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Ezequiel 20

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-49

LA CONTROVERSIA DE JEHOV� CON ISRAEL

Ezequiel 20:1

Con mucho, la prueba m�s dura de la fe de Ezequiel debe haber sido la conducta de sus compa�eros en el exilio. Fue entre ellos donde busc� el gran cambio espiritual que debe preceder al establecimiento del reino de Dios; y ya les hab�a dirigido palabras de consuelo basadas en el conocimiento de que la esperanza del futuro era de ellos. Ezequiel 11:18 Sin embargo, el tiempo transcurri� sin que hubiera indicios de que la promesa estaba a punto de cumplirse.

No hubo s�ntomas de arrepentimiento nacional; ni siquiera hab�a nada que mostrara que las lecciones del exilio, tal como las interpret� el profeta, comenzaran a tomarse en serio. Porque estos hombres, entre los que viv�a, todav�a eran adictos inveterados a la idolatr�a. Por extra�o que nos parezca, los mismos hombres que abrigaban una fe fan�tica en el poder de Jehov� para salvar a su pueblo practicaban asiduamente la adoraci�n de otros dioses.

Algunos escritores asumen con demasiada facilidad que la idolatr�a de los exiliados era del tipo ambiguo que hab�a prevalecido durante tanto tiempo en la tierra de Israel, que era la adoraci�n de Jehov� en forma de im�genes, una violaci�n del segundo mandamiento, pero no del primero. El pueblo que llev� a Jerem�as a Egipto estaba tan ansioso como los compa�eros de Ezequiel por escuchar una palabra de Jehov�; sin embargo, estaban dedicados al culto de la "Reina del Cielo" y fechaban todas sus desgracias desde el momento en que sus mujeres dejaron de hacerle la corte.

No hay raz�n para creer que los jud�os de Babilonia fueran menos cat�licos en sus supersticiones que los de Judea; y de hecho, toda la deriva de las protestas de Ezequiel demuestra que �l tiene en mente la adoraci�n de dioses falsos. Es probable que la antigua creencia de que la adoraci�n de Jehov� estaba especialmente asociada con la tierra de Cana�n no haya dejado de influir en las mentes de quienes sent�an la fascinaci�n de la idolatr�a, y debe haber fortalecido la tendencia a buscar la ayuda de extranjeros. dioses en tierra extranjera.

El cap�tulo veinte trata de este asunto de la idolatr�a; y el hecho de que este importante discurso fue provocado por una visita de los ancianos de Israel muestra cu�nto pesaba el tema en la mente del profeta. Cualquiera que haya sido el prop�sito de la delegaci�n (y de eso no tenemos informaci�n), ciertamente no fue para consultar a Ezequiel sobre la conveniencia de adorar a dioses falsos. Es solo porque esta gran pregunta domina todos sus pensamientos sobre ellos y su destino que conecta la advertencia contra la idolatr�a con una pregunta casual dirigida a �l por los ancianos.

Las circunstancias son tan similares a las del cap�tulo 14 que a Ewald se le llev� a conjeturar que ambos or�culos se originaron en el mismo incidente, y se separaron entre s� por escrito debido a la diferencia de sus temas. El cap�tulo 14 sobre ese punto de vista justifica el rechazo de una respuesta a partir de una consideraci�n de la verdadera funci�n de la profec�a, mientras que el cap�tulo 20 expande la amonestaci�n del sexto vers�culo del cap�tulo 14 en una revisi�n detallada de la historia religiosa de Israel.

Pero realmente no hay una buena raz�n para identificar los dos incidentes. En ninguno de los pasajes cree el profeta que valga la pena registrar el objeto de la investigaci�n que se le dirige y, por lo tanto, la conjetura es in�til.

Pero el mero hecho de que se d� una fecha definida para esta visita nos lleva a considerar si no tuvo alg�n significado peculiar para albergarla tan firmemente en la mente de Ezequiel. Ahora, la pista m�s sugerente que ofrece el cap�tulo es la idea puesta en labios de los exiliados en Ezequiel 20:32 : "Y en cuanto al pensamiento que surge en su mente, no ser�, ya que est� pensando: vu�lvanse como los paganos, como las familias de la tierra, en adorar la madera y la piedra.

