Bible Commentaries
Isaías 23

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-18

CAPITULO XVIII

NEUM�TICO; O EL ESP�RITU MERCENARIO

702 a. C.

Isa�as 23:1

LA tarea, que se impuso a la religi�n de Israel mientras Isa�as era su profeta, fue la tarea, como nos hemos dicho a menudo, de enfrentar a las fuerzas del mundo y de explicar c�mo iban a ser llevados cautivos y contribuyentes a la religi�n. del Dios verdadero. Y ya hemos visto a Isa�as explicando la mayor de estas fuerzas: la asiria. Pero adem�s de Asiria, ese imperio militar, hab�a otro poder en el mundo, tambi�n nuevo para la experiencia de Israel y tambi�n en los d�as de Isa�as crecido lo suficiente como para exigir de la fe de Israel una explicaci�n y cr�tica.

Se trataba de Comercio, representado por los fenicios, con sus principales sedes en Tiro y Sid�n, y sus colonias al otro lado de los mares. Ni siquiera Egipto ejerci� tanta influencia en la generaci�n de Isa�as como Fenicia; y la influencia fenicia, aunque menos visible y dolorosa que la asiria, fue tanto m�s sutil y penetrante como en estos aspectos la influencia del comercio supera a la de la guerra. La propia Asiria estaba fascinada por las glorias del comercio fenicio.

La ambici�n de sus reyes, que en ese siglo hab�an empujado hacia el sur, hacia el Mediterr�neo, era fundar un imperio comercial. El esp�ritu mercenario, como aprendemos de los profetas anteriores a Isa�as, tambi�n hab�a comenzado a fermentar la vida de las tribus agr�colas y de pastores de Asia occidental. Para bien o para mal, el comercio se hab�a establecido como una fuerza moral en el mundo.

El cap�tulo de Isa�as sobre Tiro es, por tanto, de gran inter�s. Contiene la visi�n del comercio del profeta la primera vez que el comercio creci� lo suficiente como para impresionar la imaginaci�n de su pueblo, as� como una cr�tica del temperamento del comercio desde el punto de vista de la religi�n del Dios de justicia. Ya sea como estudio hist�rico o como mensaje, dirigido a los temperamentos mercantiles de nuestros d�as, el cap�tulo merece una atenci�n especial.

Pero primero debemos impresionarnos con el contraste absoluto entre Fenicia y Jud� en el asunto de la experiencia comercial, o no sentiremos toda la fuerza de esta excursi�n que el profeta de una alta tribu de pastores del interior hace entre los muelles y almacenes de la gran ciudad mercantil en el mar.

El imperio fenicio, se ha se�alado a menudo, presenta una analog�a muy cercana al de Gran Breta�a: pero a�n m�s enteramente que en el caso de Gran Breta�a, la gloria de ese imperio era la riqueza de su comercio y el car�cter de la gente. fue el resultado de sus h�bitos mercantiles. Una peque�a franja de tierra, de ciento cuarenta millas de largo y no m�s de quince de ancho, con el mar a un lado y las monta�as al otro, oblig� a sus habitantes a convertirse en mineros y marineros.

Los cerros aislaron la estrecha costa del continente al que pertenece y llevaron a las crecientes poblaciones a buscar su destino por el mar. Estos lo tomaron amablemente, porque ten�an el instinto nato de los semitas para comerciar. Plantar sus colonias en todo el Mediterr�neo, explotar todas las minas al alcance de la costa, establecer grandes dep�sitos comerciales tanto en el Nilo como en el �ufrates, con flotas que pasaron del Estrecho de Gibraltar al Atl�ntico y del Estrecho de Bab-el-Mandeb a En el Oc�ano �ndico, los fenicios construyeron un sistema de comercio, que no fue excedido en alcance o influencia hasta que, m�s de dos mil a�os despu�s, Portugal hizo el descubrimiento de Am�rica y logr� el paso del Cabo de Buena Esperanza.

Desde las costas de Gran Breta�a hasta las del noroeste de la India, y probablemente hasta Madagascar, fue el alcance del cr�dito y la moneda fenicios. Su comercio explot� cuencas fluviales tan distantes como las del Indo, el �ufrates, probablemente el Zambesi, el Nilo, el R�dano, el Guadalquivir. Construyeron barcos y puertos para los faraones y para Salom�n. Llevaron el arte egipcio y el conocimiento babil�nico al archipi�lago griego y trajeron de vuelta los metales de Espa�a y Gran Breta�a.

