Bible Commentaries
Isaías 3

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-26

CAPITULO DOS

LAS TRES JERUSALEMAS

740-735 a. C.

Isa�as 2:1 ; Isa�as 3:1 ; Isa�as 4:1

DESPU�S de la introducci�n general, en el cap�tulo 1, de las profec�as de Isa�as, aparece otra porci�n del libro, de mayor extensi�n, pero casi tan distinta como la primera. Cubre cuatro cap�tulos, del segundo al sexto, todos ellos que datan del mismo per�odo m�s temprano del ministerio de Isa�as, antes del 735 aC Tratan exactamente los mismos temas, pero difieren mucho. Una secci�n (Cap�tulos 2-4.

) consta de una serie de declaraciones breves, evidentemente no todas pronunciadas al mismo tiempo, porque est�n en conflicto entre s�, una serie de profec�as consecutivas, que probablemente representan las etapas de convicci�n por las que pas� Isa�as en su aprendizaje prof�tico; una segunda secci�n (cap�tulo 5) es una repetici�n cuidadosa y art�stica, en par�bola y oraci�n, de las verdades que ha alcanzado as�; mientras que una tercera secci�n (cap�tulo 6) es narrativa, probablemente escrita posteriormente a las dos primeras, pero describiendo una inspiraci�n y una llamada oficial, que debe haber precedido a ambas.

Cuanto m�s se examinan los cap�tulos 2-6 y se descubre que expresan las mismas verdades en diferentes formas, m�s se confirma una visi�n de ellas como �sta, que, se cree, justificar� la siguiente exposici�n. Los cap�tulos 5 y 6 son ap�ndices gemelos del largo resumen en 2-4: el cap�tulo 5 una reivindicaci�n p�blica y la aplicaci�n de los resultados de ese resumen, el cap�tulo 6 una reivindicaci�n privada al coraz�n del profeta de las mismas verdades, por un regreso a el momento secreto de su inspiraci�n original. Podemos asignar 735 a. C., justo antes o inmediatamente despu�s de la adhesi�n de Acaz, como la fecha de la �ltima de estas profec�as. El siguiente es su escenario hist�rico.

Durante m�s de medio siglo, el reino de Jud�, bajo dos monarcas poderosos y justos, hab�a disfrutado de la mayor prosperidad. Uz�as fortaleci� las fronteras, extendi� la supremac�a e increment� enormemente los recursos de su peque�o Estado, que, es bueno recordarlo, no ten�a en su propio tama�o m�s de tres condados escoceses promedio. �l recuper� para Jud� el puerto de Ela en el Mar Rojo, construy� una armada y restaur� el comercio con el Lejano Oriente, que comenz� Salom�n.

Venci�, en la batalla o por el mero terror de su nombre, a las naciones vecinas: los filisteos que habitaban en las ciudades y las tribus errantes de los �rabes del desierto. Los amonitas le llevaron regalos. Con las riquezas que Oriente, mediante tributos o mediante el comercio, vert�a en su peque�o principado, Uz�as fortific� sus fronteras y su capital, emprendi� grandes obras de agricultura e irrigaci�n, organiz� un poderoso ej�rcito permanente y lo suministr� con una artiller�a de asedio capaz de lanzar honda. flechas y piedras.

"Su nombre se difundi� muy lejos, porque fue maravillosamente ayudado hasta que se hizo fuerte". Su hijo Jotam (740-735 a. C.) continu� la pol�tica de su padre con casi todo el �xito de su padre. Construy� ciudades y castillos, sofoc� una rebeli�n entre sus afluentes e hizo que sus riquezas fluyeran a�n m�s r�pido hacia Jerusal�n. Pero mientras Jotam leg� a su pa�s una defensa segura y una gran riqueza, y a su pueblo un esp�ritu fuerte y prestigio entre las naciones, dej� otro legado, que les quit� su valor: el hijo que lo sucedi�.

