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Bible Commentaries
Isaías 22

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

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Versículos 1-25

LIBRO 4

JERUSAL�N Y SENNACHERIB

701 a. C.

EN este cuarto libro ponemos todas las dem�s profec�as del Libro de Isa�as, que tienen que ver con el tiempo del profeta: los cap�tulos 1, 22 y 33, con la narraci�n en 36, 37. Todas estas se refieren a la �nica Invasi�n asiria de Jud� y asedio de Jerusal�n: la emprendida por Senaquerib en 701.

Sin embargo, es correcto recordar una vez m�s, que muchas autoridades sostienen que hubo dos invasiones asirias de Jud�, una por Sarg�n en 711, la otra por Senaquerib en 701, y que los Cap�tulos 1 y 22 (as� como Isa�as 10:5 ) pertenecen al primero de ellos. La teor�a es ingeniosa y tentadora; pero, en el silencio de los anales asirios sobre cualquier invasi�n de Jud� por parte de Sarg�n, es imposible adoptarlo.

Y aunque los cap�tulos 1 y 22 difieren mucho en el tono del cap�tulo 33, para explicar la diferencia no es necesario suponer dos invasiones diferentes, con un per�odo considerable entre ellas. Pr�cticamente, como aparecer� en el curso de nuestra exposici�n, la invasi�n de Jud� por Senaquerib fue doble.

1. La primera vez que el ej�rcito de Senaquerib invadi� Jud�, tom� todas las ciudades cercadas y probablemente invirti� Jerusal�n, pero se retiraron con el pago del tributo y la rendici�n del casus belli , el vasallo asirio Padi, a quien los ecronitas hab�an depuesto y entregado a la guarda de Ezequ�as. Para esta invasi�n refi�rase a Isa�as 1:1 ; Isa�as 22:1 .

y el primer vers�culo del 36: "Aconteci� que en el a�o catorce del rey Ezequ�as, Senaquerib, rey de Asiria, subi� contra todas las ciudades fortificadas de Jud� y las tom�". Este vers�culo es el mismo que 2 Reyes 18:13 , al cual, sin embargo, se agrega en 2 Reyes 18:14 un relato del tributo enviado por Ezequ�as a Senaquerib en Laquis, que no est� incluido en la narraci�n de Isa�as. . Comp�rese con 2 Cr�nicas 32:1 .

2. Pero apenas se hab�a pagado el tributo cuando Senaquerib, �l mismo avanzando para encontrarse con Egipto, envi� de regreso a Jerusal�n un segundo ej�rcito de inversi�n, con el cual estaba el Rabsaces; y este fue el ej�rcito que tan misteriosamente desapareci� de los ojos de los sitiados. Para el regreso traicionero de los asirios y la liberaci�n repentina de Jerusal�n de su alcance, consulte Isa�as 33:1 , Isa�as 36:2 , con la narraci�n m�s completa y evidentemente original en 2 Reyes 18:17 . Comp�rese con 2 Cr�nicas 32:9 .

A la historia de este doble atentado contra Jerusal�n en 701-Cap�tulos 36 y 37, se ha adjuntado en 38 y 3 un relato de la enfermedad de Ezequ�as y de una embajada a �l desde Babilonia. Estos eventos probablemente ocurrieron algunos a�os antes de la invasi�n de Senaquerib. Pero ser� m�s conveniente para nosotros tomarlos en el orden en que est�n en el canon. Naturalmente, nos llevar�n a una pregunta que es necesario que analicemos antes de despedirnos de Isa�as: si este gran profeta de la perseverancia del reino de Dios en la tierra ten�a alg�n evangelio para el individuo que se apart� de �l hacia la muerte.

CAPITULO XX

EL CAMBIO DE MAREA: EFECTOS MORALES DEL PERD�N

701 a. C.