"Estas palabras contienen la clave de todo el discurso. Es dif�cil, sin duda, decidir cu�nto exactamente est� impl�cito en ellas. Puede que no signifiquen m�s que la determinaci�n de mantener la conformidad externa con las costumbres paganas que ya exist�an en la materia. de adoraci�n, como, por ejemplo, en el uso de im�genes. Pero la forma de expresi�n empleada, "lo que te viene a la mente", casi sugiere que el profeta se encontraba cara a cara con una tendencia incipiente entre los exiliados, una resoluci�n deliberada de apostatar y asimilarse para todos los prop�sitos religiosos a los paganos circundantes.

No es de ninguna manera improbable que, en medio de las muchas tendencias conflictivas que distrajeron a la comunidad exiliada, esta idea de un completo abandono de la religi�n nacional haya cristalizado en un prop�sito establecido en el caso de que su �ltima esperanza se vea frustrada. Si esta fue la situaci�n con la que tuvo que lidiar Ezequiel, deber�amos poder entender c�mo su denuncia toma la forma precisa que asume en este cap�tulo.

Porque, �cu�l es, en general, el significado del cap�tulo? Dicho brevemente, el argumento es el siguiente. La religi�n de Jehov� nunca hab�a sido la verdadera expresi�n del genio nacional de Israel. No es la primera vez que el prop�sito de Israel entra en conflicto con el prop�sito inmutable de Jehov�; pero desde el principio la historia ha sido una larga lucha entre las inclinaciones naturales del pueblo y el destino que le fue impuesto por la voluntad de Dios.

El amor a los �dolos hab�a sido el rasgo distintivo del car�cter nacional desde el principio; y si se hubiera permitido que prevaleciera, Israel nunca habr�a sido conocido como el pueblo de Jehov�. �Por qu� no se hab�a dejado que prevaleciera? Por la consideraci�n de Jehov� por la honra de su nombre; porque a los ojos de los paganos, su gloria se identificaba con la suerte de este pueblo en particular, a quien se hab�a revelado una vez.

Y como ha sido en el pasado, as� ser� en el futuro. Ha llegado el momento de que la controversia de toda la vida se lleve a un problema, y ??no cabe duda de cu�l ser� el problema. "Lo que les viene a la mente", esta nueva resoluci�n de vivir como los paganos, no puede desviar el prop�sito de Jehov� de hacer de Israel un pueblo para Su propia gloria. Cualesquiera que sean los juicios adicionales que sean necesarios 'para ese fin, la tierra de Israel seguir� siendo la sede de una adoraci�n pura y aceptable del Dios verdadero, y el pueblo reconocer� con verg�enza y contrici�n que la meta de toda su historia se ha cumplido a pesar de su perversidad por la "gracia irresistible" de su divino Rey.

I. LA LECCI�N DE HISTORIA

( Ezequiel 20:5 )

Es una magn�fica concepci�n de la elecci�n nacional la que aqu� desarrolla el profeta. Toma la forma de un paralelo entre dos escenas del desierto, una al principio y la otra al final de la historia de Israel. La primera parte del cap�tulo trata sobre el significado religioso de las transacciones en el desierto del Sina� y los eventos en Egipto que fueron introductorios a ellas. Comienza con la libre elecci�n de Jehov� del pueblo mientras a�n viv�an como id�latras en Egipto.

All� Jehov� se les revel� como su Dios, y concert� un pacto con ellos; y el pacto inclu�a, por un lado, la promesa de la tierra de Cana�n, y por otro lado, el requisito de que el pueblo se separara de todas las formas de idolatr�a, ya fueran nativas o egipcias. El d�a que escog� a Israel y me di a conocer a ellos en la tierra de Egipto, diciendo: Yo soy Jehov� tu Dios; en aquel d�a alc� mi mano hacia ellos para sacarlos de la tierra de Egipto a una tierra que les hab�a buscado.

Y les dije: Desechad cada uno la abominaci�n de sus ojos, y no os contamin�is con los dioses del bloque de Egipto. Yo soy Jehov� tu Dios "( Ezequiel 20:5 ). El punto que Ezequiel enfatiza especialmente es que esta vocaci�n de ser el pueblo del Dios verdadero fue impuesta a Israel sin su consentimiento, y que la revelaci�n del prop�sito de Jehov� no evoc� ninguna respuesta en el coraz�n del pueblo.

