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Bible Commentaries
San Juan 21

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

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Versículos 1-14

XXIV. APARIENCIA EN EL MAR DE GALILEE.

"Despu�s de estas cosas, Jes�s se manifest� de nuevo a los disc�pulos en el mar de Tiber�ades; y se manifest� de esta manera. Estaban juntos Sim�n Pedro, y Tom�s llamado D�dimo, y Natanael de Can� de Galilea, y los hijos de Zebedeo, y otros dos de sus disc�pulos. Sim�n Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dicen: Nosotros tambi�n venimos contigo. Salieron y entraron en la barca, y esa noche no tomaron nada.

Pero cuando amanec�a, Jes�s estaba en la playa; sin embargo, los disc�pulos no sab�an que era Jes�s. Entonces Jes�s les dijo: Hijos, �ten�is qu� comer? Ellos le respondieron: No. Y �l les dijo: Echen la red a la derecha de la barca, y hallar�n. Lanzaron, por tanto, y ahora no pod�an sacarlo para la multitud de peces. Entonces el disc�pulo a quien Jes�s amaba dijo a Pedro: Es el Se�or.

Entonces, cuando Sim�n Pedro oy� que era el Se�or, se ci�� la t�nica (porque estaba desnudo) y se arroj� al mar. Pero los otros disc�pulos vinieron en la barca (porque no estaban lejos de la tierra, sino a unos doscientos codos de distancia), arrastrando la red llena de peces. As� que cuando llegaron a la tierra, vieron all� un fuego de brasas, y pescado puesto sobre �l y pan. Jes�s les dijo: Traed del pescado que hab�is tomado.

Subi�, pues, Sim�n Pedro y sac� la red a tierra, llena de grandes peces, ciento cincuenta y tres; y a pesar de ser tantos, la red no se rompi�. Jes�s les dijo: Venid y rompen vuestro ayuno. Y ninguno de los disc�pulos se atrevi� a preguntarle: �Qui�n eres t�? sabiendo que era el Se�or. Jes�s viene, toma el pan y se lo da, y tambi�n el pescado. Esta es ahora la tercera vez que Jes�s se manifest� a los disc�pulos, despu�s de que resucit� de los muertos "( Juan 21:1 .

La eliminaci�n de las dudas de Tom�s restaur� a los Once a la unidad de fe y los capacit� para ser testigos de la resurrecci�n del Se�or. Y el Evangelio, naturalmente, podr�a haberse cerrado en este punto, ya que de hecho los �ltimos vers�culos del cap�tulo veinte sugieren que el escritor mismo sinti� que su tarea estaba terminada. Pero como a lo largo de su Evangelio hab�a seguido el plan de aducir los milagros de Cristo que parec�an arrojar una luz fuerte sobre su poder espiritual, no pod�a terminar sin mencionar el �ltimo milagro de todos, y que parec�a tener solo un prop�sito did�ctico. .

Adem�s, hab�a otra raz�n por la que Juan agreg� este cap�tulo. Escrib�a a finales de siglo. Tanto tiempo hab�a sobrevivido a los eventos sin precedentes que narra que se hab�a extendido la impresi�n de que nunca morir�a. Incluso se rumoreaba que nuestro Se�or hab�a predicho que el disc�pulo amado se quedar�a en la tierra hasta que �l mismo regresara. Juan aprovecha la oportunidad para relatar lo que el Se�or realmente hab�a dicho, as� como para relatar el important�simo acontecimiento del que surgi� la conversaci�n mal informada.

Cuando los disc�pulos hab�an pasado la semana de la Pascua en Jerusal�n, naturalmente regresaron a sus hogares en Galilea. La casa del viejo pescador Zebedeo era probablemente su cita. No necesitamos escuchar su charla mientras relatan lo sucedido en Jerusal�n, para ver que son sensibles a la peculiaridad de su situaci�n y est�n en un estado de suspenso.

Est�n de vuelta en las escenas familiares, los botes est�n en la playa, sus viejos compa�eros est�n sentados remendando sus redes como ellos mismos lo hab�an estado haciendo un a�o o dos antes cuando Jes�s los llam� para seguirlo en el momento. Pero aunque las viejas asociaciones se apoderan de ellos de nuevo, hay pruebas de que tambi�n act�an nuevas influencias; porque con los pescadores se encuentran Natanael y otros que estaban all�, no por las viejas asociaciones, sino por el nuevo y com�n inter�s que ten�an en Cristo.

Los siete hombres se han mantenido juntos; participan en una experiencia de la que sus conciudadanos desconocen; pero deben vivir. Se han arrojado indicios de que siete hombres fuertes no deben depender de otras armas que no sean las suyas para ganarse la vida. Y mientras est�n de pie juntos esa noche y observan el despegue de un bote tras otro, las mujeres deseando a sus maridos e hijos buena velocidad, los hombres respondiendo alegremente y afanosamente preparando sus aparejos, con una mirada de l�stima al grupo de disc�pulos, Peter. no puede soportarlo m�s, sino que se dirige hacia el suyo o hacia alg�n bote desocupado con las palabras: "Voy a pescar.

"El resto s�lo necesitaba tal invitaci�n. Todo el encanto y el entusiasmo de la vida anterior se precipita sobre ellos, cada uno ocupa su lugar acostumbrado en el barco, cada mano se encuentra una vez m�s en casa en la tarea largamente suspendida, y con una facilidad que los sorprende a s� mismos, vuelven a caer en la vieja rutina.

Y mientras vemos sus seis remos destellar bajo el sol poniente, y Peter gui�ndolos hacia el familiar caladero de pesca, no podemos dejar de reflexionar en cu�n precaria es la posici�n del futuro del mundo. Ese barco lleva la esperanza terrenal de la Iglesia; y al sopesar los sentimientos de los hombres que est�n en �l, lo que vemos principalmente es cu�n f�cilmente el cristianismo entero podr�a haberse interrumpido aqu�, y nunca se habr�a o�do hablar de �l, suponiendo que para su propagaci�n hubiera dependido �nicamente de los disc�pulos.

All� estaban, sin saber qu� hab�a sido de Jes�s, sin ning�n plan para preservar su nombre entre los hombres, abiertos a cualquier impulso o influencia, incapaces de resistir el olor de los barcos de pesca y la frescura de la brisa del atardecer, y someti�ndose a ser guiados por influencias como �stas, contentos aparentemente con volver a sus viejas costumbres y a la oscura vida del pueblo, como si los �ltimos tres a�os fueran un sue�o, o un viaje a lugares extranjeros, en los que podr�an pensar despu�s, pero fueron no repetir.

Todos los hechos que iban a utilizar para la conversi�n del mundo ya estaban en su poder; la muerte de Cristo y Su resurrecci�n no ten�an quince d�as; pero todav�a no ten�an el impulso interior de proclamar la verdad; no hab�a ning�n Esp�ritu Santo que los impulsara y poseyera poderosamente; no fueron dotados de poder de lo alto. Una cosa s�lo parec�a que ellos estaban decididos y acordados: que deb�an vivir; y por eso van a pescar.

Pero aparentemente no estaban destinados a encontrar ni siquiera esto tan f�cil como esperaban. Hab�a Uno observando ese barco, sigui�ndolo durante la noche mientras intentaban en un lugar tras otro, y estaba resuelto a que no deb�an estar llenos de ideas falsas acerca de la satisfacci�n de su antiguo llamamiento. Trabajaron toda la noche, pero no pescaron nada. Se probaron todos los dispositivos antiguos; las fantas�as de cada clase particular de pescado fueron complacidas, pero en vano.

Cada vez que se levantaba la red, todas las manos sab�an antes de que apareciera que estaba vac�a. Cansados ??del infructuoso trabajo, y cuando pas� la mayor parte de la noche, se dirigieron a una parte apartada de la orilla, sin querer desembarcar vac�os en su primer intento en presencia de los otros pescadores. Pero cuando a unos cien metros de la orilla, una voz los saluda con las palabras "Ni�os", o, como dir�amos, "muchachos", "�hab�is pescado?". Se ha supuesto que nuestro Se�or hizo esta pregunta en el car�cter de un comerciante que hab�a estado esperando la devoluci�n de los barcos que podr�a comprar, o que era con el inter�s natural que todos tienen en el �xito de una persona que est� pescando, de modo que apenas podemos pasar sin preguntar qu� pesca han tenido.

La pregunta se hizo con el prop�sito de detener el bote a una distancia suficiente de la orilla para hacer posible otro lanzamiento de la red. Tiene este efecto; los remeros se volvieron para ver qui�n los llamaba y al mismo tiempo le dijeron que no ten�an pescado. El Extranjero dice entonces: "Echa la red en el lado derecho del barco y encontrar�s"; y lo hacen, no pensando en un milagro, sino suponiendo que antes de que un hombre les diera instrucciones tan expresas, debe haber tenido alguna buena raz�n para creer que all� hab�a peces.

Pero cuando se dieron cuenta de que la red estaba cargada de pescado de inmediato, de modo que no pod�an meterla en la barca, Juan mira de nuevo al Extranjero y le susurra a Pedro: "Es el Se�or". Tan pronto como Peter oy� esto, lo agarr� y tir� sobre �l su prenda superior, y tir�ndose al agua nad� o vade� hasta la orilla.

En cada acto insignificante, el personaje se traiciona a s� mismo. Juan es el primero en reconocer a Jes�s; es Pedro quien se arroja al mar, como lo hab�a hecho una vez antes en ese mismo lago, y como hab�a sido el primero en entrar en el sepulcro la ma�ana de la Resurrecci�n. Juan reconoce al Se�or, no porque tuviera mejor vista que los dem�s, ni porque tuviera una mejor posici�n en la barca, ni porque mientras los dem�s estaban ocupados con la red �l estaba ocupado con la figura en la playa, sino porque su esp�ritu ten�a una comprensi�n m�s r�pida y profunda de las cosas espirituales, y porque en este repentino giro de su fortuna reconoci� la misma mano que hab�a llenado sus redes una vez antes y hab�a alimentado a miles con uno o dos pececillos.

