no sea su vaguedad lo que nos queje. "Ten�is un Maestro en el cielo" es el gran principio sobre el que descansa todo deber cristiano. El mandamiento de Cristo es mi ley, su voluntad es suprema, su autoridad absoluta, su ejemplo todo suficiente.

Mi alma, mi vida, mi todo es suyo. Mi voluntad no es m�a. Mis posesiones no son m�as. Mi ser no es m�o. Todo deber se eleva a la obediencia a �l, y la obediencia a �l, total y absoluta, es dignidad y libertad. Somos esclavos de Cristo, porque �l nos compr� para s� mismo, entreg�ndose a s� mismo por nosotros. Dejemos que ese gran sacrificio gane el amor de nuestro coraz�n y nuestra perfecta sumisi�n. "Oh Se�or, en verdad soy Tu siervo, T� has desatado mis cadenas.

"Entonces todas las relaciones terrenales ser�n cumplidas por nosotros; y nos moveremos entre los hombres, respirando bendiciones y radiando brillo, cuando en todos recordemos que tenemos un Maestro en el cielo, y hacemos todo nuestro trabajo desde el alma como para �l y no a los hombres.

Versículos 2-6

Cap�tulo 4

PRECEPTOS PARA LA VIDA �NICA Y EXTERIOR

Colosenses 4:2 (RV)

As� termina la parte �tica de la Ep�stola. Una mirada a la serie de exhortaciones pr�cticas, desde el comienzo del cap�tulo anterior en adelante, mostrar� que, en t�rminos generales, podemos decir que tratan sucesivamente de los deberes del cristiano para con �l mismo, la Iglesia y la familia. Y ahora, estos �ltimos consejos tocan los dos extremos de la vida, el primero de ellos haciendo referencia a la vida oculta de la oraci�n, y el segundo y el tercero a la vida exterior y ajetreada del mercado y la calle.

Esa uni�n de los extremos parece ser el v�nculo de conexi�n aqu�. La vida cristiana se considera en primer lugar como reunida en s� misma, como si estuviera enrollada en su centro, como un manantial fuerte. A continuaci�n, se considera que funciona en el mundo y, como el resorte desenrollador, da movimiento a ruedas y pi�ones. Estos dos lados de la experiencia y el deber a menudo son dif�ciles de combinar armoniosamente. El conflicto entre la ocupada Marta, que sirve, y la tranquila Mar�a, que solo se sienta y mira, contin�a en todas las �pocas y en todos los corazones.

Aqu� podemos encontrar, en cierta medida, el principio de reconciliaci�n entre sus pretensiones antag�nicas. Aqu� est�, en todo caso, la protesta en contra de permitir que uno de los dos derroque al otro. La oraci�n continua debe combinarse con la acci�n incansable. Debemos caminar por los polvorientos caminos de la vida como para estar siempre en el lugar secreto del Alt�simo. "Contin�en con firmeza en la oraci�n", y con todo, que no haya un abandono malsano de los deberes y las relaciones del mundo exterior, sino que la oraci�n se convierta, primero, en un camino sabio y, en segundo lugar, en un discurso siempre lleno de gracia.

I. As� que tenemos aqu�, primero, una exhortaci�n a una vida oculta de oraci�n constante.

La palabra traducida "continuar" en la Versi�n Autorizada, y m�s completamente en la Versi�n Revisada por "continuar firmemente", se encuentra con frecuencia en referencia a la oraci�n, as� como en otras conexiones. Una mera enumeraci�n de algunos de estos casos puede ayudar a ilustrar su significado completo. "Nos entregaremos a la oraci�n", dijeron los ap�stoles al proponer la creaci�n del oficio de di�cono. "Continuando el instante en la oraci�n", dice Pablo a la Iglesia Romana.

"Contin�an todos los d�as un�nimes en el templo" es la descripci�n de los primeros creyentes despu�s de Pentecost�s. Se dice que Sim�n el Mago "continu� con Felipe", donde evidentemente existe la idea de una estrecha adhesi�n as� como de un compa�erismo ininterrumpido. Estos ejemplos parecen mostrar que la palabra implica tanto seriedad como continuidad; de modo que este mandato no solo cubre el fundamento de la otra exhortaci�n de Pablo, "Orad sin cesar", sino que tambi�n incluye fervor.

La vida cristiana, entonces, debe ser de oraci�n ininterrumpida.

�Qu� tipo de oraci�n puede ser la que debe ser continua a trav�s de una vida que debe estar llena de trabajo en las cosas externas? �C�mo se puede obedecer tal precepto? Seguramente no hay necesidad de reducir su amplitud y decir que simplemente significa una repetici�n muy frecuente a ejercicios devotos, tan a menudo como lo permita la presi�n de los deberes diarios. Esa no es la direcci�n en la que debe buscarse la armonizaci�n de tal precepto con las evidentes necesidades de nuestra posici�n.

We must seek it in a more inward and spiritual notion of prayer. We must separate between the form and the substance, the treasure and the earthen vessel which carries it. What is prayer? Not the utterance of words-they are but the vehicle; but the attitude of the spirit. Communion, aspiration, and submission, these three are the elements of prayer-and these three may be diffused through a life. It is possible, though difficult.

Puede haber una comuni�n ininterrumpida, una conciencia constante de la presencia de Dios y de nuestro contacto con �l, que estremece nuestras almas y las refresca, como un soplo de primavera que llega a los trabajadores en las f�bricas atascadas y las calles concurridas; o incluso si la comuni�n no corre como una l�nea de luz absolutamente ininterrumpida a trav�s de nuestras vidas, los puntos pueden estar tan cerca unos de otros como todos menos para tocarse. En tal comuni�n, las palabras son innecesarias.

Cuando los esp�ritus se acercan m�s, no hay necesidad de hablar. En silencio, el coraz�n puede mantenerse fragante con la presencia sentida de Dios y soleado con la luz de Su rostro. Hay pueblos enclavados debajo de los Alpes, cada callej�n estrecho y sucio de los cuales mira hacia los grandes picos nevados solemnes, y los habitantes, en medio de toda la miseria de sus alrededores, tienen ese apocalipsis de asombro siempre ante ellos, si tan solo levantaran los ojos. . Entonces nosotros, si queremos, podemos vivir con las majestades y bellezas del gran trono blanco y de Aquel que se sent� en �l cerrando cada vista y llenando el final de cada pasaje com�n en nuestras vidas.

De la misma manera, puede haber una presencia continua, t�cita e inquebrantable del segundo elemento de la oraci�n, que es la aspiraci�n o el deseo de Dios. Todas las circunstancias, ya sea el deber, el dolor o la alegr�a, deben y pueden usarse para estampar m�s profundamente en mi conciencia el sentido de mi debilidad y necesidad; y cada momento, con su experiencia de la gracia r�pida y puntual de Dios, y toda mi comuni�n con �l, que me revela Su belleza, debe combinarse para mover anhelos por �l, por m�s de �l.

El clamor m�s profundo del coraz�n que comprende sus propios anhelos es por el Dios vivo; y perpetua como el hambre del esp�ritu por el alimento que mantendr� sus profundos deseos, ser� la oraci�n, aunque a menudo no tenga voz, del alma que sabe d�nde est� solo ese alimento.

Tambi�n puede ser continua nuestra sumisi�n a Su voluntad, que es esencial en toda oraci�n. La idea de muchas personas es que nuestra oraci�n est� impulsando nuestros deseos a Dios, y que Su respuesta nos est� dando lo que deseamos. Pero la verdadera oraci�n es el encuentro en armon�a entre la voluntad de Dios y la del hombre, y su expresi�n m�s profunda no es: Haz esto, porque lo deseo, oh Se�or; pero hago esto porque T� lo deseas, oh Se�or. Esa sumisi�n puede ser la fuente misma de toda la vida, y cualquier trabajo que se haga con ese esp�ritu, por "secular" y por peque�o que sea, si estuviera haciendo botones, es verdaderamente oraci�n.

As� que deber�a correr a lo largo de nuestras vidas la m�sica de esa oraci�n continua, escuchada debajo de todas nuestras variadas ocupaciones como una nota de bajo profunda y prolongada, que sostiene y da dignidad a la melod�a m�s ligera que sube y baja y cambia por encima de ella, como el roc�o. en la cresta de una gran ola. Entonces, nuestras vidas ser�n nobles y graves, y se entretejen en una unidad armoniosa, cuando est�n basadas en la comuni�n continua con Dios, el deseo continuo y la sumisi�n continua a Dios. Si no lo son, no valdr�n nada y se convertir�n en nada.

Pero tal continuidad de la oraci�n no debe lograrse sin esfuerzo; por lo tanto, Pablo contin�a diciendo: "Velando en �l". Somos propensos a hacer somnolientos todo lo que hacemos constantemente. Los hombres se duermen en cualquier trabajo continuo. Tambi�n existe la influencia constante de lo externo, que aleja nuestros pensamientos de su verdadero hogar en Dios, de modo que si queremos mantener una devoci�n continua, tendremos que despertarnos a menudo cuando estamos en el mismo acto de quedarnos dormidos.

"�Despierta, gloria m�a!" a menudo tendremos que decirle a nuestras almas. �No conocemos todos esa languidez que se acerca sutilmente? �Y no nos hemos sorprendido a menudo en el mismo acto de quedarnos dormidos en nuestras oraciones? Debemos hacer esfuerzos distintos y decididos para despertarnos; debemos concentrar nuestra atenci�n y aplicar los estimulantes necesarios, y poner el inter�s y la actividad de toda nuestra naturaleza en este trabajo de oraci�n continua; de lo contrario, se convertir� en un murmullo somnoliento como de un hombre pero medio despierto. El mundo tiene fuertes opi�ceos para el alma, y ??debemos resistir firmemente su influencia si queremos "continuar en oraci�n".

Una forma de vigilar es tener y observar tiempos definidos de oraci�n hablada. Hoy en d�a escuchamos mucho sobre el peque�o valor de los tiempos y las formas de oraci�n, y c�mo, como he dicho, la verdadera oraci�n es independiente de estos y no necesita palabras. Todo eso, por supuesto, es cierto; pero cuando se saca la conclusi�n pr�ctica de que, por tanto, podemos prescindir de la forma exterior, se comete un grave error, lleno de da�o.

Yo, por mi parte, no creo en una devoci�n difundida a trav�s de una vida y nunca concentrada y saliendo a la superficie en actos externos visibles o palabras audibles; y, por lo que he visto, los hombres cuya religi�n est� m�s difundida a lo largo de sus vidas son realmente los hombres que mantienen lleno el dep�sito central, si se me permite decirlo as�, mediante horas regulares y frecuentes y palabras de oraci�n. El Cristo, cuya vida entera era devoci�n y comuni�n con el Padre, ten�a su noche en las monta�as y, levant�ndose mucho antes del d�a, velaba para orar. Debemos hacer algo parecido.

A�n queda por decir una palabra m�s. Esta oraci�n continua debe ser "con acci�n de gracias", de nuevo el mandamiento tan frecuente en esta carta, en tan variadas conexiones. Toda oraci�n debe mezclarse con gratitud, sin cuyo perfume, el incienso de la devoci�n carece de un elemento de fragancia. El sentido de necesidad, o la conciencia del pecado, puede evocar "llanto fuerte y l�grimas", pero la oraci�n m�s completa surge confiada de un coraz�n agradecido, que teje la memoria en esperanza y pide mucho porque ha recibido mucho.

Un verdadero reconocimiento de la bondad amorosa del pasado tiene mucho que ver con hacer dulce nuestra comuni�n, nuestros deseos de creer, nuestra sumisi�n alegre. El agradecimiento es la pluma que hace volar la flecha de la oraci�n, la altura desde la cual nuestras almas se elevan m�s f�cilmente al cielo.

Y ahora el tono del Ap�stol se suaviza de la exhortaci�n a la s�plica, y con muy dulce y conmovedora humildad pide un rinc�n suplementario en sus oraciones. "Withal rezando tambi�n por nosotros". El "con" y "tambi�n" tienen un tono de humildad en ellos, mientras que el "nosotros", incluyendo como lo hace a Timoteo, quien est� asociado con �l en el encabezado de la carta, y posiblemente otros tambi�n, aumenta la impresi�n de modestia. .

El tema de sus oraciones por Pablo y los dem�s es que "Dios pueda abrirnos una puerta para la palabra". Esa frase aparentemente significa una oportunidad sin obst�culos de predicar el evangelio, porque se agrega la consecuencia de la apertura de la puerta: "hablar (para que yo hable) el misterio de Cristo". La raz�n especial de esta oraci�n es, "por la cual tambi�n estoy (adem�s de mis otros sufrimientos) en cadenas".

El era un prisionero. Le importaba poco eso o los grilletes de sus mu�ecas, en lo que respecta a su propia comodidad; pero su esp�ritu se irritaba por la restricci�n que se le impuso al difundir las buenas nuevas de Cristo, aunque hab�a podido hacer mucho en su prisi�n, tanto entre la guardia pretoriana como entre toda la poblaci�n de Roma. Por lo tanto, invitar�a a sus amigos a pedirle a Dios que abriera las puertas de la prisi�n, como lo hab�a hecho con Pedro, no para que Pablo saliera, sino para que saliera el evangelio.

