Bible Commentaries
Isaías 6

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-13

CAPITULO IV

LLAMADO Y CONSAGRACI�N DE ISA�AS

740 a. C.

escrito 735? o 727?

Isa�as 6:1

Ya se ha se�alado que en el cap�tulo 6 no deber�amos encontrar otras verdades que las que se han desarrollado en los cap�tulos 2-5: el Se�or exaltado en justicia, la venida de un terrible juicio de �l sobre Jud� y la supervivencia de un desnudo remanente del pueblo. Pero el cap�tulo 6 trata los mismos temas con una diferencia. En los cap�tulos 2-4 aparecen gradualmente y se vuelven m�s claros en relaci�n con las circunstancias de la historia de Jud�; en el cap�tulo 5 se reivindican formal y ret�ricamente; en el cap�tulo 6 se nos lleva de regreso a los momentos secretos y solemnes de su primera inspiraci�n en el alma del profeta.

Cabe preguntarse por qu� el cap�tulo 6 es el �ltimo y no el primero de esta serie, y por qu� en una exposici�n que intenta abordar, en la medida de lo posible, cronol�gicamente las profec�as de Isa�as, su llamado no debe ser el tema del primer cap�tulo. La respuesta es simple y arroja un torrente de luz sobre el cap�tulo. Con toda probabilidad, el cap�tulo 6 fue escrito despu�s de sus predecesores, y lo que Isa�as ha puesto en �l no es solo lo que sucedi� en los primeros momentos de su vida prof�tica, sino que lo expres� y enfatiz� su experiencia desde entonces.

El car�cter ideal de la narraci�n y su fecha algunos a�os despu�s de los hechos que relata son ahora generalmente admitidos. Por supuesto, la narrativa es todo un hecho. Nadie creer� que �l, cuya mirada penetraba con tanta agudeza el car�cter de los hombres y los movimientos, mir� con ojos m�s oscuros en su propio coraz�n. Es el proceso espiritual por el que pas� el profeta antes de la apertura de su ministerio.

Pero es eso, desarrollado por la experiencia posterior y presentado en el lenguaje de la visi�n exterior. Isa�as hab�a sido profeta durante algunos a�os, el tiempo suficiente para dejar en claro que la profec�a no ser�a para �l lo que hab�a sido para sus predecesores en Israel, una serie de inspiraciones independientes y misiones ocasionales, con responsabilidades breves, pero una obra de por vida. una profesi�n y una carrera, con todo lo que esto significa aplazamiento, fracaso y fluctuaci�n del sentimiento popular.

El �xito no hab�a llegado tan r�pido como esperaba el profeta con su entusiasmo original, y su predicaci�n hab�a tenido poco efecto en la gente. Por lo tanto, volver�a al principio, se recordar�a a s� mismo aquello a lo que Dios realmente lo hab�a llamado, y reivindicar�a los resultados de su ministerio, del cual la gente se burlaba y su propio coraz�n a veces se enfermaba. En el cap�tulo 6, Isa�as act�a como su propio recordatorio.

Si tenemos en cuenta que este cap�tulo, que describe el llamado y la consagraci�n de Isa�as al oficio prof�tico, fue escrito por un hombre que sinti� que ese oficio era la carga de su vida, y que tuvo que explicar su naturaleza y reivindicar sus resultados a sus propios El alma, algo insegura, puede ser, de su inspiraci�n original, encontraremos luz sobre los aspectos del cap�tulo que, por lo dem�s, son los m�s oscuros.

I. LA VISION

( Isa�as 6:1 )

Entonces, varios a�os, Isa�as mira hacia atr�s y dice: "En el a�o en que muri� el rey Uz�as". Aqu� se da m�s de una fecha; se sugiere un gran contraste. La profec�a no es una cr�nica del tiempo, sino de las experiencias, y aqu� tenemos, como parece, la experiencia cardinal de la vida de un profeta.

Todos los hombres conoc�an ese glorioso reinado con el espantoso final: cincuenta a�os de realeza, y luego un lazarillo. No hab�a habido rey como �ste desde Salom�n; nunca, desde que el hijo de David puso a la reina de Saba en pie, el orgullo nacional nunca hab�a estado tan alto ni el sue�o de soberan�a de la naci�n hab�a tocado fronteras tan remotas. La admiraci�n del pueblo invisti� a Uz�as con todas las gracias del monarca ideal.

El cronista de Jud� nos dice "que Dios lo ayud� y lo hizo prosperar, y su nombre se extendi� por todas partes, y fue maravillosamente ayudado hasta que se hizo fuerte"; el de doble nombre: Azar�as, Jehov� su Ayudante; Uz�as, Jehov�-su-fuerza. C�mo esta gloria cay� sobre la imaginaci�n del futuro profeta, y la te�i� profundamente, podemos imaginarnos por esos maravillosos colores con los que en a�os posteriores pint� al rey en su hermosura.

Piense en el ni�o, el ni�o que iba a ser un Isa�as, el ni�o con los g�rmenes de esta gran profec�a en su coraz�n; piense en �l y en un h�roe como este para brillar sobre �l, y podemos concebir c�mo se abri� toda su naturaleza. bajo ese sol de la realeza y absorbi� su luz.

De repente, la gloria se eclips�, y Jerusal�n se enter� de que hab�a visto a su rey por �ltima vez: "El Se�or hiri� al rey de modo que qued� leproso hasta el d�a de su muerte, y habit� en una casa separada, y fue cortado fuera de la casa del Se�or ". Uz�as hab�a entrado en el templo e intent� con sus propias manos quemar incienso. Bajo una dispensaci�n posterior de libertad, habr�a sido aplaudido como un protestante valiente, reivindicando el derecho de todo adorador de Dios a acercarse a �l sin la intervenci�n de un sacerdocio especial.

Bajo la anterior dispensaci�n de la ley, su acto s�lo pod�a considerarse como un acto de presunci�n, la expresi�n de un temperamento mundano e irreverente, que ignoraba la distancia infinita entre Dios y el hombre. Fue seguido, como los pecados de obstinaci�n en la religi�n siempre fueron seguidos bajo el antiguo pacto, por un r�pido desastre. Uz�as sufri� como lo hicieron Sa�l, Uza, Nadab y Abi�. La ira con que estall� sobre los sacerdotes opositores provoc�, o hizo evidente, como se cree que en otros casos, un ataque de lepra. La mancha blanca se destac� inequ�vocamente en la frente sonrojada, y fue expulsado de la sien: "s�, �l mismo tambi�n se apresur� a salir".

Podemos imaginar c�mo tal juicio, cuya moraleja debe haber sido clara para todos, afect� al coraz�n m�s sensible de Jerusal�n. La imaginaci�n de Isa�as se oscureci�, pero nos dice que la crisis fue la emancipaci�n de su fe. "En el a�o en que muri� el rey Uz�as", es como si un velo se hubiera ca�do, y el profeta viera m�s all� de lo que hab�a escondido, "el Se�or sentado en un trono alto y sublime". Que no es una mera fecha que quiere decir Isa�as, sino un contraste espiritual que �l est� ansioso por inculcarnos, queda claro por su �nfasis en el rango y no en el nombre de Dios.

Es "el Se�or sentado en un trono, el Se�or" absolutamente, opuesto al pr�ncipe humano. La simple ant�tesis parece hablar de la desaparici�n del culto al h�roe del joven y el amanecer de su fe; y as� interpretado, este primer vers�culo del cap�tulo 6 es s�lo un resumen conciso de ese desarrollo de la experiencia religiosa que hemos rastreado a trav�s de los cap�tulos 2-4. �Isa�as hab�a estado alguna vez sujeto al temperamento religioso de su tiempo, al optimismo descuidado de un pueblo pr�spero y orgulloso, que entr� en sus servicios religiosos sin temor, "pisoteando los atrios del Se�or", y los us� como Uz�as, para sus propios intereses? honor, que sinti� la religi�n como una cosa f�cil, y descart� todos los pensamientos de juicio y sentimientos de penitencia, si alguna vez Isa�as hab�a estado sujeto a ese temperamento,

Y, como hemos visto, hay muchas razones para creer que Isa�as comparti� al principio la religi�n p�blica demasiado f�cil de su juventud. Esa visi�n temprana suya, Isa�as 2:2 el establecimiento de Israel a la cabeza de las naciones, que se alcanzar�a inmediatamente en su propia palabra Isa�as 5:5 y sin purificaci�n preliminar, no era simplemente una forma menos burda de la propia presunci�n religiosa del rey? El acto fatal de Uz�as fue la expresi�n del pecado que asediaba a su pueblo, y en ese pecado el mismo Isa�as hab�a sido part�cipe.