�No es de extra�ar que el profeta se entusiasme al contemplar la empresa fenicia! "Y sobre las grandes aguas la semilla de Shihor, la cosecha del Nilo, fue su ingreso; y ella fue el mercado de las naciones".

Pero tras el comercio, los fenicios hab�an construido un imperio. En casa, su vida pol�tica gozaba de la libertad, la energ�a y los recursos que les proporcionan los h�bitos de un extenso comercio con otros pueblos. La constituci�n de las distintas ciudades fenicias no fue, como a veces se supone, republicana, sino mon�rquica; y la tierra pertenec�a al rey. Sin embargo, el gran n�mero de familias ricas limit� a la vez el poder del trono y salv� a la rep�blica de depender de las fortunas de una sola dinast�a.

Las colonias en estrecha relaci�n con la madre patria aseguraron un imperio con su vida en mejor circulaci�n y con m�s reserva de poder que Egipto o Asiria. Tiro y Sid�n fueron derrocados con frecuencia, pero resurgieron con m�s frecuencia que las otras grandes ciudades de la antig�edad, y todav�a eran lugares de importancia cuando Babilonia y N�nive estaban en ruinas irreparables. Adem�s de sus familias nativas de riqueza e influencia real y sus florecientes colonias, cada una con su pr�ncipe, estos estados comerciales manten�an a los monarcas extranjeros a su sueldo y, a veces, determinaban el destino de una dinast�a. Isa�as titula a Tiro "el dador de coronas, el hacedor de reyes, cuyos comerciantes son pr�ncipes, y sus traficantes los honorables de la tierra".

Pero el comercio con resultados pol�ticos tan espl�ndidos tuvo un efecto maligno sobre el car�cter y el temperamento espiritual de la gente. Por los indiscriminados antiguos, los fenicios fueron elogiados como inventores; Se les ha atribuido los rudimentos de la mayor�a de las artes y las ciencias, del alfabeto y del dinero. Pero la investigaci�n moderna ha demostrado que ninguno de los muchos elementos de la civilizaci�n que introdujeron en Occidente fueron los autores reales.

Los fenicios eran simplemente portadores e intermediarios. En todos los tiempos no hay ning�n ejemplo de una naci�n tan dedicada a la compra y venta, que frecuentara incluso los campos de batalla del mundo para despojar a los muertos y comprar a los cautivos. La historia feninicia, aunque siempre debemos hacer justicia a la gente para recordar que tenemos su historia solo en fragmentos, ofrece pocos signos de conciencia de que hay cosas por las que una naci�n puede luchar por su propio bien, y no por el dinero que busca. traer.

El mundo, que otros pueblos, a�n en la reverencia de la juventud religiosa de la raza, consideraban casa de oraci�n, los fenicios ya lo hab�an convertido en cueva de ladrones. Traficaban incluso con los misterios y las inteligencias; y su propia religi�n es en gran parte una mezcla de las religiones de los otros pueblos con los que entraron en contacto. El esp�ritu nacional era venal y mercenario: el coraz�n de un asalariado o, como lo describe Isa�as con un nombre m�s b�sico, el coraz�n de "una ramera". No hay a lo largo de la historia una encarnaci�n m�s perfecta del esp�ritu mercenario que la naci�n fenicia.

Pasemos ahora a la experiencia de los jud�os, cuya fe tuvo que afrontar y dar cuenta de esta fuerza mundial.

La historia de los jud�os en Europa los ha identificado tanto con el comercio que nos resulta dif�cil imaginar a un jud�o libre de su esp�ritu o ignorante de sus m�todos. Pero el hecho es que en la �poca de Isa�as, Israel estaba tan poco familiarizado con el comercio como es posible que lo est� una naci�n civilizada. Israel era un territorio del interior. Hasta el reinado de Salom�n, el pueblo no ten�a ni marina ni puerto. Su tierra no era abundante en materiales para el comercio, casi no conten�a minerales y no produc�a una mayor cantidad de alimentos de los necesarios para el consumo de sus habitantes.

