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Ezequiel 25

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-17

AMMON, MOAB, EDOM Y FILISTIA

Ezequiel 25:1

LOS siguientes ocho Cap�tulos (25-32) forman un intermezzo en el Libro de Ezequiel. Se insertan en este lugar con la evidente intenci�n de separar las dos situaciones marcadamente contrastadas en las que se encontraba nuestro profeta antes y despu�s del asedio de Jerusal�n. El tema que tratan es de hecho una parte esencial del mensaje del profeta a su tiempo, pero est� separado del inter�s central de la narraci�n, que radica en el conflicto entre la palabra de Jehov� en manos de Ezequiel y la incredulidad de los exiliados entre los que viv�a.

La lectura de este grupo de Cap�tulos tiene como objetivo preparar al lector para las condiciones completamente alteradas bajo las cuales Ezequiel iba a reanudar sus ministraciones p�blicas. El ciclo de profec�as sobre pueblos extranjeros es, pues, una especie de analog�a literaria del per�odo de suspenso que interrumpi� la continuidad de la obra de Ezequiel de la manera que hemos visto. Marca el cambio de escenas detr�s de la cortina antes de que los actores principales vuelvan a subir al escenario.

Es bastante natural suponer que la mente del profeta estaba realmente ocupada durante este tiempo con el destino de los vecinos paganos de Israel; pero eso por s� solo no explica la agrupaci�n de los or�culos que tenemos ante nosotros en esta secci�n particular del libro. No solo algunos de los avisos cronol�gicos nos llevan mucho m�s all� del l�mite del tiempo de silencio al que se hace referencia, sino que se encontrar� que casi todas las profec�as asumen que la ca�da de Jerusal�n ya es conocida por las naciones a las que se dirige.

Por lo tanto, es un punto de vista equivocado el que sostiene que en estos cap�tulos tenemos simplemente el resultado de las meditaciones de Ezequiel durante su per�odo de reclusi�n forzosa del deber p�blico. Cualquiera que haya sido la naturaleza de su actividad en este momento, el principio de ordenaci�n aqu� no es cronol�gico, sino literario; y no se puede sugerir un motivo mejor para ello que el sentido de propiedad dram�tica del escritor al desarrollar el significado de su vida prof�tica.

Al pronunciar una serie de or�culos contra las naciones paganas, Ezequiel sigue el ejemplo de algunos de sus m�s grandes predecesores. El Libro de Am�s, por ejemplo, se abre con un cap�tulo impresionante de juicios sobre los pueblos que se encuentran inmediatamente alrededor de las fronteras de Palestina. La nube de tormenta de la ira de Jehov� se representa movi�ndose sobre los peque�os estados de Siria antes de que finalmente estalle con toda su furia sobre los dos reinos de Jud� e Israel.

De manera similar, los libros de Isa�as y Jerem�as contienen secciones continuas que tratan de varios poderes paganos, mientras que el libro de Nahum est� completamente ocupado con una predicci�n de la ruina del imperio asirio. Y estos son solo algunos de los ejemplos m�s sorprendentes de un fen�meno que puede causar perplejidad a los estudiosos m�s serios y cercanos del Antiguo Testamento. Tenemos aqu� que ver, por tanto, con un tema permanente de la profec�a hebrea; y puede ayudarnos a comprender mejor la actitud de Ezequiel si consideramos por un momento algunos de los principios involucrados en esta preocupaci�n constante de los profetas por los asuntos del mundo exterior.

Al principio, debe entenderse que las profec�as de este tipo forman parte del mensaje de Jehov� a Israel. Aunque generalmente se emiten en forma de direcci�n directa a pueblos extranjeros, esto no debe llevarnos a imaginar que estaban destinados a una publicaci�n real en los pa�ses a los que se refieren. La audiencia real de un profeta siempre consisti� en sus propios compatriotas, ya sea que su discurso fuera sobre ellos mismos o sobre sus vecinos.