"Soy un hombre de labios inmundos, y habito en medio de un pueblo de labios inmundos". En la persona de su monarca, el temperamento de toda la naci�n jud�a hab�a llegado a juicio. Buscando el fin de la religi�n a su manera, e ignorando la manera que Dios hab�a designado, Uz�as, en el mismo momento de su insistencia, fue rechazado y marcado como inmundo. Los ojos del profeta se abrieron. El rey se hundi� en la tumba de un leproso, pero ante la visi�n de Isa�as se alz� la majestad divina en toda su altivez.

"Vi al Se�or alto y sublime". Ya sabemos lo que Isa�as quiere decir con estos t�rminos. Los ha usado de la supremac�a de Dios en justicia por encima de los bajos est�ndares morales de los hombres, de la ocupaci�n de Dios de un trono mucho m�s alto que el de la deidad nacional de Jud�, de la superioridad infinita de Dios a la identificaci�n vulgar de Israel de sus prop�sitos con su prosperidad material o Su honor con los compromisos de su pol�tica, y especialmente del asiento de Dios como su Juez sobre un pueblo, que buscaba en su religi�n s�lo la satisfacci�n de su orgullo y amor a la comodidad.

A partir de este contraste, toda la visi�n se expande de la siguiente manera.

Bajo la idea err�nea de que lo que Isa�as describe es el templo de Jerusal�n, se ha se�alado que el lugar de su visi�n es maravilloso en el caso de alguien que concede tan poca importancia al culto ceremonial. Sin embargo, esto a lo que nuestro profeta mira no es una casa construida con manos, sino el propio palacio celestial de Jehov� ( Isa�as 6:1 no el templo); s�lo Isa�as lo describe en t�rminos del templo de Jerusal�n, que era su s�mbolo.

Era natural que el templo proporcionara a Isa�as no solo el marco de su visi�n, sino tambi�n la plataforma desde la que lo vio. Porque fue en el templo donde se pec� el pecado de Uz�as y se vindic� sobre �l la santidad de Dios. Fue en el templo donde, cuando Isa�as contempl� la escrupulosa religiosidad de la gente, el contraste de eso con sus vidas malvadas lo golpe�, y lo resumi� en el epigrama "maldad y adoraci�n".

" Isa�as 1:13 Fue en el templo, en resumen, donde la conciencia del profeta se hab�a despertado m�s, y justo donde la conciencia est� m�s despierta se espera la visi�n de Dios. Muy probablemente fue mientras meditaba sobre el juicio de Uz�as. en el lugar de su ocurrencia, Isa�as contempl� su visi�n, pero a pesar de todo lo que la visi�n conten�a, el templo mismo era demasiado estrecho.

La verdad que iba a ser revelada a Isa�as, la santidad de Dios, exig�a un escenario m�s amplio y la ruptura de esos tabiques que, aunque hab�an sido dise�ados para imprimir la presencia de Dios en el adorador, solo hab�an logrado velarlo. Entonces, mientras el vidente mantiene su posici�n en el umbral del edificio terrenal, pronto para sentirlo mecerse bajo sus pies, mientras la alabanza del cielo estalla como un trueno en la tierra, y mientras su vecindario inmediato sigue siendo la misma casa familiar, todo el m�s all� es glorificado.

Se cae el velo del templo y todo lo que hay detr�s. No se ve ning�n arca ni propiciatorio, sino un trono y un atrio: el palacio de Dios en el cielo, como tambi�n lo tenemos representado en los Salmos und�cimo y vig�simo noveno. La presencia real est� en todas partes. Isa�as no describe ning�n rostro, solo una Presencia y una Sesi�n: "el Se�or sentado en un trono, y sus faldas llenaban el palacio".

"Sin rostro, solo la vista

De una prenda dulce vasta y blanca

Con un dobladillo que pude reconocer ".

Alrededor (no arriba, como en la versi�n en ingl�s) estaban alineados los cortesanos que revoloteaban, de qu� forma y apariencia no sabemos, excepto que velaron sus rostros y sus pies ante la terrible Santidad, todas las alas y la voz, perfecta disposici�n de alabanza. y servicio. El profeta los escuch� cantar en ant�fona, como los coros de sacerdotes del templo. Y un coro clam�: "Santo, santo, santo es el SE�OR de los ej�rcitos"; y el otro respondi�: "Toda la tierra est� llena de su gloria".

Es por el nombre familiar Jehov� de los ej�rcitos, el nombre propio del Dios nacional de Israel, que el profeta escucha a los coros del cielo dirigirse a la Presencia Divina. Pero lo que atribuyen a la Deidad es exactamente lo que Israel no atribuir�, y la revelaci�n que hacen de Su naturaleza es la contradicci�n de los pensamientos de Israel acerca de �l.

�Qu� es, en primer lugar, la santidad? Adjuntamos este t�rmino a un est�ndar definido de moralidad o una plenitud de car�cter inusualmente impresionante. En nuestra mente, est� asociado con fuerzas muy positivas, como el consuelo y la convicci�n, tal vez porque tomamos nuestras ideas al respecto de las operaciones activas del Esp�ritu Santo. La fuerza original del t�rmino santidad, sin embargo, no era positiva, sino negativa, y en todo el Antiguo Testamento, cualesquiera que sean las modificaciones que sufra su significado, conserva un sabor negativo.

La palabra hebrea para santidad surge de una ra�z que significa apartar, hacer distinto, poner a distancia. Cuando se describe a Dios como el Santo en el Antiguo Testamento, generalmente es con el prop�sito de apartarlo de alguna presunci�n de los hombres sobre Su majestad o de negar sus pensamientos indignos de �l. El Santo es el Incomparable: "�A qui�n, pues, me comparar�is para que sea igual a �l? Dice el Santo.

" Isa�as 40:25 �l es el Inaccesible:" �Qui�n podr� estar delante de Jehov�, este Dios santo? ". 1 Samuel 6:20 �l es el Contraste Absoluto del hombre:" Yo soy Dios, y no hombre, el Santo en medio de ti ". Oseas 11:9 �l es el Exaltado y Sublime:" As� dice el Alto y Sublime que habita la eternidad, cuyo nombre es Santo: Yo habito en el Lugar Alto y Santo ".

Isa�as 57:15 En t�rminos generales, entonces, la santidad equivale a la separatividad, a la sublimidad; de hecho, a esa altivez o exaltaci�n que Isa�as ya ha reiterado tantas veces como el principal atributo de Dios. En su Santo tres veces repetido, los serafines solo est�n diciendo m�s enf�ticamente a los o�dos del profeta lo que sus ojos ya han visto, "el Se�or alto y en alto.

"No se podr�a encontrar una mejor expresi�n para la idea completa de la Deidad. Esta peque�a palabra, Santo, irradia la amplitud de significado del cielo. Dentro de su idea fundamental, la distancia o la diferencia con el hombre, �qu� espacios no hay para que cada atributo de la Deidad brille? Si El Santo es originalmente Aquel que se distingue del hombre y de los pensamientos del hombre, y que impresiona al hombre desde el principio con la tremenda sublimidad del contraste en el que se encuentra con �l, �con qu� naturalidad la santidad puede llegar a cubrir no s�lo esa pureza moral y esa intolerancia! del pecado al que ahora aplicamos m�s estrictamente el t�rmino, pero tambi�n a esas concepciones metaf�sicas, que reunimos bajo el nombre de "sobrenatural", y as� finalmente, al levantar la naturaleza divina lejos del cambio y la vanidad de este mundo, y enfatizando la independencia de Dios de todos los que est�n fuera de �l,convertirse en la expresi�n m�s adecuada que tenemos para �l como el Infinito y Autoexistente.

