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Bible Commentaries
1 Corintios 11

Comentario de Kelly sobre los libros de la BibliaComentario de Kelly

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Versículos 1-34

Como de costumbre, las palabras introductorias ( 1 Corintios 1:1-3 ) de la ep�stola nos dan no poca indicaci�n de lo que sigue. El ap�stol habla de s� mismo como tal "llamado [a ser] ap�stol de Jesucristo por la voluntad de Dios", pero juntando a un hermano con �l, "y S�stenes nuestro hermano", escribe a "la iglesia de Dios en Corinto". no a los santos, como fue el caso en la ep�stola a los Romanos, sino a la iglesia en Corinto "a los que son santificados en Cristo Jes�s", como en la ep�stola anterior "llamados [a ser] santos, con todo lo que en en todo lugar invoquen el nombre de Jesucristo nuestro Se�or, tanto el de ellos como el nuestro".

Se encontrar� que esto abre el camino hacia el tema principal de la presente comunicaci�n. Aqu� no debemos buscar los grandes fundamentos de la doctrina cristiana. Est� el desenvolvimiento de la asamblea de manera pr�ctica; es decir, la iglesia de Dios no se ve aqu� en su car�cter m�s elevado. No hay m�s que una mirada incidental a sus asociaciones con Cristo. Aqu� no se toma nota de los lugares celestiales como la esfera de nuestra bendici�n; ni somos dados a escuchar acerca de los afectos nupciales de Cristo por Su cuerpo.

Pero se dirige a la asamblea de Dios, los santificados en Cristo Jes�s, los santos llamados, "con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo nuestro Se�or". As� queda espacio para la profesi�n del nombre del Se�or. No es, como en Efesios, "a los santos que est�n en �feso, ya los fieles en Cristo Jes�s". No existe tal cercan�a de aplicaci�n, ni intimidad, ni confianza en un car�cter realmente intr�nsecamente santo.

Santificados estaban en Cristo Jes�s. Hab�an tomado el lugar de estar separados, "invocando el nombre del Se�or"; pero la notable adici�n debe notarse por cierto "con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre del Se�or, tanto de ellos como de nosotros". Y esto es tanto m�s notable, cuanto que si hay una ep�stola que la incredulidad de la cristiandad trata m�s que otra de anular en su aplicaci�n a las circunstancias presentes, es esta primera carta a los Corintios.

Tampoco es necesario que nos preguntemos. La incredulidad se aleja de lo que llama, ahora m�s bien recuerda, a los santos a un debido sentido de su responsabilidad en virtud de su posici�n como iglesia de Dios aqu� abajo. Los de Corinto lo hab�an olvidado. La cristiandad no s�lo lo ha olvidado, sino que lo ha negado, y as� quisiera tratar una gran parte de lo que se presentar� ante nosotros esta noche como algo pasado. No se discute que Dios obr� as� en tiempos pasados; pero no tienen el menor pensamiento serio de someterse a sus instrucciones como autoridad para el deber actual.

Sin embargo, �qui�n puede negar que Dios ha tenido m�s cuidado en hacer esto claro y cierto en el frontispicio de esta ep�stola que en cualquier otro lugar? �l es sabio y recto: el hombre no lo es. Nuestro lugar es inclinarnos y creer.

Hay otro punto que tambi�n debe sopesarse en los siguientes vers�culos (4-8). El ap�stol les dice que siempre da gracias a Dios por ellos, pero se abstiene de cualquier expresi�n de agradecimiento por su estado. Reconoce sus ricas dotes de parte de Dios. �l reconoce que se les hab�a dado toda expresi�n y todo conocimiento, la operaci�n del Esp�ritu de Dios y su poder. Esto es extremadamente importante; porque a menudo hay una disposici�n a considerar que las dificultades y el desorden entre los santos de Dios se deben a la falta de gobierno y de poder ministerial.

Pero ninguna cantidad de don, en pocos o muchos, puede por s� mismo producir un santo orden espiritual. El desorden nunca es el resultado de la debilidad solamente. Esto, por supuesto, puede ser aprovechado, y Satan�s puede tentar a los hombres a asumir la apariencia de una fuerza que no poseen. Sin duda, la suposici�n producir�a desorden; pero la debilidad simplemente (donde lleva a las almas, como debe ser, a exponer su necesidad ante el Se�or) trae la acci�n misericordiosa del Esp�ritu Santo, y el cuidado infalible de Aquel que ama a Sus santos ya la asamblea.

No fue as� en Corinto. Lo suyo fue m�s bien el despliegue de fuerza consciente; pero al mismo tiempo les faltaba el temor de Dios, y el sentido de responsabilidad en el uso de lo que Dios les hab�a dado. Eran como ni�os que se divierten con no poca energ�a que forj� vasijas que fallaron por completo en el juicio propio. Esta fue una fuente, y una fuente principal, de la dificultad y el desorden en Corinto.

Tambi�n es de gran importancia para nosotros; porque hay quienes continuamente claman por aumento de poder como la �nica panacea de la iglesia. �Qu� mente espiritual reflexiva podr�a dudar de que Dios ve que Sus santos no pueden soportarlo? El poder en el sentido en que ahora hablamos de �l, es decir, el poder en forma de don est� lejos de ser la necesidad m�s profunda o el deseo m�s grave de los santos. De nuevo, �es siempre el camino de Dios mostrarse as� mismo en una condici�n ca�da de las cosas? No es que est� restringido, o que no sea soberano.

No, adem�s, que �l no pueda dar, y generosamente como conviene a Su propia gloria; pero �l da sabia y santamente, para llevar a las almas ahora al ejercicio de la conciencia y al quebrantamiento de esp�ritu, y as� mantener e incluso profundizar su sentido de aquello a lo que la iglesia de Dios est� llamada, y el estado en el que ha ca�do.

En Corinto hab�a un estado de cosas completamente diferente. Fue el surgimiento temprano de la iglesia de Dios, si se me permite decirlo, entre los gentiles. Y no faltaba una muestra asombrosa del poder del Esp�ritu en testimonio de la victoria que Jes�s hab�a obtenido sobre Satan�s. Esto fue ahora, o al menos deber�a haber sido, manifestado por la iglesia de Dios, como en Corinto. Pero hab�an perdido de vista los objetivos de Dios.

Estaban ocupados consigo mismos, unos con otros, con la energ�a sobrenatural que la gracia les hab�a conferido en el nombre del Se�or. El Esp�ritu Santo al inspirar al ap�stol a escribirles de ninguna manera debilita el sentido de la fuente y el car�cter de ese poder. Insiste en su realidad, y les recuerda que era de Dios; pero al mismo tiempo introduce el prop�sito divino en todo ello. "Dios", dice �l, "es fiel, por el cual fuisteis llamados a la comuni�n con su Hijo Jesucristo, nuestro Se�or.

Inmediatamente despu�s alude a los cismas que entonces obraban entre ellos, y los llama a estar perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo juicio, inform�ndoles de las nuevas que le hab�an llegado a trav�s de la casa de Cloe, que hab�a entre ellos contiendas, diciendo unos: "Yo soy de Pablo", otros: "Yo soy de Apolos", unos: "Yo soy de Cefas", y otros: "Yo soy de Cristo mismo".

"No hay abuso al que la carne no pueda degradar la verdad. Pero el ap�stol supo introducir el nombre y la gracia del Se�or con los hechos grandilocuentemente sencillos pero de peso de Su persona y obra. Fue en Su nombre que fueron bautizados; fue El que hab�a sido crucificado, y n�tese que desde el principio de esta ep�stola es la cruz de Cristo la que tiene prominencia, no es tanto su derramamiento de sangre, ni siquiera su muerte y resurrecci�n, sino su cruz.

Esto habr�a estado tan fuera de lugar al principio de Romanos como lo estar�a aqu� la proposici�n de la propiciaci�n. La expiaci�n de los pecados por Cristo, Su muerte y resurrecci�n, son dadas por Dios para ser exhibidas ante los santos, quienes necesitaban conocer el fundamento firme e inmutable de la gracia; pero lo que m�s deseaban los santos era aprender la crasa inconsistencia de volverse hacia la comodidad, el honor y el engrandecimiento ego�stas de los privilegios de la iglesia de Dios, y el poder del Esp�ritu de Dios que obr� en sus miembros.

Es la cruz que mancha el orgullo del hombre, y pone toda su gloria en el polvo. Por eso el ap�stol trae a Cristo crucificado ante ellos. Esto fue para el jud�o una piedra de tropiezo, y para el griego una locura. Estos corintios se vieron profundamente afectados por el juicio de jud�os y griegos. Estaban bajo la influencia del hombre. No se hab�an dado cuenta de la ruina total de la naturaleza. Valoraron a los que eran sabios, escribas o disputadores de este mundo.

