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Daniel 3

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-30

EL �DOLO DEL ORO Y LOS TRES FIELES

Considerado como un ejemplo del uso de la ficci�n hist�rica para inculcar las verdades m�s nobles, el tercer cap�tulo de Daniel no solo es soberbio en su grandeza imaginativa, sino m�s a�n en la manera en que expone la piedad de la fidelidad �ltima, y ??de esa

"Expresi�n de la verdad que desaf�a a la muerte"

que es la esencia de las formas m�s heroicas e inspiradoras de martirio. Lejos de menospreciarlo, porque no se presenta ante nosotros con la evidencia adecuada para probar que incluso se pretend�a tomar como historia literal, siempre lo he considerado como uno de los cap�tulos narrativos m�s preciosos de las Escrituras. Tiene un valor incalculable, ya que ilustra la liberaci�n de una fidelidad intr�pida, y expone la verdad de que quienes aman a Dios y conf�an en �l deben amarlo y confiar en �l incluso hasta el final, a pesar no solo del peligro m�s abrumador, sino incluso cuando se enfrentan cara a cara con una derrota aparentemente desesperada.

La muerte misma, por tortura, espada o fuego, amenazada por los sacerdotes, los tiranos y las multitudes de la tierra que se alzan abiertamente contra ellos, es impotente para hacer temblar el prop�sito de los santos de Dios. Cuando el siervo de Dios no puede hacer nada m�s contra las fuerzas del pecado, el mundo y el diablo, al menos puede morir, y puede decir como los Macabeos: "�Muramos en nuestra sencillez!". Puede ser salvado de la muerte; pero incluso si no, debe preferir la muerte a la apostas�a, y salvar� su propia alma.

Que los jud�os alguna vez fueron reducidos a tal elecci�n durante el exilio en Babilonia no hay evidencia; de hecho, toda la evidencia apunta en la otra direcci�n, y parece mostrar que se les permiti� con perfecta tolerancia mantener y practicar su propia religi�n. Pero en los d�as de Ant�oco Ep�fanes, la cuesti�n de cu�l elegir -el martirio o la apostas�a- se volvi� muy candente. Ant�oco estableci� en Jerusal�n "la abominaci�n de la desolaci�n", y es f�cil comprender qu� valor y convicci�n podr�a derivar un jud�o tentado del estudio de este espl�ndido desaf�o.

El hecho de que Firdausi cuenta una historia similar de la tradici�n persa de "un h�roe m�rtir que sali� ileso de un horno de fuego" demuestra que la historia es de un tipo que se adapta bien a la imaginaci�n.

Este cap�tulo inmortal respira exactamente el mismo esp�ritu que el Salmo cuadrag�simo cuarto.

Nuestro coraz�n no se ha vuelto atr�s, ni nuestros pasos se desviaron de tu camino; no, no cuando nos derribaste en lugar de dragones y nos cubriste con sombra de muerte. Si nos hemos olvidado del nombre de nuestro Dios, Y alzando nuestras manos a cualquier dios extra�o, �no lo buscar� Dios? Porque �l conoce los secretos del coraz�n ".

"El rey Nabucodonosor", se nos dice en una de las majestuosas oberturas en las que se regocija este escritor, "hizo una imagen de oro, cuya altura era de sesenta codos y su anchura de seis codos, y la puso en las llanuras de Dura, en la provincia de Babilonia ".

No se da una fecha, pero el escritor bien puede haber supuesto o haber escuchado tradicionalmente que un evento de este tipo tuvo lugar alrededor del a�o dieciocho del reinado de Nabucodonosor, cuando hab�a concluido una serie de grandes victorias y conquistas. Tampoco se nos dice a qui�n representaba la imagen. Podemos imaginar que era un �dolo de Bel-merodach, la deidad patrona de Babilonia, a quien sabemos que erigi� una imagen; o de Nebo, de quien el rey tom� su nombre.

Cuando se dice que es "de oro", el escritor, en el car�cter grandioso de su facultad imaginativa, puede haber querido que sus palabras fueran tomadas literalmente, o puede haber querido decir simplemente que estaba dorado o recubierto de oro. Hab�a im�genes colosales en Egipto y en N�nive, pero nunca leemos en la historia de ninguna otra imagen dorada de noventa pies de alto y nueve pies de ancho. El nombre de la llanura o valle en el que se erigi� -Dura- se ha encontrado en varias localidades babil�nicas.

