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Ezequiel 33

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-33

EL PROFETA UN VIGILANTE

Ezequiel 33:1

Un d�a de enero del a�o 586 circularon noticias por la colonia jud�a de Tel-abib de que "la ciudad hab�a sido golpeada". La rapidez con la que en Oriente se transmite la inteligencia a trav�s de canales secretos ha suscitado a menudo la sorpresa de los observadores europeos. En este caso, no hay que se�alar una rapidez extraordinaria, ya que el destino de Jerusal�n se hab�a decidido casi seis meses antes de que se conociera en Babilonia.

Pero es notable que el primer indicio de la cuesti�n del sitio fue llevado a los exiliados por uno de sus propios compatriotas, que hab�a escapado en la toma de la ciudad. Es probable que el mensajero no partiera de inmediato, sino que esper� hasta que pudo traer alguna informaci�n sobre c�mo se estaban arreglando las cosas despu�s de la guerra. O pudo haber sido un cautivo que hab�a caminado encadenado por el fatigado camino a Babilonia bajo la escolta de Nabuzarad�n, capit�n de la guardia, Jeremias 39:9 y luego logr� escapar al asentamiento m�s antiguo donde viv�a Ezequiel.

Todo lo que sabemos es que su mensaje no fue entregado con el despacho que habr�a sido posible si su viaje no hubiera sido obstaculizado, y que mientras tanto, la inteligencia oficial que ya debe haber llegado a Babilonia no se hab�a transmitido entre los exiliados que esperaban con tanta ansiedad. para recibir noticias del destino de Jerusal�n.

No se registra el efecto inmediato del anuncio en la mente de los exiliados. Sin duda fue recibido con todas las se�ales de duelo p�blico que Ezequiel hab�a anticipado y predicho. Ezequiel 24:21 Necesitar�an alg�n tiempo para adaptarse a una situaci�n para la cual, a pesar de todas las advertencias que les hab�an sido enviadas, no estaban preparados en absoluto; y debe haber sido incierto al principio qu� direcci�n tomar�an sus pensamientos.

�Llevar�an a cabo su intenci�n a medio formar de abandonar su fe nacional y asimilarse al paganismo circundante? �Se hundir�an en el letargo de la desesperaci�n y se hundir�an bajo una confusa conciencia de culpa? �O se arrepentir�an de su incredulidad y se volver�an para abrazar la esperanza que la misericordia de Dios les ofrec�a en la ense�anza del profeta a quien hab�an despreciado? Todo esto era por el momento incierto; pero una cosa era segura: ya no pod�an volver a la actitud de indiferencia complaciente e incredulidad en la que hasta ese momento hab�an resistido la palabra de Jehov�.

El d�a en que las noticias de la destrucci�n de la ciudad cayeron como un rayo en la comunidad de Tel-abib fue el punto de inflexi�n del ministerio de Ezequiel. En la llegada del "fugitivo" reconoce el signo que romper�a el hechizo de silencio que tanto tiempo le hab�a ca�do y lo dejar�a libre para el ministerio de consolaci�n y edificaci�n, que en adelante ser�a su vocaci�n principal. Un presentimiento de lo que vendr�a lo hab�a visitado la noche anterior a su entrevista con el mensajero, y desde ese momento "se le abri� la boca y ya no qued� m�s mudo" ( Ezequiel 33:22 ).

Hasta ese momento hab�a predicado a o�dos sordos, y el eco de sus ineficaces llamamientos hab�a regresado con una sensaci�n de fracaso que paralizaba su actividad. Pero ahora, en un momento, el velo del prejuicio y la vana confianza en s� mismo se desgarra del coraz�n de sus oyentes, y de manera gradual pero segura, todo el contenido de su mensaje debe revelarse a su inteligencia. Ha llegado el momento de trabajar por la formaci�n de un nuevo Israel, y un nuevo esp�ritu de esperanza estimula al profeta a lanzarse con entusiasmo a la carrera que as� se abre ante �l.

