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Bible Commentaries
Apocalipsis 21

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

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Versículos 1-27

CAPITULO XVII.

LA NUEVA JERUSAL�N. RDO.

Apocalipsis 21:1 ; Apocalipsis 22:1 .

La primera parte del triunfo final del Cordero se ha cumplido, pero la segunda a�n tiene que ser desarrollada. Nos presenta uno de esos pasajes preparatorios o de transici�n que ya nos encontramos con frecuencia en el Apocalipsis, y que se conectan tanto con lo que precede como con lo que sigue:

"Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusal�n, que descend�a del cielo de Dios, hecha lista como una novia adornada para su marido. Y o� una gran voz desde el trono que dec�a: He aqu�, el tabern�culo de Dios est� con los hombres, y �l habitar� con ellos, y ellos ser�n sus pueblos, y Dios mismo ser� con ellos, y ser� su Dios; y �l enjugar� toda l�grima de sus ojos, y la muerte no ser� m�s, ni habr� m�s luto, ni llanto, ni dolor; las primeras cosas pasaron.

Y el que est� sentado en el trono dijo: He aqu�, yo hago nuevas todas las cosas. Y dice: Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Han sucedido. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, le dar� de la fuente del agua de la vida de gracia. El que venciere heredar� estas cosas; y yo ser� su Dios, y �l ser� mi hijo.

Pero para los temerosos, incr�dulos, abominables, homicidas, fornicarios, hechiceros, id�latras y todos los mentirosos, su parte ser� en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda ( Apocalipsis 21:1 ) ".

Estas palabras, como muchas otras que ya nos han conocido, arrojan luz sobre los principios sobre los que se compone el Apocalipsis. Demuestran de la manera m�s clara posible que, hasta el final del libro, las consideraciones cronol�gicas deben quedar fuera de la vista. No se puede pensar en la cronolog�a cuando encontramos, por un lado, alusiones a la nueva Jerusal�n que s�lo se amplifican y ampl�an en la pr�xima visi�n del cap�tulo, o cuando encontramos, por otro lado, una descripci�n de la exclusi�n del nueva Jerusal�n de ciertas clases que ya han sido consignadas a "la muerte segunda".

"Por las alusiones mencionadas en primer lugar, el pasaje se conecta con lo que est� por venir, por el segundo con lo que ha sucedido antes. Por la misma raz�n, es innecesario detenerse en el pasaje en profundidad. No contiene nada nuevo, o nada que no nos vuelva a encontrar con mayor plenitud de detalles. S�lo parece necesario hacer una o dos breves observaciones.

El Vidente contempla un cielo nuevo y una tierra nueva. Dos palabras en el Nuevo Testamento se traducen como "nuevo", pero hay una diferencia entre ellas. Uno contempla el objeto del que se habla bajo el aspecto de algo reci�n creado, el otro bajo un aspecto fresco dado a lo que hab�a existido anteriormente, pero que se ha desgastado. * La �ltima palabra se emplea aqu�, como tambi�n se emplea en las frases una "prenda nueva", es decir, una prenda no ra�da, como una vieja; "odres nuevos", es decir, odres sin arrugar ni secar; una "tumba nueva", es decir, no una recientemente excavada en la roca, sino una que nunca hab�a sido utilizada como el �ltimo lugar de descanso de los muertos.

Por lo tanto, el hecho de que los cielos y la tierra de los que se habla aqu� sean "nuevos" no implica que ahora hayan sido creados por primera vez. Pueden ser los cielos viejos y la tierra vieja; pero tienen un aspecto nuevo, un car�cter nuevo, adaptado a un nuevo final. Ya hemos hablado del sentido en que debe entenderse la palabra "mar". Otra expresi�n en el pasaje merece ser notada. Al decir que ha llegado el tiempo en que el tabern�culo del Se�or estar� con los hombres, y morar� con ellos, se a�ade, y ser�n sus pueblos.

