Bible Commentaries
Apocalipsis 22

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-7

CAPITULO XVII.

LA NUEVA JERUSAL�N. RDO.

Apocalipsis 21:1 ; Apocalipsis 22:1 .

La primera parte del triunfo final del Cordero se ha cumplido, pero la segunda a�n tiene que ser desarrollada. Nos presenta uno de esos pasajes preparatorios o de transici�n que ya nos encontramos con frecuencia en el Apocalipsis, y que se conectan tanto con lo que precede como con lo que sigue:

"Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusal�n, que descend�a del cielo de Dios, hecha lista como una novia adornada para su marido. Y o� una gran voz desde el trono que dec�a: He aqu�, el tabern�culo de Dios est� con los hombres, y �l habitar� con ellos, y ellos ser�n sus pueblos, y Dios mismo ser� con ellos, y ser� su Dios; y �l enjugar� toda l�grima de sus ojos, y la muerte no ser� m�s, ni habr� m�s luto, ni llanto, ni dolor; las primeras cosas pasaron.

Y el que est� sentado en el trono dijo: He aqu�, yo hago nuevas todas las cosas. Y dice: Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Han sucedido. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, le dar� de la fuente del agua de la vida de gracia. El que venciere heredar� estas cosas; y yo ser� su Dios, y �l ser� mi hijo.

Pero para los temerosos, incr�dulos, abominables, homicidas, fornicarios, hechiceros, id�latras y todos los mentirosos, su parte ser� en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda ( Apocalipsis 21:1 ) ".

Estas palabras, como muchas otras que ya nos han conocido, arrojan luz sobre los principios sobre los que se compone el Apocalipsis. Demuestran de la manera m�s clara posible que, hasta el final del libro, las consideraciones cronol�gicas deben quedar fuera de la vista. No se puede pensar en la cronolog�a cuando encontramos, por un lado, alusiones a la nueva Jerusal�n que s�lo se amplifican y ampl�an en la pr�xima visi�n del cap�tulo, o cuando encontramos, por otro lado, una descripci�n de la exclusi�n del nueva Jerusal�n de ciertas clases que ya han sido consignadas a "la muerte segunda".

"Por las alusiones segundo en primer lugar, el pasaje se conecta con lo que est� por venir, por el con lo que ha sucedido antes. Por la misma raz�n, es innecesario detenerse en el pasaje en profundidad. No contiene nada nuevo, o nada que no nos vuelva a encontrar con mayor plenitud de detalles. S�lo parece necesario hacer una o dos breves observaciones.

El Vidente contempla un cielo nuevo y una tierra nueva. Dos palabras en el Nuevo Testamento se traducen como "nuevo", pero hay una diferencia entre ellas. Uno contempla el objeto del que se habla bajo el aspecto de algo reci�n creado, el otro bajo un aspecto fresco dado a lo que hab�a existido anteriormente, pero que se ha desgastado. * La �ltima palabra se emplea aqu�, como tambi�n se emplea en las frases una "prenda nueva", es decir, una prenda no ra�da, como una vieja; "odres nuevos", es decir, odres sin arrugar ni secar; una "tumba nueva", es decir, no una recientemente excavada en la roca, sino una que nunca hab�a sido usada como el �ltimo lugar de descanso de los muertos.

Por lo tanto, el hecho de que los cielos y la tierra de los que se habla aqu� sean "nuevos" no implica que ahora hayan sido creados por primera vez. Pueden ser los cielos viejos y la tierra vieja; pero tienen un aspecto nuevo, un car�cter nuevo, adaptado a un nuevo final. Ya hemos hablado del sentido en que debe entenderse la palabra "mar". Otra expresi�n en el pasaje merece ser notada. Al decir que ha llegado el tiempo en que el tabern�culo del Se�or estar� con los hombres, y morar� con ellos, se a�ade, y ser�n sus pueblos.

Estamos familiarizados con el uso b�blico de la palabra "pueblo" para denotar el verdadero Israel de Dios, y no menos con el uso de la palabra "pueblos" para denotar las naciones de la tierra alejadas de �l. Pero aqu� la palabra "pueblos" se usa en el lugar de "pueblo" para los hijos de Dios; y el uso s�lo puede surgir de esto: que el Vidente ha abandonado por completo la idea de que a Israel seg�n la carne se le puede aplicar la palabra "pueblo", y que todos los creyentes, de cualquier raza a la que pertenezcan, ocupan el mismo terreno en Cristo, y poseer los mismos privilegios.

Los "pueblos" son la contraparte de las "muchas diademas" de Apocalipsis 19:12 . (* Trinchera, Sin�nimos , segunda serie, p. 39)

Y vino uno de los siete �ngeles que ten�an las siete copas, que estaban cargados con las siete �ltimas plagas; y habl� conmigo, diciendo: Ven ac�, te mostrar� la novia, la esposa del Cordero. me llev� en el esp�ritu a un monte grande y alto, y me mostr� la ciudad santa de Jerusal�n, que descend�a del cielo de Dios, que tiene la gloria de Dios; su luz era semejante a una piedra preciosa, como un jaspe.

piedra, clara como el cristal, que tiene un muro grande y alto, que tiene doce puertas, y en las puertas doce �ngeles, y los nombres escritos en ella, que son los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel. iban tres puertas, y al norte tres puertas, al sur tres puertas, y al oeste tres puertas.

Y el muro de la ciudad ten�a doce cimientos, y sobre ellos doce nombres de los doce ap�stoles del Cordero. Y el que hablaba conmigo ten�a por medida una ca�a de oro para medir la ciudad, sus puertas y su muro. Y la ciudad es cuadrada, y su longitud es tan grande como su ancho; y midi� la ciudad con la ca�a, doce mil estadios; su longitud, su anchura y su altura son iguales.

Y midi� su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, es decir, de �ngel. Y la construcci�n de su muro era de jaspe, y la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio puro. Los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda clase de piedras preciosas. La primera base fue jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, calcedonia; el cuarto, esmeralda; el quinto, sardonyx; el sexto, sardius; el s�ptimo, cris�lito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el d�cimo, crisoprasa; el und�cimo, jacinto; el duod�cimo, amatista.

Y las doce puertas eran doce perlas; Cada una de las varias puertas era de una perla; y la calle de la ciudad era de oro puro, como de vidrio transparente. Y no vi en ella templo; porque el Se�or Dios Todopoderoso es su templo y el Cordero. Y la ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que la alumbren; porque la gloria de Dios la alumbr�, y su l�mpara es el Cordero.

Y las naciones caminar�n en medio de su luz, Y los reyes de la tierra traer�n a ella su gloria. Y sus puertas no se cerrar�n de d�a, porque all� no habr� noche. Y traer�n la gloria y el honor de las naciones a ella. Y no entrar� en ella nada inmundo, ni el que comete abominaci�n y mentira, sino s�lo los que est�n escritos en el libro de la vida del Cordero.

Y me mostr� un r�o de agua de vida, brillante como un cristal, que sal�a del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle del mismo. Y de este lado del r�o y de aqu�l estaba el �rbol de la vida, que da doce tipos de frutos, que da su fruto cada mes; y las hojas del �rbol eran para la curaci�n de las naciones. Y no habr� m�s maldici�n; y el trono de Dios y del Cordero estar� en �l; y sus siervos le servir�n, y ver�n su rostro; y su nombre estar� en sus frentes.

