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Ezequiel 7

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-27

EL FIN ANTICIPADO

Ezequiel 4:1 - Ezequiel 7:1

CON el cap�tulo cuarto entramos en la exposici�n de la primera gran divisi�n de las profec�as de Ezequiel. Los cap�tulos 4-24 cubren un per�odo de aproximadamente cuatro a�os y medio, que se extiende desde el momento del llamado del profeta hasta el comienzo del sitio de Jerusal�n. Durante este tiempo, los pensamientos de Ezequiel giraron en torno a un gran tema: el juicio inminente sobre la ciudad y la naci�n. A trav�s de la contemplaci�n de este hecho, se le revel� el esbozo de una teor�a comprensiva de la divina providencia, en la que se consideraba que la destrucci�n de Israel era la consecuencia necesaria de su historia pasada y un preliminar necesario para su futura restauraci�n.

Las profec�as pueden clasificarse aproximadamente en tres encabezados. En la primera clase est�n aquellos que exhiben el juicio mismo de maneras adecuadas para impresionar al profeta ya sus oyentes con la convicci�n de su certeza; una segunda clase est� destinada a demoler las ilusiones y los falsos ideales que pose�an las mentes de los israelitas e hicieron que el anuncio del desastre fuera incre�ble; y una tercera y muy importante clase expone los principios morales que fueron ilustrados por el juicio y que muestran que es una necesidad divina.

En el pasaje que constituye el tema de la presente conferencia, el mero hecho y la certeza del juicio se exponen en palabra y s�mbolo y con un m�nimo de comentario, aunque incluso aqu� se percibe claramente la concepci�n que Ezequiel hab�a formado de la situaci�n moral.

I.

La certeza del juicio nacional parece haber sido impresa por primera vez en la mente de Ezequiel en la forma de una serie singular de actos simb�licos que �l mismo se concibi� para que se le ordenara realizar. La peculiaridad de estos signos es que representan simult�neamente dos aspectos distintos del destino de la naci�n: por un lado, los horrores del sitio de Jerusal�n y, por otro lado, el estado de exilio que vendr�a a continuaci�n.

Que la destrucci�n de Jerusal�n ocupe el primer lugar en el cuadro del profeta de la calamidad nacional no requiere explicaci�n. Jerusal�n era el coraz�n y el cerebro de la naci�n, el centro de su vida y su religi�n, y a los ojos de los profetas la fuente de su pecado. La fuerza de su situaci�n natural, las asociaciones patri�ticas y religiosas que se hab�an reunido a su alrededor y la peque�ez de su provincia s�bdita dieron a Jerusal�n una posici�n �nica entre las ciudades madres de la antig�edad.

Y los oyentes de Ezequiel sab�an lo que quer�a decir cuando emple� la imagen de una ciudad asediada para establecer el juicio que los alcanzar�a. Ese horror supremo de la guerra antigua, el asedio de una ciudad fortificada, significaba en este caso algo m�s espantoso para la imaginaci�n que los estragos de la pestilencia, el hambre y la espada. El destino de Jerusal�n represent� la desaparici�n de todo lo que hab�a constituido la gloria y la excelencia de la existencia nacional de Israel.

Que la luz de Israel se apagara en medio de la angustia y el derramamiento de sangre que debe acompa�ar a una defensa fallida de la capital fue el elemento m�s terrible del mensaje de Ezequiel, y aqu� lo coloca en la vanguardia de su profec�a.

La manera en que el profeta trata de inculcar este hecho en sus compatriotas ilustra una vena peculiar de realismo que atraviesa todo su pensamiento. Ezequiel 4:1 Al estar lejos de Jerusal�n, parece sentir la necesidad de alg�n emblema visible de la ciudad condenada antes de poder representar adecuadamente el significado de su predicci�n.

Se le ordena tomar un ladrillo y representar sobre �l una ciudad amurallada, rodeada de torres, mont�culos y arietes que marcaban las operaciones habituales de un ej�rcito sitiador. Luego debe erigir una placa de hierro entre �l y la ciudad. y por detr�s, con gestos amenazantes, est� como para presionar sobre el asedio. El significado de los s�mbolos es obvio. As� como las m�quinas de destrucci�n aparecen en el diagrama de Ezequiel, por orden de Jehov�, a su debido tiempo el ej�rcito caldeo ser� visto desde los muros de Jerusal�n, dirigido por el mismo remero invisible que ahora controla los actos del profeta. En el �ltimo acto, Ezequiel exhibe la actitud de Jehov� mismo, separado de Su pueblo por el muro de hierro de un prop�sito inexorable que ninguna oraci�n podr�a traspasar.