El personal fue devorado; todo lo que le importaba era hacer su trabajo. Pero �l quiere sus oraciones por algo m�s que eso: "para que pueda manifestarlo como debo hablar". Esto probablemente se explica de manera m�s natural en el sentido de su investidura de poder para presentar el mensaje de una manera adecuada a su grandeza. Cuando pens� en lo que �l, indigno, ten�a que predicar, su majestad y maravilla trajeron una especie de asombro sobre su esp�ritu; y dotado, como estaba, de funciones apost�licas y de gracia apost�lica; consciente, como estaba, de haber sido ungido e inspirado por Dios, sin embargo, sent�a que la riqueza del tesoro hac�a que el vaso de barro pareciera terriblemente indigno de llevarlo.

Sus declaraciones le parec�an pobres y poco melodiosas al lado de las majestuosas armon�as del evangelio. No pudo suavizar su voz para respirar con la suficiente ternura un mensaje de tal amor, ni darle la fuerza suficiente para repicar un mensaje de tan tremenda importancia y destino mundial.

Si Pablo sinti� que su concepci�n de la grandeza del evangelio empeque�ec�a en nada sus palabras cuando trat� de predicarlo, �qu� debe sentir cualquier otro verdadero ministro de Cristo? Si �l, en la plenitud de su inspiraci�n, suplic� un lugar en las oraciones de sus hermanos, cu�nto m�s lo necesitar�n, quienes intentan con balbucear lenguas predicar la verdad que hizo parecer sus ardientes palabras. �hielo? Todo hombre as� debe volverse hacia los que lo aman y escuchar su pobre presentaci�n de las riquezas de Cristo, con la s�plica de Pablo. Sus amigos no pueden hacer nada m�s amable con �l que llevarlo en sus corazones en sus oraciones a Dios.

II. Tenemos aqu� a continuaci�n, un par de preceptos, que brotan de un salto desde el secreto m�s �ntimo de la vida cristiana a su circunferencia, y se refieren a la vida exterior con respecto al mundo no cristiano, prescribiendo, en vista de ello, una andar sabio y hablar con gracia.

"Camina con sabidur�a hacia los que est�n afuera". Los que est�n dentro son los que han "huido en busca de refugio" a Cristo, y est�n dentro del redil, la fortaleza, el arca. Los hombres que se sientan seguros en el interior mientras la tormenta a�lla, pueden simplemente pensar con complacencia ego�sta en los pobres infelices expuestos a su fiereza. La frase puede expresar orgullo espiritual e incluso desprecio. Todas las corporaciones cercanas tienden a generar aversi�n y desprecio por los forasteros, y la Iglesia ha tenido su propia parte de ese sentimiento; pero no hay rastro de nada por el estilo aqu�.

M�s bien, hay patetismo y piedad en la palabra, y un reconocimiento de que su triste condici�n les da a estos forasteros un derecho a reclamar sobre los hombres cristianos, que est�n obligados a salir en su ayuda y traerlos. Precisamente porque est�n "fuera", los de dentro D�mosles un camino prudente, para que "si alguno no oye la palabra, sea ganado sin la palabra". El pensamiento es en cierta medida paralelo a las palabras de nuestro Se�or, de las cuales quiz�s sea una reminiscencia.

"He aqu�, os env�o" -algo extra�o que pueda hacer un pastor cuidadoso- "como ovejas en medio de lobos; sed, pues, sabios como serpientes". Piense en esa imagen: el pu�ado de criaturas asustadas encogidas de miedo acurrucadas unas contra otras y rodeadas por esa multitud que gritaba, de dientes blancos, �listas para hacerlas pedazos! Tambi�n lo son los seguidores de Cristo en el mundo. Por supuesto, las cosas han cambiado en muchos aspectos desde aquellos d�as; en parte porque la persecuci�n ha pasado de moda, y en parte porque "el mundo" ha sido influido en gran medida por la moral cristiana, y en parte porque la Iglesia se ha secularizado en gran medida.

La temperatura de los dos se ha igualado casi por completo en una gran parte de la cristiandad profesante. De modo que ha surgido una comprensi�n bastante buena y un comercio vigoroso entre las ovejas y los lobos. Pero a pesar de todo eso, existe una discordia fundamental, por m�s cambiada que sea su exhibici�n, y si somos fieles a nuestro Maestro e insistimos en moldear nuestras vidas seg�n Sus reglas, descubriremos que la hay.

Necesitamos, por tanto, "caminar con sabidur�a" hacia el mundo no cristiano; es decir, dejar que la prudencia pr�ctica moldee toda nuestra conducta. Si somos cristianos, tenemos que vivir bajo la mirada de observadores vigilantes y no del todo amistosos, que obtienen satisfacci�n y da�o de cualquier inconsistencia nuestra. Una vida claramente cristiana que no necesita comentarios para exhibir su armon�a con los mandamientos de Cristo es el primer deber que les debemos.

Y la sabidur�a que ha de moldear nuestras vidas en vista de estos forasteros "discernir� tanto el tiempo como el juicio", tratar� de medir a los hombres y actuar en consecuencia. El sentido com�n y la sagacidad pr�ctica son importantes acompa�antes del celo cristiano. Qu� personaje tan singularmente complejo, a este respecto, era el de Paul: entusiasta y, sin embargo, capaz de tal adaptaci�n diplom�tica; �Y sin dejar nunca de caer en la astucia, ni sacrificar la verdad! Los entusiastas que desprecian la sabidur�a mundana y, por lo tanto, a menudo se azotan contra los muros de piedra, no son raros; las calculadoras geniales que aborrecen todo resplandor generoso de sentimiento y tienen siempre un balde de agua fr�a para cualquier proyecto que lo demuestre, son demasiado comunes, pero el fuego y el hielo juntos, como un volc�n con glaciares fluyendo por su cono, son raros.

El fervor casado con el tacto, el sentido com�n que se mantiene cerca de la tierra y el entusiasmo que arde en lo alto del cielo son una combinaci�n rara. No es frecuente que la misma voz pueda decir: "No cuento mi vida como querida para m�" y "Me convert� en todo para todos".

�Un principio peligroso que dura, un terreno muy resbaladizo sobre el que pisar! -Dice la gente, y con toda sinceridad. Es peligroso, y una sola cosa mantendr� los pies de un hombre cuando est� sobre �l, y es que su sabia adaptaci�n ser� perfectamente desinteresada, y que siempre tendr� claro ante �l el gran objetivo que debe alcanzarse, que no es nada personal. , sino "para que por todos los medios salve a algunos". Si se tiene en cuenta ese fin, seremos salvados de la tentaci�n de ocultar o mutilar la verdad que deseamos que sea recibida, y de nuestra sabia adaptaci�n de nosotros mismos y de nuestro mensaje a las necesidades, debilidades y peculiaridades de quienes " est�n sin ", no degenerar�n en el manejo enga�oso de la palabra de Dios. Pablo aconsej� "andar en sabidur�a"; aborrec�a "andar con astucia".

Se lo debemos a aquellos que no tienen un andar tal que tiende a atraerlos. Nuestra vida es en gran medida su Biblia. Saben mucho m�s sobre el cristianismo tal como lo ven en nosotros que lo que est� revelado en Cristo o registrado en las Escrituras, y si, como lo ven en nosotros, no les parece muy atractivo, no es de extra�ar que sigan prefiriendo. permanecer donde est�n. Tengamos cuidado de que, en lugar de ser porteros de la casa del Se�or, para llamar a los transe�ntes y hacerlos entrar, bloqueemos la entrada y evitemos que vean las maravillas de adentro.

El Ap�stol a�ade una forma especial en la que esta sabidur�a se manifiesta, a saber, "redimiendo el tiempo". La �ltima palabra aqu� no denota tiempo en general, sino una temporada u oportunidad definida. La lecci�n, entonces, no es la de hacer el mejor uso de todos los momentos mientras vuelan, por muy valiosa que sea esa lecci�n, sino la de discernir y usar con entusiasmo las oportunidades apropiadas para el servicio cristiano. La figura es bastante simple; "comprar" significa hacer uno propio.

"Aproveche mucho el tiempo, no deje escapar la ventaja", es un consejo exactamente con el mismo esp�ritu. En �l se incluyen dos cosas; el estudio atento de los personajes, a fin de conocer los momentos adecuados para llevar influencias sobre ellos, y una ferviente diligencia en utilizarlos para los prop�sitos m�s elevados. No hemos actuado sabiamente con los que no tienen a menos que hayamos aprovechado todas las oportunidades para atraerlos.

Pero adem�s de una caminata sabia, debe haber "discurso de gracia". "Que tu discurso sea siempre con gracia". Una yuxtaposici�n similar de "sabidur�a" y "gracia" ocurri� en Colosenses 3:16 . "Dejad que la palabra de Cristo more ricamente en vosotros en toda sabidur�a cantando con gracia en vuestros corazones"; y all�, como aqu�, la "gracia" puede tomarse en su sentido est�tico inferior o en su sentido espiritual superior.

Puede significar favor, amabilidad o el don divino, otorgado por el Esp�ritu que mora en nosotros. Muchos buenos expositores suponen que el primero es el significado aqu�. Pero, �es el deber de un cristiano hacer que su discurso sea siempre agradable? A veces es su simple deber hacerlo muy desagradable. Para que nuestro discurso sea verdadero y saludable, a veces debe ser �spero y contracorriente. Su agrado depende de las inclinaciones de los oyentes m�s que de la voluntad del hablante honesto.

Si ha de "redimir el tiempo" y "caminar sabiamente hacia los que est�n afuera", su discurso no puede ser siempre con tanta gracia. El consejo de hacer que nuestras palabras sean siempre agradables puede ser una muy buena m�xima para el �xito mundano, pero huele a las Cartas de Chesterfield m�s que a las Ep�stolas de Pablo.

Debemos profundizar mucho m�s para conocer el verdadero significado de esta exhortaci�n. Es sustancialmente esto, ya sea que pueda hablar con suavidad o no, y si su discurso es siempre directamente religioso o no, y no tiene por qu� serlo siempre, que siempre haya en �l la influencia manifiesta del Esp�ritu de Dios, que mora. en el coraz�n cristiano, y moldear� y santificar� su discurso. De ti, como de tu Maestro, sea verdad, "Gracia se derrama en tus labios.

"Aquel en cuyo esp�ritu mora el Esp�ritu Divino ser� verdaderamente" boca de oro "; su discurso destilar� como el roc�o, y si sus palabras graves y elevadas complacen o no a o�dos fr�volos y lascivos, ser�n hermosas en el sentido m�s verdadero, y muestran la vida Divina palpitando a trav�s de ellos, como una piel transparente muestra el palpitar de las venas azules, hombres que alimentan su alma de grandes autores captan su estilo, como algunos de nuestros grandes oradores vivientes, que son �vidos estudiosos de la poes�a inglesa.

Entonces, si conversamos mucho con Dios, escuchando Su voz en nuestro coraz�n, nuestro discurso tendr� un tono que har� eco de esa m�sica profunda. Nuestro acento traicionar� a nuestro pa�s. Entonces nuestro discurso ser� con gracia en el sentido m�s bajo de agrado. La verdadera gracia, tanto de palabras como de conducta, proviene de la gracia celestial. La belleza que proviene de Dios, la fuente de todas las cosas hermosas, es la m�s alta.

El discurso debe ser "sazonado con sal". Eso no significa la "sal �tica" del ingenio. No hay nada m�s aburrido que las conversaciones de hombres que siempre intentan ser picantes y brillantes. Tal habla es como una "columna de sal": brilla, pero es fr�a, tiene puntas que hieren y tiene un sabor amargo. Eso no es lo que recomienda Paul. La sal se us� en el sacrificio; que la sal del sacrificio se aplique a todas nuestras palabras; es decir, que todo lo que decimos sea ofrecido a Dios, "un sacrificio de alabanza a Dios continuamente".

"La sal conserva. Pon en tu discurso lo que evitar� que se pudra, o, como dice el pasaje paralelo de Efesios," no dejes que ninguna comunicaci�n corrupta salga de tu boca ". El hablar, por no hablar de las palabras sucias y perversas, ser� silenciado cuando su discurso est� sazonado con sal.

Las siguientes palabras hacen probable que la sal se utilice aqu� tambi�n con alguna alusi�n a su poder de dar sabor a los alimentos. No trates con generalidades ins�pidas, sino adapta tus palabras a tus oyentes, "para que sepas c�mo debes responder a cada uno". Un discurso que se ajusta a las caracter�sticas y deseos de las personas a las que se les habla seguramente ser� interesante, y lo que no lo haga, ser� ins�pido para ellos. Los lugares comunes que golpean de lleno contra el oyente no ser�n lugares comunes para �l, y las palabras m�s brillantes que no satisfagan su mente o sus necesidades ser�n para �l de mal gusto "como la clara de un huevo".

Las peculiaridades individuales, entonces, deben determinar la manera sabia de acercamiento a cada hombre, y habr� una amplia variedad en los m�todos. y sus sermones en las sinagogas tienen un tono diferente de sus razonamientos de juicio ante F�lix.

Todo eso es demasiado simple para necesitar ilustraci�n. Pero se puede agregar una palabra. El Ap�stol considera aqu� como tarea de todo cristiano hablar en nombre de Cristo. Adem�s, recomienda tratar con individuos en lugar de masas, ya que est� dentro del alcance de cada cristiano y es mucho m�s eficaz. Hay que frotar la sal para que sirva de algo. Es mejor para la mayor�a de nosotros pescar con la ca�a que con la red, inclinarnos por almas individuales, en lugar de tratar de encerrar a una multitud a la vez.