Y no habr� m�s noche; y no necesitan luz de l�mpara, ni luz de sol; porque el Se�or Dios los alumbrar�, y reinar�n por los siglos de los siglos ( Apocalipsis 21:9 ; Apocalipsis 22:1 ) ".

La visi�n contenida en estos vers�culos es mostrada al Vidente por el �ngel que forma el tercero del segundo grupo asociado con Aquel que hab�a sido descrito en Apocalipsis 19:11 como el Jinete sobre el caballo blanco, y que en ese momento cabalg� hacia Su final. triunfo. El primero de este grupo de tres hab�a aparecido en Apocalipsis 19:17 y el segundo en Apocalipsis 20:1 .

Tenemos ahora el tercero; y no deja de ser importante observar esto, ya que ayuda a arrojar luz sobre la estructura artificial de estos cap�tulos, mientras que, al mismo tiempo, conecta la visi�n con la victoria de Cristo sobre la tierra m�s que con cualquier escena de esplendor y gloria en una regi�n m�s all� del lugar de la actual morada del hombre. Por lo tanto, contribuye en algo al menos a la creencia de que all� donde el creyente lucha tambi�n lleva la corona del triunfo.

La sustancia de la visi�n es una descripci�n de la ciudad santa, la nueva Jerusal�n, la verdadera Iglesia de Dios completamente separada de la falsa Iglesia, mientras desciende de Dios, del cielo, preparada como una novia adornada para su esposo. Su matrimonio con el Cordero ha tenido lugar, un matrimonio en el que no habr� infidelidad por un lado ni reproches por el otro, pero en el que, como el novio se regocija por la novia, el Se�or se regocijar� por siempre en su pueblo. y su pueblo en �l.

Luego sigue, para realzar el cuadro, un relato detallado de la verdadera Iglesia bajo la figura de la ciudad de la que ya se hab�a hablado en la primera visi�n del cap�tulo. Los tesoros de la imaginaci�n y el lenguaje de la Vidente se agotan para que el pensamiento de su belleza y su esplendor quede correctamente grabado en nuestros mentes. Su luz , es decir, la luz que difunde en el exterior, pues la palabra usada en el original indica que ella misma es la luminaria, es como el sol, solo que es de claridad y pureza cristalinas, como si fuera un jaspe. piedra, la luz de Aquel que estaba sentado en el trono.

1 Ella es "la luz del mundo". 2 La ciudad tambi�n est� rodeada por una muralla grande y alta . Ella es "una ciudad fuerte". "La salvaci�n la ha designado Dios para muros y baluartes". 3 Sus muros tienen doce puertas , y en las puertas doce �ngeles , a quienes Dios encomienda a su pueblo, para que lo guarde en todos sus caminos 4; mientras que, como fue el caso de la nueva Jerusal�n contemplada por el profeta Ezequiel, los nombres estaban escritos en las puertas, que son los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel.

5 Estas puertas tambi�n est�n distribuidas armoniosamente, tres a cada lado de la plaza que forma la ciudad. Los cimientos de la ciudad, t�rmino bajo el cual no debemos pensar en cimientos enterrados en la tierra, sino m�s bien en hileras de piedras que rodean la ciudad y se elevan unas sobre otras, son tambi�n doce; y sobre ellos hay doce nombres de los doce ap�stoles del Cordero .

(1 Apocalipsis 4:3 ; Apocalipsis 2 Mateo 5:14 ; Mateo 3 Salmo 31:21 ; Isa�as 26:1 ; Isa�as 4 Salmo 91:11 ; 5 Comp. Ezequiel 48:31 )

Sin embargo, el Vidente no est� satisfecho con este cuadro general de la grandeza de la nueva Jerusal�n. Como en Ezequiel, la ciudad debe medirse. * Cuando se hace esto, se encuentra que sus proporciones, a pesar de la ausencia de toda verosimilitud, son las de un cubo perfecto. Como en el Lugar Sant�simo del Tabern�culo, cuyo pensamiento se encuentra al final de la descripci�n, la longitud, la anchura y la altura son iguales.

Doce mil estadios, o mil quinientas millas, la ciudad se extiende a lo largo de la llanura y se eleva hacia el cielo, doce, el n�mero del pueblo de Dios, multiplicado por miles, el n�mero celestial. La pared tambi�n se mide - es dif�cil decir si en altura o en grosor, pero probablemente este �ltimo - ciento cuarenta y cuatro codos, o doce multiplicados por doce. (* Comp. Ezequiel 40:2 )

La medici�n se completa, y luego sigue un relato del material del que estaba compuesta la ciudad. Este era oro, el metal m�s precioso, en su estado m�s puro, como el vidrio puro. Las piedras preciosas formaron, en lugar de adornar, sus doce cimientos. Sus puertas eran de perla: cada una de las varias puertas era de una perla; y la calle de la ciudad era de oro puro, como de vidrio transparente. En todos estos aspectos es evidente que se piensa en la ciudad como idealmente perfecta, y no de acuerdo con las realidades o posibilidades de las cosas.

Tampoco esto es todo. La gloria de la ciudad queda a�n m�s ilustrada por figuras que inciden m�s inmediatamente en su aspecto espiritual que en el material. Se prescinde de las ayudas externas que necesitan los hombres para llevar la vida de Dios en su actual estado de imperfecci�n. No hay templo en ella, porque el Se�or, Dios Todopoderoso, es su templo y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que la alumbren; porque la gloria de Dios la ilumina de d�a, y su l�mpara de noche es el Cordero.

No hay pecado en �l, y cada elemento positivo de felicidad se proporciona en abundancia a los habitantes m�s bienaventurados. All� fluye un r�o de agua de vida, brillante como el cristal ; y de este lado del r�o y de ese lado est� el �rbol de la vida, que no da fruto s�lo una vez al a�o, sino cada mes, no da s�lo uno, sino doce tipos de frutos, para que todos los gustos sean gratificados, sin tener nada. acerca de ella in�til o propenso a descomponerse.

Las mismas hojas del �rbol eran para la curaci�n de las naciones, y evidentemente se da a entender que siempre est�n verdes. Finalmente, no habr� m�s maldici�n. El trono de Dios y del Cordero est� en �l. Sus sirvientes hacen el servicio de Hint. Ven su rostro. Su nombre est� en sus frentes. Son sacerdotes para Dios al servicio del santuario celestial. Ellos reinan por los siglos de los siglos.

A�n queda una pregunta importante: �Qu� aspecto de la Iglesia representa la ciudad santa de Jerusal�n, que as� descendi� del cielo de Dios? �Ser� la Iglesia como ser� despu�s del Juicio, cuando sus tres grandes enemigos, junto con todos los que los han escuchado, hayan sido echados fuera para siempre? �O tenemos ante nosotros una representaci�n ideal de la verdadera Iglesia de Cristo tal como existe ahora, y antes de que se haya hecho una separaci�n final entre los justos y los malvados? Indiscutiblemente, el primer aspecto del pasaje conduce a la primera visi�n; y, si hay algo parecido a una declaraci�n cronol�gica de eventos en el Apocalipsis, puede que no sea posible otra.