Hasta ahora, las acciones del profeta, por extra�as que nos parezcan, han sido sencillas e inteligibles. Pero en este punto, un segundo signo est� como superpuesto al primero, para simbolizar un conjunto de hechos completamente diferente: las dificultades y la duraci�n del exilio ( Ezequiel 4:4 ). Mientras todav�a se dedica a perseguir el asedio de la ciudad, se supone que el profeta se convierte al mismo tiempo en el representante de los culpables y en la v�ctima del juicio divino.

�l debe "llevar la iniquidad de ellos", es decir, el castigo debido a su pecado. Esto est� representado por estar acostado atado sobre su lado izquierdo por un n�mero de d�as igual a los a�os del destierro de Efra�n, y luego sobre su lado derecho por un tiempo proporcional al cautiverio de Jud�. Ahora, el tiempo del exilio de Jud� est� fijado en cuarenta a�os, que data, por supuesto, de la ca�da de la ciudad. El cautiverio del norte de Israel excede al de Jud� por el intervalo entre la destrucci�n de Samaria (722) y la ca�da de Jerusal�n, un per�odo que en realidad midi� alrededor de ciento treinta y cinco a�os.

En el texto hebreo, sin embargo, la duraci�n del cautiverio de Israel se da como trescientos noventa a�os, es decir, debe haber durado trescientos cincuenta a�os antes de que comience el de Jud�. Evidentemente, esto es bastante irreconciliable con los hechos de la historia y tambi�n con la intenci�n del profeta. No puede querer decir que el destierro de las tribus del norte iba a prolongarse durante dos siglos despu�s de que el de Jud� hab�a llegado a su fin, porque uniformemente habla de la restauraci�n de las dos ramas de la naci�n como simult�neas.

El texto de la traducci�n griega nos ayuda a superar esta dificultad. El manuscrito hebreo a partir del cual se hizo esa versi�n ten�a la lectura "ciento noventa" en lugar de "trescientos noventa" en Ezequiel 4:5 . Esto por s� solo produce un sentido satisfactorio, y la lectura de la Septuaginta ahora se acepta generalmente como una representaci�n de lo que Ezequiel realmente escribi�.

Todav�a hay una ligera discrepancia entre los ciento treinta y cinco a�os de la historia real y los ciento cincuenta a�os expresados ??por el s�mbolo; pero debemos recordar que Ezequiel est� usando n�meros redondos en todo momento y, adem�s, a�n no ha fijado la fecha precisa de la captura de Jerusal�n cuando comenzar�n los �ltimos cuarenta a�os.

En el tercer s�mbolo ( Ezequiel 4:9 ) los dos aspectos del juicio se presentan nuevamente en la combinaci�n m�s cercana posible. La comida y la bebida del profeta durante los d�as en que se lo imagina acostado de costado representan, por un lado, por ser peque�as en cantidad y cuidadosamente pesadas y medidas, los rigores del hambre en Jerusal�n durante el sitio: "He aqu�, yo quebrar�n el b�culo del pan en Jerusal�n, y comer�n el pan en peso y con ansiedad, y beber�n agua en medida y con horror "( Ezequiel 4:16 ); por otro lado, por sus ingredientes mezclados y por el combustible usado en su preparaci�n, tipifica la condici�n religiosa inmunda del pueblo cuando est� en el exilio: "As� comer�n los hijos de Israel su comida inmunda entre las naciones" ( Ezequiel 4:13 ).

El significado de esta amenaza se explica mejor en un pasaje del libro de Oseas. Hablando del exilio, Oseas dice: "No permanecer�n en la tierra de Jehov�; pero los hijos de Efra�n volver�n a Egipto, y comer�n alimentos inmundos en Asiria. No derramar�n vino a Jehov�, ni pondr�n sus sacrificios para �l; como alimento de los dolientes ser� su alimento; todo lo que de �l comiere ser� contaminado; porque su pan s�lo saciar� su hambre; no entrar� en la casa de Jehov� ".

Oseas 9:3 La idea es que todo alimento que no haya sido consagrado al ser presentado a Jehov� en el santuario es necesariamente inmundo, y quienes lo comen contraen contaminaci�n ceremonial. En el mismo acto de satisfacer su apetito natural, un hombre pierde su posici�n religiosa. Esta fue la dificultad peculiar del estado de exilio, que un hombre debe volverse inmundo, debe comer alimentos no consagrados a menos que renuncie a su religi�n y sirva a los dioses de la tierra en la que habita.