Puede ser bueno en este punto tratar de comprender el estado mental que surgi� entre los oyentes de Ezequiel despu�s de que el primer golpe de consternaci�n hubiera pasado. Los siete cap�tulos (33-39) con los que nos ocuparemos en esta secci�n pertenecen todos al segundo per�odo de la obra del profeta, y con toda probabilidad a la primera parte de ese per�odo. Sin embargo, es obvio que no fueron escritos bajo el primer impulso de las nuevas de la ca�da de Jerusal�n.

Contienen alusiones a ciertos cambios que deben haber ocupado alg�n tiempo; y simult�neamente tuvo lugar un cambio en el temperamento de la gente que result� en �ltima instancia en una situaci�n espiritual definida a la que el profeta tuvo que dirigirse. Es esta situaci�n la que tenemos que intentar comprender. Proporciona las condiciones externas del ministerio de Ezequiel y, a menos que podamos interpretarlo en alguna medida, perderemos el significado completo de su ense�anza en este importante per�odo de su ministerio.

Al principio podemos echar un vistazo al estado de aquellos que quedaron en la tierra de Israel, quienes en cierto sentido formaron parte de la audiencia de Ezequiel. El primer or�culo que pronunci� despu�s de recibir su emancipaci�n fue una amenaza de juicio contra estos sobrevivientes de la calamidad de la naci�n ( Ezequiel 33:23 ).

El hecho de que esto se registre en relaci�n con la entrevista con el "fugitivo" puede significar que la informaci�n en la que se basa se obtuvo de ese personaje un tanto sombr�o. Ya sea de esta manera o por alg�n medio posterior, Ezequiel aparentemente ten�a alg�n conocimiento de las desastrosas disputas que hab�an seguido a la destrucci�n de Jerusal�n. Estos eventos se describen detalladamente al final del libro de Jerem�as (cap�tulos 40-44).

Con una clemencia que, dadas las circunstancias, es sorprendente, el rey de Babilonia hab�a permitido que un peque�o resto del pueblo se estableciera en la tierra y hab�a nombrado sobre ellos a un gobernador nativo, Gedal�as, hijo de Ahicam, que fij� su residencia en Mizpa. El profeta Jerem�as decidi� unirse a este remanente, y durante un tiempo pareci� que a trav�s de la sumisi�n pac�fica a la supremac�a caldea todo podr�a ir bien con los supervivientes.

Los jefes que hab�an llevado a cabo la guerra de guerrillas al aire libre contra el ej�rcito babil�nico entraron y se colocaron bajo la protecci�n de Gedal�as, y hab�a muchas posibilidades de que, al abstenerse de proyectos de rebeli�n, pudieran disfrutar de los frutos de la tierra sin disturbio. Pero esto no fue as�. Ciertos esp�ritus turbulentos bajo Ismael, un miembro de la familia real, conspiraron con el rey de Amm�n para destruir este �ltimo refugio de israelitas amantes de la paz.

Gedal�as fue asesinada a traici�n; y aunque el asesinato fue parcialmente vengado, Ismael logr� escapar a los amonitas, mientras que los restos del partido del orden, temiendo la venganza de Nabucodonosor, partieron hacia Egipto y llevaron a Jerem�as con ellos por la fuerza. No sabemos qu� pas� despu�s de esto; pero no es improbable que Ismael y sus seguidores hayan tomado posesi�n de la tierra por la fuerza durante algunos a�os.

Leemos de una nueva deportaci�n de jud�os cautivos a Babilonia cinco a�os despu�s de la captura de Jerusal�n; Jeremias 52:30 y esto puede haber sido el resultado de una expedici�n para reprimir las depredaciones de la banda de ladrones que Ismael hab�a reunido a su alrededor. No sabemos cu�nto de esta historia lleg� a o�dos de Ezequiel; pero hay una alusi�n en su or�culo que hace probable que al menos hubiera o�do hablar del asesinato de Gedal�as.

