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Bible Commentaries
Isaías 10

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

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Versículos 1-4

CAPITULO VII

EL MES�AS

Hemos llegado ahora a ese punto de la profec�a de Isa�as en el que el Mes�as se convierte en la figura m�s conspicua en su horizonte. Aprovech�moslo para reunir en una sola declaraci�n todo lo que el profeta dijo a su generaci�n acerca de esa exaltada y misteriosa Persona.

Cuando Isa�as comenz� a profetizar, hab�a corriente entre el pueblo de Jud� la expectativa de un Rey glorioso. Es imposible determinar hasta qu� punto se defini� la expectativa; pero esto al menos es hist�ricamente cierto. Se le hab�a hecho una promesa a David en 2 Samuel 7:4 mediante la cual se aseguraba la permanencia de su dinast�a.

Su descendencia, se dijo, deber�a sucederle, pero la eternidad no se prometi� a ning�n descendiente individual, sino a la dinast�a. Los profetas anteriores a Isa�as enfatizaron este establecimiento de la casa de David, incluso en los d�as de la mayor angustia de Israel; pero no dijeron nada de un solo monarca con el que se identificara la fortuna de la casa. Sin embargo, est� claro, incluso sin la evidencia de los Salmos mesi�nicos, que la esperanza de tal h�roe fue r�pida en Israel.

Adem�s de la prueba documental de las �ltimas palabras del propio David, 2 Samuel 23:1 existe la imposibilidad manifiesta de so�ar con un reino ideal aparte del rey ideal. Los orientales, y especialmente los orientales de ese per�odo, fueron incapaces de realizar el triunfo de una idea o una instituci�n sin conectarla con una personalidad.

De modo que podemos estar perfectamente seguros de que cuando Isa�as comenz� a profetizar, el pueblo no solo contaba con la continuidad de la dinast�a de David, ya que contaba con la presencia de Jehov� mismo, sino que estaba familiarizado con el ideal de un monarca y viv�a con esperanza. de su realizaci�n.

En la primera etapa de su profec�a, es notable, Isa�as no hace uso de esta tradici�n, aunque da m�s de una representaci�n del futuro de Israel en el que naturalmente podr�a haber aparecido. No se habla de un Mes�as, ni siquiera en la terrible conversaci�n en la que Isa�as recibi� del Eterno los fundamentos de su ense�anza. La �nica esperanza que se le permite es la supervivencia de unas pocas personas desnudas y sin l�der, o, para usar su propia palabra, un mu��n, sin ning�n signo de un brote prominente en �l.

Sin embargo, en relaci�n con la supervivencia de un remanente, como dijimos en el cap�tulo 6, es evidente que hab�a dos condiciones indispensables, que el profeta no pudo evitar tener que declarar tarde o temprano. De hecho, ya hab�a mencionado uno de ellos. Era indispensable que el pueblo tuviera un l�der y un punto de encuentro. Deben tener su Rey y deben tener su Ciudad.

Todo lector de Isa�as sabe que sobre estos dos temas el profeta se eleva a la altura de su elocuencia: Jerusal�n permanecer� inviolable; se le dar� un rey glorioso. Pero no se ha comentado de manera tan general, que Isa�as est� mucho m�s preocupado y coherente por la ciudad segura que por el monarca ideal. Desde el principio hasta el final, el establecimiento y la paz de Jerusal�n nunca se olvidan de sus pensamientos, pero s�lo habla de vez en cuando del Rey venidero.

A lo largo de largos per�odos de su ministerio, aunque con frecuencia describe el futuro bendito, guarda silencio sobre el Mes�as, e incluso a veces agrupa a los habitantes de ese futuro de tal manera que no deja lugar para �l entre ellos. De hecho, los silencios de Isa�as sobre esta Persona son tan notables como los pasajes brillantes en los que pinta Sus investiduras y Su obra.

Si consideramos el momento, elegido por Isa�as para anunciar al Mes�as y agregar su sello a la creencia nacional en el advenimiento de un glorioso Hijo de David, encontramos algo de significado en el hecho de que fue un momento, cuando el trono de David fue indignamente llena y la dinast�a de David fue por primera vez seriamente amenazada. Es imposible disociar el nacimiento de un ni�o llamado Emmanuel, y luego tan estrechamente identificado con las fortunas de toda la tierra, Isa�as 7:8 de la expectativa p�blica de un Rey de gloria; y los cr�ticos son casi un�nimes en reconocer a Emmanuel nuevamente en el Pr�ncipe-de-los-Cuatro-Nombres en el cap�tulo 9.

Emanuel, por tanto, es el Mes�as, el Rey prometido de Israel. Pero Isa�as hace su primera insinuaci�n de �l, no cuando el trono fue dignamente ocupado por un Uz�as o un Jotam, sino cuando un necio y traidor a Dios abus� de su poder, y la conspiraci�n extranjera para establecer un pr�ncipe sirio en Jerusal�n puso en peligro a la naci�n. toda la dinast�a. Quiz�s no deber�amos pasar por alto el hecho de que Isa�as no designa aqu� a Emanuel como descendiente de David.

La vaguedad con la que se describe a la madre ha dado lugar a una gran cantidad de especulaciones sobre a qu� persona en particular se refer�a el profeta con ella. Pero, �no ser�a la vaguedad de Isa�as la �nica intenci�n que ten�a al mencionar a una madre? Toda la casa de David comparti� en ese momento el pecado del rey; Isa�as 7:13 y no es presumir demasiado de la libertad de nuestro profeta suponer que se desat� de la tradici�n que implicaba al Mes�as en la familia real de Jud�, y al menos dej� una pregunta abierta, si Emanuel podr�a no, como consecuencia de su pecado, provienen de alguna otra estirpe.