La raz�n de la impetuosidad de Peter en esta ocasi�n puede haber sido en parte que su barco de pesca estaba ahora tan cerca de la tierra como pod�an conseguirlo, y que no estaba dispuesto a esperar hasta que desataran el peque�o bote. El resto, leemos, lleg� a tierra, no en la gran embarcaci�n en la que hab�an pasado la noche, sino en la peque�a barca que llevaban con ellos, a�adiendo la raz�n, "porque no estaban lejos de tierra", es decir. decir, no lo suficientemente lejos como para usar el recipiente m�s grande por m�s tiempo.

Peter, por tanto, no corr�a riesgo de ahogarse. Pero su acci�n revela el af�n del amor. Tan pronto como escuch� de otro que su Se�or est� cerca, se olvidan los peces que hab�a estado observando y esperando durante toda la noche, y para �l, el capit�n del barco, la red y todo su contenido podr�an haberse hundido hasta el el fondo del lago. Lo que esta acci�n de Pedro sugiri� al Se�or se desprende de la pregunta que unos minutos despu�s le hizo: "�Me amas m�s que �stos?"

Pedro tampoco habr�a sufrido ninguna p�rdida grave a pesar de que le hab�an quitado las redes, porque cuando llega a la orilla se da cuenta de que el Se�or iba a ser su anfitri�n, no su invitado. Se enciende un fuego, se pone pescado y se hornea pan. Aquel que pudiera llenar sus redes tambi�n podr�a satisfacer sus propias necesidades. Pero no habr�a una multiplicaci�n innecesaria de milagros; los peces que ya estaban en el fuego no deb�an multiplicarse en sus manos cuando hab�a abundancia en la red.

Por lo tanto, les indica que traigan el pescado que hab�an capturado. Van a la red y mec�nicamente, a la antigua usanza, cuentan los peces que hab�an capturado, ciento cincuenta y tres; y John, con la memoria de un pescador, puede decirte, sesenta a�os despu�s, el n�mero exacto. De estos peces provistos milagrosamente rompen su largo ayuno.

El significado de este incidente quiz�s se haya perdido un poco al considerarlo de manera demasiado exclusiva como simb�lico. Sin duda fue as�; pero, en primer lugar, conten�a una lecci�n muy importante en sus hechos literales y desnudos. Ya hemos notado la precaria situaci�n en la que se encontraba la Iglesia en este momento. Y nos ser� �til de muchas maneras esforzarnos por librar nuestra mente de todas las fantas�as sobre el comienzo de la Iglesia cristiana, y mirar los hechos simples y sin adornos aqu� presentados a nuestra vista. Y la circunstancia clara y significativa que primero llama nuestra atenci�n es que el n�cleo de la Iglesia, los hombres de quienes depend�a la fe de Cristo para su propagaci�n, eran pescadores.

No se trataba simplemente del pintoresco cortinaje que asum�an los hombres de habilidad tan grande y car�cter tan imponente que todas las posiciones en la vida eran iguales para ellos. Recordemos al grupo de hombres que hemos visto parados en una esquina de un pueblo de pescadores o con los que hemos pasado una noche en el mar pescando, y cuya charla ha sido sobre las mejores historias antiguas de su oficio o leyendas del agua. . Tales hombres fueron los Ap�stoles.

Eran hombres que no se sent�an como en casa en las ciudades, que simplemente no pod�an entender las filosof�as actuales, que ni siquiera conoc�an los nombres de los grandes escritores contempor�neos del mundo romano, que se interesaban por la pol�tica tanto como todo jud�o. en aquellos tiempos turbulentos se vio obligado a tomar - hombres que estaban en casa solo en su propio lago, en su bote de pesca, y que podr�an, incluso despu�s de todo lo que hab�an pasado, haber regresado a su antigua ocupaci�n de por vida.

De hecho, ahora estaban volviendo a su antigua vida, volviendo a ella en parte porque no ten�an el impulso de publicar lo que sab�an, y en parte porque, aunque lo hab�an hecho, deb�an vivir y no sab�an c�mo deb�an ser. apoyado pero por la pesca.

Y esta es la raz�n de este milagro; �sta es la raz�n por la que nuestro Se�or los convenci� de manera tan deliberada de que sin �l no podr�an ganarse la vida: que podr�an pescar toda la noche y recurrir a todos los dispositivos que su experiencia pudiera inventar y, sin embargo, no pescar nada, pero que �l podr�a darles. sustento a su antojo. Si alguien piensa que esta es una forma secular y superficial de ver el milagro, que pregunte qu� es lo que principalmente impide que los hombres sirvan a Dios como creen que deber�an hacerlo, qu� es lo que induce a los hombres a vivir tanto para el mundo. y tan poco para Dios, lo que les impide seguir lo que susurra la conciencia es el camino correcto.

�No es principalmente el sentimiento de que, al hacer la voluntad de Dios, es probable que nosotros mismos no estemos tan bien, no tan bien provistos? Por tanto, ante todo, tanto nosotros como los ap�stoles debemos estar convencidos de que nuestro Se�or, que nos pide que le sigamos, est� en mejores condiciones de proveer para nosotros que nosotros mismos. Tuvieron que hacer la misma transici�n que todo hombre entre nosotros tiene que hacer; tanto nosotros como ellos tenemos que pasar del sentimiento natural de que dependemos de nuestra propia energ�a y habilidad para nuestro apoyo al conocimiento de que dependemos de Dios.

Tenemos que pasar de la vida de la naturaleza y los sentidos a la vida de la fe. Tenemos que llegar a saber y creer que lo fundamental es Dios, que es �l quien puede sostenernos cuando la naturaleza falla, y no que debemos acercarnos a la naturaleza en muchos puntos donde Dios falla, que vivimos, no por pan solo, sino con cada palabra que sale de la boca de Dios, y est�n mucho m�s seguros en hacer sus �rdenes que en luchar ansiosamente por ganarse la vida.

Y si leemos atentamente nuestra propia experiencia, �no podr�amos ver, tan claramente como lo vieron los Ap�stoles esa ma�ana, la absoluta futilidad de nuestros propios planes para mejorarnos a nosotros mismos en el mundo? �No es el simple hecho de que tambi�n nos hemos esforzado durante todas las vigilias de la noche, hemos soportado la fatiga y las privaciones, hemos abandonado los lujos de la vida y nos hemos entregado a soportar la dureza, hemos intentado una invenci�n tras otra para lograr nuestro querido proyecto, y todo �en vano? Nuestra red est� vac�a y liviana con el sol naciente como lo estaba al ponerse.

�No nos hemos dado cuenta una y otra vez de que cuando se llenaba cada ronda de botes no atra�amos m�s que desilusi�n? �No hemos vuelto muchas veces con las manos vac�as a nuestro punto de partida? Pero no importa cu�nto hayamos perdido o extra�ado de este modo, todo hombre le dir� que es mucho mejor que si hubiera tenido �xito, si tan s�lo su propio mal �xito lo hubiera inducido a confiar en Cristo, si tan solo le hubiera ense�ado realmente lo que �l quer�a. usado con todos los dem�s verbalmente para decir, - que en esa Persona d�bilmente discernida a trav�s de la luz que comienza a brillar alrededor de nuestras desilusiones hay todo poder en el cielo y en la tierra - poder para darnos lo que hemos estado tratando de ganar, poder para darnos una mayor felicidad sin ella.

Pero siendo esto as�, siendo el caso de que nuestro Se�or vino esta segunda vez y los llam� a dejar sus ocupaciones para seguirlo, y les mostr� cu�n ampliamente �l pod�a apoyarlos, ellos no pod�an dejar de recordar c�mo lo hab�a hecho una vez antes en situaciones muy similares. las circunstancias los convocaron a dejar su profesi�n de pescadores y convertirse en pescadores de hombres. No pudieron sino interpretar el presente por el milagro anterior, y leer en �l una nueva convocatoria a la obra de pescar hombres, y una renovada seguridad de que en esa obra no deb�an sacar redes vac�as.

Entonces, lo m�s conveniente es que este milagro sea solo, el �nico realizado despu�s de la Resurrecci�n, y lo m�s conveniente es que sea el �ltimo, dando a los Ap�stoles un s�mbolo que debe reanimarlos continuamente a su laboriosa labor. Su obra de predicaci�n estaba bien simbolizada por la siembra ; Pasaron r�pidamente por el campo del mundo, a cada paso esparcieron difundiendo las palabras de vida eterna, sin examinar minuciosamente los corazones en los que estas palabras podr�an caer, sin saber d�nde podr�an encontrar suelo preparado y d�nde podr�an encontrar roca inh�spita, pero asegur� que despu�s de un tiempo, quien siguiera su pista, ver�a el fruto de sus palabras.

No menos significativa es la figura de la red; soltaron la red de sus buenas nuevas, sin ver qu� personas estaban realmente encerradas en ella, pero confiando en que Aquel que hab�a dicho: "Echa tu red en el lado derecho del barco", sab�a con qu� almas se caer�a. Mediante este milagro les dio a entender a los ap�stoles que no s�lo cuando estuvieran con ellos en la carne podr�a darles �xito. Incluso ahora, despu�s de Su resurrecci�n, y cuando no lo reconocieron en la orilla, bendijo su labor, para que, aun cuando no lo vieran, pudieran creer en Su cercan�a y en Su poder de la manera m�s eficaz para darles �xito.

Este es el milagro que una y otra vez ha restaurado la fe decadente y el esp�ritu desanimado de todos los seguidores de Cristo que se esfuerzan por poner a los hombres bajo Su influencia, o de alguna manera extender esta influencia sobre una superficie m�s amplia. Una y otra vez su esperanza se ve frustrada y su labor es vana; las personas sobre las que desean influir se deslizan desde debajo de la red y se dibuja vac�a; se buscan nuevas oportunidades, llegan y se aprovechan nuevas oportunidades, pero con el mismo resultado; La paciente tenacidad del pescador acostumbrado durante mucho tiempo a las vueltas del fracaso se reproduce en los esfuerzos perseverantes del amor paterno o la ansiedad amistosa por el bien de los dem�s, pero a menudo la mayor paciencia se agota por fin, las redes se amontonan y la tristeza de la decepci�n se instala en la mente.