Aquellos a quienes se dirige son hombres que "est�n sobre su espada", es decir, sostienen que el poder es correcto y se glor�an en actos de sangre y violencia que satisfacen su apasionado deseo de venganza. Ese lenguaje dif�cilmente podr�a usarse con cualquier sector de la poblaci�n restante de Judea, excepto los bandidos sin ley que se inscribieron bajo el estandarte de Ismael, el hijo de Netan�as.

Sin embargo, lo que le preocupa principalmente a Ezequiel es la condici�n moral y religiosa de aquellos a quienes habla. Por extra�o que parezca, estaban animados por una especie de fanatismo religioso, que los llev� a considerarse los leg�timos herederos a quienes pertenec�a la reversi�n de la tierra de Israel. "Abraham era uno", razonaban estos desesperados, "y sin embargo hered� la tierra; pero nosotros somos muchos; la tierra nos es dada en posesi�n" ( Ezequiel 33:24 ).

Su significado es que la peque�ez de su n�mero no es un argumento en contra de la validez de su reclamo sobre la herencia de la tierra. Son todav�a muchos en comparaci�n con el patriarca solitario a quien se prometi� por primera vez; y si se multiplic� para tomar posesi�n de �l, �por qu� dudar�an en reclamar el dominio de �l? Este pensamiento de la maravillosa multiplicaci�n de la simiente de Abraham despu�s de haber recibido la promesa parece haberse apoderado de los hombres de esa generaci�n.

Lo aplica el gran maestro que est� al lado de Ezequiel en la sucesi�n prof�tica para consolar al peque�o reba�o que sigui� la justicia y apenas pod�a creer que fue el benepl�cito de Dios darles el reino. "Mirad a Abraham vuestro padre, ya Sara que os dio a luz; porque yo solo lo llam�, y lo bendije y lo multipliqu�". Isa�as 51:2 Las palabras de los hombres enamorados que se regocijaban por los estragos que estaban causando en las monta�as de Judea pueden sonarnos como una parodia blasfema de este argumento; pero sin duda fueron intencionados en serio.

Ofrecen un ejemplo m�s de la ilimitada capacidad de la raza jud�a para el autoenga�o religioso, y su no menos notable insensibilidad a aquello en lo que reside la esencia de la religi�n. Los hombres que expresaron esta orgullosa jactancia fueron los precursores de aquellos que en los d�as del Bautista pensaban decir dentro de s� mismos: "Tenemos a Abraham por padre", sin entender que Dios pod�a "levantar hijos a Abraham" de estas piedras. .

" Mateo 3:9 Mientras tanto perpetuaban los males por los cuales el juicio de Dios hab�a descendido sobre la ciudad y el estado hebreo. La idolatr�a, la impureza ceremonial, el derramamiento de sangre y el adulterio abundaban entre ellos ( Ezequiel 33:25 ). y parece que no ha entrado en sus mentes ning�n recelo de que por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia.

Y por eso el profeta repudia con indignaci�n sus pretensiones. "�Poseer�is la tierra?" Su conducta simplemente mostr� que el juicio no hab�a tenido su obra perfecta, y que el prop�sito de Jehov� no se cumplir�a hasta que "la tierra fuera asolada y desolada, y cesara la pompa de su fuerza, y las monta�as de Israel fueran desoladas, de modo que ninguno pas� �( Ezequiel 33:28 ). Hemos visto que con toda probabilidad esta predicci�n fue cumplida por una expedici�n punitiva desde Babilonia en el vig�simo tercer a�o de Nabucodonosor.

Pero sab�amos antes que Ezequiel no esperaba nada bueno de los sobrevivientes del juicio en Judea. Su esperanza estaba en aquellos que hab�an pasado por los fuegos del destierro, los hombres entre quienes estaba su propia obra, y entre quienes buscaba los primeros signos del derramamiento del Esp�ritu divino. Ahora debemos volver al c�rculo �ntimo de los oyentes inmediatos de Ezequiel y considerar el cambio que la calamidad les hab�a producido. El cap�tulo que tenemos ante nosotros ofrece dos vislumbres de la vida interior de la gente que nos ayudan a darnos cuenta de la clase de hombres con quienes el profeta tuvo que tratar.