Isa�as 22:1 Contrastado con 33

El colapso de la fe y el patriotismo jud�os frente al enemigo fue completo. Final y absoluta reson� la sentencia de Isa�as: "Ciertamente esta iniquidad no ser� limpiada de vosotros hasta que mur�is, ha dicho Jehov� de los ej�rcitos". De modo que aprendemos del cap�tulo 22, escrito, tal como lo concebimos, en 701, cuando los ej�rcitos asirios por fin hab�an invadido Jerusal�n. Pero en el cap�tulo 33, que los cr�ticos se unen para colocar unos meses m�s tarde en el mismo a�o, el tono de Isa�as cambia por completo.

Lanza la aflicci�n del Se�or sobre los asirios; anuncia con confianza su destrucci�n inmediata; se vuelve, mientras la fe de toda la ciudad pende de �l, en s�plica al Se�or; y anuncia la estabilidad de Jerusal�n, su paz, su gloria y el perd�n de todos sus pecados. Es esta gran diferencia moral entre los cap�tulos 22 y 33 �profec�as que deben haber sido entregadas con unos pocos meses de diferencia� lo que este cap�tulo busca exponer.

A pesar de su colapso, como se muestra en el cap�tulo 22, Jerusal�n no fue tomada. Sus gobernantes huyeron; su pueblo, como si la muerte fuera cierta, se dedic� a la disipaci�n; y, sin embargo, la ciudad no cay� en manos de los asirios. El mismo Senaquerib no pretende haber tomado Jerusal�n. Nos cuenta cu�n de cerca invirti� Jerusal�n, pero no agrega que la tom�, un silencio que es tanto m�s significativo que registra la captura de todas las dem�s ciudades que intentaron sus ej�rcitos.

Dice que "Ezequ�as le ofreci� tributo y detalla la cantidad que recibi�". Agrega que el tributo no se pag� en Jerusal�n (como habr�a sido si Jerusal�n hubiera sido conquistada), sino que para "el pago del tributo y la ejecuci�n del homenaje" Ezequ�as "le envi� su enviado" cuando estaba en alg�n distancia de Jerusal�n. Todo esto concuerda con la narrativa b�blica. En el libro de los Reyes se nos cuenta c�mo Ezequ�as envi� al rey de Asiria en Laquis, diciendo: "He ofendido; vu�lvete de m�; lo que me pusiste, lo llevar�.

Y el rey de Asiria asign� a Ezequ�as, rey de Jud�, trescientos talentos de plata y treinta talentos de oro. Y Ezequ�as le dio toda la plata que se hall� en la casa de Jehov� y en los tesoros de la casa del rey. Al mismo tiempo, Ezequ�as cort� el oro de las puertas del templo de Jehov� y de las columnas que Ezequ�as, rey de Jud�, hab�a revestido, y se lo dio al rey de Asiria.

"Fue realmente una sumisi�n dolorosa, cuando incluso el Templo del Se�or tuvo que ser despojado de su oro. Pero compr� el relieve de la ciudad, y ning�n precio era demasiado alto para pagarlo en un momento como el presente, cuando la poblaci�n estaba desmoralizada. Incluso podemos ver la mano de Isa�as en la sumisi�n. La integridad de Jerusal�n era el �nico hecho sobre el cual se hab�a prometido la palabra del Se�or, sobre el cual se unir�a el resto prometido.

El asirio no debe poder decir que ha hecho del Dios de Si�n como los dioses de los paganos; y su pueblo debe ver que aun cuando la hayan entregado, Jehov� puede retenerla para s� mismo, aunque al retenerla rasgue y hiera. Isa�as 31:4 El templo es m�s grande que el oro del templo; que incluso este �ltimo sea despojado y vendido a los paganos si puede comprar la integridad del primero. Entonces Jerusal�n permaneci� inviolada; ella todav�a era "la virgen, la hija de Sion".