As�, la palabra santo apela a su vez a cada una de las tres grandes facultades de la naturaleza del hombre, mediante las cuales puede ser ejercitado religiosamente: su conciencia, sus afectos, su raz�n; cubre las impresiones que Dios hace en el hombre como pecador, en el hombre como adorador, en el hombre como pensador. El Santo no es s�lo el Sin pecado y el que aborrece el pecado, sino tambi�n el Sublime y el Absoluto.

Pero si bien reconocemos la exhaustividad de la serie de ideas sobre la naturaleza divina, que se desarrollan a partir del significado fundamental de santidad, y para expresar que la palabra santo se usa de diversas maneras a lo largo de las Escrituras, no debemos, si queremos apreciar el uso de la palabra en esta ocasi�n, se pierda el motivo del retroceso que los pone en marcha a todos. Si quisi�ramos escuchar lo que Isa�as escuch� en el c�ntico de los serafines, debemos distinguir en la triple atribuci�n de santidad la intensidad del retroceso de los confusos puntos de vista religiosos y el bajo temperamento moral de la generaci�n del profeta.

No es una definici�n escol�stica de la Deidad la que dan los serafines. Ni por un momento se debe suponer que a esa �poca, cuyo representante los escucha, est�n tratando de transmitir una idea de la Trinidad. Su Santo, pronunciado tres veces, no es precisi�n teol�gica, sino �nfasis religioso. Esta revelaci�n angelical de la santidad de Dios estaba destinada a una generaci�n, algunos de los cuales eran adoradores de �dolos, confundiendo la Deidad con la obra de sus propias manos o con objetos naturales, y ninguno de los cuales estaba libre de una confusi�n en el principio de la Divinidad. con lo humano y lo mundano, por lo que ahora ten�a la culpa el puro descuido mental, ahora un sentido moral embotado, y ahora el orgullo positivo.

A los adoradores que pisotearon los atrios del Se�or con los pies descuidados y miraron hacia el templo con los rostros desvergonzados, de la rutina, el grito de los serafines, mientras velaron sus rostros y sus pies, afligidos por restaurar esa sensaci�n estremecedora de sublimidad. de la Divina Presencia, que en la impresionante juventud de la raza impuls� por primera vez al hombre, inclin�ndose bajo los espantosos cielos, a nombrar a Dios con el nombre del Santo.

Para los hombres, de nuevo, cuidadosos de las formas legales de adoraci�n, pero sin ley y descuidados en sus vidas, el canto de los serafines no revel� la dura verdad, contra la cual ya hab�an frotado la conciencia trillada, que la ley de Dios era inexorable, sino la verdad. hecho ardiente de que toda su naturaleza ard�a con ira hacia el pecado. Para los hombres, una vez m�s, orgullosos de su prestigio y prosperidad material, y presumiendo en su orgullo de seguir su propio camino con Dios, y de emplear como Uz�as los ejercicios de la religi�n para su propio honor, esta visi�n present� la soberan�a real de Dios: el Se�or mismo se sent� en un trono all�, justo donde ellos sent�an solo un teatro para la exhibici�n de su orgullo, o una maquinaria para el logro de sus fines privados. As�, el triple clamor de los �ngeles se encontr� con la triple pecaminosidad de esa generaci�n de hombres.

Pero la primera l�nea de la canci�n del seraf�n sirve m�s que un final temporal. El Trisagion suena, y tiene que sonar, para siempre en la Iglesia. En todas partes y en todo momento, estos son los tres pecados que acosan a las personas religiosas: la insensibilidad en la adoraci�n, el descuido en la vida y el temperamento que emplea las formas de religi�n simplemente para la autocomplacencia o el autoengrandecimiento. Estos pecados son inducidos por el mismo h�bito de contentarse con la mera forma; s�lo pueden corregirse mediante la visi�n de la Presencia Personal que est� detr�s de toda forma.

Nuestra organizaci�n, ritual, ley y sacramento, debemos ser capaces de verlos desaparecer, como Isa�as vio desaparecer el santuario mismo, ante Dios mismo, si queremos permanecer sinceramente morales y fervientemente religiosos. La Iglesia de Dios tiene que aprender que ninguna mera multiplicaci�n de formas, ni una disposici�n m�s est�tica de ellas, redimir� a sus adoradores de la insensibilidad. La insensibilidad no es m�s que el caparaz�n que los sentimientos desarrollan en defensa propia cuando el alma perezosa e impenetrativa los deja para golpear los duros exteriores de la forma.

. Y nada fundir� este caparaz�n de insensibilidad sino esa llama ardiente, que se enciende al tocar los esp�ritus divino y humano, cuando las formas se han desvanecido y el alma contempla con rostro abierto al mismo Eterno. Como ocurre con la adoraci�n, ocurre con la moralidad. La santidad no se obtiene mediante ceremonias, sino con una reverencia por un Ser santo. Frotaremos nuestras conciencias triviales contra m�ximas morales o ritos religiosos.

Es la efluencia de una Presencia, la �nica que puede crear en nosotros y mantener en nosotros un coraz�n limpio. Y si hay alg�n objeto que de esta manera tomamos a la ligera del ritual y la ley religiosa, de la Iglesia y del sacramento, la respuesta es obvia. El ritual y el sacramento son para el Dios viviente, pero como la mecha de una vela para su luz. Se les da para revelarlo, y el proceso no es perfecto a menos que ellos mismos perezcan de los pensamientos a los que lo transmiten.

Si no se siente que Dios est� presente, como Isa�as sinti� que estaba, con exclusi�n de todas las formas, entonces con certeza se emplear�n, como Uz�as las emple�, por el bien del �nico otro ser espiritual del que el adorador es consciente de s� mismo. A menos que seamos capaces de olvidar nuestro ritual en comuni�n espiritual con el mismo Dios, y de volvernos inconscientes de nuestra organizaci�n en devota conciencia de nuestra relaci�n personal con �l, entonces el ritual ser� s�lo un medio de complacencia sensual, la organizaci�n s�lo una maquinaria para ego�stas. o extremos sectarios. La visi�n de Dios: esto es lo �nico que se necesita para la adoraci�n y la conducta.

Pero mientras que un vers�culo de la ant�fona reitera lo que Jehov� de los ej�rcitos es en s� mismo, el otro describe lo que es en revelaci�n. "Toda la tierra est� llena de su gloria". La gloria es el correlativo de la santidad. La gloria es aquello en lo que la santidad se expresa. La gloria es la expresi�n de la santidad, como la belleza es la expresi�n de la salud. Si la santidad es tan profunda como hemos visto, tan variada, entonces la gloria ser�.

No hay nada en la tierra que no sea la gloria de Dios. "La plenitud de toda la tierra es su gloria", es la traducci�n gramatical apropiada de la canci�n. Porque Jehov� de los ej�rcitos no es el Dios solo de Israel, sino el Creador del cielo y de la tierra, y no solo la victoria de Israel, sino la riqueza y la belleza de todo el mundo es Su gloria. Una atribuci�n de gloria tan universal es el paralelo adecuado a la de la Deidad absoluta, que est� impl�cita en la santidad.

II. LA LLAMADA

( Isa�as 6:4 )

As�, pues, Isa�as, de pie en la tierra, en el lugar de un gran pecado, con la conciencia de la maldad de su pueblo en su coraz�n, y �l mismo no sin el sentimiento de culpa, mir� al cielo, y contemplando la gloria de Dios, escuch� tambi�n con qu� pura alabanza y disposici�n de servicio rodearon Su trono las huestes celestiales. No es de extra�ar que el profeta sintiera que el umbral contaminado se mec�a debajo de �l, o que, donde el fuego y el agua se mezclan, se levantara un gran humo.

Porque el humo descrito no es, como algunos han imaginado, el de un incienso aceptable, espesas olas que se expanden a trav�s del templo para expresar la culminaci�n y satisfacci�n de la adoraci�n de los serafines; pero es la niebla que siempre surge donde la santidad y el pecado se tocan. Se ha descrito tanto como la oscuridad que envuelve a una mente d�bil en presencia de una verdad demasiado grande para ella, como la oscuridad que cae sobre un ojo enfermo cuando se expone al sol del mediod�a.