Estaban acostumbrados a las escuelas de su �poca y pa�s. Concibieron que si el cristianismo hizo cosas tan grandes cuando quienes lo pose�an eran pobres y sencillos, �qu� no podr�a hacer si solo pudiera estar respaldado por la habilidad, el conocimiento y la filosof�a de los hombres! �C�mo debe cabalgar triunfante hacia la victoria! �C�mo deben inclinarse los grandes y traerse a los sabios! �Qu� glorioso cambio resultar�a cuando no s�lo los pobres iletrados, sino tambi�n los grandes y los nobles, los sabios y los prudentes, se unieran todos en la confesi�n de Jes�s!

Sus pensamientos eran carnales, no de Dios. La cruz escribe juicio sobre el hombre, y locura sobre su sabidur�a, ya que ella misma es rechazada por el hombre como locura; porque �qu� podr�a parecer m�s atrozmente irrazonable para un griego que el Dios que hizo el cielo y la tierra convirti�ndose en un hombre, y, como tal, crucificado por las manos malvadas de Sus criaturas aqu� abajo? Que Dios usara Su poder para bendecir al hombre era natural; y el gentil pod�a unirse en cuanto a esto con el jud�o.

Por eso tambi�n, en la cruz, el jud�o encontr� su piedra de tropiezo; porque esperaba un Mes�as en poder y gloria. Aunque el jud�o y el griego parec�an opuestos como los polos, desde diferentes puntos estaban completamente de acuerdo en menospreciar la cruz y desear la exaltaci�n del hombre tal como es. Ambos, por lo tanto, (cualesquiera que sean sus oposiciones ocasionales, y cualquiera que sea su variedad permanente de forma), prefirieron la carne e ignoraron a Dios, el uno exigiendo signos, el otro sabidur�a. Era el orgullo de la naturaleza, ya fuera segura de s� misma o fundada en reivindicaciones religiosas.

De ah� que el ap�stol Pablo, en la �ltima parte del cap. 1, trae la cruz de Cristo en contraste con la sabidur�a carnal, as� como el orgullo religioso, instando tambi�n a la soberan�a de Dios en llamar a las almas como �l quiere. Alude al misterio ( 1 Corintios 2:1-16 ), pero no desarrolla aqu� los bienaventurados privilegios que recibimos de la uni�n con Cristo, muerto, resucitado y ascendido; pero demuestra que el hombre no tiene lugar alguno, que es Dios quien elige y llama, y ??que �l no hace nada de la carne. Hay gloriarse, pero es exclusivamente en el Se�or. Ninguna carne debe gloriarse en su presencia".

Esto se confirma en 1 Corintios 2:1-16 , donde el ap�stol les recuerda la manera en que el evangelio hab�a entrado en Corinto. Hab�a venido all� oponiendo su rostro a todas las cosas que lo encomiaban. Sin duda, para alguien de tan eminente habilidad y tan variados dones como el ap�stol Pablo, era dif�cil, hablando a la manera de los hombres, no ser nada.

Cu�nto debe haber exigido abnegaci�n total para declinar lo que �l podr�a haber manejado tan bien, y que la gente en Corinto habr�a aclamado con gran aclamaci�n. �Basta pensar en el gran ap�stol de los gentiles, en la inmortalidad del alma, dando rienda suelta al esp�ritu poderoso que estaba en �l! Pero no es as�. Lo que absorbi� su alma, al entrar en la capital intelectual y disoluta de Acaya, fue la cruz de Cristo.

Determin�, por tanto, como dice, no saber nada m�s, no exactamente conocer s�lo la cruz, sino a "Jesucristo y �ste crucificado". Era enf�ticamente, aunque no exclusivamente, la cruz. No fue simplemente redenci�n, sino junto con esto otro orden de verdad. La redenci�n supone, sin duda, un Salvador sufriente y el derramamiento de esa sangre preciosa que rescata a los cautivos. Es Jes�s quien en gracia ha pasado por el juicio de Dios, y ha tra�do todo el poder liberador de Dios para las almas que creen.

Pero la cruz es m�s que esto. Es la muerte de la verg�enza por excelencia. Es una oposici�n total a los pensamientos, sentimientos, juicios y formas de los hombres, religiosos o profanos. En consecuencia, esta es la parte que la sabidur�a de Dios le indujo a presentar. De ah� que los sentimientos del ap�stol fueran desconfianza en s� mismo y dependencia de Dios seg�n esa cruz. Como �l dice: "Estuve con vosotros en debilidad, y en temor, y en mucho temblor.

As�, como se dice que el mismo Cristo en 2 Corintios 13:1-14 fue crucificado en debilidad, tal fue tambi�n el siervo aqu�. Su discurso y su predicaci�n fue "no con palabras persuasivas de humana sabidur�a, sino con demostraci�n del Esp�ritu". y de poder.� En consecuencia, en este cap�tulo procede a complementar la aplicaci�n de la doctrina de la cruz al estado de los corintios al traer el Esp�ritu Santo; porque esto nuevamente supone la incapacidad del hombre en las cosas divinas.

Todo se abre de una manera llena de comodidad, pero al mismo tiempo implacable con el orgullo humano. Pesar de la profec�a de Isa�as la cita notable "Cosas que ojo no vio, ni o�do oy�, ni han subido en coraz�n de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las ha revelado a nosotros por su Esp�ritu". ." Primero est� el gran hecho permanente ante nuestros ojos. Tal es el Salvador para los salvos.

Cristo crucificado es el toque de difuntos para la sabidur�a, el poder y la justicia de todos los hombres. La cruz escribe la condenaci�n total sobre el mundo. Fue aqu� que el mundo tuvo que decirle a Jes�s. Todo lo que le dio fue la cruz. Por otro lado, para el creyente es el poder de Dios y la sabidur�a de Dios, porque humilde pero voluntariamente lee en la cruz la verdad del juicio de su propia naturaleza como algo de lo que debe librarse, y encuentra a Aquel que fue crucificado, el Se�or mismo, emprendiendo una liberaci�n justa, presente y completa; como �l dice: "De �l sois vosotros en Cristo Jes�s, quien nos ha sido hecho por Dios sabidur�a, justicia, santificaci�n y redenci�n".

"La carne es absolutamente humillada. El hombre no puede ir m�s bajo por debilidad e ignominia que la cruz en la que cuelga toda la bienaventuranza que Dios da al creyente. Y en ella Dios es glorificado como en ninguna otra parte. Esto en ambas partes es exactamente como debe ser. y la fe lo ve y lo recibe en la cruz de Cristo. El estado de los corintios no admit�a la introducci�n de Cristo resucitado, al menos aqu�. Podr�a haber dibujado un halo, por as� decirlo, alrededor de la naturaleza humana al presentar al hombre resucitado en la primera instancia.

Pero se�ala a Dios como la fuente, ya Cristo como el canal y medio, de toda bendici�n. "De �l", dice �l, "sois vosotros en Cristo Jes�s, quien nos ha sido hecho por Dios sabidur�a, justicia, santificaci�n y redenci�n". Pero luego, como �l muestra, no solo estaba esta gran fuente de bendici�n en Cristo, sino que tambi�n est� el poder que obra en nosotros. Nunca es el esp�ritu del hombre el que se apodera de este bien infinito que Dios le concede. El hombre necesita un poder divino que act�e dentro de �l, as� como necesita al Salvador fuera de s� mismo.

En consecuencia, en 1 Corintios 2:1-16 , a�n manteniendo el pensamiento de Cristo crucificado, y relacion�ndolo con su condici�n, da a entender que de ninguna manera estaba limitado a ella. Si las personas estaban cimentadas en el cristianismo, estaba preparado para profundizar en las mayores profundidades de la verdad revelada; pero entonces el poder de entrar con seguridad no era humano, sino del Esp�ritu Santo.

El hombre no es m�s capaz de sondear las profundidades de las cosas divinas que un bruto puede comprender las obras del ingenio o la ciencia humanos. Esta doctrina repugnaba por completo al orgullo de los griegos. Podr�an admitir que el hombre tiene necesidad de perd�n y de mejora moral. Admitieron plenamente su falta de instrucci�n y refinamiento y, por as� decirlo, de espiritualizaci�n, si es que pudiera ser. El cristianismo profundiza nuestra estimaci�n de todos los deseos.

El hombre no solo quiere una nueva vida o naturaleza, sino el Esp�ritu Santo. No es simplemente Su gracia en un sentido general, sino el poder del Esp�ritu Santo que mora personalmente en �l. Esto es lo �nico que puede conducirnos a las cosas profundas de Dios. Y esto, nos deja ver, afecta no s�lo a esto o aquello en particular, sino a toda la obra de la gracia y el poder divinos en el hombre. El medio completo y �nico de comunicarnos bendici�n debe ser el Esp�ritu Santo.