En 735 muri� Jotam y Acaz se convirti� en rey. Era muy joven y subi� al trono desde el hareem. Llev� a la direcci�n del gobierno la voluntad petulante de un ni�o mimado, la mente de una mujer intrigante y supersticiosa. Fue cuando la pol�tica nacional sinti� la par�lisis consecuente que Isa�as public� al menos la parte posterior de las profec�as ahora marcadas como los cap�tulos 2-4 de su libro. "Pueblo m�o", grita, "pueblo m�o. Los ni�os son sus opresores, y las mujeres los dominan. Pueblo m�o, los que te conducen te hacen errar, y destruyen el camino de tus sendas".

Isa�as hab�a nacido en la floreciente naci�n mientras Uz�as era rey. Los grandes acontecimientos del reinado de ese monarca fueron su educaci�n, las esperanzas a�n m�s grandes que provocaron la pasi�n de su fantas�a virginal. Debe haber absorbido como el mismo temperamento de su juventud esta conciencia nacional que se hinch� con tanto orgullo en Jud� bajo Uz�as. Pero la ascensi�n de un rey como Acaz, aunque seguramente desatar�a las pasiones y las locuras fomentadas por un per�odo de r�pido aumento en el lujo, no pod�a dejar de brindar a los enemigos de Jud� la oportunidad largamente postergada de atacarla.

Fue una hora tanto de la manifestaci�n del pecado como del juicio del pecado, una hora en la que, mientras la majestad de Jud�, sostenida a trav�s de dos grandes reinados, estaba a punto de desaparecer en las locuras de un tercero, la majestad del Dios de Jud�. deber�a ser m�s notorio que nunca. Isa�as hab�a sido consciente de esto en privado, como veremos, durante cinco a�os. "En el a�o en que muri� el rey Uz�as" (740), el joven jud�o "vio al Se�or sentado en un trono alto y sublime.

"Sorprendido en la conciencia prof�tica por el terrible contraste entre una majestad terrenal que durante tanto tiempo hab�a fascinado a los hombres, pero que ahora se hund�a en la tumba de un leproso, y la celestial, que se elevaba soberana y eternamente por encima de ella, Isa�as hab�a pasado a recibir la convicci�n de su pueblo. Con el ascenso de Acaz, cinco a�os m�s tarde, su propia experiencia pol�tica se desarroll� tanto que le permiti� expresar en sus efectos hist�ricos exactos los terribles principios de los que hab�a recibido un presentimiento cuando Uz�as muri�. en los cap�tulos 2-4 hay un relato de la lucha de su mente hacia esta expresi�n, es el resumen, como ya dijimos, del aprendizaje de Isa�as.

"La palabra que vio Isa�as, hijo de Amoz, acerca de Jud� y Jerusal�n". No sabemos nada de la familia de Isa�as ni de los detalles de su crianza. Era miembro de alguna familia de Jerusal�n y estaba en �ntimas relaciones con la Corte. Se ha cre�do que era de sangre real, pero poco importa si esto es cierto o no. Un esp�ritu tan sabio y magistral como el suyo no necesitaba un rango social para adaptarse a esa intimidad con los pr�ncipes que sin duda ha sugerido la leyenda de su ascendencia real.

Lo que importa es la ciudadan�a de Isa�as en Jerusal�n, porque esto colorea toda su profec�a. M�s que Atenas a Dem�stenes, Roma a Juvenal, Florencia a Dante, es Jerusal�n a Isa�as. Ella es su mirada inmediata y �ltima, el centro y retorno de todos sus pensamientos, la bisagra de la historia de su tiempo, lo �nico que vale la pena preservar en medio de sus desastres, la cumbre de esas brillantes esperanzas con las que colma el futuro.