La predicaci�n a una congregaci�n tiene su propio lugar y valor; pero la charla privada y personal, hecha con honestidad y sabidur�a, tendr� m�s efecto que la predicaci�n m�s elocuente. Es mejor perforar las semillas, dej�ndolas caer una a una en los pozos que se hacen para su recepci�n, que sembrarlas al voleo.

�Y qu� diremos de los hombres y mujeres cristianos, que pueden hablar animada e interesante de cualquier cosa menos de su Salvador y Su reino? La timidez, la reverencia fuera de lugar, el temor a parecer moralista, el respeto por las convenciones convencionales y la reserva nacional explican gran parte del lamentable hecho de que haya tantos. Pero todas estas barreras desaparecer�an flotando como pajitas, si una gran corriente de sentimiento cristiano brotara del coraz�n.

Lo que llena el coraz�n se desbordar� por las compuertas del habla. De modo que la verdadera raz�n del silencio inquebrantable en el que muchos cristianos ocultan su fe es principalmente la peque�a cantidad que hay que ocultar.

En estos mandatos de despedida se nos presenta un ideal solemne: una justicia superior a la que tron� desde el Sina�. Cuando pensamos en nuestras devociones formales y apresuradas, nuestras oraciones son forzadas a veces por la presi�n de la calamidad, y muchas veces suspendidas cuando se quita el peso; de los destellos ocasionales que tenemos de Dios, como los marineros pueden ver una estrella gu�a por un momento a trav�s de la niebla, y de los largos tramos de vida que ser�an exactamente los mismos, en lo que respecta a nuestros pensamientos, si hubiera no era Dios en absoluto, o no ten�a nada que ver con nosotros, �qu� mandato tan terrible parece: "Contin�en con firmeza en la oraci�n"!

Cuando pensamos en nuestro desprecio ego�sta por los males y peligros de los pobres vagabundos que est�n afuera, expuestos a la tormenta, mientras nos creemos seguros en el redil, y en lo poco que hemos meditado y menos a�n cumplido con nuestras obligaciones para con ellos, y De c�mo hemos dejado escapar oportunidades preciosas de nuestras manos flojas, bien podemos inclinarnos reprendidos ante la exhortaci�n: "Camina con sabidur�a para con los que est�n afuera".

Cuando pensamos en el torrente de palabras que siempre brota de nuestros labios, y en cu�n pocos granos de oro ha tra�do ese torrente en medio de toda su arena, y cu�n pocas veces hemos pronunciado el nombre de Cristo a corazones que no le hacen caso ni le conocen, la exhortaci�n, "Sea siempre con gracia su discurso", se convierte en una acusaci�n tan verdadera como un mandamiento.

S�lo hay un lugar para nosotros, el pie de la cruz, donde podemos obtener el perd�n por todo el pasado defectuoso y de all� sacar consagraci�n y fuerza para el futuro, que nos permita guardar esa noble ley de la moral cristiana, que es alto y duro si pensamos s�lo en sus preceptos, pero se vuelve ligero y f�cil cuando abrimos nuestro coraz�n para recibir el poder de la obediencia, "que", como ense�a esta gran Ep�stola, "es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria. "

Versículos 7-9

Cap�tulo 4

TYCHICUS Y ONESIMUS, LOS LETRAS

Colosenses 4:7 (RV)

En los d�as de Pablo quiz�s era m�s dif�cil recibir cartas que escribirlas. Fue un viaje largo y fatigoso de Roma a Colosas, a trav�s de Italia, luego por mar a Grecia, a trav�s de Grecia, luego por mar al puerto de �feso, y de all� por caminos accidentados al valle de las tierras altas donde se encontraba Colosas, con sus vecinos. pueblos de Laodicea y Hier�polis. Entonces, una cosa en la que el Ap�stol tiene que pensar es en encontrar mensajeros que lleven su carta.

�l lanza sobre estos dos, T�quico y On�simo. El primero es uno de sus asistentes personales, despedido por este deber; el otro, que ha estado en Roma en circunstancias muy peculiares, se dirige a su casa en Colosas, en un extra�o recado, en el que puede ser ayudado por tener un mensaje de Pablo para llevar.

No nos ocuparemos ahora de las palabras que tenemos ante nosotros, sino de estas dos figuras, a quienes podemos considerar que representan ciertos principios y que incorporan algunas lecciones �tiles.

I. T�quico puede representar la grandeza y el car�cter sagrado del peque�o y secular servicio realizado por Cristo.

Primero debemos intentar, con las pocas palabras posibles, cambiar el nombre por el de un hombre. Hay algo muy solemne y pat�tico en estos nombres sombr�os que aparecen por un momento en la p�gina de las Escrituras, y son tragados por la noche negra, como estrellas que brillan repentinamente durante una semana o dos, y luego menguan y finalmente desaparecen por completo. . Ellos tambi�n vivieron, amaron, lucharon, sufrieron y disfrutaron: y ahora, todo se ha ido, se ha ido; el fuego caliente se redujo a un pu�ado de cenizas blancas. �T�quico y On�simo! �Dos sombras que alguna vez fueron hombres! y como son, as� seremos nosotros.

En cuanto a T�quico, hay varios avisos fragmentarios sobre �l en los Hechos de los Ap�stoles y en las cartas de Pablo, y aunque no son mucho, aun as� uni�ndolos y mir�ndolos con cierta simpat�a, podemos hacernos una idea. del hombre.

No aparece hasta cerca del final de la obra misional de Pablo, y probablemente fue uno de los frutos de la larga residencia del Ap�stol en �feso en su �ltimo viaje misionero, ya que no o�mos de �l hasta despu�s de ese per�odo. Esa estad�a en �feso se vio interrumpida por el mot�n de los plateros, el primer ejemplo de sindicatos comerciales, cuando quer�an silenciar la predicaci�n del evangelio porque da�aba el mercado de "santuarios", y "tambi�n" era un insulto para los gran diosa! Entonces, Pablo se retir� a Europa y, despu�s de algunos meses all�, decidi� emprender su �ltimo viaje fat�dico a Jerusal�n.

En el camino se le uni� un notable grupo de amigos, siete en total, y aparentemente seleccionados cuidadosamente para representar los campos principales de la labor del Ap�stol. Hab�a tres europeos, dos de. "Asia" -significando con ese nombre, por supuesto, s�lo la provincia romana, que inclu�a principalmente la costa occidental- y dos del interior m�s salvaje de Licaonia. T�quico fue uno de los dos de Asia; el otro era Tr�fimo, de quien sabemos que era un efesio, Hechos 21:29 como no es improbable que T�quico tambi�n lo fuera.

No sabemos que los siete acompa�aron a Pablo a Jerusal�n. Sabemos que Tr�fimo lo hizo, y se menciona que otro de ellos, Aristarco, naveg� con �l en el viaje de regreso desde Palestina. Hechos 27:2 Pero si no ten�an la intenci�n de ir a Jerusal�n, �por qu� lo encontraron? El car�cter sagrado del n�mero siete, el aparente cuidado de asegurar una representaci�n de todo el campo de la actividad apost�lica y las largas distancias que algunos de ellos deben haber recorrido, hacen que sea extremadamente improbable que estos hombres lo hayan encontrado en un peque�o puerto de Asia Menor por el mero hecho de estar con �l unos d�as.

Ciertamente, parece mucho m�s probable que se unieran a su compa��a y fueran a Jerusal�n. �Para qu�? Probablemente como portadores de contribuciones monetarias de toda el �rea de las iglesias gentiles, a los "santos pobres" all�, un prop�sito que explicar�a la composici�n de la delegaci�n. Paul era demasiado sensible y sagaz para tener m�s que ver con asuntos de dinero de lo que pod�a ayudar. Aprendemos de su carta a la Iglesia en Corinto que insisti� en que otro hermano se asociara con �l en la administraci�n de sus limosnas, para que ning�n hombre pudiera levantar sospechas en su contra.

El principio de Pablo era el que deber�a guiar a todo hombre a quien se le haya confiado el dinero de otras personas para que lo gaste con fines religiosos o caritativos: "No ser� su limosnero a menos que alguien designado por usted est� a mi lado para asegurarse de que gaste su dinero correctamente" -a buen ejemplo que, es muy deseable, fue seguido por todos los trabajadores, y exigi� ser seguido como una condici�n para todo dar.

Estos siete, en todo caso, iniciaron el largo viaje con Paul. Entre ellos se encuentra nuestro amigo T�quico, que puede haber aprendido a conocer al Ap�stol m�s �ntimamente durante el viaje, y tal vez haya desarrollado cualidades en el viaje que lo marcaron como apto para la misi�n en la que lo encontramos aqu�.

Este viaje fue alrededor del a�o 58 d.C. Luego viene un intervalo de unos tres o cuatro a�os, en el que ocurre el arresto y encarcelamiento de Pablo en Cesarea, su comparecencia ante gobernadores y reyes, su viaje a Italia y naufragio, con su residencia en Roma. No sabemos si T�quico estuvo con �l durante todo este per�odo, como parece haber estado Lucas, ni en qu� momento se uni� al Ap�stol, si no fue su compa�ero en todo momento.

Pero los vers�culos que tenemos ante nosotros muestran que estuvo con Pablo durante parte de su primer cautiverio romano, probablemente alrededor del 62 o 63 d. C. y su elogio de �l como "un ministro fiel", o ayudante de Pablo, implica que durante un per�odo considerable antes de esto hab�a estado prestando servicios al Ap�stol.

Ahora es enviado hasta Colosas para llevar esta carta y contarle a la Iglesia de boca en boca todo lo que hab�a sucedido en Roma. No hay informaci�n de ese tipo en la carta en s�. Ese silencio contrasta notablemente con la afectuosa abundancia de detalles personales en otra carta de la prisi�n, la de los Filipenses, y probablemente marca esta Ep�stola como dirigida a una Iglesia que nunca visit� Pablo.

T�quico es enviado, seg�n la lectura m�s probable de que "conozc�is nuestro estado, y que �l consuele vuestros corazones", animando a los hermanos a la firmeza cristiana, no s�lo por sus noticias de Pablo, sino por su propia compa��a y exhortaciones. Las mismas palabras se emplean sobre �l en la carta contempor�nea a los Efesios. Evidentemente,. luego, llev� ambas ep�stolas en el mismo viaje; y una de las razones para seleccionarlo como mensajero es claramente que era nativo de la provincia, y probablemente de �feso. Cuando Paul mir� a su peque�o c�rculo de amigos asistentes, su mirada se pos� en T�quico, como el hombre adecuado para tal misi�n. Vete, T�quico. Es tu hogar; todos te conocen.

Los estudiantes m�s cuidadosos ahora piensan que la Ep�stola a los Efesios estaba destinada a recorrer las iglesias de Asia Menor, comenzando, sin duda, con la de la gran ciudad de �feso. Si eso fuera as�, y T�quico tuviera que llevarlo a estas Iglesias a su vez, necesariamente vendr�a, en el curso de su deber, a Laodicea, que estaba a solo unas pocas millas de Colosas, y as� podr�a entregar esta ep�stola de la manera m�s conveniente.

La misi�n m�s amplia y la m�s estrecha encajaban entre s�. Sin duda fue e hizo su trabajo. Podemos imaginarnos los grupos ansiosos, tal vez en alg�n aposento alto, tal vez en alg�n lugar tranquilo de oraci�n junto al r�o; en medio de ellos los dos mensajeros, con un peque�o grupo de oyentes e interrogadores alrededor de cada uno. �C�mo tendr�an que contar la historia una docena de veces! �Cu�n precioso ser�a cada detalle! �C�mo brotar�an las l�grimas y brillar�an los corazones! �Cu�n profundo hablar�an en la noche! �Y cu�ntos corazones que hab�an comenzado a vacilar se reafirmar�an en la adhesi�n a Cristo por las exhortaciones de T�quico, por la sola vista de On�simo y por las palabras de fuego de Pablo!

No sabemos qu� fue de T�quico despu�s de ese viaje. Quiz�s se estableci� en �feso por un tiempo, quiz�s regres� con Pablo. En cualquier caso, tenemos dos vislumbres m�s de �l en un per�odo posterior: uno en la Ep�stola a Tito, en el que nos enteramos de la intenci�n del Ap�stol de enviarlo a otro viaje a Creta, y el �ltimo al final de la segunda Ep�stola. a Timoteo, escrito desde Roma probablemente sobre A.

D. 67. El Ap�stol cree que su muerte est� cerca y parece haber despedido a la mayor parte de su personal. Entre los avisos de sus diversos. citas que leemos, "T�quico he enviado a �feso". No se dice que haya sido enviado a ninguna misi�n relacionada con las Iglesias. Puede ser que simplemente fue despedido porque, debido a su inminente martirio, Pablo ya no lo necesitaba. Es cierto que todav�a tiene a Luke a su lado, y desea que Timoteo venga y traiga a su primer "ministro", Marcos, con �l.