En primer lugar, es interesante saber que en sus apariciones p�blicas m�s frecuentes el profeta r�pidamente adquiri� una reputaci�n considerable como predicador popular ( Ezequiel 33:30 ). Es cierto que el inter�s que despert� no fue del tipo m�s sano. Se convirti� en una de las diversiones favoritas de la gente que merodeaba por las paredes y las puertas el venir y escuchar la ferviente oratoria del �nico profeta que les quedaba mientras les declaraba "la palabra que sali� de Jehov�.

"Es de temer que la sustancia de su mensaje contara poco en su escucha cr�tica y apreciativa. �l era para ellos" como una canci�n muy hermosa de alguien que tiene una voz agradable y puede tocar bien en un instrumento ":" oyeron sus palabras, pero no las hicieron. "Era agradable someterse de vez en cuando a la influencia de este predicador poderoso y escrupuloso; pero de alguna manera nunca se escudri�� el coraz�n, nunca se conmovi� la conciencia y nunca se escuch� madurado en una convicci�n seria y un prop�sito establecido de enmienda.

La gente de los azulejos era completamente respetuosa en su comportamiento y aparentemente devota, viniendo en multitudes y sent�ndose ante �l como deber�a hacerlo el pueblo de Dios. Pero estaban preocupados: "su coraz�n persegu�a su ganancia" ( Ezequiel 33:31 ) o su ventaja. El inter�s propio les impidi� recibir la palabra de Dios con un coraz�n honesto y bueno; y ning�n cambio fue visible en su conducta.

Por tanto, el profeta no est� dispuesto a considerar con mucha satisfacci�n las evidencias de su popularidad reci�n adquirida. Se le presenta a la mente como un peligro contra el que debe estar en guardia. Ha sido juzgado por oposici�n y aparente fracaso; ahora est� expuesto a la tentaci�n m�s insidiosa de una recepci�n halagadora y un �xito superficial. Es un tributo a su poder y una oportunidad como nunca antes hab�a disfrutado.

Cualquiera que haya sido el caso hasta ahora, ahora est� seguro de una audiencia, y su puesto se ha convertido de repente en uno de gran influencia en la comunidad. Pero la misma confianza resuelta en la verdad de su mensaje que sostuvo a Ezequiel en medio del des�nimo de su carrera anterior lo salva ahora de los fatales atractivos de la popularidad a los que se han rendido muchos hombres en circunstancias similares. No se deja enga�ar por la disposici�n favorable de la gente hacia �l, ni se siente tentado a cultivar sus dotes de oratoria para sustentar su admiraci�n.

Su �nica preocupaci�n es pronunciar la palabra que suceder�, y as� declarar el consejo de Dios de que los hombres se ver�n obligados al final a reconocer que �l ha sido "un profeta entre ellos" ( Ezequiel 33:33 ). Podemos estar agradecidos con el profeta por este peque�o vistazo de un pasado desaparecido, uno de esos toques de la naturaleza que hacen parientes al mundo entero.

Pero no debemos perdernos su obvia moraleja. Ezequiel es el prototipo de todos los predicadores populares y conoc�a sus peculiares pruebas. Quiz�s fue el primer hombre que ministr� regularmente a una congregaci�n adjunta, que vino a escucharlo porque les gustaba y porque no ten�an nada mejor que hacer. Si pas� ileso por los peligros de la posici�n, fue por su abrumador sentido de la realidad de las cosas divinas y la importancia del destino espiritual de los hombres; y tambi�n podemos agregar a trav�s de su fidelidad en un departamento del deber ministerial que los predicadores populares a veces tienden a descuidar: el deber de un trato personal cercano con hombres individuales acerca de sus pecados y su estado ante Dios. A este tema volveremos poco a poco.

Este pasaje nos revela a las personas en sus estados de �nimo m�s ligeros, cuando son capaces de deshacerse de la terrible carga de la vida y el destino y aprovechar las fuentes de gozo que sus circunstancias permiten. El abatimiento mental en una comunidad, por cualquier causa que se origine, rara vez es continuo. La elasticidad natural de la mente se reafirma en las circunstancias m�s deprimentes; y la tensi�n del dolor casi insoportable se alivia con arrebatos de alegr�a antinatural.