Sin embargo, Isa�as se ocupa mucho menos del origen que de la experiencia de Emmanuel; y aquellos que se embarcan en preguntas curiosas, en cuanto a qui�n podr�a ser exactamente la madre, se ocupan de lo que al profeta no le interesaba, mientras descuidan aquello en lo que realmente reside el significado de la se�al que ofreci�.

Acaz por su obstinaci�n ha hecho necesario un sustituto. Pero Isa�as est� mucho m�s ocupado con esto: que en realidad ha hipotecado las perspectivas de ese sustituto. El Mes�as viene, pero la obstinaci�n de Acaz ha hecho imposible su reinado. Aquel cuyo advenimiento no ha sido predicho hasta ahora excepto como el comienzo de una era de prosperidad, y cuya persona no ha sido pintada sino con honor y poder, es representado como un Sufridor indefenso e inocente: sus perspectivas disipadas por los pecados de los dem�s. y �l mismo naci� solo para compartir la indigencia de Su pueblo.

Tal representaci�n del destino del H�roe es de sumo inter�s. Estamos acostumbrados a asociar la concepci�n de un Mes�as sufriente s�lo con un desarrollo mucho m�s tard�o de la profec�a, cuando Israel se exili�; pero la concepci�n ya nos encuentra aqu�. Es otra prueba de que "Esa�as es muy atrevido". �l llama a su Mes�as Emanuel, y sin embargo se atreve a presentarlo como nada m�s que un Sufridor, un Sufridor por los pecados de otros. Nacido solo para sufrir con su pueblo, que deber�a haber heredado su trono, esa es la primera doctrina de Isa�as sobre el Mes�as.

A trav�s del resto de las profec�as publicadas durante los disturbios siroefraticos, el Sufridor se transforma lentamente en un Libertador. Las etapas de esta transformaci�n son oscuras. En el cap�tulo 8, Emanuel no est� m�s definido que en el cap�tulo 7. Todav�a es solo un Nombre de esperanza sobre una perspectiva ininterrumpida de devastaci�n. "El despliegue de sus alas" -es decir, los r�os de los asirios- "llenar�n la amplitud de tu tierra, oh Emmanuel.

"Pero esta vez que el profeta pronuncia el Nombre, se siente inspirado por un nuevo coraje. Se aferra a Emanuel como la garant�a de la salvaci�n definitiva. Dejemos que los enemigos de Jud� hagan lo peor; ser� en vano", para Emanuel, Dios es con nosotros ". Y luego, para nuestro asombro, mientras Isa�as nos cuenta c�mo lleg� a las convicciones encarnadas en este Nombre, la personalidad de Emanuel se desvanece por completo, y Jehov� de los ej�rcitos mismo se presenta como el �nico santuario de aquellos que temedle.

De hecho, hay un doble desplazamiento aqu�. Emmanuel se disuelve en dos direcciones. Como Refugio, es desplazado por Jehov�; sufriente y s�mbolo de los sufrimientos de la tierra, por una peque�a comunidad de disc�pulos, primera encarnaci�n de la Iglesia, que ahora, con Isa�as, no puede hacer m�s que esperar al Se�or.

Entonces, cuando los pensamientos anhelantes del profeta, que no descansar�n en un cierre tan oscuro, luchan una vez m�s y pasan de la desesperaci�n a la piedad, de la piedad a la esperanza, y de la esperanza al triunfo en una salvaci�n realmente lograda, todos saludan a todos. a la vez como el H�roe de ella, el Hijo cuyo nacimiento fue prometido. Con un �nfasis que revela v�vidamente la sensaci�n de agotamiento en la generaci�n viviente y la convicci�n de que s�lo algo nuevo, y enviado directamente por Dios mismo, puede ahora beneficiar a Israel, el profeta clama: "A nosotros nos ha nacido un Ni�o; a nosotros un Se da el hijo.

"El Mes�as aparece en una gloria que inunda Su origen y lo pierde de vista. No podemos ver si �l brota de la casa de David; pero" el gobierno ha de estar sobre Su hombro ", y �l reinar�" en el trono de David con justicia para siempre. . "Su t�tulo ser� cu�druple:" Maravilloso Consejero, Dios-H�roe, Padre-Eterno, Pr�ncipe-de-Paz ".

Estos Cuatro Nombres ciertamente no nos invitan a renunciar a su significado, y se han afirmado como pruebas incontrovertibles de que el profeta ten�a a la vista una Persona absolutamente Divina. Uno de los eruditos m�s distinguidos y deliberados del Antiguo Testamento declara que "el Libertador que Isa�as promete es nada menos que un Dios en el sentido metaf�sico de la palabra". Sin embargo, existen serias razones que nos hacen dudar de esta conclusi�n y, aunque sostenemos firmemente que Jesucristo era Dios, nos impiden reconocer estos nombres como profec�as de Su Divinidad.

Dos de los nombres pueden ser usados ??para un monarca terrenal: "Maravilloso Consejero" y "Pr�ncipe-de-Paz", que est�n, dentro del rango de la virtud humana, en evidente contraste con Acaz, a la vez tontos en la concepci�n. de su pol�tica y b�lico en sus resultados. Ser� m�s dif�cil lograr que las mentes occidentales vean c�mo se puede aplicar "Padre eterno" a un simple hombre, pero la atribuci�n de la eternidad no es inusual en los t�tulos orientales, y en el Antiguo Testamento a veces se traduce a cosas que perecen.

Cuando los hebreos hablan de alguien como eterno, eso no necesariamente implica divinidad. El segundo nombre, que traducimos como "Dios-H�roe", es, es cierto, usado por Jehov� mismo en el pr�ximo cap�tulo, pero en plural tambi�n lo usa Ezequiel para referirse a los hombres. Ezequiel 32:21 La parte traducida como Dios es un nombre frecuente del Ser Divino en el Antiguo Testamento, pero literalmente significa solo poderoso, y Ezequiel Ezequiel 31:11 aplica a Nabucodonosor. Deber�amos vacilar, por tanto, en entender por estos nombres "un Dios en el sentido metaf�sico de la palabra".