Pero ya hemos visto que el pensamiento de la cronolog�a debe ser desterrado de este libro. El Apocalipsis contiene simplemente una serie de visiones destinadas a exhibir, con toda la fuerza de esa inspiraci�n bajo la cual escribi� el Vidente, ciertas grandes verdades relacionadas con la revelaci�n en la humanidad del Hijo Eterno. Tambi�n se pretende exhibirlos en su forma ideal, y no meramente en su forma hist�rica.

De hecho, van a aparecer en la historia; pero, en la medida en que no aparecen all� en su forma �ltima y completa, se nos lleva m�s all� del campo limitado de la manifestaci�n hist�rica. Los vemos en su naturaleza real y esencial, y como son , en s� mismos, tanto si pensamos en el mal por un lado como en el bien por el otro. En este tratamiento de ellos, sin embargo, la cronolog�a desaparece. Siendo ese caso, estamos dispuestos a preguntarnos si la visi�n de la nueva Jerusal�n pertenece al fin, o si expresa lo que, bajo la dispensaci�n cristiana, es siempre idealmente cierto.

1. Debe tenerse en cuenta que la nueva Jerusal�n, aunque descrita como una ciudad, es en realidad una figura, no de un lugar, sino de un pueblo. No es el hogar final de los redimidos. Son los redimidos mismos. Es "la novia, la esposa del Cordero". * Todo lo que se diga de �l se dice de los verdaderos seguidores de Jes�s; y la gran cuesti�n, por tanto, que debe considerar es si la descripci�n de San Juan es aplicable a ellos en su condici�n cristiana actual, o si es adecuada para ellos s�lo cuando han entrado en su estado de glorificaci�n m�s all� de la tumba. (* Apocalipsis 21:9 )

2. La visi�n es realmente un eco de la profec�a del Antiguo Testamento. Ya hemos visto esto en muchos detalles, y la correspondencia podr�a haber rastreado f�cilmente en muchos m�s. "Es todo", dice Isaac Williams, al comenzar su comentario sobre los puntos particulares de la descripci�n: "Todo es de Ezequiel: 'La mano del Se�or estaba sobre m�, y me trajo en las visiones de Dios, y ponme sobre una monta�a muy alta, por la cual era como el marco de una ciudad; '1 "Y la gloria del Se�or entr� en la casa por la puerta hacia el oriente"; 2 El Se�or entr� por la puerta oriental; por tanto, se cerrar� y se abrir� para nadie sino para el Pr�ncipe.

3 Tal fue la venida de la gloria de Cristo desde el oriente a Su Iglesia, como muchas veces se ha aludido antes ". 4 Sin duda, profetas que profetizaron de la gracia que vendr�a a nosotros, que testificaron de antemano de los sufrimientos de Cristo y las glorias que vendr�an despu�s, hay que sumarlas a Ezequiel, pero, quienesquiera que fueran, es innegable que se reproducen sus m�s altas y resplandecientes representaciones de ese futuro que anhelaban y cuyo advenimiento se les encarg� proclamar. En St.

La descripci�n de Juan de la nueva Jerusal�n. Entonces, �de qu� hablaron? Seguramente fue de los tiempos del Mes�as sobre la tierra, de ese reino de Dios que �l establecer�a con el principio, y no con el fin, de la dispensaci�n cristiana. Es posible que hayan esperado el mundo m�s all� de la tumba; pero a�n no se les hab�a ocurrido ninguna distinci�n entre la primera y la segunda venida de nuestro Se�or.

En la simple venida de la Esperanza de Israel al mundo, contemplaron el cumplimiento de cada aspiraci�n y anhelo del coraz�n del hombre. Y ten�an raz�n. La distinci�n que la experiencia ense�� a los escritores del Nuevo Testamento a trazar no fue tanto entre una primera y una segunda venida del Rey como entre un reino entonces oculto , sino que despu�s se manifiestatar� en toda su gloria .

(1 Ezequiel 40:1 ; Ezequiel 2 Ezequiel 43:2 Ezequiel 43:3 Ezequiel 44:1 ; 4 El Apocalipsis, p. 438)

3. Esta visi�n ideal de la era mesi�nica tambi�n se nos presenta constantemente en el Nuevo Testamento. El car�cter, los privilegios y las bendiciones de aquellos que participan del esp�ritu de esa �poca siempre se nos presentan irradiados con una gloria celestial y perfecta. San Pablo se dirige a las diversas iglesias a las que escribi� como, a pesar de todas sus imperfecciones, "amadas de Dios", "santificadas en Cristo Jes�s", "santos y fieles hermanos en Cristo".

"1 Cristo est�" en ellos ", y ellos est�n" en Cristo ". 2" Cristo am� a la Iglesia y se entreg� a s� mismo por ella; para que �l pudiera presentarse a la Iglesia a S� mismo como una Iglesia gloriosa, sin mancha, ni arruga, ni nada por el estilo; sino que sea santa y sin mancha ", 3 - la descripci�n que evidentemente se aplica al mundo presente, donde tambi�n la Iglesia est� sentada, no en los lugares terrenales, sino en" los celestiales "con su Se�or.

4 Nuestra "ciudadan�a" se declara "en el cielo"; 5 e incluso ahora hemos llegado "al monte de Sion, ya la ciudad del Dios viviente, la Jerusal�n celestial, a innumerables huestes de �ngeles, ya la asamblea general ya la Iglesia de los primog�nitos, que est�n inscritos en el cielo." 6 Nuestro Se�or mismo y San Juan, siguiendo sus pasos, son a�n m�s espec�ficos en cuanto al reino presente y la gloria presente.

"En aquel d�a", dice Jes�s a sus disc�pulos, "sabr�is que yo estoy en mi Padre, y vosotros en m�, y yo en vosotros", 7 y otra vez, "y la gloria que me has dado, tengo dado a ellos ; para que sean uno, as� como nosotros somos uno "; 8 mientras que es innecesario citar los pasajes que nos encontramos en todas partes en los escritos del disc�pulo amado en los que habla de la vida eterna, y eso, tambi�n, en la plena grandeza tanto de sus privilegios como de sus resultados, como posesi�n de la que disfruta el creyente en este mundo presente.

En resumen, todo el testimonio del Nuevo Testamento es de un ideal, de un reino perfecto, de Dios incluso ahora establecido entre los hombres, en el que el pecado es conquistado, la tentaci�n superada, la fuerza sustituida por la debilidad, la muerte tan privada de su aguij�n que ya no es muerte, y el cristiano, aunque por un poco de dolor en m�ltiples tentaciones, "se regocija grandemente con un gozo inefable y glorificado".

"9 De todo esto, la representaci�n de la nueva Jerusal�n en el Apocalipsis no difiere en ning�n aspecto esencial. Entra m�s en detalles. Ilustra el pensamiento general con una mayor variedad de detalles. Pero no contiene nada que no se encuentre en principio en el otro .escritores sagrados, y que no est� conectado por ellos con el aspecto celestial de la peregrinaci�n del cristiano a su hogar eterno.