Por lo tanto, no debemos sorprendernos al descubrir que debajo de la superficial frivolidad de estos exiliados acechaba el sentimiento de desesperaci�n expresado en las palabras de Ezequiel 33:10 y m�s plenamente en las de Ezequiel 37:11 : "Nuestras transgresiones y nuestros pecados est�n sobre nosotros , y nos consumimos en ellos: �c�mo, pues, viviremos? Nuestros huesos se secaron, y nuestra esperanza se perdi�: somos cortados.

"Estos acentos de abatimiento reflejan el nuevo estado de �nimo en el que la parte m�s seria de la comunidad se hab�a visto sumida por las calamidades que les hab�an sobrevenido. La amargura del remordimiento in�til, la conciencia de la muerte nacional, se hab�a apoderado de sus esp�ritus y los priv� del poder de la esperanza. En verdad sobria, la naci�n estaba muerta m�s all� de la aparente esperanza de un avivamiento; y para un israelita, cuyos intereses espirituales estaban todos identificados con los de su naci�n, la religi�n no ten�a poder de consolaci�n aparte de un futuro nacional .

Por tanto, el pueblo se abandon� a la desesperaci�n y se endureci� contra las s�plicas que el profeta les dirigi� en el nombre de Jehov�. Se ve�an a s� mismos como v�ctimas de un destino inexorable, y tal vez estaban dispuestos a resentir el llamado al arrepentimiento como una trivialidad con la miseria de los desdichados.

Y, sin embargo, aunque este estado mental estaba lo m�s alejado posible del dolor piadoso que produce el arrepentimiento, fue un paso hacia el cumplimiento de la promesa de redenci�n. Por el momento, de hecho, hizo que la gente fuera m�s impenetrable que nunca a la palabra de Dios. Pero significaba que hab�an aceptado en principio la interpretaci�n prof�tica de su historia. Ya no era posible negar que Jehov� el Dios de Israel hab�a revelado Su secreto a Sus siervos los profetas.

No era un Ser como hab�a imaginado la imaginaci�n popular. Israel no lo hab�a conocido; s�lo los profetas hab�an hablado de �l lo que era correcto. As�, por primera vez, se produjo en Israel una convicci�n general de pecado, una sensaci�n de estar equivocado. Que esta convicci�n condujera al principio al borde de la desesperaci�n era quiz�s inevitable. La gente no estaba familiarizada con la idea de la justicia divina y no pod�a percibir de inmediato que la ira contra el pecado era consistente en Dios con la piedad del pecador y la misericordia hacia el contrito.

La tarea principal que ahora ten�a ante s� el profeta era transformar su actitud de hosca impenitencia en una de sumisi�n y esperanza, ense��ndoles la eficacia del arrepentimiento. Han aprendido el significado del juicio; ahora tienen que aprender la posibilidad y las condiciones del perd�n. Y esto solo se les puede ense�ar a trav�s de una revelaci�n de la gracia gratuita e infinita de Dios. quien "no se complace en la muerte del imp�o, sino en que el imp�o se Ezequiel 33:11 de su camino y viva" ( Ezequiel 33:11 ). S�lo as� se podr� quitar de su carne el coraz�n duro y de piedra y se les dar� un coraz�n de carne.

Ahora podemos comprender el significado del sorprendente pasaje que se erige como la introducci�n a toda esta secci�n del libro. Ezequiel 33:1 En esta coyuntura de su ministerio, los pensamientos de Ezequiel volvieron a un aspecto de su vocaci�n prof�tica que hasta ese momento hab�a estado en suspenso. Desde el principio hab�a sido consciente de cierta responsabilidad por el destino de cada individuo al alcance de sus palabras.