Y es f�cil ver que era imposible declarar el prop�sito de Dios con respecto a Israel en palabras que llegaran a los negocios y los pechos de los hombres, sin tener en cuenta el estado y el destino de otras naciones. As� como no ser�a posible hoy en d�a pronosticar el futuro de Egipto sin aludir al destino del imperio otomano, tampoco fue posible entonces describir el futuro de Israel de la manera concreta caracter�stica de los profetas sin indicar el lugar reservado para �l. aquellos pueblos con los que tuvo relaciones estrechas. Adem�s de esto, una gran parte de la conciencia nacional de Israel estaba compuesta por intereses, amigos o al rev�s, en los estados vecinos.

Los hebreos ten�an buen ojo para las idiosincrasias nacionales, y las sencillas relaciones internacionales de aquellos d�as eran casi tan v�vidas y personales como las de los vecinos que viv�an en la misma aldea. Ser israelita era ser algo caracter�sticamente diferente de un moabita, y eso tambi�n de un edomita o un filisteo, y cada israelita patriota ten�a un sentido astuto de cu�l era la diferencia. No podemos leer las declaraciones de los profetas con respecto a ninguna de estas nacionalidades sin ver que a menudo apelan a percepciones profundamente arraigadas en la mente popular, que podr�an utilizarse para transmitir las lecciones espirituales que los profetas deseaban ense�ar.

Sin embargo, no debe suponerse que tales profec�as sean en alg�n grado expresi�n de la vanidad o los celos nacionales. Lo que pretenden los profetas es elevar los pensamientos de Israel a la esfera de las verdades eternas del reino de Dios; y s�lo en la medida en que puedan llegar a tocar la conciencia de la naci�n en este punto, apelar�n a lo que podr�amos llamar sus sentimientos internacionales.

Ahora, la pregunta que tenemos que hacernos es: �Qu� prop�sito espiritual para Israel tienen los anuncios del destino de las poblaciones paganas perif�ricas? Por supuesto, hay intereses especiales asociados a cada profec�a particular que ser�a dif�cil de clasificar. Pero, hablando en general, las profec�as de esta clase ten�an un valor moral por dos razones. En primer lugar, repiten y confirman la sentencia de juicio dictada sobre la propia Israel.

Lo hacen de dos maneras: ilustran el principio con el que Jehov� trata a su propio pueblo y su car�cter como juez justo de los hombres. Israel iba a ser destruida por sus pecados nacionales, su desprecio a Jehov� y sus infracciones de la ley moral. Pero otras naciones, aunque m�s excusables, no fueron menos culpables que Israel. El mismo esp�ritu de impiedad, en diferentes formas, fue manifestado por Tiro, Egipto, Asiria y los peque�os estados de Siria.

Por tanto, si Jehov� era realmente el gobernante justo del mundo, deb�a castigar a estas naciones con sus iniquidades. Dondequiera que se encontrara un "reino pecaminoso", ya sea en Israel o en cualquier otro lugar, ese reino debe ser quitado de su lugar entre las naciones. Esto aparece m�s claramente en el Libro de Am�s, quien, aunque enuncia la verdad parad�jica de que el pecado de Israel debe ser castigado solo porque era el �nico pueblo que Jehov� hab�a conocido, sin embargo, como hemos visto, lanz� juicios similares sobre otros. naciones por su flagrante violaci�n de la ley universal escrita en el coraz�n humano.

De esta manera, por lo tanto, los profetas hicieron cumplir a sus contempor�neos la lecci�n fundamental de su ense�anza de que los desastres que se avecinaban no eran el resultado del capricho o la impotencia de su Deidad, sino la ejecuci�n de Su prop�sito moral, al que todos los hombres en todas partes est�n sujetos. Pero de nuevo, no s�lo se enfatiz� el principio de la sentencia, sino que se expuso con mayor claridad la forma en que deb�a ejecutarse.

