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Bible Commentaries
Job 42

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

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Versículo 1

XXVIII.

LA RECONCILIACI�N

Job 38:1 - Job 42:6

El argumento principal del discurso atribuido al Todopoderoso est� contenido en los cap�tulos 38 y 39 y en los primeros vers�culos del cap�tulo 42. Job se somete y reconoce su falta al dudar de la fidelidad de la providencia divina. El pasaje intermedio que contiene descripciones de los grandes animales del Nilo apenas se encuentra en el mismo alto nivel de arte po�tico o en el mismo alto nivel de razonamiento convincente. Parece m�s bien de un tipo hiperb�lico, lo que sugiere un fracaso del objetivo claro y la inspiraci�n de la parte anterior.

La voz procedente de la nube de tormenta, en la que el Todopoderoso se vela a S� mismo y sin embargo hace sentir Su presencia y majestad, comienza con una pregunta de reproche y una demanda de que el intelecto de Job sea despertado a su pleno vigor para aprehender la consiguiente argumento. Las palabras finales de Job hab�an mostrado un concepto err�neo de su posici�n ante Dios. Habl� de presentar un reclamo a Eloah y exponer su integridad para que su s�plica fuera incontestable.

Las circunstancias le hab�an tra�do una mancha de la que ten�a derecho a ser limpiado y, dando a entender esto, desafi� al gobierno divino del mundo por carecer de la debida exhibici�n de justicia. Siendo esto as�, el rescate de Job de la duda debe comenzar con una convicci�n de error. Por eso el Todopoderoso dice:

"�Qui�n es este consejo que oscurece

�Con palabras sin conocimiento?

C��ete ahora como un hombre tus lomos;

Porque yo te demandar� y t� me responder�s. "

El objetivo del autor a lo largo del discurso de la tormenta es proporcionar un camino de reconciliaci�n entre el hombre en la aflicci�n y la perplejidad y la providencia de Dios que lo desconcierta y amenaza con aplastarlo. Para lograr esto se necesita algo m�s que una demostraci�n del poder infinito y la sabidur�a de Dios. Zofar afirma que la gloria del Todopoderoso es m�s alta que el cielo, m�s profundo que el Seol, m�s largo que la tierra, m�s ancho que el mar, bas�ndose en esto, la afirmaci�n de que Dios es inmutablemente justo, no proporciona ning�n principio de reconciliaci�n.

De la misma manera Bildad, requiriendo la humillaci�n del hombre como pecador y despreciable en presencia del Alt�simo con quien est�n el dominio y el temor, no muestra camino de esperanza y vida. Pero la serie de preguntas que ahora se dirigen a Job forma un argumento en una tensi�n superior, tan convincente como podr�a plantearse sobre la base de esa manifestaci�n de Dios que proporciona el mundo natural. El hombre est� llamado a reconocer no s�lo el poder ilimitado, la supremac�a eterna del Rey Invisible, sino tambi�n otras cualidades del gobierno Divino. La duda de la providencia es reprendida por una amplia inducci�n de los fen�menos de los cielos y de la vida sobre la tierra, revelando en todas partes la ley y el cuidado cooperando hasta un fin.

A First Job se le pide que piense en la creaci�n del mundo o universo visible. Es un edificio firmemente asentado sobre cimientos profundos. Como si se tratara de una l�nea y una medida, adquiriera una forma sim�trica de acuerdo con el plan arquet�pico; y cuando se coloc� la piedra angular de un palacio nuevo en el gran dominio de Dios, hubo gozo en el cielo. Los �ngeles de la ma�ana rompieron a cantar, los hijos de los Elohim, en lo alto de las moradas et�reas entre las fuentes de luz y vida, gritaron de alegr�a.

En visi�n po�tica, el escritor contempla la obra de Dios y esas compa��as alegres: pero a s� mismo, como a Job, surge la pregunta: �Qu� conoce al hombre del maravilloso esfuerzo creativo que ve en la imaginaci�n? Est� m�s all� del alcance humano. El plan y el m�todo son igualmente incomprensibles. Job tenga la seguridad de que la obra no se hizo en vano. No habr�an cantado juntas las estrellas de la ma�ana para la creaci�n de un mundo cuya historia se confundir�a. Aquel que contempl� todo lo que hab�a hecho y lo declar� muy bueno, no sufrir�a un mal triunfante para confundir la promesa y el prop�sito de Su trabajo.