Pero ha despedido a T�quico, como si hubiera dicho; �Ahora, vuelve a tu casa, amigo! Has sido un servidor fiel durante diez a�os. No te necesito m�s. Ve a tu propia gente y recibe mi bendici�n. �Dios sea contigo! �Entonces se separaron, el que estaba por morir, para morir! y el que era de por vida, para vivir y atesorar la memoria de Pablo en su coraz�n por el resto de sus d�as. Estos son los hechos; diez a�os de fiel servicio al Ap�stol, en parte durante su detenci�n en Roma, y ??gran parte de ellos en viajes fatigosos y peligrosos emprendidos para llevar un par de cartas.

En cuanto a su car�cter, Pablo nos ha dado algo de �l en estas pocas palabras, que lo han encomendado a un c�rculo m�s amplio que el del pu�ado de cristianos en Colossal. En cuanto a su piedad y bondad personales, es "un hermano amado", como lo son todos los que aman a Cristo; pero tambi�n es un "ministro fiel" o asistente personal del Ap�stol. Paul siempre parece haber tenido uno o dos de ellos, desde el momento de su primer viaje, cuando Juan Marcos ocup� el puesto, hasta el final de su carrera.

Probablemente no era una gran mano en la gesti�n de asuntos y necesitaba algo de sentido com�n a su lado, que a veces ser�a secretario o amanuense, y ayudante general y fact�tum. Hombres de genio y hombres dedicados a una gran causa que absorbe tir�nicamente la atenci�n, quieren que alguien ocupe un cargo tan hogare�o. Es probable que la persona que la llene sea un hombre sencillo, no dotado en ning�n grado especial para un servicio superior.

El sentido com�n, la voluntad de preocuparse por los peque�os detalles de los arreglos puramente seculares, y un gran amor por el jefe y el deseo de evitarle molestias y trabajo, eran los requisitos. Tal era probablemente T�quico: no orador, organizador, pensador, sino simplemente un alma honesta y amorosa, que no rehu�a el trabajo duro exterior, si tan s�lo pudiera ayudar a la causa. No leemos que fuera maestro, predicador o hacedor de milagros.

Su don era el ministerio, y se entreg� a s� mismo a su ministerio. Su negocio era hacer los mandados de Paul y, como un verdadero hombre, los hac�a "fielmente". Entonces, se le considera justamente como representante de la grandeza y el car�cter sagrado del peque�o y secular servicio a Cristo. Pues el Ap�stol a�ade algo a su elogio como "ministro fiel", cuando lo llama "consiervo" o esclavo "en el Se�or.

"Como si hubiera dicho: No supongan que porque yo escribo esta carta y T�quico la lleva, hay mucha diferencia entre nosotros. Ambos somos esclavos del mismo Se�or que nos ha puesto a cada uno sus tareas; y aunque las tareas S� diferente, la obediencia es la misma, y ??los hacedores est�n en un nivel. Yo no soy el maestro de T�quico, aunque �l es mi ministro. Ambos tenemos, como les he estado recordando que todos ustedes tienen, un due�o en el cielo. La delicadeza del giro as� dado al elogio es una hermosa indicaci�n de la naturaleza generosa y caballerosa de Pablo. �No es de extra�ar que tal alma uniera a hombres como T�quico con �l!

Pero hay m�s que una mera revelaci�n de un hermoso car�cter en las palabras; hay grandes verdades en ellos. Podemos extraerlos en dos o tres pensamientos.

Las peque�as cosas que se hacen por Cristo son grandiosas. Las bagatelas que contribuyen y son indispensables para un gran resultado son grandes; o quiz�s, m�s propiamente, ambas palabras est�n fuera de lugar. En alg�n motor potente hay un peque�o tornillo, y si se cae, el gran pist�n no puede subir ni la enorme manivela girar. �Qu� tienen que ver lo grande y lo peque�o con cosas igualmente indispensables? Hay un gran tim�n que dirige un acorazado.

Se mueve sobre un "pivote" de unos cent�metros de largo. Si ese trozo de hierro se hubiera ido, �qu� ser�a del tim�n y cu�l ser�a el uso del barco con todos sus ca�ones? Hay una vieja rima tintineante sobre perder una herradura por falta de un clavo, y un caballo por falta de herradura, y un hombre por falta de caballo, y una batalla por falta de hombre, y un reino por falta de un batalla. Los eslabones intermedios pueden quedar fuera y el clavo y el reino unidos.

En un esp�ritu similar, podemos decir que las nimiedades hechas por Cristo que ayudan a las grandes cosas son tan importantes como �stas. �De qu� sirve escribir cartas si no puede recibirlas? Se necesitan tanto Pablo como T�quico para hacer llegar la carta a la gente de Colosas.

Otro pensamiento sugerido por la figura del ministro de Pablo, quien tambi�n era su compa�ero de esclavo, es el car�cter sagrado de la obra secular realizada por Cristo. Cuando T�quico se preocupa por el consuelo de Pablo y se ocupa de las cosas comunes para �l, est� sirviendo a Cristo y su obra est� "en el Se�or". Eso equivale a decir que la distinci�n entre lo sagrado y lo secular, lo religioso y lo no religioso, como la de los grandes y los peque�os, desaparece del trabajo hecho por y en Jes�s.

Siempre que hay organizaci�n, debe haber mucho trabajo relacionado con cosas puramente materiales: y las fuerzas m�s espirituales deben tener alguna organizaci�n. Debe haber hombres para "los asuntos externos de la casa de Dios", as� como sacerdotes vestidos de blanco en el altar, y el espectador absorto en el lugar secreto del Alt�simo. Hay un centenar de cuestiones de detalle y de tipo puramente externo y mec�nico de las que alguien debe ocuparse.

La alternativa es hacerlos de una manera puramente mec�nica y secular y as� hacer el trabajo completamente l�gubre y despreciable, o de una manera devota y seria y as� santificarlos a todos y adorarlos a todos. La diferencia entre dos vidas no est� en el material sobre el cual, sino en el motivo por el cual, y al final por el cual, se viven respectivamente. Todo el trabajo realizado en obediencia al mismo Se�or es el mismo en esencia; porque todo es obediencia; y todo el trabajo realizado para el mismo Dios es el mismo en esencia, porque todo es adoraci�n. La distinci�n entre secular y sagrado nunca deber�a haber encontrado su camino en la moral cristiana, y deber�a ser expulsada para siempre de la vida cristiana.

Se puede sugerir otro pensamiento: las cosas fugaces que se hacen por Cristo son eternas. Qu� asombrado habr�a estado T�quico si alguien le hubiera dicho el d�a en que se fue de Roma, con las dos preciosas letras en su alforja, que estos trozos de pergamino durar�an m�s que toda la pompa ostentosa de la ciudad, y que su nombre, �porque escrito en ellos, ser�a conocido hasta el fin de los tiempos en todo el mundo! Las cosas eternas son las que se hacen por Cristo.

Son eternos en Su memoria quien ha dicho: "Nunca olvidar� ninguna de sus obras", por mucho que caigan de la memoria del hombre. Son perpetuas en sus consecuencias. Es cierto que la contribuci�n de ning�n hombre a la poderosa suma de cosas "que contribuyen a la justicia" se puede rastrear por mucho tiempo como separada de las dem�s, como tampoco se puede rastrear la gota de lluvia que refresc� la campanilla en el p�ramo en las quemas, y el r�o, y mar.

Pero por todo eso, est� ah�. As� que nuestra influencia para el bien se mezcla con mil otras, y puede que no se pueda rastrear m�s all� de una distancia corta, todav�a est� all�: y no hay una verdadera obra para Cristo, por abortiva que parezca, pero va a engrosar el gran conjunto de fuerzas que est�n trabajando a trav�s de los siglos para traer el Orden perfecto.

Esa Iglesia Colosense parece un fracaso. �Donde esta ahora? Desaparecido. �D�nde est�n sus Iglesias hermanas de Asia? Desaparecido. La obra de Paul y la de T�quico parecen haberse desvanecido de la tierra y el mahometismo ha ocupado su lugar. �S�! y aqu� estamos hoy en Inglaterra, y hombres cristianos de todo el mundo en tierras que entonces eran meros mataderos de salvajismo, aprendiendo nuestras mejores lecciones de las palabras de Pablo y debiendo algo por nuestro conocimiento de ellas al humilde cuidado de T�quico.

Pablo ten�a la intenci�n de ense�ar a un pu�ado de creyentes desconocidos: ha edificado al mundo. T�quico pens� en llevar la preciosa carta a salvo sobre el mar; estaba ayudando a enviarla a trav�s de los siglos y a ponerla en nuestras manos. Tan poco sabemos d�nde terminar� nuestro trabajo. Nuestra �nica preocupaci�n es d�nde comienza. Cuidemos este fin, el motivo; y dejar que Dios se encargue del otro, de las consecuencias.

Tal trabajo ser� perpetuo en sus consecuencias para nosotros. "Aunque Israel no sea recogido, yo ser� glorioso". Ya sea que nuestro servicio a Cristo haga alg�n bien o no a los dem�s, nos bendecir� a nosotros mismos, al fortalecer los motivos de los que brota, al ampliar nuestro propio conocimiento y enriquecer nuestro propio car�cter, y mediante otras cien influencias de gracia que Su obra ejerce sobre el mundo. devoto trabajador, y que se convierte en parte indisoluble de s� mismo, y permanece con ellos para siempre, m�s all� de la corona de gloria que no se desvanece.

Y, como la recompensa no se da por el acto exterior, sino por el motivo que establece su valor, todo trabajo realizado por el mismo motivo es igual en recompensa, por diferente que sea en forma. Pablo al frente, y T�quico oscuro en la L�grima, los grandes maestros y abridores de caminos a quienes Cristo a trav�s de los tiempos levanta para una gran obra espiritual, y las personas peque�as a quienes Cristo a trav�s de los siglos levanta para ayudar y simpatizar, compartir�n por igual en por �ltimo, si el Esp�ritu que los movi� ha sido el mismo, y si en diferentes administraciones han servido al mismo Se�or. "El que recibe a un profeta en nombre de profeta" -aunque ninguna profec�a salga de sus labios- "recibir� recompensa de profeta".

II. Ahora debemos pasar a una consideraci�n mucho m�s breve de la segunda figura aqu�, On�simo, como representaci�n del poder transformador y unificador de la fe cristiana.

Sin duda, este es el mismo On�simo del que leemos en la Ep�stola a Filem�n. Su historia es familiar y no es necesario insistir en ella. Hab�a sido un "sirviente in�til", in�til, y aparentemente le hab�a robado a su amo y luego hab�a huido. Hab�a encontrado el camino a Roma, adonde parec�a derivar toda la escoria del imperio. All� hab�a excavado en alg�n agujero y encontr� oscuridad y seguridad. De una forma u otra se hab�a cruzado con Pablo, seguramente no, como se supon�a, despu�s de haber buscado al Ap�stol como amigo de su maestro, lo que hubiera preferido haber sido una raz�n para evitarlo.

Sea como fuere, �l hab�a encontrado a Pablo, y el Maestro de Pablo lo hab�a encontrado por el evangelio que Pablo habl�. Su coraz�n hab�a sido conmovido. Y ahora debe volver con su due�o. Con hermosa consideraci�n, el Ap�stol lo une a T�quico en su misi�n y le remite la Iglesia como autoridad. Eso es m�s delicado y reflexivo. La misma consideraci�n sensible por sus sentimientos marca el lenguaje en el que se les encomienda.

Ahora no hay ninguna palabra sobre "un compa�ero esclavo", que podr�a haber sido mal entendido y podr�a haber dolido. Paul solo dir� sobre �l la mitad de lo que dijo sobre T�quico. No puede dejar de lado a los "fieles", porque On�simo hab�a sido eminentemente infiel, por lo que lo adjunta a la mitad de su elogio anterior que conserva, y le testifica como "un hermano fiel y amado". No hay referencias a su huida ni a sus peculaciones.

Filem�n es la persona con la que se debe hablar sobre estos: La Iglesia no tiene nada que ver con ellos. El pasado del hombre fue borrado lo suficiente como para que sea "fiel", ejerciendo confianza en Cristo y, por lo tanto, digno de confianza. Su condici�n no importaba lo suficiente como para ser "un hermano", por lo tanto para ser amado.

�No es entonces esa figura una viva ilustraci�n del poder transformador del cristianismo? Los esclavos ten�an vicios bien conocidos, en gran parte el resultado de su posici�n: ociosidad, crueldad, mentira, deshonestidad. Y este hombre hab�a tenido su parte completa de los pecados de su clase. Piensa en �l cuando sali� de Colosas, escabull�ndose de su amo, con bienes robados en el pecho, locura y mot�n en el coraz�n, un pagano ignorante, con vicios y sensualidades llenas de carnaval en el alma.

Piense en �l cuando regres�, el fideicomisario [representante] de Pablo, con deseos de santidad en su naturaleza m�s profunda, la luz del conocimiento de un Dios amoroso y puro en su alma, una gran esperanza ante �l, lista para todo servicio e incluso para volver a ponerme el yugo aborrecido! �Qu� ha pasado? Nada m�s que esto: le hab�a llegado el mensaje: ��On�simo! �Fugitivo, ladr�n rebelde como eres, Jesucristo ha muerto por ti y vive para limpiarte y bendecirte!

�Crees esto? �Y �l crey�, y apoy� todo su ser pecaminoso en ese Salvador, y la corrupci�n se desvaneci� de su coraz�n, y del ladr�n fue hecho un hombre digno de confianza, y del esclavo un hermano amado. hab�a tocado su coraz�n y su voluntad. Eso era todo. Hab�a cambiado todo su ser. �l es una ilustraci�n viviente de la ense�anza de Pablo en esta misma carta. �l est� muerto con Cristo a su viejo yo, �l vive con Cristo una nueva vida.

