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Deuteronomio 11

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-32

LA ELECCI�N DE ISRAEL Y MOTIVOS PARA LA FIDELIDAD

Deuteronomio 9:1 ; Deuteronomio 10:1 ; Deuteronomio 11:1

Los cap�tulos restantes de esta introducci�n especial a la declaraci�n de las leyes actuales que comienzan con el cap�tulo 12 contienen tambi�n una ferviente insistencia sobre otros motivos por los que Israel debe permanecer fiel al pacto de Yahweh. Se les insta a esto, no solo porque la vida tanto espiritual como f�sica depend�a de ello, como se mostr� en las pruebas del desierto, sino que tambi�n deben tener en cuenta que en las conquistas que seguramente les aguardan, ser� Yahv�. solo a quien les deben.

Los esp�as hab�an declarado, y la gente hab�a aceptado su informe, que estos pueblos eran mucho m�s poderosos que ellos y que nadie pod�a enfrentarse a los hijos de Anac. Pero la victoria sobre ellos demostrar�a que Yahv� hab�a estado entre ellos como fuego consumidor, ante el cual el poder cananeo se marchitar�a como maleza en la llama.

Bajo estas circunstancias, el pensamiento obviamente estar�a cerca de eso, ya que hab�an sido derrotados y rechazados en su primer intento sobre Cana�n debido a su injusticia e incredulidad, as� que ahora vencer�an debido a su justicia y obediencia. Pero este pensamiento est� severamente reprimido. La doctrina fundamental en la que se insiste aqu� es que la conciencia de Israel de ser el pueblo de Dios debe ser al mismo tiempo una conciencia de completa dependencia de �l.

Si sus dones iban a ser en �ltima instancia la recompensa de la justicia humana, entonces, obviamente, ese sentimiento de completa dependencia no podr�a establecerse. Deben moverse tan completamente a la sombra de Dios que solo ver�n en sus �xitos el cumplimiento de los prop�sitos Divinos. En lugar de despreciar ferozmente a los cananeos que destruyen, porque se encuentran en una altura moral y espiritual que les da derecho a triunfar, los israelitas deben sentir que, si bien es por su maldad por lo que el pueblo cananeo debe ser castigado, ellos mismos no hab�an estado libres de maldad de tipo agravado.

Su tratamiento diferente, por lo tanto, se basa en el hecho de que ser�n los instrumentos elegidos por Yahweh. En los patriarcas, los eligi� para que se convirtieran en el medio, el veh�culo, por el cual la salvaci�n y la bendici�n ser�an llevadas a todas las naciones. Por tanto, si bien el mal que sobreviene a los pueblos que deben conquistar es merecido, el bien que ellos mismos recibir�n es igualmente inmerecido. Lo �nico que explica la diferencia es la fidelidad de Dios a las promesas que hizo por el bien de sus prop�sitos.

Necesita un instrumento a trav�s del cual bendecir a la humanidad. Ha elegido a Israel para este prop�sito, en parte sin duda debido a algunas cualidades, no necesariamente espirituales o morales, que han llegado a tener, y en parte debido a su posici�n hist�rica en el mundo. Todos estos, en conjunto, los convierten en este preciso momento de la historia del desarrollo del mundo en los instrumentos m�s adecuados para llevar a cabo el prop�sito divino del amor a la humanidad.

Y son elegidos, hechos para entrar en una comuni�n m�s constante e �ntima con Dios que otras naciones, por eso. En palabras de Rothe, "Dios elige o elige en cada momento hist�rico de la totalidad de la raza pecaminosa de la humanidad aquella naci�n mediante cuyo enrolamiento entre las fuerzas positivas que han de desarrollar el reino de Dios el mayor avance posible hacia la completa realizaci�n de puede lograrse, en las circunstancias hist�ricas de ese momento.

"Ya sea que esto cubra completamente la elecci�n individual de San Pablo, como piensa Rothe, o no, ciertamente expresa con precisi�n la elecci�n nacional del Antiguo Testamento, y agota el significado de nuestro pasaje. El particularismo israelita ten�a la universalidad del m�s alto nivel como su trasfondo, y aqu� el �ltimo viene con m�s insistencia a sus derechos.

No fue solo la elecci�n de Israel para ser un pueblo peculiar que depend�a del sabio y amoroso prop�sito de Dios; las providencias que les sobrevinieron tambi�n tuvieron eso como su fuente. Para prepararlos para su misi�n y darles un lugar en el que pudieran desarrollar los g�rmenes de una fe m�s elevada y una moral m�s noble que hab�an recibido, Yahv� les dio la victoria sobre esas naciones m�s grandes y las plant� en su lugar.

�sta, y s�lo �sta, fue la raz�n de su �xito; y con mordaz iron�a el autor de Deuteronomio pisa bajo sus pies Deuteronomio 9:7 y sigs. cualquier pretensi�n de justicia superior de su parte. Se�ala sus continuas rebeliones durante los cuarenta a�os en el desierto. Desde el principio hasta el final de su viaje hacia la Tierra Prometida, se les dice que han sido rebeldes, testarudos y poco rentables.