Luego el rey proclam� una solemne fiesta dedicatoria, a la que invit� a todo tipo de funcionarios, de los que el escritor, con su habitual y rotunda expresi�n, acumula los ocho nombres. Ellos eran:-

1. Los pr�ncipes, "s�trapas" o guardianes del reino.

2. Los gobernadores. Daniel 2:48

3. Los Capitanes.

4. Los jueces.

5. Los Tesoreros o Controladores.

6. Los Consejeros.

7. Los alguaciles.

8. Todos los gobernantes de las provincias.

Cualquier intento de adjuntar valores espec�ficos a estos t�tulos es un fracaso. Parecen ser un cat�logo de t�tulos asirios, babilonios y persas, y quiz�s (como conjeturaba Ewald) podr�an estar destinados a representar los diversos grados de tres clases de funcionarios: civiles, militares y legales.

Entonces todos estos funcionarios, que con pausada majestuosidad son nombrados nuevamente, vinieron a la fiesta y se pararon ante la imagen. No es improbable que el escritor haya sido testigo de una ceremonia tan espl�ndida a la que fueron invitados los magnates jud�os durante el reinado de Ant�oco Ep�fanes.

Entonces, un heraldo ( kerooza ) grit� en voz alta una proclamaci�n "a todos los pueblos, naciones y lenguas". Una muchedumbre as� podr�a haber contenido f�cilmente a griegos, fenicios, jud�os, �rabes y asirios, as� como a babilonios. Ante el estallido de una "estruendosa m�sica janizary", todos se postrar�n y adorar�n la imagen dorada.

De los seis tipos diferentes de instrumentos musicales que, en su estilo habitual, el escritor nombra y reitera, y que no es posible ni muy importante distinguir, tres �arpa, salterio y gaita� son griegos; dos, el cuerno y el saco, tienen nombres derivados de ra�ces que se encuentran tanto en lenguas arias como sem�ticas; y uno, "la pipa", es semita. En cuanto a la lista de funcionarios, el escritor hab�a agregado "y todos los gobernantes de las provincias"; por eso aqu� agrega "y todo tipo de m�sica".

Cualquiera que se negara a obedecer la orden deb�a ser arrojado, a la misma hora, al horno ardiente de fuego. El profesor Sayce, en sus "Hibbert Lectures", conecta toda la escena con un intento, primero por Nabucodonosor, luego por Nabunaid, de convertir a Merodach, quien, para conciliar los prejuicios de los adoradores de la antigua deidad Bel, se llamaba Bel-merodach -la principal deidad de Babilonia. Ve en la proclamaci�n del rey una sospecha subyacente de que algunos se opondr�n a su intento de centralizaci�n del culto.

La m�sica estall� y la gran multitud se postr�, excepto los tres compa�eros de Daniel, Sadrac, Mesac y Abednego.

Naturalmente, nos detenemos para preguntar d�nde estaba Daniel. Si la narraci�n se toma por historia literal, es f�cil responder con el apologista que estaba enfermo; o estuvo ausente; o era una persona de demasiada importancia para que se le exigiera que se postrara; o que "los caldeos" tem�an acusarlo. �Ciertamente�, dice el profesor Fuller, �si este cap�tulo hubiera sido la composici�n de un pseudo-Daniel, o el registro de un evento ficticio, Daniel habr�a sido presentado y explicado su inmunidad.

"La literatura apolog�tica abunda en argumentos tan fantasiosos y sin valor. Ser�a igualmente cierto, e igualmente falso, decir que" ciertamente ", si la narraci�n fuera hist�rica, su ausencia se habr�a explicado; y tanto m�s porque fue expresamente elegido para estar "en la puerta del rey". Pero si consideramos el cap�tulo como una noble Hagad�, no hay la menor dificultad para explicar la ausencia de Daniel.

Las historias separadas estaban destinadas a ser coherentes hasta cierto punto; y aunque los escritores de este tipo de literatura imaginativa antigua, incluso en Grecia, rara vez se preocupan por cuestiones que est�n fuera del prop�sito inmediato, la introducci�n de Daniel en la historia habr�a sido violar todo vestigio de verosimilitud. Representar a Nabucodonosor adorando a Daniel como un dios, y ofreci�ndole oblaciones en una p�gina, y en la siguiente representar al rey arroj�ndolo a un horno por negarse a adorar a un �dolo, habr�a involucrado una obvia incongruencia.

En los otros cap�tulos se representa a Daniel desempe�ando su papel y dando testimonio del Dios de Israel; este cap�tulo est� dedicado por separado al hero�smo y el testimonio de sus tres amigos. Al observar el desaf�o al edicto del rey, ciertos caldeos, movidos por los celos, se acercaron al rey y "acusaron" a los jud�os. Daniel 6:13 La palabra para "acusado" es curiosa e interesante.