Y ahora, sobre la ciudad redimida, Isa�as podr�a proceder a reconstruir la fe y la moral destrozadas de su pueblo. �l podr�a decirles: "Todo ha salido como, por la palabra del Se�or, dije que deber�a ser. El asirio ha bajado; Egipto les ha fallado. Sus pol�ticos, con su desprecio de la religi�n y su confianza en su inteligencia. Te he abandonado. Te dije que tus innumerables sacrificios y pompa de religi�n irreal no te servir�an de nada en tu d�a de desastre, y he aqu� que cuando esto sucedi�, tu religi�n colaps�.

Su abundante maldad, dije, solo podr�a terminar en su ruina y abandono de Dios. Pero mantuve firme una promesa: que Jerusal�n no caer�a; ya tu penitencia, siempre que sea real, te aseguro perd�n. Jerusal�n est� hoy, seg�n mi palabra; y repito mi evangelio. La historia ha reivindicado mi palabra, pero 'Vamos, terminemos nuestro razonamiento, dice el Se�or; Aunque tus pecados sean como escarlata, ser�n blancos como la nieve; aunque sean rojos como el carmes�, ser�n como lana. Te exhorto a que construyas de nuevo sobre tu ciudad redimida y, por la gracia de este perd�n, las ruinas ca�das de tu vida ".

Alg�n serm�n de este tipo, si de hecho no es parte del cap�tulo 1, debemos concebir que Isa�as lo entreg� al pueblo cuando Ezequ�as hab�a comprado a Senaquerib, porque encontramos el estado de Jerusal�n repentinamente alterado. En lugar del p�nico, que imaginaba la toma diaria de la ciudad, y se apresuraba en fren�ticas vacaciones a los tejados, gritando: "Comamos y bebamos, que ma�ana moriremos", vemos a los ciudadanos de vuelta en las murallas, temblando pero confiando. .

En lugar de dejar atr�s a Isa�as en su jolgorio y dejarle sentir que despu�s de cuarenta a�os de dolores de parto hab�a perdido toda su influencia con ellos, los vemos reunidos a su alrededor, como su �nica esperanza y confianza (cap�tulo 37). El rey y el pueblo ven a Isa�as como su consejero y no pueden responder al enemigo sin consultarlo. Qu� cambio desde los d�as de la alianza egipcia, se enviaron embajadas en contra de su protesta y se desarrollaron intrigas sin su conocimiento; cuando Acaz lo insult�, y los magnates borrachos lo imitaron, y, para despertar a un pueblo indolente, tuvo que caminar por las calles de Jerusal�n durante tres a�os, �desnudo como un cautivo! Verdaderamente este fue el d�a del triunfo de Isa�as, cuando Dios, mediante los acontecimientos, reivindic� su profec�a y todo el pueblo reconoci� su liderazgo.

Era la hora del triunfo del profeta, pero la naci�n todav�a ten�a s�lo pruebas por delante. Dios no ha terminado con las naciones ni con los hombres cuando los ha perdonado. Este pueblo, a quien Dios hab�a salvado de la destrucci�n por su gracia y a pesar de s� mismo, estaba al borde de otra prueba. Dios les hab�a dado una nueva vida, pero deb�a pasar inmediatamente por el horno. Hab�an comprado Sennacherib, pero Sennacherib regres�.

Cuando Senaquerib recibi� el tributo, se arrepinti� del tratado que hab�a hecho con Ezequ�as. Pudo haber sentido que fue un error dejar en su retaguardia una fortaleza tan poderosa, mientras a�n ten�a que completar el derrocamiento de los egipcios. Entonces, a pesar del tributo, envi� una fuerza de regreso a Jerusal�n para exigir su rendici�n. Podemos imaginar el efecto moral sobre el rey Ezequ�as y su pueblo. Fue suficiente para aguijonear a los m�s desmoralizados en coraje.

Sin duda, Senaquerib esperaba un rey tan d�cil y aplast� a un pueblo para que se rindiera de inmediato. Pero podemos imaginarnos con confianza el gozo de Isa�as, cuando sinti� que el regreso de los asirios era precisamente lo que se requer�a para restaurar el esp�ritu a sus compatriotas desmoralizados. Aqu� estaba un enemigo, al que pod�an enfrentar con un sentido de justicia, y no, como lo hab�an conocido antes, con la confianza carnal y el orgullo de su propia inteligencia.