Entre la �poca de Oseas y Ezequiel, estas ideas pueden haber sido algo modificadas por la introducci�n de la ley deuteron�mica, que permite expresamente la matanza secular a distancia del santuario. Pero esto no disminuy� la importancia de un santuario legal para la vida com�n de un israelita. La totalidad de los reba�os y manadas de un hombre, todo el producto de sus campos, ten�a que ser santificado mediante la presentaci�n de primicias y primicias en el templo antes de que pudiera disfrutar de la recompensa de su laboriosidad con la sensaci�n de estar a favor de Jehov�.

Por lo tanto, la destrucci�n del santuario o la exclusi�n permanente de los adoradores de �l redujo toda la vida del pueblo a una condici�n de impureza que se consider� una calamidad tan grande como lo fue un interdicto papal en la Edad Media. Este es el hecho que se expresa en la parte del simbolismo de Ezequiel que ahora tenemos ante nosotros. Lo que signific� para sus compa�eros exiliados fue que la discapacidad religiosa bajo la que trabajaban continuar�a durante una generaci�n.

Toda la vida de Israel se volver�a inmunda hasta que su estado interior fuera digno de los privilegios religiosos que ahora iban a ser retirados. Al mismo tiempo, nadie podr�a haber sentido el castigo m�s severamente que el mismo Ezequiel, en quien los h�bitos de pureza ceremonial se hab�an convertido en una segunda naturaleza. La repugnancia que siente por la forma repugnante en que se le orden� al principio preparar su comida y la profesi�n de su propia pr�ctica en el exilio, as� como la concesi�n hecha a su escrupuloso sentido del decoro ( Ezequiel 4:14 ), son todas caracter�sticas de alguien cuya formaci�n sacerdotal hab�a hecho que un defecto de limpieza ceremonial fuera casi equivalente a una delincuencia moral.

El �ltimo de los s�mbolos Ezequiel 5:1 representa el destino de la poblaci�n de Jerusal�n cuando se toma la ciudad. El afeitado de la cabeza y la barba del profeta es una figura para la despoblaci�n de la ciudad y el campo. Por otra serie de actos, cuyo significado es obvio, muestra c�mo un tercio de los habitantes morir� de hambre y pestilencia durante el asedio, un tercio ser� asesinado por el enemigo cuando la ciudad sea capturada, mientras que el tercio restante ser� muerto. dispersos entre las naciones.

Incluso estos ser�n perseguidos con la espada de la venganza hasta que sobrevivan unos pocos individuos numerados, y de ellos una parte vuelva a pasar por el fuego. El pasaje nos recuerda el �ltimo vers�culo del sexto cap�tulo de Isa�as, que quiz�s estaba en la mente de Ezequiel cuando escribi�: "Y si todav�a queda una d�cima parte en ella [la tierra], volver� a pasar por el fuego: como un terebinto". o una encina cuyo tronco queda en su tala: una semilla santa ser� su cepa.

" Isa�as 6:13 Al menos la concepci�n de una sucesi�n de juicios tamizados, dejando solo un remanente para heredar la promesa del futuro, es com�n a ambos profetas, y el s�mbolo en Ezequiel es digno de menci�n como la primera expresi�n de su firme convicci�n de que Se esperaban m�s castigos para los exiliados despu�s de la destrucci�n de Jerusal�n.

Est� claro que estos signos nunca podr�an haber sido ejecutados, ni a la vista de la gente ni en soledad, como se describen aqu�. Se puede dudar si toda la descripci�n no es puramente ideal, representando un proceso que pas� por la mente del profeta, o que le fue sugerido en el estado visionario pero que nunca se llev� a cabo. Eso siempre seguir� siendo un punto de vista defendible. Un acto simb�lico imaginario es un recurso literario tan leg�timo como una conversaci�n imaginaria.

Es absurdo mezclar la cuesti�n de la veracidad del profeta con la cuesti�n de si hizo o no hizo realmente lo que se cree que est� haciendo. El intento de explicar su acci�n por catalepsia nos llevar�a un poco de camino, aunque los argumentos aducidos a su favor fueran m�s fuertes que ellos. Dado que ni siquiera un paciente catal�ptico podr�a haberse atado de costado o haber preparado y comido su comida en esa postura, es necesario admitir en cualquier caso que debe haber un elemento considerable, aunque indeterminado, de imaginaci�n literaria en el relato dado. de los s�mbolos.