(1 Romanos 1:7 ; 1 Corintios 1:2 ; Colosenses 1:2 ; Colosenses 1:2 ; Colosenses 2 Col 1:27; 1 Corintios 1:30 ; Filipenses 3:9 ; Filipenses 3 Efesios 5:25 ; Efesios 4 Efesios 1:3 ; Efesios 5 Filipenses 3:20 ; 6 Hebreos 12:22 ; Hebreos 7 Juan 14:20 ; Juan 8 Juan 17:22 ; Juan 9 1 Pedro 1:8 )

4. Hay distintas indicaciones en la visi�n apocal�ptica que no dejan ninguna interpretaci�n posible excepto una: que la nueva Jerusal�n ha llegado, que ha estado en medio de nosotros durante m�s de mil ochocientos a�os, que ahora est� en medio de nosotros, y que seguir� siendo as� dondequiera que su Rey tenga a quienes le aman y le sirven, caminan en Su luz y comparten Su paz y gozo.

(1) Veamos Apocalipsis 20:9 , donde leemos sobre "el campamento de los santos y la ciudad amada". Esa ciudad no es otra que la nueva Jerusal�n, a punto de ser descrita en el siguiente cap�tulo. Es Jerusal�n despu�s de que los elementos del car�cter de ramera han sido completamente expulsados, y el llamado de Apocalipsis 18:4 ha sido escuchado y obedecido: "Salid, pueblo m�o, fuera de ella.

"Ella no est� habitada ahora por nadie m�s que" santos ", quienes, aunque todav�a tienen que luchar contra el mundo, son ellos mismos los" llamadas, elegidos y fieles ". Pero esta" ciudad amada "se menciona como en el mundo, y como objeto de ataque de Satan�s y sus huestes antes del Juicio. * (* Comp. Foxley, Hulsean Lectures , Lect.1)

(2) Veamos Apocalipsis 21:24 y Apocalipsis 22:2 : "Y las naciones caminar�n a su luz, y los reyes de la tierra traer�n a ella su gloria"; "Y las hojas del �rbol eran para la curaci�n de las naciones.

"�Qui�nes son estas" naciones "y estos" reyes de la tierra "? . m�s all� de los l�mites del pacto. Pero si es as�, la dificultad de darse cuenta de la situaci�n en un momento m�s all� del Juicio parece ser insuperable, y puede estar bien ilustrado por el esfuerzo de Hengstenberg para superarlo "Naciones", dice el comentarista, "en el uso del Apocalipsis, no son naciones en general, sino siempre naciones paganas en su estado natural o cristianizado; comp�rese en Apocalipsis 20:3 .

Que debemos pensar aqu� s�lo en paganos convertidos es tan claro como el d�a. No se puede encontrar lugar para la conversi�n al otro lado de Apocalipsis 20:15 , porque todo el que no se hab�a encontrado inscrito en el libro de la vida ya ha sido arrojado al lago de fuego ". * Pero las palabras" o cristianizado " en este comentario no tiene el apoyo de ning�n otro pasaje del Apocalipsis, y en la nota de Hengstenberg en Apocalipsis 20:3 no se nos hace referencia m�s que a los textos que tenemos ante nosotros.

En cualquier otra ocasi�n, tambi�n, donde la palabra "naciones" se encuentra con nosotros, significa naciones no convertidas, no convertidas; y aqu� no puede significar nada m�s. Si se hablara de las naciones convertidas, sino parte de esa nueva Jerusal�n que no es la residencia del pueblo de Dios, sino su propio pueblo. Ser�an la luz y no los que caminan "a la luz" de los dem�s. Ellos los est�n sanados y no los que necesitan "sanidad".

"Estas" naciones "deben ser los inconversos, estos" reyes de la tierra "que a�n no han reconocido a Jes�s como su Rey; y nada de esto se puede encontrar m�s all� de Apocalipsis 20:15 . (* Comentario en la Biblioteca Teol�gica Extranjera de Clark, en loc. )

(3) Veamos Apocalipsis 21:27 , donde leemos: "Y no entrar� en ella nada inmundo, ni el que practica abominaci�n y mentira". Estas palabras indican claramente que a�n no ha llegado el momento de la separaci�n final. Se suponer que las personas del car�cter inicuo estar�n vivas sobre la tierra despu�s de la aparici�n de la nueva Jerusal�n.

5. Cabe se�alar otra consideraci�n sobre el punto en discusi�n, que tendr� peso para admitir la existencia de ese principio de estructura en los escritos de San Juan sobre el que descansa. Tanto en el Evangelio como en el Apocalipsis, el Ap�stol est� marcado por una tendencia a volver al final de una secci�n a lo que hab�a dicho al principio, ya callar, por as� decirlo, entre las dos declaraciones todo lo que ten�a que decir. .

As� que aqu�. En Apocalipsis 1:3 presenta su Apocalipsis con las palabras, "Porque el tiempo est� cerca". En Apocalipsis 22:10 , inmediatamente despu�s de cerrarlo, vuelve al pensamiento: "No selles las palabras de la profec�a de este libro, porque el tiempo est� cerca", es decir, toda la revelaci�n intermedia est� encerrada entre estas dos declaraciones. Todo precede al "tiempo" del que se habla. La nueva Jerusal�n llega antes del fin.

En la nueva Jerusal�n, por lo tanto, tenemos disponible una imagen, no del futuro, sino del presente; de la condici�n ideal del verdadero pueblo de Cristo, de su "peque�o reba�o" en la tierra, en cada �poca. Es posible que la imagen a�n no se haya realizado en su totalidad; pero cada bendici�n alineada en su lienzo es, en principio, del creyente ahora, y ser� cada vez m�s suya en la experiencia real a medida que abra sus ojos para ver y su coraz�n para recibir.

Nos hemos equivocado al trasladar la imagen de la nueva Jerusal�n solo al futuro. Pertenece tambi�n al pasado y al presente. Es la herencia de los hijos de Dios en el mismo momento en que luchan con el mundo; y pensar en ello deber�a estimularlos al esfuerzo y consolarlos bajo el sufrimiento.

Versículos 6-21

CAPITULO XVIII.

EL EP�LOGO.

Apocalipsis 22:6 .

Las visiones de la Vidente se han cerrado y cerrado con una imagen del triunfo final y completo de la Iglesia sobre todos sus enemigos. No podr�amos presentarnos una representaci�n m�s gloriosa de lo que su Se�or ha hecho por ella que la que figura en la descripci�n de la nueva Jerusal�n. Nada m�s se puede decir cuando sabemos que en el jard�n del Para�so Restaurado en el que es introducida, en el Lugar Sant�simo del Divino Tabern�culo plantado en el mundo, comer� del fruto del �rbol de la vida, beber� del agua de vida, y reinar� por los siglos de los siglos.

Seguramente cuando estas visiones pasaran ante los ojos de San Juan en la solitaria isla de Patmos, �l se alegrar�a con la luz del cielo y no necesitar�a m�s para fortalecerlo en el reino y la paciencia de Jesucristo. �No fue demasiado? El ep�logo del libro nos asegura que no fue as�; y que, aunque el ojo natural del hombre no hab�a visto, ni su o�do oy�, ni su coraz�n concibi� las cosas de las que se hab�a hablado, he sido reveladas por el Esp�ritu de Dios mismo, ni una palabra de the promesas fallar�a.

"Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas; y el Se�or, el Dios de los esp�ritus de los profetas, envi� su �ngel para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto. Y he aqu�, vengo pronto: Bienaventurado el que guarda las palabras de la profec�a de este libro.