Luego est� la gran inundaci�n del oc�ano, una vez confinada como en el �tero del caos primigenio, que surgi� con poder viviente, un gigante desde su nacimiento. �Qu� puede decir Job, qu� puede decir cualquier hombre de esa maravillosa evoluci�n, cuando, envuelto en nubes ondulantes y densa oscuridad, con vasta energ�a el torrente de aguas se precipit� tumultuosamente hacia su lugar designado? Existe una ley de uso y poder para el oc�ano, un l�mite tambi�n m�s all� del cual no puede traspasar. �Sabe el hombre c�mo es eso? �No debe reconocer la sabia voluntad y el benevolente cuidado de Aquel que tiene bajo control el tormentoso y devastador mar?

�Y qui�n tiene el control de la luz? La ma�ana no amanece por voluntad del hombre. Se apodera del margen de la tierra por donde se han movido los malvados, y como uno sacude el polvo de una s�bana, los sacude visible y avergonzado. Debajo de �l, la tierra cambia, cada objeto se vuelve claro y n�tido como figuras en arcilla estampadas con un sello. Los bosques, campos y r�os se ven como los dise�os bordados o tejidos de una prenda.

�Qu� es esta luz? �Qui�n lo env�a a la misi�n de la disciplina moral? �No se puede confiar en el gran Dios que manda a la aurora incluso en las tinieblas? Debajo de la superficie de la tierra est� la tumba y la morada de las tinieblas inferiores. Job lo sabe. �Sabe alguien lo que hay m�s all� de las puertas de la muerte? �Alguien puede decir d�nde la oscuridad tiene su asiento central? Hay uno que es la noche y la ma�ana. Los misterios del futuro, los arcanos de la naturaleza est�n abiertos solo al Eterno.

Los fen�menos atmosf�ricos, ya descritos a menudo, revelan de diversas maneras la inescrutable sabidur�a y el reflexivo gobierno del Alt�simo. La fuerza que reside en el granizo, las lluvias que caen en el desierto donde no hay hombre, que sacian el terreno bald�o y desolado y hacen que brote la tierna hierba, implican una amplitud de prop�sito misericordioso que se extiende m�s all� del alcance de la vida humana. . �De qui�n es la paternidad de la lluvia, el hielo, la escarcha del cielo? El hombre est� sujeto a los cambios que �stos representan; no puede controlarlos.

Y mucho m�s altas son las constelaciones relucientes que se colocan en la frente de la noche. �Han reunido las manos del hombre las Pl�yades y las han ensartado como gemas ardientes en una cadena de fuego? �Puede el poder del hombre desatar a Ori�n y dejar que las estrellas de esa magn�fica constelaci�n vaguen por el cielo? El Mazzarotho los signos zodiacales que marcan las vigilias del a�o que avanza, el oso y las estrellas de su s�quito, �qui�n los gu�a? Tambi�n las leyes del cielo, esas ordenanzas que regulan los cambios de temperatura y las estaciones, �las nombra el hombre? �Es �l quien trae el tiempo en que las tormentas rompen la sequ�a y abren los odres del cielo, o el tiempo de calor cuando el polvo se acumula en una masa y los terrones se pegan con fuerza? Sin esta alternancia de sequ�a y humedad que se repite por ley de a�o en a�o, el trabajo del hombre ser�a en vano. �No debe confiar en el que gobierna los cambios de estaci�n la raza que m�s se beneficia de Su cuidado?