Ezequiel 3:16 Esta verdad hab�a sido una de las notas clave de su ministerio; pero los desarrollos pr�cticos que suger�a se hab�an visto obstaculizados por la solidaridad de la oposici�n que hab�a encontrado. Mientras Jerusal�n permaneci� en pie, los exiliados se hab�an dejado llevar por una corriente com�n de sentimientos: sus pensamientos estaban totalmente ocupados por la expectativa de un asunto que anular�a las sombr�as predicciones de Ezequiel; y ning�n hombre se atrevi� a romper con el sentimiento general y ponerse del lado del profeta de Dios.

En estas circunstancias, cualquier cosa de la naturaleza de la actividad pastoral estaba evidentemente fuera de discusi�n. Pero ahora que se quit� este gran obst�culo a la fe, exist�a la perspectiva de que la solidez de la opini�n popular se romper�a, de modo que la palabra de Dios pudiera encontrar una entrada aqu� y all� en los corazones susceptibles. Ha llegado el momento de pedir decisiones personales, de apelar a cada hombre para que abrace para s� el ofrecimiento del perd�n y la salvaci�n.

Su consigna podr�a haberse encontrado en palabras pronunciadas en otra gran crisis del destino religioso: "El reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan". De esos "hombres violentos", que act�an por s� mismos y tienen el valor de sus convicciones, debe formarse el nuevo pueblo de Dios; y la misi�n del profeta es reunir a su alrededor a todos los que son advertidos por sus palabras de "huir de la ira venidera".

Miremos un poco m�s de cerca la ense�anza de estos vers�culos. Encontramos que Ezequiel reafirma de la manera m�s enf�tica los principios teol�gicos que subyacen a este nuevo desarrollo de sus deberes prof�ticos ( Ezequiel 33:10 ).

Estos principios ya se han considerado en la exposici�n del cap�tulo 18; y no es necesario hacer m�s que referirse a ellos aqu�. Son tales como estos: la justicia exacta y absoluta de Dios en Su trato con las personas; Su falta de voluntad de que alguien pereciera, y Su deseo de que todos fueran salvos y vivieran; la necesidad del arrepentimiento personal; la libertad e independencia del alma individual a trav�s de su relaci�n inmediata con Dios.

En este cuerpo de doctrina evang�lica estrechamente relacionado, Ezequiel basa el llamamiento que ahora hace a sus oyentes. Lo que nos interesa especialmente aqu�, sin embargo, es la direcci�n que impartieron a su actividad. Podemos estudiar a la luz del ejemplo de Ezequiel la manera en que estas verdades fundamentales de la religi�n personal deben hacerse efectivas en el ministerio del evangelio para la edificaci�n de la Iglesia de Cristo.

La concepci�n general est� claramente expuesta en la figura del centinela, con la que se abre el cap�tulo ( Ezequiel 33:1 ). Los deberes del vigilante son simples, pero responsables. Se le aparta en un momento de peligro p�blico para advertir a la ciudad de la proximidad de un enemigo. Los ciudadanos conf�an en �l y realizan sus ocupaciones ordinarias en seguridad mientras no suene la trompeta.

Si duerme en su puesto o no da la se�al, los hombres quedan desprevenidos y se pierden vidas por su culpa. Su sangre se requiere de la mano del vigilante. Si, por el contrario, da la alarma tan pronto como ve venir la espada, y cualquier hombre ignora la advertencia y es abatido en su iniquidad, su sangre correr� sobre su propia cabeza. Nada podr�a ser m�s claro que esto. La oficina siempre implica responsabilidad, y ninguna responsabilidad puede ser mayor que la de un vigilante en tiempos de invasi�n.

Los que sufren son en cualquier caso los ciudadanos a quienes la espada corta; pero hace toda la diferencia en el mundo si la culpa de su muerte recae en ellos mismos por su temeridad o en el centinela por su infidelidad. Entonces, tal como lo explica Ezequiel, es su propia posici�n como profeta. El profeta es aquel que ve m�s all� de los asuntos espirituales de las cosas que otros hombres, y descubre la calamidad venidera que es invisible para ellos.