Por eso insiste en que as� como es el Esp�ritu de Dios en primer lugar quien nos revela la verdad, as� tambi�n es el mismo Esp�ritu quien proporciona las palabras adecuadas, ya que, finalmente, es a trav�s del Esp�ritu Santo que se recibe la verdad revelada. en las palabras que �l mismo ha dado. As�, de principio a fin, es un proceso iniciado, continuado y completado por el Esp�ritu Santo. �Qu� poco hace esto del hombre!

Esto introduce 1 Corintios 3:1-23 y da sentido a sus reprensiones. Los grava con andar como hombres. �Qu� notable es tal reproche! �Caminando como hombres! �Por qu�, uno podr�a preguntarse, de qu� otra manera podr�an caminar? Y esta misma dificultad, como sin duda ser�a para muchos cristianos ahora (que caminar como hombres deber�a ser un reproche), fue sin duda un trueno para los esp�ritus orgullosos pero pobres en Corinto.

S�, andar como hombres es apartarse del cristianismo. Es renunciar al poder distintivo y al lugar que nos pertenece; �Acaso el cristianismo no nos muestra al hombre juzgado, condenado y apartado? En la fe de esto, viviendo en Cristo, tenemos que caminar. El Esp�ritu Santo, adem�s, se introduce obrando en el creyente, y esto, por supuesto, en virtud de la redenci�n por nuestro Se�or Jes�s. Y esto es lo que significa no estar en la carne, sino en el Esp�ritu, lo cual se prueba por el Esp�ritu Santo que mora en nosotros.

Aqu� el ap�stol no explica todo esto, y da una raz�n muy fulminante para su reticencia. Estos corintios ten�an una opini�n extraordinariamente buena de s� mismos, por lo que se les debe decir claramente la raz�n por la cual �l no revela estas cosas profundas. Ellos mismos no estaban en forma; no eran m�s que beb�s. �Qu�! �los refinados creyentes griegos no son m�s que beb�s! Esto era m�s bien lo que habr�an dicho del ap�stol o de su ense�anza.

Se pensaron a s� mismos con mucha anticipaci�n. El ap�stol se hab�a detenido en las verdades elementales del evangelio. Anhelaban el fuego de Pedro y la ret�rica de Apolos. Sin duda, f�cilmente podr�an halagarse de que era para llevar a cabo la obra de Dios. �Cu�n poco saben muchos j�venes conversos sobre lo que les conducir� mejor! �Cu�n poco so�aban los corintios en menospreciar al segundo hombre, o en exaltar al primero! Por eso el ap�stol les dice que no pod�a hablarles como a espirituales, sino como a carnales, como a ni�os en Cristo.

"Te he alimentado con leche, y no con carne". Lejos de negar, reconoce que su insinuaci�n era cierta, �l solo les hab�a presentado verdades elementales. No estaban en condiciones de soportar m�s. Ahora bien, esto est� lleno de significado e importancia pr�cticamente en todo momento. Podemos da�ar grandemente las almas presentando verdades elevadas a aquellos que quieren los rudimentos m�s simples de la verdad divina.

El ap�stol, como sabio maestro de obras, puso los cimientos. El estado de los corintios era tal que no pod�a edificar sobre el fundamento que hubiera deseado. Su ausencia hab�a dado lugar a la ruptura de sus deseos carnales por la sabidur�a del mundo. Estaban haciendo que incluso el ardor de un Pedro y la elocuencia de un Apolo fueran motivo de descontento con uno que, no hace falta decirlo, era superior a ambos.

Pero el ap�stol se encuentra con ellos de la manera m�s inesperada para su autosatisfacci�n y orgullo, y les hace saber que su carnalidad era la verdadera raz�n por la que no pod�a continuar con ellos en cosas m�s profundas.

Esto lo lleva a se�alar la seriedad de la obra o edificio; porque presenta a la iglesia de Dios bajo esta figura. �Qu� cuidado debe tener cada siervo en c�mo y qu� construye! �Qu� peligro de introducir algo que no resistir�a el fuego o el juicio de Dios! M�s a�n, de introducir algo que no fuera simplemente d�bil y sin valor, sino positivamente corruptor; �porque era de temer que hubiera tales elementos incluso entonces en Corinto! Nuevamente trae otro principio para influir sobre ellos.

Su esp�ritu de partido, su sentimiento de estrechez, la disposici�n a encumbrar a tal o cual siervo de Cristo, no s�lo era una deshonra para el Maestro, sino una verdadera p�rdida para ellos mismos. No es que haya ninguna base para suponer que fue culpa de Pedro o Apolos m�s que de Pablo. El mal estaba en los mismos santos, que se complacieron en su viejo celo de las escuelas, y permitieron que obrara su natural parcialidad.

De hecho, esto nunca puede ser sin el m�s grave empobrecimiento del alma, as� como un obst�culo para el Esp�ritu Santo. Lo que la fe debe aprender es que "todas las cosas son tuyas, ya sea Pablo, o Apolos, o Cefas;... todo es tuyo". As�, el tema se ampl�a, como es su costumbre, abarcando una inmensa amplitud de las posesiones del cristiano: vida, muerte, cosas presentes y cosas por venir. "Todo es vuestro, y vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios".

Esto nuevamente trae otro punto antes de que se cierre el tema. No se contenta con imponer la responsabilidad a los dem�s; ten�a un sentido solemne de su propio lugar, lo que lo hac�a maravillosamente independiente de los juicios de los hombres. La obediencia da tanto firmeza como humildad. El orgullo de los corintios no se enfrent� en lo m�s m�nimo con orgullo de su parte, sino manteniendo al Se�or y su voluntad delante de su alma.

Sin embargo, es ciertamente cierto que este efecto de la fe parece orgullo para un hombre que simplemente ve las cosas en la superficie. La calma que reinaba en el servicio de Cristo, la perseverancia de tal o cual esp�ritu, no m�s que el viento ocioso, era sin duda sumamente desagradable para los que eran sabios en su propia opini�n y valoraban la cr�tica que libremente hac�an de los diferentes siervos del Se�or. Pero Pablo lo ve todo a la luz del d�a eterno.

Hab�an olvidado esto, y en cierto sentido estaban traficando con estos poderes del Esp�ritu de Dios. Los estaban convirtiendo en las fichas de un juego que estaban jugando en este mundo. Hab�an olvidado que lo que Dios da, lo da en el tiempo, pero con vistas a la eternidad. El ap�stol pone la verdad del caso ante sus almas como la ten�a v�vidamente ante la suya propia. ( 1 Corintios 4:1-21 )

Aqu� se nota otra cosa. Les hab�a reprochado andar no como cristianos sino como hombres (es decir, con su vida y conversaci�n habituales formadas sobre principios humanos en lugar de divinos). Por otra parte, parecer�a por lo que sigue, que reprochaban al ap�stol en su coraz�n, no, por supuesto, en tantas palabras, por no ser bastante caballero para su gusto. Esto me parece la esencia del cuarto cap�tulo.

Era algo que consideraban bastante inferior a un ministro cristiano trabajar de vez en cuando con sus manos, a menudo pobres, ocasionalmente en prisi�n, golpeado por multitudes, etc. Todo esto creyeron fruto de la indiscreci�n y evitable. Habr�an preferido la respetabilidad, p�blica y privada, en alguien que ocupaba la posici�n de siervo de Cristo. Esto lo encuentra el ap�stol de una manera muy bendita.

Admiti� que ciertamente no estaban en tales circunstancias; estaban reinando como reyes. En cuanto a �l, le bastaba ser la escoria de todos los hombres, esta era su jactancia y su bienaventuranza. Dese� que en verdad reinaran para que �l pudiera reinar con ellos (para que realmente llegara el tiempo bendito). �C�mo se regocijar�a su coraz�n en aquel d�a con ellos! Y seguramente llegar� el momento, y todos reinar�n juntos cuando Cristo reine sobre la tierra.

Pero admite que por el momento la comuni�n de los sufrimientos de Cristo era el lugar que hab�a elegido. De honor en el mundo, y comodidad para la carne, al menos no pod�a, si pod�an, jactarse. La grandeza actual era lo que �l de ninguna manera codiciaba; sufrir grandes cosas por Su causa era lo que el Se�or hab�a prometido, y lo que Su siervo esperaba al convertirse en ap�stol. Si su propio servicio era el puesto m�s alto en la iglesia, el suyo era ciertamente el puesto m�s bajo del mundo. Esto era tanto la jactancia y la gloria de un ap�stol como cualquier cosa que Dios les hubiera dado. No puedo concebir una respuesta m�s reveladora para cualquiera de sus detractores en Corinto que tuviera coraz�n y conciencia.