En todos los casos, los profetas anteriores al exilio anuncian que el derrocamiento de los estados hebreos ser�a efectuado por los asirios o los babilonios. Estas grandes potencias mundiales fueron sucesivamente los instrumentos que Jehov� dise�� y utiliz� para llevar a cabo Su gran obra en la Tierra. Ahora bien, era evidente que si esta anticipaci�n estaba bien fundada, implicaba el derrocamiento de todas las naciones en contacto inmediato con Israel.

La pol�tica de los monarcas mesopot�micos se entendi� bien; y si sus maravillosos �xitos fueran la revelaci�n del prop�sito divino, entonces Israel no ser�a juzgado solo. En consecuencia, encontramos en la mayor�a de los casos que el castigo de los paganos se atribuye directamente a los invasores o bien a otras agencias puestas en movimiento por su enfoque. As� se ense�� al pueblo de Israel o Jud� a considerar su destino como involucrado en un gran plan de la providencia divina, anulando todas las relaciones existentes que les dieron un lugar entre las naciones del mundo y prepar�ndose para un nuevo desarrollo del prop�sito de Jehov� en el futuro.

Cuando nos dirigimos a ese futuro ideal, encontramos un segundo aspecto m�s sugerente de estas profec�as contra los paganos. Todos los profetas ense�an que la destrucci�n de Israel est� indisolublemente ligada al futuro del reino de Dios en la tierra. El Antiguo Testamento nunca se deshace del todo de la idea de que la preservaci�n y la victoria final de la verdadera religi�n exige la existencia continua del �nico pueblo a quien se le hab�a encomendado la revelaci�n del Dios verdadero.

La indestructibilidad de la vida nacional de Israel depende de su posici�n �nica en relaci�n con los prop�sitos de Jehov�, y es por esta raz�n que los profetas esperan con inquebrantable confianza el tiempo en que el conocimiento de Jehov� se trasladar� de Israel a todas las naciones. de la humanidad. Y debemos tratar de entrar en este punto de vista si queremos comprender el significado de sus declaraciones sobre el destino de las naciones circundantes.

Si preguntamos si se reserva un futuro independiente en la nueva dispensaci�n para los pueblos con los que Israel tuvo tratos en el pasado, encontramos que se dan respuestas diferentes y, a veces, contradictorias. As�, Isa�as predice una restauraci�n de Tiro despu�s del lapso de setenta a�os, mientras que Ezequiel anuncia su completa y final destrucci�n. S�lo cuando consideramos estas declaraciones a la luz de la concepci�n general del reino de Dios de los profetas, discernimos la verdad espiritual que les da un significado permanente para la instrucci�n de todas las edades.

No era un asunto de suprema importancia religiosa saber si Fenicia, Egipto o Asiria conservar�an su antiguo lugar en el mundo y compartir�an indirectamente las bendiciones de la era mesi�nica. Lo que se necesitaba ense�ar a los hombres entonces, y lo que debemos recordar todav�a, es que cada naci�n mantiene su posici�n en subordinaci�n a los fines del gobierno de Dios, y ning�n poder, sabidur�a o refinamiento salvar� a un estado de la destrucci�n cuando deje de servir. los intereses de su reino.

Los pueblos extranjeros que son objeto de la encuesta de los profetas son todav�a extra�os al Dios verdadero y, por lo tanto, carecen de aquello que podr�a asegurarles un lugar en la reconstrucci�n de las relaciones pol�ticas de las que Israel ser� el centro religioso. A veces se les representa como si su hostilidad hacia Israel o su orgullo de coraz�n hayan invadido tanto la soberan�a de Jehov� que su condenaci�n ya est� sellada.

En otras ocasiones, se los concibe como convertidos al conocimiento del Dios verdadero y aceptando gustosamente el lugar que se les asigna en la humanidad del futuro al consagrar su riqueza y poder al servicio de su pueblo Israel. En todos los casos es su actitud hacia Israel y el Dios de Israel lo que determina su destino: esa es la gran verdad que los profetas se proponen inculcar a sus compatriotas.