Recurrimos con mayor confianza a otros argumentos de tipo m�s general, que se aplican a todas las profec�as del Mes�as de Isa�as. Si Isa�as tuvo una revelaci�n en lugar de otra que hacer, fue la revelaci�n de la unidad de Dios. Contra el rey y el pueblo, que llenaban su templo con los santuarios de muchas deidades, Isa�as present� a Jehov� como el �nico Dios. Simplemente habr�a anulado la fuerza de su mensaje y confundido a la generaci�n a la que lo trajo, si �l o ellos hubieran concebido al Mes�as, con la concepci�n de la teolog�a cristiana, como una personalidad divina separada.

Una vez m�s, como el Sr. Robertson Smith ha explicado muy claramente, las funciones asignadas por Isa�as al Rey del futuro son simplemente los deberes ordinarios de la monarqu�a, para lo cual �l est� equipado por la morada de ese Esp�ritu de Dios, que hace a todos sabios. hombres sabios y valientes hombres valientes. "Creemos en un Salvador divino y eterno, porque la obra de salvaci�n tal como la entendemos a la luz del Nuevo Testamento es esencialmente diferente de la obra del mejor y m�s sabio rey terrenal.

"Pero la obra de tal rey terrenal es todo lo que Isa�as busca. De modo que, lejos de ser despectivo para Cristo el resentir el sentido de la Divinidad a estos nombres, es un hecho que cuanto m�s espirituales son nuestras nociones de la obra salvadora de Jes�s, menos inclinados estaremos a reclamar las profec�as de Isa�as como prueba de Su Deidad.

Hay un tercer argumento en la misma direcci�n, cuya fuerza apreciamos s�lo cuando llegamos a descubrir cu�n poco ten�a que decir a partir de este momento Isa�as sobre el rey prometido. En los cap�tulos 1-39, solo otros tres pasajes se interpretan como una descripci�n del Mes�as. El primero de Isa�as 11:1 , que data quiz�s de alrededor del 720, cuando Ezequ�as era rey, nos dice, por primera y �nica vez de labios de Isa�as, que el Mes�as ser� un v�stago de la casa de David, y confirma lo que nosotros creemos. He dicho: que Sus deberes, por muy perfectamente que fueran a ser cumplidos, eran los deberes habituales de la monarqu�a de Jud�.

El segundo pasaje, Isa�as 32:1 y sigs., Que data probablemente de despu�s de 705, cuando Ezequ�as todav�a era rey, es, si es que se refiere al Mes�as, un eco a�n m�s d�bil, aunque m�s dulce, de descripciones anteriores. Mientras que el tercer pasaje, Isa�as 33:17 : "Ver�s a tu rey en su hermosura", no se refiere en absoluto al Mes�as, sino a Ezequ�as, luego postrado y en cilicio, con Asiria atronando a la puerta de Jerusal�n (701 ).

La gran cantidad de predicciones de Isa�as sobre el Mes�as caen as� dentro del reinado de Acaz, y justo en el punto en el que Acaz demostr� ser un representante indigno de Jehov�, y Jud� e Israel fueron amenazados con una devastaci�n completa. Hay una repetici�n cuando Ezequ�as ha subido al trono. Pero en los diecisiete a�os restantes, excepto quiz�s por una alusi�n, Isa�as guarda silencio sobre el rey ideal, aunque durante todo ese tiempo continu� desplegando im�genes del futuro bendito que conten�an todos los dem�s rasgos mesi�nicos, y cuya realizaci�n coloc� donde �l hab�a puesto su Pr�ncipe de los Cuatro Nombres en conexi�n, es decir, con la pr�xima derrota de los asirios.

Haciendo caso omiso del Mes�as, durante estos a�os Isa�as pone todo el �nfasis de su profec�a en la inviolabilidad de Jerusal�n; y mientras promete la recuperaci�n del monarca que realmente reina de la angustia de la invasi�n asiria, como si eso fuera lo que el pueblo deseara principalmente ver, y no un sustituto m�s brillante y fuerte, saluda a Jehov� mismo, en solitario e indiscutido soberan�a, como Juez, Legislador, Monarca y Salvador.

Isa�as 33:22 Entre Ezequ�as, as� restaurado a su belleza, y la propia presencia de Jehov�, seguramente no queda lugar para otro personaje real. Pero estos mismos hechos: que Isa�as se sinti� m�s obligado a predecir un rey ideal cuando el rey real era indigno, y que, por el contrario, cuando el rey reinante demostr� ser digno, aproxim�ndose al ideal, Isa�as no sinti� la necesidad de otro, y de hecho en sus profec�as no dejaba lugar para otra forma, seguramente una poderosa prueba de que el rey que esperaba no era un ser sobrenatural, sino una personalidad humana, extraordinariamente dotada por Dios, uno de los descendientes de David por sucesi�n ordinaria, pero cumpliendo el ideal que sus precursores hab�an fallado.

Incluso si admitimos que los cuatro nombres contienen entre ellos el predicado de la Divinidad, no debemos pasar por alto el hecho de que el Pr�ncipe solo es llamado por ellos. No es que "�l es", sino que "�l ser� llamado, Consejero-Maravilloso, Dios-H�roe, Padre-Eterno, Pr�ncipe-de-Paz". En ninguna parte hay una declaraci�n dogm�tica de que �l es Divino. Adem�s, es inconcebible que si Isa�as, el profeta de la unidad de Dios, tuvo en alg�n momento una segunda Persona Divina en su esperanza, luego hubiera permanecido tan silencioso acerca de �l.