Ahora no iba a ser una guerra, como las guerras anteriores, emprendida simplemente por la gloria del partido, sino con los m�s puros sentimientos de patriotismo y las m�s firmes sanciones de la religi�n, una campa�a en la que deb�a emprenderse, no con el apoyo del fara�n y la fuerza de los carros egipcios, sino con Dios mismo como un aliado, del cual se le podr�a decir a Jud�: "Tu justicia ir� delante de ti. Y la gloria del Se�or ser� tu recompensa".

�Con qu� alas libres y exultantes debe haberse elevado el esp�ritu de Isa�as a la sublime ocasi�n! Lo conocemos como un patriota ardiente y apasionado amante de su ciudad por naturaleza, pero por las circunstancias su cr�tico despiadado y juez implacable. En toda la literatura del patriotismo no hay odas y oraciones m�s bellas que las que le debe; de labios no salieron c�nticos de guerra m�s fuertes, y ning�n coraz�n se regocij� m�s por el valor que aparta la batalla de la puerta.

Pero hasta ahora, el patriotismo de Isa�as hab�a sido principalmente una conciencia de los pecados de su pa�s, su apasionado amor por Jerusal�n reprimido por una severa lealtad a la justicia, y toda su elocuencia y coraje gastados en mantener a su pueblo de la guerra y persuadirlo para que regresara y descansara. Por fin este conflicto ha terminado. La terquedad de Jud�, que ha dividido como una roca la corriente de las energ�as de su profeta, y la ha obligado a retroceder retorci�ndose y arremolin�ndose sobre s� misma, desaparece.

La fe de Isa�as y su patriotismo corren libremente con la fuerza de mareas gemelas en un canal, y escuchamos la plenitud de su rugido mientras saltan juntos sobre los enemigos de Dios y la patria. "�Ay de ti, saqueador, y no fuiste echado a perder, traidor traidor, y no te traicionaron! Siempre que dejes de saquear, ser�s echado a perder; y siempre que hayas puesto fin a la traici�n, te traicionar�n.

Oh Jehov�, ten piedad de nosotros; porque en ti hemos esperado; s� t� su brazo cada ma�ana, nuestra salvaci�n tambi�n en el tiempo de angustia. Del ruido de una oleada huyeron los pueblos; por la elevaci�n de ti se esparcen las naciones. Y recogido es tu bot�n, la recolecci�n de la oruga; como saltos de langostas, saltan sobre ella. Exaltado es el SE�OR; s�, �l habita en las alturas; ha llenado a Sion de derecho y justicia.

Y habr� estabilidad en tus tiempos, riqueza de salvaci�n, sabidur�a y conocimiento; el temor de Jehov�, ser� su tesoro ". Isa�as 33:1

As� pues, nos proponemos salvar el abismo que se extiende entre los cap�tulos 1 y 22, por una parte, y el cap�tulo 33, por otra. Si todos van a ser del a�o 701, es necesario alg�n puente de este tipo. Y el que hemos rastreado es moralmente suficiente y est� en armon�a con lo que sabemos que ha sido el curso de los acontecimientos.

�Qu� aprendemos de todo esto? Aprendemos mucho sobre esa verdad que el cap�tulo 33 cierra anunciando la verdad del perd�n divino.

El perd�n de Dios es la base de todo puente entre un pasado desesperado y un presente valiente. Que Dios pueda hacer que el pasado sea por culpa como si no lo hubiera sido, es siempre para Isa�as la seguridad del futuro. Una vieja miniatura griega lo representa con Night detr�s de �l, velado y hosco y sosteniendo una antorcha invertida. Pero ante �l est� Dawn e Innocence, un ni�o peque�o, con rostro brillante y paso adelante y antorcha erguida y ardiente.