Mientras la causa de la religi�n se identificara con la suerte del pueblo de Israel, no se podr�a formar un concepto m�s elevado de la redenci�n de la humanidad que el de una sujeci�n voluntaria de las naciones de la tierra a la palabra de Jehov� que sali� de Jerusal�n. cf. Isa�as 2:2 Y si alguna naci�n en particular debe sobrevivir para participar en las glorias de esos �ltimos d�as depende de la perspectiva que se adopte de su condici�n actual y de su idoneidad para incorporarse al imperio universal de Jehov� que pronto se establecer�.

Ahora sabemos que esta no era la forma en que el prop�sito de salvaci�n de Jehov� estaba destinado a realizarse en la historia del mundo. Desde la venida de Cristo, el pueblo de Israel ha perdido su posici�n central y distintiva como portador de las esperanzas y promesas de la religi�n verdadera. En su lugar tenemos un reino espiritual de hombres unidos por la fe en Jesucristo y en la adoraci�n de un Padre en esp�ritu y en verdad, un reino que por su misma naturaleza no puede tener un centro local u organizaci�n pol�tica.

Por tanto, la conversi�n de los paganos ya no puede concebirse como un homenaje nacional que se rinde a la sede de la soberan�a de Jehov� en Si�n; ni el desarrollo del plan divino de salvaci�n universal est� ligado a la extinci�n de las nacionalidades que alguna vez simbolizaron la hostilidad del mundo hacia el reino de Dios. Este hecho tiene una relaci�n importante con la cuesti�n del cumplimiento de las profec�as extranjeras del Antiguo Testamento.

El cumplimiento literal no debe buscarse en este caso m�s que en las delineaciones del futuro de Israel, que son, despu�s de todo, el elemento predominante de la predicci�n mesi�nica. Es cierto que las naciones examinadas han desaparecido ahora de la historia, y en la medida en que su ca�da fue provocada por causas que operan en el mundo en el que se movieron los profetas, debe reconocerse como una vindicaci�n parcial pero real de la verdad. de sus palabras.

Pero los detalles de las profec�as no se han verificado hist�ricamente. Todo intento de rastrear su realizaci�n en hechos que tuvieron lugar mucho tiempo despu�s y en circunstancias que los propios profetas nunca contemplaron, s�lo nos desv�an del inter�s real que les pertenece. Como encarnaciones concretas de los principios eternos exhibidos en el ascenso y la ca�da de las naciones, tienen un significado permanente para la Iglesia en todas las �pocas; pero el desarrollo real de estos principios en la historia no podr�a, en la naturaleza de las cosas, estar completo dentro de los l�mites del mundo conocido por los habitantes de Judea.

Si vamos a buscar su realizaci�n ideal, s�lo la encontraremos en la progresiva victoria del cristianismo sobre todas las formas de error y superstici�n, y en la dedicaci�n de todos los recursos de la civilizaci�n humana: su riqueza, su empresa comercial, su pol�tica. poder-para el avance del reino de nuestro Dios y Su Cristo.

Por las circunstancias especiales en las que escribi�, as� como por el car�cter general de su ense�anza, era natural que Ezequiel, en sus or�culos contra los poderes paganos, presentara solo el lado oscuro de la providencia de Dios. Excepto en el caso de Egipto, las naciones a las que se dirige est�n amenazadas de aniquilaci�n, e incluso Egipto se ver� reducido a una condici�n de absoluta impotencia y humillaci�n. Muy caracter�stica tambi�n es su representaci�n del prop�sito que sale a la luz en esta serie de juicios.

Es para �l una gran demostraci�n a toda la tierra de la soberan�a absoluta de Jehov�. "Sabr�is que yo soy Jehov�" es la f�rmula que resume la lecci�n de la ca�da de cada naci�n. Observamos que el profeta parte de la situaci�n creada por la ca�da de Jerusal�n. Esa gran calamidad tuvo en primera instancia la apariencia de un triunfo del paganismo sobre Jehov� el Dios de Israel. Fue, como el profeta lo expresa en otra parte, una profanaci�n de su santo nombre a los ojos de las naciones.

