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Bible Commentaries
Eclesiastés 1

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

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Versículos 1-11

EL PR�LOGO

En el que se indica indirectamente el problema del libro

Eclesiast�s 1:1

LA b�squeda del summum bonum , la b�squeda del Bien Principal, es el tema del libro Eclesiast�s. Naturalmente, buscamos encontrar este tema, este problema, este "acertijo de la tierra dolorosa", expresado claramente en los primeros vers�culos del Libro. Est� enunciado, pero no claramente. Porque el Libro es un poema autobiogr�fico, el diario de la vida interior del Predicador expresado en forma dram�tica. "Un hombre de sabidur�a y experiencia madura, nos conf�a.

Abre el volumen secreto y nos invita a leerlo con �l. Nos presenta lo que ha sido, lo que ha pensado y hecho, lo que ha visto, sentido y sufrido; y luego nos pide que escuchemos el juicio que se ha formado deliberadamente sobre una revisi�n del conjunto. "Pero para que �l pueda desnudarnos sin reservas su coraz�n, usa el privilegio del poeta y se presenta a nosotros bajo una m�scara y envuelto en amplio manto de Salom�n.

Y un poeta dram�tico transmite sus concepciones del car�cter humano, las circunstancias y la acci�n, no mediante descripciones pintorescas directas, sino que, colocando a los hombres ante nosotros "en su h�bito tal como vivieron", los hace hablarnos y nos deja inferir su car�cter. y condici�n de sus palabras.

De acuerdo con las reglas de su arte, el predicador dram�tico se sube al escenario de su poema, nos permite escuchar sus expresiones m�s penetrantes y caracter�sticas, confiesa sus propias experiencias m�s secretas e �ntimas, y as� nos capacita para concebir y juzgar. �l. Es fiel a sus c�nones art�sticos desde el principio. Su pr�logo, a diferencia del libro de Job, tiene una forma dram�tica.

En lugar de darnos una clara exposici�n del problema moral que est� a punto de discutir, comienza con las expresiones caracter�sticas del hombre que, cansado de muchos esfuerzos in�tiles, re�ne las fuerzas que le quedan para contar los experimentos que ha intentado y la conclusi�n que ha obtenido. ha alcanzado. Como Browning, uno de los poetas modernos m�s dram�ticos, se sumerge abruptamente en su tema y nos habla desde el principio a trav�s de "labios fingidos".

"Al igual que al leer el Soliloquio del claustro espa�ol , o la Ep�stola de Karshish, el m�dico �rabe , o una veintena de otros poemas de Browning, primero tenemos que echarle un vistazo para recoger las pistas dispersas que indican al hablante y al tiempo, y luego laboriosamente pensar en nosotros mismos, con su ayuda, en el tiempo y las condiciones del hablante, as� tambi�n con este poema hebreo.

Se abre abruptamente con "palabras del Predicador", que es a la vez el autor y el h�roe del drama. "�Qui�n es �l", preguntamos, "y qu�?" "�Cu�ndo vivi� y qu� lugar ocup�?" Y ahora s�lo podemos responder: �l es la voz de alguien que clama en el desierto de la antig�edad oriental y dice: "�Vanidad de vanidades! �Todo es vanidad!" �Con qu� intenci�n, entonces, rompe su voz el largo silencio? �De qu� talante �tico es la expresi�n esta pat�tica nota? �Qu� provoca su llanto desesperado?

Es el viejo contraste -antiguo como literatura, viejo como el hombre- entre la ordenada constancia de la naturaleza y el desorden y la brevedad de la vida humana. El Predicador contempla el universo por encima y alrededor de �l. La tierra antigua es firme y fuerte bajo sus pies. El sol corre su carrera con alegr�a, se hunde exhausto en su lecho marino, pero sale al d�a siguiente, como un gigante refrescado con vino a�ejo, para renovar su curso.

El viento variable e inconstante, que sopla donde quiere, sopla desde los mismos lugares, recorre el mismo circuito que fue su guarida en la �poca de los padres grises del mundo. Los arroyos fluyen y refluyen, que van y vienen, corren a lo largo de lechos desgastados por el tiempo y se alimentan de su antigua fuente. Pero el hombre, "hasta un punto constante nunca", pasa de un cambio a otro. Comparada con la tranquila uniformidad de la naturaleza, su vida es una mera fantas�a, pasando para siempre a trav�s de una tediosa y limitada gama de formas, cada una de las cuales es tan insustancial como el tejido de una visi�n, muchas de las cuales son tan viles y s�rdidas como ellas. son irreales, y todo lo cual cambia para siempre, elude el alcance de quienes los persiguen o decepcionan a quienes los tienen en sus manos.

"Todo es vanidad, porque el hombre no tiene ganancia", ninguna recompensa adecuada y duradera "por todo su trabajo"; literalmente, "sin saldo, sin excedente, en el balance de la vida": Menos feliz, porque menos estable, que la tierra en la que habita, �l viene y se va, mientras que la tierra sigue por siempre ( Eclesiast�s 1:2 ).