Desde arriba, una mano ilumina el rostro del profeta, vuelto hacia arriba. Es el mensaje de un perd�n divino. Nunca el profeta sinti� m�s cansado la continuidad moral de las generaciones, los efectos persistentes e inerradicables del crimen. S�lo la fe en un Dios perdonador podr�a haberle permitido, con tal convicci�n de la inseparableidad del ayer y del ma�ana, divorciarse entre ellos, y darle la espalda al pasado, como representa esta miniatura, saludar al futuro como Emmanuel, hijo de promesa infinita.

De exponer y azotar el pasado, de probarlo corrupto y pre�ado de veneno para todo el futuro, Isa�as recurrir� a un solo vers�culo y nos dar� un futuro sin guerras, dolor ni fraude. Su eje es siempre el perd�n de Dios. Pero en ninguna parte su fe en esto es tan poderosa, su volverse contra ella tan r�pidamente, como en este per�odo del colapso de Jerusal�n, cuando, habiendo sentenciado a muerte al pueblo por su iniquidad- "Fue revelado a mis o�dos por Jehov� de los ej�rcitos: Seguramente esta iniquidad no ser� limpiada de vosotros hasta que mur�is, dice Jehov�, Jehov� de los ej�rcitos " Isa�as 22:14 -se da vuelta en su promesa de un poco antes- "Aunque tus pecados sean como escarlata, ser�n blancos como la nieve" -y para la penitencia del pueblo pronuncia en el �ltimo vers�culo del cap�tulo 33, una absoluci�n final: "El habitante ser� No digas: Estoy enfermo; el pueblo que habita all� ha sido perdonado de su iniquidad.

"Si el cap�tulo 33 es, como muchos piensan, el �ltimo or�culo de Isa�as, entonces tenemos la corona literal de todas sus profec�as en estas dos palabras: iniquidad perdonada. nuestro razonamiento a su fin; aunque tus pecados sean como escarlata, ser�n tan blancos como la nieve; aunque sean rojos como el carmes�, ser�n como lana. "Si el hombre ha de tener un futuro, esta debe ser la conclusi�n de todo su pasado.

Pero el car�cter absoluto del perd�n de Dios, hacer del pasado como si no hubiera sido, no es la �nica lecci�n que nos brinda la experiencia espiritual de Jerusal�n en ese terrible a�o del 701. El evangelio del perd�n de Isa�as es nada menos que esto: que cuando Dios perdona, se da a s� mismo. El nombre del futuro bendito, al que se ingresa mediante el perd�n, como en esa miniatura, un ni�o, es Emanuel: Dios con nosotros.

Y si es correcto que le debemos el Salmo cuadrag�simo sexto a estos meses cuando Asiria regres� sobre Jerusal�n, entonces vemos c�mo la ciudad, que hab�a abandonado a Dios, a�n puede cantar cuando es perdonada: "Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, una ayuda muy presente en medio de los problemas ". Y este evangelio del perd�n no es solo de Isa�as. Seg�n toda la Biblia, solo hay una cosa que separa al hombre de Dios: el pecado, y cuando el pecado se elimina, Dios no puede ser apartado del hombre.

Al dar perd�n al hombre, Dios le devuelve al hombre mismo. �Cu�n gloriosamente evidente se vuelve esta verdad en el Nuevo Testamento! Cristo, que es presentado ante nosotros como el Cordero de Dios, que lleva los pecados del mundo, tambi�n es Emanuel-Dios-con-nosotros. El sacramento, que sella claramente al creyente el valor del �nico sacrificio por el pecado, es el sacramento en el que el creyente se alimenta de Cristo y se apropia de �l. El pecador, que viene a Cristo, no solo recibe perd�n por amor de Cristo, sino que recibe a Cristo. El perd�n significa nada menos que esto: que al perdonar, Dios se da a s� mismo.