Es cierto que la ambici�n de Salom�n hab�a llevado al pueblo a las tentaciones del comercio. Estableci� ciudades comerciales, anex� puertos y contrat� una marina. Pero incluso entonces, y nuevamente en el reinado de Uz�as, que refleja gran parte de la gloria comercial de Salom�n, Israel comerciaba por diputados, y la masa del pueblo permanec�a inocente de h�bitos mercantiles. Quiz�s para los modernos, la prueba m�s impresionante de lo poco que Israel ten�a que ver con el comercio se encuentra en sus leyes de pr�stamos de dinero y de intereses.

La prohibici�n absoluta que Mois�s impuso al cobro de intereses s�lo pudo haber sido posible entre un pueblo con el comercio m�s insignificante. Para el mismo Isa�as, el comercio debi� parecerle extra�o. La vida humana, tal como la describe, se compone de guerra, pol�tica y agricultura; sus ideales para la sociedad son los del pastor y el agricultor. Los modernos no podemos disociar el bienestar futuro de la humanidad de los triunfos del comercio.

"Pues me sumerjo en el futuro, hasta donde alcanza la vista el ojo humano,

Vio la visi�n del mundo y toda la maravilla que ser�a;

Vi los cielos llenarse de comercio, argosies de velas m�gicas,

Pilotos del crep�sculo p�rpura, cayendo con costosas balas ".

Pero todo el futuro de Isa�as est� lleno de jardines y campos ajetreados, de irrigaci�n de r�os y canales: -

"Hasta que el Esp�ritu sea derramado sobre nosotros desde lo alto, y el desierto se convierta en campo f�rtil, y el campo f�rtil sea contado por bosque.

Bienaventurados vosotros, que sembr�is junto a todas las aguas, que enviar�is patas de buey y de asno ".

"Y �l dar� la lluvia de tu simiente, y sembrar�s la tierra con ella, y ma�z de pan, el fruto de la tierra; y ser� jugosa y gruesa; en aquel d�a tu ganado se apacentar� en pastos extensos".

�Imag�nense c�mo el comercio miraba a los ojos que se posaban con entusiasmo en escenas como estas! �Debe haber parecido arruinar el futuro, perturbar la regularidad de la vida con tal violencia que sacudi� la religi�n misma! Con todas nuestras convicciones de los beneficios del comercio, ni siquiera nosotros sentimos mayor pesar o alarma que cuando observamos la invasi�n de las rudas fuerzas del comercio de alg�n escenario de felicidad rural: ennegrecimiento del cielo, la tierra y el arroyo; creciente complejidad y enredo de la vida; enorme crecimiento de nuevos problemas y tentaciones; extra�os conocimientos, ambiciones y pasiones que palpitan por la vida y tensan el tejido de su simple constituci�n, como novedosas m�quinas, que sacuden el suelo y los fuertes muros, acostumbrados una vez a hacer eco s�lo de la simple m�sica de la rueda de molino y la tejedora. lanzadera.

Isa�as no temi� una invasi�n de Jud� por los h�bitos y las m�quinas del comercio. No hay ning�n presentimiento en este cap�tulo del d�a en que su propio pueblo tomar�a el lugar de los fenicios como las "rameras" comerciales del mundo, y un jud�o ser�a sin�nimo de usurero y "publicano". Sin embargo, podemos emplear nuestros sentimientos para imaginar los suyos y comprender lo que este profeta: sentado en el santuario de una tribu pastoril y agr�cola, con sus sencillas ofrendas de palomas, corderos y gavillas de ma�z, contando c�mo sus hogares, campos y Toda la manera r�stica de vida estaba sujeta al pensamiento de Dios, y tem�a y esperaba del vasto comercio de Fenicia, pregunt�ndose c�mo tambi�n deber�a ser santificada para Jehov�.

En primer lugar, Isa�as, como podr�amos haber esperado por su gran fe y amplia simpat�a, acepta y reconoce esta gran fuerza mundial. Su noble esp�ritu no muestra timidez ni celos ante �l. Ante su vista, �qu� inmaculada perspectiva se extiende! Sus descripciones dicen m�s de su aprecio de lo que habr�an hecho los elogios prolongados. Se entusiasma con la grandeza de Tiro; e incluso cuando profetiza que Asiria la destruir�, es con el sentimiento de que tal destrucci�n es realmente una profanaci�n, y como si viviera la gloria esencial en una gran empresa comercial.