No es imposible que alguna representaci�n simb�lica del sitio de Jerusal�n haya sido en realidad el primer acto en el ministerio de Ezequiel. En la interpretaci�n de la visi�n que sigue inmediatamente, encontraremos que no se prestan atenci�n a los rasgos que se refieren al exilio, sino s�lo a los que anuncian el sitio de Jerusal�n. Por lo tanto, puede ser el caso de que Ezequiel realiz� alguna acci�n como la que se describe aqu�, se�alando la ca�da de Jerusal�n, pero que el conjunto fue tomado luego en su imaginaci�n y convertido en una representaci�n ideal de los dos grandes hechos que formaron la carga. de su profec�a anterior.

II.

Es un alivio pasar de esta exhibici�n algo fant�stica, aunque eficaz para su propio prop�sito, de ideas prof�ticas a los or�culos apasionados en los que se pronuncia la ruina de la ciudad y la naci�n. El primero de ellos ( Ezequiel 5:5 ) se introduce aqu� como explicaci�n de los signos que se han descrito, en la medida en que se refieren al destino de Jerusal�n; pero tiene una unidad propia y es un esp�cimen caracter�stico del estilo oratorio de Ezequiel.

Consta de dos partes: la primera ( Ezequiel 5:5 ) trata principalmente con las razones del juicio sobre Jerusal�n, y la segunda ( Ezequiel 5:11 ) con la naturaleza del juicio mismo. El pensamiento principal del pasaje es la severidad sin igual del castigo que le espera a Israel, representado por el destino de la capital.

Una calamidad sin precedentes exige una explicaci�n tan �nica como ella misma. Ezequiel encuentra su fundamento en el honor se�alado conferido a Jerusal�n por estar colocada en medio de las naciones, en posesi�n de una religi�n que expresaba la voluntad del �nico Dios, y en el hecho de que ella hab�a demostrado ser indigna de su distinci�n y privilegios y trat� de vivir como las naciones alrededor. "Esta es Jerusal�n, la cual puse en medio de las naciones, con las tierras alrededor de ella.

Pero ella se rebel� contra mis juicios con m�s maldad que las naciones, y mis estatutos m�s que las otras tierras alrededor de ella; porque rechazaron mis juicios, y en mis estatutos no anduvieron. Por tanto, as� ha dicho el Se�or Jehov�: He aqu�, yo estoy contra ti; y har� en medio de ti juicios delante de las naciones, y har� en tu caso lo que no he hecho [hasta ahora], y lo que nunca m�s har�, conforme a todas tus abominaciones "( Ezequiel 5:5 ).

Evidentemente, la posici�n central de Jerusal�n no es una forma de hablar en boca de Ezequiel. Significa que est� situada de tal manera que cumple su destino ante la vista de todas las naciones del mundo, que pueden leer en su maravillosa historia el car�cter del Dios que est� por encima de todos los dioses. Tampoco se puede acusar justamente al profeta de provincianismo al hablar as� de las incomparables ventajas f�sicas y morales de Jerusal�n.

La cresta de la monta�a en la que se encontraba se extend�a casi al otro lado de las grandes carreteras de comunicaci�n entre Oriente y Occidente, entre las antiguas sedes de la civilizaci�n y las tierras por donde tom� el curso del imperio. Ezequiel sab�a que Tiro era el centro del comercio del viejo mundo (ver cap�tulo 27), pero tambi�n sab�a que Jerusal�n ocupaba una situaci�n central en el mundo civilizado, y en ese hecho vio con raz�n una marca providencial de la grandeza y universalidad de su pa�s. misi�n religiosa.

Sus calamidades tambi�n fueron probablemente como ninguna otra ciudad experimentada. La terrible predicci�n de Ezequiel 5:10 , "Los padres comer�n a los hijos en medio de ti, y los hijos comer�n a los padres", parece haberse cumplido literalmente. �Las manos de las mujeres piadosas han empapado a sus propios hijos: fueron su alimento en la destrucci�n de la hija de mi pueblo.

" Lamentaciones 4:10 Es bastante probable que los anales de la conquista asiria cubran muchas historias de aflicciones que, en el punto de mero sufrimiento f�sico, fueron paralelas a las atrocidades del sitio de Jerusal�n. Pero ninguna otra naci�n tuvo una conciencia tan sensible como Israel, o perdi� tanto por su aniquilaci�n pol�tica.

Las influencias humanizadoras de una religi�n pura hab�an hecho que Israel fuera susceptible de una especie de angustia que las comunidades m�s rudas se salvaron. El pecado de Jerusal�n se representa a la manera de Ezequiel como, por un lado, la transgresi�n de los mandamientos divinos y, por el otro, la profanaci�n del templo mediante la adoraci�n falsa. Estas son ideas con las que nos encontraremos con frecuencia en el transcurso del libro, y no es necesario que nos detengan aqu�.