Sin embargo, esta aparentemente es la hora que el Se�or a menudo elige para dar el �xito tan buscado; Al amanecer, cuando ya se supon�a que los peces ve�an la red y la elud�an m�s atentamente, hacemos nuestro �ltimo y casi descuidado esfuerzo, y logramos un �xito sustancial y contable, un �xito no dudoso, pero que podr�amos Detallar con precisi�n a los dem�s, lo que deja una huella en la memoria como los ciento cincuenta y tres de estos pescadores, y si nos relacion�ramos con los dem�s, deben reconocer que toda la fatigada noche de trabajo est� ampliamente recompensada.

Y es entonces que un hombre reconoce qui�n es el que ha dirigido su trabajo; es entonces que por el momento olvida incluso el �xito en el conocimiento m�s alentador de que tal �xito solo podr�a haber sido dado por Uno, y que es el Se�or que ha estado observando sus desilusiones y finalmente convirti�ndolas en triunfo.

El evangelista agrega: "Ninguno de los disc�pulos se atrevi� a preguntarle: �Qui�n eres t� ?, sabiendo que era el Se�or", observaci�n que indudablemente implica que hab�a alg�n fundamento para la pregunta: �Qui�n eres t�? Sab�an que era el Se�or por el milagro que hab�a obrado y por su manera de hablar y actuar; pero, sin embargo, hab�a en Su apariencia algo extra�o, algo que, si no los hubiera inspirado tambi�n con asombro, habr�a provocado la pregunta: �Qui�n eres t�? La pregunta siempre estuvo en sus labios, como descubrieron despu�s al comparar notas entre s�, pero ninguno se atrevi� a plantearla.

Esta vez no hubo certificaci�n de Su identidad m�s all� de la ayuda que �l hab�a brindado, sin mostrar Sus manos y pies. Es decir, ahora deben conocerlo por fe, no por la vista corporal; si deseaban negarlo, hab�a lugar para hacerlo, lugar para cuestionar qui�n era �l. Esto fue en la correspondencia m�s delicada con todo el incidente. El milagro fue realizado como fundamento y s�mbolo alentador de toda su vocaci�n como pescadores de hombres durante Su ausencia corporal; se hizo para animarlos a apoyarse en Aquel a quien no pod�an ver, a quien en el mejor de los casos pod�an vislumbrar vagamente en otro elemento de ellos mismos, y a quien no pod�an reconocer como su Se�or aparte de la maravillosa ayuda que les brind�; y en consecuencia, incluso cuando llegan a tierra, hay algo misterioso y extra�o en Su apariencia,

Este es el estado en el que vivimos ahora. El que cree, sabr� que su Se�or est� cerca de �l; el que se niega a creer podr� negar su cercan�a. Entonces, es la fe lo que necesitamos: necesitamos conocer a nuestro Se�or, comprender Sus prop�sitos y Su modo de cumplirlos, de modo que no necesitemos la evidencia de la vista para decir d�nde est� trabajando y d�nde no. Si vamos a ser Sus seguidores, si vamos a reconocer que �l ha hecho una nueva vida para nosotros y para todos los hombres, si vamos a reconocer que �l ha comenzado y ahora est� llevando adelante una gran causa en este mundo, y si queremos Veamos que, que nuestras vidas lo nieguen como quieran, no hay nada m�s por lo que valga la pena vivir que esta causa, y si estamos buscando ayudarlo, entonces confirmemos nuestra fe por este milagro y creamos que nuestro Se�or, que tiene todo poder en el cielo y en la tierra, est� m�s all� de la vista,

Esto, entonces, explica por qu� nuestro Se�or se apareci� solo a Sus amigos despu�s de Su resurrecci�n. Se podr�a haber esperado que al resucitar de entre los muertos se hubiera mostrado tan abiertamente como antes de sufrir, y se hubiera mostrado especialmente a los que lo hab�an crucificado; Pero �ste no era el caso. Los mismos ap�stoles quedaron impresionados con esta circunstancia, porque en uno de sus primeros discursos Pedro comenta que se mostr� "no a todo el pueblo, sino a los testigos elegidos antes por Dios, incluso a nosotros que comimos y bebimos con �l despu�s de su resurrecci�n". de entre los muertos.

"Y es obvio por el incidente que tenemos ante nosotros y por el hecho de que cuando nuestro Se�or se mostr� a quinientos disc�pulos a la vez en Galilea, probablemente uno o dos d�as despu�s de esto, algunos incluso dudaron - es obvio por esto que Su aparici�n a todos y cada uno no podr�a haber producido ning�n efecto bueno o permanente. Podr�a haber servido como un triunfo moment�neo, pero incluso esto es dudoso; porque se habr�an encontrado muchas cosas para explicar el milagro o sostener que fue un enga�o. , y que el que apareci� no era el mismo que el que muri�.

O incluso suponiendo que el milagro hubiera sido admitido, �por qu� este milagro iba a producir un efecto espiritual m�s profundo en corazones desprevenidos que el que hab�an producido los milagros anteriores? No fue por un proceso tan repentino que los hombres podr�an convertirse en cristianos y testigos fieles de la resurrecci�n de Cristo. "No es f�cil convencer a los hombres para que sean fieles defensores de cualquier causa". Abogan por causas a las que est�n vinculados por naturaleza, o de lo contrario se vuelven vivos para el m�rito de una causa s�lo por una convicci�n gradual y por una instrucci�n profundamente impresa y a menudo repetida.

A tal proceso se sometieron los Ap�stoles; e incluso despu�s de esta larga instrucci�n, su fidelidad a Cristo fue probada por una prueba que sacudi� hasta los cimientos todo su car�cter, que arroj� a uno de ellos para siempre y revel� las debilidades de los dem�s.

En otras palabras, necesitaban poder certificar la identidad espiritual de Cristo, as� como su igualdad f�sica. Deb�an conocerlo de tal manera y simpatizar con su car�cter, de modo que despu�s de la resurrecci�n pudieran reconocerlo por la continuidad de ese car�cter y la identidad de prop�sito que manten�a. Por el trato diario con �l deb�an ser conducidos gradualmente a depender de �l y al apego m�s fuerte a Su persona; para que cuando se conviertan en testigos de �l, no solo puedan decir: "Jes�s, a quien crucificaste, resucit�", sino que pudieran ilustrar Su car�cter por el suyo, para representar la belleza de Su santidad simplemente diciendo lo que ellos lo hab�a visto hacer y escuchado decir,

Y lo que necesitamos ahora y siempre es, no hombres que puedan dar testimonio del hecho de la resurrecci�n, sino que puedan llevar en nuestro esp�ritu la impresi�n de que hay un Se�or resucitado y una vida resucitada mediante la dependencia de �l.

Versículos 15-17

XXV. RESTAURACI�N DE PEDRO.

"Entonces, cuando hubieron roto su ayuno, Jes�s dijo a Sim�n Pedro: Sim�n, hijo de Juan, �me amas m�s que �stos? �l le dijo: S�, Se�or; t� sabes que te amo. Mis corderos. Volvi� a decirle por segunda vez: Sim�n, hijo de Juan, �me amas? �l le dijo: S�, Se�or; t� sabes que yo te amo. �l le dijo: Apacienta mis ovejas. la tercera vez, Sim�n, hijo de Juan, �me amas? Pedro se entristeci� porque le dijo por tercera vez: �Me amas? Y �l le dijo: Se�or, t� sabes todas las cosas; t� sabes que te amo. . Jes�s le dijo: Apacienta mis ovejas "( Juan 21:15 .

A la interpretaci�n de este di�logo entre el Se�or y Pedro debemos traer un recuerdo del incidente inmediatamente anterior. La noche anterior hab�a encontrado a varios de los que hab�an seguido a Jes�s de pie entre las barcas que estaban junto al mar de Galilea. Barco tras barco zarparon de la orilla; y cuando las visiones, los olores y los sonidos familiares despertaron instintos adormecidos y despertaron viejas asociaciones, Peter, con su caracter�stica inquietud e independencia, se volvi� hacia donde estaba su viejo bote y dijo: "Voy a pescar.

"El resto solo necesitaba el ejemplo. Y mientras observamos a cada hombre tomar su antiguo lugar en el remo o preparar las redes, reconocemos cu�n levemente se ha presionado el llamado apost�lico a estos hombres, y cu�n listos estaban para retroceder. carecen del impulso interior suficiente para ir y proclamar a Cristo a los hombres, no tienen planes, lo �nico inevitable es ganarse la vida.

Y si esa noche hubieran tenido �xito como anta�o en su pesca, el encanto de la vida anterior podr�a haber sido demasiado fuerte para ellos. Pero, como muchos otros hombres, su fracaso en el logro de su propio prop�sito los prepar� para discernir y cumplir el prop�sito Divino, y de pescar un pez que val�a tanto una libra se convirtieron en los factores m�s influyentes en la historia de este mundo. Porque el Se�or los necesitaba, y nuevamente los llam� a trabajar para �l, mostr�ndoles cu�n f�cilmente pod�a mantenerlos en la vida y cu�n llenas estar�an sus redes cuando las echaran bajo Su direcci�n.

Cuando el Se�or se dio a conocer por Su acci�n milagrosa mientras los disc�pulos estaban demasiado lejos para ver Sus rasgos, Pedro en ese momento se olvid� del pescado por el que hab�a trabajado toda la noche, y aunque el capit�n del barco dej� la red para hundirse o irse. en pedazos por todo lo que le importaba, y salt� al agua para saludar a su Se�or. Jes�s mismo fue el primero en ver el significado del acto. Esta vehemencia de bienvenida le fue sumamente agradecida.