Ciertamente, de tal esp�ritu tenemos mucho que aprender. �Cu�n a menudo la religi�n, al enfrentarse cara a cara con las nuevas fuerzas de una generaci�n - el comercio, la democracia o la ciencia - ha mostrado una timidez vil o unos celos m�s viles, y ha enfrentado las innovaciones con gritos de detracci�n o desesperaci�n! Isa�as lee una lecci�n a la Iglesia moderna con el esp�ritu preliminar con el que debe afrontar las nuevas experiencias de la Providencia.

Cualquiera que sea el juicio que se deba emitir despu�s, existe el deber inmediato de reconocer francamente la grandeza dondequiera que ocurra. Este es un principio esencial, cuyo olvido ha sufrido mucho la religi�n moderna. No se gana nada al intentar minimizar las nuevas salidas en la historia del mundo; pero todo se pierde si nos sentamos por miedo a ellos. Es un deber que tenemos para con nosotros mismos, y un culto que la Providencia nos exige, que apreciemos a rega�adientes cada magnitud cuya historia nos trae el conocimiento.

Es casi una tarea innecesaria aplicar el significado de Isa�as al comercio de nuestros d�as. Pero no perdamos su ejemplo en esto: que el derecho a criticar los h�bitos del comercio y la capacidad de criticarlos de manera sana se obtienen �nicamente mediante una apreciaci�n justa de la gloria y utilidad del comercio en todo el mundo. De nada sirve predicar contra el esp�ritu venal y las m�ltiples tentaciones y degradaciones del comercio, hasta que nos hayamos dado cuenta de lo indispensable del comercio y de su capacidad para disciplinar y exaltar a sus ministros.

The only way to correct the abuses of "the commercial spirit," against which many in our day are loud with indiscriminate rebuke, is to impress its victims, having first impressed yourself, with the opportunities and the ideals of commerce. A thing is great partly by its traditions and partly by its opportunities-partly by what it has accomplished and partly by the doors of serviceableness of which it holds the key.

Seg�n cualquiera de estos est�ndares, la magnitud del comercio es simplemente abrumadora. Habiendo descubierto las fuerzas mundiales, el comercio ha construido sobre ellas el m�s poderoso de nuestros imperios modernos. Sus exigencias imponen la paz; sus recursos son los tendones de la guerra. Si no siempre ha precedido a la religi�n y la ciencia en la conquista del globo, ha compartido con ellos sus triunfos. El comercio ha reformulado el mundo moderno, de modo que dif�cilmente pensamos en las viejas divisiones nacionales en las grandes clases sociales que han sido su creaci�n directa. El comercio determina las pol�ticas nacionales; sus mercados se encuentran entre las escuelas de estadistas; sus comerciantes son todav�a "pr�ncipes, y sus traficantes los honorables de la tierra".

Por lo tanto, que todos los comerciantes y sus aprendices crean: "Aqu� hay algo en lo que vale la pena poner nuestra virilidad, por lo que vale la pena vivir, no solo con nuestro cerebro o nuestros apetitos, sino con nuestra conciencia, con nuestra imaginaci�n, con toda la curiosidad y simpat�a de nuestra naturaleza. He aqu� una vocaci�n con sana disciplina, con esp�ritu libre, con inigualables oportunidades de servicio, con una dignidad ancestral y esencial.

"El reproche que se imagina tan ampliamente sobre el comercio es la reliquia de una �poca b�rbara. No lo toleres, porque bajo su sombra, como bajo otros desprecios artificiales y malsanos de la sociedad, pueden crecer esos temperamentos s�rdidos y serviles, que pronto hacen que los hombres merezcan el reproche que al principio se les arroj� injustamente. Disipe la influencia vil de este reproche levantando la imaginaci�n sobre la antig�edad y las oportunidades mundiales del comercio-comercio, "cuyo origen", como Isa�as tan finamente pone "es de tiempos antiguos; y sus pies la llevan lejos para peregrinar ".

Una apreciaci�n tan generosa de la grandeza del comercio no impide que Isa�as exponga el pecado y la degradaci�n que lo acosan.