Nos ha trazado los rasgos principales de su cargo y algunas de las l�neas de su construcci�n, muchas de las grandes figuras de sus calles, las modas de sus mujeres, la llegada de las embajadas, el efecto de los rumores. Ha pintado su aspecto en triunfo, asedio, hambre y terremoto; la guerra llenando sus valles con carros, y nuevamente la naturaleza arrastrando mareas de fecundidad hasta sus puertas; sus estados de �nimo de adoraci�n, p�nico y libertinaje, hasta que los vemos a todos tan claramente como la sombra que sigue al sol, y la brisa, la brisa, a trav�s de los campos de ma�z de nuestros propios veranos.

Si toma una observaci�n m�s amplia de la humanidad, Jerusal�n es su torre de vigilancia. Es por su defensa que �l lucha durante cincuenta a�os de habilidad pol�tica, y se puede decir que toda su profec�a sufre dolores de parto por su nuevo nacimiento. �l nunca se alej� de sus muros, pero ni siquiera los salmos de los cautivos junto a los r�os de Babilonia, con el deseo del destierro sobre ellos, exhiben m�s belleza y patetismo que los lamentos que Isa�as derram� sobre los sufrimientos de Jerusal�n o las visiones en las que �l describi� su futura solemnidad y paz.

No es de extra�ar, por tanto, que encontremos las primeras profec�as de Isa�as dirigidas a su ciudad madre: "La palabra que vio Isa�as, hijo de Amoz, acerca de Jud� y Jerusal�n". Hay poco acerca de Jud� en estos cap�tulos: el pa�s no forma m�s que una franja de la capital.

Sin embargo, antes de examinar el tema de la profec�a, es necesaria una breve digresi�n sobre la forma en que se nos presenta. No es una composici�n o argumento razonado lo que tenemos aqu�; es una visi�n, es la palabra que vio Isa�as. La expresi�n es vaga, a menudo abusada y necesita ser definida. La visi�n no se emplea aqu� para expresar ninguna exhibici�n m�gica ante los ojos del profeta de las mismas palabras que iba a hablar a la gente, o cualquier comunicaci�n a sus pensamientos por medio del sue�o o el �xtasis.

Son cualidades superiores de "visi�n" que se despliegan en estos cap�tulos. En primer lugar, est� el poder de formar un ideal, de ver y describir una cosa en el cumplimiento de toda la promesa que hay en ella. Pero estas profec�as son mucho m�s notables para otros dos poderes de visi�n interior, a los que damos los nombres de percepci�n e intuici�n: percepci�n del car�cter humano, intuici�n de los principios divinos, "conocimiento claro de lo que es el hombre y c�mo actuar� Dios". una aguda discriminaci�n del estado actual de las cosas en Jud� y una convicci�n irracional de la verdad moral y la voluntad divina.

El significado original de la palabra hebrea saw, que se usa en el t�tulo de esta serie, es dividir o dividir; luego, para ver dentro, para ver a trav�s, para adentrarse debajo de la superficie de las cosas y descubrir su verdadera naturaleza. Y lo que caracteriza a la mayor parte de estas visiones es la penetraci�n, la agudeza de un hombre que no se deja enga�ar por un espect�culo exterior que se deleita en soportar nuestro desprecio, pero que tiene conciencia del valor interior de las cosas y de su futuro. Consecuencias. Poner �nfasis en el significado moral de la visi�n del profeta no es resentir, sino enfatizar su inspiraci�n de Dios.

Isa�as mismo estaba seguro de esa inspiraci�n. Fue el Esp�ritu de Dios el que le permiti� ver con tanta claridad; porque ve�a las cosas con atenci�n, netas s�lo como los hombres cuentan con agudeza moral, sino como Dios mismo las ve, en su valor a sus ojos y en su atractivo para su amor y piedad. En esta profec�a aparece una expresi�n sorprendente "los ojos de la gloria de Dios". Era la visi�n del Todopoderoso Investigador y Juez, ardiendo a trav�s de la simulaci�n del hombre, con la que el profeta se sinti� dotado.