Interpretar la atribuci�n de los Cuatro Nombres como una definici�n consciente de la Divinidad, en absoluto como la concepci�n cristiana de Jesucristo, es hacer que el silencio de la vida posterior de Isa�as y el silencio de los profetas posteriores sean completamente inexplicables. Por estos motivos, entonces, nos negamos a creer que Isa�as vio en el rey del futuro "un Dios en el sentido metaf�sico de la palabra". Solo porque sabemos que las pruebas de la Divinidad de Jes�s son tan espirituales, sentimos la inutilidad de buscarlas en profec�as que describen manifiestamente funciones puramente terrenales y civiles.

Pero tal conclusi�n de ninguna manera nos impide rastrear una relaci�n entre estas profec�as y la aparici�n de Jes�s. El hecho de que Isa�as les permiti� descender a la posteridad, prueba que �l mismo no los consider� agotados en Ezequ�as. Y este hecho de su preservaci�n es tanto m�s significativo, que su verdad literal fue desacreditada por los eventos. Isa�as evidentemente hab�a predicho el nacimiento y la amarga juventud de Emmanuel para el futuro cercano.

La infancia de Emanuel iba a comenzar con la devastaci�n de Efra�n y Siria, y pasar�a en circunstancias posteriores a la devastaci�n de Jud�, que seguir�a de cerca a la de sus dos enemigos. Pero aunque Efra�n y Siria fueron saqueados inmediatamente, como previ� Isa�as, Jud� estuvo en paz durante todo el reinado de Acaz y muchos a�os despu�s de su muerte. De modo que si Emanuel hubiera nacido en los siguientes veinticinco a�os despu�s del anuncio de su nacimiento, no habr�a encontrado en su propia tierra las circunstancias que Isa�as predijo como la disciplina de su ni�ez.

El pron�stico de Isa�as sobre el destino de Jud� fue, por lo tanto, falsificado por los acontecimientos. Que el profeta o sus disc�pulos la hubieran dejado quedar es prueba de que cre�an que ten�a contenidos que la historia que hab�an vivido no agota ni desacredita. En las profec�as del Mes�as hab�a algo ideal, que era tan permanente y v�lido para el futuro como la profec�a del Remanente o la de la majestad visible de Jehov�.

Si el apego al que apunt� el profeta cuando lanz� estas profec�as a la corriente del tiempo les fue negado por su propia edad, eso no significaba su inmersi�n, sino solo su libertad para flotar m�s abajo en el futuro y buscar all� el apego.

Esta audacia de confiar a las edades futuras una profec�a desacreditada por la historia contempor�nea, argumenta una profunda creencia en su significado moral y significado eterno; y es esta audacia, frente a la decepci�n continuada de generaci�n en generaci�n en Israel, lo que constituye la singularidad de la esperanza mesi�nica entre ese pueblo. Sublimar este significado permanente de las profec�as a partir del material contempor�neo, con el que se mezcla, no es dif�cil.

Isa�as predice a su Pr�ncipe en el supuesto de que se cumplan ciertas cosas. Cuando el pueblo se reduce al �ltimo extremo, cuando ya no hay un rey para reunirlos o gobernarlos, cuando la tierra est� en cautiverio, cuando la revelaci�n se cierra, cuando, en la desesperaci�n de las tinieblas del rostro del Se�or, los hombres han llevado a aquellos que tienen esp�ritus familiares y magos que esp�an y murmuran, entonces, en ese �ltimo estado pecaminoso y sin esperanza del hombre, aparecer� un Libertador.

"El celo del Se�or de los ej�rcitos lo cumplir�". Este es el primer art�culo del credo mesi�nico de Isa�as, y est� detr�s del Mes�as y todas las bendiciones mesi�nicas, su origen inagotable. Cualquiera que sea el pecado y las tinieblas del hombre, el Todopoderoso vive, y Su celo es infinito. Por lo tanto, es un hecho eternamente cierto, que cualquier Libertador que su pueblo necesite y pueda recibir le ser� enviado, y se le llamar� con los nombres que sus corazones puedan apreciar mejor.

Se le dar�n t�tulos para atraer su esperanza y su homenaje, y no una definici�n de su naturaleza, de la que su vocabulario teol�gico ser�a incapaz. Este es el n�cleo vital de la profec�a mesi�nica en Isa�as. El "celo del Se�or", que enciende los pensamientos oscuros del profeta mientras reflexiona sobre la necesidad de salvaci�n de su pueblo, repentinamente hace visible a un Salvador, tal como lo necesitan en ese momento.

Isa�as lo oye aclamado por t�tulos que satisfacen las necesidades particulares de la �poca y expresan los pensamientos de los hombres hasta donde pueden elevarse la idea de la salvaci�n y la majestad. Pero el profeta tambi�n ha percibido que el pecado y el desastre se acumular�n tanto antes de que venga el Mes�as, que, aunque inocente, tendr� que soportar tribulaciones y pasar a Su mejor momento a trav�s del sufrimiento. Nadie con la mente abierta puede negar que en esta estimaci�n moderada del significado del profeta hay una gran parte de la esencia del Evangelio tal como se ha cumplido en la conciencia personal y la obra salvadora de Jesucristo, gran parte de eso. esencia, de hecho, como era posible comunicar a una generaci�n tan temprana, y cuyas necesidades religiosas eran en gran medida lo que llamamos temporales.

Pero si concedemos esto, y si al mismo tiempo apreciamos la singularidad de una esperanza como la de Israel, entonces seguramente debe permitirse que tenga la apariencia de una preparaci�n especial para la vida y obra de Cristo; y as�, para usar palabras muy moderadas que se han aplicado a la profec�a mesi�nica en general, puede tomarse "como una prueba de su verdadera conexi�n con la dispensaci�n del Evangelio como parte de un gran esquema en los consejos de la Providencia".