Fue testigo de un cari�o que en esta crisis era el elemento m�s valioso del mundo. Y el hecho de que no se haya demostrado mediante protestas solemnes en p�blico o como parte de un servicio religioso, sino en un incidente aparentemente secular y trivial, lo hace a�n m�s valioso. Jes�s salud� con la m�s profunda satisfacci�n el impetuoso abandono de Pedro de sus aparejos de pesca y el impaciente salto a saludarlo, porque mostraba lo m�s claramente posible que, despu�s de todo, Cristo era incomparablemente m�s para �l que la vida anterior.

Y por lo tanto, cuando la primera emoci�n se calm�, Jes�s le da a Pedro la oportunidad de expresar esto con palabras y le pregunta: "Sim�n, hijo de Jon�s, �me amas m�s que �stos?" �Debo interpretar esta acci�n tuya como realmente significando lo que parece significar: que yo soy m�s para ti que un barco, redes, viejas costumbres, viejas asociaciones? El hecho de que soltaras la red en el momento cr�tico y, por lo tanto, te arriesgas a perderlo todo, parec�a decir que Me amas m�s que tu �nico medio de ganarse la vida.

Bueno, �es as�? �Debo sacar esta conclusi�n? �Debo entender que con una mente decidida me amas m�s que estas cosas? Si es as�, el camino est� despejado nuevamente para M� para encomendar a su cuidado lo que amo y aprecio en la tierra - para decir nuevamente, "Apacienta Mis ovejas".

As�, suavemente, el Se�or reprende a Pedro al sugerir que en su conducta reciente hubo apariencias que deben evitar que estas expresiones actuales de su amor sean aceptadas como perfectamente genuinas y dignas de confianza. As�, con gracia, le da a Pedro la oportunidad de renovar la profesi�n de apego que tan vergonzosamente hab�a negado por tres veces m�s de jurar que no solo no amaba a Jes�s, sino que no sab�a nada sobre el hombre.

Y si Pedro al principio se ofendi� por la severidad del escrutinio, despu�s debe haber percibido que no se le podr�a haber hecho mayor bondad que presionarlo para que confesara de manera clara y resuelta. Pedro probablemente se hab�a comparado a veces con Judas y pensaba que la diferencia entre su negaci�n y la traici�n de Judas era leve. Pero el Se�or distingui�. Vio que el pecado de Pedro no fue premeditado, un pecado de sorpresa, mientras que su coraz�n estaba esencialmente sano.

Tambi�n debemos distinguir entre el olvido de Cristo, al que somos llevados por la multitud cegadora y confusa de los caminos, modas y tentaciones de este mundo, y una traici�n a Cristo que tiene algo deliberado. Admitimos que hemos actuado como si no tuvi�ramos el deseo de servir a Cristo y llevar toda nuestra vida a Su reino; pero una cosa es negar a Cristo a trav�s de la irreflexi�n, la inadvertencia, la pasi�n repentina o la tentaci�n insidiosa y no percibida; otra cosa es volvernos consciente y habitualmente a los caminos que �l condena, y dejar que toda la forma, apariencia y significado de la Nuestra vida declara claramente que nuestra consideraci�n por �l es muy leve en comparaci�n con nuestra consideraci�n por el �xito en nuestro llamamiento o cualquier cosa que casi toque nuestros intereses personales.

Jes�s deja que Pedro desayune primero, lo deja calmarse, antes de formular su pregunta, porque importa poco lo que digamos o hagamos en un momento de emoci�n. La pregunta es, �cu�l es nuestra elecci�n y preferencia deliberadas, no cu�l es nuestro juicio, porque de eso hay pocas dudas; pero cuando somos serenos y tranquilos, cuando todo el hombre dentro de nosotros est� en equilibrio, no empujado violentamente en un sentido u otro, cuando sentimos, como a veces lo hacemos, que nos estamos viendo a nosotros mismos como realmente somos, entonces �Reconoce que Cristo es m�s para nosotros que cualquier ganancia, �xito o placer que el mundo pueda ofrecer?

Hay muchos que, cuando se les presenta la alternativa a sangre fr�a, eligen sin dudarlo permanecer con Cristo a toda costa. Si en este momento estuvi�ramos tan conscientes como Pedro cuando esta pregunta sali� de los labios de la Persona viviente ante �l, cuyos ojos buscaban su respuesta, que ahora debemos dar nuestra respuesta, muchos de nosotros, Dios ayud�ndonos, dir�amos con Pedro, "T� sabes que te amo.

"No podr�amos decir que nuestras viejas asociaciones se rompen f�cilmente, que no nos cuesta nada colgar las redes con las que tan h�bilmente nos hemos reunido en la sustancia del mundo, o echar un �ltimo vistazo al barco que tan fielmente ha y alegremente nos llev� sobre muchas olas amenazantes y alegr� nuestro coraz�n dentro de nosotros, pero nuestro coraz�n no est� puesto en estas cosas, no nos mandan como T� lo dices, y podemos abandonar todo lo que nos impida seguirte y servirte.

Feliz el hombre que con Peter siente que la pregunta es f�cil de responder, que puede decir: "Puede que a menudo me haya equivocado, puede que a menudo me haya mostrado codicioso de ganancia y gloria, pero T� sabes que te amo".

En esta restauraci�n de Pedro, nuestro Se�or, entonces, no prueba la conducta, sino el coraz�n. Reconoce que, si bien la conducta es la prueba leg�tima y normal de los sentimientos de un hombre, hay momentos en los que es justo y �til examinar el coraz�n mismo aparte de las manifestaciones actuales de su condici�n; y que el consuelo que obtiene una pobre alma despu�s de un gran pecado, al negarse a intentar mostrar la coherencia de su conducta con el amor a Cristo, y al aferrarse simplemente a la conciencia de que con todo su pecado hay ciertamente un amor sobreviviente a Cristo. , es un consuelo sancionado por Cristo, y que �l quiere que lo disfrute.

Esto es alentador, porque un cristiano a menudo es consciente de que, si ha de ser juzgado �nicamente por su conducta, debe ser condenado. Es consciente de las imperfecciones en su vida que parecen contradecir bastante la idea de que est� animado por el respeto por Cristo. Sabe que los hombres que ven sus debilidades y estallidos pueden estar justificados en suponer que es un hip�crita pretencioso o que se enga�a a s� mismo y, sin embargo, en su propia alma es consciente del amor a Cristo.

Puede dudar de esto tan poco como de que lo haya negado vergonzosamente en su conducta. Preferir�a ser juzgado por la omnisciencia que por un juicio que s�lo puede escudri�ar su conducta exterior. Apela en su propio coraz�n de los que conocen en parte a Aquel que sabe todas las cosas. Sabe perfectamente bien que si se espera que los hombres crean que �l es cristiano, debe probarlo con su conducta; es m�s, comprende que el amor debe encontrar por s� mismo una expresi�n constante y consistente en la conducta; pero sigue siendo una indudable satisfacci�n ser consciente de que, a pesar de todo lo que su conducta ha dicho en contrario, ama en su alma al Se�or.

La determinaci�n de Cristo de aclarar todo malentendido y toda duda acerca de la relaci�n que sus profesos seguidores tienen con �l se muestra de manera sorprendente en Su sometimiento a Pedro a un segundo y tercer interrogatorio. Invita a Pedro a escudri�ar profundamente en su esp�ritu y a descubrir la verdad misma. Es la m�s trascendental de todas las preguntas; y nuestro Se�or se niega positivamente a dar una respuesta superficial, descuidada y natural.

As� interrogar�, interrogar� tres veces y sondear� al vivo a todos sus seguidores. �l busca disipar toda duda acerca de nuestra relaci�n con �l, y hacer que nuestra conexi�n viva con �l sea clara para nuestra propia conciencia, y colocar toda nuestra vida sobre esta base s�lida de un entendimiento claro y mutuo entre �l y nosotros. Nuestra felicidad depende de que respondamos a Su pregunta con cuidado y sinceridad. S�lo el m�s alto grado de amistad humana permitir� este cuestionamiento persistente, este golpearnos una y otra vez sobre nuestros propios sentimientos, cada vez m�s profundamente en el coraz�n mismo de nuestros afectos, como si todav�a fuera dudoso si no hubi�ramos dado una respuesta. de mera cortes�a, profesi�n o sentimiento.

El m�s alto grado de amistad humana exige certeza, una base sobre la que pueda construir, un amor en el que pueda confiar plenamente. Cristo hab�a cumplido su derecho de cuestionar as� a sus seguidores y de exigir un amor seguro de s� mismo, porque por su parte estaba consciente de tal amor y hab�a dado prueba de que su afecto no era mera compasi�n sentimental e infructuosa, sino una compasi�n infructuosa. amor imponente, consumidor, incontenible, inconquistable, un amor que no le dej� otra opci�n, sino que le oblig� a dedicarse a los hombres y hacerles todo el bien en su poder.

El autoconocimiento de Peter se ve reforzado por la forma que ahora toma la pregunta. Ya no se le pide que compare el control que Cristo tiene sobre �l con su inter�s en otras cosas; pero se le pregunta simple y absolutamente si amor es el nombre correcto para lo que lo conecta con su Se�or. � �Me amas? � Separ�ndome y separ�ndome de todos los dem�s, mir�ndome directamente y simplemente a M�, �es �amor� el nombre correcto para lo que nos conecta? �Es amor y no mero impulso? �Es amor y no sentimiento o fantas�a? �Es amor y no sentido del deber o de lo que se est� convirtiendo? �Es amor y no un mero error? Porque ning�n error es m�s desastroso que el que toma otra cosa por amor.

Ahora bien, comprender el significado de esta pregunta es comprender qu� es el cristianismo. Nuestro Se�or estaba a punto de dejar el mundo; y dej� su futuro, el futuro de las ovejas que tanto amaba y en las que hab�a gastado todo, en el cuidado de Pedro y el resto, y la �nica seguridad que exig�a de ellos era la confesi�n de amor por s� mismo. No redact� un credo o una serie de art�culos que los vincularan a tal o cual deber, a m�todos especiales de gobierno de la Iglesia o verdades especiales que deb�an ense�ar; No los convoc� a la casa de Pedro o de Zebedeo, y les pidi� que pusieran sus firmas o marcas en tal documento.