En 1 Corintios 5:1-13 entramos en otra parte m�s dolorosa de la ep�stola. Hab�a salido a la luz un terrible ejemplo de pecado, tan grosero que ni siquiera se mencionaba entre los gentiles. De hecho, fue un caso de incesto, �y esto entre los llamados de Dios y santificados en Cristo Jes�s! No se plantea en lo m�s m�nimo la cuesti�n de si el culpable era un santo o no; a�n menos permite lo que uno tan a menudo y dolorosamente escuch� alegar en atenuaci�n, "Oh, pero �l [o ella] es un buen cristiano.

"El afecto cristiano es excels�simo; como hermanos debemos amarnos hasta dar la vida unos por otros; como tambi�n es muy justo que reconozcamos la obra que Dios ha hecho, sobre todo lo que �l ha hecho en la gracia. Pero cuando uno lleva el nombre del Se�or, por descuido, ha ca�do en maldad, lo que por supuesto entristece al Esp�ritu Santo y hace tropezar a los d�biles, no es el momento de hablar as�.

Es el momento, en el mismo amor que Dios implanta, de tratar con severidad lo que ha deshonrado el nombre del Se�or. �Es esto fallar en el amor a la persona? El ap�stol mostr� en poco tiempo que ten�a m�s amor por este malhechor que cualquiera de ellos. La segunda ep�stola a los Corintios les exhorta a que confirmen su amor por aquel a quien hab�an repudiado. Eran demasiado duros contra �l entonces, como lo eran ahora.

Aqu� sus conciencias necesitaban ser despertadas. Para tratar el asunto que le deb�an al Se�or Jes�s. No se trataba simplemente de deshacerse del hombre odioso. Ten�an que mostrarse claros en el asunto ciertamente; pero les propone otro camino, siempre que el culpable se haya arrepentido.

"Yo en verdad, como ausente en cuerpo, pero presente en esp�ritu, ya he juzgado", etc. El caso era muy grave, y no hab�a duda al respecto. Los hechos eran indiscutibles; el esc�ndalo era inaudito. �Ya he juzgado, como si estuviera presente, acerca del que ha hecho tal cosa, en el nombre de nuestro Se�or Jesucristo, cuando est�is reunidos, y mi esp�ritu, con el poder de nuestro Se�or Jesucristo, para librar tal uno a Satan�s para la destrucci�n de la carne.

"No se discuti� si la persona pod�a convertirse. El hecho es que la disciplina de la iglesia supone y se basa en que aquellos sobre quienes se ejerce son cristianos; pero cuando se trata de disciplina, no es tiempo para la demostraci�n de afecto cristiano, lo cual falsear�a la conciencia y desviar�a la mirada del punto al que el Esp�ritu Santo estaba dirigiendo la atenci�n.

Hab�a maldad en medio de ellos; y aunque conocidos y no juzgados, todos estaban implicados; ninguno pod�a estar limpio hasta que fuera guardado. En consecuencia, el ap�stol, mientras expresa el deseo de que el esp�ritu del hombre se salve en el d�a del Se�or, siendo destruida la carne, al mismo tiempo suscita a los santos a lo que se convirti� en el nombre del Se�or sobre la base misma de que estaban sin levadura. Si estuvieran libres del mal, que act�en consecuentemente.

Que conserven en la pr�ctica esa pureza que era suya en principio. No ten�an levadura, y por lo tanto deber�an ser una masa nueva. Notoriamente hab�a levadura vieja entre ellos. �Qu� negocio ten�a all�? "Quitar de" la mesa del Se�or no simplemente, esto no lo dice, sino "quitar de entre vosotros". Esto es mucho m�s fuerte que expulsar de la mesa. Por supuesto, implica la exclusi�n de la mesa del Se�or, pero tambi�n de la mesa de ellos "con tal, no, no comer". Est� prohibida una comida ordinaria, o cualquier acto de este tipo que exprese, incluso en cosas naturales, la comuni�n con la persona que deshonra al Se�or.

Mark, deben guardarlos. No es el ap�stol actuando por ellos; porque Dios tuvo especial cuidado de que este caso, que exige la m�xima disciplina, fuera donde no estaba el ap�stol. �Qu� instrucci�n tan admirable para nosotros que ya no tenemos ap�stol! Ninguno puede pretender que fue una asamblea donde hubo un alto grado de conocimiento o espiritualidad. Todo lo contrario fue el caso. La responsabilidad de la disciplina depende de nuestra relaci�n como asamblea con el Se�or, no de sus estados cambiantes.

Los corintios eran ni�os; eran carnales. Quien los amaba bien no pod�a hablar de ellos como espirituales. Sin embargo, esta responsabilidad estaba ligada al mismo hecho de que eran miembros de Cristo Su cuerpo. Si los santos se re�nen en el nombre del Se�or, y tambi�n lo son la asamblea de Dios, si tienen fe para tomar tal posici�n aqu� abajo, y se reconoce al Esp�ritu Santo como en medio de ellos, esto, y nada menos que esto, es su responsabilidad; ni el estado arruinado de la iglesia toca la cuesti�n, ni puede liberarlos de su deber para con el Se�or.

La iglesia de Corinto pronto fracas� gravemente por todas partes. Esto era a�n m�s vergonzoso, considerando el brillo de la verdad que se les hab�a concedido y la sorprendente manifestaci�n del poder divino en medio de ellos. La presencia de los ap�stoles en otras partes de la tierra, la hermosa demostraci�n de la gracia pentecostal en Jerusal�n, el hecho de que hab�a transcurrido tan poco tiempo desde que hab�an sido sacados del paganismo a su posici�n en la gracia de Dios, todo hac�a que el estado actual de los corintios tanto m�s doloroso; pero nada puede jam�s disolver la responsabilidad de los santos, ya sea como individuos o como asamblea. "Quitad de entre vosotros a ese malvado".

Hay que observar otra cosa, que la balanza del pecado del Esp�ritu Santo no es la del hombre. �Qui�n de vosotros, hermanos m�os, habr�a pensado en clasificar a un injurioso con un ad�ltero? Un injuriador es aquel que usa un lenguaje abusivo con el prop�sito de herir a otro, no el estallido transitorio de la carne, por triste que sea, pero puede ser provocado, o en todo caso, que sucede por descuido. El h�bito de hablar mal tilda de burlador a quien lo practica; y tal hombre no es apto para la compa��a de los santos, para la asamblea de Dios.

Es la vieja levadura de malicia y maldad. �l es impuro. Sin duda el mundo no juzgar�a as�; pero este no es el juicio del mundo. Los corintios estaban bajo la influencia del mundo. El ap�stol ya hab�a mostrado que andar como hombres es inferior al cristiano. Ahora vemos que andar como el mundo, por muy refinado que sea, siempre expone a los cristianos a actuar peor que los hombres del mundo. Dios ha estampado sobre sus hijos el nombre de Cristo; y lo que no expresa Su nombre es inconsistente, no s�lo con el cristiano, sino con Su asamblea.

Todos ellos son considerados responsables, seg�n la gracia, la santidad y la gloria de Cristo, por el pecado cometido en medio de ellos, del cual son conscientes. Est�n obligados a mantenerse puros en ciertos aspectos.

Hubo otro caso tambi�n: el hermano iba a la ley con el hermano. ( 1 Corintios 6:1-20 ) No tenemos raz�n para pensar que hab�an ca�do tan lejos como para ir a la ley con aquellos que no eran hermanos; esto parecer�a ser un paso m�s bajo a�n. Pero hermano iba a pleito con hermano, y esto ante los injustos.

Cu�n a menudo hoy en d�a se oye: "Bueno, uno espera algo mejor de un hermano; y seguramente debe sufrir las consecuencias de su mala acci�n". Este era solo el sentimiento del demandante de Corinto. �Cu�l es, entonces, el arma que usa el ap�stol en este caso? El lugar digno en la gloria que Dios designa para el cristiano: "�No sab�is que hemos de juzgar al mundo juzgando a los �ngeles?" �Ir�an tales antes que los gentiles? As� se ve cu�n pr�ctica es toda verdad, y c�mo Dios arroja la brillante luz del d�a que se acerca sobre los asuntos m�s peque�os de la vida de hoy.

Una vez m�s, no hab�a barrio en el mundo donde la pureza personal fuera m�s desconocida que en Corinto. De hecho, tales eran los h�bitos del mundo antiguo, s�lo contaminar�a los o�dos y las mentes de los hijos de Dios tener alguna prueba de la depravaci�n en la que el mundo yac�a entonces, y eso tambi�n en su mejor estado, el m�s sabio y el m�s grande no excepto, aquellos, �ay! cuyos escritos est�n en manos de la juventud de nuestros d�as, y m�s que nunca, quiz�s, en sus manos.

Esos ingenios, poetas y fil�sofos de la antig�edad pagana viv�an en la habitual, s�, a menudo en la groser�a antinatural, y no pensaban en ello. Es un peligro para los santos de Dios ser te�idos por la atm�sfera del mundo exterior cuando el primer fervor de la gracia se enfr�a y comienzan a tomar sus viejos h�bitos. Ciertamente as� fue en Corinto.