El evangelio puede hacer eso. Puede hacerlo y lo hace hoy y para nosotros, si queremos. Nada m�s puede hacerlo; nada m�s lo ha hecho jam�s; nada m�s lo har� jam�s. La cultura puede hacer mucho; la reforma social puede hacer mucho; pero la transformaci�n radical de la naturaleza s�lo se efect�a por el "amor de Dios derramado en el coraz�n" y por la vida nueva que recibimos por nuestra fe en Cristo. Ese cambio se puede producir en todo tipo y condici�n de hombres.

El evangelio no desespera a nadie. No conoce clases irremediablemente irrecuperables. Puede encender un alma bajo las costillas de la muerte. Los trapos m�s sucios se pueden limpiar y convertir en un papel blanco impecable, que puede tener escrito el nombre de Dios. Ninguno est� m�s all� de su poder; ni los salvajes de otras tierras, ni los paganos m�s desesperados encontr�ndose y pudri�ndose en nuestros suburbios traseros, el oprobio de nuestra civilizaci�n y la acusaci�n de nuestro cristianismo.

Tomen el evangelio que transform� a este pobre esclavo para ellos, y algunos corazones lo reconocer�n, y sacaremos de la perrera almas m�s negras que la suya, y las haremos como �l, hermanos, fieles y amados.

Adem�s, aqu� hay una ilustraci�n viviente del poder que tiene el evangelio de unir a los hombres a una verdadera hermandad. Apenas podemos imaginarnos el abismo que separaba al amo de su esclavo. "Tantos esclavos, tantos enemigos", dijo S�neca. Esa gran grieta que atravesaba la sociedad era una de las principales debilidades y peligros del mundo antiguo. El cristianismo reuni� al amo y al esclavo en una sola familia y los puso en una mesa para conmemorar la muerte del Salvador, quien los abraz� a todos en el abrazo de Su gran amor.

Toda verdadera uni�n entre los hombres debe basarse en su unidad en Jesucristo. La hermandad del hombre es consecuencia de la paternidad de Dios, y Cristo nos muestra al Padre. Si los sue�os de los hombres unidos en armon�a van a ser m�s que sue�os, el poder que los convierte en hechos debe fluir de la cruz. El mundo debe reconocer que "Uno es vuestro maestro", antes de llegar a creer como algo m�s que el m�s simple sentimentalismo que "todos vosotros sois hermanos.

"Mucho debe hacerse antes de que el amanecer de ese d�a se enrojezca en el este," cuando, de hombre a hombre, el ancho mundo sobre, ser�n hermanos ", y mucho en la vida pol�tica y social tiene que ser barrido antes de la sociedad. est� organizada sobre la base de la fraternidad cristiana. La visi�n se demora. Pero recordemos c�mo ciertamente, aunque lentamente, la maldici�n de la esclavitud ha desaparecido, y cobramos valor para creer que todos los dem�s males se desvanecer�n de la misma manera, hasta que las cuerdas de la esclavitud se desvanezcan. el amor unir� todos los corazones en unidad fraterna, porque a cada uno de ellos se unir� la cruz del Hermano Mayor, por quien ya no somos esclavos, sino hijos, y si hijos de Dios, hermanos los unos de los otros.

Versículos 10-14

Cap�tulo 4

SALUDOS DE LOS AMIGOS DEL PRISIONERO

Colosenses 4:10 (RV)

Aqu� hay hombres de diferentes razas, desconocidos entre s� de cara, estrechando las manos al otro lado de los mares y sintiendo que las repulsiones de la nacionalidad, el idioma, los intereses en conflicto, han desaparecido en la unidad de la fe. Estos saludos son un testimonio muy llamativo, porque inconsciente, de la realidad y fuerza del nuevo v�nculo que une las almas cristianas.

Hay tres grupos de saludos aqu�, enviados desde Roma a la peque�a y lejana ciudad de Frigia en su valle aislado. El primero es de tres cristianos jud�os de gran coraz�n, cuyo saludo tiene un significado especial, ya que proviene del ala de la Iglesia que menos simpatizaba con la obra de Pablo o con los conversos. El segundo es del habitante de los colosenses, Epafras; y el tercero es de dos gentiles como ellos, uno muy conocido como el amigo m�s fiel de Pablo, uno casi desconocido, de quien Pablo no tiene nada que decir, y de quien nada bueno se puede decir.

Todos estos pueden darnos un asunto para considerar. Es interesante reconstruir lo que sabemos de los portadores de estos nombres sombr�os. Es provechoso considerarlos exponentes de ciertas tendencias y principios.

I. Estos tres cristianos jud�os comprensivos pueden presentarse como tipos de cristianismo progresista y no ceremonial.

Necesitamos dedicar poco tiempo a delinear las cifras de estos tres, porque �l en el centro es bien conocido por todos, y sus dos seguidores son poco conocidos por nadie. Aristarco era tesalonicense, Hechos 20:4 y, por lo tanto, quiz�s uno de los primeros conversos de Pablo en su primer viaje a Europa. Su nombre puramente gentil no nos habr�a llevado a esperar que fuera jud�o.

Pero tenemos muchos casos similares en el Nuevo Testamento, como por ejemplo, los nombres de seis de los siete di�conos, Hechos 7:5 que muestran que los jud�os de "la dispersi�n", que resid�an en pa�ses extranjeros, a menudo no ten�an rastro. de su nacionalidad en sus nombres. Estaba con Pablo en �feso en el momento del mot�n, y fue uno de los dos a quienes la turba excitada, en su celo por el comercio y la religi�n, arrastr� al teatro, con peligro de sus vidas.

Luego lo encontramos, como T�quico, un miembro de la delegaci�n que se uni� a Pablo en su viaje a Jerusal�n. Cualquiera que sea el caso con el otro, Aristarco estaba en Palestina con Pablo, porque sabemos que �l naveg� con �l desde all�. Hechos 27:2 No sabemos si estuvo en compa��a de Pablo durante todo el viaje. Pero lo m�s probable es que se fue a su casa en Tesal�nica, y luego se reuni� con Pablo en alg�n momento de su cautiverio romano. En cualquier caso, aqu� est�, junto a Pablo, habiendo bebido en su esp�ritu y dedicado con entusiasmo a �l y a su trabajo.

Recibe aqu� un t�tulo notable y honorable, "mi compa�ero de prisi�n". Supongo que: debe tomarse literalmente, y que Aristarco estaba, de alguna manera, en el momento de escribir, compartiendo el encarcelamiento de Pablo. Ahora bien, se ha notado a menudo que, en la Ep�stola a Filem�n, donde casi todos estos nombres reaparecen, no es Aristarco, sino Epafras, a quien se honra con este ep�teto; y ese intercambio ha sido explicado por la ingeniosa suposici�n de que los amigos de Pablo lo tomaron a su vez para hacerle compa��a, y se les permiti� vivir con �l, con la condici�n de someterse a las mismas restricciones, tutela militar, etc.

No hay evidencia positiva a favor de esto, pero no es improbable y, si se acepta, ayuda a dar un vistazo interesante de la vida carcelaria de Pablo y de la leal devoci�n que lo rodeaba.

Mark viene a continuaci�n. Su historia es bien conocida: c�mo doce a�os antes se hab�a unido a la primera banda misionera de Antioqu�a, de la cual su primo Bernab� era el l�der, y lo hab�a hecho bastante bien mientras estaban en terreno conocido, en Bernab� (y tal vez su propia) isla natal de Chipre, pero se hab�a desanimado y hab�a corrido a casa con su madre tan pronto como cruzaron a Asia Menor. Hac�a mucho tiempo que hab�a borrado la desconfianza hacia �l que Paul naturalmente concibi� a causa de este colapso.

Se desconoce c�mo lleg� a estar con Paul en Roma. Se ha conjeturado que Bernab� estaba muerto y, por tanto, Marcos era libre de unirse al Ap�stol; pero esa es una suposici�n infundada. Aparentemente �l es c�mo se propone un viaje a Asia Menor, en el curso del cual, si llegara a Colosas (lo cual era dudoso, quiz�s debido a su insignificancia), Pablo repite su mandato anterior, que la iglesia debe darle un cordial bienvenidos.

Probablemente este elogio se le dio porque el mal olor de su antigua falta a�n podr�a colgar en su nombre. El �nfasis calculado de la exhortaci�n, "rec�belo", parece mostrar que hubo cierta renuencia a darle una c�lida recepci�n y llevarlo a sus corazones. Entonces tenemos una "coincidencia no dise�ada". El tono del mandato aqu� se explica naturalmente por la historia de los Hechos. Tan fiel amigo demostr�, que el anciano solitario, enfrentado a la muerte, anhelaba tener su afectuoso cuidado una vez m�s; y su �ltima palabra acerca de �l, "Toma a Marcos y tr�elo contigo, porque me es �til para el ministerio", condona la falta inicial y lo restituye al oficio que, en un momento de "debilidad" ego�sta, �l hab�a abandonado.

De modo que es posible borrar un pasado defectuoso y adquirir fuerza y ??aptitud para el trabajo al que por naturaleza somos m�s ineptos e indispuestos. Marcos es un ejemplo de las primeras faltas que se expiaron con nobleza y un testimonio del poder del arrepentimiento y la fe para vencer la debilidad natural. M�s de un potro andrajoso es un caballo noble.

El tercer hombre es completamente desconocido: "Jes�s, que se llama Justo". �Qu� asombroso encontrar ese nombre, llevado por este oscuro cristiano! C�mo nos ayuda a sentir la humildad hombr�a de Cristo, mostr�ndonos que muchos otros muchachos jud�os llevaban el mismo nombre; com�n y poco distinguido entonces, aunque demasiado sagrado para ser dado a nadie desde entonces. Su apellido Justus puede, tal vez, como el mismo nombre dado a Santiago, el primer obispo de la Iglesia en Jerusal�n, insinuar su rigurosa adhesi�n al juda�smo, y por lo tanto puede indicar que, como el mismo Pablo, proven�a de la secta m�s estrecha de su religi�n. en la gran libertad en la que ahora se regocijaba.

Parece no haber tenido importancia en la Iglesia, pues su nombre es el �nico en este contexto que no reaparece en Filem�n, y nunca m�s volvemos a saber de �l. �Qu� extra�o destino el suyo! ser inmortal con tres palabras, �y porque quer�a enviar un mensaje amoroso a la Iglesia de Colosas! �Vaya, los hombres se han esforzado y maquinado, han quebrantado sus corazones y han arrojado sus vidas para captar la burbuja de la fama p�stuma y con qu� facilidad este buen "Jes�s que se llama Justo" lo ha conseguido! �l tiene su nombre escrito para siempre en la memoria del mundo, y es muy probable que nunca lo supo, ni lo sepa, �y nunca fue ni un poco mejor por eso! �Qu� s�tira sobre "la �ltima falta de firmeza de las mentes nobles!"

Estos tres hombres est�n unidos en este saludo, porque son los tres, "de la circuncisi�n"; es decir, son jud�os, y siendo as�, se han separado de todos los dem�s cristianos jud�os en Roma, y ??se han lanzado con ardor a la obra misionera de Pablo entre los gentiles, y han sido sus colaboradores para el avance del reino. -ayudarlo, es decir, en la b�squeda de ganar s�bditos dispuestos a la amorosa y real voluntad de Dios.

Por esta cooperaci�n en el objetivo de su vida, han sido un "consuelo" para �l. Utiliza un t�rmino m�dico a medias, que tal vez le hab�a dado el m�dico de su codo, que quiz�s podr�amos comparar diciendo que hab�an sido un "cordial" para �l, como una bebida refrescante para un hombre cansado, o una bocanada de puro olor. el aire entraba a hurtadillas en una c�mara cerrada y levantaba los rizos h�medos de algunas cejas calientes.

Ahora bien, estos tres hombres, los �nicos tres jud�os cristianos en Roma que ten�an la menor simpat�a por Pablo y su obra, nos dan, en su aislamiento, una v�vida ilustraci�n del antagonismo que tuvo que enfrentar por parte de esa porci�n de la Iglesia primitiva. La gran pregunta para la primera generaci�n de cristianos no era si los gentiles podr�an ingresar a la comunidad cristiana, sino si deb�an hacerlo mediante la circuncisi�n y pasar por el juda�smo en su camino hacia el cristianismo.

La mayor parte de los cristianos jud�os palestinos sostuvo naturalmente que deb�an hacerlo; mientras que la mayor�a de los cristianos jud�os que hab�an nacido en otros pa�ses, naturalmente, sosten�an que no es necesario. Como campe�n de esta �ltima decisi�n, Paul estuvo preocupado y contrarrestado y obstaculizado toda su vida por la otra parte. No ten�an celo misionero, o casi ninguno, pero siguieron su estela e hicieron da�o donde pudieron.

Si podemos imaginarnos una secta moderna que no env�a misioneros propios, pero se deleita en entrar donde mejores hombres han forzado un pasaje, y trastornar su trabajo predicando sus propias entrepiernas, obtenemos precisamente el tipo de cosas que obsesionaron a Pablo. toda su vida.