Dej� todo el futuro de la obra que hab�a comenzado a tal costo en su amor por �l. Solo esta seguridad �l les quit�. �sta fue la garant�a suficiente de su fidelidad y de su sabidur�a. No es una gran habilidad mental lo que se necesita para promover los objetivos de Cristo en el mundo. Es amor por lo mejor, devoci�n por el bien. No se cuestiona su conocimiento; no se les pregunta qu� opiniones tienen sobre la muerte de Cristo; no est�n obligados a analizar sus sentimientos y decir de d�nde ha brotado su amor, ya sea de un debido sentido de su deuda con �l por librarlos del pecado y sus consecuencias, o de la gracia y belleza de Su car�cter, o de Su ternura. y paciente consideraci�n de ellos.

No hay omisi�n de nada vital debido a su apresuramiento en estas horas de la ma�ana. La pregunta se repite tres veces, y la tercera es como la primera, una pregunta �nica y exclusivamente sobre su amor. Viene tres veces la pregunta, y tres veces, cuando el amor se confiesa sin vacilar, llega la comisi�n apost�lica: "Apacienta mis ovejas". El amor es suficiente, suficiente no solo para salvar a los mismos ap�stoles, sino tambi�n para salvar al mundo.

No se puede exagerar la importancia de esto. �Qu� es el cristianismo? Es la forma de Dios de apoderarse de nosotros, de unirnos al bien, de hacernos santos, hombres perfectos. Y el m�todo que usa es la presentaci�n de la bondad en forma personal. �l hace que la bondad sea sumamente atractiva mostr�ndonos su realidad y su belleza y su poder permanente y multiplicador en Jesucristo. Absolutamente simple y absolutamente natural es el m�todo de Dios.

La construcci�n de sistemas de teolog�a, la organizaci�n elaborada de iglesias, los diversos, costosos y complicados m�todos de los hombres, �cu�n artificiales parecen cuando se comparan con la sencillez y naturalidad del m�todo de Dios! Los hombres deben perfeccionarse. Mu�streles, entonces, que la perfecci�n humana es el amor perfecto por ellos, y �pueden dejar de amarla y llegar a ser ellos mismos perfectos? Eso es todo.

La misi�n de Cristo y la salvaci�n de los hombres por �l son tan naturales y tan simples como la caricia de la madre a su hijo. Cristo vino a la tierra porque amaba a los hombres y no pudo evitar venir. Al estar en la tierra, expresa lo que hay en �l: su amor, su bondad. Al amar a todos los hombres y satisfacer todas sus necesidades, los hombres llegaron a sentir que este era el Perfecto y se entregaron humildemente a �l. As� como el amor act�a en todos los asuntos y relaciones humanas, as� funciona aqu�.

Y el m�todo de Dios es tan eficaz como sencillo. Los hombres aprenden a amar a Cristo. Y este amor lo asegura todo. Como v�nculo entre dos personas, no se puede depender de nada m�s que del amor. Solo el amor nos saca de nosotros mismos y hace que otros intereses que no sean los nuestros sean queridos para nosotros.

Pero Cristo requiere que lo amemos y nos invita a considerar si lo amamos ahora, porque este amor es un �ndice de todo lo que hay en nosotros de tipo moral. Hay tanto impl�cito en nuestro amor por �l, y tan inextricablemente entrelazado con �l, que su presencia o ausencia dice mucho con respecto a toda nuestra condici�n interior. Es muy cierto que nada es m�s dif�cil de comprender que las causas del amor.

Parece aliarse con la misma disposici�n que la piedad y la admiraci�n. A veces se siente atra�do por la similitud de disposici�n, a veces por el contraste. Ahora es movido por la gratitud y nuevamente por el otorgamiento de favores. Algunas personas a las que sentimos que debemos amar no las atraemos. Otros que parecen relativamente poco atractivos nos atraen fuertemente. Pero siempre hay algunas personas en cada sociedad que son amadas universalmente; y estas son personas que no solo son buenas, sino cuya bondad se presenta en una forma atractiva, que tienen alg�n encanto personal, en apariencia, modales o disposici�n. Si alguna persona grosera no es due�a de la ascendencia, sabr� que la groser�a penetra profundamente en el car�cter.

Pero esto ilustra pobremente la ascendencia de Cristo y lo que implica nuestra negaci�n. Su bondad es perfecta y completa. No amarlo a �l no es amar la bondad; es no simpatizar con lo que atrae esp�ritus puros y amorosos. Porque sean cuales sean las causas aparentes u oscuras del amor, esto es cierto: amamos lo que mejor se adapta y estimula toda nuestra naturaleza. El amor es m�s profundo que la voluntad; no podemos amar porque deseamos hacerlo, como tampoco podemos saborear la miel amarga porque deseamos hacerlo.

No podemos amar a una persona porque sabemos que su influencia es necesaria para promover nuestros intereses. Pero si el amor es m�s profundo que la voluntad, �qu� poder tenemos para amar lo que ahora no nos atrae? No tenemos poder para hacerlo de inmediato; pero podemos utilizar los medios que se nos han dado para alterar, purificar y elevar nuestra naturaleza. Podemos creer en el poder de Cristo para regenerarnos, podemos seguirlo y servirlo fielmente, y as� aprenderemos un d�a a amarlo.

Pero la presencia o ausencia en nosotros del amor de Cristo es un �ndice no solo de nuestro estado actual, sino una profec�a de todo lo que ser�. El amor de Cristo fue lo que capacit� e impuls� a los Ap�stoles a vivir una vida grande y en�rgica. Fue este simple afecto lo que les hizo posible una vida de agresi�n y reforma. Esto les dio las ideas correctas y el impulso suficiente. Y es este afecto el que est� abierto a todos y el que igualmente ahora, como al principio, impulsa a todo bien.

Dejemos que el amor de Cristo posea cualquier alma y esa alma no puede evitar ser una bendici�n para el mundo que nos rodea. Cristo apenas necesit� decirle a Pedro: "Apacienta mis ovejas; ayuda a aquellos por quienes yo mor�", porque con el tiempo Pedro debe haber visto que ese era su llamado. El amor nos da simpat�a e inteligencia. Nuestra conciencia est� iluminada por la simpat�a por la persona que amamos; a trav�s de sus deseos, que deseamos satisfacer, vemos objetivos m�s elevados que los nuestros, objetivos que gradualmente se convierten en los nuestros.

Y dondequiera que exista el amor de Cristo, tarde o temprano se comprender�n los prop�sitos de Cristo, se aceptar�n sus prop�sitos, su deseo ferviente y su esfuerzo en�rgico por la condici�n espiritual m�s elevada de la raza se volver�n en�rgicos en nosotros y nos llevar�n hacia adelante a todo bien. . De hecho, Jes�s advierte a Pedro del poder incontrolable de este afecto que expresaba. �Cuando eras m�s joven�, dice, �te ce��as y caminabas donde quer�as; pero cuando seas viejo, otro te ce�ir� y te llevar� al martirio.

"Porque el que est� pose�do por el amor de Cristo es tan poco su propio amo y puede tan poco rehuir a lo que ese amor lo lleva como el hombre que es llevado a la ejecuci�n por un guardia romano. La posesi�n de uno mismo termina cuando el alma puede Verdaderamente decir: "T� sabes que te amo". De ahora en adelante no hay elecci�n de nuestros propios caminos; nuestro yo m�s elevado y mejor es evocado en todo su poder, y se afirma mediante la abnegaci�n completa del yo y la identificaci�n entusiasta del yo con Cristo. .

Este nuevo afecto domina toda la vida y toda la naturaleza. El hombre no puede gastarse m�s en actividades elegidas por s� mismo, prepar�ndose para grandes haza�as de glorificaci�n individual, o caminando por caminos que prometan placer o provecho a s� mismo; de buena gana extiende sus manos y es llevado a muchas cosas de las que la carne y la sangre se rehuyen, pero que todo se vuelve inevitable, bienvenido y bendecido para �l por medio del gozo de ese amor que lo ha designado.

Pero, �no estamos pronunciando as� nuestra propia condena? �sta es, es f�cil de ver, la verdadera y natural educaci�n del esp�ritu humano: amar a Cristo, y as� aprender a ver con Sus ojos y enamorarse de Sus prop�sitos y crecer a Su semejanza. Pero, �d�nde est� en nosotros este poder absorbente, educativo, impulsor e irresistible? Reconocer la belleza y la certeza del m�todo de Dios no es la dificultad; la dificultad es usarlo, encontrar en nosotros mismos aquello que nos lleva a la presencia de Cristo, diciendo: "T� sabes todas las cosas; t� sabes que te amo".

"Admiraci�n tenemos; reverencia tenemos; fe tenemos; pero hay m�s que estas necesarias. Nada de esto nos impulsar� a la obediencia de por vida. S�lo el amor puede alejarnos de los caminos pecaminosos y ego�stas. Pero esta pregunta de prueba, "�Me amas?" No fue el primero, sino el �ltimo, que nuestro Se�or le dijo a Pedro. Solo fue dicho despu�s de que hab�an pasado juntos por muchas experiencias de b�squeda. Y si sentimos que para nosotros adoptar como la respuesta segura de nuestro propio Pedro lo har�a Solo sea para enga�arnos y jugar con los asuntos m�s serios, debemos considerar que Cristo busca conquistar tambi�n nuestro amor, y que el �xtasis de confesar nuestro amor con seguridad est� reservado incluso para nosotros.

Es posible que ya tengamos m�s amor del que pensamos. No es raro amar a una persona y no saberlo hasta que alguna emergencia inusual o coyuntura de circunstancias nos revela a nosotros mismos. Pero si no somos conscientes del amor ni podemos detectar ninguna se�al de �l en nuestra vida, si sabemos que somos indiferentes a los dem�s, profundamente ego�stas, incapaces de amar lo elevado y abnegado, admitamos con franqueza todo su significado. De esto, y aun viendo claramente lo que somos, no renunciemos a la gran esperanza de poder finalmente entregar nuestro coraz�n a lo mejor y de estar ligados por un amor cada vez mayor al Se�or.