En Job 38:39 atenci�n se desv�a de la naturaleza inanimada a las criaturas vivientes que Dios provee. Con maravillosa habilidad po�tica est�n pintados en su necesidad y fuerza, en la urgencia de sus instintos, t�midos o desganados o crueles. Se ve al Creador regocij�ndose en ellos como obra suya, y el hombre est� obligado a regocijarse en su vida y ver en la provisi�n hecha para su cumplimiento una garant�a de todo lo que su propia naturaleza corporal y ser espiritual pueda requerir. Especialmente para nosotros es la estrecha relaci�n entre esta porci�n y ciertos dichos de nuestro Se�or en los que el mismo argumento trae la misma conclusi�n.

"Dos pasajes del hablar de Dios", dice el Sr. Ruskin, "uno en el Antiguo y otro en el Nuevo Testamento, me parece, poseen un car�cter diferente de cualquiera de los dem�s, habiendo sido pronunciado, el que efect�a el El �ltimo cambio necesario en la mente de un hombre cuya piedad era perfecta en otros aspectos; y el otro como la primera declaraci�n a todos los hombres de los principios del cristianismo por Cristo mismo: me refiero a los cap�tulos 38 al 41 del Libro de Job y el Serm�n de la Monta�a.

Ahora bien, el primero de estos pasajes es de principio a fin nada m�s que una direcci�n de la mente que deb�a perfeccionarse, hacia la humilde observancia de las obras de Dios en la naturaleza. Y el otro consiste �nicamente en la inculcaci�n de tres cosas: primero, la conducta correcta; 2�, buscando la vida eterna; 3�, confiar en Dios a trav�s de la vigilancia de sus tratos con su creaci�n ".

El �ltimo punto es el que trae al paralelismo m�s cercano la doctrina de Cristo y la del autor de Job, y el parecido no es accidental, sino de tal naturaleza que muestra que ambos vieron la verdad subyacente de la misma manera y desde el principio. mismo punto de inter�s espiritual y humano.

"�Cazar�s la presa de la leona?

Ni saciar el apetito de los leoncillos,

Cuando se acuestan en sus guaridas

�Y permanecer en la clandestinidad para acechar?

Que le da su alimento al cuervo,

Cuando sus cr�os claman a Dios

�Y vagar por falta de carne?

As�, el hombre est� llamado a reconocer el cuidado de Dios por las criaturas fuertes y d�biles, y a asegurarse de que su vida no ser� olvidada. Y en Su Serm�n del Monte nuestro Se�or dice: "He aqu� las aves del cielo que no siembran, ni cosechan ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. �No sois vosotros de mucho m�s valor que ellas? " El pasaje paralelo del Evangelio de Lucas se acerca a�n m�s al lenguaje de Job: "Considerad los cuervos que no siembran ni siegan".

Las cabras montesas o cabras del pe��n y sus cr�as que pronto se independizan del cuidado de las madres; los asnos monteses que habitan en la tierra salada y se burlan del tumulto de la ciudad; el buey salvaje que no se puede domesticar para que vaya al surco o lleve a casa las gavillas en la cosecha; el avestruz que "deja sus huevos en la tierra y los calienta en el polvo"; el caballo en toda su fuerza, su cuello cubierto por la melena temblorosa, burl�ndose del miedo, oliendo la batalla a lo lejos; el halc�n que se eleva hacia el cielo azul: el �guila que hace su nido en la roca, -todos estos, gr�ficamente descritos, hablan a Job de las innumerables formas de vida, simples, atrevidas, fuertes y salvajes, que son sostenidas por el poder del Creador.

Pensar en ellos es aprender que, como uno entre los dependientes de Dios, el hombre tiene su parte en el sistema de cosas. su seguridad de que las necesidades que Dios ha ordenado ser�n satisfechas. El pasaje se encuentra po�ticamente entre los mejores de la literatura hebrea, y es m�s. En su lugar, con el l�mite que el escritor se ha fijado, es m�s apto como base de reconciliaci�n y un nuevo punto de partida en el pensamiento para todos, como Job, que dudan de la fidelidad divina.

�Por qu� el hombre, porque puede pensar en la providencia de Dios, debe sospechar solo de la justicia y la sabidur�a de las que dependen todas las criaturas? �No se le ha dado su poder de pensamiento para que pueda ir m�s all� de los animales y alabar al Proveedor Divino en su nombre y en el suyo?