Este doloroso contraste entre la estabilidad ordenada de la naturaleza y el desorden cambiante y sin provecho de la vida humana se enfatiza mediante una referencia detallada a las grandes fuerzas naturales que gobiernan el mundo y que permanecen inalteradas, aunque a nosotros nos parezcan los mismos tipos de cambio. La figura del vers�culo 5 ( Eclesiast�s 1:5 ) es, por supuesto, la del corredor.

el sol sale todas las ma�anas para seguir su curso, lo persigue durante el d�a, "jadea", como quien est� casi sin aliento, hacia su meta, y se hunde por la noche en su lecho subterr�neo en el mar; pero, aunque exhausto y sin aliento por la noche, se levanta al d�a siguiente fresco y ansioso, como un hombre fuerte y veloz, de renovar su carrera diaria. En el vers�culo 6 ( Eclesiast�s 1:6 ) se representa al viento con una ley y un circuito regulares, aunque ahora sopla hacia el sur y ahora gira hacia el norte.

El Este y el Oeste no se mencionan, probablemente porque se los menciona t�citamente en el sol naciente y poniente del verso anterior: los cuatro cuartos est�n incluidos entre los dos. En el vers�culo 7 ( Eclesiast�s 1:7 ) se describe que los arroyos regresan a sus fuentes; pero aqu� no hay alusi�n, como podr�amos suponer, a las mareas -y de hecho los r�os de marea son comparativamente raros-, ni a la lluvia que trae de vuelta el agua evaporada de la superficie de los arroyos y del mar.

La referencia es, m�s bien, a una concepci�n antigua del orden f�sico de la naturaleza sostenida por los hebreos como por otras razas, seg�n la cual el oc�ano, alimentado por los arroyos, enviaba un suministro constante a trav�s de pasajes y canales subterr�neos, en los que el la sal se filtr� fuera de ella; a trav�s de estos supusieron que los r�os regresar�an al lugar de donde ven�an. El sentimiento dominante de estos vers�culos es que, mientras todos los elementos y fuerzas naturales, incluso los m�s variables e inconstantes, renuevan su fuerza y ??vuelven a su curso, para el hombre fr�gil no hay retorno; la permanencia y la uniformidad caracterizan ellas , mientras que la marca transitoriedad e inestabilidad de �lpor los suyos. Parecen desvanecerse y desaparecer; el sol se hunde, los vientos se calman, los arroyos se secan; pero todos vuelven otra vez: para �l no hay vuelta atr�s; una vez que se ha ido, se ha ido para siempre.

Pero es en vano hablar de estos u otros ejemplos de la actividad cansada pero inquieta del universo; "el hombre no puede pronunciarlo". Porque, adem�s de estas ilustraciones elementales, el mundo est� repleto de ilustraciones de cambios incesantes, que sin embargo se mueven dentro de l�mites estrechos y no hacen nada para aliviar su semejanza. Son tan numerosos, tan innumerables, que el ojo curioso y el o�do inquisitivo del hombre se agotar�an antes de que hubieran completado su historia: y si el ojo y el o�do nunca podr�an estar satisfechos con o�r y ver, cu�nto menos la lengua m�s lenta con hablar ( Eclesiast�s 1:8)? En todo el universo lo que ha sido todav�a es y ser�; lo que se hizo, se hace todav�a y siempre se har�; el sol sigue corriendo la misma carrera, los vientos siguen soplando desde los mismos puntos, los arroyos siguen fluyendo entre las mismas orillas y regresando por los mismos canales.

Si alguno supone que ha descubierto nuevos fen�menos, cualquier hecho natural que no se haya repetido desde el principio, es s�lo porque desconoce lo que ha sido de anta�o ( Eclesiast�s 1:9 ). Sin embargo, mientras que en la naturaleza todas las cosas vuelven a su curso y permanecen para siempre, el d�a del hombre pronto se agota, su fuerza pronto se agota.

No regresa; es m�s, no es tan recordado por los que le suceden. As� como nos hemos olvidado de los que nos precedieron, los que vivan despu�s de nosotros nos olvidar�n ( Eclesiast�s 1:11 ). La carga de todo este mundo ininteligible recae pesadamente en el alma del Predicador. Est� cansado de la "eterna igualdad del mundo".

"Las miserias y confusiones de la suerte humana desconciertan y oprimen sus pensamientos. Sobre todo, el contraste entre la Naturaleza y el Hombre, entre su masiva y majestuosa permanencia y la fragilidad y brevedad de nuestra existencia, engendra en �l el �nimo desesperado del que hemos la nota clave de su grito, "vanidad de vanidades, vanidad de vanidades, �todo es vanidad!"

Sin embargo, este no es el �nico estado de �nimo de la mente, ni el inevitable, cuando reflexiona sobre ese gran contraste. Hemos aprendido a mirarlo con otros ojos, quiz�s con ojos m�s amplios. Decimos: �Qu� grandioso, qu� reconfortante, qu� esperanzador es el espect�culo de la uniformidad de la naturaleza! �C�mo nos eleva por encima de las fluctuaciones del pensamiento interno y nos alegra con una sensaci�n de estabilidad y reposo! Cuando vemos las antiguas leyes inviolables obrando en los mismos resultados hermosos y llenos de gracia d�a tras d�a y a�o tras a�o, y reflexionamos que "lo que fue, ser�", somos redimidos de nuestra esclavitud a la vanidad y la corrupci�n; miramos hacia arriba con serena y reverente confianza a Aquel que es nuestro Dios y Padre, y hacia adelante, hacia la estable y gloriosa inmortalidad que vamos a pasar con �l; discutimos con Habacuc ( Habacuc 1:12), "�No eres t� desde la eternidad, oh Se�or Dios nuestro, Santo nuestro? No moriremos", sino que viviremos.