Y bajo esta luz, sin duda fue considerado por los peque�os principados alrededor de Palestina, y quiz�s tambi�n por los espectadores m�s distantes y poderosos, como Tiro y Egipto. Desde el punto de vista del paganismo, la ca�da de Israel signific� la derrota de su Deidad tutelar; y las naciones vecinas, al regocijarse por las nuevas del destino de Jerusal�n, 'ten�an en sus mentes la idea del postrado Jehov� incapaz de salvar a Su pueblo en su hora de necesidad.

No es necesario suponer que Ezequiel les atribuye alguna conciencia de la afirmaci�n de Jehov� de ser el �nico Dios vivo y verdadero. Es la paradoja de la revelaci�n que Aquel que es el Eterno e Infinito se revel� primero al mundo como el Dios de Israel; y todos los conceptos err�neos que surgieron de ese hecho tuvieron que ser eliminados por Su automanifestaci�n en actos hist�ricos que atrajeron al mundo en general.

Entre estos actos, el juicio de las naciones paganas ocupa el primer lugar en la mente de Ezequiel. Se ha llegado a una crisis en la que es necesario que Jehov� vindique Su divinidad mediante la destrucci�n de aquellos que se han exaltado contra �l. El mundo debe aprender de una vez por todas que Jehov� no es un simple dios tribal, sino el gobernante omnipotente del universo. Y esta es la preparaci�n para la revelaci�n final de Su poder y Deidad en la restauraci�n de Israel a su propia tierra, que pronto seguir� al derrocamiento de sus antiguos enemigos. Esta serie de profec�as constituye, por tanto, una introducci�n apropiada a la tercera divisi�n del libro, que trata de la formaci�n del nuevo pueblo de Jehov�.

Es algo notable que el estudio de Ezequiel de las naciones paganas se restrinja a las que se encuentran en las inmediaciones de la tierra de Cana�n. Aunque tuvo oportunidades inigualables de familiarizarse con los pa�ses remotos del Este, limita su atenci�n a los estados mediterr�neos que hab�an jugado un papel durante mucho tiempo en la historia hebrea. Los pueblos tratados son siete: Amm�n, Moab, Edom, los filisteos, Tiro, Sid�n y Egipto.

El orden de la enumeraci�n es geogr�fico: primero, el c�rculo interno de los vecinos inmediatos de Israel, desde Amm�n en la circunvalaci�n este hasta Sid�n en el extremo norte; luego, fuera del c�rculo, la preponderante potencia mundial de Egipto. No es del todo una circunstancia accidental que cinco de estas naciones se mencionen en el cap�tulo veintisiete de Jerem�as como relacionadas con el proyecto de rebeli�n contra Nabucodonosor en la primera parte del reinado de Sedequ�as.

Egipto y Filistea no se mencionan all�, pero podemos suponer al menos que la diplomacia egipcia estaba trabajando secretamente tirando de los cables que pon�an en movimiento las marionetas. Este hecho, junto con la omisi�n de Babilonia de la lista de naciones amenazadas, muestra que Ezequiel considera que el juicio cae dentro del per�odo de supremac�a caldea, que parece haber estimado en cuarenta a�os. En ninguna parte insin�a cu�l ser� el destino de Babilonia misma, un conflicto entre esa gran potencia mundial y el prop�sito de Jehov� no forma parte de su sistema.

Que Nabucodonosor ser� el agente del derrocamiento de Tiro y la humillaci�n de Egipto se declara expresamente; y aunque el aplastamiento de los estados m�s peque�os se atribuye a otras agencias, dif�cilmente podemos dudar de que �stas fueron concebidas como consecuencias indirectas de la agitaci�n causada por la invasi�n babil�nica.