El profeta procede ( Ezequiel 5:11 ) a describir en detalle el implacable castigo que la venganza divina ha de infligir sobre los habitantes y la ciudad. Los celos, la ira, la indignaci�n de Jehov�, que son representados como "satisfechos" por la completa destrucci�n del pueblo, pertenecen a las limitaciones de la concepci�n de Dios que ten�a Ezequiel.

En ese momento era imposible interpretar un evento como la ca�da de Jerusal�n en un sentido religioso de otra manera que como un arrebato vehemente de la ira de Jehov�, expresando la reacci�n de Su naturaleza santa contra el pecado de la idolatr�a. De hecho, existe una gran distancia entre la actitud de Ezequiel hacia la ciudad desventurada y la piedad anhelante del lamento de Cristo por la Jerusal�n pecadora de su tiempo.

Sin embargo, el primero fue un paso hacia el segundo. Ezequiel se dio cuenta intensamente de esa parte del car�cter de Dios que era necesario imponer para engendrar en sus compatriotas el profundo horror por el pecado de idolatr�a que caracteriz� al juda�smo posterior. El mejor comentario sobre la �ltima parte de este cap�tulo se encuentra en aquellas partes del libro de Lamentaciones que hablan del estado de la ciudad y los sobrevivientes despu�s de su derrocamiento.

All� vemos cu�n r�pidamente el juicio severo produjo un tipo de piedad m�s castigado y hermoso que nunca antes hab�a prevalecido. Esas expresiones pat�ticas, en las que el patriotismo y la religi�n se mezclan tan finamente, son como los t�midos y vacilantes avances del coraz�n de un ni�o hacia un padre que ha dejado de castigar pero no ha comenzado a acariciar. Esto, y mucho m�s que es cierto y ennoblecedor en la religi�n posterior de Israel, tiene sus ra�ces en el aterrador sentido de la ira divina contra el pecado tan poderosamente representado en la predicaci�n de Ezequiel.

III.

Los dos cap�tulos siguientes pueden considerarse colgantes del tema que se trata en esta secci�n inicial del libro de Ezequiel. En los cap�tulos cuarto y quinto, el profeta ten�a principalmente a la ciudad en sus ojos como el centro de la vida de la naci�n; en el sexto, vuelve su mirada hacia la tierra que hab�a compartido el pecado y debe sufrir el castigo de la capital. Es, en su primera parte ( Ezequiel 6:2 ), un ap�strofe a la tierra monta�osa de Israel, que parece sobresalir ante la mente del exiliado con sus monta�as y colinas, sus barrancos y valles, en contraste con la monoton�a. llanura de Babilonia que se extend�a a su alrededor.

Pero estas monta�as le eran familiares al profeta como la sede de la idolatr�a rural en Israel. La palabra bamah, que significa propiamente "la altura", hab�a llegado a usarse como el nombre de un santuario id�latra. Estos santuarios eran probablemente de origen cananeo; y aunque Israel los hab�a consagrado a la adoraci�n de Jehov�, sin embargo, �l fue adorado all� de maneras que los profetas le consideraron aborrecibles.

Hab�an sido destruidos por Jos�as, pero debieron haber sido restaurados a su uso anterior durante el renacimiento del paganismo que sigui� a su muerte. Es un cuadro espeluznante que se eleva ante la imaginaci�n del profeta al contemplar el juicio de esta idolatr�a provincial: los altares arrasados, los "pilares del sol" rotos, y los �dolos rodeados por los cad�veres de hombres que hab�an huido a sus santuarios para protecci�n y pereci� a sus pies.

Esta demostraci�n de la impotencia de las divinidades r�sticas para salvar sus santuarios y sus adoradores ser� el medio para quebrantar el coraz�n rebelde y los ojos de puta que hab�an llevado a Israel tan lejos de su verdadero Se�or, y producir� en el exilio el autodesprecio. que Ezequiel siempre considera como el comienzo de la penitencia.

Pero la pasi�n del profeta se eleva a un tono m�s alto. y oye la orden: "Aplauda y golpea con el pie, y di: �Aj�, por las abominaciones de la casa de Israel!". Son gestos y exclamaciones, no de indignaci�n, sino de desprecio y desprecio triunfante. El mismo sentimiento e incluso los mismos gestos se le atribuyen a Jehov� mismo en otro pasaje de mucha emoci�n. Ezequiel 21:17 Y es justo recordar que es la anticipaci�n de la victoria de la causa de Jehov� lo que llena la mente del profeta en esos momentos y parece amortiguar el sentido de simpat�a humana dentro de �l.