Versículos 18-25

XXVI. CONCLUSI�N.

"De cierto, de cierto te digo: Cuando eras joven, te ce��as, y andabas a donde quer�as; pero cuando seas viejo, extender�s tus manos, y otro te ce�ir�, y te llevar� a donde quieras. No quise. Y esto dijo, dando a entender por qu� muerte glorificar�a a Dios. Y habiendo dicho esto, le dijo: S�gueme. Pedro, volvi�ndose, vio que el disc�pulo a quien Jes�s amaba lo segu�a; el cual tambi�n se inclin� en su pecho en la cena, y dijo: Se�or, �qui�n es el que te traicion�? Entonces, vi�ndolo Pedro, dijo a Jes�s: Se�or, �y qu� har� este hombre? Jes�s le dijo: Si quiero que se quede hasta que yo Ven, �qu� te importa? S�gueme.

Sali�, pues, este dicho entre los hermanos, que el disc�pulo no morir�a; sin embargo, Jes�s no le dijo que no muriera; pero, si quiero que se quede hasta que yo venga, �qu� te importa? Este es el disc�pulo que da testimonio de estas cosas, y escribi� estas cosas; y sabemos que su testimonio es verdadero. Y tambi�n hay muchas otras cosas que hizo Jes�s, las cuales, si se escribieran todas, supongo que ni siquiera el mundo mismo contendr�a los libros que deber�an escribirse "( Juan 21: 18-25) .

Pedro, saltando en la barca, agarrando su abrigo de pescador, ci��ndolo alrededor y lanz�ndose al agua, le pareci� a Jes�s un cuadro de amor impetuoso, inexperto e intr�pido. Y mientras lo miraba, otra imagen comenz� a brillar a trav�s de ella desde atr�s y gradualmente tom� su lugar: la imagen de lo que ser�a algunos a�os m�s tarde, cuando ese esp�ritu impetuoso hab�a sido domesticado y castigado, cuando la edad hab�a amortiguado el ardor a trav�s de �l. no hab�a enfriado el amor de la juventud, y cuando Pedro ser�a atado y llevado a la crucifixi�n por amor de su Se�or.

Mientras Pedro vadea y chapotea ansiosamente hacia la orilla, el ojo de Jes�s se posa en �l con piedad, como el ojo de un padre que ha pasado por muchos de los lugares m�s oscuros del mundo se posa en el ni�o que est� hablando de todo lo que debe hacer y lo que debe hacer. disfrutar en la vida. Reci�n salido de Su propia agon�a, nuestro Se�or sabe cu�n diferente se necesita un temperamento para una resistencia prolongada. Pero poco dispuesto a echar agua fr�a sobre el entusiasmo genuino, por mal calculado que sea, teniendo como funci�n constante no apagar el p�bilo humeante, no revela a Pedro todos sus presentimientos, sino meras insinuaciones, cuando el disc�pulo sale goteando de el agua, que le aguardan pruebas de amor m�s severas que aquellas que la mera actividad y el calor del sentimiento pueden vencer, "Cuando eras joven, te ci�iste y caminaste adonde quer�as:

Para un hombre del temperamento impulsivo e independiente de Peter, ning�n futuro podr�a parecer menos deseable que aquel en el que no ser�a capaz de elegir por s� mismo y hacer lo que quisiera. Sin embargo, este era el futuro al que le compromet�a el amor que ahora expresaba. Este amor, que en la actualidad era un delicioso est�mulo para sus actividades, difundiendo la alegr�a en todo su ser, ganar�a tal dominio sobre �l que se ver�a impulsado por �l a un curso de vida lleno de ardua empresa y de mucho sufrimiento.

La vida libre, espont�nea y egoc�ntrica a la que Peter estaba acostumbrado; el esp�ritu de independencia y el derecho a elegir sus propios empleos, que tan claramente se hab�a manifestado la noche anterior en sus palabras: "Voy a pescar"; la incapacidad de reconocer los obst�culos y de reconocer los obst�culos que se delataban tan claramente en su salto al agua; esta libertad de acci�n confiada pronto ser�a cosa del pasado.

Este ardor no fue in�til; era el calor genuino que, sumergido en las fr�as desilusiones de la vida, convertir�a en un verdadero acero la resoluci�n de Peter. Pero tal prueba del amor de Pedro lo esperaba; y espera todo amor. Los j�venes pueden ser detenidos por el sufrimiento o pueden ser desviados de las direcciones que hab�an elegido para s� mismos; pero las posibilidades de sufrir aumentan con los a�os, y lo que es posible en la juventud se vuelve probable y casi seguro en el transcurso de la vida.

Mientras nuestra vida cristiana se exprese de la manera que elijamos por nosotros mismos y en la que se pueda gastar mucha energ�a activa y ejercer mucha influencia, hay tanto en esto que es agradable para uno mismo que la cantidad de amor a Cristo requiri� para tal la vida puede parecer muy peque�a. Cualquier peque�a decepci�n o dificultad con la que nos encontremos act�a solo como un t�nico, como el fr�o de las aguas del lago al amanecer.

Pero cuando el esp�ritu ardiente est� atado con las cadenas de un cuerpo enfermo y discapacitado; cuando un hombre tiene que recostarse en silencio y extender las manos sobre la cruz de un fracaso total que le impide volver a hacer lo que har�a, o de una p�rdida que hace que su vida parezca una muerte en vida; cuando el irresistible curso de los acontecimientos lo lleva al pasado y lo aleja de la esperanza y la alegr�a de la vida; cuando ve que su vida se est� volviendo d�bil e ineficaz, incluso como la vida de los dem�s, entonces descubre que tiene un papel m�s dif�cil que desempe�ar que cuando tuvo que elegir su propia forma de actividad y desplegar vigorosamente la energ�a que estaba en �l.

Sufrir sin quejarse, dejarse a un lado de la agitaci�n y el inter�s del ajetreado mundo, someternos cuando nuestra vida es arrebatada de nuestras propias manos y est� siendo moldeada por influencias que nos duelen y afligen: esto se encuentra para probar el esp�ritu m�s que servicio activo.

El contraste trazado por nuestro Se�or entre la juventud y la edad de Pedro est� expresado en un lenguaje tan general que arroja luz sobre el curso habitual de la vida humana y las amplias caracter�sticas de la experiencia humana. En la juventud, el apego a Cristo se manifestar� naturalmente en demostraciones de amor tan gratuitas y, sin embargo, tan perdonables e incluso conmovedoras como las que Pedro hizo aqu�. Hay un ce�ido de uno mismo al deber y a toda forma de realizaci�n.

No hay vacilaci�n, no hay escalofr�os al borde del abismo, no hay que sopesar las dificultades; pero una entrega impulsiva y casi obstinada de uno mismo a deberes impensables para los dem�s, una honesta sorpresa por la laxitud de la Iglesia, mucho hablar valiente y tambi�n actuar con valent�a. Algunos de nosotros, de hecho, tomando una pista de nuestra propia experiencia, podemos afirmar que mucho de lo que o�mos acerca de que los j�venes son m�s c�lidos en el servicio de Cristo que la madurez no es cierto, y que hubiera sido una perspectiva muy pobre para nosotros si hubiera sido as�. cierto; y que, con mayor verdad, se puede decir que el apego juvenil a Cristo a menudo es enga�oso, ego�sta, necio y, lamentablemente, necesita enmienda. Puede que sea as�.

Pero sea lo que sea, no cabe duda de que en la juventud somos libres de elegir. La vida yace ante nosotros como el bloque de m�rmol sin labrar, y podemos modelarla como nos plazca. Puede parecer que las circunstancias nos obligan a apartarnos de una l�nea de vida y elegir otra; pero, no obstante, todas las posibilidades est�n ante nosotros. Podemos hacer de la nuestra una carrera noble y elevada; la vida a�n no est� estropeada para nosotros, o determinada, mientras somos j�venes.

El joven es libre de caminar a donde quiera; todav�a no se ha comprometido irrecuperablemente a ning�n llamamiento en particular; todav�a no est� condenado a llevar a la tumba las marcas de ciertos h�bitos, pero puede ce�irse el h�bito que mejor le convenga y dejarlo m�s libre para el servicio de Cristo.

Pedro escuch� las palabras "S�gueme", se levant� y fue tras Jes�s; John hizo lo mismo sin ninguna llamada especial. Hay quienes necesitan impulsos definidos, otros que se gu�an en la vida por su propio amor constante. John siempre lo seguir�a absorto. Peter todav�a ten�a que aprender a seguir, a poseer un l�der. Tuvo que aprender a buscar la gu�a de la voluntad de su Se�or, a esperar esa voluntad e interpretarla; nunca fue una cosa f�cil de hacer, y menos que nada f�cil para un hombre como Peter, aficionado a administrar, a tomar la iniciativa. , demasiado apresurado para dejar que sus pensamientos se calmen y su esp�ritu considere fijamente la mente de Cristo.

Es obvio que cuando Jes�s pronunci� las palabras "S�gueme", se alej� del lugar donde hab�an estado todos juntos. Y sin embargo, viniendo como lo hicieron despu�s de un coloquio tan solemne, estas palabras deben haber llevado a la mente de Pedro un significado m�s que una mera insinuaci�n de que el Se�or deseaba Su compa��a en ese momento. Tanto en la mente del Se�or como en la de Pedro parece haber todav�a un recuerdo v�vido de la negaci�n de Pedro; y como el Se�or le ha dado la oportunidad de confesar su amor, y le ha insinuado ad�nde lo conducir� este amor, le recuerda apropiadamente que cualquier castigo que pudiera sufrir por su amor estaba en el camino que conduc�a directamente a donde Cristo mismo por su amor. alguna vez lo es.

La superioridad sobre las angustias terrenales de la que ahora disfrutaba Cristo, alg�n d�a ser�a suya. Pero mientras comienza a tener estos pensamientos, Pedro se vuelve y ve que Juan lo sigue; y, con esa prontitud para intervenir que lo caracterizaba, pregunt� a Jes�s qu� iba a ser de este disc�pulo. Esta pregunta delataba una falta de firmeza y seriedad en la contemplaci�n de su propio deber, y por lo tanto se encontr� con una reprimenda: "Si quiero que se demore hasta que yo venga, �qu� te importa? S�gueme.