Y yo, Juan, soy el que oy� y vio estas cosas. Y cuando o� y vi, me postr� para adorar ante los pies del �ngel que me mostraba estas cosas. Y me dijo: Mira, no lo hagas: yo soy consiervo contigo, y con tus hermanos los profetas, y con los que guardan las palabras de este libro: adora a Dios ( Apocalipsis 22:6 ). "

Ya se ha llamado la atenci�n en este comentario sobre la caracter�stica del estilo de St. John como escritor que lo lleva, en un intervalo m�s largo o m�s corto, al punto desde el cual parti�, como sobre el hecho de que as� se arroja luz con frecuencia. sobre la interpretaci�n de lo que dice. Cada ilustraci�n de tal punto es, por tanto, no s�lo interesante, sino tambi�n importante; y en las palabras que tenemos ante nosotros est� ilustrado con m�s claridad que la ordinaria.

La persona presentada con las palabras que �l me dijo no tiene nombre, pero no cabe duda de que es el �ngel del que se habla en el Pr�logo como enviado para "significar" la revelaci�n que vendr�a a continuaci�n. * (* Apocalipsis 1:1 )

Una vez m�s, cuando el Vidente se siente abrumado por lo que ha visto, y se puede decir que casi temi� que fuera demasiado maravilloso para creerlo, el �ngel le asegura que todo fue fiel y verdadero. Una declaraci�n similar se hab�a hecho en Apocalipsis 19:9 por la voz que "sali� del trono", 1 e igualmente en Apocalipsis 21:5 por Aquel "que est� sentado en el trono".

"El �ngel, por tanto, que ahora habla, como el �ngel del Pr�logo, tiene la autoridad de este Ser Divino para lo que dice. Es cierto que en las siguientes palabras, que parecen provenir del mismo hablante, el �ngel debe as� ser entendido para referirse a s� mismo en tercera persona, y no, como podr�amos haber esperado, en la primera, - El Se�or envi� a Su �ngel, no El Se�or me envi� a m�. Pero, por no mencionar el hecho de que "tal m�todo de discurso se encuentra en el estilo prof�tico del Antiguo Testamento, parece ser caracter�stico de St.

John en otros pasajes de sus escritos. M�s particularmente lo marcamos en el relato del cuarto Evangelio de la muerte de Jes�s en la Cruz: "Y el que ha visto, da testimonio, y su testimonio es verdadero; y �l sabe que dice verdad, para que cre�is". "2 (1 Apocalipsis 19:5 ; Apocalipsis 2 Jn 19:35.

Preguntas m�s amplias de las que se pueden discutir aqu� se abrir�an al preguntar hasta qu� punto se puede aplicar el mismo m�todo de explicaci�n a Juan 17:3 ).

Nuevamente, leemos aqu� que el Se�or envi� a su �ngel para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaraci�n es la misma que la de Apocalipsis 1:1 .

Las siguientes palabras, y he aqu�, vengo pronto, son probablemente palabras de nuestro Se�or mismo; pero la bendici�n sobre aquel que guarda las palabras de la profec�a de este libro conduce nuevamente al Vidente al Pr�logo, donde se pronuncia una bendici�n similar. * (* Apocalipsis 1:3 )

Una vez m�s, el recuerdo del Pr�logo est� en la mente del Ap�stol cuando, nombr�ndose a s� mismo, procede: Yo, Juan, soy el que escuch� y vio estas cosas. Precisamente de la misma manera, despu�s de los versos introductorios del Pr�logo, se hab�a nombrado a s� mismo como el autor del libro: "Juan a las siete Iglesias"; "Yo, John, tu hermano." * Entonces estaba a punto de escribir; ahora que ha escrito, es el mismo Juan a quien la Iglesia conoci� y honr�, y cuya conciencia de todo lo que hab�a pasado estaba intacta y perfecta.

Esta remisi�n al Pr�logo tambi�n es suficiente para probar, si se cree necesaria una prueba, que las palabras "estas cosas" est�n dise�adas para incluir, no meramente la visi�n de la nueva Jerusal�n, sino todas las visiones del libro. (* Apocalipsis 1:4 ; Apocalipsis 1:9 )

El hecho de que el Vidente se hubiera postrado para adorar ante los pies del �ngel que le mostraron estas cosas a menudo ha causado sorpresa. Ya lo hab�a hecho en una ocasi�n anterior, * y hab�a sido reprendido con palabras casi exactamente similares a aquellas en las que se dirige ahora: Mira, no lo hagas: soy consiervo contigo, y con tus hermanos los profetas. , y con los que guardan las palabras de este libro: adoren a Dios.

�C�mo pudo olvidar tan pronto la advertencia? No debemos extra�arnos. El pensamiento de la �nica visi�n que precede a su error anterior podr�a f�cilmente ser absorbido por el pensamiento de toda la revelaci�n de la que formaba parte; y, como el esplendor de todo lo que hab�a presenciado pas� una vez m�s ante su vista, podr�a imaginar que el �ngel por quien se comunic� debe ser digno de su adoraci�n. Su error fue corregido como antes. (* Apocalipsis 19:10 )

La profec�a est� ahora en manos del Vidente, idealmente, aunque no en realidad, escrita. Por lo tanto, puede hablar f�cilmente de �l como est� escrito, y puede relatar las instrucciones que reciben al respecto. Lo hace, y de nuevo se ve cu�n de cerca sigue las l�neas de su Pr�logo:

Y me dijo: No selles las palabras de la profec�a de este libro, porque el tiempo est� cerca. El que es injusto, haga injusticia todav�a; y el que es inmundo, sea ensuciado todav�a; y el que es justo, haga justicia todav�a; y el que es santo, sea santificado todav�a. He aqu�, vengo pronto; y mi galard�n conmigo, para pagar a cada uno seg�n sea su obra.

Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el �ltimo, el principio y el fin. Bienaventurados los que lavan sus ropas, para que tengan derecho a ir al �rbol de la vida y entrar por las puertas a la ciudad. Fuera est�n los perros, los hechiceros, los fornicadores, los homicidas, los id�latras y todo el que ama y hace mentira ( Apocalipsis 22:10 ) ".

Al profeta Daniel se le hab�a dicho: "Pero t�, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin". * A�n no hab�a llegado la hora de la plena manifestaci�n de ese futuro trascendental sobre el que se le hab�a encargado que se detuviera. La situaci�n de San Juan era completamente diferente, y la hora de terminar la historia de esta dispensaci�n estaba por llegar. Entonces no era un tiempo para sellar, sino para romper los sellos, un tiempo para la profec�a, para la proclamaci�n m�s fuerte, m�s clara y m�s urgente de la verdad.

"He aqu�, vengo pronto", hab�a sido un momento antes de la voz del gran Juez. Que est� preparada la novia a quien �l ha de venir; y, para que lo sea m�s pronto, escuche con atenci�n seria e inmediata las palabras de la profec�a de este libro. (* Daniel 12:4 ; Comp. Daniel 8:26 )

No es f�cil decir si las siguientes palabras: El que es injusto, haga injusticia todav�a; y el que es inmundo, en inmundicia sea; y el que es justo, haga justicia todav�a: y el que es santo, sea santificado todav�a, debe considerar como procedente del Ap�stol o del �ngel que le ha hablado. Esta dificultad es la misma que se experimenta en el cuarto Evangelio en pasajes como Juan 3:16 ; Juan 3:31 , donde es casi imposible decir el punto en el que en un caso terminan las palabras de Jes�s, en el otro las palabras del Bautista.