Los hombres no preguntan cuando beben de un arroyo en lo alto de las colinas: "�Va a ser un gran r�o?" Est�n satisfechos si hay suficiente agua para saciar su sed. Y as� fue suficiente para los creyentes del Antiguo Testamento si encontraban en la profec�a de Isa�as de un Libertador -como encontraron- lo que satisfac�a sus propias necesidades religiosas, sin convencerlos hasta qu� punto deber�a engrosar. Pero esto no significa que al usar estas profec�as del Antiguo Testamento, los cristianos debamos limitar nuestro disfrute de ellas a la medida de la generaci�n a la que fueron dirigidas.

Haber conocido a Cristo debe hacer que las predicciones del Mes�as sean diferentes a las de un hombre. No se puede traer un oc�ano de bendiciones tan infinito a una conexi�n hist�rica con estas generosas y expansivas insinuaciones del Antiguo Testamento sin que pase a ellas. Si podemos usar una cifra aproximada, las profec�as mesi�nicas del Antiguo Testamento son r�os de marea. No s�lo corren, como hemos visto, a su mar, que es Cristo; sienten Su influencia refleja. No es suficiente que un cristiano haya seguido la direcci�n hist�rica de las profec�as, o haber probado su conexi�n con el Nuevo Testamento como partes de una armon�a Divina.

Obligado a retroceder por la plenitud de significado a la que ha encontrado abiertos sus cursos, regresa para encontrar el sabor del Nuevo Testamento sobre ellos, y que donde descendi� canales superficiales y tortuosos, con todas las dificultades de la exploraci�n hist�rica, se lleva de regreso en plenas mareas de adoraci�n. Para usar las palabras apropiadas de Isa�as, "el Se�or est� con �l all�, lugar de anchos r�os y arroyos".

Con todo esto, sin embargo, no debemos olvidar que, adem�s de estas profec�as de un gran gobernante terrenal, corre otra corriente de deseo y promesa, en la que vemos una premonici�n mucho m�s fuerte del hecho de que un Ser Divino alg�n d�a morar� entre hombres. Nos referimos a las Escrituras en las que se predice que Jehov� mismo visitar� visiblemente Jerusal�n. Esta l�nea de profec�a, tomada junto con las poderosas representaciones antropom�rficas de Dios, - asombroso en un pueblo como los jud�os, que aborrec�a tanto la creaci�n de una imagen de la Deidad sobre la semejanza de cualquier cosa en el cielo y en la tierra - creemos que es el instinto apropiado del Antiguo Testamento de que lo Divino debe tomar forma humana y tabern�culo entre los hombres.

Pero este lado de nuestro tema -la relaci�n del antropomorfismo del Antiguo Testamento con la Encarnaci�n- lo posponemos hasta llegar a la segunda parte del libro de Isa�as, en la que las figuras antropom�rficas son m�s frecuentes y atrevidas que aqu�.

Versículos 5-34

CAPITULO IX

ATE�SMO DE LA FUERZA Y ATE�SMO DEL MIEDO

ACERCA DEL 721 AC

Isa�as 10:5

EN el cap�tulo 28, Isa�as, hablando en el a�o 725 cuando Salmanassar IV marchaba sobre Samaria, hab�a explicado a los pol�ticos de Jerusal�n c�mo la hueste asiria estaba enteramente en manos de Jehov� para el castigo de Samaria y el castigo y la purificaci�n de Jud�. La invasi�n que en ese a�o se vislumbraba tan terrible no fue una fuerza de destrucci�n desenfrenada, lo que implicaba la aniquilaci�n total del pueblo de Dios, como Damasco, Arpad y Hamat hab�an sido aniquilados. Fue el instrumento de Jehov� para purificar a su pueblo, con el plazo se�alado y sus gloriosas intenciones de fecundidad y paz.

En el cap�tulo d�cimo, Isa�as se vuelve con esta verdad para desafiar al mismo asirio. Han pasado cuatro a�os. Samaria ha ca�do. Se ha cumplido el juicio que pronunci� el profeta sobre la lujosa capital. Todo Efra�n es una provincia asiria. Jud� se encuentra por primera vez cara a cara con Asiria. Desde Samaria hasta las fronteras de Jud� no hay una marcha de dos d�as, hasta los muros de Jerusal�n un poco m�s de dos.

�Ahora podr�n los jud�os poner a prueba la promesa de su profeta! �Qu� puede impedir que Sarg�n haga de Sion Samaria y se lleve a su pueblo al cautiverio por el camino de las tribus del norte?

Hab�a una raz�n humana muy falaz y una divina muy s�lida.

La raz�n humana falaz fue la alianza que Acaz hab�a hecho con Asiria. No parece claramente en qu� estado se encontraba esa alianza, pero el m�s optimista del partido asirio en Jerusal�n no pod�a, despu�s de todo lo que hab�a sucedido, sentirse muy c�modo al respecto. Los asirios eran tan inescrupulosos como ellos mismos. Hab�a demasiado �mpetu en la avalancha de sus inundaciones del norte para respetar una provincia diminuta como Jud�, con o sin tratado.

Adem�s, Sarg�n ten�a tan buenas razones para sospechar que Jerusal�n estaba intrigando con Egipto, como lo hab�a hecho contra Samaria o las ciudades filisteas; y los reyes asirios ya hab�an mostrado su significado del pacto con Acaz al despojar a Jud� de un enorme tributo.

As� que Isa�as descarta en esta profec�a el tratado de Jud� con Asiria. Habla como si nada pudiera impedir la marcha inmediata de los asirios sobre Jerusal�n. Pone en boca de Sarg�n la intenci�n de esto, y lo hace jactarse de la facilidad con que se puede lograr ( Isa�as 10:7 ). Al final de la profec�a, incluso describe el probable itinerario del invasor desde las fronteras de Jud� hasta su llegada a las alturas, frente a la Ciudad Santa ( Isa�as 10:27 ),

"Viene del Norte el Destructor.