Estas son solo analog�as y pueden enga�arnos. Lo que Isa�as realmente sinti� fue la verg�enza de los ojos nublados, la distracci�n, la verg�enza, el impacto cegador de un encuentro personal con Aquel a quien no estaba en condiciones de conocer. Porque este fue un encuentro personal. Hemos explicado la revelaci�n oraci�n por oraci�n en un argumento gradual; pero Isa�as no lo alcanz� a trav�s de discusiones o cavilaciones. No era para el profeta lo que es para sus expositores, un pensamiento fecundo, que su intelecto podr�a desarrollarse gradualmente, sino una Presencia Personal que lo aprehendi� y lo abrum�.

Dios y �l estaban all� cara a cara. Entonces dije: �Ay de m�, porque estoy perdido, porque soy hombre inmundo de labios, y en medio de un pueblo inmundo de labios habito; porque el Rey, Jehov� de los ej�rcitos, han visto mis ojos! "

La forma de la confesi�n del profeta, "inmundicia de labios", no nos sorprender� en la medida en que �l mismo la haga. Como ocurre con la enfermedad del cuerpo, as� ocurre con el pecado del alma; cada uno a menudo se acumula en un punto de dolor. Todo hombre, aunque totalmente pecador por naturaleza, tiene su propia conciencia particular de culpa. Isa�as, al ser un profeta, sinti� su debilidad mortal m�s en sus labios. La inclusi�n del pueblo, sin embargo, junto con �l mismo bajo esta forma de culpa, sugiere una interpretaci�n m�s amplia de la misma.

Los labios son, por as� decirlo, la flor de un hombre. "Gracia es derramada en tus labios; por tanto, Dios te ha bendecido para siempre. Si alguno no ofende en la palabra, �se es un var�n perfecto, capaz de refrenar tambi�n todo el cuerpo". Es en la flor de una planta donde los defectos de la planta se hacen visibles; es cuando todas las facultades de un hombre se combinan para el complejo y delicado oficio de expresi�n que cualquier defecto que haya en �l saldr� a la superficie.

Isa�as hab�a estado escuchando la alabanza perfecta de seres sin pecado, y puso de relieve los defectos de la adoraci�n de su propio pueblo. Estos fueron, en verdad, inmundos de labios cuando fueron llevados contra ese coro celestial. Su pecado social y pol�tico �pecado del coraz�n, del hogar y del mercado� lleg� a un punto cr�tico en su adoraci�n, y lo que deber�a haber sido la flor de su vida cay� al suelo como una hoja podrida bajo la inmaculada belleza de la alabanza de los serafines.

Mientras el profeta reun�a apasionadamente su culpa en sus labios, se preparaba un sacramento en el que Dios concentraba sus misericordias para afrontarlo. Sacramento y labios, misericordia aplicada y pecado presentado, ahora se unen. "Entonces vol� hacia m� uno de los serafines, y en su mano una piedra resplandeciente - con tenazas la hab�a quitado del altar - y toc� mi boca y dijo: He aqu�, esto ha tocado tus labios, y as� pasa tu iniquidad. y tu pecado ha sido expiado ".

La idea. de esta funci�n es muy evidente, y un erudito que ha dicho que "quiz�s ser�a bastante inteligible para los contempor�neos del profeta, pero indudablemente es oscuro para nosotros", parece haber dicho exactamente lo contrario de lo que es correcto; pues un proceso de expiaci�n tan simple omite los detalles m�s caracter�sticos del ritual jud�o del sacrificio, al tiempo que anticipa de manera inconfundible la esencia del sacramento cristiano.

En una escena de expiaci�n establecida bajo el antiguo pacto, nos llama la atenci�n la ausencia de oblaci�n o acto de sacrificio por parte del pecador mismo. Aqu� no hay v�ctima muerta, no hay sangre rociada; un altar s�lo se sugiere entre par�ntesis, e incluso entonces en su forma m�s simple, de un hogar en el que el fuego divino arde continuamente. La "piedra resplandeciente", no el "carb�n vivo" como en la versi�n inglesa, no formaba parte del mobiliario del templo, sino el medio ordinario de transmitir calor o aplicar fuego en los diversos prop�sitos de la vida dom�stica.

Es cierto que hubo fuego en algunos de los servicios del templo, como, por ejemplo, en el gran D�a de la Expiaci�n, pero luego se llev� a cabo mediante una peque�a rejilla llena de brasas vivas. En el hogar, por otro lado, cuando hab�a que hornear pasteles, hervir leche o calentar agua, o en cincuenta aplicaciones similares de fuego, una piedra incandescente extra�da del hogar era el instrumento invariable.

Es este proceso dom�stico r�pido y simple lo que Isa�as ahora ve sustituido por el ceremonial lento e intrincado del templo: un seraf�n con una piedra incandescente en la mano, "con tenazas la hab�a quitado del altar". Y, sin embargo, el profeta siente esto solo como una expresi�n m�s directa de la misma idea con la que se inspir� el elaborado ritual, por el cual se mat� a la v�ctima, se consumi� la carne en el fuego y se roci� la sangre.

Isa�as no desea nada m�s, y no recibe m�s, de lo que la ley ceremonial ten�a la intenci�n de asegurar al pecador el perd�n de su pecado y la reconciliaci�n con Dios. Pero nuestro profeta tendr� la convicci�n de estos de inmediato, y con una fuerza que el ritual ordinario es incapaz de expresar. Los sentimientos de este jud�o son demasiado intensos y espirituales para estar satisfechos con el lento desfile del templo terrenal, cuyas actuaciones ante un hombre en su horror solo podr�an haberle parecido tan indiferentes y lejanas de s� mismo como para no ser realmente las suyas ni para Efecto lo que deseaba apasionadamente.

En lugar, por lo tanto, de poner su culpa en la forma de una v�ctima en el altar, Isa�as, con un sentido m�s agudo de su inseparableidad de �l mismo, la presenta a Dios en sus propios labios. En lugar de contentarse con contemplar el fuego de Dios consumirlo en otro cuerpo que no sea el suyo, a distancia de �l, siente que el fuego visita el umbral mismo de su naturaleza, donde ha acumulado la culpa, y all� lo consume.

Todo el secreto de esta sorprendente inconformidad con la ley, en el mismo piso del templo, es que para un hombre que ha penetrado a la presencia de Dios las formas legales quedan muy atr�s, y se enfrenta cara a cara con la verdad por que est�n inspirados. En esa Divina Presencia Isa�as es su propio altar; act�a su culpa en su propia persona, y as� siente que el fuego expiatorio llega a s� mismo directamente desde el hogar celestial.

Es una r�plica del Salmo cincuenta y uno: "Porque no te deleitas en sacrificio, de lo contrario yo lo dar�a; no te agradan los holocaustos. Los sacrificios de Dios son un esp�ritu quebrantado". Este es mi sacrificio, mi sentimiento de culpa reunido aqu� en mis labios: mi "coraz�n contrito y humillado", que se siente deshecho ante Ti, "Se�or, no despreciar�s".

Siempre se ha se�alado como una de las pruebas m�s poderosas de la originalidad y la fuerza divina del cristianismo, que desde el culto del hombre a Dios, y especialmente desde aquellas partes en las que se busca y asegura el perd�n de los pecados, se elimin� la necesidad. de un rito f�sico de sacrificio; que rompi� el h�bito universal e inmemorial por el cual el hombre presentaba a Dios una ofrenda material por la culpa de su alma.

Recordando este hecho, podemos medir el significado religioso de la escena que ahora contemplamos. Casi ocho siglos antes de que se cumpliera en el Calvario ese Divino Sacrificio por el pecado, que abrogaba un rito de expiaci�n, hasta ahora adoptado universalmente por la conciencia de la humanidad, encontramos a un jud�o, en la dispensaci�n donde tal rito se impon�a m�s religiosamente, temblando bajo la convicci�n del pecado, y sobre un piso lleno de sugerencias de sacrificio f�sico; sin embargo, el �nico sacrificio que ofrece es el puramente espiritual de confesi�n.

Es m�s notable. M�relo desde un punto de vista humano, y podremos estimar la inmensa originalidad espiritual de Isa�as; M�ralo desde lo Divino y no podemos evitar percibir un presagio distintivo de lo que iba a suceder por la sangre de Jes�s bajo el nuevo pacto. A este hombre, como a algunos otros de su dispensaci�n, cuya experiencia nuestra simpat�a cristiana reconoce tan f�cilmente en los Salmos, se le concedi� de antemano audacia para entrar en el Lugar Sant�simo.