Evidentemente, hab�a un n�mero considerable de estos hombres en Roma; buenos hombres sin duda en cierto modo, creyendo en Jes�s como el Mes�as, pero incapaces de comprender que hab�a anticuado a Mois�s, ya que el amanecer hace in�til la luz en un lugar oscuro. Incluso cuando estaba prisionero, su implacable antagonismo persigui� al Ap�stol. Predicaron a Cristo de "envidia y contienda". Ninguno de ellos levant� un dedo para ayudarlo, ni pronunci� una palabra para animarlo.

Sin ninguno de ellos para decir, �Dios lo bendiga! �l sigui� trabajando. Solo estos tres ten�an el coraz�n lo suficientemente grande como para ponerse a su lado y, con este saludo, estrechar las manos de sus hermanos gentiles en Colosas y, por lo tanto, respaldar la ense�anza de esta carta en cuanto a la abrogaci�n de los ritos jud�os.

It was a brave thing to do, and the exuberance of the eulogium shows how keenly Paul felt his countrymen's coldness, and how grateful he was to "the dauntless three." Only those who have lived in an atmosphere of misconstruction, surrounded by scowls and sneers, can understand what a cordial the clasp of a hand, or the word of sympathy is. These men were like the old soldier that stood on the street of Worms, as Luther passed in to the Diet, and clapped him.

en el hombro, con "�Peque�o monje! �Peque�o monje! Est�s a punto de tomar una posici�n m�s noble hoy que la que hemos hecho nosotros en todas nuestras batallas. Si tu causa es justa, y est�s seguro de ello, avanza en nombre de Dios, y no temas nada ". Si no podemos hacer m�s, podemos darle a alguien que est� haciendo m�s un vaso de agua fr�a, con nuestra simpat�a y tomando nuestro lugar a su lado, y as� podemos ser colaboradores del reino de Dios.

Tambi�n notamos; que el mejor consuelo que Pablo pod�a tener era ayuda en su trabajo. No anduvo por el mundo lloriqueando por simpat�a. Era un hombre demasiado fuerte para eso. Quer�a que los hombres bajaran a la trinchera con �l, y que excavaran con palas y ruedas hasta que hubieran hecho en el desierto una especie de camino para el Rey. El verdadero cordial para un verdadero trabajador es que otros se metan en las huellas y tiren de su lado.

Pero podemos considerar que estos hombres representan para nosotros el cristianismo progresista en oposici�n al reaccionario, y espiritual en oposici�n al ceremonial. Los cristianos jud�os miraron hacia atr�s; Paul y sus tres simpatizantes miraban hacia adelante. Hab�a muchas excusas para lo primero. No es de extra�ar que rehuyeran la idea de que las cosas divinamente designadas pudieran dejarse de lado. Ahora bien, existe una amplia distinci�n entre lo divino en el cristianismo y lo divino en el juda�smo.

Porque Jesucristo es la �ltima palabra de Dios y permanece para siempre. Su divinidad, Su sacrificio perfecto, Su vida presente en gloria por nosotros, Su vida dentro de nosotros, estas y las verdades relacionadas son posesi�n perenne de la Iglesia. A �l debemos mirar hacia atr�s, y cada generaci�n hasta el fin de los tiempos tendr� que mirar hacia atr�s, como la expresi�n completa y final de la sabidur�a, la voluntad y la misericordia de Dios. "Por �ltimo, les envi� a su Hijo".

Habiendo entendido esto claramente, no necesitamos dudar en reconocer la naturaleza transitoria de gran parte de la encarnaci�n de la verdad eterna concerniente al Cristo eterno. Trazar con precisi�n la l�nea entre lo permanente y lo transitorio ser�a anticipar la historia y leer el futuro. Pero el claro reconocimiento de la distinci�n entre la revelaci�n divina y los vasos en los que est� contenida, entre Cristo y el credo, entre las Iglesias, las formas de culto, los formularios de fe, por un lado, y la palabra eterna de Dios que se nos ha dicho una vez. porque todo en Su Hijo, y registrado en las Escrituras, por el otro, es necesario en todo momento, y especialmente en tiempos de zarandeo y desorden como el presente.

Nos salvar� a algunos de un conservadurismo obstinado que podr�a leer su destino en el declive y desaparici�n del cristianismo jud�o. Nos salvar� igualmente de miedos innecesarios, como si las estrellas se apagaran, cuando s�lo las l�mparas hechas por el hombre palidecen. Los corazones de los hombres a menudo tiemblan por el arca de Dios, cuando lo �nico que est� en peligro es el carro que la lleva o los bueyes que la tiran. "Hemos recibido un reino que no puede ser movido", sea, porque hemos recibido un Rey eterno, y por lo tanto podemos ver con calma la eliminaci�n de las cosas que pueden ser sacudidas, seguros de que las cosas que no pueden ser sacudidas lo har�n, pero m�s conspicuamente afirmar�n su permanencia.

Las encarnaciones existentes de la verdad de Dios no son las m�s elevadas, y si las iglesias y las formas se desmoronan y se desintegran, su desaparici�n no ser� la abolici�n del cristianismo, sino su progreso. Estos jud�os cristianos habr�an encontrado todo lo que se esforzaron por mantener, en una forma m�s elevada y una realidad m�s real, en Cristo; y lo que les pareci�. la destrucci�n del juda�smo fue realmente su coronaci�n con vida eterna.

II. Epafras es para nosotros el tipo de servicio m�s elevado que puede prestar el amor.

Todo nuestro conocimiento de Epafras est� contenido en estos breves avisos en esta Ep�stola. Aprendemos del primer cap�tulo que �l hab�a presentado el evangelio a Colosas, y quiz�s tambi�n a Laodicea y Hier�polis. �l era "uno de ustedes", un miembro de la comunidad de Colosas y un residente, posiblemente un nativo de Colosas. Hab�a venido a Roma, aparentemente para consultar al Ap�stol sobre los puntos de vista que amenazaban con perturbar a la Iglesia. �l tambi�n le hab�a hablado de su amor, sin pintar el cuadro demasiado negro y dando con mucho gusto toda la prominencia a cualquier parte de brillo. Fue su informe el que condujo a la redacci�n de esta carta.

Quiz�s algunos de los colosenses no estaban muy contentos de que �l hubiera ido a hablar con Pablo y de haber hecho caer este rayo sobre sus cabezas; y tal sentimiento puede explicar la calidez de las alabanzas de Pablo hacia �l como su "compa�ero de esclavo" y el �nfasis de su testimonio en su favor. Independientemente de lo que pudieran dudar, el amor de Epafras por ellos era c�lido. Se manifest� mediante continuas oraciones fervientes para que pudieran permanecer "perfectos y plenamente persuadidos en toda la voluntad de Dios", y mediante el trabajo de cuerpo y mente por ellos. Podemos ver al ansioso Epafras, lejos de la Iglesia de su solicitud, siempre agobiado por el pensamiento de su peligro, y siempre luchando en oraci�n por ellos.

De modo que podemos aprender el servicio m�s noble que puede hacer el amor cristiano: la oraci�n. Hay un poder real en la intercesi�n cristiana. Hay muchas dificultades y misterios en torno a ese pensamiento. La manera de la bendici�n no se revela, pero el hecho de que nos ayudamos unos a otros por medio de la oraci�n se ense�a claramente y se confirma con muchos ejemplos, desde el d�a en que Dios escuch� a Abraham y entreg� a Lot, hasta la hora en que se pronunciaron las amorosas y autoritarias palabras. , "Sim�n, Sim�n, he rogado por ti para que tu fe no falle.

"Una cucharada de agua pone en movimiento una prensa hidr�ulica y pone en funcionamiento una fuerza del peso de toneladas; de modo que una gota de oraci�n en un extremo puede mover una influencia en el otro que es omnipotente. Es un servicio que todos pueden Epafras no podr�a haber escrito esta carta, pero pudo orar. El amor no tiene una forma m�s alta de expresi�n que la oraci�n. Un amor sin oraci�n puede ser muy tierno, y puede decir palabras murmuradas del sonido m�s dulce, pero carece de la expresi�n m�s profunda, y la m�sica m�s noble del habla. Nunca ayudamos tan bien a nuestros seres queridos como cuando oramos por ellos. �Mostramos y consagramos as� nuestros amores familiares y nuestras amistades?

Notamos tambi�n el tipo de oraci�n que naturalmente presenta el amor. Es constante y ferviente: "siempre esforz�ndose" o, como se podr�a traducir, "agonizante". Esa palabra sugiere primero la conocida met�fora del campo de lucha. La verdadera oraci�n es la energ�a m�s intensa del esp�ritu suplicando bendici�n con un gran esfuerzo de deseo fiel. Pero un recuerdo m�s solemne se acumula en torno a la palabra, porque dif�cilmente puede dejar de recordar la hora bajo las aceitunas de Getseman�, cuando la clara luna pascual brill� sobre el suplicante que, "estando en agon�a, oraba con m�s fervor".

"Y tanto la palabra de Pablo aqu� como la del evangelista all�, nos llevan de regreso a esa misteriosa escena junto al arroyo Jaboc, donde Jacob" luch� "con" un hombre "hasta el amanecer, y prevaleci�. As� es la oraci�n; la lucha en la arena, la agon�a en Getseman�, la lucha solitaria con el "viajero desconocido", y tal es la m�xima expresi�n del amor cristiano.

Aqu� tambi�n aprendemos lo que el amor pide a su amado. No son bendiciones perecederas, no los premios de la tierra: fama, fortuna, amigos; sino que "est�is perfectos y plenamente seguros en toda la voluntad de Dios".

La primera petici�n es de constancia. Pararse tiene por opuestos: caer, o tambalearse, o ceder terreno; de modo que la oraci�n es que no cedan a la tentaci�n u oposici�n, ni vacilen en su fe fija, ni caigan en la lucha; pero mantente erguido, sus pies plantados sobre la roca, y defendi�ndose contra todo enemigo. La oraci�n tambi�n es por la madurez de su car�cter cristiano, para que se mantengan firmes, porque perfectos, habiendo alcanzado esa condici�n que Pablo en esta ep�stola nos dice que es el objetivo de toda predicaci�n y advertencia.

En cuanto a nosotros, tambi�n a nuestros seres queridos, debemos contentarnos con nada menos que una completa conformidad con la voluntad de Dios. Su misericordioso prop�sito para todos nosotros es ser el objetivo de nuestros esfuerzos por nosotros mismos y de nuestras oraciones por los dem�s. Debemos ampliar nuestros deseos para que coincidan con Su don, y nuestras oraciones no deben cubrir un espacio m�s estrecho que el que encierran Sus promesas.

El �ltimo deseo de Epafras para sus amigos, seg�n la verdadera lectura, es que puedan estar "plenamente seguros" en toda la voluntad de Dios. No puede haber una bendici�n mayor que esa, estar completamente seguro de lo que Dios desea que sepa, haga y sea, si la seguridad proviene de la luz clara de Su iluminaci�n, y no de la apresurada confianza en m� mismo en mi propia penetraci�n. Estar libre de la miseria de las dudas intelectuales y las incertidumbres pr�cticas, caminar bajo el sol, es la alegr�a m�s pura. Y se concede en medida necesaria a todos los que han silenciado su propia voluntad, para que puedan o�r lo que dice Dios: "Si alguno quiere hacer su voluntad, sabr�".

�Nuestro amor habla en oraci�n? �Y nuestras oraciones por nuestros seres queridos abogan principalmente por tales dones? Tanto nuestro amor como nuestros deseos necesitan purificarse para que este sea su lenguaje natural. �C�mo podemos ofrecer tales oraciones por ellos si, en el fondo de nuestro coraz�n, preferimos verlos bien en el mundo que cristianos firmes, maduros y seguros? �C�mo podemos esperar una respuesta a tales oraciones si toda la corriente de nuestras vidas muestra que ni por ellos ni por nosotros "buscamos primero el reino de Dios y su justicia"?

III. El �ltimo saludo proviene de una pareja singularmente contrastada: Lucas y Demas, los tipos respectivamente de fidelidad y apostas�a. Estos dos en yugo desigual est�n ante nosotros como las figuras de luz y oscuridad que Ary Scheffer se deleita en pintar, cada una resaltando el color del otro de manera m�s v�vida por contraste. Tienen la misma relaci�n con Pablo que Juan, el disc�pulo amado, y Judas ten�an con el maestro de Pablo.

En cuanto a Lucas, su larga y fiel compa��a del Ap�stol es demasiado conocida como para que sea necesario repetirla aqu�. Su primera aparici�n en los Hechos casi coincide con un ataque de la enfermedad constitucional de Pablo, lo que da probabilidad a la sugerencia de que una de las razones de la atenci�n cercana de Lucas al Ap�stol fue el estado de su salud. De ah� la forma. y se explicar�a la calidez de la referencia aqu�: "Lucas, el m�dico, el amado".

"Trazamos a Luke como compartiendo los peligros del viaje invernal a Italia, dando a conocer su presencia solo por el modesto" nosotros "de la narraci�n. Lo encontramos aqu� compartiendo el cautiverio romano, y, en el segundo encarcelamiento, fue el �nico de Pablo. Todos los dem�s hab�an sido despedidos o hab�an huido, pero Luke no pod�a salvarse y no lo abandonar�a, y sin duda estuvo a su lado hasta el final, que pronto lleg�.