Parecer�a como si San Juan se hundiera tanto en la persona con la que estaba ocupado en ese momento que a menudo expresaba pensamientos sin poder distinguir entre los del otro y los suyos. En el caso actual, poco importa a qui�n remitimos directamente las palabras, si a San Juan, al �ngel o al que habla por medio del �ngel. En cualquier caso, contienen una visi�n llamativa y solemne de la relaci�n entre el Juez justo y Sus criaturas, cuando esa relaci�n se mira en su forma �ltima, en su forma final.

Una cosa est� clara: que las dos primeras cl�usulas no pueden considerarse como una convocatoria a los malvados dici�ndoles antes del Juicio que contin�en en su maldad incluso durante el per�odo de prueba. Las segundas dos cl�usulas tampoco pueden considerar una garant�a para el bien de que hay un punto en la experiencia real de la vida en el que su perseverancia en la bondad est� asegurada. Las palabras s�lo pueden entenderse a la luz de ese idealismo tan caracter�stico del Apocalipsis y del cuarto Evangelio.

En ambos libros, el mundo de la humanidad se nos presenta exactamente de la misma manera. Los hombres se dividen en dos grandes clases: los que est�n dispuestos a recibir la verdad y los que se oponen obstinadamente a ella; y se habla de estas clases como si hubieran sido formadas, pero no s�lo despu�s, pero antes, la obra de Cristo las hab�a probado y probado. No es que la salvaci�n que se encuentra en Jes�s no haya sido dise�ado para ser universal, que hubo incluso un miembro de la familia humana condenado por decreto eterno e irresistible a la muerte eterna, ni tampoco que los hombres sean considerados tan pronto identificados con las dos clases a las que pertenecen respectivamente que no incurre en responsabilidad moral al aceptar o rechazar al Redentor del mundo.

En ese sentido, San Juan ocup� el mismo terreno que sus compa�eros Ap�stoles. No menos de lo que ellos hubieran declarado que Dios deseaba que todos los hombres fueran salvos; y no menos de lo que ellos les habr�a dicho que, si no eran salvos, era porque "amaban m�s las tinieblas que la luz". 1 Sin embargo, a pesar de este modo pr�ctico en el que habr�a tratado a los hombres, tal es su idealismo, tal es su modo de ver las cosas en su aspecto �ltimo, eterno e inmutable, que presenta constantemente las dos clases como si estuvieran divididas de unos a otros por un muro permanente de separaci�n, y como si la obra de Cristo consistiera no tanto en acercar una clase a la otra como poner de manifiesto las tendencias existentes de cada una.

La luz de uno se ilumina, la oscuridad del otro se profundiza, a medida que avanzamos; pero la luz no se convierte en tinieblas ni las tinieblas en luz. 2 (1 Comp. Juan 3:19 ; 2 Ver un tratamiento m�s completo de este importante punto por parte del autor en sus Conferencias sobre el Apocalipsis de San Juan, p. 286, etc.)

Por lo tanto, en consecuencia, la conversi�n de Israel o de los paganos no tiene lugar en el Apocalipsis. Los textos que se supone que ofrecen tal perspectiva no soportan la interpretaci�n que se les da. De hecho, no se sigue que, seg�n la ense�anza de este libro, ni Israel ni los paganos se convertir�n. San Juan solo ve el final en el principio, y no se ocupa de las cuestiones pr�cticas cotidianas, sino de las cuestiones ideales y eternas del reino de Dios.

Por lo tanto, al interpretar las palabras que tenemos ante nosotros, debemos tener cuidado de poner en ellas el matiz exacto de significado que todo el esp�ritu y el tono de los escritos del Ap�stol prueban estado haber en su mente cuando fueron escritos. Las cl�usulas "El que es injusto" y "El que es inmundo" deben entenderse como "El que am� y eligi� la injusticia y la inmundicia": las cl�usulas "Que siga haciendo injusticia" y "Que se ensucie todav�a". como "Que se hunda m�s profundamente en la injusticia y la inmundicia que ha amado y elegido".

"Se supone que un principio elegido libremente por �l mismo est� en el seno de cada uno, y ese principio no permanece fijo y estacionario. Ning�n principio lo hace. Se despliega o se desarrolla de acuerdo con su propia naturaleza, elev�ndose a mayores alturas de bien si ser bueno, hundirse en profundidades del mal si es malo.

Son aplicables a la Iglesia ya El mundo a lo largo de todo el curso de sus respectivas historias, y es en este momento tan cierto como siempre ser� que, en la medida en que el coraz�n y la voluntad de un hombre se vuelvan realmente hacia el mal o hacia el bien, la lealtad que tiene elegido tiene la tendencia de un progreso continuo hacia el triunfo de uno o del otro.

En relaci�n con pensamientos como estos, vemos la propiedad peculiar de esa declaraci�n en cuanto a �l mismo y Sus prop�sitos, hecha a continuaci�n por el Redentor: He aqu�, vengo pronto . Viene a terminar la historia de la presente dispensaci�n. Y mi galard�n conmigo, para pagar a cada uno seg�n sea su obra. Viene a otorgar "recompensa" 1 a los suyos; y no se mencion� el juicio, porque para aquellos que han de ser recompensados, el juicio ha pasado y se ha ido.

Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el �ltimo, el principio y el final, las palabras de nuevo nos llevan de regreso al lenguaje del Pr�logo, 2 sobre el cual sigue una bendici�n para quienes lavan sus ropas, para quienes se describen de otra manera. en el Pr�logo como "liberados de sus pecados en Su sangre", 3 y en Apocalipsis 7:14 como "haber lavado sus ropas y blanquearlas en la sangre del Cordero".

"Estos tienen derecho a venir al �rbol de la vida, y entran por las puertas felices de la ciudad. Se podr�a haber esperado un orden diferente, porque el �rbol de la vida crece dentro de la ciudad, y son los habitantes de la ciudad. ciudad que come sus frutos. Pero esta es la bendita paradoja de la fe. Es dif�cil decir qu� privilegio del que disfruta el creyente es el primero y el segundo.

�l es la puerta de la ciudad y, como tal, el camino al �rbol de la vida; �l es el �rbol de la vida, y quienes participan de �l tienen derecho a entrar en la ciudad y habitar all�. �Por qu� preguntar, qu� viene primero? En un momento podemos pensar que es una bendici�n, en otro que es otra. La verdadera descripci�n de nuestro estado es que estamos "en Cristo Jes�s, que nos fue hecho sabidur�a de Dios, justicia, santificaci�n y redenci�n; para que, seg�n est� escrito: El que se glor�a, glor�ese en la Se�or.

"4 (1 Comp. Apocalipsis 11:18 ; Apocalipsis 2 Apocalipsis 1:8 ; Apocalipsis 3 Apocalipsis 1:5 ; Apocalipsis 4 1 Corintios 1:30 )

Para realzar nuestra estimaci�n de la felicidad de aquellos que est�n dentro de la ciudad, viene a continuaci�n una descripci�n de aquellos que est�n fuera. Primero se los denota por el t�rmino general los perros, ese animal, como aprendemos de muchos pasajes de las Escrituras, es el jud�o, el emblema de todo lo salvaje, desregulado, inmundo y ofensivo. Luego, el t�rmino general se subdivide en varias clases; y todos ellos est�n fuera, no apagados.