Porque esta es la explicaci�n del maravilloso desprecio de Isa�as por el ritual del templo. Todo est� detr�s de �l. Este hombre ha pasado dentro del velo. Las formas est�n detr�s de �l, y est� cara a cara con Dios. Pero entre dos seres en esa posici�n, el coito de las lejanas e inciertas se�ales del sacrificio es inconcebible. Solo puede tener lugar mediante el simple despliegue del coraz�n. Debe ser racional, inteligente y de habla.

When man is at such close quarters with God what sacrifice is possible but the sacrifice of the lips? Form for the Divine reply there must be some, for even Christianity has its sacraments, but like them this sacrament is of the very simplest form, and like them it is accompanied by the explanatory word. As Christ under the new covenant took bread and wine, and made the homely action of feeding upon them the sign and seal to His disciples of the forgiveness of their sins, so His angel under the old and sterner covenant took the more severe, but as simple and domestic form of fire to express the same to His prophet.

Y hacemos bien en enfatizar que el valor experimental de este sacramento del fuego es otorgado por la palabra que se le atribuye. No es un sacramento tonto, con una eficacia m�gica. Pero la mente del profeta es persuadida y su conciencia en paz por las palabras inteligibles del ministro de la Santa Cena.

Al ser quitado el pecado de Isa�as, puede discernir la voz de Dios mismo. Es en la m�s hermosa concordancia con lo que ya ha sucedido que oye esto no como una orden, sino como una petici�n, y responde no como una obligaci�n, sino como una libertad. "Y o� la voz del Se�or que dec�a: �A qui�n enviar�? �Y qui�n ir� por nosotros? Y dije: Aqu� estoy; env�ame". �Qu� comprensi�n espiritual tanto de la voluntad de Dios como de la responsabilidad del hombre, qu� libertad evang�lica y audacia hay aqu�! Aqu� tocamos la fuente de ese alto vuelo que Isa�as toma tanto en profec�a como en servicio activo para el Estado.

Aqu� tenemos el secreto de la libertad filial, el sentido de responsabilidad de toda la vida, el poder regio de la iniciativa, la carrera sostenida e inquebrantable, que distingue a Isa�as entre los ministros del antiguo pacto, y lo imprimen profeta en el coraz�n y para la vida, ya que muchos de ellos son solo para la oficina y para la ocasi�n. Otros profetas son los siervos del Dios del cielo; Isa�as est� junto al Hijo mismo.

En otros, la mano del Se�or se coloca en una compulsi�n irresistible; los m�s grandes de ellos son a menudo ignorantes, por turnos obstinados y cobardes, merecen correcci�n y, por lo general, necesitan llamadas e inspiraciones suplementarias. Pero de tales flagelos y tales dolores, la carrera real de Isa�as no tiene absolutamente ning�n rastro. Su camino, iniciado en libertad, se sigue sin vacilaciones ni ansiedad; comenzado con un autosacrificio absoluto, no conoce de ahora en adelante ning�n momento de rencor o desobediencia.

"Esa�as es muy atrevido", porque es tan libre y tan devoto. En la presencia de �nimo con la que se enfrenta a cada cambio repentino de pol�tica durante ese desconcertante medio siglo de la historia de Jud�, parece que escuchamos su voz tranquila repitiendo su primer "Aqu� estoy". Presencia de �nimo que siempre tuvo. El caleidoscopio cambia: ahora es intriga egipcia, ahora fuerza asiria; ahora un rey falso que requiere la amenaza de ser desplazado por el propio h�roe de Dios, ahora un verdadero rey, pero indefenso y necesitado de consuelo; ahora un pueblo rebelde para ser condenado, y ahora un oprimido y arrepentido para ser alentado: -diferentes peligros, con diferentes tipos de salvaci�n posibles, obligando al profeta a prometer diferentes futuros y a decir cosas contrarias a lo que ya hab�a dicho.

Sin embargo, Isa�as nunca duda; siempre puede decir: "Aqu� estoy". Volvemos a escuchar esa voz en la espontaneidad y versatilidad de su estilo. Isa�as es uno de los grandes reyes de la literatura, con toda variedad de estilos bajo su dominio, pasando con perfecta prontitud, seg�n lo requiera el tema o la ocasi�n, de uno a otro de los tonos de una naturaleza magn�ficamente dotada. En todas partes este hombre nos impresiona con su personalidad, con la riqueza de su naturaleza y la perfecci�n de su control sobre ella.

Pero la personalidad est� consagrada. El "Aqu� estoy" es seguido por el "env�ame". Y su salud, armon�a y audacia se derivan, siendo Isa�as su propio testigo, de este temprano sentido de perd�n y purificaci�n en manos divinas. Isa�as es en verdad un rey y un sacerdote para Dios, un rey con todos sus poderes bajo su propio mandato, un sacerdote con todos ellos consagrados al servicio del Cielo.

Uno no puede dejar de leer estos vers�culos sin observar la clara respuesta que dan a la pregunta: �Qu� es un llamado al ministerio de Dios? En estos d�as de polvo y distracci�n, llenos de gritos de fiesta, con tantas cuestiones secundarias de la doctrina y el deber present�ndose, y las s�lidas atracciones de tantos otros servicios que llevan insensiblemente a los hombres a buscar el mismo tipo de atractivo en el ministerio, Puede resultar un alivio para algunos reflexionar sobre los elementos simples del llamado de Isa�as a ser un profeta profesional y de por vida.

Isa�as no recibi� ninguna "llamada" en nuestro sentido convencional de la palabra, ninguna obligaci�n de irse, ninguna voz articulada que lo describiera como el tipo de hombre necesario para el trabajo, ni ninguna de esas "llamadas" similares que hacen que los esp�ritus perezosos y cobardes tanto. a menudo desean relevarlos de la responsabilidad o del arduo esfuerzo necesario para decidirse por una profesi�n que su conciencia no les permitir� rechazar. Isa�as no recibi� tal llamada.

Despu�s de pasar por las experiencias religiosas fundamentales del perd�n y la limpieza, que son en todos los casos las premisas indispensables de la vida con Dios, Isa�as se qued� solo. No se le dirigi� ninguna citaci�n directa, no se le impuso ninguna obligaci�n; pero escuch� la voz de Dios pidiendo mensajeros en general, y �l, bajo su propia responsabilidad, respondi� por s� mismo en particular. Escuch� de los labios divinos de la necesidad divina de mensajeros, e inmediatamente se llen� de la mente de que �l era el hombre para la misi�n, y del coraz�n para entregarse a ella.

Un ejemplo tan grande no puede ser estudiado demasiado de cerca por los candidatos al ministerio en nuestros d�as. El sacrificio no es la sumisi�n medio adormecida y medio renuente a la fuerza de las circunstancias o de la opini�n, en cuya forma tan a menudo se disfraza entre nosotros, sino la resuelta auto-entrega y la voluntaria resignaci�n de un alma libre y razonable. Hay muchos en nuestros d�as que buscan una compulsi�n irresistible al ministerio de la Iglesia; Sensibles como son al sesgo material por el cual los hombres se deslizan hacia otras profesiones, rezan para que algo similar prevalezca con ellos tambi�n en esta direcci�n.

Hay hombres que pasan al ministerio por la presi�n social o la opini�n de los c�rculos a los que pertenecen, y hay hombres que adoptan la profesi�n simplemente porque est� en la l�nea de menor resistencia.

De donde surgen falsos comienzos la fuerza gastada, los paros prematuros, el estancamiento, la falta de rumbo y la falta de coraz�n, que son los esc�ndalos del ministerio profesional y la debilidad de la Iglesia cristiana en nuestros d�as. Los hombres que se sumergen en el ministerio, como es cierto que muchos lo hacen, se convierten en meros restos y desechos eclesi�sticos, incapaces de llevar a ning�n alma a trav�s de las aguas de esta vida, inseguros de su propia llegada a cualquier parte, y de todo el desperdicio de su vida. generaci�n, la m�s patente y vergonzosa.