Han roto su pacto con su Dios. Hicieron que Mois�s rompiera las tablas de piedra que conten�an las condiciones fundamentales del pacto, porque su conducta hab�a dejado en claro que no se hab�an comprometido seriamente con �l. Pero la misericordia de Dios hab�a estado con ellos. A pesar de su pecado, Yahv� se hab�a vuelto misericordioso por la oraci�n de Mois�s ( Deuteronomio 9:25 ss.

), y se hab�a arrepentido de su designio de destruirlos. Se firm� un nuevo pacto con ellos (cap�tulo 10) por medio de las segundas tablas, que conten�an los mismos mandatos que estaban grabados en la primera. La renovaci�n, adem�s, fue ratificada por la separaci�n de la tribu de Levi Deuteronomio 10:8 y sigs. ser la tribu especialmente sacerdotal, "llevar el arca del pacto del Se�or, estar delante del Se�or para ministrarle y bendecir en su nombre".

"De principio a fin siempre era Yahv�, y de nuevo Yahv�, quien los hab�a elegido, amado y cuidado. Era �l quien los hab�a perdonado y fortalecido; pero siempre por razones que iban mucho m�s all�, o incluso exclu�an, cualquier m�rito en su parte.

La base del �xito de Mois�s, la intercesi�n por ellos Deuteronomio 9:25 y sigs. son notables a este respecto. No tienen ninguna referencia a las necesidades, esperanzas o expectativas de la gente. Todos estos son descartados, como si no tuvieran ning�n momento despu�s de una infidelidad como la de ellos. El gran objeto ante su mente se representa como la gloria de Yahweh.

Si este pueblo de dura cerviz perece, entonces la grandeza de Dios se oscurecer� y sus prop�sitos ser�n mal entendidos. Los hombres ciertamente pensar�n, o que Yahv�, el Dios de Israel, trat� de hacer lo que no pudo hacer, o que estaba enojado con su pueblo y los sac� al desierto para matarlos all�. Es el prop�sito de Dios con ellos, el prop�sito de Dios para el mundo a trav�s de ellos, lo �nico que les da importancia.

Si no fuera por eso, valdr�a la pena salvarlos tanto como merecen ser salvados. Para su pueblo, y, podemos estar seguros, para �l mismo, Mois�s no reconoce ning�n valor verdadero salvo en la medida en que �l o ellos fueron �tiles para llevar a cabo los prop�sitos divinos de bien para el mundo. Tampoco es la ausencia de una s�plica en nombre de Israel, que es miserable o infeliz, debido simplemente al deseo de mantener al pueblo rebelde en un segundo plano por el momento, y de apelar solo al amor propio divino por un perd�n que lo har�a. , sobre el fondo del caso, sea denegada. Es el Dios de toda la tierra, ante quien "los habitantes de la tierra son como langostas", a quien se apela; un Dios muy por encima de los motivos mezquinos de los hombres ego�stas,

Si se apela a Su gloria, es solo porque es la gloria del bien supremo tanto para el individuo como para el mundo. Si el temor de que se arroje duda sobre su poder se presenta como una raz�n para que tenga misericordia, es porque dudar de su poder es dudar de la supremac�a de la bondad. Si aqu� se establece la promesa divina a los patriarcas, es porque esa promesa era la garant�a del inter�s divino y del amor divino por el mundo.

En tales circunstancias, se necesitar�a un literalismo muy estrecho de coraz�n, como solo los te�logos y cr�ticos muy "liberales" podr�an favorecer, para reducir esta apelaci�n a un mero intento de adular a Yahv� con buen humor. Realmente encarna todo lo que se puede decir para justificar nuestra b�squeda de respuestas a la oraci�n; y entendido correctamente, limita el campo de la respuesta tan estrictamente como las limitaciones expresas o impl�citas del Nuevo Testamento, a saber.

que la oraci�n eficaz s�lo puede ser por cosas seg�n la voluntad de Dios. Adem�s, expresa una actitud completamente natural hacia Dios. Ante �l, la suma de todas las perfecciones, el Dios amoroso, omnisciente y omnipresente, �qu� es el hombre para afirmarse de alguna manera? Cuando se considera la altura y la profundidad, la sublimidad y la amplitud del prop�sito divino, �c�mo puede un hombre hacer algo salvo caer sobre su rostro en un completo olvido de s� mismo, inmensamente mejor incluso que el desprecio de s� mismo? Los mejores y m�s santos de la humanidad siempre han sentido esto m�s; y el h�bito de medir sus logros por la fidelidad y el conocimiento, la virtud y el poder que hay en Dios, ha impresionado a algunas de las mentes m�s grandes y las almas m�s puras con tal humildad, que a los hombres sin perspicacia les ha parecido mera afectaci�n.

Pero la compasi�n, la condescendencia, el amor de Cristo ha tra�do a Dios a nuestra vida humana de tal manera que, a veces, somos propensos a perder nuestro asombro por Dios como se ve en �l. Si fu�ramos hijos del esp�ritu, no deber�amos caer en ese pecado. En consecuencia, no podemos ser recordados con demasiada frecuencia o con demasiada brusquedad al punto de vista m�s austero y remoto del Antiguo Testamento. Para muchos, incluso los m�s piadosos, ser�a bueno si pudieran recibir y mantener una impresi�n m�s justa de su propia inutilidad y nulidad ante Dios.