El cap�tulo 25, entonces, consta de cuatro breves profec�as dirigidas respectivamente a Amm�n, Moab, Edom y los filisteos. Unas pocas palabras sobre el destino prefigurado para cada uno de estos pa�ses ser�n suficientes para la explicaci�n del cap�tulo.

1. AMM�N ( Ezequiel 25:2 ) yac�a al borde del desierto, entre las aguas superiores del Jaboc y el Arn�n, separado del Jord�n por una franja de territorio israelita de veinte a treinta millas de ancho. Su capital, Rab�, mencionada aqu� ( Ezequiel 25:5 ), estaba situada en un afluente sur del Jaboc, y sus ruinas a�n llevan entre los �rabes el antiguo nombre nacional de Amm�n.

Aunque su pa�s era pastoral (se hace referencia a la leche en Ezequiel 25:4 ) como uno de sus productos principales, los amonitas parecen haber hecho alg�n progreso en la civilizaci�n. Jerem�as Jeremias 49:4 habla de ellos como si confiaran en sus tesoros: y en este cap�tulo Ezequiel anuncia que ser�n para despojo de las naciones ( Ezequiel 25:7 ).

Despu�s de la deportaci�n de las tribus transjordanas por Tiglat-pileser, Amm�n se apoder� del pa�s que hab�a pertenecido a la tribu de Gad, su vecino m�s cercano en el oeste. Esta usurpaci�n es denunciada por el profeta Jerem�as en las palabras iniciales de su or�culo contra Amm�n: "�No tiene Israel hijos? �O no tiene heredero? �Por qu� Milcom" (la deidad nacional de los amonitas) "hereda Gad, por qu� tiene su" La "gente de (Milcom) se estableci� en sus ciudades" (de Gad).

" Jeremias 49:1 Ya hemos visto (cap�tulo 21) que los amonitas tomaron parte en la rebeli�n contra Nabucodonosor, y se destacaron despu�s de que los otros miembros de la liga se hab�an apartado de su prop�sito. Pero esta uni�n temporal con Jerusal�n no hizo nada para abati� la vieja animosidad nacional, y el desastre de Jud� fue una se�al para una exhibici�n de satisfacci�n maligna por parte de Amm�n.

"Por cuanto dijiste: �Ea, en contra de mi santuario que fu� profanado, y la tierra de Israel que fu� asolada, y la casa de Jud� cuando entr� en cautiverio", etc . ( Ezequiel 25:3 ) -por esta ofensa suprema contra la majestad de Jehov�, Ezequiel denuncia un juicio exterminador sobre Amm�n.

La tierra ser� entregada a los "hijos de Oriente", es decir , los �rabes beduinos, que levantar�n sus tiendas de campa�a en ella, comer�n sus frutos y beber�n su leche, y convertir�n la "gran ciudad" de Rab� en un lugar de descanso para los camellos ( Ezequiel 25:4 ). No est� del todo claro (aunque com�nmente se asume) que los ni�os de Oriente sean considerados los verdaderos conquistadores de Amm�n.

Su posesi�n del pa�s puede ser la consecuencia m�s que la causa de la destrucci�n de la civilizaci�n, siendo la invasi�n de los n�madas tan inevitable en estas circunstancias como la extensi�n del desierto mismo donde el agua falla.

2. MOAB ( Ezequiel 25:8 ) viene a continuaci�n en orden. Su territorio propio, desde el asentamiento de Israel en Cana�n, era la meseta elevada al sur del Arn�n, a lo largo de la parte inferior del Mar Muerto. Pero la tribu de Rub�n, que lo limitaba al norte, nunca pudo mantenerse firme contra la fuerza superior de Moab, y por lo tanto, esta �ltima naci�n se encuentra en posesi�n del distrito m�s bajo y m�s f�rtil que se extiende hacia el norte desde el Arn�n, ahora llamado el Belka.