Dios no tendr� madera de deriva para Sus sacrificios, ni hombres de deriva para Sus ministros. La autoconsagraci�n es el comienzo de su servicio, y el sentido de nuestra propia libertad y nuestra propia responsabilidad es un elemento indispensable en el acto de autoconsagraci�n. Nosotros, no Dios, tenemos que tomar la decisi�n. No debemos estar muertos, sino vivos, sacrificios y todo lo que nos hace menos que completamente vivos, tanto en el momento en que la sinceridad de nuestra entrega y reacciona para el mal en la totalidad de nuestro ministerio posterior.

III. LA COMISI�N

( Isa�as 6:9 )

Un coraz�n tan resueltamente devoto como hemos visto que era el de Isa�as seguramente estaba preparado contra cualquier grado de des�nimo, pero probablemente el hombre nunca recibi� una comisi�n tan terrible como la que �l mismo describe haber recibido. No es que debamos suponer que esto cay� sobre Isa�as de una vez, en la rapidez y claridad con que lo registra aqu�. Nuestro sentido de su horror s�lo aumentar� cuando comprendamos que Isa�as se dio cuenta de ello, no por el impacto de un solo descubrimiento, lo suficientemente grande como para haber llevado consigo su propia anestesia, sino a trav�s de un prolongado proceso de desilusi�n, y al final. el dolor de esas repetidas desilusiones, que son tanto m�s dolorosas que ninguna por s� sola es lo suficientemente grande como para aturdir.

Precisamente en este punto de nuestro cap�tulo sentimos la mayor necesidad de suponer que fue escrito algunos a�os despu�s de la consagraci�n de Isa�as, cuando su experiencia hab�a crecido lo suficiente para articular los vagos presentimientos de ese momento solemne. Ve y di a este pueblo: Oye, oye, pero no entiendes; ve y ve, pero no sabes. Engruesa el coraz�n de este pueblo, y sus o�dos se hacen pesados, y sus ojos manchan, para que no vea con sus ojos. ojos, y oye con sus o�dos, y su coraz�n entiende, y se vuelve y se cura.

"No podemos estar seguros de que Dios no le pedir�a a ning�n profeta que fuera a decirle a su audiencia eso con tantas palabras, al comienzo de su carrera. Es s�lo por experiencia que un hombre entiende ese tipo de comisi�n, y por La experiencia requerida Isa�as no tuvo que esperar mucho despu�s de entrar en su ministerio. El mismo Acaz, en cuyo a�o de muerte muchos suponen que Isa�as escribi� este relato de su consagraci�n, la conducta del propio Acaz fue suficiente para haber manifestado las convicciones. del coraz�n del profeta en esta forma sorprendente, en la que ha declarado su comisi�n.

Por la palabra del Se�or y una oferta de �l como se�al, Isa�as engord� el coraz�n de ese monarca y unt� sus ojos. Y por perversos que fueran los gobernantes de Jud� en los ejemplos y las pol�ticas que establecieron, el pueblo estaba tan ciegamente empe�ado en seguirlos hasta la destrucci�n. "Todos", dijo Isa�as, cuando debi� ser profeta durante alg�n tiempo, "todos son hip�critas y malhechores, y toda boca habla locura".

Pero si esa forma clara y amarga de plantear el asunto s�lo puede haberle llegado a Isa�as con la experiencia de algunos a�os, �por qu� la pone en labios de Dios cuando le dan su comisi�n? Porque Isa�as est� expresando no meramente su propia experiencia singular, sino una verdad siempre verdadera de la predicaci�n de la palabra de Dios, y de la cual ning�n profeta en el momento de su consagraci�n a ese ministerio puede estar sin al menos un presentimiento.

No hemos agotado el significado de esta terrible comisi�n cuando decimos que es solo una anticipaci�n forzosa de la experiencia real del profeta. Aqu� hay m�s que la experiencia de un hombre. Una y otra vez se citan estas palabras en el Nuevo Testamento, hasta que aprendemos a encontrarlas verdaderas y siempre en todas partes donde se predica la Palabra de Dios a los hombres, la descripci�n de lo que parecer�a ser su efecto necesario sobre muchas almas.

Tanto Jes�s como Pablo usan la comisi�n de Isa�as de ellos mismos. Lo hacen como Isa�as en una etapa avanzada de su ministerio, cuando el impacto de la incomprensi�n y la expulsi�n se ha sentido repetidamente, pero no solo como una descripci�n adecuada de su propia experiencia. Citan las palabras de Dios a Isa�as como una profec�a cumplida en su propio caso, es decir, como la declaraci�n de un gran principio o verdad del cual su propio ministerio es solo otro ejemplo.

Sus propias desilusiones los han llevado al hecho de que esto es siempre un efecto de la palabra de Dios sobre un gran n�mero de hombres: amortiguar sus facultades espirituales. Mientras que Mateo y el libro de los Hechos adoptan la versi�n griega m�s suave de la comisi�n de Isa�as, Juan da una interpretaci�n que es incluso m�s fuerte que la original. �Ceg�, dice de Dios mismo, �sus ojos y endureci� su coraz�n, para que no vieran con los ojos y percibieran con el coraz�n.

"En el relato de Marcos, Cristo dice que les habla a los que est�n afuera en par�bolas", con el fin de que viendo, vean y no perciban, y oyendo puedan o�r y no entender, para que no se vuelvan a dar la espalda y no entiendan. ser perdonados. "Podemos sospechar, en una expresi�n tan extra�a a los labios del Se�or de la salvaci�n, simplemente la iron�a de su amor desconcertado. Pero es m�s bien la declaraci�n de lo que �l cre�a que era el efecto necesario de un ministerio como La suya propia. Marca la direcci�n, no de su deseo, sino de la secuencia natural.

Con estos casos podemos volver a Isa�as y entender por qu� deber�a haber descrito los frutos amargos de la experiencia como un imperativo impuesto por Dios. "Engrasa el coraz�n de este pueblo, y sus o�dos se agrandan, y sus ojos untan t�". Est� de moda la gram�tica del profeta, cuando enuncia un principio o efecto necesario, ponerlo en forma de mandato. Lo que Dios le expresa a Isa�as de manera tan imperativa que casi nos deja sin aliento; lo que Cristo pronunci� con tanta brusquedad que preguntamos: �Habla con iron�a? Lo que Pablo estableci� como la convicci�n de un ministerio largo y paciente, es la gran verdad de que la Palabra de Dios no solo tiene un poder salvador, sino que incluso en sus s�plicas m�s tiernas y en su Evangelio m�s puro, incluso por boca de Aquel que vino. , no para condenar, sino para salvar al mundo,

Con frecuencia lo se�alamos como quiz�s el hecho m�s deplorable de nuestra experiencia, que existe en la naturaleza humana una capacidad maldita para dirigir los dones de Dios precisamente hacia fines opuestos a aquellos para los que �l los dio. Tan com�n es la incomprensi�n del hombre de los signos m�s claros, y tan frecuente su abuso de los favores m�s evidentes del Cielo, que un espectador del drama de la historia humana podr�a imaginar que su Autor fue un C�nico o un Comediante, retratando para Su propia diversi�n el la p�rdida de los errantes en el mismo momento de lo que podr�a haber sido su recuperaci�n, la frustraci�n del amor en el punto de su mayor calidez y expectativa.

Sin embargo, d�jelo mirar m�s de cerca y percibir�, no una comedia, sino una tragedia, porque aqu� no act�an ni el azar ni el deporte cruel, sino el libre albedr�o y las leyes de la costumbre, con retribuci�n y castigo. Estos actores no son marionetas en la mano de un Poder que los mueve a su antojo; cada uno desempe�a su papel, y el abuso y la contradicci�n de los que es culpable no son sino la perogativa de su libertad.

Son seres libres que rechazan as� el don de la asistencia divina y tan lastimosamente malinterpretan la verdad divina. Mire m�s de cerca y ver� que la forma en que hablan, la impresi�n que aceptan de la bondad de Dios, los efectos de sus juicios sobre ellos, no est�n determinados en el momento de su elecci�n, ni por un solo acto de su voluntad. sino por todo el tenor de su vida anterior. En el repentino destello de alg�n regalo u oportunidad, los hombres revelan de qu� est�n hechos, la disposici�n que han engendrado en s� mismos.