En la secci�n desde el vers�culo duod�cimo del cap�tulo 10, Deuteronomio 10:12 hasta el final del cap�tulo 11, la introducci�n exhortativa se resume en una revisi�n final de todos los motivos y los resultados de la obediencia y el amor a Dios. Se repite una vez m�s la exhortaci�n fundamental del amor a Dios; s�lo aqu� el miedo se une al amor y lo precede; pero la necesidad del amor a Dios se expande y se profundiza, como al principio, con un celo que nunca se cansa.

El Deuteronomista lo ilustra y refuerza con viejas y nuevas razones, siempre hablando con la misma s�plica y sinceridad sincera. No teme el tedio de la repetici�n, ni la acusaci�n de moverse en un estrecho c�rculo de ideas. Evidentemente en el tiempo malo en que escribi� este amor a Dios hab�a llegado a ser su propio sost�n y su consuelo; y le hab�a sido revelado como la fuente de un poder, una dulzura y una justicia que s�lo pod�a llevar a la naci�n a la comuni�n con Dios.

Con palabras conmovedoras que se asemejan mucho a la noble exhortaci�n de Miqueas 6:1 , "�l te ha mostrado, oh hombre, lo que es bueno, y lo que Jehov� pide de ti, sino que hagas la justicia, que ames la misericordia y que caminar humildemente con tu Dios? " ense�a casi la misma doctrina que su contempor�neo: "Y ahora, Israel, �qu� te pide Yahweh tu Dios, sino que temas a Yahweh tu Dios, que andes en todos sus caminos, que lo ames y que sirvas a Yahweh tu Dios? con todo tu coraz�n y con toda tu alma, para guardar los mandamientos de Jehov� y sus estatutos que yo te ordeno hoy para tu bien? " Deuteronomio 10:12

En esp�ritu, estos pasajes parecen id�nticos; pero muchos escritores del Antiguo Testamento sostienen que no lo son para que representen, de hecho, polos opuestos de la fe y la vida de Israel. Duhm supone, por ejemplo, que Miqueas quiere decir con su triple exigencia que la justicia entre hombre y hombre, el amor, la bondad y la misericordia hacia los dem�s, y el trato humilde con Dios son, a diferencia del sacrificio, la religi�n verdadera e inmaculada.

Robertson Smith tambi�n considera que estos vers�culos de Miqueas contienen un repudio al sacrificio. En Deuteronomio, por el contrario, el temor y el amor a Dios y el andar en Sus caminos se colocan en primer lugar, pero se unen a la exigencia del servicio sincero de Dios y la observancia de Sus estatutos que est�n a punto de ser establecidos. Ahora bien, estos ciertamente incluyen ritual y sacrificio. El �nico pasaje, escrito por un profeta, excluye el sacrificio como servicio obligatorio y aceptable de Dios; la otra, escrita quiz�s por un sacerdote, ciertamente por un hombre sobre quien no se hab�an perdido lecciones prof�ticas del pasado, lo incluye.

Para usar las palabras de Robertson Smith al discutir los requisitos del perd�n en el Antiguo Testamento, "Seg�n los profetas, Yahv� s�lo pide un coraz�n arrepentido y no desea ning�n sacrificio; de acuerdo con la ley ritual, �l desea que un coraz�n arrepentido se le acerque en ciertos sacrificios. sacramentos ". El autor de Deuteronomio ense�a el segundo punto de vista; el autor de Miqueas, cap�tulo 6, que probablemente sea su contempor�neo, ense�a lo primero.

�C�mo se explica esa divergencia? La respuesta que se da generalmente es que Deuteronomio fue el producto de una estrecha alianza entre sacerdotes y profetas. Un odio com�n a la idolatr�a de Manas�s y una opresi�n com�n los hab�a unido como nunca antes. Con un solo coraz�n y mente trabajaron en secreto para el mejor d�a que ve�an acercarse, y Deuteronomio fue una reedici�n de la antigua ley mosaica adaptada a la ense�anza prof�tica. Representaba un compromiso entre, o una amalgama de, dos posiciones completamente distintas.

Pero incluso desde este punto de vista se seguir�a que desde la �poca de Jos�as, cuando Deuteronomio fue aceptado como la expresi�n m�s completa de la voluntad de Dios, se conoc�a la doctrina de que el ritual y el sacrificio, as� como la penitencia eran cosas esenciales en la religi�n verdadera, y no s�lo conocido pero aceptado como la opini�n ortodoxa. Dejando de lado, entonces, la cuesti�n de si los profetas antes de esto reconoc�an el sacrificio o no, deben haberlo aceptado desde este punto en adelante, a menos que negaran a Deuteronomio la autoridad que reclamaba y que la naci�n le conced�a.

Jerem�as claramente debe haberlo aceptado, porque su estilo y su pensamiento se han moldeado tan estrechamente en este libro que algunos han pensado que pudo haber sido su autor. En cualquier caso, no repudi� su autoridad; y todos los profetas que lo siguieron deben haber sabido de este punto de vista, y tambi�n que hab�a sido sancionado por ese libro que se convirti� en la primera Biblia jud�a.