"Peter era propenso a entrometerse en asuntos m�s all� de su esfera y a manejar los asuntos de otras personas por ellos. Tal disposici�n siempre delata una falta de devoci�n a nuestra propia vocaci�n. Preocuparse por la suerte de nuestro amigo, envidiarlo por su capacidad. Y el �xito, guardarle rencor por sus ventajas y felicidad, es traicionar una debilidad da�ina en nosotros mismos. Estar indebidamente ansiosos por el futuro de cualquier parte de la Iglesia de Cristo, como si hubiera omitido arreglar ese futuro, actuar como si eran esenciales para el bienestar de alguna parte de la Iglesia de Cristo, es entrometerse como Pedro.

Mostrar asombro o total incredulidad o incomprensi�n si se descubre que un curso de vida muy diferente al nuestro es tan �til para el pueblo de Cristo y para el mundo como el nuestro; mostrar que a�n no hemos comprendido cu�ntos hombres, cu�ntas mentes, cu�ntos m�todos se necesitan para hacer un mundo, es incurrir en la reprimenda de Pedro. Solo Cristo es amplio como la humanidad y siente simpat�a por todos. �l es el �nico que puede encontrar un lugar en Su Iglesia para cada variedad de hombres.

Llegando al final de este Evangelio, no podemos dejar de preguntarnos seriamente si en nuestro caso ha cumplido su objetivo. Hemos admirado su maravillosa compacidad y simetr�a literaria. Es un placer estudiar un escrito tan perfectamente planeado y elaborado con una belleza y un acabado tan infalibles. Nadie puede leer este Evangelio sin ser mejor para �l, porque la mente no puede pasar por tantas escenas significativas sin ser instruida, ni estar presente en tantos pasajes pat�ticos sin suavizarse y purificarse.

Pero despu�s de toda la admiraci�n que hemos dedicado a la forma y la simpat�a que hemos sentido por la sustancia de la m�s maravillosa de las producciones literarias, queda la pregunta: �Ha logrado su objetivo? John no tiene el artificio del maestro moderno que oculta su prop�sito did�ctico al lector. Claramente confiesa su objetivo por escrito: "Estas se�ales est�n escritas para que cre�is que Jes�s es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, teng�is vida en su nombre.

"Despu�s de medio siglo de experiencia y consideraci�n, selecciona del abundante material que le brind� en la vida de Jes�s aquellos incidentes y conversaciones que le hab�an impresionado m�s poderosamente y que parec�an m�s significativos para los dem�s, y los presenta como evidencia suficiente de la divinidad. de su Se�or. El mero hecho de que lo haga es en s� mismo una fuerte evidencia de su verdad. Aqu� hay un jud�o, entrenado para creer que ning�n pecado es tan atroz como la blasfemia, como adorar a m�s dioses que uno o igualar a cualquiera con Dios. - un hombre para quien el m�s atractivo de los atributos de Dios era Su verdad, que sent�a que el mayor gozo humano era estar en comuni�n con Aquel en quien no hay tinieblas en absoluto, quien conoce la verdad, quien es la verdad, quien gu�a y capacita a los hombres para caminar en la luz como �l est� en la luz.

�Qu� ha encontrado este que odia la idolatr�a y la mentira como resultado de una vida santa que busca la verdad? Ha descubierto que Jes�s, con quien viv�a en t�rminos de la m�s �ntima amistad, cuyas palabras escuch�, cuyos sentimientos hab�a examinado, cuyas obras hab�a presenciado, era el Hijo de Dios. Digo que el mero hecho de que un hombre como Juan busque persuadirnos de la divinidad de Cristo demuestra que Cristo era divino.

Esta fue la impresi�n que dej� Su vida en el hombre que mejor lo conoc�a y que, a juzgar por su propia vida y su Evangelio, estaba mejor capacitado para juzgar que cualquier otro hombre que haya vivido desde entonces. A veces incluso se objeta a este Evangelio que no se puede distinguir entre los dichos del evangelista y los dichos de su Maestro. �Hay alg�n otro escritor que corra el menor peligro de que sus palabras se confundan con las de Cristo? �No es esta la prueba m�s fuerte de que Juan estaba en perfecta simpat�a con Jes�s y, por lo tanto, estaba capacitado para comprenderlo? Y es este hombre, que parece el �nico capaz de ser comparado con Jes�s, quien expl�citamente lo coloca inconmensurablemente por encima de s� mismo, y dedica su vida a la promulgaci�n de esta creencia.

Sin embargo, Juan no espera que los hombres crean la m�s estupenda de las verdades bas�ndose en su mera palabra. Se propone, por tanto, reproducir la vida de Jes�s y retener en la memoria del mundo los rasgos salientes que le dieron su car�cter. No discute ni hace inferencias. Cree que lo que le impresion� impresionar� a los dem�s. Uno a uno cita a sus testigos. En el lenguaje m�s simple, nos dice lo que Cristo dijo y lo que hizo, y nos deja escuchar lo que este hombre y aquel hombre dijeron de �l.

Nos dice c�mo el Bautista, �l mismo puro hasta el ascetismo, tan verdadero y santo como para imponer la sumisi�n de todas las clases en la comunidad, asegur� al pueblo que �l, aunque m�s grande y se sent�a m�s grande que cualquiera de sus antiguos profetas, no era del mismo mundo que Jes�s. Este hombre que se encuentra en la c�spide del hero�smo y los logros humanos, reverenciado por su naci�n, temido por los pr�ncipes por la pura pureza de su car�cter, utiliza todos los artificios del lenguaje para hacer comprender a la gente que Jes�s est� infinitamente por encima de �l, incomparable. �l mismo, dijo, era de la tierra: Jes�s era de arriba y sobre todos; Era del cielo y pod�a hablar de las cosas que hab�a visto; El era el Hijo.

El evangelista nos cuenta c�mo el incr�dulo pero inocente Natanael estaba convencido de la supremac�a de Jes�s, y c�mo el titubeante Nicodemo se vio obligado a reconocerlo como maestro enviado por Dios. Y por eso cita testimonio tras testigo, sin distorsionar nunca su testimonio, sin hacer que todos den el �nico testimonio uniforme que �l mismo da; es m�s, mostrando con una veracidad tan exacta c�mo creci� la incredulidad, como la fe se elev� de un grado a otro, hasta que se alcanza el cl�max en la confesi�n expl�cita de Tom�s: "�Se�or m�o y Dios m�o!" Sin duda, algunas de las confesiones que Juan registra no fueron reconocimientos de la divinidad plena y adecuada de Cristo.

No se puede suponer que el t�rmino "Hijo de Dios", dondequiera que se use, signifique que Cristo es Dios. Nosotros, aunque humanos, somos todos hijos de Dios, en un sentido por nuestro nacimiento natural, en otro por nuestra regeneraci�n. Pero hay casos en los que el int�rprete se ve obligado a ver en el t�rmino un significado m�s pleno y aceptarlo como atribuci�n de divinidad a Cristo. Cuando, por ejemplo, Juan dice: "A Dios nadie le ha visto jam�s: el Hijo unig�nito , que est� en el seno del Padre, �l le ha dado a conocer", es evidente que �l piensa que Cristo est� parado en una relaci�n �nica con Dios, que lo separa de la relaci�n ordinaria en la que los hombres se encuentran con Dios.

Y que los propios disc�pulos pasaron de un uso m�s superficial del t�rmino a un uso que ten�a un significado m�s profundo, es evidente en el caso de Pedro. Cuando Pedro, en respuesta a la pregunta de Jes�s, respondi�: "T� eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente", Jes�s respondi�: "Esto no te ha revelado carne ni sangre"; pero esto era darle demasiada importancia a la confesi�n de Pedro si s�lo quer�a reconocer que �l era el Mes�as.

De hecho, la carne y la sangre le revelaron a Pedro el car�cter mesi�nico de Jes�s, porque fue su propio hermano Andr�s quien le dijo a Pedro que hab�a encontrado al Mes�as y lo llev� a Jes�s. Por lo tanto, Jes�s quiso decir claramente que Pedro hab�a dado un paso m�s en su conocimiento y en su fe, y hab�a aprendido a reconocer a Jes�s no solo como el Mes�as, sino como el Hijo de Dios en el sentido correcto.

En este Evangelio, entonces, tenemos varias formas de evidencia. Tenemos los testimonios de hombres que hab�an visto, o�do y conocido a Jes�s, y que, aunque jud�os, y por lo tanto intensamente prejuiciosos contra tal concepci�n, reconocieron con entusiasmo que Cristo era divino en el sentido correcto. Tenemos el propio testimonio de Juan, quien escribe su Evangelio con el prop�sito de ganar hombres para la fe en la filiaci�n de Cristo, quien llama a Cristo Se�or, aplic�ndole el t�tulo de Jehov�, y quien en tantas palabras declara que "la Palabra era Dios" - -el Verbo que se hizo carne en Jesucristo.

Y lo que quiz�s sea m�s importante a�n, tenemos afirmaciones de la misma verdad hechas por Jes�s mismo: "Antes que Abraham fuera, yo soy"; "Yo y el Padre uno somos"; "La gloria que tuve contigo antes que el mundo fuera"; "El que me ha visto a m�, ha visto al Padre". �Qui�n, que escucha estos dichos, puede maravillarse de que los jud�os horrorizados consideraran que se estaba igualando a Dios y tomaran piedras para apedrearlo por blasfemia? �Qui�n no siente que cuando Jes�s permiti� que esta acusaci�n se presentara en su contra al final, y cuando se permiti� ser condenado a muerte por la acusaci�n, debi� haber puesto el mismo significado en sus palabras que ellos pusieron? De lo contrario, si no quiso hacerse igual al Padre, �No habr�a sido �l el primero en desenmascarar y protestar contra un uso tan enga�oso del lenguaje? Si no se hubiera conocido a s� mismo como divino, ning�n miembro del Sanedr�n se habr�a sorprendido tanto como �l al escuchar ese lenguaje o usarlo.