Al persistir en la idolatr�a, pr�cticamente hab�an renunciado al reinado de Jehov� y hab�an perdido su derecho al cumplimiento de la promesa que �l les hab�a dado. Y s�lo en cuanto a su nombre, para que no fuera profanado a los ojos de las naciones, ante cuyos ojos se les hab�a dado a conocer, se apart� del prop�sito que hab�a formado para destruirlos en la tierra de Egipto.

En varios aspectos, este relato de los sucesos en Egipto va m�s all� de lo que aprendemos de cualquier otra fuente. Los libros hist�ricos no contienen ninguna referencia al predominio de formas de idolatr�a espec�ficamente egipcias entre los hebreos, ni mencionan ninguna amenaza de exterminio del pueblo por su rebeli�n. Sin embargo, no se debe suponer que Ezequiel pose�a otros registros del per�odo anterior al �xodo que los que se conservan en el Pentateuco.

Las concepciones fundamentales son aquellas atestiguadas por la historia, que Dios se revel� por primera vez a Israel con el nombre de Jehov� a trav�s de Mois�s, y que la revelaci�n fue acompa�ada por una promesa de liberaci�n de Egipto. Que la gente, a pesar de esta revelaci�n, continu� adorando �dolos es una inferencia de toda su historia posterior. Y el conflicto en la mente de Jehov� entre la ira contra el pecado del pueblo y los celos por su propio nombre no es una cuesti�n de historia en absoluto, sino una interpretaci�n inspirada de la historia a la luz de la santidad divina, que abarca ambos elementos. .

En el desierto, Israel entr� en la segunda y decisiva etapa de su probaci�n que se divide en dos actos, y cuyo factor determinante fue la legislaci�n. A la generaci�n del �xodo, Jehov� dio a conocer la forma de vida en un c�digo de ley que por sus propios m�ritos intr�nsecos deber�a haberse encomendado a su sentido moral. Los estatutos y juicios que se dieron entonces fueron tales que "si alguno los cumple, vivir� por ellos" ( Ezequiel 20:11 ).

Este pensamiento de la bondad esencial de la ley, tal como se dio originalmente, revela el punto de vista de Ezequiel sobre la relaci�n de Dios con los hombres. Su importancia deriva sin duda del contraste con la legislaci�n de car�cter opuesto que se menciona m�s adelante. Sin embargo, incluso ese contraste expresa una convicci�n en la mente del profeta de que la moralidad no est� constituida por decretos arbitrarios de parte de Dios, sino que hay condiciones eternas de comuni�n �tica entre Dios y el hombre, y que la ley que se ofreci� primero para la aceptaci�n de Israel fue la ley. encarnaci�n de esas relaciones �ticas que fluyen de la naturaleza de Jehov�.

Es probable que Ezequiel tenga en cuenta los preceptos morales del Dec�logo. Si es as�, es instructivo notar que la ley del s�bado se menciona por separado, no como una de las leyes por las que vive el hombre, sino como una se�al del pacto entre Jehov� e Israel. El prop�sito divino fue nuevamente derrotado por las inclinaciones id�latras del pueblo: "Despreciaron mis juicios, y no anduvieron en mis estatutos, y profanaron mis s�bados, porque su coraz�n fue tras sus �dolos" ( Ezequiel 20:16 ).

Para la segunda generaci�n en el desierto se renov� la oferta del pacto, con el mismo resultado ( Ezequiel 20:18 ). Debe observarse que en ambos casos la desobediencia del pueblo es respondida por dos expresiones distintas de la ira de Jehov�. La primera es una amenaza de exterminio inmediato, que se expresa como un prop�sito moment�neo de Jehov�, que tan pronto se forma como se retira en aras de Su honor ( Ezequiel 20:14 , Ezequiel 20:21 ).

El otro es un juicio de car�cter m�s limitado, pronunciado en forma de juramento, y en el primer caso al menos efectivamente ejecutado. Porque la amenaza de exclusi�n de la Tierra Prometida ( Ezequiel 20:15 ) se hizo cumplir en lo que respecta a la primera generaci�n. Ahora bien, el paralelismo entre las dos secciones nos lleva a esperar que la amenaza similar de dispersi�n en Ezequiel 20:23 debe entenderse como un juicio realmente infligido.