Este fue entonces el segundo elemento de su visi�n: penetrar en los corazones de los hombres como Dios mismo los penetr�, y constantemente, sin entrecerrar los ojos ni empa�arlos, para ver el bien del mal en su eterna diferencia. Y el tercer elemento es la intuici�n de la voluntad de Dios, la percepci�n de qu� l�nea de acci�n tomar�. Este �ltimo, por supuesto, forma la prerrogativa distintiva de la profec�a hebrea, ese poder de visi�n que es su cl�max; siendo clara la situaci�n moral, para ver c�mo actuar� Dios al respecto.

Bajo estos tres poderes de visi�n, Jerusal�n, la ciudad del profeta, se nos presenta: Jerusal�n en tres luces, en realidad tres Jerusal�n. Primero, se muestra Isa�as 2:2 una visi�n de la ciudad ideal, Jerusal�n idealizada y glorificada. Luego viene Isa�as 2:6 - Isa�as 4:1 una imagen muy realista, una imagen de la Jerusal�n actual.

Y por �ltimo, al final de la profec�a Isa�as 4:2 , tenemos una visi�n de Jerusal�n como ser� despu�s de que Dios la haya tomado de la mano, muy diferente del ideal con el que comenz� el profeta. Aqu� hay tres motivos sucesivos o fases de la profec�a, que, como hemos dicho, con toda probabilidad resumen el ministerio temprano de Isa�as, y nos lo presentan primero, como el idealista o visionario; segundo, como realista o cr�tico; y tercero, como el profeta apropiado o revelador de la voluntad real de Dios.

I. EL IDEALISTA

Isa�as 2:1

Todos los hombres que han demostrado a nuestra raza lo grandes que son posibles se han inspirado en so�ar con lo imposible. Los reformadores, que al morir estaban contentos de haber vivido para el avance de algunos de sus semejantes, empezaron por creerse capaces de levantar al mundo entero de una vez. Isa�as no fue una excepci�n a esta moda humana. Su primera visi�n fue la de una utop�a, y su primera creencia de que sus compatriotas la realizar�an de inmediato.

�l nos presenta una imagen grandiosa de una vasta mancomunidad con centro en Jerusal�n. Algunos piensan que lo tom� prestado de un profeta mayor; Micah tambi�n lo tiene; puede haber sido el ideal de la �poca. Pero, en cualquier caso, si no vamos a tomar Isa�as 2:5 con desprecio, Isa�as lo acept� como suyo. �Y suceder� en los �ltimos d�as, que el monte de la casa del Se�or ser� establecido en la cumbre de los montes, y exaltado sobre los collados, y todas las naciones fluir�n a �l.

"La propia Jerusal�n del profeta ser� la luz del mundo, la escuela y el templo de la tierra, la sede del juicio del Se�or, cuando �l reine sobre las naciones, y toda la humanidad morar� en paz debajo de �l. Es un destino glorioso, y como su luz brilla desde el horizonte lejano, los �ltimos d�as, en los que el profeta lo ve, �qu� maravilla que est� pose�do y grite en voz alta: "Oh casa de Jacob, venid y caminemos! �a la luz del Se�or! �. Al coraz�n esperanzado del joven profeta le parece como si ese ideal se hiciera realidad de inmediato, como si por su propia palabra pudiera llevar a su pueblo a su cumplimiento.

Pero eso es imposible, y eso lo percibe Isa�as en cuanto se vuelve del lejano horizonte a la ciudad que tiene a sus pies, en cuanto deja solo el ma�ana y afronta el hoy. Los siguientes vers�culos del cap�tulo, desde Isa�as 2:6 adelante, contrastan fuertemente con los que han descrito el ideal de Israel. All�, Si�n est� llena de la ley y Jerusal�n de la palabra del Se�or, la �nica religi�n que fluye desde este centro del mundo.

Aqu�, en la Jerusal�n actual, han tra�do todo tipo de adoraci�n extranjera y profetas paganos; "Se han llenado de Oriente, y son adivinos como los filisteos, y se dan la mano a los hijos de extra�os". All� todas las naciones vienen a adorar en Jerusal�n; aqu� su pensamiento y su fe se esparcen sobre las idolatr�as de todas las naciones. La Jerusal�n ideal est� llena de bendiciones espirituales; lo real, del bot�n del comercio.