Es literalmente "se comi� los pedazos de los jud�os", evidentemente involucrando una met�fora de feroz y devoradora malicia. Recordando al rey su decreto, le informan que tres de los jud�os a quienes ha dado tan alto ascenso "pensaron bien en no mirarte; no servir�n a tu dios, ni adorar�n la imagen de oro que has erigido". Nabucodonosor, como otros d�spotas que sufren el v�rtigo de la autocracia, estaba expuesto a estallidos repentinos de furia casi espasm�dica.

Leemos de tales tormentas de ira en el caso de Ant�oco Ep�fanes, de Ner�n, de Valentiniano I e incluso de Teodosio. El doble insulto a s� mismo y a su dios por parte de los hombres a quienes hab�a mostrado un favor tan conspicuo lo sac� de s� mismo. Porque Bel-merodach, a quien hab�a hecho el dios patr�n de Babilonia, era, como dice en una de sus propias inscripciones, "el se�or, el gozo de mi coraz�n en Babilonia, que es la sede de mi soberan�a e imperio".

Le parec�a demasiado intolerable que este dios, que lo hab�a coronado de gloria y victoria, y que �l mismo, vestido con la plenitud de su poder imperial, fuera desafiado y aniquilado por tres cautivos miserables e ingratos.

Les pregunta si era su prop�sito fijo que no sirvieran a sus dioses ni adoraran su imagen. Luego les ofrece un locus poenitentiae . La m�sica deber�a sonar de nuevo. Si entonces adoraran, pero si no, deber�an ser arrojados al horno, "�y qui�n es ese Dios que los librar� de mis manos?"

La pregunta es un desaf�o directo y un desaf�o al Dios de Israel, como el de Fara�n: "�Y qui�n es Jehov� para que yo escuche su voz?" o como el de Senaquerib: "�Qui�nes son entre todos los dioses que han librado su tierra de mi mano?" �xodo 5:2 Isa�as 36:20 2 Cr�nicas 32:13 Se responde en cada instancia por una interposici�n decisiva.

La respuesta de Sadrac, Mesac y Abednego es verdaderamente magn�fica en su inquebrantable coraje. Es: "Oh Nabucodonosor, no tenemos necesidad de responderte una palabra acerca de esto. Si nuestro Dios a quien servimos puede librarnos, �l nos librar� del horno de fuego ardiendo, y de tu mano, oh rey. Pero si no, oh rey, sea sabido que no serviremos a tus dioses, ni adoraremos la estatua de oro que has erigido.

"Con la frase" si nuestro Dios puede "no se expresa ninguna duda en cuanto al poder de Dios. La palabra" capaz "simplemente significa" capaz de acuerdo con sus propios planes ". Los tres ni�os sab�an bien que Dios puede librar, y que �l repetidamente ha entregado a Sus santos. Tales liberaciones abundan en la p�gina sagrada, y se mencionan en el "Sue�o de Gerontius":

"Resc�talo, oh Se�or, en esta su mala hora, como en la antig�edad a tantos por tu gran poder: Enoc y El�as de la condenaci�n com�n; No� de las aguas en un hogar salvador; Abraham de la abundancia de la culpa de los paganos, Job de toda su multiforme y ca�da angustia; Isaac, cuando el cuchillo de su padre fue levantado para matar; Lot de la quema de Sodoma en el d�a del juicio; Mois�s de la tierra de servidumbre y desesperaci�n; Daniel de los leones hambrientos en su guarida; David de Golia, y la ira de Saulo, y los dos ap�stoles de su esclavitud en la prisi�n ".

Pero los m�rtires voluntarios tambi�n sab�an muy bien que en muchos casos no ha sido el prop�sito de Dios liberar a sus santos del peligro de la muerte; y que ha sido mucho mejor para ellos que fueran llevados al cielo en el carro de fuego del martirio. Por lo tanto, estaban perfectamente preparados para descubrir que era la voluntad de Dios que ellos tambi�n perecieran, como miles de fieles de Dios hab�an perecido antes que ellos, de las manos tiranas y crueles del hombre; y estaban dispuestos a afrontar alegremente esa terrible extremidad.

As� consideradas, las tres palabras "Y si no" se encuentran entre las palabras m�s sublimes pronunciadas en toda la Escritura. Representan la verdad de que el hombre que conf�a en Dios seguir� diciendo hasta el final: "Aunque me matare, en �l confiar�". Son el triunfo de la fe sobre todas las circunstancias adversas. Ha sido un logro glorioso del hombre haber alcanzado, por la inspiraci�n del aliento del Todopoderoso, una percepci�n tan clara de la verdad que la voz del deber debe ser obedecida hasta el final, para llevarlo a desafiar todas las combinaciones. de fuerzas opuestas. La alegre l�rica del paganismo lo expres� en su famosa oda:

" Justum et tenacem propositi virum Non civium ardor reza jubentium, Non vultus instantis tyranni, Mente quatit solida " .