Tenemos aqu�, en todo caso, la nota clave de la supremac�a del deber moral sobre los mandatos divinos concernientes al ritual que distingue la ense�anza prof�tica en Miqueas y en otros lugares, junto con la aplicaci�n de las observancias rituales. Pero hay pocos pasajes puramente prof�ticos que elevan tanto la demanda m�s alta como aqu�.

Amar y temer a Dios se declara nuevamente que son los deberes supremos del hombre, y el autor los recalca con argumentos de diversa �ndole. De nuevo vuelve a la elecci�n de Israel por Yahv�, sin m�rito de ellos; y para hacerles entender cu�nto significa esto, el Deuteronomista exhibe la grandeza de su Dios, Su poder, Su justicia y Su misericordia, la cual, por grande que sea para Su pueblo escogido, no se limita a ellos, sino que se extiende a el extra�o tambi�n.

Deben servir a este Misericordioso con obras, deben unirse a �l, y deben jurar solo por �l, es decir, deben reconocer solemnemente que �l es su Dios a cambio de Su favor inmerecido. Porque su misma existencia como naci�n es una maravilla de Su poder, ya que eran s�lo un pu�ado cuando bajaron a Egipto, y ahora eran "como las estrellas del cielo en multitud".

Luego, una vez m�s, en el cap�tulo 11, repite su �nico pensamiento inquietante de que el amor debe ser la fuente de todo digno cumplimiento de la ley; y se esfuerza por derramar este amor a Dios en sus corazones record�ndoles una vez m�s todas las maravillas de su liberaci�n de Egipto y de su viaje por el desierto. Su Dios los hab�a liberado primero, luego los hab�a castigado por sus pecados y los hab�a entrenado para la nueva vida que les esperaba en la tierra prometida a sus padres.

Incluso en la seguridad de la tierra, no se encontrar�an menos dependientes de Dios que antes. M�s bien, su dependencia ser�a m�s sorprendente e impresionante que en Egipto. Como hemos visto repetidamente, este escritor inspirado perteneci� en muchos aspectos a la infancia del mundo, y las personas a las que se dirigi� eran primitivas en sus ideas. Sin embargo, sus pensamientos sobre Dios en su vuelo m�s elevado eran tan esencialmente verdaderos y profundos, que incluso hoy podemos volver a ellos en busca de edificaci�n e inspiraci�n.

Pero aqu� tenemos un llamamiento basado en una distinci�n que hoy deber�a haber perdido casi por completo su significado. El deuteronomista cede de manera bastante simple y sin reservas al sentimiento de que los procesos regulares e invariables de la naturaleza son menos Divinos, o al menos son menos inmediatamente significativos de la presencia Divina, que aquellos que no se pueden prever, que var�an y que desaf�an el an�lisis humano. Porque aqu� contrasta Egipto y Cana�n, en los cuales representa a Israel como si hubiera estado involucrado en actividades agr�colas, y habla como si en el primero todo dependiera de la industria y el ingenio humanos, y se pudiera contar con ellos independientemente de la conducta moral, mientras que en todo esto �ltimo depender�a del favor divino y de una actitud correcta hacia Dios.

Es muy cierto que en los Cap�tulos precedentes ha estado ense�ando que, incluso para el �xito material mundano, es necesaria la vida superior, que el hombre en ninguna parte vive solo de pan; y que podemos asumir con seguridad que es su pensamiento �ltimo y m�s profundo. Pero tiene un final pr�ctico a la vista en este momento. Quiere persuadir a su gente, y apela a lo que tanto �l como ellos sintieron, aunque en �ltima instancia, tal vez no est� justificado.

En Egipto, dice, tu �xito agr�cola era seguro si solo eras trabajador. El gran r�o, del cual la tierra misma es el regalo, se desbordaba a�o tras a�o, y solo ten�as que almacenar y guiar sus aguas para asegurarte un cierto retorno por tu trabajo. No ten�as que esperar lluvias inciertas, pero con diligencia siempre podr�as asegurar una suficiencia del elemento vivificante. En Cana�n no ser� as�.

"Bebe el agua s�lo de la lluvia del cielo". El ojo de Dios tiene que estar sobre �l continuamente para mantenerlo f�rtil, y el sentido de dependencia de �l se impondr� a usted de manera m�s constante y poderosa en consecuencia. Podr�an esperar prosperar solo si nunca olvidaban, nunca apartaban Sus exhortaciones de su vista. De lo contrario, dice, las lluvias que dan vida no caer�n a su debido tiempo. Vuestra tierra no dar� sus frutos, y "pronto perecer�is de la buena tierra que Jehov� os da".

Ahora bien, �qu� vamos a decir de este llamamiento? No puede haber duda de que la omnipotencia divina era realmente, tanto en el punto de vista del deuteronomista como en el nuestro, tan irresistible en Egipto como en Cana�n. Fundamentalmente, sin duda, la vida o la muerte, la prosperidad o la adversidad, estaban tanto en la mano de Dios en un caso como en el otro; y el deuteronomista, al menos, no ten�a ninguna duda de que la rebeli�n contra Dios podr�a destruir y destruir�a la prosperidad de Egipto tanto como la de Cana�n.