Estamos familiarizados con el uso b�blico de la palabra "pueblo" para denotar el verdadero Israel de Dios, y no menos con el uso de la palabra "pueblos" para denotar las naciones de la tierra alejadas de �l. Pero aqu� la palabra "pueblos" se usa en lugar de "pueblo" para los hijos de Dios; y el uso s�lo puede surgir de esto: que el Vidente ha abandonado por completo la idea de que a Israel seg�n la carne se le puede aplicar la palabra "pueblo", y que todos los creyentes, de cualquier raza a la que pertenezcan, ocupan el mismo terreno en Cristo, y poseen los mismos privilegios.

Los "pueblos" son la contraparte de las "muchas diademas" de Apocalipsis 19:12 . (* Trinchera, Sin�nimos , segunda serie, p. 39)

Y vino uno de los siete �ngeles que ten�an las siete copas, que estaban cargados con las siete �ltimas plagas; y habl� conmigo, diciendo: Ven ac�, te mostrar� la novia, la esposa del Cordero. me llev� en el esp�ritu a un monte grande y alto, y me mostr� la ciudad santa de Jerusal�n, que descend�a del cielo de Dios, que tiene la gloria de Dios; su luz era semejante a una piedra preciosa, como un jaspe. piedra, clara como el cristal, que tiene un muro grande y alto, que tiene doce puertas, y en las puertas doce �ngeles, y los nombres escritos en ella, que son los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel.Al oriente iban tres puertas, y al norte tres puertas, al sur tres puertas, y al oeste tres puertas.

Y el muro de la ciudad ten�a doce cimientos, y sobre ellos doce nombres de los doce ap�stoles del Cordero. Y el que hablaba conmigo ten�a por medida una ca�a de oro para medir la ciudad, sus puertas y su muro. Y la ciudad es cuadrada, y su longitud es tan grande como su ancho; y midi� la ciudad con la ca�a, doce mil estadios; su longitud, su anchura y su altura son iguales.

Y midi� su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, es decir, de �ngel. Y la construcci�n de su muro era de jaspe, y la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio puro. Los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda clase de piedras preciosas. La primera base fue jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, calcedonia; el cuarto, esmeralda; el quinto, sardonyx; el sexto, sardius; el s�ptimo, cris�lito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el d�cimo, crisoprasa; el und�cimo, jacinto; el duod�cimo, amatista.

Y las doce puertas eran doce perlas; Cada una de las varias puertas era de una perla; y la calle de la ciudad era de oro puro, como de vidrio transparente. Y no vi en ella templo; porque el Se�or Dios Todopoderoso es su templo y el Cordero. Y la ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que la alumbren; porque la gloria de Dios la alumbr�, y su l�mpara es el Cordero.

Y las naciones caminar�n en medio de su luz, Y los reyes de la tierra traer�n a ella su gloria. Y sus puertas no se cerrar�n de d�a, porque all� no habr� noche. Y traer�n la gloria y el honor de las naciones a ella. Y no entrar� en ella nada inmundo, ni el que comete abominaci�n y mentira, sino s�lo los que est�n escritos en el libro de la vida del Cordero.

Y me mostr� un r�o de agua de vida, brillante como un cristal, que sal�a del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle del mismo. Y de este lado del r�o y de aqu�l estaba el �rbol de la vida, que da doce tipos de frutos, que da su fruto cada mes; y las hojas del �rbol eran para la curaci�n de las naciones. Y no habr� m�s maldici�n; y el trono de Dios y del Cordero estar� en �l; y sus siervos le servir�n, y ver�n su rostro; y su nombre estar� en sus frentes.

Y no habr� m�s noche; y no necesitan luz de l�mpara, ni luz de sol; porque el Se�or Dios los alumbrar�, y reinar�n por los siglos de los siglos ( Apocalipsis 21:9 ; Apocalipsis 22:1 ) ".

La visi�n contenida en estos vers�culos es mostrada al Vidente por el �ngel que forma el tercero del segundo grupo asociado con Aquel que hab�a sido descrito en Apocalipsis 19:11 como el Jinete sobre el caballo blanco, y que en ese momento cabalg� hacia Su final. triunfo. El primero de este grupo de tres hab�a aparecido en Apocalipsis 19:17 y el segundo en Apocalipsis 20:1 .