Debemos advertir que se presupone un trasfondo de peligro. No se indica en qu� forma vendr�a; pero Ezequiel sabe que el juicio sigue de cerca al pecado, y al ver el pecado en sus semejantes, sabe que su estado es de peligro espiritual. Por tanto, el proceder del profeta es claro. Su tarea es anunciar como en tonos de trompeta la condenaci�n que se cierne sobre todo hombre que persiste en su maldad, para hacer eco de la sentencia divina que solo �l puede haber escuchado: "Oh malvado, ciertamente morir�s.

"Y de nuevo, la cuesti�n principal es la responsabilidad. El centinela no puede garantizar la seguridad de todos los ciudadanos, porque cualquier hombre puede negarse a aceptar la advertencia que da. El profeta tampoco puede asegurar la salvaci�n de todos sus oyentes, porque cada uno es libre para aceptar o despreciar el mensaje. Pero ya sea que los hombres escuchen o se abstengan, es de suma importancia para �l que esa advertencia sea proclamada fielmente y que as� "libere su alma".

"Ezequiel parece sentir 'que s�lo aceptando francamente la responsabilidad que le incumbe a s� mismo puede esperar inculcar a sus oyentes la responsabilidad que recae sobre ellos por el uso que hacen de su mensaje.

Estos pensamientos parecen haber ocupado la mente de Ezequiel en v�speras de su emancipaci�n, y deben haber influido en su acci�n posterior hasta un punto que podemos estimar vagamente. Generalmente se considera que esta descripci�n de las funciones del profeta cubre todo un departamento de trabajo del cual no se da una explicaci�n expresa. Ezequiel no escribe "Bocetos del pastor" y no registra casos de conversi�n individual a trav�s de su ministerio.

La historia no escrita del cautiverio babil�nico debe haber sido rica en tales casos de experiencia espiritual, y nada podr�a haber sido m�s instructivo para nosotros que el estudio de unos pocos casos t�picos si hubiera sido posible. Una de las caracter�sticas m�s interesantes de la historia temprana del mahometismo se encuentra en las narrativas de adhesi�n personal a la nueva religi�n; y la formaci�n del nuevo Israel en la era del exilio es un proceso de una importancia infinitamente mayor para la humanidad en general que la g�nesis del Islam.

Pero ni en este libro ni en ninguna otra parte se nos permite seguir ese proceso en sus detalles. Ezequiel pudo haber sido testigo de sus comienzos, pero no fue llamado a ser su historiador. A�n as�, la inferencia probablemente sea correcta de que una concepci�n del oficio del profeta que lo hace responsable ante Dios por el destino de los individuos condujo a algo m�s que meras exhortaciones generales al arrepentimiento.

El predicador debe haber tenido un inter�s personal en sus oyentes; debi� haber estado atento a las primeras se�ales de una respuesta a su mensaje y estar dispuesto a aconsejar y animar a quienes acudieran a �l en busca de orientaci�n en sus perplejidades. Y dado que la esfera de su influencia y responsabilidad inclu�a a toda la comunidad hebrea en la que viv�a, debe haber estado ansioso por aprovechar cada oportunidad para advertir a los pecadores individuales del error de sus caminos, para que no se requiriera su sangre de su mano.

En este sentido, podemos decir que Ezequiel ocup� entre los exiliados una posici�n algo an�loga a la de director espiritual de la Iglesia cat�lica o de pastor de una congregaci�n protestante. Pero la analog�a no debe llevarse demasiado lejos. La crianza de la vida espiritual de los individuos no podr�a haberse presentado a �l como el fin principal de sus ministerios. Su negocio era primero establecer las condiciones de entrada al nuevo reino de Dios, y luego salir de las ruinas del antiguo Israel para preparar un pueblo preparado para el Se�or.

Quiz�s el paralelo m�s cercano a este departamento de su trabajo que ofrece la historia es la misi�n del Bautista. La nota clave de la predicaci�n de Ezequiel fue la misma que la de Juan: "Arrepent�os, porque el reino de los cielos se ha acercado". Ambos profetas estaban igualmente animados por un sentido de crisis y urgencia, basado en la convicci�n de que la era mesi�nica inminente ser�a introducida por un juicio minucioso en el que la paja se separar�a del trigo.