All�, las espadas se convierten en rejas de arado y el. lanzas en podaderas; aqu� hay vastos y novedosos armamentos, caballos y carros. All� solo se adora al Se�or; aqu� la ciudad est� llena de �dolos. La verdadera Jerusal�n no podr�a ser m�s diferente del ideal, ni sus habitantes como son de lo que el profeta les hab�a llamado confiadamente.

II. El realista

Isa�as 2:6 - Isa�as 4:1

Por lo tanto, la actitud y el tono de Isa�as cambian repentinamente. El visionario se vuelve realista, el entusiasta un c�nico, el vidente de la gloriosa ciudad de Dios, el profeta del juicio de Dios. El retroceso es absoluto en estilo, temperamento y pensamiento, hasta las mismas figuras ret�ricas que usa. Antes, Isa�as hab�a visto, por as� decirlo, un proceso de elevaci�n en acci�n, "Jerusal�n en la cima de las monta�as y exaltada sobre las colinas.

"Ahora no ve m�s que depresi�n". Porque el d�a de Jehov� de los ej�rcitos vendr� sobre todo soberbio y soberbio, sobre todo enaltecido y abatido, y s�lo Jehov� ser� exaltado en Ese d�a. "Nada en la gran civilizaci�n, que �l hab�a glorificado anteriormente, es digno de preservar. Las altas torres, muros cercados, barcos de Tarsis, tesoros y armaduras todos deben perecer; incluso las colinas levantadas por su imaginaci�n ser�n hundidas, y "el Se�or solo sea exaltado en ese d�a.

"Este retroceso llega a su extremo en el �ltimo vers�culo del cap�tulo. El profeta, que hab�a cre�do tanto en el hombre como para pensar que era posible una comunidad inmediata de naciones, cree ahora tan poco en el hombre que no lo considera digno de ser preservado": Dejaos del hombre, cuyo aliento est� en su nariz; porque �en qu� se le tendr� en cuenta? "

A esta denuncia general se adjuntan algunas descripciones sat�ricas, en el tercer cap�tulo, de la anarqu�a a la que la sociedad de Jerusal�n se est� reduciendo r�pidamente bajo su rey infantil y afeminado. El desprecio de estos pasajes es mordaz; "los ojos de la gloria de Dios" arden a trav�s de cada rango, moda y adorno de la ciudad. El rey y la corte no se libran; los ancianos y los pr�ncipes son rigurosamente denunciados.

Pero, con mucho, el esfuerzo m�s sorprendente de la osad�a del profeta es su predicci�n del derrocamiento de la propia Jerusal�n ( Isa�as 3:8 ). Lo que le cost� a Isa�as pronunciarlo y a la gente o�rlo, s�lo lo podemos medir en parte. A su apasionado patriotismo debi� de parecerle una traici�n, al ciego optimismo de la religi�n popular sin duda le pareci� la herej�a m�s atroz: afirmar que la ciudad santa, inviolada y casi sin amenazas desde el d�a en que David le trajo el arca del Se�or , y destinada por la voz de sus profetas, incluido el mismo Isa�as, a establecerse en las cimas de las monta�as, ahora se arruinar�a.

Pero la conciencia de Isa�as vence su sentido de coherencia, y el que acaba de proclamar la gloria eterna de Jerusal�n es provocado por el conocimiento de los pecados de sus ciudadanos para recordar sus palabras e insinuar su destrucci�n. Pudo haber sido que Isa�as se anim� en parte a una amenaza tan nueva, por su conocimiento de los preparativos que Siria e Israel ya estaban haciendo para la invasi�n de Jud�.