Pero si no supi�ramos que el Gobernante del universo es nuestro Dios y Padre; si nuestros pensamientos todav�a ten�an que "saltar la vida por venir" o saltar sobre ella con una mera suposici�n; Si tuvi�ramos que cruzar el golfo de la muerte sobre un puente no m�s s�lido que una casualidad: si, en resumen, nuestra vida fuera infinitamente m�s turbulenta e incierta de lo que es, y el verdadero bien de la vida y su brillante esperanza sustentadora estuvieran a�n por buscar. , �c�mo ser�a entonces con nosotros? Entonces, como el Predicador, podr�amos sentir la firmeza y uniformidad de la naturaleza como una afrenta a nuestra vanidad y debilidad.

En lugar de beber con esperanza y compostura del bello rostro y el orden inquebrantable del universo, podr�amos considerar que su rostro se oscurece con el ce�o fruncido o que sus ojos nos miran con amarga iron�a. En lugar de encontrar en su inevitable orden y permanencia una profec�a esperanzadora de nuestra recuperaci�n en un orden ininterrumpido y una paz duradera, podr�amos demandar apasionadamente por qu�, en una tierra permanente y bajo un cielo inmutable, debemos morir y ser olvidados; por qu�, m�s inconstante que el viento variable, m�s evanescente que la corriente seca, una generaci�n deber�a ir para no volver nunca, y otra generaci�n llegar a disfrutar de las ganancias de los que les precedieron y borrar su memoria de la tierra.

�sta, de hecho, ha sido la protesta apasionada y el clamor de todas las �pocas. La literatura est� llena de eso. El contraste entre el cielo tranquilo e inmutable, con sus mir�adas de estrellas puras y lustrosas, que siempre est�n ah� y siempre en un feliz concierto, y la fragilidad del hombre que corre ciegamente a trav�s de su curso breve y perturbado ha prestado sus tonos de fondo a la poes�a de todos. raza. Lo encontramos en todas partes. Es la m�s antigua de las canciones antiguas.

En todas las lenguas de la tierra dividida o�mos c�mo las generaciones de hombres pasan veloz y tempestuosamente por su seno, "escudri�ando los serenos cielos con la indagaci�n de sus miradas suplicantes", pero sin obtener respuesta; preguntando siempre, y siempre en vano: "�Por qu� somos as�? �Por qu� somos as�? �Fr�giles como la polilla y de pocos d�as como la flor?" Es este contraste entre la serenidad y la estabilidad de la naturaleza y la fragilidad y turbulencia del hombre lo que aflige a Coheleth y lo lleva a conclusiones desesperadas.

Aqu� est� el hombre, "tan noble en raz�n, tan infinito en facultad, en aprensi�n tan como un dios", anhelando con ardiente intensidad la paz que resulta del equilibrio y feliz ocupaci�n de sus diversos poderes; y, sin embargo, toda su vida se desperdicia en trabajos y tumultos, en perplejidad y contienda; se va a la tumba con sus antojos insatisfechos, sus poderes no entrenados, no armonizados, sin conocer el descanso hasta que yace en el estrecho lecho del que no hay levantamiento. Qu� asombro si para alguien como �l "este bello marco, la tierra, no parece m�s que un promontorio est�ril" que se extiende un peque�o espacio hacia el oscuro, infinito vac�o; "Este excelente dosel, el aire, este valiente firmamento suspendido, este majestuoso techo traslucido con fuego dorado", �nada m�s que "una pestilente y repugnante congregaci�n de vapores"? �Qu� me pregunto si

Salom�n, adem�s, -y Salom�n en su vejez prematura, saciado y cansado, es la m�scara bajo la cual el Predicador oculta su rostro natural, -hab�a tenido una gran experiencia de vida, hab�a probado sus ambiciones, sus lujurias, sus b�squedas y placeres ; hab�a probado todas las promesas de bien que presentaba y las encontr� todas ilusorias; hab�a bebido de todos los arroyos y no encontr� agua viva pura con la que saciar su sed.

Y hombres como �l, saciados pero no satisfechos, hastiados de deleites voluptuosos y sin la paz de la fe, com�nmente miran el mundo con ojos ojerosos. Alimentan su desesperaci�n con el orden natural y la pureza que sienten como un reproche a la impureza de sus propios corazones inquietos y perturbados. Muchos de nosotros, sin duda, nos hemos detenido en Richmond Hill y hemos mirado con ojos tiernos los ricos pastos salpicados de ganado y quebrados por grupos de �rboles a trav�s de los cuales se disparan las torres de las aldeas, mientras el T�mesis lleno y pl�cido serpentea en muchas curvas. a trav�s de pastos y bosques.