Fueron echados cuando el juicio cay� sobre ellos. Ahora est�n afuera; y la puerta una vez abierta para ellos "se cierra". 2 (1 Comp. Salmo 22:16 ; Salmo 22:20 ; Mateo 7:6 ; Filipenses 3:2 ; Filipenses 2 Comp. Mateo 25:10 ). Siguen las �ltimas palabras:

"Yo, Jes�s, he enviado a mi �ngel para daros testimonio de estas cosas para las iglesias. Yo soy la ra�z y la descendencia de David, la estrella resplandeciente de la ma�ana".

"Y el Esp�ritu y la esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga. El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente. Yo testifico a todo hombre". que oye las palabras de la profec�a de este libro: Si alguno les a�ade, Dios le a�adir� las plagas que est�n escritas en este libro; y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profec�a, Dios quitar� su parte del �rbol de la vida y de la santa ciudad, que est�n escritos en este libro. El que da testimonio de estas cosas, dice: S�, vengo pronto. Am�n. Ven, Se�or Jes�s.

"La gracia del Se�or Jes�s sea con los santos. Am�n ( Apocalipsis 22:16 )".

Una vez m�s en estas palabras se ver� que volvemos al Pr�logo, en las palabras iniciales leemos: "La Revelaci�n de, que Dios le dio para mostrar a sus siervos; y �l la envi� y la dio a conocer. Por su �ngel a su siervo Juan ". 1 El Se�or glorificado toma ahora las mismas palabras; y, conectando por el nombre "Jes�s" todo lo que �l era en la tierra con todo lo que pertenece a Su condici�n en el cielo, declara de toda la revelaci�n contenida en las visiones de este libro que el �ngel a trav�s del cual fue comunicado hab�a sido enviado por �l.

�l mismo lo hab�a dado - �l, incluso Jes�s, - Jes�s, el Salvador de Su pueblo de sus pecados, el Capit�n de su salvaci�n, el Josu� que los conduce fuera del "desierto" de este mundo, a trav�s del valle de la sombra de muerte, en esa Tierra Prometida que Cana�n, con su leche y miel, sus vides y olivos, su descanso despu�s de largos peregrinajes, y su paz despu�s de una dura guerra, s�lo se representa d�bilmente a su vista.

Bien puede hacer esto, porque en �l la tierra se encuentra con el cielo, y "los �ngeles de Dios ascienden y descienden sobre el Hijo del Hombre". 2 (1 Apocalipsis 1:1 ; Apocalipsis 2 Jn 1:51)

Primero, �l es la ra�z y el linaje de David, no la ra�z de la cual brota David, como si dijera que �l es el Se�or de David y tambi�n el Hijo de David, 1 sino el "v�stago que sale del linaje de Isa� y la rama de sus ra�ces que da fruto "2 �l es el" Hijo, que naci� de la simiente de David seg�n la carne ", 3 la sustancia de la antigua profec�a, el Rey largamente prometido y esperado.

En segundo lugar, �l es el resplandeciente, la estrella de la ma�ana, la estrella que brilla con su mayor esplendor cuando la oscuridad est� a punto de desaparecer, y ese d�a est� a punto de romperse, del cual "el Sol de justicia, con la curaci�n en sus alas ", sea la luz eterna, 4 �l mismo" nuestra estrella, nuestro sol ". Por lo tanto, �l est� conectado por un lado con la tierra, por el otro con el cielo, "Emanuel, Dios con nosotros", 5 tocado por un sentimiento de nuestras debilidades, poderoso para salvar.

"�Qu�, pues, diremos a estas cosas? Si Dios es por nosotros, �qui�n contra nosotros? cosas? �Qui�n podr� acusar a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. �Qui�n es el que condenar�? Es Cristo Jes�s que muri�, m�s a�n, el que resucit� de los muertos, el que est� a la diestra de Dios, quien tambi�n intercede por nosotros.

�Qui�n nos separar� del amor de Cristo? �Ser� la tribulaci�n, la angustia, la persecuci�n, el hambre, la desnudez, el peligro, o la espada? As� como est� escrito, (1 Mateo 22:45 ; Mateo 2 Isa�as 11:1 ; Isa�as 3 Romanos 1:3 ; Romanos 4 Malaqu�as 4:2 ; 5 Mateo 1:23 )

Por tu causa nos matan todo el d�a;

Fuimos contados como ovejas para el matadero.

Es m�s, en todas estas cosas somos m�s que vencedores por medio de Aquel que nos am�. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los �ngeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra criatura, podr� separarnos del amor. de Dios, que es en Cristo Jes�s Se�or nuestro ". * (* Romanos 8:31 )

El Salvador hab�a declarado: "He aqu�, vengo pronto", hab�a hablado de la "recompensa" que traer�a consigo, y hab�a utilizado varias im�genes para mostrar la felicidad y el gozo que debe ser la porci�n eterna de aquellos para quienes �l lleg�. Estas declaraciones no pueden dejar de despertar en el coraz�n de la Iglesia el anhelo de su venida, y este anhelo ahora encuentra expresi�n.

El Esp�ritu y la esposa dicen: Ven. No debemos pensar en dos voces separadas: la voz del Esp�ritu y la voz de la novia. Es una caracter�stica del estilo de St. John que donde hay acci�n combinada, acci�n, que tiene un lado interno e invisible y un lado externo y visible, a menudo separa los dos agentes por los que se produce. Se pueden encontrar muchas ilustraciones de esto en su menci�n de las acciones del Padre y del Hijo, pero ser� suficiente para referirse a una m�s estrictamente paralela a la que encontramos aqu�.

En el cap�tulo 15 del cuarto Evangelio encontramos a Jes�s diciendo a sus disc�pulos: "Pero cuando venga el Abogado, a quien yo os enviar� del Padre, el Esp�ritu de verdad, que procede del Padre, �l dar� testimonio. De m�, y vosotros tambi�n sois testigos, porque hab�is estado conmigo desde el principio ". Juan 15:26 .

En estas palabras no tenemos dos obras de testimonio, la primera la del Abogado, la segunda la de los disc�pulos. Tenemos s�lo uno, exteriormente el de los disc�pulos, interiormente el del Abogado. De la misma manera ahora. El Esp�ritu y la novia no pronuncian llamadas separadas. El Esp�ritu llama a la novia; la novia invoca el Esp�ritu. El grito "Ven" es, por tanto, el de la Iglesia iluminada espiritualmente cuando respondi� a la voz de su Se�or y Rey.

Su voz es el eco de la de �l. �l dice: "Yo vengo"; ella responde: "Ven". San Juan luego agrega �l mismo la siguiente cl�usula: Y el que oye, diga: Ven; es decir, el que oye con el o�r con fe; que el que ha hecho suyas las gloriosas perspectivas que se abren en las visiones de este libro en cuanto a la Segunda Venida del Se�or, a�ada su grito individual al grito de la Iglesia universal. A esto responde el Salvador: Y el que tenga sed, venga.

El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente. Las palabras parecen estar dirigidas, no al mundo, sino a la Iglesia. El que tiene "sed" ya ha bebido del agua viva, pero tiene sed de tragos m�s profundos de ese r�o, de corrientes alegran la ciudad de Dios. Participar cada vez m�s de estos es el anhelo del creyente; y la plenitud de la bendici�n est� a su alcance.