El hombre necesita m�s que el cuervo, el le�n, la cabra montesa y el �guila. Tiene instintos y antojos m�s elevados. No le bastar� la comida diaria para el cuerpo, ni la libertad del desierto. No estar�a satisfecho si, como el halc�n y el �guila, pudiera elevarse por encima de las colinas. Sus deseos de justicia, de verdad, de la plenitud de esa vida espiritual por la cual est� aliado con Dios mismo, son su distinci�n.

Entonces, quien ha creado el alma, la llevar� a la perfecci�n. Puede que el hombre no sepa d�nde o c�mo se cumplir�n sus anhelos. Pero puede confiar en Dios. Ese es su privilegio cuando falla el conocimiento. Que deje a un lado todos los pensamientos vanos y las dudas ignorantes. Que diga: Dios es inconcebiblemente grande, inescrutablemente sabio, infinitamente justo y verdadero; Estoy en sus manos y todo est� bien.

El razonamiento va de menor a mayor y, por tanto, en este caso es concluyente. Los animales inferiores ejercitan sus instintos y encuentran lo que se adapta a sus necesidades. �Y no ser� as� con el hombre? �Podr� �l, capaz de discernir los signos de un plan que lo abarca todo, no confesar y confiar en la justicia sublime que revela? La ligereza del poder humano se contrasta ciertamente con la omnipotencia de Dios, y la ignorancia del hombre con la omnisciencia de Dios; pero siempre la fidelidad divina, resplandeciente detr�s, brilla a trav�s del velo de la naturaleza, y esto es lo que Job est� llamado a reconocer.

�Ha dudado casi de todo, porque desde su propia vida hacia el exterior hasta el borde de la existencia humana parec�a reinar el mal y la falsedad? Pero, entonces, �c�mo podr�an las innumerables criaturas depender de Dios para la satisfacci�n de sus deseos y el cumplimiento de sus variadas vidas? Orden en la naturaleza significa orden en el esquema del mundo que afecta a la humanidad. Y el orden en la providencia que controla los asuntos humanos debe tener como primer principio la equidad, la justicia, para que todo acto tenga la debida recompensa.

Tal es la ley divina percibida por nuestro autor inspirado "a trav�s de las cosas que son hechas". La visi�n de la naturaleza sigue siendo diferente de la cient�fica, pero ciertamente hay una aproximaci�n a esa lectura del universo alabada por M. Renan como peculiarmente hel�nica, que "ve�a lo Divino en lo armonioso y evidente". No aqu� al menos se aplica la burla de que, desde el punto de vista del hebreo, "la ignorancia es un culto y la curiosidad un malvado intento de explicar", que "incluso en presencia de un misterio que lo asalta y arruina, el hombre atribuye de manera especial el car�cter de grandeza a lo inexplicable, "que" todos los fen�menos cuya causa est� oculta, todos los seres cuyo fin no se puede percibir, son para el hombre una humillaci�n y un motivo para glorificar a Dios.

"La filosof�a de la �ltima parte de Job es de esa clase que va m�s all� de las causas secundarias y encuentra el fundamento real de la existencia de las criaturas. No se intenta la comprensi�n intelectual de los innumerables y trascendentales hilos del prop�sito divino y los secretos de la voluntad divina. Pero la naturaleza moral del hombre se pone en contacto con la justicia gloriosa de Dios. As� se revela la reconciliaci�n para la que se ha preparado todo el poema.

Job ha pasado por el horno de la prueba y las aguas profundas de la duda, y por fin se le abre el camino hacia un lugar rico. Hasta que el Hijo de Dios mismo venga a aclarar el misterio del sufrimiento, no es posible una reconciliaci�n mayor. Aceptando los l�mites inevitables del conocimiento, la mente puede finalmente tener paz.

Y Job encuentra el camino de la reconciliaci�n:

"Yo s� que puedes hacer todas las cosas,

Y que ning�n prop�sito Tuyo puede ser reprimido.

�Qui�n es �ste que esconde consejos sin conocimiento?

Entonces he dicho lo que no entend�

Cosas demasiado maravillosas para m�, que no sab�a ".