No es una escena grandiosa o rom�ntica; pero en una tarde tranquila, bajo los largos rayos del sol poniente, es una escena para inspirar contenido y pensamientos agradecidos y pac�ficos. Wilberforce nos dice que una vez se par� en el balc�n de una villa mirando hacia abajo en esta escena. A su lado estaba el due�o de la villa, un duque conocido por su despilfarro en una �poca de despilfarro; y mientras miraban al otro lado del arroyo, el duque grit�: "�Oh, ese r�o! �Ah� corre, sigue y sigue, y estoy tan cansado de �l!" Y ah� est� el estado de �nimo mismo de este Pr�logo; el estado de �nimo por el cual los hermosos y sonrientes cielos y la tierra llena de gracia y generosidad no llevan la bendici�n de la paz, porque se reflejan en un coraz�n arrojado a olas cruzadas e impuras.

Todas las cosas dependen del coraz�n que les demos. Este mismo contraste entre la naturaleza y el hombre no tiene nada de desesperado, no engendra des�nimo ni ira en el coraz�n cuando est� libre de s� mismo y en paz con Dios. Tennyson, por ejemplo, hace que un alegre arroyo musical nos cante sobre este mismo tema.

"Vengo de las guaridas de focha y hern,

Hago una salida repentina

Y brillar entre los helechos,

Discutir por un valle ".

"Hablo sobre caminos pedregosos

En peque�os agudos y agudos,

Burbujeo en bah�as arremolinadas,

Balbuceo sobre los guijarros ".

"Hablo, hablo mientras fluyo"

Para unirse al r�o rebosante:

Porque los hombres pueden venir y los hombres pueden irse,

Pero sigo para siempre.

Robo por c�spedes y parcelas de hierba,

Me deslizo por cubiertas de avellana:

Muevo las dulces nomeolvides

Que crecen para los amantes felices.

Me resbalo, me deslizo, me entristezco, miro

Entre mis golondrinas desnatadas:

Hago bailar los rayos del sol enredados

Contra mis baj�os lijados.

Murmuro bajo la luna y las estrellas

En p�ramos llenos de zarzas:

Me quedo junto a mis rejas t�midas:

Holgazaneo alrededor de mis berros,

Y de nuevo me curvo y fluyo

Para unirse al r�o rebosante:

"Porque los hombres pueden venir y los hombres pueden ir

Pero sigo para siempre ".

Es la misma queja del Predicador con dulce m�sica. Murmura: "Una generaci�n pasa y otra generaci�n viene, pero la tierra permanece para siempre"; mientras que el estribillo del arroyo es, -

"Porque los hombres pueden venir y los hombres pueden ir,

Pero sigo para siempre ".

Sin embargo, no creemos que la Canci�n del arroyo deba alimentar ning�n estado de �nimo de dolor y desesperaci�n. La melod�a que canta a los bosques dormidos toda la noche es "una melod�a alegre". Mediante alg�n proceso sutil se nos hace compartir su tierna y brillante hilaridad, aunque nosotros tambi�n somos de los hombres que van y vienen. En qu� humo se habr�a arrojado el Predicador hebreo si un peque�o "arroyo balbuceo" se hubiera atrevido a cantarle esta canci�n picante.

Lo habr�a sentido como un insulto y habr�a asumido que la alegre e inocente criatura estaba "alardeando" sobre las generaciones de hombres que pasaban r�pidamente. Pero, para el poeta cristiano, The Brook canta una canci�n cuya alegre y dulce melod�a sintoniza el coraz�n con las tranquilas armon�as de la paz y la buena voluntad.

Nuevamente digo que todo depende del coraz�n en el que nos volvamos hacia la naturaleza. Fue porque su coraz�n estaba apesadumbrado por el recuerdo de muchos pecados y muchos fracasos, porque tambi�n las altas esperanzas cristianas estaban fuera de su alcance, que este "hijo de David" se puso triste y amargado en su presencia.

Este, entonces, es el estado de �nimo en el que el Predicador comienza su b�squeda del Bien Principal. Lo impulsa la necesidad de encontrar aquello en lo que pueda descansar. Como una regla. es s�lo en las compulsiones m�s estrictas que cualquiera de nosotros emprendemos esta gran B�squeda. De su profunda necesidad de un Bien Principal, la mayor�a de los hombres son raras y d�bilmente conscientes; pero para los pocos favorecidos, que deben dirigir y moldear el pensamiento p�blico, les llega con una fuerza a la que no pueden resistir.

As� sucedi� con Coheleth. No pod�a soportar pensar que aquellos que tienen "todas las cosas bajo sus pies" deber�an estar a merced de accidentes de los que su reino est� exento; que deben ser los simples tontos del cambio, mientras que permanece inalterado para siempre. Y, por tanto, se propuso descubrir las condiciones en las que podr�an convertirse en part�cipes del orden y la estabilidad y la paz de la naturaleza; las condiciones en las que, elevados por encima de todas las mareas y tormentas del cambio, podr�an sentarse tranquilos y serenos aunque los cielos se doblaran como un pergamino y la tierra se sacudiera desde sus cimientos. Esto, y s�lo esto, lo reconocer� como el Bien Principal, el Bien apropiado a la naturaleza del hombre, porque es capaz de satisfacer todos sus anhelos y suplir todos sus deseos.