En cuanto a Demas, no sabemos m�s acerca de �l, excepto el relato melanc�lico: "Demas me ha abandonado, habiendo amado este mundo presente, y se ha ido a Tesal�nica". Quiz�s era tesalonicense y, por tanto, se fue a casa. Su amor por el mundo, entonces, fue la raz�n por la que abandon� a Pablo. Probablemente fue del lado del peligro que el mundo lo tent�. Era un cobarde y prefer�a una piel entera a una conciencia tranquila.

En relaci�n inmediata con el registro de su deserci�n, leemos: "A mi primera respuesta, nadie estuvo conmigo, sino que todos me abandonaron". Como se usa la misma palabra, probablemente Demas pudo haber sido uno de esos amigos t�midos, cuyo coraje no era igual a estar al lado de Pablo cuando, para usar su propia met�fora, meti� la cabeza en la boca del le�n. No seamos demasiado duros con la constancia que se deforma en un calor tan feroz.

Todo lo que Pablo le acusa es que era un amigo infiel y demasiado aficionado al mundo actual. Quiz�s su crimen no alcanz� el tono m�s oscuro. Puede que no fuera un cristiano ap�stata, aunque era un amigo infiel. Quiz�s, si se apart� tanto de Cristo como de Pablo, �l regres� de nuevo, como Pedro, cuyos pecados contra el amor y la amistad eran mayores que los suyos, y, como Pedro, encontr� perd�n y una bienvenida.

Quiz�s, en Tesal�nica, se arrepinti� de su maldad, y quiz�s Pablo y Demas se encontraron de nuevo ante el trono, y all� se unieron manos inseparables. �No juzguemos a un hombre de quien sabemos tan poco, sino que aprendamos la lecci�n de la humildad y la desconfianza en nosotros mismos!

�Cu�n asombrosamente estos dos personajes contrastados ponen de manifiesto la posibilidad de que los hombres est�n expuestos a las mismas influencias y, sin embargo, terminen muy lejos el uno del otro! Estos dos partieron del mismo punto, y viajaron uno al lado del otro, sujetos al mismo entrenamiento, en contacto con la atracci�n magn�tica de la fuerte personalidad de Paul y al final son anchos como los polos que se parten. Partiendo del mismo nivel, una l�nea se inclina muy poco hacia arriba, la otra imperceptiblemente hacia abajo.

Si los persigue lo suficiente, habr� espacio para todo el sistema solar con todas sus �rbitas en el espacio entre ellos. As�, dos ni�os entrenados en la rodilla de una madre, sujetos de las mismas oraciones, con el mismo sol de amor y lluvia de buenas influencias sobre ambos, pueden crecer, uno para romper el coraz�n de una madre y deshonrar el hogar de un padre, y el otro para andad en los caminos de la piedad y servid al Dios de sus padres.

Las circunstancias son poderosas; pero el uso que hacemos de las circunstancias recae en nosotros mismos. Mientras arreglamos nuestras velas y ponemos nuestro tim�n, la misma brisa nos llevar� en direcciones opuestas. Somos los arquitectos y constructores de nuestro propio car�cter, y podemos usar las influencias m�s desfavorables para fortalecer y endurecer sanamente nuestra naturaleza de ese modo, y podemos abusar de las m�s favorables para aumentar nuestra culpabilidad por las oportunidades desperdiciadas.

Tambi�n se nos recuerda por estos dos hombres que est�n ante nosotros como una estrella doble, una brillante y otra oscura, que ni la exaltaci�n de la posici�n cristiana, ni la duraci�n de la profesi�n cristiana, son garant�a contra la ca�da y la apostas�a. Como leemos en otro libro, por el cual tambi�n la Iglesia tiene que agradecer una celda de la prisi�n -el lugar donde se han escrito tantas de sus preciadas posesiones- hay un camino de regreso al pozo desde la puerta de la Ciudad Celestial.

Demas se hab�a mantenido en lo alto de la Iglesia, hab�a sido admitido en la �ntima intimidad del Ap�stol, evidentemente no era un novato crudo y, sin embargo, el mundo podr�a arrastrarlo de regreso de un lugar tan eminente en el que hab�a estado durante mucho tiempo. "El que piensa estar firme, mire que no caiga".

El mundo que era demasiado fuerte para Demas ser� demasiado fuerte para nosotros si lo enfrentamos con nuestras propias fuerzas. Es omnipresente, nos afecta en todas partes y siempre, como la presi�n de la atm�sfera sobre nuestros cuerpos. Su peso nos aplastar� a menos que podamos subir y morar en las alturas de la comuni�n con Dios, donde la presi�n disminuye. Actu� sobre Demas a trav�s de sus miedos. Act�a sobre nosotros a trav�s de nuestras ambiciones, afectos y deseos.

Entonces, viendo ese miserable naufragio de la constancia cristiana, y consider�ndonos a nosotros mismos para que no seamos tentados tambi�n, no juzguemos a otro, sino miremos a casa. Hay m�s que suficiente para hacer de la profunda desconfianza en nosotros mismos nuestra m�s verdadera sabidur�a, y para ense�arnos a orar: "Sostenme y estar� a salvo".

Versículos 15-18

Cap�tulo 4

MENSAJES DE CIERRE

Colosenses 4:15 (RV)

Hay un marcado amor por los trillizos en estos mensajes finales. Hab�a tres de la circuncisi�n que deseaban saludar a los colosenses; y hubo tres gentiles cuyos saludos siguieron a estos. Ahora tenemos un triple mensaje del propio Ap�stol: su saludo a Laodicea, su mensaje sobre el intercambio de cartas con esa Iglesia y su grave y estricto encargo a Arquipo. Finalmente, la carta se cierra con unas pocas palabras apresuradas de su propia letra, que tambi�n son triples, y parecen haber sido agregadas con extrema prisa y comprimidas con la mayor brevedad posible.

I. Primero veremos el triple saludo y advertencias a Laodicea.

En la primera parte de este triple mensaje vislumbramos la vida cristiana de esa ciudad. "Saludad a los hermanos que est�n en Laodicea". Estos son, por supuesto, todo el cuerpo de cristianos de la ciudad vecina, que era un lugar mucho m�s importante que Colosas. Son las mismas personas que "la Iglesia de Laodicea". Luego viene un saludo especial a "Nymphas", quien obviamente era un hermano de cierta importancia e influencia en la Iglesia de Laodicea, aunque para nosotros se ha hundido en un nombre vac�o.

Con �l, Pablo saluda a "la Iglesia que est� en su casa" (Ap. Ver.). �Cuya casa? Probablemente el perteneciente a Nymphas y su familia. Quiz�s el perteneciente a Nymphas y la Iglesia que se reun�a en �l, si estos eran otros que su familia. La expresi�n m�s dif�cil es adoptada por autoridades textuales preponderantes, y "su casa" se considera una correcci�n para facilitar el sentido. Si es as�, entonces la expresi�n es una de las cuales en nuestra ignorancia hemos perdido la clave, y que debemos contentarnos con dejar sin explicar.

Pero, �qu� era esta "Iglesia en la casa"? Leemos que Prisca y Aquila ten�an ambos en su casa en Roma Romanos 16:5 y en �feso, 1 Corintios 16:19 y que Filem�n los ten�a en su casa en Colosas. Puede ser que s�lo se refiera a la casa de Nymphas, y que las palabras no importen m�s que que era una casa cristiana; o puede ser, y m�s probablemente es, que en todos estos casos hubo alguna reuni�n de algunos de los cristianos residentes en cada ciudad, que estaban estrechamente relacionados con los jefes de hogar, y se reun�an en sus casas, m�s o menos regularmente, para adorarnos y ayudarnos unos a otros en la vida cristiana.

No tenemos hechos que decidan cu�l de estas dos suposiciones es correcta. Los primeros cristianos, por supuesto, no ten�an edificios que se usaran especialmente para sus reuniones y, a menudo, puede haber sido dif�cil encontrar lugares adecuados, particularmente en ciudades donde la Iglesia era numerosa. Por lo tanto, pudo haber sido costumbre que los hermanos que ten�an casas grandes y convenientes reunieran en ellas porciones de toda la comunidad.

En cualquier caso, la expresi�n nos da una idea de la elasticidad primitiva del orden de la Iglesia y de la fluidez temprana, por as� decirlo, del lenguaje eclesi�stico. La palabra "Iglesia" a�n no se hab�a endurecido y fijado a su sentido t�cnico actual. Hab�a una sola Iglesia en Laodicea y, sin embargo, dentro de ella estaba esta peque�a Iglesia, un imperium in imperio, como si la palabra todav�a no hubiera llegado a significar m�s que una asamblea, y como si todos los arreglos de orden y adoraci�n, y todos la terminolog�a de los d�as posteriores, eran inimaginables todav�a.

La vida estaba all�, pero las formas que iban a surgir de la vida, y para protegerla a veces, y sofocarla a menudo, apenas comenzaban a mostrarse, y ciertamente todav�a no se sent�an como formas. Tambi�n podemos notar la hermosa visi�n que tenemos aqu� de la religi�n dom�stica y social.

Si la Iglesia en la casa de Nymphas consist�a en su propia familia y dependientes, nos representa como una lecci�n de lo que deber�a ser toda familia, que tiene un hombre o una mujer cristianos a la cabeza. Se necesita poco conocimiento del orden de los llamados hogares cristianos para estar seguro de que la religi�n dom�stica se descuida lamentablemente en la actualidad. El culto familiar y la instrucci�n familiar est�n en desuso, uno teme, en muchos hogares, cuyos jefes pueden recordar a ambos en las casas de sus padres; y el t�cito aroma y la atm�sfera de la religi�n no llenan la casa con su olor, como deber�a hacerlo.

Si un cabeza de familia cristiano no tiene "una Iglesia en su casa", la uni�n familiar tiende a convertirse en "una sinagoga de Satan�s". Seguro que ser� uno u otro. Es una pregunta solemne para todos los padres y jefes de familia: �Qu� estoy haciendo para hacer de mi casa una Iglesia, de mi familia una familia unida por la fe en Jesucristo?

Se puede hacer una sugerencia similar si, como es posible, la Iglesia en la casa de Nymphas incluye m�s que parientes y dependientes. Es una cosa miserable cuando las relaciones sociales juegan libremente en torno a cualquier otro tema y tab� toda menci�n de la religi�n. Es una cosa miserable cuando los cristianos eligen y cultivan la sociedad para obtener ventajas mundanas, conexiones comerciales, progreso familiar y por todas las razones bajo el cielo, a veces muy por debajo, excepto las de una fe com�n y el deseo de aumentarla.

No es necesario imponer restricciones extravagantes e impracticables insistiendo en que debemos limitar nuestra sociedad a los hombres religiosos o nuestra conversaci�n a los temas religiosos. Pero es una mala se�al cuando nuestros asociados elegidos son elegidos por cualquier otra raz�n que no sea su religi�n, y cuando nuestra conversaci�n fluye copiosamente sobre todos los dem�s temas, y se convierte en una tonter�a restringida cuando se habla de religi�n: Tratemos de seguir adelante. con nosotros una influencia que impregnar� todas nuestras relaciones sociales y las har�, si no directamente religiosas, pero nunca antag�nicas a la religi�n, y siempre capaces de pasar f�cil y naturalmente a las regiones m�s elevadas.

Nuestros antepasados ??piadosos sol�an grabar textos en las puertas de sus casas. Hagamos lo mismo de otra manera, para que todos los que crucen el umbral sientan que han entrado en una casa cristiana, donde la piedad alegre endulza e ilumina las santidades del hogar.

A continuaci�n, tenemos una direcci�n notable en cuanto al intercambio de las cartas de Pablo a Colosas y Laodicea. La presente ep�stola se enviar� a la vecina Iglesia de Laodicea, eso es bastante claro. Pero, �qu� es "la Ep�stola de Laodicea" que los colosenses deben estar seguros de obtener y leer? La conexi�n nos proh�be suponer que se trata de una carta escrita por la Iglesia de Laodicea. Ambas cartas son ep�stolas claramente paulinas, y se dice que la �ltima es "de Laodicea", simplemente porque los colosenses deb�an obtenerla de ese lugar.

El "de" no implica autor�a, sino transmisi�n. �Qu� ha sido entonces de esta carta? Esta perdido? Eso dicen algunos comentaristas; pero una opini�n m�s probable es que no es otra que la Ep�stola que conocemos como esa a los Efesios. �sta no es la ocasi�n para entrar en una discusi�n sobre ese punto de vista. Ser� suficiente notar que autoridades textuales muy importantes omiten las palabras "En �feso", en el primer vers�culo de esa ep�stola.

La conjetura es muy razonable, que la carta estaba destinada a un c�rculo de iglesias, y originalmente no ten�a un lugar mencionado en el encabezado, al igual que podr�amos emitir circulares "A la Iglesia en", dejando un espacio en blanco para completar con diferentes nombres. Esta conjetura se ve reforzada por la marcada ausencia de referencias personales en la carta, que en ese sentido contrasta notablemente con la Ep�stola a los Colosenses, a la que se asemeja tanto en otros detalles.

Probablemente, por lo tanto, T�quico hizo que le entregaran ambas cartas para que las entregara. La circular ir�a primero a �feso como la iglesia m�s importante de Asia, y de all� la llevar�a a una comunidad tras otra, hasta que llegara a Laodicea, de donde vendr�a m�s arriba por el valle hasta Colosas, trayendo ambas cartas consigo. . A los colosenses no se les dice que obtengan la carta de Laodicea, sino que se aseguren de que la lean. T�quico se encargar�a de que les llegara; su negocio era asegurarse de que lo marcaran, lo aprendieran y lo digerieran interiormente.