Podemos concluir, por tanto, que Ezequiel 20:23 refiere al exilio babil�nico y la dispersi�n entre las naciones, que pen� como una ruina sobre la naci�n durante toda su historia en Cana�n, y se representa como una consecuencia directa de sus transgresiones en el desierto. Parece haber razones para creer que la alusi�n particular es al cap�tulo veintiocho de Deuteronomio, donde la amenaza de una dispersi�n entre las naciones concluye la larga lista de maldiciones que seguir�n a la desobediencia a la ley.

Deuteronomio 28:64 Es cierto que en ese cap�tulo la amenaza es solo condicional; pero en la �poca de Ezequiel ya se hab�a cumplido, y est� de acuerdo con toda su concepci�n de la historia leer el n�mero final en el per�odo temprano cuando se determin� el car�cter nacional.

Pero adem�s de esto, como para "concluirlos bajo el pecado", Jehov� enfrent� la dureza de sus corazones al imponerles leyes de car�cter opuesto a las que se les dieron por primera vez, y leyes que concordaban demasiado bien con sus inclinaciones m�s bajas: "Y tambi�n les di estatutos que no eran buenos, y juicios por los cuales no vivir�an; y los hice inmundos en sus ofrendas, haciendo sobre todo lo que abri� el vientre, para horrorizarlos" ( Ezequiel 20:25 ).

Esta divisi�n de la legislaci�n del desierto en dos tipos, uno bueno y vivificante y el otro no bueno, presenta dificultades tanto morales como cr�ticas que tal vez no puedan eliminarse por completo. La direcci�n general en la que debe buscarse la soluci�n es, de hecho, bastante clara. La referencia es a la ley que requer�a la consagraci�n del primog�nito de todos los animales a Jehov�. Esto fue interpretado en el sentido m�s riguroso como dedicaci�n en sacrificio; y luego el principio se extendi� al caso de los seres humanos.

El prop�sito divino de aparentar sancionar esta pr�ctica atroz era "horrorizar" a la gente, es decir, el castigo de su idolatr�a consist�a en el choque de sus instintos y afectos naturales causado por el peor desarrollo del esp�ritu id�latra al que estaban sometidos. fueron enviados. No debemos inferir de esto que el sacrificio humano fue un elemento de la religi�n hebrea original y que en realidad se bas� en una promulgaci�n legislativa.

La verdad parece ser que el sacrificio de ni�os fue originalmente una caracter�stica de la adoraci�n cananea, particularmente del dios Melek o Molech, y solo se introdujo en la religi�n de Israel en los d�as malos que precedieron a la ca�da del estado. La idea se apoder� de las mentes de los hombres de que este terrible rito por s� solo revelaba toda la potencia del acto de sacrificio; y cuando los medios ordinarios de propiciaci�n parec�an fallar, se recurr�a a �l como el �ltimo expediente desesperado para apaciguar a una deidad ofendida.

Lo �nico que nos justifican las palabras de Ezequiel al asumir es que una vez establecida la pr�ctica, se defendi� apelando a la antigua ley del primog�nito, cuyo principio se sosten�a que cubr�a el caso de los sacrificios humanos. Estas leyes, relativas a la consagraci�n de los primog�nitos, son, por tanto, los estatutos a los que se refiere Ezequiel; y su defecto radica en que est�n expuestos a todas esas malas interpretaciones inmorales.

Esta vista est� de acuerdo con las probabilidades del caso. Cuando consideramos la tendencia de los escritores del Antiguo Testamento a referir todos los eventos reales inmediatamente a la voluntad de Dios, podemos comprender en parte la forma en que Ezequiel expresa los hechos; y esto es quiz�s todo lo que se puede decir sobre el aspecto moral de la dificultad. No es m�s que una aplicaci�n del principio de que el pecado es castigado por la oblicuidad moral, y los preceptos que se acomodan a la dureza del coraz�n de los hombres son, por esa misma dureza, pervertidos en cuestiones fatales.

Ni siquiera se puede decir que exista una divergencia radical de opini�n entre Ezequiel y Jerem�as sobre este tema. Porque cuando el profeta mayor, hablando del sacrificio de ni�os, dice que "Jehov� no lo mand�, ni vino a su mente" ( Jeremias 7:31 ; Jeremias 19:5 ), debe tener en cuenta a hombres que justifiquen la costumbre por medio de una apelaci�n a la legislaci�n antigua.