Ha venido sobre Hai; marcha a trav�s de Migron; en Micmash junta su equipaje.

Han pasado por el Paso; Deja que Geba sea nuestro vivac.

Aterrorizado est� Ram�; Guibe� de Sa�l ha huido.

Grita tu voz, hija de Galim. �Escucha, Laishah! �Cont�stale Anathoth!

En loca huida est� Madmena; los habitantes de Gebim recogen sus cosas para huir.

Hoy mismo se detiene en Nob; agita su mano en el monte de la hija de Sion, la colina de Jerusal�n! "

Este no es un hecho real; pero es una visi�n de lo que puede suceder hoy o ma�ana. Porque no hay nada, ni siquiera ese miserable tratado, que impida tal violaci�n del territorio jud�o, dentro del cual, debe tenerse en cuenta, se encuentran todos los lugares nombrados por el profeta.

Pero la invasi�n de Jud� y la llegada de los asirios a las alturas frente a Jerusal�n no significa que la Ciudad Santa y el santuario de Jehov� de los ej�rcitos vayan a ser destruidos; no significa que todas las profec�as de Isa�as sobre la seguridad de este lugar de reuni�n para el remanente del pueblo de Dios vayan a ser anuladas, y aniquilado a Israel. Porque justo en el momento del triunfo de Asiria, cuando bland�a su mano sobre Jerusal�n, como si quisiera acosarla como un nido de p�jaro, Isa�as lo ve abatido y estrellarse como la ca�da de todo un L�bano de cedros ( Isa�as 10:33 ).

He aqu� el Se�or, Jehov� de los ej�rcitos, que corta las ramas m�s altas con estruendo repentino,

�Y los de estatura alta fueron talados, y los sublimes fueron humillados!

"S�, �l corta la espesura del bosque con hierro, y el L�bano cae de un Poderoso".

Todo esto es poes�a. No debemos suponer que el profeta realmente esperaba que el asirio tomara la ruta, que le ha trazado con tanto detalle. De hecho, Sarg�n no avanz� a trav�s de la frontera jud�a, sino que se alej� por la tierra costera de Filistea para encontrarse con su enemigo de Egipto, a quien derrot� en Rafia, y luego regres� a N�nive, dejando a Jud� solo. Y, aunque unos veinte a�os despu�s, el asirio apareci� ante Jerusal�n, tan amenazador como lo describe Isa�as, y fue cortado de una manera tan repentina y milagrosa, sin embargo, no fue por el itinerario que Isa�as le marc� aqu� que vino, sino en en otra direcci�n: desde el suroeste.

En lo que Isa�as simplemente insiste es en que no hay nada en ese miserable tratado de Acaz, esa falaz raz�n humana, que impida que Sarg�n invada Jud� hasta los muros de Jerusal�n, sino que, aunque lo haga, hay una divina certeza. raz�n por la que la Ciudad Santa permanece inviolada.

El asirio esperaba tomar Jerusal�n. Pero no es su propio amo. Aunque �l no lo sepa, y su �nico instinto es el de la destrucci�n ( Isa�as 10:7 ), es la vara en la mano de Dios. Y cuando Dios lo haya usado para el castigo necesario de Jud�, entonces Dios visitar� sobre �l su arrogancia y brutalidad. Este hombre, que dice que explotar� toda la tierra como acosa un nido de p�jaro ( Isa�as 10:14 ), que no cree en nada m�s que en s� mismo, diciendo: "Con la fuerza de mi mano lo he hecho, y con mi sabidur�a, porque soy prudente.

"no es sino el instrumento de Dios. Y toda su jactancia es la de" el hacha contra el que con ella corta y la sierra contra el que la blandura "." Como si ", dice el profeta, con un desprecio a�n fresco por aquellos que hacen de la fuerza material el poder supremo del universo: "Como si una vara sacudiera a los que la levantan, o como si una vara levantara al que no es madera". Por cierto, Isa�as tiene una palabra para sus compatriotas .

�Qu� locura es la de ellos, que ahora ponen toda su confianza en esta fuerza mundial, y en otro momento se encogen de miedo ante ella! �Debe nuevamente pedirles que miren m�s alto y vean que Asiria es solo el agente en la obra de Dios de castigar primero a toda la tierra, pero luego redimir a su pueblo? En medio de la denuncia, la voz severa del profeta irrumpe en la promesa de esta esperanza posterior ( Isa�as 10:24 ); y por fin el estruendo del asirio ca�do apenas se detiene, antes de que Isa�as haya comenzado a declarar un glorioso futuro de gracia para Israel. Pero esto nos lleva al cap�tulo once, y es mejor que primero recopilemos las lecciones del d�cimo.

Esta profec�a de Isa�as contiene un gran Evangelio y dos grandes Protestas, que el profeta pudo hacer con su fuerza: una contra el Ate�smo de la Fuerza y ??otra contra el Ate�smo del Miedo.

El Evangelio del cap�tulo es precisamente lo que ya hemos destacado como el Evangelio por excelencia de Isa�as: el Se�or exaltado en justicia. Dios supremo sobre los hombres y las fuerzas m�s supremos del mundo. Pero ahora lo vemos llevado a una altura de atrevimiento nunca antes alcanzada. Esta fue la primera vez que un hombre se enfrent� a la fuerza soberana del mundo en plena victoria, y se dijo a s� mismo y a sus semejantes: "Esto no es viajar en la grandeza de su propia fuerza, sino simplemente un muerto, instrumento inconsciente en la mano de Dios ". Vayamos, a costa de una peque�a repetici�n, al meollo de esto. Lo encontraremos maravillosamente moderno.

La creencia en Dios hasta ahora hab�a sido local y circunscrita. Cada naci�n, como nos dice Isa�as, hab�a caminado en nombre de su dios y hab�a limitado su poder y previsi�n a su propia vida y territorio. No culpamos a los pueblos por esto. Su concepci�n de Dios era estrecha, porque su vida era estrecha, y confinaban el poder de su deidad a sus propias fronteras porque, de hecho, sus pensamientos rara vez se desv�an m�s all�.