La vocaci�n de un comerciante se diferencia de los dem�s en que no hay obligaci�n inherente ni instintiva en �l de fines superiores a los de la ganancia financiera, enfatizados en nuestros d�as en la restricci�n m�s peligrosa de la ganancia financiera inmediata. Por supuesto, ninguna profesi�n est� absolutamente libre del riesgo de esta servidumbre; pero otras profesiones ofrecen escapes, o al menos mitigaciones, que no son posibles casi en la misma medida en el comercio.

Artista, artesano, predicador y estadista tienen ideales que generalmente act�an en contra de la compulsi�n del lucro y tienden a crear una nobleza mental lo suficientemente fuerte como para desafiarlo. Han dado, por as� decirlo, rehenes de los ideales celestiales de belleza, erudici�n precisa o influencia moral, que no se atreven a arriesgar abandon�ndose a la b�squeda de ganancias. Pero la vocaci�n de un comerciante no est� as� salvaguardada.

No ofrece esas visiones, esas ocasiones de ser arrebatado a los cielos, que son las glorias inherentes a otras vidas. Los h�bitos del comercio hacen que este sea el primer pensamiento: no qu� cosas bellas son en s� mismas, no qu� son los hombres como hermanos, no qu� es la vida como disciplina de Dios, sino qu� cosas bellas, hombres y oportunidades valen para nosotros. y en estos tiempos lo que valen inmediatamente, medidos en dinero. En tal absorci�n, el arte, la humanidad, la moral y la religi�n se convierten en asuntos de creciente indiferencia.

A este esp�ritu, que trata a todas las cosas y a los hombres, altos o bajos, simplemente como asuntos de lucro, Isa�as le da un nombre muy feo. Lo llamamos esp�ritu mercenario o venal. Isa�as dice que es el esp�ritu de "la ramera".

La historia de Fenicia justific� sus palabras. Hoy la recordamos por nada que sea grande, por nada que sea original. No dej� arte ni literatura, y sus poblaciones, una vez valientes y h�biles, degeneraron hasta que las conocemos s�lo como tratantes de esclavos, proxenetas y prostitutas del imperio romano. Si deseamos encontrar la influencia de Fenicia en la religi�n del mundo, tenemos que buscarla entre los mitos griegos m�s sensuales y las pr�cticas abominables del culto corintio. Con tan terrible literalidad se cumpli� la maldici�n de ramera de Isa�as.

Lo que es cierto en Fenicia puede volverse cierto en Gran Breta�a, y lo que se ha visto a gran escala en una naci�n se ejemplifica todos los d�as en la vida de las personas. El hombre que est� completamente devorado por el celo de la ganancia no es mejor que lo que Isa�as llam� Tiro. Se ha prostituido a la codicia. Si d�a y noche nuestros pensamientos son provechosos, y el h�bito, tan f�cilmente engendrado en estos tiempos, de preguntarnos solamente: "�Qu� puedo hacer con esto?" Si se permite que crezca sobre nosotros, seguramente suceder� que se nos encuentre sacrificando, como los pobres desdichados, la m�s sagrada de nuestras dotes y afectos para obtener ganancias, degradando nuestra naturaleza a los pies del mundo por el bien del mundo. oro.

Una mujer sacrifica su pureza por una moneda y el mundo la echa fuera. Pero algunos que no quisieron tocarla han sacrificado honor, amor y compasi�n por el mismo salario b�sico, y a los ojos de Dios no son mejores que ella. �Ah, cu�nta necesidad hay de que estas normas audaces y brutales del profeta hebreo corrijan nuestras propias apreciaciones sociales err�neas!

�Ahora un enga�o muy vano sobre este tema! A menudo se imagina en nuestros d�as que si un hombre busca la expiaci�n del esp�ritu venal mediante el estudio del arte, la pr�ctica de la filantrop�a o el cultivo de la religi�n, seguramente la encontrar�. Esto es falso-plausible y se practica a menudo, pero completamente falso. A menos que un hombre vea y reverencia la belleza en el mismo taller y oficina de su negocio, a menos que sienta a quienes encuentra all�, sus empleados y clientes, como sus hermanos, a menos que mantenga sus m�todos comerciales libres de fraude y reconozca honestamente sus ganancias. como una confianza del Se�or, entonces ninguna cantidad de devoci�n a las bellas artes en otras partes, ni perseverancia en la filantrop�a, ni cari�o por la Iglesia evidenciado por suscripciones tan grandes, lo librar� del diablo de la mercenar�a.