La perspectiva de Jerusal�n, como centro de un vasto imperio sometido a Jehov�, por muy natural que fuera bajo un gobernante exitoso como Uz�as, se volvi�, por supuesto, irreal cuando cada uno de los tributarios de Uz�as y Jotam se rebelaron contra su sucesor, Acaz. . Pero Isa�as no nos dice nada de estos movimientos externos. Est� completamente absorto en el pecado de Jud�. Es su creciente conocimiento de la corrupci�n de sus compatriotas lo que le ha dado la espalda a la ciudad ideal de su ministerio inicial y lo ha convertido en un profeta de la ruina de Jerusal�n.

"Su lengua y sus obras son contra el Se�or, para provocar los ojos de su gloria". Juez, profeta y anciano, todos los rangos superiores y gu�as �tiles del pueblo, deben perecer. Es un signo de la degradaci�n a la que se ver� reducida la sociedad, cuando Isa�as, con agudo sarcasmo, imagina a la gente desesperada eligiendo a cierto hombre para que sea su gobernante porque solo �l tiene un abrigo a la espalda. Isa�as 3:6

Con mayor desprecio, Isa�as se vuelve finalmente hacia las mujeres de Jerusal�n, Isa�as 3:16 ; Isa�as 4:1 y aqu� quiz�s el cambio que ha pasado sobre �l desde su profec�a inicial es m�s sorprendente. A uno le gusta pensar en c�mo los ciudadanos de Jerusal�n tomaron esta alteraci�n en el temperamento de su profeta.

Sabemos cu�n popular debe haber sido una profec�a tan optimista como la del monte de la casa del Se�or, y podemos imaginar c�mo los hombres y las mujeres amaban el rostro joven, resplandeciente con una luz lejana, y el sue�o de un ideal que no ten�a pelea con el presente. "Pero qu� cambio es este que se ha apoderado de �l, que no habla del ma�ana, sino del hoy, que ha llevado su mirada desde esos horizontes lejanos a nuestras calles, que mira a todos a la cara, Isa�as 3:9y hace que las mujeres sientan que ni alfileres ni adornos, ni anillos ni brazaletes escapan a su atenci�n. �Nuestro amado profeta se ha convertido en un escarnecedor insolente! "�Ah, hombres y mujeres de Jerusal�n, tengan cuidado con esos ojos!" La gloria de Dios "arde en ellos; los ven de cabo a rabo, y nos dicen que todas sus armaduras y la "apariencia de tu rostro", y tus modas extranjeras son como nada, porque abajo hay corazones corruptos.

Este es tu juicio, que "en lugar de especias dulces habr� podredumbre, y en lugar de un cinto una soga, y en lugar de un cabello bien arreglado, calvicie, y en lugar de un estomago un ce�idor de cilicio, y marcas en lugar de belleza. Los hombres caer�n a espada, y tus valientes en la guerra. Y sus puertas se lamentar�n y se lamentar�n, y ella ser� desolada y se sentar� en tierra ".

Este fue el cl�max del juicio del profeta. Si la sal pierde su sabor, �con qu� ser� salada? De ah� en adelante no sirve para nada m�s que para ser arrojado y pisoteado. Si las mujeres son corruptas, el estado est� moribundo.

III. EL PROFETA DEL SE�OR

Isa�as 4:2

Entonces, �no hay esperanza para Jerusal�n? S�, pero no donde el profeta lo busc� al principio, en s� misma, y ??no en la forma en que lo ofreci�, por la mera presentaci�n de un ideal. Hay esperanza, hay m�s; hay cierta salvaci�n en el Se�or, pero solo viene despu�s del juicio. Comparemos esa imagen inicial de la nueva Jerusal�n con esta imagen final, y encontraremos que su diferencia radica en dos cosas.

All� la ciudad es m�s prominente que el Se�or, aqu� el Se�or es m�s prominente que la ciudad; no hay palabra de juicio, aqu� el juicio se enfatiza severamente como el camino indispensable hacia el futuro bendito. Un sentido m�s v�vido de la Persona de Jehov� mismo, una profunda convicci�n de la necesidad del castigo: esto es lo que Isa�as ha ganado durante su ministerio inicial, sin perder la esperanza ni el coraz�n por el futuro.