En consecuencia, los creyentes all� fueron traicionados a su anterior inmundicia de vida cuando la luz celestial se oscureci�. �Y c�mo trata el ap�stol con esto? Les recuerda la morada del Esp�ritu Santo en ellos. �Qu� verdad y qu� fuerza para el creyente! No dice simplemente que fueron redimidos, aunque tambi�n lo menciona; a�n menos razona meramente sobre la atrocidad moral del pecado; tampoco cita la ley de Dios que la condena.

Les impone lo que les era propio como cristianos. No se trataba de un hombre, sea gentil o jud�o, sino de un cristiano. As� les presenta la bendici�n cristiana distintiva del Esp�ritu Santo morando en el creyente, y haciendo de su cuerpo (no su esp�ritu sino su cuerpo ) un templo del Esp�ritu Santo; porque aqu� fue precisamente donde el enemigo parece haber enga�ado a estos corintios.

Pretend�an pensar que podr�an ser puros en esp�ritu, pero hacer lo que quisieran con sus cuerpos. Pero, responde el ap�stol, es el cuerpo el que es templo del Esp�ritu Santo. El cuerpo pertenece al Se�or y Salvador; el cuerpo, por lo tanto, y no s�lo el esp�ritu, �l reclama ahora. Sin duda que el esp�ritu est� ocupado con Cristo es un gran asunto; pero la carne licenciosa del hombre hablar�a, en todo caso, del Se�or, y al mismo tiempo se entregar�a al mal.

Esto queda a un lado por el bendito hecho de que el Esp�ritu Santo a�n ahora mora en el cristiano, y esto sobre la base de que �l fue comprado por un precio. As�, la misma llamada a la santidad mantiene siempre al santo de Dios en el sentido de sus inmensos privilegios, as� como de su perfecta liberaci�n.

1 Corintios 7:1-40 lleva naturalmente de aqu� a ciertas cuestiones que se hab�an propuesto al ap�stol acerca del matrimonio y de la esclavitud, cuestiones que ten�an que ver con las diversas relaciones de la vida. En consecuencia, el ap�stol nos da lo que hab�a aprendido del Se�or, as� como lo que pod�a llamar un mandamiento del Se�or, distinguiendo de la manera m�s hermosa, no entre inspirados y no inspirados, sino entre revelaci�n e inspiraci�n.

Toda la palabra es inspirada; no hay diferencia en cuanto a esto. No hay parte de la Escritura que sea menos inspirada que otra. " Toda (cada) escritura es dada por inspiraci�n de Dios"; pero no todo es Su revelaci�n. Debemos distinguir entre las partes reveladas y el todo inspirado. Cuando una cosa es revelada por Dios, es una verdad absolutamente nueva, y por supuesto es el mandamiento del Se�or.

Pero la palabra inspirada de Dios contiene el lenguaje de toda clase de hombres, y muy a menudo la conversaci�n de hombres malvados, no, del diablo. No necesito decir que todo esto no es una revelaci�n; pero Dios comunica lo que dicen Satan�s y los hombres malvados (como por ejemplo las palabras de Pilato a nuestro Se�or ya los jud�os). Evidentemente, ninguno de estos fue lo que se llama una revelaci�n; pero el Esp�ritu Santo inspir� a los escritores del libro para darnos exactamente lo que dijo cada uno de ellos, o revel� lo que Dios pensaba acerca de ellos.

Tomemos, por ejemplo, el libro de Job, en el que aparecen los dichos de sus amigos. �Qu� lector inteligente podr�a pensar que de alguna manera eran comunicadores autorizados de la mente de Dios? A veces dicen cosas muy equivocadas, ya veces sabias, ya menudo cosas que no se aplican en lo m�s m�nimo al caso. Cada palabra del libro de Job es inspirada; pero �todos los oradores expresaron necesariamente la mente de Dios? �No conden� uno de los oradores a uno u otro de los dem�s? �Necesita una raz�n sobre tales hechos? Esto, sin duda, crea una cierta medida de dificultad para un alma a primera vista; pero en una consideraci�n m�s madura todo se vuelve claro y armonioso, y la palabra de Dios se realza a nuestros ojos.

Y as� es en este cap�tulo, donde el ap�stol da tanto el mandamiento del Se�or, como su propio juicio espiritual maduro, el cual dice expresamente que no era el mandamiento del Se�or. Aun as�, se inspir� para dar su juicio como tal. As� todo el cap�tulo est� inspirado, tanto una parte como otra. No hay diferencia en la inspiraci�n. Lo que fue escrito por los diferentes instrumentos inspirados es de Dios tan absolutamente como si lo hubiera escrito todo sin ellos.

No hay grado en la materia. No puede haber diferencia en la inspiraci�n. Pero en la palabra inspirada de Dios no siempre hay revelaci�n. A veces es un registro que el Esp�ritu le dio a un hombre para hacer de lo que hab�a visto y o�do, a veces registr� por el Esp�ritu lo que ning�n hombre podr�a haber visto u o�do. A veces era una profec�a del futuro, a veces una comunicaci�n de la mente presente de Dios seg�n Su prop�sito eterno. Pero todo es igualmente y divinamente inspirado.

Luego, el ap�stol establece, al menos hasta donde se puede esbozar aqu� brevemente, que si bien hay casos en los que es un deber positivo estar casado, claramente hab�a un lugar mejor para la devoci�n indivisa a Cristo. Bienaventurado el que se da. as� servir al Se�or sin descanso: todav�a debe ser el don de Dios. El Se�or Jes�s mismo hab�a establecido el mismo principio. En Mateo 19:1-30 , no hace falta decir que tienes la misma verdad en otra forma.

Nuevamente, mientras el Se�or emplea al ap�stol para darnos tanto Su propio mandamiento como Su mente, se establece el principio general en cuanto a las relaciones de la vida. Est� ampliamente establecido que uno debe permanecer en aquella condici�n en que es llamado, y por una muy bendita raz�n. Suponiendo que uno fuera aun esclavo, ya es, si es cristiano, un hombre libre de Cristo. Debes recordar que en estos d�as hab�a en todas partes esclavos: los que entonces gobernaban el.

mundo los tom� de todas las clases y todos los pa�ses Hab�a siervos muy educados, y una vez en una alta posici�n de la vida. �Es necesario decir que a menudo estos siervos se levantaron contra sus crueles amos? El conocimiento mismo de Cristo y la posesi�n de la verdad consciente, si la gracia no los contrarrestara poderosamente, tender�a a aumentar su sentido de horror por su posici�n. Supongamos, por ejemplo, que una persona refinada, con la verdad de Dios comunicada a su alma, fuera esclava de alguien que vive en toda la inmundicia del paganismo, �qu� prueba ser�a servir en tal posici�n! El ap�stol insta a la verdad de esa libertad en Cristo que la cristiandad casi ha olvidado que si soy siervo de Cristo ya estoy emancipado.

Iguala si puedes la manumisi�n que tiene. Veinte millones no conseguir�n tal emancipaci�n. Al mismo tiempo, si mi amo me permite la libertad, d�jame usarla m�s bien. �No es un estilo notable de hablar y de sentir? El cristiano, aunque sea esclavo, posee la mejor libertad despu�s de todo: todo lo dem�s es circunstancial. Por otra parte, si eres un hombre libre, cuida c�mo usas tu libertad: �sala como siervo del Se�or.

Al hombre libre se le recuerda su servidumbre; al siervo se le recuerda su libertad. �Qu� maravillosa ant�tesis del hombre es el Segundo Hombre! �C�mo atraviesa todos los pensamientos, circunstancias y esperanzas de la carne!

Luego trae ante nosotros las diferentes relaciones al final del cap�tulo, ya que son afectadas por la venida del Se�or. Y nada hay que muestre m�s la importancia de esa esperanza como poder pr�ctico. No s�lo existe la alusi�n directa sino la indirecta cuando el coraz�n est� lleno de un objeto; y el indirecto es un testigo a�n m�s fuerte del lugar que ocupa que el directo. Una mera insinuaci�n se conecta con lo que es su alegr�a y expectativa constante; mientras que cuando una cosa es peque�a ante el coraz�n, es necesario explicarla, probarla e insistir en ella.

Pero este cap�tulo les presenta v�vidamente c�mo todas las cosas externas pasan, incluso la apariencia de este mundo. El tiempo es corto. Es demasiado tarde para darle importancia a escenas tan cambiantes, o para buscar esto o lo otro aqu� abajo con tal ma�ana ante nuestros ojos. Por eso llama a los que ten�an esposa a ser como los que no la ten�an, a los que vend�an y compraban a ser por encima de todos los objetos que compon�an la suma de los negocios.