Tenemos ahora el tercero; y no deja de ser importante observar esto, ya que ayuda a arrojar luz sobre la estructura artificial de estos cap�tulos, mientras que, al mismo tiempo, conecta la visi�n con la victoria de Cristo sobre la tierra m�s que con cualquier escena de esplendor y gloria en una regi�n m�s all� del lugar de la actual morada del hombre. Por lo tanto, contribuye en algo al menos a la creencia de que all� donde el creyente lucha tambi�n lleva la corona del triunfo.

La sustancia de la visi�n es una descripci�n de la ciudad santa, la nueva Jerusal�n, la verdadera Iglesia de Dios completamente separada de la falsa Iglesia, mientras desciende de Dios, del cielo, preparada como una novia adornada para su esposo. Su matrimonio con el Cordero ha tenido lugar, un matrimonio en el que no habr� infidelidad por un lado ni reproches por el otro, pero en el que, como el novio se regocija por la novia, el Se�or se regocijar� por siempre en su pueblo. y su pueblo en �l.

Luego sigue, para realzar el cuadro, un relato detallado de la verdadera Iglesia bajo la figura de la ciudad de la que ya se hab�a hablado en la primera visi�n del cap�tulo. Los tesoros de la imaginaci�n y el lenguaje de la Vidente se agotan para que el pensamiento de su belleza y su esplendor quede adecuadamente grabado en nuestras mentes. Su luz , es decir, la luz que difunde en el exterior, pues la palabra usada en el original indica que ella misma es la luminaria, es como la del sol, solo que es de claridad y pureza cristalinas, como si fuera un jaspe. piedra, la luz de Aquel que estaba sentado en el trono.

1 Ella es "la luz del mundo". 2 La ciudad tambi�n est� rodeada por una muralla grande y alta . Ella es "una ciudad fuerte". "La salvaci�n la ha designado Dios para muros y baluartes". 3 Sus muros tienen doce puertas , y en las puertas doce �ngeles , a quienes Dios encomienda a su pueblo, para que lo guarde en todos sus caminos 4; mientras que, como fue el caso de la nueva Jerusal�n contemplada por el profeta Ezequiel, los nombres estaban escritos en las puertas, que son los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel.

5 Estas puertas tambi�n est�n distribuidas armoniosamente, tres a cada lado de la plaza que forma la ciudad. Los cimientos de la ciudad, t�rmino bajo el cual no debemos pensar en cimientos enterrados en la tierra, sino m�s bien en hileras de piedras que rodean la ciudad y se elevan unas sobre otras, son tambi�n doce; y sobre ellos hay doce nombres de los doce ap�stoles del Cordero . (1 Apocalipsis 4:3 ; Apocalipsis 2 Mateo 5:14 ; Mateo 3 Salmo 31:21 ; Isa�as 26:1 ; Isa�as 4 Salmo 91:11 ; 5 Comp. Ezequiel 48:31 )

Sin embargo, el Vidente no est� satisfecho con este cuadro general de la grandeza de la nueva Jerusal�n. Como en Ezequiel, la ciudad debe medirse. * Cuando se hace esto, se encuentra que sus proporciones, a pesar de la ausencia de toda verosimilitud, son las de un cubo perfecto. Como en el Lugar Sant�simo del Tabern�culo, cuyo pensamiento se encuentra al final de la descripci�n, la longitud, la anchura y la altura son iguales.

Doce mil estadios, o mil quinientas millas, la ciudad se extiende a lo largo de la llanura y se eleva hacia el cielo, doce, el n�mero del pueblo de Dios, multiplicado por miles, el n�mero celestial. La pared tambi�n se mide - es dif�cil decir si en altura o en grosor, pero probablemente este �ltimo - ciento cuarenta y cuatro codos, o doce multiplicados por doce. (* Comp. Ezequiel 40:2 )

La medici�n se completa, y luego sigue un relato del material del que estaba compuesta la ciudad. Este era oro, el metal m�s precioso, en su estado m�s puro, como el vidrio puro. Las piedras preciosas formaron, en lugar de adornar, sus doce cimientos. Sus puertas eran de perla: cada una de las varias puertas era de una perla; y la calle de la ciudad era de oro puro, como de vidrio transparente. En todos estos aspectos es evidente que se piensa en la ciudad como idealmente perfecta, y no de acuerdo con las realidades o posibilidades de las cosas.