Pero sinti� que de alguna manera hab�a una comuni�n de amor m�s tierna e �ntima entre Yahv� y Su pueblo bajo una serie de circunstancias que bajo la otra. No tenemos derecho a imputarle una distinci�n cuestionable que las mentes modernas tienden a hacer, a saber. que donde la larga experiencia ha ense�ado a los hombres a considerar el curso de la providencia como fijo, all� termina la esfera de la oraci�n por el beneficio material, y que s�lo en la regi�n donde la acci�n divina en la naturaleza nos parece m�s espont�nea y menos susceptible de ser prevista, �Puede la oraci�n ser hecha de todo coraz�n, porque es de esperar?

Pero el sentimiento que sugiere eso ciertamente estaba en su mente. Sinti� que la diferencia entre las condiciones de vida fijas en Egipto y las condiciones m�s variables en Cana�n, era muy similar a la diferencia entre las circunstancias de un hijo que recibe una asignaci�n anual fija de su padre, en un hogar independiente y quiz�s distante. , y los de un hijo en la casa de su padre, que recibe su porci�n d�a a d�a como resultado y evidencia de un cari�o siempre presente.

Ambos dependen igualmente del amor del padre y, en teor�a, ambos deber�an estar igualmente llenos de amorosa gratitud. Pero, de hecho, es m�s probable que este �ltimo sea as�, y ser�a m�s culpable si no lo fuera. Sobre ese hecho real, el Deuteronomista toma su posici�n. Ahora que iban a entrar en la tierra de Yahweh, Su morada escogida, �l ve en las diferentes condiciones materiales del nuevo pa�s lo que deber�a hacer la uni�n entre Yahweh y Su pueblo m�s �ntima y m�s segura, y los presiona. la mayor verg�enza de la ingratitud, si en tales circunstancias olvidaran a Dios y sus leyes.

Finalmente, Deuteronomio 11:22 les promete la extensi�n victoriosa de su dominio si aman a Yahweh y guardan sus leyes. Desde el L�bano hasta el desierto del sur, desde el �ufrates hasta el mar occidental, deber�an gobernar, si quer�an adherirse a su Dios. En ning�n momento se cumpli� esta promesa excepto en los d�as de David y Salom�n.

Porque s�lo entonces el L�bano y el desierto, el Eufrates y el mar hab�an sido los l�mites de Israel. Este, entonces, debe considerarse como el tiempo de mayor fidelidad de Israel. Pero es sorprendente que sea en los d�as de Jos�as, despu�s de la adopci�n de Deuteronomio como la ley nacional, que nos encontramos con un esfuerzo consciente para realizar esta condici�n de las cosas una vez m�s. Parecer�a haber pocas dudas de que el buen rey tuvo una visi�n igualmente literal de lo que el libro ordenaba y de lo que promet�a.

Inauguraba un per�odo de completo cumplimiento externo de la ley, y como el joven e inexperto que era, lo consideraba como el cumplimiento de sus exigencias, y buscaba un cumplimiento instant�neo similar de las promesas, poco a poco hab�a ido absorbiendo el antiguo territorio del Reino del Norte; y en la decadencia del poder asirio vio la oportunidad de ampliar su dominio hasta el l�mite aqu� definido.

En consecuencia, sali� contra el fara�n Necao con la plena confianza de que saldr�a victorioso. Pero si �l asumi� demasiado superficialmente la promesa divina y sus condiciones, la providencia divina pronto y terriblemente corrigi� el error. La derrota y muerte de Jos�as revelaron que la reforma no hab�a sido lo suficientemente real y profunda, y que la naci�n no fue lo suficientemente fiel para hacer posible ese triunfo.

De hecho, hasta donde podemos ver, el tiempo para cualquier verdadero cumplimiento del llamado de Israel de esa manera hab�a pasado entonces. La cosecha hab�a pasado, e Israel no se salv�, y no pod�a salvarse ahora, porque era infiel en lo m�s profundo de su coraz�n.

Algunos pueden cuestionar, por supuesto, si un Israel fiel, incluso en el m�s alto grado, podr�a haber mantenido en alg�n momento la posesi�n de un dominio tan amplio frente a los grandes imperios de Asiria y Egipto. Estos eran ricos, y ten�an un dominio mucho mayor tanto del territorio como de los hombres: �c�mo podr�an entonces los israelitas haberse mantenido frente a ellos? Pero la pregunta es c�mo medir el poder de las ideas superiores que ten�an.

No es la fuerza sino la verdad lo que gobierna el mundo; y no se puede poner l�mite en absoluto a las posibilidades que se abren a un pueblo libre, moralmente robusto y fiel, que ha llegado a poseer ideas espirituales m�s elevadas que los pueblos que lo rodean. Incluso en esta �poca moderna esc�ptica, la transformaci�n en cuanto a la fuerza f�sica que tiene lugar cuando ciertas clases de hind�es se convierten en mahometanos o cristianos es tan sorprendente y tan r�pida que parece casi un milagro.

Tambi�n en lo que respecta al coraje, es a�n m�s r�pido e igualmente notable. La gran mayor�a de las luchas de las naciones se libran en el nivel de la mera fuerza f�sica y con fines materiales, y las m�s fuertes y ricas ganan: pero siempre que aparece un pueblo poseedor de ideas superiores y absolutamente fiel a ellas, el poder opuesto, por grande que sea en riqueza y en n�mero, es arrebatado en fragmentos como por un tornado, o se disuelve como el hielo ante el sol.