En resumen, pone a Cristo y su venida como la realidad, y todo lo dem�s como las sombras, las transiciones, los movimientos de un mundo que incluso ahora se desmorona debajo de nosotros. Con raz�n sigue todo al final con su propio juicio, que el hombre m�s bendito es el que tiene el menor enredo, y es el m�s dedicado a Cristo y su servicio.

A continuaci�n, en 1 Corintios 8:1-13 , comienza a asumir otro peligro para los santos de Corinto. Ten�an el sonido de la verdad resonando en sus o�dos; y ciertamente hay pocos sonidos m�s dulces que la libertad del cristiano. Pero, �qu� es m�s susceptible de abuso? Hab�an abusado del poder para exaltarse a s� mismos; ahora estaban convirtiendo la libertad en licencia.

Pero hay un hecho solemne que nadie puede darse el lujo de olvidar en cuanto al poder y la libertad, que sin responsabilidad nada es m�s ruinoso que cualquiera de los dos. Aqu� radica el triste fracaso de estos santos. En el sentido de responsabilidad carec�an por completo. Parecen haber olvidado por completo que el Se�or de quien hab�a venido la libertad es Aquel ante cuyos ojos, y para cuya gloria, y de acuerdo con cuya voluntad, todo poder deb�a ser usado.

El ap�stol les recuerda a esto; pero �l toma su licencia para entrar en los templos paganos y comer cosas sacrificadas a los �dolos, no primero en la altura del Se�or, sino por causa de sus hermanos. En su jactanciosa libertad, y porque sab�an que un �dolo no era nada, consideraron que pod�an ir a cualquier parte y hacer lo que quisieran. No, no es as�, clama el ap�stol; debes considerar a tu hermano.

Hay muchos disc�pulos que, lejos de saber cu�n vana es la idolatr�a, piensan mucho en el �dolo. As�, t� que tanto sabes, si te tomas a la ligera el ir de un lado a otro, inducir�s a seguir tus pasos a otros disc�pulos que por ello pueden caer en la idolatr�a, y as� perecer� un hermano por quien Cristo muri�; y cu�l es la libertad de uno que es instruido puede resultar la ruina extrema de uno que es igualmente un creyente en el Se�or. Por lo tanto, mira la cosa en su car�cter completo y tendencia �ltima si no se controla. La gracia, como sabemos, puede detener estas tendencias y evitar los malos resultados.

En 1 Corintios 9:1-27 interrumpe el curso de su argumento apelando a su propio lugar como ap�stol. Algunos comenzaban a cuestionar su apostolado. No es que se olvidara en lo m�s m�nimo de su llamado por voluntad de Dios a ese servicio especial; tampoco fue insensible a la bendita libertad en la que estaba sirviendo al Se�or.

Pod�a conducir a una hermana-esposa como cualquier otra; �l hab�a renunciado a esto por causa del Se�or. Podr�a buscar el apoyo de la iglesia de Dios; prefer�a trabajar con sus propias manos. As� en la segunda ep�stola a los Corintios les ruega que perdonen el mal; porque �l no aceptar�a nada de ellos. No estaban en condiciones de ser confiados con tal regalo. Su estado era tal, y Dios lo hab�a anulado de tal manera en Sus caminos, que el ap�stol no hab�a recibido nada de ellos. Este hecho lo usa para humillarlos a causa de su orgullo y libertinaje.

El curso de este cap�tulo toca entonces su lugar apost�lico y, al mismo tiempo, su negativa a usar los derechos del mismo. La gracia puede renunciar a todas las cuestiones de derecho. Consciente de lo que se debe, afirma los derechos de los dem�s, pero se niega a usarlos para s� mismo. Tal era el esp�ritu y la fe del ap�stol. Y ahora muestra lo que sinti� en cuanto a estado pr�ctico y andar. Lejos de estar lleno de su conocimiento, lejos de usar su lugar en la iglesia solo para la afirmaci�n de su dignidad y para la inmunidad de todo problema y dolor aqu� abajo, por el contrario, estaba como uno bajo la ley para encontrarse con el que estaba bajo eso; era como un gentil para encontrarse con el que estaba libre de la ley (es decir, un gentil).

As� fue siervo de todos para salvar a algunos. Adem�s, les hace conocer el esp�ritu de siervo, que tanto faltaba a los corintios a pesar de sus dones; porque no es la posesi�n de un don, sino el amor lo que sirve y se deleita en el servicio. El simple hecho de saber que tienes un don puede, ya menudo lo hace, ministrar a la autocomplacencia. El gran punto es tener al Se�or delante de ti, y cuando se piensa en los dem�s, es en el amor que no tiene necesidad de buscar la grandeza, ni de alcanzarla. El amor de Cristo demuestra su grandeza sirviendo a los dem�s.

Este, pues, era el esp�ritu de aquel bendito siervo del Se�or. Les recuerda otro punto de que �l mismo fue diligente en mantener su cuerpo en sujeci�n. Era como un hombre con una carrera que iba a correr y que entrena su cuerpo. �l expresa esto de la manera m�s fuerte, "no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser un n�ufrago". F�jate en el tacto del ap�stol.

Cuando tiene algo desacreditado que decir, prefiere decirlo sobre s� mismo; cuando tiene algo agradable que decir, le encanta ponerlo en relaci�n con los dem�s. As� que aqu� dice: "Para que yo mismo no me convierta en un n�ufrago", no " t� ". Se refer�a a su beneficio, sin duda; su objetivo era que ellos tuvieran sus propias conciencias escudri�adas por ella. Si Pablo incluso se estaba ejercitando para tener una ofensa de vac�o de conciencia; si Pablo estaba sujetando su cuerpo, �cu�nto m�s lo necesitaban estos hombres? Estaban abusando de todas las comodidades que trae el cristianismo, para vivir a gusto y jugar al caballero, si se puede hablar seg�n el lenguaje moderno.

No hab�an entrado en lo m�s m�nimo en el esp�ritu de la gloria moral de Cristo humillado aqu� abajo. Hab�an dislocado la cruz del cristianismo. Se hab�an separado del poder del servicio. Por lo tanto, estaban en el mayor peligro posible; pero el ap�stol, que ten�a la bienaventuranza de Cristo delante de �l, y la participaci�n en sus sufrimientos es dif�cil que otro la tuviera como �l, incluso �l us� toda la diligencia de su coraz�n y se control� con firmeza.

Hombre fiel como era, no se permit�a ninguna de estas licencias. La libertad ciertamente la valoraba, pero no iba de aqu� para all� a las fiestas de los �dolos. Era libre para servir a Cristo, y el tiempo era corto: �qu� ten�a que ver tal persona con los templos paganos?

Por eso quiere que sientan su peligro, pero ante todo comienza consigo mismo. Era libre pero vigilante; y estaba celoso de s� mismo, mayor era la gracia que se le mostraba. No es que dudara en lo m�s m�nimo de su seguridad en Cristo, como dicen algunos tan tontamente; o que los que tienen vida eterna la vuelvan a perder. Pero es claro que los hombres que meramente toman el lugar de tener la vida eterna pueden, ya menudo lo hacen, abandonar ese lugar.

Los que tienen vida eterna la prueban con piedad; los que la tienen no prueban la falta de ella por la indiferencia a la santidad, y la falta del amor que es de Dios. As� muestra el ap�stol que todo su conocimiento de la verdad, lejos de volverlo descuidado, lo impulsaba a un fervor a�n mayor, ya la negaci�n diaria de s� mismo. Esta es una consideraci�n muy importante para todos nosotros (la insto m�s especialmente a los j�venes en un d�a como este); y cuanto mayor es el conocimiento de los santos, m�s necesitan tenerlo en cuenta.

El ap�stol llama su atenci�n sobre otra advertencia en la historia de Israel. Estos hab�an comido de la misma carne espiritual, porque as� la llama �l; ellos ten�an el man� enviado del cielo, hab�an bebido de la misma bebida espiritual; sin embargo, �qu� fue de ellos? �Cu�ntos miles de ellos perecieron en el desierto? El ap�stol se acerca mucho m�s a su estado. Comenz� aplic�ndolo a su propio caso, y ahora se�ala a Israel como un pueblo santificado a Jehov�.

Finalmente, la palabra es: "Por tanto, el que piensa estar firme, mire que no caiga. No os ha sobrevenido ninguna tentaci�n que no sea humana; pero fiel es Dios". Esto fue un gran consuelo, pero tambi�n fue una advertencia seria. "Fiel es Dios que no os dejar� ser tentados m�s de lo que pod�is". Es en vano, por lo tanto, alegar circunstancias como excusa para el pecado. �Pero [�l], con la tentaci�n, dar� tambi�n una salida, para que se�is capaces de soportarla.