Tampoco esto es todo. La gloria de la ciudad queda a�n m�s ilustrada por figuras que inciden m�s inmediatamente en su aspecto espiritual que en el material. Se prescinde de las ayudas externas que necesitan los hombres para llevar la vida de Dios en su actual estado de imperfecci�n. No hay templo en ella, porque el Se�or, Dios Todopoderoso, es su templo y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que la alumbren; porque la gloria de Dios la ilumina de d�a, y su l�mpara de noche es el Cordero.

No hay pecado en �l, y cada elemento positivo de felicidad se proporciona en abundancia a los habitantes m�s bienaventurados. All� fluye un r�o de agua de vida, brillante como el cristal ; y de este lado del r�o y de ese lado est� el �rbol de la vida, que no da fruto s�lo una vez al a�o, sino cada mes, no da s�lo uno, sino doce tipos de frutos, para que todos los gustos sean gratificados, sin tener nada. acerca de ella in�til o propenso a descomponerse.

Las mismas hojas del �rbol eran para la curaci�n de las naciones, y evidentemente se da a entender que siempre est�n verdes. Finalmente, no habr� m�s maldici�n. El trono de Dios y del Cordero est� en �l. Sus sirvientes hacen el servicio de Hint. Ven su rostro. Su nombre est� en sus frentes. Son sacerdotes para Dios al servicio del santuario celestial. Ellos reinan por los siglos de los siglos.

A�n queda una pregunta importante: �Qu� aspecto de la Iglesia representa la ciudad santa de Jerusal�n, que as� descendi� del cielo de Dios? �Ser� la Iglesia como ser� despu�s del Juicio, cuando sus tres grandes enemigos, junto con todos los que los han escuchado, hayan sido echados fuera para siempre? �O tenemos ante nosotros una representaci�n ideal de la verdadera Iglesia de Cristo tal como existe ahora, y antes de que se haya hecho una separaci�n final entre los justos y los malvados? Indiscutiblemente, el primer aspecto del pasaje conduce a la primera visi�n; y, si hay algo parecido a una declaraci�n cronol�gica de eventos en el Apocalipsis, puede que no sea posible otra.

Pero ya hemos visto que el pensamiento de la cronolog�a debe ser desterrado de este libro. El Apocalipsis contiene simplemente una serie de visiones destinadas a exhibir, con toda la fuerza de esa inspiraci�n bajo la cual escribi� el Vidente, ciertas grandes verdades relacionadas con la revelaci�n en la humanidad del Hijo Eterno. Tambi�n se pretende exhibirlos en su forma ideal, y no meramente en su forma hist�rica.

De hecho, van a aparecer en la historia; pero, en la medida en que no aparecen all� en su forma �ltima y completa, se nos lleva m�s all� del campo limitado de la manifestaci�n hist�rica. Los vemos en su naturaleza real y esencial, y como son , en s� mismos, tanto si pensamos en el mal por un lado como en el bien por el otro. En este tratamiento de ellos, sin embargo, la cronolog�a desaparece. Siendo ese el caso, estamos dispuestos a preguntarnos si la visi�n de la nueva Jerusal�n pertenece al fin, o si expresa lo que, bajo la dispensaci�n cristiana, es siempre idealmente cierto.