"'Oye, ahora, y hablar�;

Te demandar� y me dar�s a conocer.

Yo hab�a o�do hablar de ti por el o�do del o�do;

Pero ahora mis ojos te ven,

Por tanto, repudio mis palabras y me arrepiento en polvo y ceniza ".

Todo lo que Dios puede hacer, y donde se declaran Sus prop�sitos, est� la garant�a de su cumplimiento. �Existe el hombre? Debe ser para alg�n fin que vendr�. �Ha plantado Dios deseos espirituales en la mente humana? Ellos ser�n satisfechos. Job vuelve sobre la pregunta que lo acusaba: "�Qui�n es este consejero oscurecedor?" Fue �l mismo quien oscureci� el consejo con palabras ignorantes. Entonces solo hab�a o�do hablar de Dios y caminaba en la vana creencia de una religi�n tradicional.

Sus esfuerzos por cumplir con el deber y evitar la ira divina mediante el sacrificio hab�an surgido igualmente del conocimiento imperfecto de una vida de ensue�o que nunca llegaba m�s all� de las palabras a los hechos y las cosas. Dios era mucho m�s grande de lo que jam�s hab�a pensado, m�s cerca de lo que jam�s hab�a concebido. Su mente est� llena de un sentido del poder Eterno y abrumada por pruebas de sabidur�a a las que los peque�os problemas de la vida del hombre no pueden ofrecer ninguna dificultad.

"Ahora mis ojos te ven". La visi�n de Dios es para su alma como la deslumbrante luz del d�a para quien sale de una caverna. Est� en un mundo nuevo donde toda criatura vive y se mueve en Dios. Est� bajo un gobierno que parece nuevo porque ahora se realizan la gran amplitud y el minucioso cuidado de la Divina providencia. La duda de Dios y la dificultad para reconocer la justicia de Dios son barridas por la magn�fica demostraci�n de vigor, esp�ritu y.

simpat�a, que Job a�n no hab�a logrado conectar con la Vida Divina. La fe encuentra, pues, libertad, y su libertad es reconciliaci�n, redenci�n. De hecho, no puede contemplar a Dios cara a cara y escuchar el juicio de absoluci�n por el que hab�a anhelado y llorado. Sin embargo, ahora no siente la necesidad de esto. Rescatado de la incertidumbre en la que se hab�a visto envuelto -todo lo bello y lo bueno pareciendo estremecerse como un espejismo- siente que la vida vuelve a tener su lugar y uso en el orden divino.

Es el cumplimiento de la gran esperanza de Job, en la medida en que pueda cumplirse en este mundo. La cuesti�n de su integridad no se ha decidido formalmente. Pero se responde a una pregunta m�s amplia, y la respuesta satisface mientras tanto el deseo personal.

Job no hace ninguna confesi�n de pecado, sus amigos y Eli�, todos los cuales se esfuerzan por encontrar el mal en su vida, est�n completamente en falta. El arrepentimiento no es por culpa moral, sino por el discurso apresurado y aventurero que se le escap� en el momento del juicio. Despu�s de toda la defensa que uno hace de Job, uno debe admitir que no evita en todo momento la apariencia del mal. Era necesario que se arrepintiera y encontrara una nueva vida con nueva humildad.

El descubrimiento que ha hecho no degrada a un hombre. Job ve a Dios tan grande, verdadero y fiel como hab�a cre�do que era, s�, m�s grande y m�s fiel con mucho. Se ve a s� mismo una criatura de este gran Dios y es exaltado, una criatura ignorante y es reprendido. El horizonte m�s amplio que exig�a haberle abierto, se encuentra mucho menos de lo que parec�a. En el microcosmos de su vida pasada de sue�os y su religi�n estrecha, parec�a grande, perfecto, digno de todo lo que disfrutaba de la mano de Dios; pero ahora, en el macrocosmos, es peque�o, imprudente, d�bil.