Ambos trabajaron por el mismo fin: la formaci�n de un nuevo c�rculo de comuni�n religiosa, en anticipaci�n del advenimiento del reino mesi�nico. Y as� como Juan, por una selecci�n espiritual inevitable, reuni� a su alrededor un grupo de disc�pulos, entre los cuales nuestro Se�or encontr� algunos de Sus seguidores m�s devotos, as� podemos creer que Ezequiel, por un proceso similar, se convirti� en el l�der reconocido de aquellos a quienes �l ense�� a esperar la esperanza de la restauraci�n de Israel.

No hay nada en el ministerio de Ezequiel que atraiga m�s directamente a la conciencia cristiana que el sentido serio y profundo de responsabilidad pastoral del que este pasaje da testimonio. Es un sentimiento que parece inseparable del correcto desempe�o del cargo ministerial. En esto, como en muchos otros aspectos, la experiencia de Ezequiel se repite, en un nivel superior, en la del ap�stol de los gentiles, que pod�a llevar a sus oyentes a dejar constancia de que �l era "puro de la sangre de todos", por cuanto les hab�a "ense�ado p�blicamente y de casa en casa", y "no cesaba de advertir cada d�a y noche con l�grimas".

Hechos 20:17 Eso no significa, por supuesto, que un predicador debe ocuparse de nada m�s que la salvaci�n personal de sus oyentes. San Pablo habr�a sido el �ltimo en estar de acuerdo con tal limitaci�n del alcance de su ense�anza. Pero s� significa que la salvaci�n de hombres y mujeres es el fin supremo que el ministro de Cristo debe poner ante �l, y aquel al que est�n subordinadas todas las dem�s instrucciones.

Y a menos que un hombre se d� cuenta de que la verdad que dice es de tremenda importancia para el destino de aquellos a quienes habla, dif�cilmente puede esperar aprobarse a s� mismo como embajador de Cristo. Sin duda, existen tentaciones, no innobles en s� mismas, de usar el p�lpito para otros fines distintos a este. El deseo de influencia p�blica puede ser uno de ellos, o el deseo de expresar la propia mente sobre las cuestiones candentes del d�a.

Decir que se trata de tentaciones no significa que los asuntos de inter�s p�blico deban excluirse rigurosamente del tratamiento en el p�lpito. Hay muchas cuestiones de este tipo sobre las que la voluntad de Dios es tan clara e imperativa como puede serlo en cualquier aspecto de la conducta privada; e incluso en asuntos en los que existe una leg�tima diferencia de opini�n entre los hombres cristianos, existen principios subyacentes de justicia que pueden necesitar ser enunciados sin temor a riesgo de ser deshonrados y malentendidos.

Sin embargo, sigue siendo cierto que el gran fin del ministerio evang�lico es reconciliar a los hombres con Dios y cultivar en la vida individual los frutos del Esp�ritu, para finalmente presentar a todo hombre perfecto en Cristo. Y el predicador al que se le puede encomendar con m�s seguridad el manejo de todas las dem�s cuestiones es aquel que est� m�s concentrado en la formaci�n del car�cter cristiano y m�s profundamente consciente de su responsabilidad por el efecto de su ense�anza en el destino eterno de aquellos a quienes ministros.

Lo que se llama predicar a la �poca ciertamente puede convertirse en algo muy pobre y vac�o si se olvida que la �poca est� formada por individuos, cada uno de los cuales tiene un alma que salvar o perder. �De qu� le servir� al hombre que el predicador le ense�e c�mo ganar el mundo entero y perder su propia vida? Est� de moda presentar a los profetas de Israel como modelos de todo lo que debe ser un ministro cristiano. Si eso es cierto, al menos se debe permitir que la profec�a diga toda su lecci�n; y entre otros elementos, la conciencia de responsabilidad de Ezequiel por la vida individual debe recibir el debido reconocimiento.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Ezekiel 33". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/ezekiel-33.html.