Al mismo tiempo, la victoria de Jehov� fue la victoria de la profec�a, y hasta ahora Smend puede tener raz�n al considerar que las palabras arrojan luz sobre la intensidad del antagonismo en el que entonces se encontraban la profec�a y la religi�n popular. La devastaci�n de la tierra se efectuar� con los mismos instrumentos que obraron en la destrucci�n de la ciudad: primero la espada de los caldeos, luego el hambre y la pestilencia entre los que escapan, hasta que todo el antiguo territorio de Israel quede desolado de las estepas del sur hasta Riblah en el norte.

El cap�tulo 7 es uno de los se�alados por Ewald por preservar m�s fielmente el esp�ritu y el lenguaje de las primeras declaraciones de Ezequiel. Tanto en pensamiento como en expresi�n, exhibe una libertad y una animaci�n que rara vez se alcanzan en los escritos de Ezequiel, y es evidente que debe haber sido compuesto bajo una intensa emoci�n. Est� relativamente libre de esas frases estereotipadas que son tan comunes en otros lugares, y el estilo cae a veces en el ritmo que es caracter�stico de la poes�a hebrea.

Ezequiel dif�cilmente logre el dominio perfecto de la forma po�tica, e incluso aqu� podemos ser sensibles a la falta de poder para combinar una serie de impresiones e im�genes en una unidad art�stica. La vehemencia de su sentimiento lo apresura de una concepci�n a otra, sin dar plena expresi�n a ninguna, ni indicar claramente la conexi�n que lleva de una a otra. Esta circunstancia, y la condici�n corrupta del texto en conjunto, hacen que el cap�tulo en algunas partes sea ininteligible y, en su conjunto, uno de los m�s dif�ciles del libro.

En su posici�n actual, forma una conclusi�n adecuada a la secci�n inicial del libro. Todos los elementos del juicio que se acaban de predecir se re�nen en un arrebato de emoci�n, produciendo un canto de triunfo en el que el profeta parece estar en medio del alboroto de la cat�strofe final y regocijarse en medio del colapso y el naufragio del antiguo orden. que est� pasando.

El pasaje est� dividido en cinco estrofas, que originalmente pudieron haber tenido aproximadamente la misma longitud, aunque la primera ahora es casi el doble que cualquiera de las otras.

1. Ezequiel 7:2 -El primer verso golpea la nota clave de todo el poema; es la inevitabilidad y la finalidad de la pr�xima disoluci�n. Una frase llamativa de Am�s 8:2 se retoma primero y se ampl�a de acuerdo con las anticipaciones con las que ahora nos han familiarizado los Cap�tulos anteriores: "Ha llegado el fin, ha llegado el fin en las cuatro faldas de la tierra". El poeta ya escucha el tumulto y la confusi�n de la batalla; se silencian las canciones antiguas del campesino de Jud�, y con el estruendo y la furia de la guerra se acerca el d�a del Se�or.

2. Ezequiel 7:10 -Los pensamientos del profeta aqu� vuelven al presente, y �l nota el gran inter�s con el que los hombres tanto en Jud� como en Babilonia est�n persiguiendo los negocios ordinarios de la vida y los vanos sue�os de grandeza pol�tica. "La diadema florece, el cetro florece, la arrogancia se dispara". Estas expresiones deben referirse a los esfuerzos de los nuevos gobernantes de Jerusal�n para restaurar la fortuna de la naci�n y las glorias del antiguo reino que hab�a sido tan empa�ado por el reciente cautiverio.

Las cosas van con valent�a, piensan; se sorprenden de su propio �xito; esperan que el d�a de las peque�as cosas se convierta en el d�a de las cosas m�s grandes que las pasadas. El siguiente verso es intraducible; probablemente las palabras originales, si pudi�ramos recuperarlas, contendr�an alguna ant�tesis aguda y desde�osa a estas anticipaciones in�tiles y vanagloriosas. La alusi�n a "compradores y vendedores" ( Ezequiel 7:12 ) posiblemente sea bastante general, refiri�ndose s�lo al inter�s absorbente que los hombres siguen teniendo en sus posesiones, sin prestar atenci�n al juicio inminente.

cf. Lucas 17:20 Pero el hecho de que se asume que la ventaja est� del lado del comprador y que el vendedor espera volver a su herencia hacen probable que el profeta est� pensando en las ventas forzadas por parte de los nobles expatriados de su pa�s. fincas en Palestina, y a su profundamente querida determinaci�n de enderezarse cuando el tiempo de su exilio haya terminado.