Que nunca diga: "Es suficiente". Que beba y vuelva a beber; que beba "de abundancia", hasta que el agua que Cristo le dar� se convierta en �l "fuente de manantial para vida eterna". Juan 4:14 Las declaraciones y respuestas contenidas en estas palabras son las del Se�or glorificado, de la Iglesia que habla en el Esp�ritu y del creyente individual, mientras conversan entre s� en ese momento de mayor �xtasis cuando el mal ha sido extinguido, cuando la lucha ha terminado, cuando se ha obtenido la victoria, y cuando el Se�or de la Iglesia est� a la puerta. �l en ellos y ellos en �l, �qu� pueden hacer sino hablarse y contestarse unos a otros con tensiones que expresen el anhelo, el afecto y la alegr�a mutuos?

Una vez m�s, el Vidente, porque parece ser el que habla, se vuelve hacia el libro que ha escrito.

En el Pr�logo hab�a dicho: "Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de la profec�a y guardan las cosas que en ella est�n escritas". Apocalipsis 1:3 . Con el mismo esp�ritu ahora un �ay sobre el que le a�ade: Dios le a�adir� las plagas que est�n escritas en el libro; ni menos sobre el que de �l quita: porque Dios quitar� su parte del �rbol de la vida y de la santa ciudad, que est�n escritos en este libro.

El libro ha venido de Aquel que es el Testigo fiel y verdadero de Dios, y ha sido escrito en obediencia a Su mandato y bajo la gu�a de Su Esp�ritu. San Juan mismo no es nada; Cristo es todo: y san Juan sabe que se cumplen las palabras de su gran Maestro: "El que a vosotros recibe, a m� me recibe, y el que me recibe a m�, recibe al que me envi�". 1 Por tanto, hable con toda autoridad, porque no es �l quien habla, sino el Esp�ritu Santo.

2 (1 Mateo 10:40 ; 2 Comp. Marco 13:11 )

Una vez m�s, antes del saludo de despedida, Cristo y la Iglesia intercambian sus pensamientos. El primero habla primero: El que da testimonio de estas cosas, dice: S�, vengo pronto. Es la suma y sustancia de Su mensaje a Su pueblo sufriente, porque pueden desear o no necesitar m�s. El "yo" es el Se�or mismo como est� en la gloria, no en la debilidad de la carne, no en medio de los pecados y dolores del mundo, no con la copa de temblor y asombro en su mano, sino en la plenitud ilimitada de Su poder Divino, revestido con la luz de Su morada celestial, y ungido con �leo de alegr�a m�s que Sus compa�eros.

Especialmente se le dice a la Iglesia que esta revelaci�n es todo lo que necesita, porque a lo largo del libro se supone que ella est� en medio de pruebas. Al coraz�n atribulado se le da el Apocalipsis; y con tal coraz�n se entiende mejor.

Jes�s ha hablado; y la Iglesia responde: Am�n . Ven , Se�or Jes�s. Am�n a todo lo que el Se�or ha prometido; Am�n al pensamiento del pecado y el dolor desterrado, de los corazones heridos sanados, de las l�grimas de aflicci�n limpiadas, del aguij�n quitado de la muerte y de la victoria de la tumba, de las tinieblas disipadas para siempre, de la luz del d�a eterno . Seguramente no puede llegar demasiado pronto.

"�Por qu� tarda tanto su carro en llegar? Jueces 5:28 . "S�, pronto. Am�n. Ven, Se�or Jes�s".

Solo queda el saludo del escritor a sus lectores. Debe leerse de manera diferente a su forma en la versi�n inglesa autorizada, no "La gracia de nuestro Se�or Jesucristo sea con todos vosotros", sino La gracia del Se�or Jes�s sea con los santos. Para los santos se hab�a escrito el libro; a ellos se les hab�a dicho; solo ellos pueden qued�rselo. Ning�n hombre que no est� en Cristo imagine que el Apocalipsis de S.

Juan se dirige a �l. Que nadie se imagine que, si a�n no ha encontrado a Cristo, lo encontrar� aqu�. El libro lo dejar� perplejo y desconcertado, lo m�s probable es que lo ofenda. Solo en esa uni�n con Cristo que trae consigo el odio al pecado y el amor a la santidad, que nos ense�a que somos "hu�rfanos" Juan 14:18 , R.

V. (margen) en un mundo presente, que nos hace esperar la manifestaci�n del reino de Dios como los que esperan la ma�ana, podemos entrar en el esp�ritu del Apocalipsis, escuchar sus amenazas sin pensarlas demasiado severas, o abracemos sus promesas que realzar�n en lugar de rebajar el tono de nuestra vida espiritual. Aqu�, si en alg�n lugar, la fe y el amor son la clave del conocimiento, no el conocimiento la clave de la fe y el amor. Es en el mismo esp�ritu del libro, por lo tanto, no en un esp�ritu duro, estrecho o antip�tico, que se cierra con las palabras: "La gracia del Se�or Jes�s sea con los santos".

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Hemos llegado al final de este singular, pero al mismo tiempo instructivo, libro del Nuevo Testamento. Que los principios sobre los que se ha interpretado sean generalmente aceptados era demasiado para esperar. Su aceptaci�n, donde sean recibidos, debe depender principalmente de la consideraci�n de que si bien, como principios cient�ficos, son completamente capaces de defender, dan unidad al libro y un significado digno de ese Esp�ritu Divino por cuya influencia sobre el alma del Ap�stol fue producido .

En ning�n otro principio de interpretaci�n parece posible efectuar esto; y el escritor de estas p�ginas al menos se ve obligado a pensar que, si se rechazan, s�lo hay una conclusi�n posible: que el Apocalipsis, por interesante que sea como un memorial literario de la era cristiana primitiva, debe ser considerado como un meramente humano . producci�n, y no tiene derecho a un lugar en el canon de las Escrituras.

Sin embargo, tal lugar debe ser reivindicado en el estado actual del argumento; y como un libro inspirado se ha tratado en consecuencia aqu�. Lo que el lector, por lo tanto, tiene que considerar es si, aunque algunas dificultades no se hayan superado por completo, puede aceptar en lo fundamental los principios sobre los cuales, al tratar de explicar el libro, el escritor ha procedido. El lector, quienquiera que sea, estos principios los aplica sin duda a innumerables pasajes de la Escritura.

Al aplicarlos as� a los profetas del Antiguo Testamento, sigue el ejemplo de nuestro Se�or y Sus Ap�stoles; y gran parte del Nuevo Testamento exige igualmente su aplicaci�n. No hay nada nuevo en ellos. Todos los comentaristas los aplican en parte. Solo se han seguido ahora con m�s consistencia y uniformidad de lo habitual El archidi�cono Farrar ha dicho que una de las dos preguntas de la cr�tica del Nuevo Testamento que han adquirido nuevos aspectos durante los �ltimos a�os es: �Cu�l es la clave para la interpretaci�n del Apocalipsis? ? * La pregunta es, sin duda, una que exige con urgencia la respuesta de la Iglesia, y que sin duda responder� a su debido tiempo, ya sea en el presente o de alguna otra forma. Que el Esp�ritu de Dios gu�e a la Iglesia ya sus alumnos, y eso r�pidamente, a toda la verdad. (* Expositor, Julio de 1888, p�g. 58)

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Revelation 22". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/revelation-22.html.