Versículos 12-18

PRIMERA SECCI�N

La b�squeda del bien principal en sabidur�a y placer

Eclesiast�s 1:12 ; Eclesiast�s 2:1

OPRIMIDO por su profundo sentido de la vanidad de la vida que vive el hombre en medio del juego de las fuerzas naturales permanentes, Coheleth emprende la b�squeda de ese Bien verdadero y supremo que ser� bueno que los hijos de los hombres persigan durante su breve jornada. ; el bien que los sostendr� bajo todas sus fatigas, y ser� "una porci�n" tan grande y duradera como para satisfacer incluso sus vastos deseos.

La b�squeda de la sabidur�a. Eclesiast�s 1:12

1. Y, como era natural en un hombre tan sabio, se dirige primero a la Sabidur�a. Se entrega diligentemente a investigar todas las acciones y fatigas de los hombres. Verificar� si un mayor conocimiento de sus condiciones, una comprensi�n m�s profunda de los hechos, una estimaci�n m�s justa y completa de su suerte, eliminar� la depresi�n que pesa sobre su coraz�n. Se dedica con sinceridad a esta B�squeda y adquiere una "mayor sabidur�a que todos los que le precedieron".

Esta sabidur�a, sin embargo, no es un conocimiento cient�fico de los hechos o de las leyes sociales y pol�ticas, ni es el resultado de especulaciones filos�ficas sobre "el primer bien o la primera feria", o sobre la naturaleza y constituci�n del hombre. Es la sabidur�a que nace de una experiencia amplia y variada, no de un estudio abstracto. Se familiariza con los hechos de la vida humana, con las circunstancias, pensamientos, sentimientos, esperanzas y objetivos de toda clase y condici�n de los hombres.

Le gustar�a saber "todo lo que los hombres hacen debajo del sol", "todo lo que se hace debajo del cielo". Como el califa �rabe, "el bueno Haroun Alraschid", podemos suponer que Coheleth sale disfrazado para visitar todos los barrios de la ciudad; hablar con barberos, boticarios, calandristas, porteadores, con comerciantes y marineros, labradores y comerciantes, mec�nicos y artesanos; para probar conclusiones con viajeros y con el ingenio de los trabajadores dom�sticos.

Mirar� con sus propios ojos y aprender� por s� mismo c�mo son sus vidas, c�mo conciben la suerte de los humanos y cu�les son, si los hay, los misterios que los entristecen y los dejan perplejos. Averiguar� si tienen alguna llave que desate sus perplejidades, alguna sabidur�a que resuelva sus problemas o le ayude a sobrellevar su carga con un coraz�n m�s alegre. Debido a que su depresi�n fue alimentada por cada nueva contemplaci�n del orden del universo, se vuelve de la naturaleza al "estudio adecuado de la humanidad".

Pero esto tambi�n le resulta una tarea pesada y decepcionante. Despu�s de un escrutinio amplio y desapasionado, cuando ha "visto mucha sabidur�a y conocimiento", concluye que el hombre no tiene una recompensa justa "por todo su trabajo que trabaja bajo el sol", que ninguna sabidur�a sirve para enderezar lo torcido. en los asuntos humanos, o para suplir lo que les falta. El sentido de vanidad engendrado por su contemplaci�n del c�rculo constante de la naturaleza solo se hace m�s profundo y m�s doloroso al reflexionar sobre los innumerables y m�ltiples des�rdenes que afligen a la humanidad.

Y por eso, antes de aventurarse en un nuevo experimento, hace un llamamiento pat�tico al coraz�n que hab�a aplicado con tanta seriedad a la b�squeda, y en el que hab�a acumulado un conocimiento tan grande y variado, y confiesa que "incluso esto es aflicci�n de esp�ritu ", que" en mucha sabidur�a hay mucha tristeza ", y que" multiplicar el conocimiento es multiplicar el dolor ".

Y ya sea que consideremos la naturaleza del caso o las condiciones del tiempo en que se escribi� este Libro, no nos sorprender� la triste conclusi�n a la que llega. Porque el tiempo estuvo lleno de crueles opresiones y agravios. La vida era insegura. Adquirir una propiedad era extorsionar a los tribunales. Los hebreos, e incluso la raza conquistadora que los gobernaba, eran esclavos del capricho de los s�trapas y magistrados cuyos d�as se desperdiciaban en juerga y en la indulgencia desenfrenada de sus concupiscencias.

Y andar entre las diversas condiciones de hombres que gimen bajo un despotismo como el del Turco, cuyo pie golpea con esterilidad cada lugar que pisa; ver retenidas todas las bonitas recompensas del trabajo honesto, degradar a los nobles y exaltar a los necios, pisotear a los justos a los pies de los imp�os; No era probable que todo esto avivara pensamientos alegres en el coraz�n de un sabio: en lugar de resolver, pod�a complicar y oscurecer los problemas sobre los que ya estaba meditando desesperado.

Y, aparte de los agravios y opresiones especiales de la �poca, es inevitable que el estudioso reflexivo de los hombres y las costumbres se vuelva m�s triste a medida que se vuelve un hombre m�s sabio. Multiplicar el conocimiento, al menos de este tipo, es multiplicar el dolor. No necesitamos ser c�nicos y dejar nuestra tina solo para reflexionar sobre la deshonestidad de nuestros vecinos, solo necesitamos recorrer el mundo con los ojos abiertos y observadores para aprender que �en mucha sabidur�a hay mucha tristeza.