La urgencia de estas instrucciones de que se lean las cartas de Pablo nos recuerda un mandato similar, pero a�n m�s estricto, en su primera ep�stola, 1 Tesalonicenses 5:27 "Os mando por el Se�or que esta ep�stola sea le�da a todos los santos hermanos. " �Es posible que estas Iglesias no se preocuparan mucho por las palabras de Pablo, y estuvieran m�s dispuestas a admitir que eran pesadas y poderosas, que a estudiarlas y tomarlas en serio? Casi lo parece. Quiz�s recibieron el mismo trato entonces como lo reciben a menudo ahora, y fueron m�s elogiados que le�dos, �incluso por aquellos que profesaban verlo como su maestro en Cristo!

Pero pasando por alto eso, llegamos a la �ltima parte de este triple mensaje, la solemne advertencia a un sirviente perezoso.

"Di a Arquipo: Mira el ministerio que has recibido en el Se�or, para que lo cumplas". Un mensaje agudo que, y especialmente agudo, como enviado a trav�s de otros, y no hablado directamente al hombre mismo. Si este Arquipo fuera miembro de la Iglesia en Colosas, es notable que Pablo no deber�a haberle hablado directamente, como lo hizo con Euodia y S�ntique, las dos buenas mujeres de Filipos, que se hab�an peleado.

Pero de ninguna manera es seguro que lo fuera. Lo encontramos nuevamente nombrado, de hecho, al comienzo de la Ep�stola a Filem�n, en conexi�n tan inmediata con este �ltimo, y con su esposa Apphia, que se supon�a que era su hijo. En todo caso, estuvo �ntimamente asociado con la Iglesia en la casa de Filem�n, quien, como sabemos, era colosense. La conclusi�n, por tanto, parece a primera vista m�s natural que Archippus tambi�n pertenec�a a la Iglesia Colosense.

Pero, por otro lado, la dificultad ya mencionada parece apuntar en otra direcci�n; y si se recuerda adem�s que toda esta secci�n est� relacionada con la Iglesia en Laodicea, se ver� que es una conclusi�n probable de todos los hechos que Archipo, aunque quiz�s un nativo de Colosas, o incluso un residente all�, ten�a su " ministerio "en relaci�n con la otra Iglesia vecina.

Vale la pena notar, de paso, que todos estos mensajes a Laodicea, que ocurren aqu�, favorecen fuertemente la suposici�n de que la ep�stola de ese lugar no puede haber sido una carta especialmente destinada a la iglesia de Laodicea, ya que, si lo hubiera sido, estas ser�an naturalmente se han insertado en �l. Hasta el momento, por tanto, confirman la hip�tesis de que se trataba de una circular.

Algunos dir�n: Bueno, �qu� importa d�nde trabaj� Archippus? Quiz�s no mucho; y sin embargo, uno no puede dejar de leer esta grave exhortaci�n a un hombre que evidentemente se estaba volviendo l�nguido y negligente, sin recordar lo que escuchamos acerca de Laodicea y el �ngel de la Iglesia all�, la pr�xima vez que lo encontremos en la p�gina de las Escrituras. No es imposible que Arquipo fuera ese mismo "�ngel", a quien el Se�or mismo envi� el mensaje a trav�s de Su siervo Juan, m�s terrible que el que Pablo hab�a enviado a trav�s de sus hermanos en Colosas, "Porque no eres ni fr�o ni caliente, yo te vomitar� de mi boca ".

Sea como fuere, el mensaje es para todos nosotros. Cada uno de nosotros tiene un "ministerio", una esfera de servicio. Podemos llenarlo por completo, con ferviente devoci�n y paciente hero�smo, mientras un gas en expansi�n llena la ronda sedosa de su recipiente que lo contiene, o podemos respirar en �l solo lo suficiente para ocupar una peque�a porci�n, mientras que el resto cuelga vac�o y fl�cido. . Tenemos que "cumplir con nuestro ministerio".

Un motivo sagrado realza la obligaci�n: lo hemos recibido "en el Se�or". En uni�n con �l se nos ha impuesto. Ninguna mano humana lo ha impuesto, ni surge meramente de las relaciones terrenales, pero nuestra comuni�n con Jesucristo y nuestra incorporaci�n a la Vid verdadera nos ha impuesto responsabilidades y nos ha exaltado por el servicio.

Debe haber una vigilancia diligente para cumplir con nuestro ministerio. Debemos prestar atenci�n a nuestro servicio y debemos cuidarnos a nosotros mismos. Tenemos que reflexionar sobre �l, su extensi�n, naturaleza, imperatividad, sobre la forma de descargarlo y los medios de adecuaci�n para �l. Tenemos que mantener nuestro trabajo siempre ante nosotros. A menos que estemos absortos en �l, no lo cumpliremos. Y tenemos que cuidarnos a nosotros mismos, sintiendo siempre nuestra debilidad y los fuertes antagonismos en nuestra propia naturaleza que obstaculizan nuestro desempe�o de los deberes m�s sencillos e imperativos.

Y recordemos, tambi�n, que si una vez comenzamos, como Arquipo, a ser un poco l�nguidos y superficiales en nuestro trabajo, podemos terminar donde termin� la Iglesia de Laodicea, ya fuera su �ngel o no, con esa tibieza nauseabunda que enferma incluso el amor sufrido de Cristo y lo obliga a rechazarlo con repugnancia.

II. Y ahora llegamos al final de nuestra tarea, y tenemos que considerar las �ltimas palabras apresuradas de la propia mano de Pablo. Podemos verlo tomando la ca�a del amanuense y agregando las tres breves frases que cierran la letra. Primero escribe lo que es equivalente a nuestro uso moderno de firmar la carta: "el saludo de m�, Paul, con mi propia mano". Esta parece haber sido su pr�ctica habitual, o, como dice en 2 Tesalonicenses 3:17 , era "su s�mbolo en cada ep�stola", la evidencia de que cada uno era la expresi�n genuina de su mente.

Probablemente su visi�n d�bil, que parece segura, puede haber tenido algo que ver con el empleo de una secretaria, como podemos suponer que hizo, incluso cuando no se menciona expresamente su aut�grafo en los saludos finales. Por ejemplo, en la Ep�stola a los Romanos no encontramos palabras que correspondan a estas, pero el modesto amanuense se acerca por un momento a la luz cerca del final: "Yo, Tercio, que escribo la ep�stola, os saludo en el Se�or".

El respaldo con su nombre es seguido por una petici�n singularmente pat�tica en su abrupta brevedad: "Recuerda mis v�nculos". Esta es la �nica referencia personal en la carta, a menos que agreguemos como una segunda, su solicitud de sus oraciones para que pueda hablar del misterio de Cristo, por el cual est� preso. A este respecto, hay un contraste notable con las abundantes alusiones a sus circunstancias en la Ep�stola a los Filipenses, que tambi�n pertenece al per�odo de su cautiverio.

El entusiasmo de su tema lo hab�a alejado de sus pensamientos sobre s� mismo. La visi�n que se abri� ante �l de su Se�or en Su gloria, el Se�or de la Creaci�n, la Cabeza de la Iglesia, el ayudante en el trono de toda alma confiada, hab�a inundado su c�mara con luz y hab�a barrido a los guardias, las cadenas y las restricciones de su conciencia. . Pero ahora el hechizo se rompe y las cosas comunes reafirman su poder.

Extiende la mano para que la ca�a escriba sus �ltimas palabras, y mientras lo hace, la cadena que lo sujeta a la guardia pretoriana a su lado tira y estorba. Despierta a la conciencia de su prisi�n. El vidente, arrastrado por el viento tormentoso de una inspiraci�n divina, se ha ido. El hombre d�bil permanece. El cansancio despu�s de una hora as� de alta comuni�n lo vuelve m�s dependiente de lo habitual; y todas sus ense�anzas sutiles y profundas, todos sus truenos y rel�mpagos, terminan en un simple grito, que va directo al coraz�n,

"Recuerda mis ataduras".

Dese� su recuerdo porque necesitaba su simpat�a. Como los trapos viejos colocados alrededor de las cuerdas con las que el profeta fue sacado de su mazmorra, la m�s pobre pizca de simpat�a retorcida en torno a un grillete lo hace menos irritable. La petici�n nos ayuda a concebir cu�n duro fue el juicio que Pablo sinti� por su encarcelamiento, poco como dijo al respecto, y valientemente como lo soport�. Tambi�n dese� su recuerdo, porque sus ataduras a�adieron peso a sus palabras.

Sus sufrimientos le dieron derecho a hablar. En tiempos de persecuci�n, los confesores son los m�s altos maestros, y las marcas del Se�or Jes�s llevadas en el cuerpo de un hombre dan m�s autoridad que los diplomas y el saber. Deseaba su recuerdo porque sus lazos podr�an animarlos a perseverar con firmeza si surgiera la necesidad. Se�ala sus propios sufrimientos y quiere que se animen a llevar sus cruces m�s ligeras y a librar una batalla m�s f�cil.

Uno no puede dejar de recordar las palabras del Maestro de Pablo, tan parecidas a estas en sonido, tan diferentes de ellas en su significado m�s profundo. �Puede haber un contraste mayor que entre "Acu�rdate de mis ataduras", la apelaci�n quejumbrosa de un hombre d�bil que busca simpat�a, que viene como un ap�ndice, aparte del tema de la carta, y "Haz esto en memoria de m�", el real palabras del Maestro? �Por qu� el recuerdo de la muerte de Cristo es tan diferente al recuerdo de las cadenas de Pablo? �Por qu� uno es simplemente para el juego de la simpat�a y la aplicaci�n de su ense�anza, y el otro es el centro mismo de nuestra religi�n? Por una sola raz�n.

Porque la muerte de Cristo es la vida del mundo, y los sufrimientos de Pablo, cualquiera que sea su valor, no ten�an nada en ellos que tuvieran relaci�n, excepto indirectamente, con la redenci�n del hombre. "�Fue crucificado Pablo por ti?" Recordamos sus cadenas y le dan santidad a nuestros ojos. Pero recordamos el cuerpo quebrantado y la sangre derramada de nuestro Se�or, y nos aferramos a �l con fe como el �nico sacrificio por el pecado del mundo.

Y luego viene la �ltima palabra: "Gracia sea contigo". La bendici�n apost�lica, con la que cierra todas sus cartas, se da en diferentes etapas de expresi�n. Aqu� se reduce a lo muy r�pido. No es posible una forma m�s corta y, sin embargo, incluso en esta condici�n de extrema compresi�n, todo lo bueno est� en �l.

Toda la bendici�n posible est� envuelta en esa �nica palabra, Gracia. Como la luz del sol, lleva vida y fecundidad en s� misma. Si el favor y la bondad de Dios, fluyendo hacia los hombres que est�n tan por debajo de �l, que merecen un trato tan diferente, son nuestros, entonces en nuestros corazones habr� descanso y una gran paz, lo que sea que nos rodee, y en nuestro car�cter ser� todas las bellezas y capacidades, en la medida de nuestra posesi�n de esa gracia.

Ese germen de gozo y excelencia que todo lo produce se divide aqu� entre todo el cuerpo de cristianos colosenses. El roc�o de esta bendici�n cae sobre todos ellos: los maestros del error si todav�a se mantienen en Cristo, los judaizantes, el perezoso Arquipo, as� como la gracia que invoca se derramar� en naturalezas imperfectas y adornar� personajes muy pecaminosos, si por debajo de la la imperfecci�n y el mal hay la verdadera alianza del alma en Cristo.

Esa comunicaci�n de la gracia a un mundo pecador es el final de todas las obras de Dios, como es el final de esta carta. Aquella gran revelaci�n que comenz� cuando el hombre comenz�, que ha pronunciado su mensaje completo en el Hijo, el heredero de todas las cosas, como nos dice esta Ep�stola, tiene esto para el prop�sito de todas sus palabras, ya sean terribles o suaves, profundas o profundas. simple, para que la gracia de Dios more entre los hombres. El misterio del ser de Cristo, la agon�a de la cruz de Cristo, las glorias ocultas del dominio de Cristo son todos para este fin, que de su plenitud todos podamos recibir, y gracia por gracia.

El Antiguo Testamento, fiel a su genio, termina con palabras severas que miran hacia adelante y que apuntan a una futura venida del Se�or y al posible aspecto terrible de esa venida "No sea que venga y golpee la tierra con una maldici�n". Es el �ltimo eco del largo toque de las trompetas del Sina�. El Nuevo Testamento termina, como termina nuestra Ep�stola, y creemos que la fatigosa historia del mundo terminar�, con la bendici�n: "La gracia de nuestro Se�or Jesucristo sea con todos ustedes".

Esa gracia, el amor que perdona y vivifica y hace el bien, la justicia, la sabidur�a y la fuerza, se ofrece a todos en Cristo. A menos que lo hayamos aceptado, la revelaci�n de Dios y la obra de Cristo han fracasado en lo que a nosotros respecta. "Nosotros, pues, como colaboradores con �l, os rogamos que no recib�is en vano la gracia de Dios".

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Colossians 4". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/colossians-4.html.