Dios y el alma permanecen seguros como antes; pero la justicia de Dios para el alma que �l ha creado se ve en una l�nea diferente. Job no puede ahora debatir con el Todopoderoso que ha invocado como un jeque poderoso. Los vastos rangos del ser se despliegan, y entre los sujetos del Creador �l es uno, obligado a alabar al Todopoderoso por la existencia y todo lo que significa. Su nuevo nacimiento se encuentra a s� mismo peque�o, pero cuidado en el gran universo de Dios.

Sin duda, el escritor est� luchando con una idea que no puede expresar completamente; y de hecho no da m�s que el contorno pict�rico de la misma. Pero, sin atribuirle pecado a Job, se�ala, en la confesi�n de ignorancia, el germen de una doctrina del pecado. El hombre, incluso cuando est� erguido, debe sentirse herido por la insatisfacci�n, por una sensaci�n de imperfecci�n, para darse cuenta de su ca�da como un nuevo nacimiento en la evoluci�n espiritual. Se indica el ideal moral, la ilimitaci�n del deber y la necesidad de un despertar del hombre a su lugar en el universo. La vida on�rica aparece ahora como una existencia parcial nublada, un per�odo de oportunidades perdidas y vanagloria est�ril. Ahora abre la vida m�s grande a la luz de Dios.

Y al final queda justificado el desaf�o del Todopoderoso a Satan�s con el que comenz� el poema. El Adversario no puede decir: -El seto colocado alrededor de Tu siervo est� roto, su carne afligida, ahora te ha maldecido en Tu cara. Job sale de la prueba, todav�a del lado de Dios, m�s del lado de Dios que nunca, con una fe m�s noble, m�s firmemente fundada sobre la roca de la verdad. Es, podemos decir, una par�bola prof�tica de la gran prueba a la que est� expuesta la religi�n en el mundo, sus dificultades y peligros y su triunfo final.

Limitar la referencia a Israel es perder el gran alcance del poema. Al final, como al principio, estamos m�s all� de Israel, en un problema universal de la naturaleza y la experiencia del hombre. Por su maravilloso don de inspiraci�n, pintando los sufrimientos y la victoria de Job, el autor es un heraldo del gran advenimiento. Es uno de los que prepararon el camino no para un Mes�as jud�o, el redentor de un pueblo peque�o, sino para el Cristo de Dios, el Hijo del Hombre, el Salvador del mundo.

Se ha presentado un problema universal, es decir, una cuesti�n de todas las �pocas humanas, y se ha llevado a una soluci�n dentro de unos l�mites. Pero no es la cuesti�n suprema de la vida del hombre. Debajo de las dudas y miedos que ha abordado este drama se esconden elementos m�s oscuros y tormentosos. La vasta controversia en la que participa toda alma humana se extiende sobre la tierra de Uz y la prueba de Job. De su vida queda excluida la conciencia del pecado.

El autor exhibe un alma probada por circunstancias externas; no hace que su h�roe comparta los pensamientos de juicio del malhechor. Job representa al creyente en el horno del dolor y la p�rdida providenciales. No es un pecador ni un portador de pecados. Sin embargo, el libro avanza sin vacilar hacia el gran drama en el que se centra cada problema de la religi�n. La vida, el car�cter y la obra de Cristo cubren toda la regi�n de la fe espiritual y la lucha, el conflicto y la reconciliaci�n, la tentaci�n y la victoria, el pecado y la salvaci�n; y mientras el problema se resuelve exhaustivamente, el Reconciliador permanece divinamente libre de todo enredo.

�l es luz, y en �l no hay tinieblas en absoluto. La vida honesta de Job emerge por fin, de un estrecho rango de pruebas a la reconciliaci�n personal y la redenci�n a trav�s de la gracia de Dios. La vida celestial pura de Cristo avanza en el Esp�ritu a trav�s de toda la gama de pruebas espirituales, soportando cada necesidad del hombre descarriado, confirmando cada esperanza nost�lgica de la raza, pero revelando con asombrosa fuerza la pelea inmemorial del hombre con la luz, y convenci�ndolo en la hora. que lo salva.