Lo que Israel podr�a haber sido, por lo tanto, si hubiera sido penetrado por los principios de la religi�n superior y hubiera sido apasionadamente fiel a ellos, de ninguna manera puede ser juzgado por lo que realmente fue. Entre las posibilidades no probadas que era demasiado infiel para realizar, la posesi�n de un imperio como el que promete Deuteronomio parecer�a ser una de las menores.

Nuestro cap�tulo resume lo que precede con la declaraci�n de parte de Yahv�: "Mira, en este d�a pongo ante ti una bendici�n y una maldici�n", seg�n obedezcan o desobedezcan el mandato divino. En resumen, se afirma que todo el futuro del pueblo ser� determinado por su actitud hacia Yahv� y los mandamientos que �l les ha dado. En estas dos palabras "bendici�n" y "maldici�n", como observa Dillmann, �l les presenta la grandeza de la decisi�n que deben tomar.

As� como al final del cap�tulo 3 se conf�a en la visi�n de la mano extendida de Yahv�, que ha sembrado el mundo con los restos y fragmentos de naciones destruidas, para preparar al pueblo para contemplar su propia vocaci�n, as� aqu� el: ganancia o la p�rdida que seguir�a a su decisi�n se les presenta solemnemente. Por Dillmann y otros se supone que Deuteronomio 11:29 y Deuteronomio 11:31 , que instruyen al pueblo a "poner la bendici�n sobre el monte Gerizim y la maldici�n sobre el monte Ebal", han sido transferidos por el editor posterior del cap�tulo 27, donde entrar�an muy apropiadamente despu�s de Deuteronomio 27:3 .

Pero sea as� o no, es evidente que est�n tan en su lugar aqu� que se suman a la solemnidad con la que se insiste en el destino de la naci�n en el futuro. Su "elecci�n es breve y sin embargo interminable"; se puede hacer en un momento, pero en consecuencia perdurar�.

Pero aqu� surge una dificultad. El Dr. Driver en su "Introducci�n" dice de esta secci�n exhortativa de nuestro libro que su ense�anza es que "los deberes no deben realizarse por motivos secundarios, como el miedo o el temor a las consecuencias; deben ser el resultado espont�neo de un coraz�n de la cual se ha quitado toda mancha de mundanalidad, y que est� penetrada por un sentido de devoci�n personal a Dios que todo lo absorbe.

"Sin embargo, en estos �ltimos cap�tulos hemos tenido poco m�s que apelaciones a la gratitud, las esperanzas y los temores de Israel. Los cap�tulos 8 a 11 est�n totalmente ocupados con incitaciones a amar y obedecer a Dios, porque �l ha sido inmensamente bueno con ellos, nunca dejar que su ingratitud supere Su bondad amorosa; porque dependen totalmente de �l para la prosperidad y la fertilidad de su tierra; y porque el mal les sobrevendr� si no lo hacen. Eso parecer�a ser lo contrario de lo que Driver ha declarado para ser el esp�ritu informador y la ense�anza fundamental de Deuteronomio.

Sin embargo, su punto de vista es el verdadero. Incluso si el deuteronomista hubiera agregado estos motivos inferiores para atraer y ganar sobre aquellos que no estaban tan abiertos a lo superior, eso no lo privar�a de la gloria de haber presentado el amor desinteresado como el poder realmente impulsor de la religi�n verdadera. No estamos obligados a reducir nuestra estima por ese logro, incluso si, como el maestro razonable y sabio que es, usa con valent�a todos los motivos que realmente influyen en los hombres, ya sea que lo hagan o no, para llevarlos a la vida superior.

Pero no es necesario suponer que as� sea. Su exigencia es que los hombres amen a Yahv�, su Dios, con todo su coraz�n y todas sus fuerzas, y para ganarlos a eso, �l expone lo que su Dios se ha revelado a s� mismo. Los hombres no pueden amar a quien no conocen; no pueden amar a quien no ha demostrado ser amable con ellos. Como todo su esfuerzo es lograr que los hombres amen a Dios y muestren su amor mediante la obediencia a Su voluntad expresada, el Deuteronomista recuerda todos Sus pensamientos y actos amorosos hacia ellos, y as� continuamente mantiene su llamado al m�s alto nivel.

No pide a los hombres que sirvan a Dios porque les sea provechoso, sino porque aman a Dios; y se esfuerza por hacer que amen a Dios recitando todo su amor, amabilidad y paciencia a su pueblo, y se�alando el mal que Su amor busca protegerse. La s�plica no es la innoble de que deben servir a Yahweh por lo que pueden ganar con ello, sino que deben amar a Yahweh por Su amor y misericordia, y que de este amor debe fluir la obediencia continua como resultado necesario.

Esa es su posici�n central; y si se�ala los resultados necesarios de una negativa a volverse a Dios de esta manera, no expone por ello el miedo servil o la prudencia calculadora como motivos religiosos en s� mismos. Son s�lo un medio natural y razonable de hacer que los hombres vean el otro lado. Los usa para hacer que la gente haga una pausa, durante la cual puede ganarlos por el amor de Dios. Ese es siempre el verdadero atractivo; y el cristianismo, cuando est� en su mejor momento, no puede hacer otra cosa que seguir este camino.