1. Debe tenerse en cuenta que la nueva Jerusal�n, aunque descrita como una ciudad, es en realidad una figura, no de un lugar, sino de un pueblo. No es el hogar final de los redimidos. Son los redimidos mismos. Es "la novia, la esposa del Cordero". * Todo lo que se diga de �l se dice de los verdaderos seguidores de Jes�s; y la gran cuesti�n, por tanto, que debe considerarse es si la descripci�n de San Juan es aplicable a ellos en su actual condici�n cristiana, o si es adecuada para ellos s�lo cuando han entrado en su estado de glorificaci�n m�s all� de la tumba. (* Apocalipsis 21:9 )

2. La visi�n es realmente un eco de la profec�a del Antiguo Testamento. Ya hemos visto esto en muchos detalles, y la correspondencia podr�a haberse rastreado f�cilmente en muchos m�s. "Es todo", dice Isaac Williams, al comenzar su comentario sobre los puntos particulares de la descripci�n: "Todo es de Ezequiel: 'La mano del Se�or estaba sobre m�, y me trajo en las visiones de Dios, y ponme sobre una monta�a muy alta, por la cual era como el marco de una ciudad; ' 1 "Y la gloria del Se�or entr� en la casa por la puerta hacia el oriente"; 2 El Se�or entr� por la puerta oriental; por tanto, se cerrar� y se abrir� para nadie sino para el Pr�ncipe.

3 Tal fue la venida de la gloria de Cristo desde el oriente a Su Iglesia, como tantas veces se ha aludido antes ". 4 Sin duda, otros profetas que profetizaron de la gracia que vendr�a a nosotros, que testificaron de antemano de los sufrimientos de Cristo y las glorias que vendr�an despu�s, hay que sumarlas a Ezequiel, pero, quienesquiera que fueran, es innegable que se reproducen sus m�s altas y resplandecientes representaciones de ese futuro que anhelaban y cuyo advenimiento se les encarg� proclamar. en St.

La descripci�n de Juan de la nueva Jerusal�n. Entonces, �de qu� hablaron? Seguramente fue de los tiempos del Mes�as sobre la tierra, de ese reino de Dios que �l establecer�a con el principio, y no con el fin, de la dispensaci�n cristiana. Es posible que hayan esperado el mundo m�s all� de la tumba; pero a�n no se les hab�a ocurrido ninguna distinci�n entre la primera y la segunda venida de nuestro Se�or.

En la simple venida de la Esperanza de Israel al mundo, contemplaron el cumplimiento de cada aspiraci�n y anhelo del coraz�n del hombre. Y ten�an raz�n. La distinci�n que la experiencia ense�� a los escritores del Nuevo Testamento a trazar no fue tanto entre una primera y una segunda venida del Rey como entre un reino entonces oculto , sino que despu�s se manifestar� en toda su gloria .

(1 Ezequiel 40:1 ; Ezequiel 2 Ezequiel 43:2 Ezequiel 43:3 Ezequiel 44:1 ; 4 El Apocalipsis, p. 438)

3. Esta visi�n ideal de la era mesi�nica tambi�n se nos presenta constantemente en el Nuevo Testamento. El car�cter, los privilegios y las bendiciones de aquellos que participan del esp�ritu de esa �poca siempre se nos presentan irradiados con una gloria celestial y perfecta. San Pablo se dirige a las diversas iglesias a las que escribi� como, a pesar de todas sus imperfecciones, "amadas de Dios", "santificadas en Cristo Jes�s", "santos y fieles hermanos en Cristo".

"1 Cristo est�" en ellos ", y ellos est�n" en Cristo ". 2" Cristo am� a la Iglesia y se entreg� a s� mismo por ella; para que �l pudiera presentarse a la Iglesia a S� mismo como una Iglesia gloriosa, sin mancha, ni arruga, ni nada por el estilo; sino que sea santa y sin mancha ", 3 - la descripci�n que evidentemente se aplica al mundo presente, donde tambi�n la Iglesia est� sentada, no en los lugares terrenales, sino en" los celestiales "con su Se�or.

4 Nuestra "ciudadan�a" se declara "en el cielo"; 5 e incluso ahora hemos llegado "al monte de Sion, y a la ciudad del Dios viviente, la Jerusal�n celestial, a innumerables huestes de �ngeles, y a la asamblea general y a la Iglesia de los primog�nitos, que est�n inscritos en el cielo. " 6 Nuestro Se�or mismo y San Juan, siguiendo sus pasos, son a�n m�s espec�ficos en cuanto al reino presente y la gloria presente.