La bienaventuranza vendr� s�lo cuando el Se�or "haya lavado la inmundicia de las hijas de Sion, y haya limpiado la sangre de Jerusal�n de en medio de ella con esp�ritu de juicio y esp�ritu de quema". Es un corolario de todo esto que los participantes de ese futuro ser�n muchos menos que en la primera visi�n del profeta. El proceso del juicio debe eliminar a los hombres, y en lugar de que todas las naciones vengan a Jerusal�n para compartir su paz y gloria, el profeta ahora solo puede hablar de Israel, y solo de un remanente de Israel.

"Los que escaparon de Israel, los que quedaron en Sion, y el que qued� en Jerusal�n". Este es un gran cambio en el ideal de Isa�as, desde la supremac�a de Israel sobre todas las naciones hasta la mera supervivencia de un resto de su pueblo.

�No hay en esta triple visi�n un paralelo y un ejemplo para nuestra propia civilizaci�n y nuestros pensamientos sobre ella? Todo el trabajo y la sabidur�a comienzan en los sue�os. Debemos ver nuestras utop�as antes de comenzar a construir nuestras ciudades de piedra y cal.

"Se necesita un alma

Mover un cuerpo; se necesita un hombre de alma alta

Mover las masas incluso a un orzuelo m�s limpio;

Se necesita lo ideal para soplar un cent�metro por dentro

El polvo de lo real ".

Pero la luz de nuestros ideales cae sobre nosotros s�lo para mostrar cu�n pobres por naturaleza son los mortales que est�n llamados a realizarlos. El ideal se eleva todav�a como en Isa�as s�lo para exhibir la pobreza de lo real. Cuando levantamos nuestros ojos de las colinas de la visi�n y los apoyamos en nuestros semejantes, la esperanza y el entusiasmo desaparecen de nosotros. La decepci�n de Isa�as es la de todo aquel que baja la mirada de las nubes a las calles.

Sea nuestro ideal siempre tan deseable, aunque estemos tan persuadidos de su facilidad, en el momento en que intentemos aplicarlo seremos desenga�ados. La sociedad no se puede regenerar de una vez. Hay una expresi�n que Isa�as enfatiza en su momento de cinismo: "La apariencia de su rostro testifica contra ellos". Nos dice que cuando llam� a sus compatriotas para que se volvieran hacia la luz que levant� sobre ellos, no vio nada m�s que la exhibici�n de su pecado aclarada.

Cuando llevamos la luz a una caverna cuyos habitantes han perdido la vista por la oscuridad, la luz no les hace ver; tenemos que volver a darles ojos. Aun as�, ninguna visi�n o teor�a de un estado perfecto -el error que cometen todos los j�venes reformadores- puede regenerar la sociedad. Solo revelar� la corrupci�n social y enfermar� el coraz�n del reformador mismo. Porque la posesi�n de un gran ideal no significa, como muchos imaginan con cari�o, trabajo cumplido; significa trabajo revelado, trabajo revelado tan vasto, a menudo tan imposible, que la fe y la esperanza mueren, y el entusiasta del ayer se convierte en el c�nico del ma�ana.

"Dejaos del hombre, cuyo aliento est� en su nariz, porque �en qu� ha de ser contado?" En esta desesperaci�n, por la que debe pasar todo trabajador de Dios y del hombre, muchos corazones c�lidos se han enfriado, muchos intelectos se han paralizado. Solo hay una forma de escapar, y esa es la de Isa�as. Es creer en Dios mismo; es creer que �l est� obrando, que Sus prop�sitos para el hombre son prop�sitos salvadores, y que con �l hay una fuente inagotable de misericordia y virtud.