Pero al leer este Evangelio, uno no puede dejar de notar que Juan pone gran �nfasis en los milagros que Cristo obr�. De hecho, al anunciar su objeto por escrito, se refiere especialmente a los milagros a los que alude cuando dice: "Estas se�ales est�n escritas para que cre�is". En los �ltimos a�os ha habido una reacci�n contra el uso de milagros como evidencia de la afirmaci�n de Cristo de ser enviado por Dios. Esta reacci�n fue la consecuencia necesaria de una visi�n defectuosa de la naturaleza, el significado y el uso de los milagros.

Durante un largo per�odo se los consider� meras maravillas realizadas para demostrar el poder y la autoridad de la Persona que las obr�. Este punto de vista de los milagros fue tan exclusivamente insistido e impulsado, que finalmente se produjo una reacci�n; y ahora esta opini�n est� desacreditada. Este es invariablemente el proceso mediante el cual se obtienen los pasos del conocimiento. El p�ndulo oscila primero hacia un extremo, y la altura a la que ha oscilado en esa direcci�n mide el impulso con el que se balancea hacia el lado opuesto.

Una visi�n unilateral de la verdad, despu�s de ser urgida por un tiempo, se descubre y se expone su debilidad, y de inmediato se abandona como si fuera falsa; mientras que solo es falso porque afirma ser toda la verdad. A menos que se lleve con nosotros, entonces, el extremo opuesto al que ahora pasamos se encontrar� con el tiempo de la misma manera y se expondr�n sus deficiencias.

Con respecto a los milagros, las dos verdades que deben sostenerse son: primero, que fueron realizados para dar a conocer el car�cter y los prop�sitos de Dios; y, en segundo lugar, que sirven como evidencia de que Jes�s fue el revelador del Padre. No solo autentican la revelaci�n; ellos mismos revelan a Dios. No solo dirigen la atenci�n al Maestro; ellos mismos son las lecciones que �l ense�a.

Durante la hambruna irlandesa, se enviaron agentes desde Inglaterra a los distritos en dificultades. Algunos fueron enviados para hacer averiguaciones y ten�an credenciales que explicaban qui�nes eran y en qu� misi�n; llevaban documentos que los identificaban y autenticaban. Otros agentes fueron con dinero y carretas cargadas de harina, que eran su propia autenticaci�n. Los obsequios caritativos contaron su propia historia; y mientras lograron el objetivo que los remitentes caritativos de la misi�n ten�an en vista, hicieron f�cil creer que proced�an de la caridad en Inglaterra.

De modo que los milagros de Cristo no fueron meras credenciales que lograron nada m�s que esto: que certificaron que Cristo fue enviado por Dios; eran al mismo tiempo, y en primer lugar, expresiones reales del amor de Dios, que revelaban a Dios a los hombres como su Padre.

Nuestro Se�or siempre se neg� a mostrar una simple autenticaci�n. Se neg� a saltar de un pin�culo del Templo, lo que no pod�a servir para otro prop�sito que probar que ten�a el poder de obrar milagros. Declin� resuelta y uniformemente hacer meras maravillas. Cuando la gente clam� por un milagro, y grit�: "�Hasta cu�ndo nos haces dudar?" cuando lo presionaron al m�ximo para que realizara alguna obra maravillosa, �nica y simplemente, con el fin de probar Su mesianismo o Su misi�n, regularmente declin�.

En ninguna ocasi�n admiti� que tal autenticaci�n de s� mismo fuera una causa suficiente para un milagro. El objeto principal, entonces, de los milagros claramente no era probatorio. No fueron elaborados principalmente, y menos a�n �nicamente, con el prop�sito de convencer a los espectadores de que Jes�s ejerc�a un poder sobrehumano.

Entonces, �cu�l era su objetivo? �Por qu� Jes�s los trabajaba tan constantemente? Los obr� debido a su simpat�a por los hombres que sufren, nunca por �l mismo, siempre por los dem�s; nunca para realizar designios pol�ticos ni para engrandecer a los ricos, sino para curar a los enfermos, para aliviar el duelo; nunca para despertar el asombro, sino para lograr alg�n bien pr�ctico. Los hizo porque en Su coraz�n ten�a una compasi�n Divina por los hombres y sent�a por nosotros en todo lo que angustia y destruye.

Su coraz�n estaba abrumado por las grandes y universales dolores y debilidades de los hombres: "�l mismo tom� nuestras flaquezas y llev� nuestras enfermedades". Pero esta fue la misma revelaci�n que vino a hacer. Vino a revelar el amor de Dios y la santidad de Dios, y cada milagro que obr� fue una lecci�n impresionante para los hombres en el conocimiento de Dios. Los hombres aprenden por lo que ven mucho m�s f�cilmente que por lo que oyen, y todo lo que Cristo ense�� de boca en boca podr�a haber servido de poco si no hubiera sido sellado en la mente de los hombres por estos constantes actos de amor.

Decirle a los hombres que Dios los ama puede o no impresionarlos, puede o no ser cre�do; pero cuando Jes�s declar� que hab�a sido enviado por Dios y predic� su evangelio dando vista a los ciegos, piernas a los cojos, salud a los desesperados, esa fue una forma de predicaci�n que probablemente ser�a eficaz. Y cuando estos milagros fueron sostenidos por una santidad constante en Aquel que los hizo; cuando se sinti� que no hab�a nada ostentoso, nada ego�sta, nada que apelara a la mera maravilla vulgar en ellos, sino que estaban dictados �nicamente por el amor, cuando se descubri� que eran, por lo tanto, una verdadera expresi�n del car�cter de Aquel que los trabaj�, y que ese car�cter era uno en el que el juicio humano al menos no pod�a encontrar mancha, �es sorprendente que haya sido reconocido como el verdadero representante de Dios?

Suponiendo, entonces, que Cristo vino a la tierra para ense�ar a los hombres la paternidad y la paternidad de Dios, �podr�a haberlo ense�ado con m�s eficacia que mediante estos milagros de curaci�n? Suponiendo que quisiera albergar en la mente de los hombres la convicci�n de que Dios cuidaba al hombre, en cuerpo y alma; que los enfermos, los indefensos, los miserables eran valorados por �l, - �no eran estas obras de curaci�n el medio m�s eficaz de hacer esta revelaci�n? �No han demostrado de hecho estas obras de curaci�n las lecciones m�s eficaces de esas grandes verdades que forman la sustancia misma del cristianismo? Los milagros son en s� mismos, entonces, la revelaci�n, y llevan a la mente de los hombres m�s directamente que cualquier palabra o argumento la concepci�n de un Dios amoroso, que no aborrece la aflicci�n de los afligidos, sino que siente con sus criaturas y busca su bienestar. .

Y, como Juan tiene cuidado de mostrar a lo largo de su Evangelio, sugieren incluso m�s de lo que ense�an directamente. John los llama uniformemente "se�ales" y en m�s de una ocasi�n explica de qu� eran se�ales. Aquel que amaba a los hombres tan intensa y verdaderamente, no pod�a estar satisfecho con el alivio corporal que dio a unos pocos. El poder que ejerc�a sobre la enfermedad y la naturaleza parec�a insinuar un poder supremo en todos los departamentos. Si dio la vista a los ciegos, �no era tambi�n la luz del mundo? Si aliment� a los hambrientos, �no era �l mismo el pan que descendi� del cielo?

Los milagros, entonces, son evidencias de que Cristo es el revelador del Padre, porque s� revelan al Padre. As� como los rayos del sol son evidencias de la existencia y el calor del sol, tambi�n lo son los milagros evidencias de que Dios estaba en Cristo. Como las acciones naturales y no estudiadas de un hombre son las mejores evidencias de su car�cter; como una limosna que no pretende revelar un esp�ritu caritativo, sino para el alivio de los pobres, es evidencia de caridad; ya que el ingenio incontenible, y no dichos ingeniosos estudiados para lograr un efecto, es la mejor evidencia de ingenio; por lo tanto, estos milagros, aunque no se obraron para probar la uni�n de Cristo con el Padre, sino por el bien de los hombres, prueban de manera m�s eficaz que El era uno con el Padre. Su evidencia es a�n m�s fuerte porque no era su objetivo principal.

Pero para nosotros la pregunta sigue siendo: �Qu� ha hecho este Evangelio y su cuidadosa descripci�n del car�cter y la obra de Cristo por nosotros? �Debemos cerrar el Evangelio y apartarnos de esta gran revelaci�n del amor divino como algo en lo que no reclamamos participaci�n personal? Esta exhibici�n de todo lo que es tierno y puro, conmovedor y esperanzador, en la vida humana, �debemos mirarlo y transmitirlo como si hubi�ramos estado admirando un cuadro y no mirando al coraz�n mismo de todo lo que es eternamente real? Esta accesibilidad de Dios, esta simpat�a por nuestra suerte humana, este compromiso de nuestras cargas, este invitarnos a tener buen �nimo, �es que todo esto pasa por alto como innecesario para nosotros?

La presencia que brilla en estas p�ginas, la voz que suena tan diferente a todas las dem�s voces, �debemos apartarnos de ellas? �Es todo lo que Dios puede hacer para atraernos a ser en vano? �Ser� la visi�n de la santidad y el amor de Dios sin efecto? En medio de toda la otra historia, en el tumulto de las ambiciones y contiendas de este mundo, a trav�s de la niebla de las fantas�as y teor�as de los hombres, brilla esta luz clara y gu�a: �debemos continuar como si nunca lo hubi�ramos visto? Aqu� entramos en contacto con la verdad, con lo real y permanente en los asuntos humanos; aqu� entramos en contacto con Dios, y podemos, por un momento, mirar las cosas como �l las ve: �somos, entonces, para escribirnos tontos y ciegos al apartarnos como si no necesit�ramos esa luz, al decir: "Vemos y no es necesario que se les ense�e?

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre John 21". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/john-21.html.
 
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