Pero ahora las barreras, que durante tanto tiempo hab�an encerrado a la humanidad en c�rculos estrechos, estaban siendo derribadas. Los pensamientos de los hombres viajaron a trav�s de las brechas y aprendieron que fuera de su patria estaba el mundo. Entonces, sus vidas se ampliaron inmensamente, pero sus teolog�as se detuvieron. Sent�an las grandes fuerzas que sacud�an al mundo, pero sus dioses segu�an siendo las mismas deidades provincianas y mezquinas. Luego vino este gran poder asirio, que se precipit� a trav�s de las naciones, ri�ndose de sus dioses como �dolos, jact�ndose de que fue por su propia fuerza que los venci�, y ante ojos simples que se jactaban mientras persegu�a a toda la tierra como un nido de p�jaro.

�No es de extra�ar que los corazones de los hombres fueran atra�dos de las espiritualidades invisibles a esta brutalidad muy visible! No es de extra�ar que toda la fe real en los dioses pareciera estar desapareciendo, y que los hombres hicieran el negocio de sus vidas buscar la paz con esta fuerza mundial, que lo llevaba todo, �incluidos los dioses mismos, ante s�! La humanidad estaba en peligro de un ate�smo pr�ctico: de colocar, como nos dice Isa�as, la fe suprema que pertenece a un Dios justo en esta fuerza bruta: de sustituir las embajadas por las oraciones, el tributo por el sacrificio y los trucos y compromisos de la diplomacia por el esfuerzo. para vivir una vida santa y justa.

�Miren, qu� preguntas estaban en juego: preguntas que han surgido una y otra vez en la historia del pensamiento humano, y que hoy nos tiran m�s fuerte que nunca! seg�n nuestras teolog�as primitivas, son aquello con lo que los hombres tenemos que hacer las paces, o si detr�s de ellas hay un Ser, que las ejerce con prop�sitos, que los trascienden mucho, de justicia y de amor; si, en resumen, debemos ser materialistas o creyentes en Dios.

Es el mismo debate siempre nuevo. Sus factores solo han cambiado un poco a medida que hemos aprendido m�s. Donde Isa�as sinti� a los asirios, nos enfrentamos a la evoluci�n de la naturaleza y la historia, y las fuerzas materiales en las que a veces parece inquietantemente como si pudieran analizarse. Todo lo que ha venido con fuerza y ??gloria al frente de las cosas, cada deriva que parece dominar la historia, todo lo que reivindica nuestra maravilla y ofrece su propia soluci�n simple y fuerte de nuestra vida, es nuestra Asiria.

Es precisamente ahora, como entonces. una avalancha de nuevos poderes a trav�s del horizonte de nuestro conocimiento, que hace que el Dios, que fue suficiente para el conocimiento m�s estrecho de ayer, parezca hoy mezquino y anticuado. A este problema ninguna generaci�n puede escapar, cuya visi�n del mundo se ha vuelto m�s amplia que la de sus predecesoras. Pero la grandeza de Isa�as radica en esto: que le fue dado atacar el problema la primera vez que se present� a la humanidad con alguna fuerza seria, y que le aplic� la �nica soluci�n segura: una visi�n m�s elevada y espiritual de Dios que el que hab�a encontrado deficiente.

Por tanto, podemos parafrasear su argumento: "Dame un Dios que sea m�s que un patr�n nacional, dame un Dios que s�lo se preocupa por la justicia, y yo digo que toda fuerza material que el mundo exhibe no es m�s que subordinada a �l. La fuerza bruta no puede ser cualquier cosa menos un instrumento, "un hacha", "una sierra", algo esencialmente mec�nico y que necesita un brazo para levantarlo. Postula un Gobernante supremo y justo del mundo, y no solo te explicar�n todos sus movimientos, sino pueden estar seguros de que s�lo se permitir� ejecutar justicia y purificar a los hombres. El mundo no puede impedir su salvaci�n, si Dios as� lo ha querido ".

El problema de Isa�as era, pues, el fundamental entre la fe y el ate�smo; pero debemos notar que no surgi� te�ricamente, ni se enfrent� a �l mediante una proposici�n abstracta. Esta cuesti�n religiosa fundamental -si los hombres deben confiar en las fuerzas visibles del mundo o en el Dios invisible- surgi� como un poco de pol�tica pr�ctica. No fue para Isa�as un tema filos�fico o teol�gico. pregunta. Fue un asunto de la pol�tica exterior de Jud�.

Salvo para unos pocos pensadores, la cuesti�n entre materialismo y fe nunca se presenta como un argumento abstracto. Para la mayor�a de los hombres es siempre una cuesti�n de vida pr�ctica. Los estadistas lo afrontan en sus pol�ticas, los particulares en la conducci�n de sus fortunas. Pocos de nosotros nos preocupamos por un ate�smo intelectual, pero las tentaciones del ate�smo pr�ctico nos abundan d�a a d�a.

El materialismo nunca se presenta a s� mismo como un mero ismo ; siempre toma alguna forma concreta. Nuestra Asiria puede ser el mundo en el sentido de Cristo, esa avalancha de fuerzas exitosas, despiadadas, sin escr�pulos y desde�osas que estallan sobre nuestra inocencia, con su desaf�o de llegar a un acuerdo y rendir tributo, o ir directamente a la lucha por la existencia.

Adem�s de sus demandas francas y contundentes, cu�n comunes e irrelevantes parecen a menudo los simples preceptos de la religi�n; �Y c�mo la gran risa descarada del mundo parece blanquear la belleza de la pureza y el honor! Seg�n nuestro temperamento, o nos acobardamos ante su insolencia, quej�ndonos de que el car�cter y la energ�a de la lucha y la paz religiosa son imposibles contra ella; y ese es el Ate�smo del Miedo, que Isa�as acus� a los hombres de Jerusal�n, cuando estaban paralizados ante Asiria.