Es el testimonio del hombre de su indomable creencia de que las cosas de los sentidos no deben valorarse en comparaci�n con esa alta felicidad que surge de la obediencia a la ley de la conciencia, y que ning�n extremo de la agon�a est� a la altura de la apostas�a. Esto es lo que, m�s que cualquier otra cosa, ha demostrado, a pesar de las apariencias, que el esp�ritu del hombre es de nacimiento celestial, y le ha permitido desarrollarse.

"Las alas dentro de �l se envuelven, y se elevan orgullosamente

Redimido de la tierra, una criatura de los cielos ".

Porque dondequiera que quede en el hombre una verdadera hombr�a, nunca ha rehuido aceptar la muerte en lugar de la verg�enza del cumplimiento de lo que desprecia y aborrece. Esto es lo que env�a a nuestros soldados a la desesperada esperanza, y los hace marchar con una sonrisa sobre las bater�as que vomitan sobre ellos sus fuegos cruzados; "y as� mueren por miles los semidioses sin nombre". En virtud de esto ha sido que todos los m�rtires, "con el poder irresistible de su debilidad", han sacudido el mundo s�lido.

Al escuchar el desaf�o de los jud�os fieles, absolutamente firme en su decisi�n, pero perfectamente respetuoso en su tono, el tirano estaba tan fuera de s� que, mientras miraba a Sadrac, Mesac y Abednego, su rostro qued� desfigurado. El horno probablemente se utiliz� para la cremaci�n ordinaria de los muertos. Orden� que se calentara siete veces m�s de lo que se sol�a calentar, y se pidi� a ciertos hombres de gran fuerza que estaban en su ej�rcito que ataran a los tres j�venes y los arrojaran a las llamas furiosas.

Entonces, atados con sus calzas, sus t�nicas, sus mantos largos y sus otras vestiduras, fueron arrojados al horno calentado siete veces. El mandamiento del rey era tan urgente, y la "lengua de fuego" sal�a tan ferozmente del horrible horno, que los verdugos perecieron plantando las escaleras para arrojarlos, pero ellos mismos cayeron en medio del horno.

La muerte de los verdugos parece no haber atra�do ninguna atenci�n especial, pero inmediatamente despu�s Nabucodonosor se levant� asombrado y aterrorizado de su trono, y pregunt� a sus chambelanes: "�No echamos a tres hombres atados en medio del fuego?"

"Es cierto, oh rey", respondieron.

"He aqu�", dijo, "veo a cuatro hombres sueltos, caminando en medio del fuego, y no tienen da�o, y el aspecto del cuarto es como un hijo de los dioses".

Entonces el rey se acerc� a la puerta del horno de fuego y llam�: "�Siervos del Dios Alt�simo, salid!" Entonces Sadrac, Mesac y Abednego salieron de en medio del fuego; y todos los s�trapas, prefectos, presidentes y chambel�n de la corte se reunieron para mirar a los hombres que estaban tan completamente intactos por la fiereza de las llamas que no se les hab�a chamuscado ni un cabello de la cabeza, ni se les hab�a arrugado las medias, ni siquiera hab�a el olor a quemado sobre ellos.

Seg�n la versi�n de Theodotion, el rey ador� al Se�or ante ellos, y luego public� un decreto en el que, despu�s de bendecir a Dios por enviar a su �ngel a liberar a sus siervos que confiaban en �l, orden� de manera algo incoherente que "todo pueblo, naci�n , o el lenguaje que hablara alguna blasfemia contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abednego, debe ser cortado en pedazos, y su casa hecha un muladar: ya que no hay otro dios que pueda librar de este tipo ".

Entonces el rey, como lo hab�a hecho antes, promovi� a Sadrac, Mesac y Abednego en la provincia de Babilonia.

De ahora en adelante desaparecen por igual de la historia, la tradici�n y la leyenda; pero toda la magn�fica Hagad� es el comentario m�s poderoso posible sobre las palabras de Isa�as 43:2 : "Cuando pases por el fuego, no te quemar�s, ni la llama se encender� sobre ti".