As�, para el antiguo drama inspirado se establece, en el curso de la evoluci�n, otra, que la supera con creces, la tragedia divina del universo, que involucra la omnipotencia espiritual de Dios. Cristo tiene que vencer no solo la duda y el miedo, sino tambi�n la devastadora impiedad del hombre, la extra�a y triste enemistad de la mente carnal. Su triunfo en el sacrificio de la cruz lleva a la religi�n m�s all� de todas las dificultades y peligros hacia la eterna pureza y calma. Es decir, a trav�s de �l, el alma del hombre creyente es reconciliada por una ley espiritual trascendente con la naturaleza y la providencia, y su esp�ritu consagrado para siempre a la santidad del Eterno.

La doctrina de la soberan�a de Dios, como se expone en el drama de Job con frescura y poder por uno de los maestros de la teolog�a, de ninguna manera cubre todo el terreno de la acci�n divina. El justo es llamado y capacitado para confiar en la justicia de Dios; el hombre bueno llega a confiar en esa bondad divina que es la fuente de la suya. Pero el malhechor permanece libre de restricciones por la gracia, impasible ante el sacrificio.

Hemos aprendido una teolog�a m�s amplia, una doctrina m�s vigorosa pero m�s graciosa de la soberan�a divina. La inducci�n por la que llegamos a la ley es m�s amplia que la naturaleza, m�s amplia que la providencia que revela sabidur�a infinita, equidad y cuidado universal. Con raz�n, un gran te�logo puritano asumi� la convicci�n de que Dios es el �nico poder en el cielo, la tierra y el infierno; con raz�n se aferr� a la idea de la voluntad divina como la �nica energ�a sustentadora de todas las energ�as.

Pero fall� justo donde el autor de Job fall� mucho antes: no vio plenamente el principio correlativo de la gracia soberana. La revelaci�n de Dios en Cristo, nuestro Sacrificio y Redentor, reivindica con respecto a los pecadores y obedientes el acto divino de la creaci�n. Muestra al Hacedor asumiendo la responsabilidad por los ca�dos, buscando y salvando a los perdidos; muestra una magn�fica evoluci�n que comienza con la manifestaci�n de Dios en la creaci�n y regresa a trav�s de Cristo al Padre, cargado con las m�ltiples ganancias inmortales del poder creativo y redentor.

Versículos 7-17

XXIX.

EP�LOGO

Job 42:7

TRAS el argumento de la Voz Divina desde la tormenta el ep�logo es una sorpresa, y muchos han dudado que est� en la l�nea del resto de la obra. �Job necesitaba estas multitudes de camellos y ovejas para complementar su nueva fe y su reconciliaci�n con la voluntad del Todopoderoso? �No hay algo incongruente en la gran concesi�n del bien temporal, e incluso algo innecesario en el honor renovado entre los hombres? A nosotros nos parece que un buen hombre estar� satisfecho con el favor y la comuni�n de un Dios amoroso. Sin embargo, asumiendo que la conclusi�n es parte de la historia en la que se fund� el poema, podemos justificar el resplandor de esplendor que estalla en Job despu�s del dolor, la instrucci�n y la reconciliaci�n.

La vida solo puede recompensar la vida. Ese gran principio se reflej� groseramente en la antigua creencia de que Dios protege a sus siervos incluso hasta una vejez verde. El poeta de nuestro libro comprendi� claramente el principio; inspir� sus vuelos m�s nobles. Hasta el momento final, Job ha vivido con fuerza, tanto en la regi�n mundana como en la moral. �C�mo va a encontrar la continuaci�n de la vida? El poder del autor no pod�a traspasar los l�mites de lo natural para prometer una recompensa.

A�n no era posible, ni siquiera para un gran pensador, afirmar esa comuni�n continua con Eloah, esa continua energ�a intelectual y espiritual a la que llamamos vida eterna. Se le hab�a ocurrido una visi�n; hab�a visto el d�a del Se�or de lejos, pero vagamente, por momentos. Llevar una vida en �l estaba m�s all� de su poder. Sheol no hizo nada perfecto; y m�s all� del Seol ning�n ojo profeta hab�a viajado jam�s.