"Recordemos a los m�s sabios de los tiempos modernos, a los que han tenido la relaci�n m�s �ntima con el hombre y los hombres, Goethe y Carlyle por ejemplo; �no est�n todos conmovidos por una profunda tristeza? �No miran con cierto desprecio la vida com�n de los hombres? masa de hombres, con sus bajas pasiones y placeres, luchas y recompensas? y, en la proporci�n en que tienen el esp�ritu de Cristo, �no es su mismo desprecio bondadoso, brotando de una piedad que es m�s profunda que ella misma? , aunque llenos de verdad y gracia, compartan sus sentimientos cuando vio a los publicanos enriquecerse mediante la extorsi�n, a los hip�critas subi�ndose a la silla de Mois�s, a los zorros sutiles y crueles sentados en tronos, a los escribas que ocultaban la llave del conocimiento y a la multitud ciega que segu�a a sus l�deres ciegos. en la zanja?

Es m�s, si miramos al mundo de hoy, �podemos decir que incluso la mayor�a de los hombres son sabios y puros? �Son siempre los veloces quienes ganan la carrera y los fuertes quienes se llevan los honores de la batalla? �A ninguno de nuestros "inteligentes les falta pan", ni a ninguno de los sabios el favor? �No hay tontos elevados a las alturas para mostrar con qu� poca sabidur�a se gobierna el mundo, ni senos valientes y nobles golpeados por los golpes de circunstancias hostiles o heridos por "las hondas y flechas de la indignante fortuna"? �Son diligentes todos nuestros obreros y justos todos nuestros amos? �No se conocen medidas y saldos falsos en nuestros mercados, ni fraudes en nuestras bolsas? �Ninguno de nuestros hogares son mazmorras, con padres y maridos por carceleros? �Nunca escuchamos, mientras estamos afuera, el sonido de los golpes crueles y los gritos de los cautivos torturados? �No hay hip�critas en nuestras iglesias "que con rostro de devoci�n azucen" un coraz�n corrupto? �Y los mejores hombres siempre obtienen el lugar y el honor m�s altos? �No hay nadie entre nosotros que tenga que soportar

"Los l�tigos y desprecios del tiempo,

El opresor hace mal al orgulloso, con contundencia,

Los dolores del amor despreciado, la demora de la ley,

La insolencia del cargo y los desprecios

�Ese m�rito paciente de los indignos se lleva "?

Ay, si pensamos encontrar el verdadero bien en un conocimiento amplio y variado de las condiciones de los hombres, sus esperanzas y temores, sus luchas y �xitos, sus amores y odios, sus aciertos y errores, sus placeres y sus dolores, lo haremos. pero comparte la derrota del Predicador y repite su amargo grito: "�Vanidad de vanidades, vanidad de vanidades, todo es vanidad!" Porque, como �l mismo insin�a desde el principio ( Eclesiast�s 1:13 ), "esta dolorosa tarea", esta b�squeda eterna de una sabidur�a que resolver� los problemas y eliminar� las desigualdades de la vida humana, es un don de Dios a los hijos de los hombres. , -esta b�squeda de una soluci�n a la que nunca llegan. Edad tras edad, sin advertir el fracaso de quienes tomaron este camino antes que ellos, renuevan la b�squeda desesperada.

La b�squeda del placer. Eclesiast�s 2:1

2. Pero si no podemos alcanzar el objeto de nuestra B�squeda en la Sabidur�a, quiz�s lo encontremos en el Placer. Este experimento tambi�n el Predicador lo ha probado, probado a la mayor escala y bajo las condiciones m�s auspiciosas. Al fallar la sabidur�a en satisfacer los grandes deseos de su alma, o incluso en sacarla de su depresi�n, se convierte en alegr�a. Una vez m�s, como anuncia de inmediato, est� decepcionado con el resultado. Pronuncia la alegr�a como una breve locura; en s� mismo, como la sabidur�a, un bien, no es el Bien Principal; hacerla suprema es despojarla de su encanto natural.

Sin embargo, no contento con este veredicto general, relata los detalles de su experimento para disuadirnos de repetirlo. Hablando en la persona de Salom�n y utilizando los hechos de su experiencia, Coheleth afirma haber comenzado la b�squeda con las mayores ventajas; porque "�qu� puede hacer el que viene en pos del rey a quien hicieron rey hace mucho tiempo?" Se rode� de todos los lujos de un pr�ncipe oriental, no por un vulgar amor al espect�culo y la ostentaci�n, ni por fuertes adicciones sensuales, sino para descubrir d�nde se encontraba el secreto y la fascinaci�n del placer, y qu� pod�a hacer. para un hombre que lo persigui� sabiamente.