Teniendo en mente los resultados de la mala conducta, insta a los hombres a escapar de la ira que pueda caer sobre ellos. Pero el �nico medio de escapar es ceder al amor de Dios. Ning�n autocontrol dictado por el miedo a las consecuencias, ning�n apartarse del mal debido a los leones que se ven en el camino, satisface la demanda de la religi�n del Antiguo o del Nuevo Testamento. Ambos elevan la vida verdaderamente religiosa por encima de eso a la regi�n del amor abnegado; y ambos niegan validez espiritual a todos los actos, por buenos que sean en s� mismos, que no siguen al amor como su expresi�n libre e incondicional.

Sin embargo, ambos tratan a los hombres como seres racionales que pueden estimar los resultados de sus actos y les advierten de la muerte que debe ser el fin de todos los dem�s caminos de supuesta salvaci�n. De esta manera mantienen el camino entre los extremos, sin ignorar ni el coraz�n interno de la religi�n ni subirse demasiado para los hombres pecadores.

Lo dif�cil que es mantener este punto de vista razonable pero espiritual se ve en las aberraciones populares tanto dentro como fuera de la Iglesia. En ocasiones en la historia de la Iglesia, los maestros cristianos han permitido que sus mentes est�n tan dominadas por el terror del juicio que el mundo ha parecido que el juicio es la �nica carga de su mensaje. Como reacci�n a eso nuevamente, han surgido otros maestros que exponen el amor de Dios de una manera tan unilateral como para vaciarlo de toda su sublimidad severa pero gloriosa; como si, como Mahoma, creyeran que Dios ten�a la intenci�n principalmente de "facilitar la religi�n" a los hombres.

Fuera de la Iglesia prevalece la misma discordia. Algunos escritores seculares elogian aquellas religiones que declaran que el destino de un hombre se decide en el juicio por el equilibrio del m�rito sobre el dem�rito en sus actos; mientras que otros se burlan de cualquier juicio y se comprometen con un coraz�n ligero a la tolerancia medio divertida de la bondad divina. Pero la ense�anza que combina ambos elementos puede sostener y sostener por s� sola una vida espiritual digna.

Depender �nicamente del terror es ignorar la esencia misma de la religi�n verdadera y los mejores elementos de la naturaleza del hombre; porque eso no ser� dominado solo por el miedo. Pensar en el amor divino como una laxitud perezosa y autoindulgente es degradar la naturaleza divina y olvidar que la posibilidad de la ira est� ligada a todo amor digno de ese nombre.

Otro punto es digno de menci�n. En estos Cap�tulos, que tratan de la historia del pueblo escogido de Dios en sus relaciones con �l, surgen los elementos mismos que distinguen la religi�n personal de San Pablo. El principio y el final de todo es la gracia gratuita de Dios. Dios eligi� a su pueblo para que pudiera ser su instrumento para bendecir al mundo, no por ninguna bondad en ellos, porque eran perversos y rebeldes, sino porque �l lo hab�a determinado y lo hab�a prometido a los padres.

Los hab�a librado de la servidumbre de Egipto con su gran poder, y desde entonces mor� entre ellos como entre ning�n otro pueblo. Les dio una tierra para vivir, y all�, como en Su propia casa, los cuid� y cuid�, y se esforz� por llevarlos a la altura de su vocaci�n como pueblo de Dios, exigi�ndoles fe y amor. Es un comentario muy esclarecedor de Robertson Smith que la liberaci�n de Egipto fue para Israel en el Antiguo Testamento lo que la conversi�n es para el cristiano individual seg�n el Nuevo Testamento.

Tomando eso como nuestro punto de partida, vemos que el pensamiento de Deuteronomio es precisamente el pensamiento de Romanos. Se dice, y verdaderamente, que la teolog�a paulina fue una transcripci�n directa de la propia experiencia de Pablo; pero de esto vemos que no necesitaba formar moldes para sus propios pensamientos fundamentales. Mucho antes que �l, el autor de Deuteronomio los hab�a formado, y deben haber sido familiares para todo jud�o instruido.

Pero el reconocimiento de esto no es una p�rdida sino una ganancia. Si San Pablo hubiera fundado una teor�a de la acci�n universal de Dios sobre el alma s�lo sobre la base de su propia experiencia muy peculiar, se podr�a argumentar que la base de su ense�anza hab�a sido demasiado personal para permitirnos estar seguros de que su La vista era realmente tan exhaustiva como pensaba. Vemos, sin embargo, que lo que experiment� el deuteronomista lo hab�a rastreado mucho antes en la historia de su pueblo; y lo m�s probable es que no lo hubiera trazado con mano tan firme si no hubiera tenido �l mismo una experiencia similar en sus relaciones personales con Dios.

Este m�todo de concebir la relaci�n de Dios con la vida superior del hombre, por lo tanto, es declarado por las Escrituras como normal. La gracia gratuita de Dios es la fuente y el sustentador de toda la vida espiritual, ya sea en las personas o en las comunidades. En �ltima instancia, detr�s de todos los esfuerzos exitosos o infructuosos del coraz�n y la voluntad humanos, se nos ense�a a ver al gran Dador, esperando ser misericordioso, deseoso de que todos los hombres sean salvos, pero actuando con las m�s extra�as reservas y limitaciones, eligiendo a Israel entre las naciones, e incluso dentro de Israel eligiendo al Israel en quien solo se pueden realizar las promesas.