Pero si el perd�n significa todo esto, entonces caen por tierra las objeciones planteadas con frecuencia contra una transmisi�n tan incondicionada como la de Isa�as. Un perd�n de este tipo no puede ser injusto ni desmoralizador. Al contrario, vemos a Jerusal�n permoralizada por ella. Al principio, es cierto, abunda la sensaci�n de debilidad y miedo, como aprendemos de la narraci�n de los cap�tulos 36 y 37. Pero donde hab�a vanidad, imprudencia y desesperaci�n, dando paso a la disipaci�n, ahora hay humildad, disciplina. y un apoyo en Dios, que son conducidos a la confianza y al j�bilo.

La experiencia de Jerusal�n es solo otra prueba de que cualquier resultado moral es posible para un proceso tan grande como el regreso de Dios al alma. Horrible es la responsabilidad de quienes reciben tal Regalo y tal Invitado; pero la sensaci�n de ese horror es la atm�sfera, en la que la obediencia y la santidad y el valor que nace de ambos aman mejor para crecer. Se puede entender a hombres que se burlan de mensajes de perd�n tan incondicionados como el de Isa�as, que piensan que "no significan m�s que una pizarra en blanco.

"Tomado en este sentido, el evangelio del perd�n debe tener un sabor de muerte para muerte. Pero as� como Jerusal�n interpret� el mensaje de su perd�n en el sentido de que" Dios est� en medio de ella; ella no ser� conmovida ", y de inmediato la obediencia estaba en todo su coraz�n, y el valor en todas sus paredes, de modo que ni para nosotros puede ser in�til la forma neotestamentaria del mismo evangelio, que hace de nuestra alma perdonada la amiga de Dios, aceptada en el Amado, y nuestro cuerpo en su santo templo.

Sobre otro punto relacionado con el perd�n de los pecados, obtenemos instrucci�n de la experiencia de Jerusal�n. Un hombre tiene dificultad para cuadrar su sentido del perd�n con el regreso de sus viejas tentaciones y pruebas, con la hostilidad de la fortuna y con la inexorable naturaleza. La gracia le ha hablado a su coraz�n, pero la Providencia lo soporta m�s que nunca. El perd�n no cambia el exterior de la vida; no modifica inmediatamente los movimientos de la historia ni suspende las leyes de la naturaleza.

Aunque Dios ha perdonado a Jerusal�n, Asiria vuelve para sitiarla. Aunque el penitente est� verdaderamente reconciliado con Dios, los resultados constitucionales de su ca�da permanecen: la frecuencia de la tentaci�n, el poder del h�bito, el sesgo y la facilidad hacia abajo, las consecuencias f�sicas y sociales. El perd�n no cambia ninguna de estas cosas. No mantiene alejados a los asirios.

Pero si el perd�n significa el regreso de Dios al alma, entonces en esto tenemos el secreto del regreso del enemigo. Los hombres no pueden intentar ni desarrollar un sentido de lo primero excepto por su experiencia de lo segundo. Hemos visto por qu� Isa�as debe haber dado la bienvenida a la p�rfida reaparici�n de los asirios despu�s de haber ayudado a comprarlos. Nada podr�a probar mejor la sinceridad del arrepentimiento de Jerusal�n o reunir sus fuerzas disipadas.

Si los asirios no hubieran regresado, los jud�os no habr�an tenido pruebas experimentales de la presencia restaurada de Dios, y el gran milagro nunca habr�a ocurrido que son� a lo largo de la historia humana para siempre: un llamado de trompeta a la fe en el Dios de Israel. Y as� todav�a "el Se�or azota a todo hijo que recibe", porque quiere poner a prueba nuestra penitencia; porque �l disciplinar�a nuestros afectos desorganizados y dar�a a la conciencia y la voluntad una oportunidad de aniquilar la derrota por la victoria; porque �l nos bautizar�a con el bautismo m�s poderoso posible: la sensaci�n de ser confiables una vez m�s para enfrentar al enemigo en los campos de nuestra desgracia.

Por eso los asirios regresaron a Jerusal�n, y por eso las tentaciones y los castigos a�n persiguen al penitente y al perdonado.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Isaiah 22". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/isaiah-22.html.
 
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