Todas esas ambiciones, dice el profeta, son vanas: "el vendedor no volver� a lo que vendi�, y el hombre no conservar� su sustento por mal". En cualquier caso, Ezequiel evidencia aqu�, como en todas partes, una cierta simpat�a por la aristocracia exiliada, en oposici�n a las pretensiones de los nuevos hombres que hab�an sucedido en sus honores.

3. Ezequiel 7:14 -La siguiente escena que surge ante la visi�n del profeta es el colapso de los preparativos militares de Jud� en la hora del peligro. Su ej�rcito existe pero en papel. Hay mucho toque de trompetas y mucha organizaci�n, pero no hay hombres para salir a la batalla. Una plaga descansa sobre todos sus esfuerzos; sus manos est�n paralizadas y sus corazones desconcertados por la sensaci�n de que "la ira descansa sobre toda su pompa.

"Espada, hambre y pestilencia, los ministros de la venganza de Jehov�, devorar�n a los habitantes de la ciudad y el pa�s, hasta que s�lo queden unos pocos supervivientes en las cimas de las monta�as para lamentar la desolaci�n universal.

4. Ezequiel 7:19 -Actualmente los habitantes de Jerusal�n est�n orgullosos de las riquezas mal habidas y mal utilizadas almacenadas dentro de ella, y sin duda los exiliados miran con codicia el lujo que a�n puede haber prevalecido entre los superiores. clases en la capital. Pero, �de qu� servir� todo este tesoro en el d�a malo ahora tan cercano? Solo agregar� burla a sus sufrimientos estar rodeados de oro y plata que no pueden hacer nada para aliviar los dolores del hambre.

Ser� arrojada a las calles como basura, porque no podr� salvarlos en el d�a de la ira de Jehov�. Es m�s, se convertir� en el premio de los m�s despiadados de los paganos (los caldeos); y cuando en el af�n de su codicia por el oro saquean el tesoro del templo y profanan as� el Lugar Santo, Jehov� desviar� Su rostro y permitir� que hagan su voluntad. La maldici�n de Jehov� recae sobre la plata y el oro de Jerusal�n, que ha sido usado para hacer im�genes id�latras, y ahora les es inmundo.

5. Ezequiel 7:23 -La estrofa final contiene una poderosa descripci�n de la consternaci�n y la desesperaci�n que se apoderar�n de todas las clases en el estado a medida que se acerca el d�a de la ira. Calamidad tras calamidad viene, el rumor sigue duro al rumor, y los jefes de la naci�n se distraen y dejan de ejercer las funciones de liderazgo.

Los gu�as reconocidos del pueblo �los profetas, los sacerdotes y los sabios� no tienen palabra de consejo o direcci�n que ofrecer; La visi�n del profeta, la tradici�n tradicional del sacerdote y la sagacidad del sabio son igualmente err�neas. As� que el rey y los grandes se llenaron de estupefacci�n; y la gente com�n, privada de sus l�deres naturales, se sienta en un abatimiento indefenso. As� ser� recompensada Jerusal�n seg�n sus obras.

"La tierra est� llena de derramamiento de sangre y la ciudad de violencia"; y en la correspondencia entre el desierto y la retribuci�n se har� que los hombres reconozcan la operaci�n de la justicia divina. "Sabr�n que yo soy Jehov�".

IV.

Puede ser �til en este punto se�alar ciertos principios teol�gicos que ya comienzan a aparecer en esta primera de las profec�as de Ezequiel. La reflexi�n sobre la naturaleza y el prop�sito de los tratos divinos que hemos visto son una caracter�stica de su obra; e incluso aquellos pasajes que hemos considerado, aunque principalmente dedicados a la aplicaci�n del hecho del juicio, presentan algunos rasgos de la concepci�n de la historia de Israel que se hab�a formado en su mente.

1. Observamos, en primer lugar, que el profeta pone gran �nfasis en el significado mundial de los acontecimientos que han de sobrevenir a Israel. Este pensamiento a�n no est� desarrollado, pero est� claramente presente. La relaci�n entre Jehov� e Israel es tan peculiar que las naciones lo conocen solo en el primer caso. como el Dios de Israel, y por lo tanto Su ser y car�cter deben aprenderse de Su trato con Su propio pueblo.

Y dado que Jehov� es el �nico Dios verdadero y debe ser adorado como tal en todas partes, la historia de Israel tiene un inter�s para el mundo como el de ninguna otra naci�n. Fue colocada en el centro de las naciones para que el conocimiento de Dios irradiara de ella por todo el mundo; y ahora que ha demostrado ser infiel a su misi�n, Jehov� debe manifestar Su poder y Su car�cter mediante una obra de juicio sin igual. Incluso la destrucci�n de Israel es una demostraci�n a la conciencia universal de la humanidad de lo que es la verdadera divinidad.