Entonces, no hab�a m�s remedio que usar la historia tal como estaba, agregando toques simb�licos, y mostrar la vida restaurada en desarrollo en la tierra, m�s poderosa que nunca, m�s estimada, m�s ricamente dotada para la buena acci�n. En un punto el simbolismo es muy significativo. Job recibe el poder y el oficio sacerdotal; su sacrificio e intercesi�n median entre los amigos que lo calumniaron y Eloah que escucha la oraci�n de Su fiel servidor.

El ep�logo, como par�bola de la recompensa de la fidelidad, tiene una verdad profunda y duradera. Mayor oportunidad de servicio, m�s cordial estima y afecto, el cargo m�s alto que puede llevar el hombre, estos son la recompensa de Job; y con los t�rminos del simbolismo no discutiremos quienes hayan escuchado al Se�or decir: "Bien hecho, buen siervo, porque en muy poco fuiste hallado fiel, �tienes autoridad sobre diez ciudades!"

No se debe pasar por alto otra indicaci�n de prop�sito. Se puede decir que la renovaci�n del alma de Job deber�a haber sido suficiente para �l, para que pudiera haber pasado humildemente lo que le quedaba de vida, en paz con los hombres, en sumisi�n a Dios. Pero nuestro autor estaba animado por el realismo hebreo, esa sana creencia en la vida como don de Dios, que lo mantuvo siempre claro, por un lado, del fatalismo griego, por otro, del ascetismo oriental.

Esta fuerte fe en la vida bien podr�a llevarlo a los detalles de hijos e hijas, nietos y bisnietos, reba�os, tributos y a�os de honor. Tampoco le import� al final, aunque alguien dijo que, despu�s de todo, el Adversario ten�a raz�n. Ten�a que mostrar la expansi�n de la vida como recompensa de la fidelidad de Dios. Satan�s hace mucho que desapareci� del drama; y en cualquier caso, el ep�logo es principalmente una par�bola.

Sin embargo, es una par�bola que involucra, como siempre implican las par�bolas de nuestro Se�or, la s�lida visi�n de la existencia del hombre, ni la de Prometeo en la roca ni la del sombr�o anacoreta en la cueva egipcia.

Las mejores cosas del escritor le llegaron a trav�s de flashes. Cuando lleg� al final de su libro, no pudo hacer una tragedia y dejar a sus lectores absortos por encima del mundo. Ning�n pensador precristiano podr�a haber unido los destellos de la verdad en una visi�n de la naturaleza eterna y la juventud inmortal del esp�ritu. Pero Job debe recuperar el poder y la energ�a; y el cierre ten�a que llegar, como ocurre, en la esfera del tiempo.

Podemos soportar ver a un alma salir desnuda, impulsada, atormentada; podemos soportar ver pasar la gran vida buena del cadalso o del fuego, porque vemos a Dios encontr�ndolo en el cielo. Pero hemos visto a Cristo.

Un tercer punto es que, para completar la dramaturgia, la acci�n tuvo que llevar a Job a la completa absoluci�n a la vista de sus amigos. Nada menos satisfar� el sentido de justicia po�tica que gobierna toda la obra.

Finalmente, una reminiscencia biogr�fica puede haber dado color al ep�logo. Si, como hemos supuesto, el autor fue una vez un hombre de sustancia y poder en Israel, y, reducido a la pobreza en la �poca de la conquista asiria, se encontr� exiliado en Arabia, el sentimiento nost�lgico de impotencia en el mundo debe haberlo hecho. toc� todo su pensamiento. Quiz�s no pod�a esperar para s� mismo un poder y un lugar renovados; tal vez, lamentablemente, tuvo que confesar una falta de fidelidad en su propio pasado.

Tanto m�s podr�a inclinarse a poner fin a su gran obra con un testimonio del valor y el dise�o de los dones terrenales de Dios, la vida temporal que �l asigna al hombre, esa disciplina presente m�s graciosamente adaptada a nuestros poderes actuales y, sin embargo, lleno de preparaci�n para una evoluci�n superior, la vida no vista, eterna en los cielos.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Job 42". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/job-42.html.
 
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