La oportunidad en la vida humana es tan a menudo juicio como salvaci�n. Cuando percibimos estas cosas, entendemos que la vida no es una comedia, donde el azar gobierna o situaciones incongruentes son inventadas por un sat�rico todopoderoso para su propio deporte, sino una tragedia, con todos los elementos pat�ticos de las voluntades reales compitiendo en libertad unos con otros. , de la voluntad de los hombres chocando con la de Dios: los hombres los hacedores de sus propios destinos, y N�mesis no dirigiendo, sino siguiendo sus acciones.

Volvemos a los mismos fundamentos de nuestra naturaleza en esta temible cuesti�n. Para comprender lo que se ha llamado "una gran ley en la degeneraci�n humana", que "el coraz�n maligno puede asimilar el bien a s� mismo y convertirlo a su naturaleza", debemos comprender lo que significa el libre albedr�o y tener en cuenta la terrible influencia del h�bito. .

Ahora bien, no hay ejemplo m�s conspicuo de esta ley que el que ofrece la predicaci�n del Evangelio de Dios. La Palabra de Dios, como nos recuerda Cristo, no cae en suelo virgen; cae en el suelo que ya contiene otra semilla. Cuando un predicador se pone de pie con la Palabra de Dios en una gran congregaci�n, tan vasta como la Escritura nos garantiza que creamos que es su poder, el suyo no es el �nico poder que opera.

Cada hombre presente tiene una vida detr�s de esa hora y lugar, acostado en la oscuridad, silencioso y muerto en lo que respecta a la congregaci�n, pero en su propio coraz�n tan v�vido y fuerte como la voz del predicador, aunque nunca est� predicando. tan a la fuerza. El profeta no es el �nico poder en la entrega de la Palabra de Dios, ni el Esp�ritu Santo es el �nico poder. Eso har�a que toda predicaci�n de la Palabra sea una mera exhibici�n.

Pero la Biblia lo presenta como una contienda. Y ahora se dice de los hombres mismos que endurecen su coraz�n contra la Palabra, y ahora -porque tal endurecimiento es el resultado de un pecado anterior, y por lo tanto tiene un car�cter judicial- que Dios endurece sus corazones. "Sim�n, Sim�n", dijo Cristo a un rostro que extend�a entre los suyos todo el ardor de la adoraci�n, "Satan�s desea tenerte, pero he orado para que tu fe no falle.

"Dios env�a Su Palabra a nuestros corazones; el Mediador permanece al margen y ora para que nos haga suyos. Pero hay otros factores en la operaci�n, y el resultado depende de nuestra propia voluntad; depende de nuestra propia voluntad, y est� terriblemente determinada por nuestros h�bitos.

Ahora bien, este es uno de los primeros hechos a los que se despierta un joven reformador o profeta. Tal despertar es un elemento necesario en su educaci�n y aprendizaje. Ha visto al Se�or alto y exaltado. Sus labios han sido tocados por el carb�n del altar. Su primer sentimiento es ese. nada puede resistir ese poder, nada contradice esta inspiraci�n. �Es un Nehem�as, y la mano del Se�or ha sido poderosa sobre �l? Entonces siente que no tiene m�s que cont�rselo a sus compa�eros para que se entusiasmen tanto como �l en la obra del Se�or.

�Es un Mazzini, enardecido desde su ni�ez por la aspiraci�n a su patria, consagrado desde su nacimiento a la causa del deber? Luego salta con gozo a su misi�n; s�lo tiene que mostrarse, hablar, marcar el camino, y su pa�s es libre. �Es �l -para descender a un grado menor de profec�a- un Fourier, m�s sensible que la mayor�a a lo an�rquica que es la sociedad y justamente ansioso por asentarla sobre cimientos estables? Luego dibuja sus planes de reconstrucci�n, proyecta sus falanges y phalansteres, y cree que ha resuelto el problema social.

�Es �l -para volver a las alturas- un Isa�as, con la Palabra de Dios en �l como fuego? Entonces ve su visi�n del estado perfecto; piensa en levantar a su pueblo con una palabra. "Casa de Jacob", dice, "venid, y caminemos a la luz del Se�or".

Para todos los cuales la siguiente etapa necesaria de la experiencia es la decepci�n, con la dura comisi�n de "Engrasar el coraz�n de este pueblo". Deben aprender que, si Dios se ha tomado a s� mismos j�venes, y cuando fue posible hacerlos completamente suyos, la raza humana a la que los env�a es vieja, demasiado vieja para que puedan afectar mucho a la masa m�s all� del endurecimiento. y perpetuaci�n del mal.

Fourier descubre que para producir su estado perfecto necesitar�a recrear a la humanidad, cortar el �rbol hasta las ra�ces y empezar de nuevo. Despu�s de la primera oleada de fervor patri�tico, que llev� consigo a tantos de sus compatriotas, Mazzini se descubre en "un desierto moral", confiesa que la lucha por la liberaci�n de su patria, que s�lo lo ha impulsado a una mayor devoci�n por tan gran causa. , ha producido escepticismo en sus seguidores, y los ha dejado marchitos y endurecidos de coraz�n, a quienes hab�a encontrado tan capaces de impulsos heroicos.

Nos cuenta c�mo lo reprendieron y despreciaron, lo dejaron en el exilio y regresaron a sus hogares, de los cuales hab�an partido con votos de morir por su pa�s, dudando ahora si hab�a algo por lo que valiera la pena vivir o morir fuera de ellos. . La descripci�n de Mazzini del primer pasaje de su carrera es invaluable por la luz que arroja sobre esta comisi�n de Isa�as. La historia no contiene una representaci�n m�s dram�tica de los efectos completamente opuestos del mismo movimiento Divino sobre diferentes naturalezas.

Mientras que los primeros esfuerzos por la libertad de Italia materializaron el mayor n�mero de sus compatriotas, a quienes Mazzini hab�a persuadido para embarcarse en ellos, el fracaso y su consecuente deserci�n s�lo sirvieron para despojar a esta heroica alma de los �ltimos trapos del ego�smo, y consagrarla m�s. totalmente a la voluntad de Dios y al deber que ten�a ante s�.

Se pueden citar algunas frases de las confesiones del patriota italiano, con el beneficio de nuestra apreciaci�n de lo que debi� haber pasado el profeta hebreo.

"Fue la tempestad de la duda, que creo que todos los que dedican su vida a una gran empresa, pero no han secado y marchitado su alma -como Robespierre- bajo alguna f�rmula intelectual est�ril, sino que han conservado un coraz�n amoroso, est�n condenados, Una vez al menos, para luchar. Mi coraz�n rebosaba de y codicia de afecto, tan fresco y ansioso por desplegarse en alegr�a como en los d�as en que la sonrisa de mi madre lo sosten�a, tan lleno de ferviente esperanza por los dem�s, al menos, si no para m�.

Pero durante estos meses fatales se oscureci� a mi alrededor tal hurac�n de dolor, desilusi�n y enga�o que trajo ante mis ojos, en toda su espantosa desnudez, un presagio de la vejez de mi alma, solitaria en un mundo des�rtico, donde nadie Se me concedi� consuelo en la lucha. No fue s�lo el derrocamiento durante un per�odo indefinido de todas las esperanzas italianas; fue el desmoronamiento de ese edificio moral de fe y amor del que s�lo yo hab�a sacado fuerzas para el combate; el escepticismo que vi surgir a mi alrededor por todos lados; la falta de fe en aquellos que se hab�an comprometido solemnemente a seguir inquebrantablemente el camino que hab�amos conocido al principio como ahogado por el dolor; la desconfianza que detect� en los m�s queridos para m�,

All�. en ese desierto moral, la duda se apoder� de m�. �Quiz�s estaba equivocado y el mundo correcto? �Quiz�s mi idea fue realmente un sue�o? Una ma�ana me despert� y encontr� mi mente tranquila y mi esp�ritu calmado, como quien ha pasado por un gran peligro. El primer pensamiento que pas� por mi esp�ritu fue, Tus sufrimientos son las tentaciones del ego�smo, y surgen de una concepci�n err�nea de la vida percib� que aunque cada instinto de mi coraz�n se rebelaba contra esa definici�n fatal e innoble de la vida que la convierte en una b�squeda. despu�s de la felicidad, sin embargo, no me hab�a liberado por completo de la influencia dominante que ejerc�a sobre la �poca.