"En aquel d�a", dice Jes�s a sus disc�pulos, "sabr�is que yo estoy en mi Padre, y vosotros en m�, y yo en vosotros", 7 y otra vez, "y la gloria que me has dado, tengo dado a ellos; para que sean uno, as� como nosotros somos uno "; 8 mientras que es innecesario citar los pasajes que nos encontramos en todas partes en los escritos del disc�pulo amado en los que habla de la vida eterna, y eso, tambi�n, en la plena grandeza tanto de sus privilegios como de sus resultados, como posesi�n de la que disfruta el creyente en este mundo presente.

En resumen, todo el testimonio del Nuevo Testamento es de un ideal, de un reino perfecto, de Dios incluso ahora establecido entre los hombres, en el que el pecado es conquistado, la tentaci�n superada, la fuerza sustituida por la debilidad, la muerte tan privada de su aguij�n que ya no es muerte, y el cristiano, aunque por un poco de dolor en m�ltiples tentaciones, "se regocija grandemente con un gozo inefable y glorificado".

"9 De todo esto, la representaci�n de la nueva Jerusal�n en el Apocalipsis no difiere en ning�n aspecto esencial. Entra m�s en detalles. Ilustra el pensamiento general con una mayor variedad de detalles. Pero no contiene nada que no se encuentre en principio en el otro. escritores sagrados, y que no est� conectado por ellos con el aspecto celestial de la peregrinaci�n del cristiano a su hogar eterno.

(1 Romanos 1:7 ; 1 Corintios 1:2 ; Colosenses 1:2 ; Colosenses 1:2 ; Colosenses 2 Col 1:27; 1 Corintios 1:30 ; Filipenses 3:9 ; Filipenses 3 Efesios 5:25 ; Efesios 4 Efesios 1:3 ; Efesios 5 Filipenses 3:20 ; 6 Hebreos 12:22 ; Hebreos 7 Juan 14:20 ; Juan 8 Juan 17:22 ; Juan 9 1 Pedro 1:8 )

4. Hay distintas indicaciones en la visi�n apocal�ptica que no dejan ninguna interpretaci�n posible excepto una: que la nueva Jerusal�n ha llegado, que ha estado en medio de nosotros durante m�s de mil ochocientos a�os, que ahora est� en medio de nosotros, y que seguir� siendo as� dondequiera que su Rey tenga a quienes le aman y le sirven, caminan en Su luz y comparten Su paz y gozo.

(1) Veamos Apocalipsis 20:9 , donde leemos sobre "el campamento de los santos y la ciudad amada". Esa ciudad no es otra que la nueva Jerusal�n, a punto de ser descrita en el siguiente cap�tulo. Es Jerusal�n despu�s de que los elementos del car�cter de ramera han sido completamente expulsados, y el llamado de Apocalipsis 18:4 ha sido escuchado y obedecido: "Salid, pueblo m�o, fuera de ella.

"Ella no est� habitada ahora por nadie m�s que" santos ", quienes, aunque todav�a tienen que luchar contra el mundo, son ellos mismos los" llamados, elegidos y fieles ". Pero esta" ciudad amada "se menciona como en el mundo , y como objeto de ataque de Satan�s y sus huestes antes del Juicio. * (* Comp. Foxley, Hulsean Lectures , Lect.1)

(2) Veamos Apocalipsis 21:24 y Apocalipsis 22:2 : "Y las naciones caminar�n a su luz, y los reyes de la tierra traer�n a ella su gloria"; "Y las hojas del �rbol eran para la curaci�n de las naciones.