O buscamos asegurarnos contra el desastre mediante una alianza con el mundo. Nos hacemos uno con �l, sus sujetos e imitadores. Absorbemos el temperamento del mundo, llegamos a creer en nada m�s que el �xito, consideramos a los hombres solo como pueden sernos �tiles y pensamos tan exclusivamente en nosotros mismos que perdemos la facultad de imaginarnos cualquier otro derecho o necesidad de piedad. Y todo eso es el ate�smo de la fuerza, con el que Isa�as acus� a los asirios.

Es in�til pensar que nosotros, los hombres comunes, no podemos pecar a la manera grandiosa de este monstruo imperial. En nuestra medida, fatalmente podemos. En esta era comercial, las personas privadas se elevan muy f�cilmente a una posici�n de influencia, lo que da un escenario casi tan amplio para que el ego�smo se muestre como se jactaba el asirio. Pero despu�s de todo, el Ego humano necesita muy poco espacio para desarrollar las posibilidades de ate�smo que hay en �l.

Un �dolo es un �dolo, ya sea que lo coloques en un pedestal peque�o o grande. Un hombre peque�o con un poco de trabajo puede interponerse f�cilmente entre �l y Dios, como un emperador con el mundo a sus pies. El olvido de que es un sirviente, un comerciante de un capital gentilmente encomendado �y luego, en el mejor de los casos, no rentable� no es menos pecaminoso en un ego�sta peque�o que en uno grande; es mucho m�s rid�culo que lo que Isa�as, con su desprecio, ha hecho aparecer en el asirio.

O nuestra Asiria puede ser las fuerzas de la naturaleza, que se han apoderado del conocimiento de esta generaci�n con la novedad y el �mpetu con que las huestes del norte irrumpieron en el horizonte de Israel. Los hombres de hoy, en el curso de su educaci�n, se familiarizan con las leyes y fuerzas, que eclipsan las teolog�as m�s simples de su ni�ez, m�s o menos cuando las creencias primitivas de Israel disminuyeron ante el rostro arrogante de Asiria.

La alternativa los enfrenta, ya sea para retener, con un coraz�n estrecho y temeroso, sus viejas concepciones de Dios, o para encontrar su entusiasmo en estudiar, y su deber en relacionarse �nicamente con las fuerzas de la naturaleza. Si esta es la �nica alternativa, no cabe duda de que la mayor�a de los hombres tomar�n el �ltimo curso. Debemos tan poco asombrarnos de que los hombres de hoy abandonen ciertas teolog�as y formas de religi�n por un naturalismo absoluto -por el estudio de poderes que atraen tanto a la curiosidad y reverencia del hombre- como nos maravillamos de los jud�os pobres del siglo VIII. antes de Cristo, abandonando sus concepciones provincianas de Dios como una Deidad tribal en homenaje a este gran asirio, que trataba a las naciones y sus dioses como sus juguetes.

Pero, �es esa la �nica alternativa? �No existe una concepci�n superior y soberana de Dios, en la que incluso estas fuerzas naturales puedan encontrar su explicaci�n y t�rmino? Isa�as encontr� tal concepci�n para su problema, y ??su problema era muy similar al nuestro. Debajo de su idea de Dios, exaltado y espiritual, incluso el imperial asirio, con toda su arrogancia, cay� subordinado y servicial. La fe del profeta nunca vacil� y al final fue reivindicada por la historia.

�No intentaremos al menos su m�todo de soluci�n? No podr�amos hacerlo mejor que tomando sus factores. Isa�as obtuvo un Dios m�s poderoso que Asiria, simplemente exaltando al antiguo Dios de su naci�n en justicia. Este hebreo se salv� de la terrible conclusi�n de que la fuerza ego�sta y cruel que en su d�a arras� con todo era el poder m�s alto en la vida, simplemente por creer que la justicia era a�n m�s exaltada.

Pero, �veinticinco siglos han hecho alg�n cambio en este poder, por el cual Isa�as interpret� la historia y venci� al mundo? �Es la justicia menos soberana ahora que entonces, o la conciencia era m�s imperativa cuando hablaba en hebreo que cuando habla en ingl�s? Entre los decretos de la naturaleza, finalmente interpretados para nosotros en todo su alcance y reiterados en nuestra imaginaci�n por los hombres m�s capaces de la �poca, la verdad, la pureza y la justicia c�vica afirman tan confiadamente su victoria final, como cuando fueron amenazados simplemente por el arrogancia de un d�spota humano.

La disciplina de la ciencia y las glorias del culto a la naturaleza son de hecho jactadas con justicia sobre las ideas infantiles y estrechas de miras de Dios que prevalecen en gran parte de nuestro cristianismo medio. Pero m�s glorioso que cualquier cosa en la tierra o el cielo es el car�cter, y la adoraci�n de una voluntad santa y amorosa contribuye m�s a la "victoria y la ley" que la disciplina o el entusiasmo de la ciencia. Por lo tanto, si nuestras concepciones de Dios se ven abrumadas por lo que sabemos de la naturaleza, busquemos ampliarlas y espiritualizarlas. Insistamos, como hizo Isa�as, en su justicia, hasta que nuestro Dios aparezca una vez m�s indudablemente supremo.

De lo contrario, nos quedamos con la intolerable paradoja de que la verdad y la honestidad, la paciencia y el amor de un hombre a otro no son, despu�s de todo, juguetes y v�ctimas de la fuerza; que, para adaptar las palabras de Isa�as, la vara realmente sacude al que la levanta, y la vara empu�a lo que no es madera.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Isaiah 10". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/isaiah-10.html.
 
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