�l mismo construy� palacios nuevos y costosos, como sol�a hacer el sult�n de Turqu�a casi todos los a�os. Plante� para�sos, los plant� con enredaderas y �rboles frutales de todo tipo, y grandes arboledas sombreadas para protegerse y templar el calor del sol. Cav� grandes tanques y dep�sitos de agua, y abri� canales que llevaban la corriente vital fresca a trav�s de los jardines y hasta las ra�ces de los �rboles. Compr� hombres y sirvientas, y se rode� del s�quito de sirvientes y esclavos necesarios para mantener en orden sus palacios y para�sos, para servir sus suntuosas mesas, para engrandecer su pompa: i.

mi. , reuni� a tal grupo de ministros, asistentes, dom�sticos, esclavos de interior y exterior, como todav�a se cree necesario para la dignidad de un "se�or" oriental. Sus reba�os de reba�os, una de las principales fuentes de riqueza oriental, eran de una raza m�s fina y m�s numerosa de lo que se hab�a conocido antes. Amas� enormes tesoros de plata y oro, el tesoro oriental com�n. Recogi� los tesoros peculiares "de los reyes y de los reinos"; cualquier mercanc�a especial que ofreciera cualquier tierra extranjera era recogida para su uso por sus oficiales o presentada por sus aliados.

Contrat� a m�sicos y cantantes famosos, y se entreg� a los placeres de la armon�a que han tenido un encanto peculiar para los hebreos de todas las edades. Abarrot� su har�n con las bellezas tanto propias como de tierras extranjeras. No les ocult� nada de lo que sus ojos deseaban, y no apart� su coraz�n de ning�n placer. Se propuso seria e inteligentemente hacer de la felicidad su porci�n; y, mientras acariciaba o alegraba su cuerpo con placeres, no se precipitaba hacia ellos con el ciego anhelo "cuya violenta propiedad se destruye a s� misma" y frustra sus propios fines.

Su "mente lo gui� sabiamente" en medio de sus delicias; su "sabidur�a le ayud�" a seleccionarlos, combinarlos y variarlos, para realzar y prolongar su dulzura mediante un cierto arte y templanza en el disfrute de ellos.

"�l construy� su alma una casa de placer se�orial,

Donde a gusto habite aye:

�l dijo 'Oh, alma, divi�rtete y divi�rtete,

Querida alma, �porque todo est� bien! '"

Por desgracia, no todo estaba bien, aunque se tom� muchas molestias para hacerlo y pensarlo bien. Incluso los placeres de su elecci�n pronto palidecieron en su gusto y llevaron a conclusiones de disgusto. Incluso en su se�orial casa de placer, los espectros l�gubres y amenazantes lo persegu�an antes de que fuera construida. En el har�n, en el para�so que hab�a plantado, debajo de las arboledas, junto a las fuentes, en el suntuoso banquete, una burbuja que estallaba, una hoja que ca�a, una copa de vino vac�a, un rubor pasajero, bastaba para traer de vuelta el pensamiento de la la brevedad y la vacuidad de la vida.

Cuando hubo recorrido toda la carrera del placer, y se volvi� para contemplar sus delicias y el trabajo que le hab�an costado, descubri� que �stos tambi�n eran vanidad y aflicci�n de esp�ritu, que no hab�a "provecho" en ellos, que no pod�an Satisfacer el anhelo profundo e incesante del alma por un Bien verdadero y duradero.

�No es su triste veredicto tan cierto como triste? No tenemos su riqueza de recursos. Sin embargo, puede haber habido un momento en que nuestros corazones estaban tan concentrados en el placer como el de �l. Es posible que hayamos perseguido cualquier excitaci�n sensorial, intelectual o est�tica que se nos haya abierto con un ansia creciente hasta que hayamos vivido en un torbellino de anhelo y deseo estimulante e indulgencia, en el que se han descuidado las exigencias del deber y se han desatendido las reprimendas de la conciencia. .

Y si hemos pasado por esta experiencia, si hemos sido arrastrados por un tiempo a esta ronda vertiginosa, �no hemos salido de ella hastiados, agotados, despreci�ndonos a nosotros mismos por nuestra locura, disgustados con lo que alguna vez pareci� la cima y la corona de la vida? �deleite? �No nos lamentamos, nuestra vida despu�s de la muerte, por las energ�as desperdiciadas y las oportunidades perdidas? �No estamos m�s tristes, aunque m�s sabios, hombres por nuestro breve frenes�? Al volver a los deberes sobrios y las sencillas alegr�as de la vida, no le digamos a Mirth: "�Est�s loco!" y al placer, "�Qu� puedes hacer por nosotros?" S�, nuestro veredicto es el del Predicador: "�Mira, esto tambi�n es vanidad!" Non enim hilaritate, nec lascivia, nec visu, aut joco, comite levitatis, sed soepe etiam tristes firmitate, et constantia sunt beati.

Comparaci�n entre sabidur�a y alegr�a. Eclesiast�s 2:12

Es caracter�stico del temperamento filos�fico de nuestro autor, creo, que despu�s de pronunciar vanidades de Sabidur�a y Alegr�a en las que no se encuentra el Bien verdadero, no procede de inmediato a intentar un nuevo experimento, sino que se detiene para compararlos. dos "vanidades", y razonar su preferencia por una sobre la otra. Su vanidad es sabidur�a. Porque es solo en un aspecto que pone la alegr�a y la sabidur�a en igualdad, a saber.

, que ninguno de ellos es ni conduce al Bien supremo. En todos los dem�s aspectos afirma que la sabidur�a es tanto mejor que el placer como la luz es mejor que las tinieblas, tanto mejor como tener ojos que ven la luz que ser ciego y andar en una penumbra constante ( Eclesiast�s 2:12 ).