"�Qui�nes son estas" naciones "y estos" reyes de la tierra "? El uso constante de las mismas expresiones en otras partes de este libro, donde no puede haber duda en cuanto a su significado, nos obliga a entenderlas como naciones y reyes. m�s all� de los l�mites del pacto. Pero si es as�, la dificultad de darse cuenta de la situaci�n en un momento m�s all� del Juicio parece ser insuperable, y puede estar bien ilustrado por el esfuerzo de Hengstenberg para superarlo "Naciones", dice el comentarista , "en el uso del Apocalipsis, no son naciones en general, sino siempre naciones paganas en su estado natural o cristianizado; comp�rese en Apocalipsis 20:3 .

Que debemos pensar aqu� s�lo en paganos convertidos es tan claro como el d�a. No se puede encontrar lugar para la conversi�n al otro lado de Apocalipsis 20:15 , porque todo el que no se hab�a encontrado inscrito en el libro de la vida ya ha sido arrojado al lago de fuego ". * Pero las palabras" o cristianizado "en este comentario no tiene el apoyo de ning�n otro pasaje del Apocalipsis, y en la nota de Hengstenberg en Apocalipsis 20:3 no se nos hace referencia m�s que a los textos que tenemos ante nosotros.

En cualquier otra ocasi�n, tambi�n, donde la palabra "naciones" se encuentra con nosotros, significa naciones no convertidas, no convertidas; y aqu� no puede significar nada m�s. Si se hablara de las naciones convertidas, ser�an parte de esa nueva Jerusal�n que no es la residencia del pueblo de Dios, sino su propio pueblo. Ser�an la luz y no los que caminan "a la luz" de los dem�s. Ellos ser�an los sanados y no los que necesitan "sanidad".

"Estas" naciones "deben ser los inconversos, estos" reyes de la tierra "que a�n no han reconocido a Jes�s como su Rey; y nada de esto se puede encontrar m�s all� de Apocalipsis 20:15 . (* Comentario en la Biblioteca Teol�gica Extranjera de Clark , en loc. )

(3) Veamos Apocalipsis 21:27 , donde leemos: "Y no entrar� en ella nada inmundo, ni el que practica abominaci�n y mentira". Estas palabras indican claramente que a�n no ha llegado el momento de la separaci�n final. Se debe suponer que las personas del car�cter inicuo descrito estar�n vivas sobre la tierra despu�s de la aparici�n de la nueva Jerusal�n.

5. Cabe se�alar otra consideraci�n sobre el punto en discusi�n, que tendr� peso para quienes admiten la existencia de ese principio de estructura en los escritos de San Juan sobre el que descansa. Tanto en el Evangelio como en el Apocalipsis, el Ap�stol est� marcado por una tendencia a volver al final de una secci�n a lo que hab�a dicho al principio, y a callar, por as� decirlo, entre las dos declaraciones todo lo que ten�a que decir. .

As� que aqu�. En Apocalipsis 1:3 presenta su Apocalipsis con las palabras, "Porque el tiempo est� cerca". En Apocalipsis 22:10 , inmediatamente despu�s de cerrarlo, vuelve al pensamiento: "No selles las palabras de la profec�a de este libro, porque el tiempo est� cerca", es decir, toda la revelaci�n intermedia est� encerrada entre estos dos declaraciones. Todo precede al "tiempo" del que se habla. La nueva Jerusal�n llega antes del fin.

En la nueva Jerusal�n, por lo tanto, tenemos esencialmente una imagen, no del futuro, sino del presente; de la condici�n ideal del verdadero pueblo de Cristo, de su "peque�o reba�o" en la tierra, en cada �poca. Es posible que la imagen a�n no se haya realizado en su totalidad; pero cada bendici�n alineada en su lienzo es, en principio, del creyente ahora, y ser� cada vez m�s suya en la experiencia real a medida que abra sus ojos para ver y su coraz�n para recibir.

Nos hemos equivocado al trasladar la imagen de la nueva Jerusal�n solo al futuro. Pertenece tambi�n al pasado y al presente. Es la herencia de los hijos de Dios en el mismo momento en que luchan con el mundo; y pensar en ello deber�a estimularlos al esfuerzo y consolarlos bajo el sufrimiento.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Revelation 21". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/revelation-21.html.
 
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