Hecho para servir por el pecado humano, espera los caprichos de las voluntades que ha creado. No los obliga; pero con compasiva paciencia edifica su santo templo con piedras vivas que se ofrecen a s� mismas, y "sin prisa como sin descanso" se prepara para la consumaci�n de su obra en la redenci�n de un pueblo que ser� todos profetas, un reino de sacerdotes, una naci�n santa a la que se unir�n todas las naciones cuando vean que Dios est� en ellos de verdad.

Esa es la concepci�n del Antiguo Testamento de la fuente, garant�a y meta de toda la vida espiritual en el mundo, y la visi�n de San Pablo es simplemente una forma m�s madura y definida de lo mismo. Y dondequiera que la vida espiritual se ha manifestado con un poder inusual, tambi�n se ha manifestado la misma conciencia de absoluta indignidad por parte del hombre, y total dependencia de la gracia y el favor de Dios.

Las dificultades intelectuales relacionadas con este punto de vista, por grandes que sean, nunca lo han suprimido; el orgullo del hombre y su fe en s� mismo no han podido oscurecerlo permanentemente. Cuanto m�s grandes son los hombres, m�s enteramente temen cualquier acercamiento a esa exaltaci�n propia que descarta por innecesaria la mano divina que se les tiende. Como se�ala Dean Church, "no s�lo los profetas hebreos, sino los poetas paganos de Grecia miraban con peculiar y profunda alarma la altiva autosuficiencia de los hombres.

"Nada puede, piensan, alejar el mal del hombre que comete el error de suponer, incluso cuando lleva a cabo la voluntad divina, que s�lo necesita su propia fuerza de cerebro, voluntad y brazo para triunfar, que no es responsable ante nadie. uno para el car�cter que permite que el �xito construya dentro de �l.

Incluso el agn�stico de hoy, representado por el profesor Huxley, no puede prescindir de un m�nimo de "gracia" en su concepci�n de la relaci�n del hombre con los poderes de la naturaleza, aunque admitir esto es abrir una brecha de inconsistencia en todo su sistema de pensamiento. . "Supongamos", dice en sus "Lay Sermons", "que fuera perfectamente seguro que la vida y el futuro de cada uno de nosotros depender�a, un d�a u otro, de que gane o pierda una partida de ajedrez ... El tablero de ajedrez es el mundo, las piezas son los fen�menos del universo, las reglas del juego son lo que llamamos las leyes de la naturaleza.

El jugador del otro lado est� oculto para nosotros. Sabemos que su juego es siempre limpio, justo, paciente. Pero sabemos a costa nuestra que �l nunca pasa por alto un error, ni hace la m�s m�nima concesi�n por ignorancia. Al hombre que juega bien, se le paga lo m�s alto con esa generosidad desbordante con la que el fuerte muestra deleite en la fuerza, y el que juega mal es jaque mate sin prisa, pero sin remordimiento.

Mi met�fora te recordar� la famosa imagen en la que se representa al maligno jugando una partida de ajedrez con el hombre por su alma. Sustituya al demonio burl�n en esa imagen por un �ngel tranquilo y fuerte, que juega, como decimos, por el amor, y que preferir�a perder que ganar, y deber�a aceptarlo como la imagen de la vida humana ". Incluso en un mundo sin Dios Por tanto, los hechos de la vida sugieren "justicia", "paciencia", "generosidad" y una l�stima que "preferir�a perder que ganar".

"Con todo el rigor inexorable y la dureza de la suerte del hombre se mezcla algo que sugiere" gracia "en el poder que gobierna el mundo; y desde el deuteronomista hasta San Pablo, desde Agust�n hasta Calvino y el profesor Huxley, los pensadores decididamente minuciosos han Encontr�, en �ltima instancia, estos dos elementos, el rigor de la ley y la elecci�n de la gracia, trabajando juntos en el moldeado de la humanidad.

La declaraci�n de estos hechos en Deuteronomio es tan completa como cualquiera que la sucedi�. El rigor de la ley no podr�a declararse m�s precisa y pat�ticamente que en esta insistencia en la bendici�n o la maldici�n que inevitablemente debe seguir a la elecci�n correcta o incorrecta. Pero la ternura de la gracia no podr�a mostrarse de manera m�s atractiva que en esta imagen de los tratos de Yahweh con Israel. El amor nunca deja de ser aqu�, no m�s que en otros lugares.

Persiste, a pesar de la rebeli�n testaruda, y a pesar del burdo materialismo de la naturaleza. Incluso una veleidad infantil, m�s desesperante que cualquier otra, debilidad o defecto, no puede desgastarla. Pero una bendici�n o maldici�n inexorable se combina con ella y ayuda a lograr el resultado final para Israel y la humanidad. Esa es la manera del gobierno de Dios, seg�n las Escrituras. La historia en su largo curso tal como la conocemos ahora confirma la opini�n; y el autor de Deuteronomio, al combinar as� el amor y la ley al final de esta gran exhortaci�n, ha apoyado la obligaci�n de obedecer sobre un fundamento que no se puede mover.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Deuteronomy 11". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/deuteronomy-11.html.