De hecho, todas las ciudades que se mencionan en este cap�tulo como pertenecientes a Moab (Betjesimot, Baalme�n y Quiriathaim) estaban situadas en esta regi�n norte�a y propiamente israelita. �stos eran la "gloria de la tierra", que ahora ser�an quitados de Moab ( Ezequiel 25:9 ). En Israel, Moab parece haber sido considerado como la encarnaci�n de una forma peculiarmente ofensiva de orgullo nacional, Isa�as 16:6 ; Isa�as 25:11 Jeremias 48:29 ; Jeremias 48:42 del cual tenemos un monumento en la famosa Piedra Moabita, que fue erigida por la Mesa en el siglo IX a. C.

C. para conmemorar las victorias de Quemos sobre Jehov� e Israel. La inscripci�n muestra, adem�s, que en las artes de la vida civilizada, Moab no era en ese tiempo un rival indigno del propio Israel. Es para una manifestaci�n especial de este esp�ritu altivo y arrogante en el d�a de la calamidad de Jerusal�n que Ezequiel pronuncia el juicio de Jehov� sobre Moab: "Porque Moab ha dicho: He aqu�, la casa de Jud� es como todas las naciones" ( Ezequiel 25:8 ). .

Estas palabras sin duda reflejan fielmente el sentimiento de Moab hacia Israel, y presuponen una conciencia por parte de Moab de alguna distinci�n �nica perteneciente a Israel a pesar de todas las humillaciones que hab�a sufrido desde la �poca de David. Y el pensamiento de Moab puede haber sido m�s difundido entre las naciones de lo que podemos suponer: "Los reyes de la tierra, ni todos los habitantes del mundo, creyeron que el adversario y el enemigo deb�an entrar por las puertas de Jerusal�n".

Lamentaciones 4:12 Los moabitas, en todo caso, dieron un suspiro de alivio cuando las pretensiones de Israel de ascendencia religiosa parec�an ser refutadas, y as� sellaron su propia condenaci�n. Comparten el destino de los amonitas, su tierra fue entregada en posesi�n a los hijos de Oriente ( Ezequiel 25:10 ).

Ambas naciones, Amm�n y Moab, fueron absorbidas por los �rabes, como lo hab�a predicho Ezequiel; pero Amm�n al menos conserv� su nombre y nacionalidad separados a trav�s de muchos cambios de fortuna hasta el siglo II despu�s de Cristo.

3. EDOM ( Ezequiel 25:12 ), famoso en el Antiguo Testamento por su sabidur�a, Jeremias 49:7 ; Abd�as 1:8 ocup� el pa�s al sur de Moab desde el Mar Muerto hasta la cabecera del Golfo de Akaba.

En la �poca del Antiguo Testamento, el centro de su poder estaba en la regi�n al este del valle de Arabah, una posici�n de gran importancia comercial, ya que comandaba la ruta de las caravanas desde el puerto de Elath en el Mar Rojo hasta el norte de Siria. Posteriormente, los edomitas fueron expulsados ??de este distrito (alrededor del a�o 300 a. C.) por la tribu �rabe de los nabateos, cuando establecieron su morada en el sur de Jud�. Ninguna de las naciones circundantes era tan parecida a Israel como Edom, y con ninguna sus relaciones eran m�s amargas y hostiles.

Los edomitas hab�an sido subyugados y casi exterminados por David, hab�an sido nuevamente sometidos por Amas�as y Uz�as, pero finalmente recuperaron su independencia durante el ataque de los sirios y efraimitas contra Jud� durante el reinado de Acaz. El recuerdo de esta larga lucha produjo en Edom una "enemistad perpetua", un odio hereditario eterno hacia el reino de Jud�. Pero lo que hizo que el nombre de Edom fuera execrado por los jud�os posteriores fue su conducta despu�s de la ca�da de Jerusal�n.