As�, del m�s negro pesimismo surgir� nueva esperanza y fe, como de debajo de los versos m�s oscuros de Isa�as ese pasaje glorioso repentinamente brota como una primavera incontrolable de los mismos pies del invierno. "Porque aquel d�a la fuente del Se�or ser� hermosa y gloriosa, y el fruto de la tierra ser� excelente y hermoso para los que escapan de Israel". Esto es todo lo que se puede decir. Debe haber un futuro para el hombre, porque Dios lo ama y Dios reina. Ese futuro solo se puede alcanzar mediante el juicio, porque Dios es justo.

Para decirlo de otra manera: todos los que vivimos para trabajar para nuestros semejantes o que esperamos elevarlos m�s alto con nuestra palabra comenzamos con nuestras propias visiones de un gran futuro. Estas visiones, aunque nuestra juventud les da una generosidad y un entusiasmo originales, son, como las de Isa�as, en gran parte tomadas prestadas. Los instintos progresivos de la �poca en que nacemos y los suaves cielos de la prosperidad se combinan con nuestro propio ardor para hacer de nuestro ideal uno de esplendor.

Persuadidos de su facilidad, recurrimos a la vida real para aplicarlo. Pasan algunos a�os. No solo encontramos a la humanidad demasiado obstinada para ser forzada en nuestros moldes, sino que gradualmente nos damos cuenta de Otro Molder trabajando en nuestro tema, y ??nos quedamos a un lado con asombro para observar Sus operaciones. Los deseos humanos y los ideales nacionales no siempre se cumplen; Las teor�as filos�ficas quedan desacreditadas por la evoluci�n de los hechos. Uz�as no reina para siempre; el cetro cae sobre Acaz: el progreso se detiene y el verano de la prosperidad llega a su fin.

Bajo cielos m�s opacos, el juicio sin oro aparece a la vista, cruel e inexorable, aplastando incluso los picos sobre los que construimos nuestro futuro, pero purificando a los hombres y dando tambi�n las ganas de un futuro mejor. Y as� la vida, que se burl� del control de nuestros d�biles dedos, se inclina gimiendo ante el peso de una Mano Todopoderosa. Dios tambi�n, percibimos cuando enfrentamos los hechos con honestidad, tiene su ideal para los hombres; y aunque trabaja tan lentamente hacia Su fin que nuestros ojos inquietos est�n demasiado impacientes para seguir Su orden, �l a�n revela todo lo que ser� al coraz�n humilde y al alma vac�a de sus propias visiones.

Asombrados y castigados, miramos hacia atr�s desde Su Presencia hacia nuestros viejos ideales. A�n podemos reconocer su grandeza y generosa esperanza para los hombres. Pero ahora vemos cu�n completamente desconectados est�n de los actuales castillos en el aire, sin escaleras desde la tierra. E incluso si fueran accesibles, a�n a nuestros ojos, purgados al contemplar los propios caminos de Dios, ya no parecer�an deseables. Mire hacia atr�s en el ideal temprano de Isa�as a la luz de su segunda visi�n del futuro.

A pesar de su grandeza, esa imagen de Jerusal�n no es del todo atractiva. �No tiene mucha arrogancia nacional? �No es s�lo el reflejo imperfectamente idealizado de una �poca de prosperidad material como la de Uz�as? El orgullo est� en ello, un falso optimismo, el mayor bien que se puede alcanzar sin conflicto moral. Pero aqu� est� el lenguaje de la piedad, el rescate con dificultad, el descanso s�lo despu�s de una dolorosa lucha y el despojo, la salvaci�n por el brazo desnudo de Dios.

As� que nuestra imaginaci�n para nuestro propio futuro o para el de la raza siempre contrasta con lo que �l mismo tiene reservado para nosotros, prometido libremente por Su gran gracia a nuestros corazones indignos, pero concedido al final solo a aquellos que pasan hacia �l. a trav�s de la disciplina, la tribulaci�n y el fuego.

Este, entonces, fue el aprendizaje de Isa�as, y su resultado neto fue dejarlo con el remanente para su ideal: el remanente y Jerusal�n asegurados como su punto de reuni�n.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Isaiah 3". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/isaiah-3.html.