Es porque la sabidur�a es una luz y permite a los hombres ver que �l le concede su preferencia. Es a la luz de la sabidur�a que ha aprendido la vanidad de la alegr�a, no, la insuficiencia de la sabidur�a misma. De no ser por esa luz, podr�a seguir persiguiendo placeres que no pueden satisfacer, o adquiriendo laboriosamente un conocimiento que s�lo profundizar�a su tristeza. La Sabidur�a le hab�a abierto los ojos para ver que deb�a buscar el Bien que da descanso y paz en otras regiones.

Ya no prosigue su b�squeda en total ceguera, con todo el mundo por delante de d�nde elegir, pero sin ninguna indicaci�n del camino que debe o no debe tomar. Ya ha aprendido que dos grandes provincias de la vida humana no le dar�n lo que busca, que no debe gastar m�s de su breve d�a y energ�as d�biles en ellas.

Por tanto, mejor es la sabidur�a que la alegr�a. Sin embargo, no es lo mejor, ni puede eliminar las deyecciones de un coraz�n reflexivo. En alg�n lugar hay, debe haber, aquello que es mejor a�n. Porque la sabidur�a no puede explicarle por qu� el sabio y el necio ha de correr la misma suerte ( Eclesiast�s 2:15 ), ni puede aplacar la ira que arde en su interior contra una injusticia tan evidente y flagrante.

La sabidur�a ni siquiera puede explicar por qu�, incluso si el sabio debe morir no menos que el tonto, ambos deben ser olvidados casi tan pronto como se hayan ido ( Eclesiast�s 2:16 ); ni puede suavizar el odio a la vida y sus labores que esta injusticia menor pero patente ha encendido en su coraz�n. Es m�s, la sabidur�a, a pesar de que brilla con tanta intensidad, no arroja luz sobre una injusticia que, si es de menor grado, inquieta y confunde su mente, por qu� un hombre que ha trabajado con prudencia y destreza y ha obtenido grandes ganancias deber�a hacerlo, cuando muere, d�jalo todo a quien no ha trabajado en �l, sin el pobre consuelo de saber si ser� sabio o idiota ( Eclesiast�s 2:19 ).

En resumen, toda la madeja de la vida est� en una l�gubre mara�a que la sabidur�a misma, por mucho que la ama, no puede desentra�ar; y el enredo es que el hombre no tiene un "beneficio" justo de sus trabajos, "ya que su tarea lo entristece y aflige todos sus d�as, e incluso por la noche su coraz�n no tiene descanso"; y cuando muere, pierde todas sus ganancias, tal como son, para siempre, y ni siquiera puede estar seguro de que su heredero sea mejor para ellos. "Esto tambi�n es vanidad" ( Eclesiast�s 2:22 ).

La conclusi�n. Eclesiast�s 2:24

Y, sin embargo, las cosas buenas son ciertamente buenas, y hay un disfrute sabio y lleno de gracia de los placeres terrenales. Es justo que un hombre coma y beba, y disfrute naturalmente de sus fatigas y ganancias. �Qui�n tiene m�s derecho que el propio trabajador a comer y disfrutar del fruto de su trabajo? Aun as�, incluso este disfrute natural es un don de Dios; aparte de Su bendici�n, los trabajos m�s pesados ??producir�n una cosecha escasa, y puede que falte la facultad de disfrutar esa cosecha.

Le falta al pecador; su tarea es acumular ganancias que heredar�n los buenos. Pero el que es bueno delante de Dios tendr� las ganancias del pecador a�adidas a las suyas, con sabidur�a para disfrutar de ambas. Esta, sin importar lo que las apariencias sugieran a veces, es la ley de la donaci�n de Dios: que los buenos tendr�n en abundancia, mientras que los malos carecer�n; que m�s se le dar� al que tiene sabidur�a para usar lo que tiene correctamente, mientras que al que est� desprovisto de esta sabidur�a, aun lo que tiene le ser� quitado.

Sin embargo, incluso este sabio uso y disfrute del bien temporal no satisface ni puede satisfacer el ansioso coraz�n del hombre; incluso esto, cuando se convierte en el objetivo dominante y el principal bien de la vida, es la aflicci�n del esp�ritu.

As�, el Primer Acto del Drama se cierra con un negativo. El problema moral est� tan lejos de resolverse como al principio. Todo lo que hemos aprendido es que una o dos v�as por las que urgimos la b�squeda no nos conducir�n al fin que buscamos. Hasta ahora, el Predicador s�lo tiene la conclusi�n ad interina que ofrecernos, que tanto la Sabidur�a como la Alegr�a son buenas, aunque ninguna, ni ambas combinadas, es el Bien supremo; que, por tanto, debemos adquirir sabidur�a y conocimiento, y combinar el placer con nuestras fatigas; que debemos creer que el placer y la sabidur�a son dones de Dios, y que debemos creer tambi�n que se otorgan, no por capricho, sino de acuerdo con una ley que reparte el bien con el bien y el mal con el mal.

Tendremos otras oportunidades de sopesar y valorar su consejo �se repite a menudo� y de ver c�mo funciona y forma parte de la soluci�n final de Coheleth del doloroso enigma de la tierra, el desconcertante misterio de la vida.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Ecclesiastes 1". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/ecclesiastes-1.html.
 
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