Esta es una alegaci�n de coartada que no prevalecer� en el d�a del juicio. Solo est� viviendo una doble vida, de la cual su arte, filantrop�a o religi�n es la parte ocasional y diletante, sin tanta influencia en su car�cter como el otro, su vocaci�n y negocio, en el que todav�a sacrifica el amor para ganar. Su mundo real, el mundo en el que Dios lo puso, para comprar y vender de hecho, pero tambi�n para servir y glorificar a su Dios, lo est� tratando solo como un gran almac�n e intercambio.

Y tanto es as� en la actualidad, a pesar de todo el culto al arte y a la religi�n que est� de moda en los c�rculos mercantiles, que no vamos demasiado lejos cuando decimos que si Jes�s fuera ahora a visitar nuestros grandes mercados y f�bricas, en las que la estrecha relaci�n de muchas personas humanas hace que las oportunidades de servicio y testimonio a Dios sean tan frecuentes, azotaba a los hombres de ellas, como azotaba a los traficantes del templo, porque hab�an olvidado que aqu� estaba la casa de su Padre. casa, donde sus hermanos ten�an que ser pose�dos y ayudados, y la gloria de su Padre revelada al mundo.

Por supuesto, una naci�n con tal esp�ritu estaba condenada a la destrucci�n. Isa�as predice la absoluta desaparici�n de Tiro de la atenci�n del mundo. "Tiro ser� olvidada setenta a�os. Entonces", como una pobre desgraciada cuyo d�a de belleza ha pasado, en vano practicar� sus viejos anuncios sobre los hombres. Despu�s del fin de los setenta a�os ser� para Tiro como en el c�ntico de la ramera: Toma arpa, anda por la ciudad, ramera olvidada; haz melod�as dulces, canta muchos c�nticos, para que se te recuerde. "

Pero el comercio es esencial para el mundo. Tiro debe revivir; y el profeta la ve revivir como ministra de religi�n, proveedora de la comida de los siervos del Se�or y de los accesorios de su adoraci�n. Hay que confesar que no nos sorprende un poco cuando vemos que Isa�as contin�a aplicando a Commerce su met�fora de una ramera, incluso despu�s de que Commerce se haya puesto al servicio de la religi�n verdadera.

�l habla de que su salario se dedic� a Jehov�, de la misma manera que los de ciertas mujeres notorias de los templos paganos se dedicaron al �dolo del templo. Esto incluso va en contra de las direcciones de la ley mosaica. Isa�as, sin embargo, era poeta; y en sus vuelos no debemos esperar que lleve toda la Ley sobre su espalda. Era un poeta, y probablemente ninguna analog�a hubiera atra�do m�s v�vidamente a su audiencia oriental. Ser�a una tonter�a permitir que nuestro prejuicio natural contra lo que podemos sentir como lo insalubre de la met�fora nos cegue a la magnificencia del pensamiento que �l reviste en ella.

Todo esto es otra prueba de la cordura y visi�n lejana de nuestro profeta. Una vez m�s, encontramos que su convicci�n de que el juicio est� por llegar no enferma su esp�ritu ni turba su ojo para las cosas bellas y provechosas del mundo. El comercio, con todas sus faltas, es esencial y debe perdurar, es m�s, demostrar� en los d�as venideros el ministro m�s provechoso de la religi�n. La generosidad y sabidur�a de este pasaje resultan m�s sorprendentes cuando recordamos el extremo de la denuncia incondicional a la que otros grandes maestros de religi�n se han dejado arrojar por su rabia contra los pecados del oficio.

Pero Isa�as, en el sentido m�s amplio de la expresi�n, es un hombre del mundo, un hombre del mundo porque Dios hizo el mundo y lo gobierna. Sin embargo, incluso desde su vista lejana se ocultaba hasta qu� punto en los �ltimos d�as Comercio llevar�a sus servicios al hombre y a Dios, demostrando, como lo ha hecho, bajo la bandera de otra Fenicia, en toda la extensi�n del anhelo de Isa�as, uno de los de la religi�n. siervas m�s sinceras y rentables.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Isaiah 23". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/isaiah-23.html.