Por tanto, amados m�os, huid de la idolatr�a.� �l deja en claro que est�, con un discurso caracter�stico, tratando con sus conciencias poco ejercitadas desde la declaraci�n de su propia ferviente vigilancia sobre sus caminos, y luego desde la triste y solemne historia de Israel juzgado por el Se�or. As�, tambi�n, avanza hacia un nuevo terreno, los motivos espirituales m�s profundos, el llamado al afecto cristiano as� como a la fe.

La copa de bendici�n que bendecimos, �no es la comuni�n de la sangre de Cristo? Comienza con lo que m�s toca el coraz�n. Habr�a sido un orden m�s natural, si se puede decir as�, hablar del cuerpo de Cristo; como sabemos en la cena del Se�or habitualmente, est� la que nos trae primero el cuerpo y luego la sangre. La desviaci�n de lo que puede llamarse el orden hist�rico hace que el �nfasis sea incomparablemente mayor.

M�s que eso, la primera apelaci�n se basa en la sangre de Cristo, la respuesta de la gracia divina a la necesidad m�s profunda de un alma que se encuentra en su culpa ante Dios y cubierta de corrupci�n. �Era esto para ser despreciado? "La copa de bendici�n que bendecimos, �no es la comuni�n de la sangre de Cristo? El pan que partimos, �no es la comuni�n del cuerpo de Cristo?" �l no dice aqu�, "la sangre" o el "cuerpo del Se�or " .

Esto lo encontramos en 1 Corintios 11:1-34 ; pero aqu� es Cristo, porque se convierte en una cuesti�n de gracia. "El Se�or" introduce la idea de autoridad. Esto, entonces, es evidentemente un avance inmenso en el trato con En consecuencia, ahora lo desarrolla, no sobre la base de la injuria a un hermano, sino como una ruptura de la comuni�n con tal Cristo, y la indiferencia a su inmenso amor.

Pero no olvida su autoridad: "No pod�is beber la copa del Se�or y la copa de los demonios; no pod�is ser part�cipes de la mesa del Se�or y de la mesa de los demonios". No es simplemente el amor de Cristo, sino Su plena autoridad como Se�or. El ap�stol contrasta dos grandes poderes que estaban luchando contra los demonios, por un lado, un poder m�s fuerte que el hombre, luchando como �l aqu� abajo; y, por otro lado, estaba el Se�or que hab�a derramado Su sangre por ellos, pero el Se�or de todos que hab�a de juzgar vivos y muertos.

Por lo tanto, prosigue con un principio comprensivo y simple, pero lleno de libertad al mismo tiempo, de que al ir al mercado no es necesario hacer preguntas. Si no s� que la comida se ha relacionado con los �dolos, el �dolo no es nada para m�; pero en el momento en que lo s�, ya no se trata de un �dolo sino de un demonio; y un demonio, puede estar seguro, es un ser muy real. As�, lo que el ap�stol insiste equivale a esto, que su cacareado conocimiento fue realmente breve.

Cada vez que una persona se jacta, en general encontrar�. que falla particularmente precisamente donde m�s se jacta. Si se prepara para un gran conocimiento, este ser� el punto en el que se espera que se derrumbe. Si se configura para exceder la franqueza, lo siguiente que podemos temer escuchar es que ha jugado muy en falso. Lo mejor es ver que no nos damos cr�dito por nada. Que Cristo sea todo nuestro orgullo.

El sentido de nuestra propia peque�ez y de su perfecta gracia es el camino, y el �nico camino, para ir bien. "Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe. �Qui�n es el que vence, sino el que cree que Jes�s es el Hijo de Dios?"

Luego en 1 Corintios 11:1-34 entramos en otro punto. Parecer�a que las hermanas de Corinto les causaron muchos problemas y que se hab�an olvidado por completo del lugar relativo que les correspond�a. Sin duda, los hombres ten�an al menos la misma culpa. Es dif�cilmente posible que las mujeres se presenten alguna vez en la iglesia a menos que los hombres cristianos hayan desertado de su verdadera posici�n de responsabilidad y acci�n p�blica.

Es el lugar del hombre para guiar; y aunque las mujeres ciertamente pueden ser mucho m�s �tiles en ciertos casos, sin embargo, a menos que el hombre las gu�e, �qu� desviaci�n evidente del orden que Dios les ha asignado a ambos! �Qu� completa deserci�n de la posici�n relativa en que fueron colocados desde el principio! As� fue en Corinto. Entre los paganos, las mujeres jugaban un papel muy importante, y en ninguna parte del mundo, tal vez, tan prominente como all�.

�Es necesario decir que esto fue para su profunda verg�enza? No hubo ciudad en la que estuvieran tan degradados como aquella en la que alcanzaron una prominencia tan conspicua y antinatural. �Y c�mo afronta el ap�stol esta nueva caracter�stica? �l trae a Cristo. Esto es lo que decide todo. Afirma los principios eternos de Dios, y a�ade lo que tan brillantemente ha sido revelado en y por Cristo. Se�ala que Cristo es la imagen y la gloria de Dios, y que el hombre se encuentra en un lugar an�logo en relaci�n con la mujer y distinguido de ella.

Es decir, el lugar de la mujer es discreto y, de hecho, es m�s eficaz donde menos se la ve. El hombre, por el contrario, tiene por parte p�blica una tarea m�s �spera y ruda, sin duda una que no puede en modo alguno poner en juego los afectos m�s finos, pero que exige un juicio m�s sereno y comprensivo. El hombre tiene el deber del gobierno y administraci�n exterior.

En consecuencia, marca la primera desviaci�n de lo que era correcto cuando la mujer pierde el signo de su sujeci�n. Ella iba a tener una cubierta sobre su cabeza; ella iba a tener lo que indicaba como una se�al de que estaba sujeta a otro. El hombre parec�a haber fallado justo en el sentido contrario; y aunque esto parezca poca cosa, qu� cosa tan maravillosa es, y qu� poder muestra, poder juntar en una misma ep�stola las cosas eternas y la cosa m�s peque�a de decoro personal, el llevar el pelo largo o corto , el uso de una cubierta en la cabeza o no! �Cu�n verdaderamente marca a Dios y Su palabra! Hombres.

despreciar�a combinarlos a ambos en la misma ep�stola; parece tan mezquino y tan incongruente. Pero es la peque�ez del hombre la que exige grandes cosas para hacerlo importante; pero las cosas m�s peque�as de Dios tienen significado cuando llevan a la gloria de Cristo, como siempre lo hacen. En primer lugar, estaba fuera de lugar que una mujer profetizara con la cabeza descubierta; el lugar del hombre era hacerlo.

�l era la imagen y la gloria de Dios. El ap�stol lo relaciona todo con primeros principios, llegando hasta la creaci�n de Ad�n y Eva de manera muy bendita, y sobre todo trayendo al segundo Hombre, al postrer Ad�n. �Pensaron en mejorar en ambos?

La �ltima parte del cap�tulo no toma el lugar relativo del hombre y la mujer, sino la cena del Se�or, y as� los santos reunidos. La primera parte, como es evidente, no tiene nada que ver con la asamblea, y por lo tanto no resuelve la cuesti�n de si una mujer debe profetizar all�. De hecho, nada se dice ni implica en absoluto en los primeros vers�culos de la asamblea. El punto principal discutido es que ella profetiza a la manera de un hombre, y esto se hace con la mayor sabidur�a posible.

Su profec�a no est� absolutamente excluida. Si una mujer tiene el don de la profec�a, que ciertamente puede tener tan bien como un hombre, �para qu� se lo da el Se�or sino para ejercitarlo? Ciertamente tal persona debe profetizar. �Qui�n podr�a decir que el don de profec�a dado a una mujer debe guardarse en una servilleta? S�lo ella debe cuidar c�mo lo ejerce. En primer lugar, reprende la forma indecorosa en que se hizo a la mujer olvidando que era mujer, y al hombre que es responsable de no actuar como mujer.

Parece que razonaron de una manera mezquina en Corinto, que debido a que una mujer tiene un don no menor que un hombre, es libre de usar el don tal como lo har�a un hombre. Esto es en principio incorrecto; porque despu�s de todo una mujer no es un hombre, ni como uno oficialmente, diga lo que quiera. El ap�stol deja de lado toda la base del argumento como falso; y nunca debemos escuchar razonamientos que derroquen lo que Dios ha ordenado. La naturaleza deber�a haberles ense�ado mejor. Pero �l no se detiene en esto; era un reproche fulminante incluso insinuar su olvido de la propiedad natural.

Luego, en los �ltimos vers�culos, tenemos la cena del Se�or, y all� encontramos a los santos que se dice expresamente que est�n reunidos. Esto naturalmente conduce a los dones espirituales de los que se trata en 1 Corintios 12:1-31 . En cuanto a la cena del Se�or, felizmente no necesito decirte muchas palabras. Es, por la gran misericordia de Dios, familiar para la mayor�a de nosotros; vivimos, puedo decir, en el disfrute de ella, y sabemos que es uno de los m�s dulces privilegios que Dios nos concede aqu� abajo.