Y aunque Jerem�as repudia indignado la sugerencia de que tales horrores fueron contemplados por la ley de Jehov�, dif�cilmente va m�s all� de Ezequiel, quien declara que la ordenanza en cuesti�n no representa la verdadera mente de Jehov�, sino que pertenece a una parte de la ley. que ten�a la intenci�n de castigar el pecado mediante el enga�o.

Como consecuencia de estas transacciones en el desierto, Israel entr� en la tierra de Cana�n bajo la amenaza de un eventual exilio y bajo la maldici�n de un culto contaminado. La historia posterior tiene poca significaci�n desde el punto de vista ocupado a lo largo de este discurso; y en consecuencia Ezequiel lo descarta en tres vers�culos ( Ezequiel 20:27 ).

La entrada a la Tierra Prometida, dice, brind� la oportunidad de una nueva manifestaci�n de deslealtad a Jehov�. Se refiere a la multiplicaci�n de santuarios paganos o semi-paganos por toda la tierra. Dondequiera que ve�an una colina alta o un �rbol frondoso, lo convert�an en un lugar de sacrificio, y all� practicaban los ritos impuros que eran el resultado de su falsa concepci�n de la Deidad. En la mente de Ezequiel, la unidad de Jehov� y la unidad del santuario eran ideas inseparables: la ofensa aqu� aludida es, por lo tanto, del mismo tipo que las abominaciones practicadas en Egipto y el desierto; es una violaci�n de la santidad de Jehov�.

El profeta condensa su desprecio por todo el sistema de religi�n que llev� a la multiplicaci�n de santuarios en un juego sobre la etimolog�a de la palabra bamah (lugares altos), cuyo punto, sin embargo, es oscuro.

II. LA APLICACI�N

( Ezequiel 20:30 )

Habiendo descrito as� el origen de la idolatr�a en Israel, y habiendo demostrado que el destino de la naci�n no hab�a sido determinado ni por sus desiertos ni por sus inclinaciones, sino por la constante consideraci�n de Jehov� por el honor de Su nombre, el profeta procede a traer la lecci�n. de la historia sobre sus contempor�neos. El cautiverio a�n no ha producido ning�n cambio en su condici�n espiritual; en Babilonia.

todav�a se contaminan con las mismas abominaciones que sus antepasados, incluso hasta la atrocidad suprema del sacrificio de ni�os. Su idolatr�a es m�s consciente que antes, porque toma la forma de una intenci�n deliberada de ser como otras naciones, adorando la madera y la piedra. Por tanto, es necesario que de una vez por todas Jehov� afirme Su soberan�a sobre Israel y doble su obstinada voluntad para el cumplimiento de Su prop�sito.

"Vivo yo, dice el Se�or Jehov�, que con mano fuerte y brazo extendido, y con ira derramada, ser� rey sobre ti" ( Ezequiel 20:33 ). Pero, �c�mo se iba a hacer esto? Dif�cilmente pod�a concebirse un castigo m�s severo que el que se hab�a infligido a los exiliados, pero no hab�a tenido ning�n efecto en la regeneraci�n de Israel.

Seguramente ha llegado el momento en que el m�todo divino debe cambiarse, cuando aquellos que se han endurecido contra la severidad de Dios deben ser ganados por su bondad. Sin embargo, ese no es el pensamiento expresado en la delineaci�n del futuro de Ezequiel. Es posible que la descripci�n que sigue ( Ezequiel 20:34 ) solo pueda entenderse como una imagen ideal de los procesos espirituales que deben llevar a cabo las agencias providenciales ordinarias.

Pero lo cierto es que de lo que Ezequiel est� principalmente convencido es de la necesidad de nuevos actos de juicio, un juicio que ser� decisivo, porque discrimina y desemboca en la aniquilaci�n de todos los que se aferran a las malas tradiciones del pasado. De hecho, esta idea de un mayor castigo para los exiliados es un elemento fijo de la profec�a de Ezequiel. Aparece en su primera declaraci�n p�blica (cap�tulo 5), aunque quiz�s solo en este cap�tulo percibimos su significado pleno.