El profeta Abd�as lo representa compartiendo el bot�n de Jerusal�n ( Ezequiel 25:10 ), y como "parado en la encrucijada para cortar a los que escaparon" ( Ezequiel 25:14 ). Ezequiel tambi�n alude a esto en el cap�tulo treinta y cinco ( Ezequiel 25:5 ), y nos dice adem�s que en el tiempo del cautiverio los edomitas tomaron parte del territorio de Israel ( Ezequiel 25:10 ), del cual ciertamente los jud�os nunca pudieron desalojarlos del todo.

Por la culpa en que incurrieron al aprovecharse de la humillaci�n del pueblo de Jehov�, Ezequiel aqu� los amenaza con la extinci�n; y la ejecuci�n de la venganza divina se conf�a en su caso a los propios hijos de Israel ( Ezequiel 25:13 ). De hecho, fueron finalmente sometidos por John Hyrcanus en 126 B.

C., y obligado a adoptar la religi�n jud�a. Pero mucho antes de eso hab�an perdido su prestigio e influencia, sus antiguos asientos hab�an pasado bajo el dominio de los �rabes en com�n con todos los pa�ses vecinos.

4. LOS FILISTINOS ( Ezequiel 25:15 ) -los "inmigrantes" que se hab�an asentado a lo largo de la costa mediterr�nea, y que estaban destinados a dejar su nombre a todo el pa�s - evidentemente hab�an jugado un papel muy similar al de los edomitas en el tiempo de la destrucci�n de Jerusal�n; pero de esto nada se sabe m�s all� de lo que aqu� dice Ezequiel.

En este momento eran un mero "remanente" ( Ezequiel 25:16 ), habiendo sido agotados por las guerras de Asiria y Egipto. Su destino no est� indicado con precisi�n en la profec�a. De hecho, fueron extinguidos gradualmente por el resurgimiento de la dominaci�n jud�a bajo la dinast�a asmonea.

Aqu� se puede hacer otra observaci�n, que muestra la discriminaci�n que Ezequiel puso en pr�ctica al estimar las caracter�sticas de cada naci�n por separado. No atribuye a las potencias mayores, Tiro, Sid�n y Egipto, los mismos celos mezquinos y vengativos de Israel que activaron las diminutas nacionalidades que se tratan en este cap�tulo. Estos grandes estados paganos, que desempe�aron un papel tan importante en la civilizaci�n antigua, ten�an una amplia perspectiva sobre los asuntos del mundo; y las heridas que infligieron a Israel se debieron menos al instinto ciego del odio nacional que a la persecuci�n de planes de gran alcance de inter�s ego�sta y engrandecimiento.

Si Tiro se regocija por la ca�da de Jerusal�n, es por la eliminaci�n de un obst�culo para la expansi�n de su empresa comercial. Cuando se describe a Egipto como una ocasi�n de pecado para el pueblo de Dios, lo que se quiere decir es que ella hab�a atra�do a Israel a la red de su ambiciosa pol�tica exterior y la hab�a alejado del camino de seguridad se�alado por la voluntad de Jehov� a trav�s de los profetas. Ezequiel rinde homenaje a la grandeza de su posici�n por el cuidado que otorga a la descripci�n de su destino.

Las naciones m�s peque�as que no incorporan nada de valor permanente para el avance de la humanidad, las despide con un breve y pre�ado or�culo anunciando su perdici�n. Pero cuando llega a la ca�da de Tiro y de Egipto, evidentemente su imaginaci�n queda impresionada; se detiene en todos los detalles del cuadro, vuelve a �l una y otra vez, como si quisiera penetrar en el secreto de su grandeza y comprender la potente fascinaci�n que sus nombres ejerc�an en todo el mundo.

Ser�a completamente err�neo suponer que simpatiza con ellos en su calamidad, pero ciertamente es consciente del vac�o que causar� su desaparici�n de la historia; siente que algo se habr� desvanecido de la tierra, cuya p�rdida ser� lamentada por las naciones cercanas y lejanas. Esto es m�s evidente en la profec�a sobre Tiro, a la que ahora procedemos.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Ezekiel 25". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/ezekiel-25.html.