La no muy apropiada Canci�n de los tres ni�os, con otras adiciones ap�crifas, demuestra cu�n poderosamente la historia impresion� a los jud�os. Aqu� se nos dice que el horno se calent�

"con resina, brea, estopa y le�a; de modo que la llama fluy� sobre el horno cuarenta y nueve codos. Y pas� y quem� a los caldeos que encontr� alrededor del horno. Pero el �ngel del Se�or descendi� al interior del horno. horno junto con Azar�as y sus compa�eros, y apag� la llama del fuego del horno; e hizo en medio del horno como si hubiera sido un viento h�medo y silbante, de modo que el fuego no los tocara en absoluto, ni lastim� ni turb�. ellos."

En el Talmud, las majestuosas limitaciones de la historia b�blica a veces se enriquecen con toques de imaginaci�n, pero m�s a menudo se vuelven burdas por exhibiciones de mal gusto de trivialidad y rencor. As�, en el "Vayyikra Rabba", Nabucodonosor intenta persuadir a los j�venes con fant�sticas citas err�neas de Isa�as 10:10 , Ezequiel 23:14 .

Deuteronomio 4:28 , Jeremias 27:8 ; "y lo refutan y terminan con torpes jugadas con su nombre", dici�ndole que debe ladrar ( nabach ) como un perro, hincharse como un c�ntaro ( bacalao ), y piar como un grillo ( tsirtsir ), que inmediatamente lo hizo, es decir , estaba enamorado de la licantrop�a.

En "Sanhedrin" f. 93, 1, se cuenta la historia de los falsos profetas ad�lteros Acab y Sedequ�as, y se agrega que Nabucodonosor les ofreci� la prueba de fuego de la que hab�an escapado los Tres Ni�os. Pidieron que Josu�, el sumo sacerdote, estuviera con ellos, pensando que su santidad ser�a su protecci�n. Cuando el rey pregunt� por qu� Abraham, aunque solo, hab�a sido salvado del fuego de Nimrod y los Tres Hijos del horno ardiente, y sin embargo el sumo sacerdote deber�a haber sido chamuscado, Zacar�as 3:2 Josu� respondi� que la presencia de dos malvados los hombres le dieron el poder del fuego y citaron el proverbio: "Dos palos secos encienden uno verde".

En "Pesachin" f. 118, 1, hay un excelente pasaje imaginativo sobre el tema, atribuido al rabino Samuel de Shiloh:

�En la hora en que Nabucodonosor el imp�o arroj� a Hanan�as, Mishrael y Azar�as en medio del horno de fuego, Gorgemi, el pr�ncipe del granizo, se par� ante el Santo (�Bendito sea!) Y dijo: 'Se�or del mundo, d�jame bajar y enfriar el horno. "No", respondi� Gabriel, "todos los hombres saben que el granizo apaga el fuego; pero yo, el pr�ncipe del fuego, bajar� y har� que el horno se enfr�e por dentro y caliente por fuera, y as� obrar� un milagro dentro de un milagro". El Santo (�Bendito sea!) Le dijo: 'Desciende. En esa misma hora Gabriel abri� la boca y dijo:' Y la verdad del Se�or permanece para siempre '".

Ball, que cita estos pasajes de la "Bibliotheca Rabbinica" de Wunsche en su Introducci�n a la canci�n de los tres ni�os, agrega muy verdaderamente que muchos comentaristas de las Escrituras carecen por completo de la orientaci�n derivada del estudio de la literatura talm�dica y midr�shica, que es un preliminar indispensable. a una correcta comprensi�n de los tesoros del pensamiento oriental. No comprenden la tendencia inveterada de los maestros jud�os a transmitir la doctrina mediante historias e ilustraciones concretas, y no en forma de pensamiento abstracto.

"La doctrina lo es todo; el modo de presentaci�n no tiene valor independiente". Hacer de la historia la primera consideraci�n, y la doctrina que pretend�a transmitir un pensamiento posterior, como nosotros, con nuestra seca literalidad occidental, estamos predispuestos a hacer, es invertir el orden jud�o de pensamiento e infligir injusticia inconsciente en los autores de muchas narrativas edificantes de la antig�edad.

El papel desempe�ado por Daniel en la historia ap�crifa de Susana probablemente est� sugerido por el significado de su nombre: "Juicio de Dios". Tanto esa historia como Bel y el Drag�n son, a su manera, ficciones efectivas, aunque incomparablemente inferiores a la parte can�nica del Libro de Daniel.

Y el asombroso decreto de Nabucodonosor encuentra su analog�a en el decreto publicado por Ant�oco el Grande a todos sus s�bditos en honor del Templo de Jerusal�n, en el que amenazaba con imponer fuertes multas a cualquier extranjero que traspasara los l�mites de la Santa Corte. .

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Daniel 3". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/daniel-3.html.