El escenario del trato final de Dios con el pecado de Israel ser� el "desierto de las naciones". Esa gran meseta �rida que se extiende entre el Jord�n y el valle del �ufrates, alrededor de la cual se encuentran las naciones principalmente involucradas en la historia de Israel, ocupa un lugar en la restauraci�n an�logo al del desierto de Sina� (aqu� llamado el "desierto de Egipto") en el tiempo del �xodo. En esa vasta soledad Jehov� reunir� a su pueblo de las tierras de su exilio, y all� los juzgar� una vez m�s cara a cara.

Este juicio se llevar� a cabo seg�n el principio establecido en el cap�tulo 18. Cada individuo ser� tratado de acuerdo con su propio car�cter de hombre justo o malvado. Se les har� "pasar bajo la vara", como ovejas cuando son contados por el pastor. Los rebeldes y los transgresores perecer�n en el desierto; porque "de la tierra de sus peregrinaciones los sacar�, ya la tierra de Israel no vendr�n" ( Ezequiel 20:38 ).

Los que emergen de la prueba son los justos remanentes, que ser�n llevados a la tierra en n�mero: �stos constituyen el nuevo Israel, para quien est� reservada la gloria de los �ltimos d�as. La idea de que la transformaci�n espiritual de Israel se efectuar�a durante una segunda estancia en el desierto, aunque muy llamativa, aparece s�lo aqu� en el libro de Ezequiel, y dif�cilmente puede considerarse como una de las ideas cardinales de su escatolog�a. .

Con toda probabilidad se deriva de las profec�as de Oseas, aunque se modifica de acuerdo con la muy diferente estimaci�n de la historia de la naci�n representada por Ezequiel. Es instructivo comparar la ense�anza de estos dos profetas sobre este punto. Para Oseas, la idea de un regreso al desierto se presenta naturalmente como un elemento del proceso por el cual Israel debe ser devuelto a su lealtad a Jehov�.

El regreso al desierto restaura las condiciones bajo las cuales la naci�n conoci� y sigui� a Jehov� por primera vez. �l recuerda la estad�a en el desierto del Sina� como el tiempo de comuni�n ininterrumpida entre Jehov� e Israel, un tiempo de inocencia juvenil, cuando las tendencias pecaminosas que pueden haber estado latentes en la naci�n no se hab�an convertido en infidelidad real. La decadencia de la religi�n y la moralidad se remonta a la posesi�n de la tierra de Cana�n y se remonta a la influencia corruptora de la idolatr�a y la civilizaci�n cananeas.

Fue en Baalpeor donde sucumbieron por primera vez a las atracciones de una religi�n falsa y se contaminaron con el esp�ritu del paganismo. Entonces, la rica producci�n de la tierra lleg� a considerarse como un regalo de las deidades que eran adoradas en los santuarios locales, y esta adoraci�n con sus sensuales acompa�antes fue el medio de alejar cada vez m�s al pueblo del conocimiento de Jehov�.

Por tanto, el primer paso hacia una renovaci�n de la relaci�n entre Dios e Israel es la retirada de los dones de la naturaleza, la supresi�n de las ordenanzas religiosas y las instituciones pol�ticas; y esto se representa como efectuado por un regreso a la vida primitiva del desierto. Entonces, en su desolaci�n y aflicci�n, el coraz�n de Israel responder� una vez m�s al amor de Jehov�, que nunca ha dejado de anhelar a Su pueblo infiel.

"La seducir�, la llevar� al desierto y hablar� a su coraz�n; y ella responder� all�, como en los d�as de su juventud, y como el d�a en que subi� de la tierra de Egipto" . Oseas 2:14 Aqu� puede haber una duda de si el desierto debe tomarse literalmente o como una figura para el exilio, pero en cualquier caso, la imagen surge naturalmente de la concepci�n profundamente simple de la religi�n de Oseas.

Para Ezequiel, por otro lado, el "desierto" es sin�nimo de contenci�n y juicio. Es la escena en la que la mezquindad y la perversidad del hombre se destacan en un contraste sin tregua con la majestad y pureza de Dios. No reconoce ninguna primavera alegre de promesas y esperanzas en la historia de Israel, ninguna "bondad de su juventud" o "amor por sus desposorios" cuando ella fue tras Jehov� en la tierra que no fue sembrada.