No hab�a podido realizar el verdadero ideal del amor-amor sin esperanza terrenal. La vida es una misi�n, el deber es, por tanto, su ley suprema. De la idea de Dios descend� a la fe en una misi�n y su consecuencia l�gica-deber la regla suprema de la vida: y habiendo alcanzado esa fe, me jur� a m� mismo que nada en este mundo deber�a hacerme dudar o abandonar de nuevo. Fue, como dice Dante, pasar del martirio a la paz, "una paz forzada y desesperada", no lo niego, porque fraternic� con el dolor y me envolv� en �l como en un manto; pero, sin embargo, fue la paz, porque aprend� a sufrir sin rebeli�n ya vivir serenamente y en armon�a con mi propio esp�ritu.

Bendigo con reverencia a Dios Padre por los consuelos de afecto -no puedo concebir otro- que me ha concedido en mis �ltimos a�os; y en ellos recojo fuerzas para luchar con el ocasional regreso del cansancio de la existencia. Pero incluso si me negaran estos consuelos, creo que deber�a seguir siendo lo que soy. Ya sea que el sol brille con el sereno esplendor de un mediod�a italiano, o el tono plomizo y cad�ver de la niebla del norte est� sobre nosotros, no veo que cambie nuestro deber. Dios habita sobre el cielo terrenal y las santas estrellas de la fe y el futuro a�n brillan con nuestras almas, aunque su luz se consuma irreflexivamente como la l�mpara sepulcral ".

Tales oraciones son el mejor comentario que podemos ofrecer sobre nuestro texto. Los casos de los profetas hebreos e italianos son maravillosamente parecidos. Los que hemos le�do el cap�tulo quinto de Isa�as sabemos c�mo tambi�n su coraz�n "rebosaba y codiciaba de afecto", y en los cap�tulos segundo y tercero hemos visto "el hurac�n de dolor, desilusi�n y enga�o oscurecerse a su alrededor". "La ca�da en pedazos del edificio moral de la fe y el amor", "el escepticismo que se eleva por todos lados", "la falta de fe en aquellos que se hab�an comprometido solemnemente", "la desconfianza detectada en los m�s queridos para m�" - y todos sintieron por el profeta como el efecto del movimiento sagrado que Dios le hab�a inspirado a comenzar: -cu�n exacta es una contraparte del proceso acumulativo de brutalizaci�n que Isa�as escuch� que Dios le impon�a, con el imperativo "�Engorda el coraz�n de este pueblo!" En un mundo moralmente ciego, sordo y sin coraz�n, la fe de Isa�as deb�a "consumirse irreflexivamente como la l�mpara sepulcral".

"El atisbo de su coraz�n que nos dio Mazzini nos permite darnos cuenta con qu� terror se enfrent� Isa�as ante tal vac�o." Oh Se�or, �hasta cu�ndo? "Esto tambi�n respira el aire de" una paz forzada y desesperada ", el esp�ritu de alguien que, habiendo realizado la vida como una misi�n, ha hecho el reconocimiento mucho m�s raro de que la consecuencia l�gica no es ni la promesa de �xito ni la seguridad de la simpat�a, sino simplemente la aceptaci�n del deber, con cualquier resultado y bajo cualquier cielo que le plazca a Dios para traerlo.

"Hasta que las ciudades se arruinen sin un habitante

Y casas sin hombre

Y la tierra quedar� desolada y desolada.

Y el SE�OR alej� al hombre,

Y grande sea el desierto en medio de la tierra;

Y a�n as�, si hubiera una d�cima parte,

Incluso ser� de nuevo para consumir.

Como el terebinto y como el roble.

Cuyo ganado, cuando son talados, queda en ellos,

La simiente santa ser� su linaje ",

El significado de estas palabras es demasiado claro para requerir una exposici�n, pero dif�cilmente podemos enfatizarlas demasiado. Este ser� el �nico texto de Isa�as a lo largo de su carrera. "El juicio pasar�; quedar� un remanente". Todas las pol�ticas de su �poca, el movimiento de las fuerzas del mundo, la devastaci�n de la tierra santa, los primeros cautiverios del pueblo santo, las reiteradas derrotas y decepciones de los pr�ximos cincuenta a�os, todo ser� claro y tolerable para Isa�as como el cumplimiento de la sentencia que escuch� en tan "forzada y desesperada paz" el d�a de su consagraci�n.

Ha tenido lo peor marcado en �l; de ahora en adelante ning�n hombre ni cosa lo perturbar�. Ha visto lo peor y sabe que hay un comienzo m�s all�. Entonces, cuando la maldad de Jud� y la violencia de Asiria parezcan m�s desenfrenadas, Asiria m�s empe�ada en destruir a Jud�, y Jud� menos digno de vivir, Isa�as todav�a se aferrar� a esto, que un remanente debe permanecer. Todas sus profec�as ser�n variaciones de este texto; es la clave de sus aparentes paradojas.

Proclamar� a los asirios como instrumento de Dios, pero los entregar� a la destrucci�n. �l aclamar� su avance sobre Jud� y, sin embargo, marcar� con regocijo su l�mite, debido a la determinaci�n con la que formul� la pregunta: "Oh Se�or, �hasta cu�ndo?" y la claridad con la que entendi� el hasta, que vino en respuesta a �l. Cada predicci�n que hace, cada giro que busca dar a la pol�tica pr�ctica de Jud�, se debe simplemente a su comprensi�n de estos dos hechos: una devastaci�n fulminante y repetida, al final una mera supervivencia.

De hecho, tiene profec�as que viajan m�s lejos; ocasionalmente se le permite disfrutar de visiones de una nueva dispensaci�n. Como Mois�s, sube a su Pisgah, pero tambi�n es como Mois�s en esto, que su vida se agota con el logro del margen de un largo per�odo de juicio y lucha, y luego desaparece de nuestra vista, y nadie conoce su sepulcro hasta el d�a de hoy. Tan abruptamente como esta visi�n se cierra con el anuncio del remanente, Isa�as desaparece tan abruptamente en el cumplimiento del anuncio, unos cuarenta a�os despu�s de esta visi�n, en el repentino rescate de la semilla santa de las garras de Senaquerib.

Ahora hemos terminado el primer per�odo de la carrera de Isa�as. Catalogamos cu�les son sus principales doctrinas hasta este punto. Muy por encima de un pueblo muy pecador, y m�s all� de todas sus concepciones de �l, Jehov�, el Dios nacional, se eleva santo, exaltado en justicia. De un Dios as� a un pueblo as�, s�lo puede pasar el juicio y la aflicci�n; y estos no ser�n evitados por el hecho de que �l es el Dios nacional, y ellos Sus adoradores.

De esta aflicci�n, los asirios que se est�n reuniendo lejos en el horizonte ser�n evidentemente los instrumentos. La aflicci�n ser� muy grande; una y otra vez vendr�; pero el Se�or finalmente salvar� a un remanente de Su pueblo. Tres elementos componen esta predicaci�n: una conciencia del pecado muy aguda y pr�ctica; una visi�n abrumadora de Dios, en cuya intimidad inmediata el profeta cree estar; y una percepci�n muy aguda de la pol�tica del d�a.

Surge una pregunta. En esta parte del ministerio de Isa�as no hay rastro de esa figura a quien identificamos principalmente con su predicaci�n; el Mes�as. Tengamos paciencia; no es el momento para �l; pero la siguiente es Su conexi�n con las actuales doctrinas del profeta.

El gran resultado de Isa�as en la actualidad es la certeza de un remanente. Ese remanente requerir� dos cosas: requerir�n un punto de reuni�n y requerir�n un l�der. De ahora en adelante, las profec�as de Isa�as se inclinar�n hacia uno u otro de estos. Los dos grandes prop�sitos de su palabra y obra ser�n, por el bien del remanente, la inviolabilidad de Si�n y la venida del Mes�as. El primero, de hecho, ya lo ha insinuado (cap�tulo 4); este �ltimo ha de compartir ahora con �l su esperanza y elocuencia.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Isaiah 6". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/isaiah-6.html.