2. Pero el juicio tiene, por supuesto, un prop�sito y un significado para la propia Israel, y ambos prop�sitos se resumen en la f�rmula recurrente "Sabr�n que yo soy Jehov�" o "que yo, Jehov�, he hablado". " Estas dos frases expresan precisamente la misma idea, aunque desde puntos de partida ligeramente diferentes. Se supone que la personalidad de Jehov� debe identificarse por Su palabra hablada por medio de los profetas.

Los hombres lo conocen a trav�s de la revelaci�n de s� mismo en las declaraciones del profeta. "Sabr�is que yo, el SE�OR, he hablado" significa, por tanto, que sabr�is que soy yo, el Dios de Israel y el Gobernador del universo, que hablo estas cosas. En otras palabras, la armon�a entre profec�a y providencia garantiza la fuente del mensaje del profeta. La frase m�s corta "Sabr�is que yo soy Jehov�" puede significar que sabr�is que yo, que ahora hablo, soy verdaderamente Jehov�, el Dios de Israel.

Los prejuicios de la gente los habr�an llevado a negar que el poder que dictaba la profec�a de Ezequiel pudiera ser su Dios; pero esta negaci�n, junto con la falsa idea de Jehov� sobre la que descansa, ser� destruida para siempre cuando se cumplan las palabras del profeta.

Por supuesto, no hay duda de que Ezequiel concibi� a Jehov� como dotado de la plenitud de la deidad, o que, en su opini�n, el nombre expresaba todo lo que queremos decir con la palabra Dios. Sin embargo, hist�ricamente el nombre Jehov� es un nombre propio, que denota al Dios que es el Dios de Israel. Renan se ha aventurado a afirmar que una deidad con un nombre propio es necesariamente un dios falso. La declaraci�n quiz�s mide la diferencia entre el Dios de la religi�n revelada y el dios que es una abstracci�n, una expresi�n del orden del universo, que existe solo en la mente del hombre que lo nombra.

El Dios de la revelaci�n es una persona viva, con car�cter y voluntad propios, capaz de ser conocido por el hombre. Es la distinci�n de la revelaci�n que se atreve a considerar a Dios como un individuo con una vida interior y una naturaleza propias, independientemente de la concepci�n que los hombres puedan formar de �l. Aplicado a tal Ser, un nombre personal puede ser tan verdadero y significativo como el nombre que expresa el car�cter y la individualidad de un hombre.

S�lo as� podemos comprender el proceso hist�rico por el cual el Dios que se manifest� por primera vez como la deidad de una naci�n en particular conserva Su identidad personal con el Dios que en Cristo finalmente se revela como el Dios de los esp�ritus de toda carne. Por tanto, el conocimiento de Jehov� del que habla Ezequiel es a la vez un conocimiento del car�cter del Dios a quien Israel profesaba servir, y un conocimiento de lo que constituye la divinidad verdadera y esencial.

3. El profeta; en Ezequiel 6:8 , avanza un paso m�s al delinear el efecto del juicio en las mentes de los sobrevivientes. La fascinaci�n de la idolatr�a para los israelitas se concibe como producida por esa perversi�n radical del sentido religioso que los profetas llaman "prostituci�n": un deleite sensual en las bendiciones de la naturaleza y una indiferencia hacia el elemento moral que solo puede preservar la religi�n o la religi�n. "amor humano de la corrupci�n.

El hechizo finalmente se romper� en el nuevo conocimiento de Jehov� que es producido por la calamidad; y el coraz�n del pueblo, purificado de sus enga�os, se volver� al que los hiri�, como el �nico Dios verdadero. Cuando tus fugitivos de la espada est�n entre las naciones, cuando est�n esparcidos por las tierras, entonces tus fugitivos Me recordar�n entre las naciones adonde fueron llevados cautivos, cuando les rompa el coraz�n que se aparta de M�, y sus ojos de ramera. que fue tras sus �dolos.

"Cuando la propensi�n id�latra sea as� erradicada, la conciencia de Israel se volver� hacia s� misma y, a la luz de su nuevo conocimiento de Dios, leer� por primera vez correctamente su propia historia. Se har�n los comienzos de una nueva vida espiritual. en la amarga autocondena que es un aspecto del arrepentimiento nacional: "Se aborrecer�n a s� mismos por todo el mal que han cometido en todas sus abominaciones".

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Ezekiel 7". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/ezekiel-7.html.