Jeremias 2:2 La diferencia entre la concepci�n de Oseas y la de Ezequiel es que, desde el punto de vista del profeta exilio, nunca ha habido una verdadera respuesta de parte de Israel al llamado de Dios. Por lo tanto, un regreso al desierto solo puede significar una repetici�n de los juicios que hab�an marcado la primera estad�a del pueblo en el desierto del Sina�, y llevarlos al punto de una decisi�n final entre las afirmaciones de Jehov� y la terquedad. de su pueblo.

Si se pregunta cu�l de estas representaciones del pasado es la verdadera, la �nica respuesta posible es que, desde el punto de vista desde el que los profetas vieron la historia, ambas son verdaderas. Israel sigui� a Jehov� por el desierto y tom� posesi�n de la tierra de Cana�n animado por una fe ardiente en su poder. Es igualmente cierto que la condici�n religiosa de la gente ten�a su lado oscuro, y que estaban lejos de comprender la naturaleza del Dios cuyo nombre llevaban.

Y un profeta podr�a enfatizar una verdad o la otra seg�n la idea de Dios que le fue dada para ense�ar. Oseas, leyendo los s�ntomas religiosos de su propio tiempo, ve en ellos un contraste con el per�odo m�s feliz, cuando la vida era simple y la religi�n comparativamente pura, y encuentra en la estad�a en el desierto una imagen del proceso de purificaci�n mediante el cual la vida nacional debe renovarse. Ezequiel tuvo que ver con un problema m�s dif�cil.

Vio que hab�a un poder del mal que no pod�a ser erradicado simplemente con el destierro de la tierra de Israel, un duro lecho de incredulidad y superstici�n en el car�cter nacional que nunca hab�a cedido a la influencia de la revelaci�n; y se detiene en todas las manifestaciones de esto que ley� en el pasado. Su esperanza para el futuro de la causa de Dios ya no descansa en la influencia moral del amor divino en el coraz�n del hombre, sino en el poder de Jehov� para cumplir su prop�sito a pesar de la resistencia del pecado humano. Esa no era toda la verdad sobre la relaci�n de Dios con Israel, pero era la verdad que necesitaba ser impresa en la generaci�n del exilio.

En todo caso, Ezequiel no tiene dudas sobre el tema final. Es un hombre "muy seguro de Dios" y de nada m�s. En el hombre no encuentra nada que le inspire confianza en la victoria final de la verdadera religi�n sobre el polite�smo y la superstici�n. Su propia generaci�n se ha mostrado apta s�lo para perpetuar los males del pasado: el amor a la adoraci�n sensual, la insensibilidad a las exigencias y la naturaleza de Jehov�, que hab�a marcado toda la historia de Israel. Se ve obligado por el momento a abandonarlos a sus inclinaciones corruptas, sin esperar se�ales de enmienda hasta que su apelaci�n sea ejecutada mediante actos de juicio se�alados.

Pero todo esto no debilita su sublime fe en el cumplimiento del destino de Israel. Desesperado por los hombres, recurre a lo que San Pablo llama el "prop�sito de Dios seg�n la elecci�n". Romanos 9:11 Y con una perspicacia similar a la del ap�stol de los gentiles, discierne a trav�s de todo el trato de Jehov� con Israel un principio y un ideal que al final debe prevalecer sobre el pecado de los hombres.

La meta a la que apunta la historia se destaca claramente ante la mente del profeta; y ya ve en visi�n al Israel restaurado, un pueblo santo en una tierra renovada, que rinde culto aceptable al �nico Dios del cielo y de la tierra. Porque en mi monte santo, en las alturas de los montes de Israel, dice el Se�or Jehov�, me servir� toda la casa de Israel; all� tendr� misericordia de ellos, y all� pedir� vuestras ofrendas y primicias. de tus ofrendas, en todas tus cosas santas "( Ezequiel 20:40 ).

Ah� tenemos el pensamiento que se expande en la visi�n de la teocracia purificada que ocupa los cap�tulos finales del libro. Y es importante notar esta indicaci�n de que la idea de esa visi�n estaba presente para Ezequiel durante la primera parte de su ministerio.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Ezekiel 20". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/ezekiel-20.html.