�Pobre de m�! esta misma fiesta hab�a dado ocasi�n, en el estado carnal de los corintios, a un abuso de lo m�s humillante. Lo que condujo a ello fue el Agape, como se le llam�; porque en aquellos d�as hab�a una comida que los cristianos sol�an tomar juntos. De hecho, el car�cter social del cristianismo nunca puede pasarse por alto sin p�rdida, pero en un mal estado est� expuesto a muchos abusos. Todo lo que es bueno puede pervertirse; y nunca tuvo la intenci�n de impedir el abuso extinguiendo lo que s�lo deb�a mantenerse en orden en el poder del Esp�ritu de Dios.

Ninguna regla, ninguna abstinencia, ninguna medida negativa puede glorificar a Dios o hacer que Sus hijos sean espirituales; y es �nicamente por el poder del Esp�ritu Santo al producir un sentido de responsabilidad hacia el Se�or, as� como de Su gracia, que los santos son debidamente guardados. As� fue entonces en Corinto, que la reuni�n para la Cena del Se�or se mezcl� con una comida ordinaria, donde los cristianos com�an y beb�an juntos. En cualquier caso, estaban contentos de encontrarse, originalmente as� era, cuando el amor se gratificaba con la compa��a del otro.

Siendo no simplemente cristianos j�venes, sino descuidados y luego negligentes, esto dio lugar a tristes abusos. Sus viejos h�bitos reafirmaron su influencia. Estaban acostumbrados a las fiestas de los paganos, donde la gente no pensaba nada en emborracharse, si no era algo meritorio. En algunos de sus misterios se consideraba un mal para el dios que su devoto no se emborrachara, tan degradados m�s all� de toda concepci�n estaban los paganos en sus nociones de religi�n.

En consecuencia, estos hermanos corintios hab�an progresado poco a poco hasta que algunos de ellos hab�an ca�do en intemperancia con ocasi�n de la Eucarist�a; no, por supuesto, simplemente por el vino bebido en la mesa del Se�or, sino por la fiesta que lo acompa��. As� cay� la verg�enza de su embriaguez sobre aquella Santa Cena; y por lo tanto, el ap�stol dispuso que desde ese momento en adelante no deber�a haber tal fiesta junto con la Cena del Se�or.

Si quisieran comer, que coman en su casa; si se reun�an para adorar, que se acuerden de que era para comer del cuerpo del Se�or, y para beber de la sangre del Se�or. Lo expresa en los t�rminos m�s fuertes. No siente necesario ni adecuado hablar de "la figura" del cuerpo del Se�or. El objetivo era hacer sentir debidamente su gracia y su santidad impresionante. Era una figura, sin duda; pero aun as�, escribiendo a hombres que eran al menos lo suficientemente sabios para juzgar correctamente aqu�, da todo su peso y la expresi�n m�s fuerte de lo que quer�a decir.

As� hab�a dicho Jes�s. As� era a los ojos de Dios. El que particip� sin discernimiento y sin juzgarse a s� mismo fue culpable del cuerpo y la sangre del Se�or Jes�s. Fue un pecado contra �l. La intenci�n del Se�or, verdadero principio y pr�ctica para un santo, es venir, examinar sus caminos, probar sus resortes de acci�n, ponerse a prueba; y as� que coma (no se aleje, porque hay mucho descubierto que es humillante).

La guardia y advertencia es que si no hay juicio propio, el Se�or juzgar�. �Cu�n bajo es el estado de cosas al que tienden todos los santos, y no s�lo los corintios! Deber�a haber habido, supongo, una interposici�n del juicio de la iglesia entre la falta de juicio propio del cristiano y los castigos del Se�or; �pero Ay! el deber del hombre faltaba por completo. Fue por falta de regalos. No ten�an idea del lugar que Dios design� para el juicio propio; pero el Se�or nunca falla.

En 1 Corintios 12:1-31 , en consecuencia, el ap�stol entra en una declaraci�n completa de estos poderes espirituales. Muestra que el rasgo distintivo de aquello a lo que conduce el Esp�ritu de Dios es la confesi�n, no exactamente de Cristo, sino de Jes�s como Se�or. Toma el terreno m�s simple y m�s necesario, el de Su autoridad.

Esto se puede observar en el vers�culo 3: "Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Esp�ritu de Dios llama anatema a Jes�s, y nadie puede decir que Jes�s es el Se�or, sino por el Esp�ritu Santo". Imposible que el Esp�ritu deshonre, s�, que no exalte al que se humill� a s� mismo para la gloria de Dios. �Ahora bien, hay diversidad de dones, pero un mismo Esp�ritu; y hay diversidad de administraciones, pero un mismo Se�or; y hay diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que hace todas las cosas en todos.

"Hab�an olvidado todo esto. Estaban preocupados con pensamientos humanos, con este jud�o inteligente y ese gentil gentil. Hab�an perdido de vista a Dios mismo obrando en medio de ellos. El ap�stol se�ala que si hab�a diferentes servicios, si distintos dones para unos y otros, era para el bien com�n de todos.Ilustra la naturaleza de la iglesia como un cuerpo con sus diversos miembros al servicio de los intereses del cuerpo y la voluntad de la cabeza.

"Por un solo Esp�ritu fuimos todos bautizados en un solo cuerpo;" no es el Esp�ritu Santo simplemente haciendo muchos miembros, sino "un solo cuerpo". En consecuencia, confronta con este objetivo divino el mal uso de sus poderes espirituales, la independencia mutua, el desorden en cuanto a las mujeres, la autoglorificaci�n y cosas por el estilo, como vemos en 1 Corintios 14:1-40 en detalle.

�l insiste en que los miembros menos bonitos, los que menos se ven, pueden ser de m�s importancia que cualquier otro; as� como en el cuerpo natural algunas de las partes m�s vitales ni siquiera son visibles. �Qu� har�a un hombre sin coraz�n, h�gado o pulmones? As� que en el cuerpo espiritual hay miembros que son los m�s importantes y no se ven en absoluto. Pero los hombres tienden a valorar m�s aquellos que tienen una apariencia llamativa.

As� reprende todo el tenor y esp�ritu de la vanidad corintia; al mismo tiempo mantiene su lugar de bendici�n y responsabilidad hasta el final. Despu�s de todas sus faltas, no duda en decir: "Ahora sois el cuerpo de Cristo". Esta forma de tratar con las almas se ha debilitado gravemente en la actualidad. La gracia se conoce tan d�bilmente, que el primer pensamiento que encontrar�s entre las personas piadosas es lo que deber�an ser; pero la base y el arma del ap�stol Pablo son lo que son por la gracia de Dios.

"Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros en particular; ya algunos ha puesto Dios en la iglesia". Estaba lejos de su mente en lo m�s m�nimo negarlo. Observe aqu� un uso importante de la expresi�n "la iglesia". No puede ser la asamblea local, porque, mirando a Corinto, no hab�a ap�stoles all�. Cualesquiera que sean los arreglos providenciales afuera en el mundo, �l est� mirando a la asamblea de Dios aqu� en la tierra; y es la asamblea como un todo, siendo la asamblea de Corinto, como lo es toda verdadera asamblea, una especie de representante de la iglesia universal. Es la iglesia de Dios aqu� abajo; no meramente iglesias, aunque eso tambi�n era cierto.

As� podemos ver lo que la iglesia ser� poco a poco glorificada y absolutamente perfecta. Tambi�n podemos mirar una asamblea local en particular. Adem�s, existe este sentido m�s importante de la iglesia que nunca debe olvidarse, a saber, esa instituci�n divina vista como un todo. tierra. Los miembros de Cristo sin duda la componen; pero est� Su cuerpo, la asamblea como un todo, en la que Dios obra aqu� abajo. Por eso no encontramos en esta ep�stola a evangelistas ni a pastores, porque no se trata de lo que se necesita para introducir o conducir las almas.

Mira a la iglesia como una cosa que ya subsiste como testigo del poder de Dios ante los hombres. Por lo tanto, no era necesario en absoluto insistir en aquellos dones que son el fruto del amor de Cristo y el cuidado de la iglesia. Es considerado como un vaso de poder para el mantenimiento de la gloria de Dios, y responsable de esto aqu� abajo. Por lo tanto, los milagros de lenguas, las sanidades, el uso de poderes externos, son ampliamente tratados aqu�.

Pero pasamos a otro tema a�n m�s importante, un cuadro maravillosamente completo incluso para la palabra de Dios, ese m�s perfecto y hermoso despliegue del amor divino que tenemos en 1 Corintios 13:1-13 . Despu�s de todo, si los corintios hab�an codiciado los dones, no hab�an codiciado los mejores. Pero incluso si podemos desear los mejores dones, a�n hay mejores; y lo mejor de todo es el amor caritativo.

En consecuencia, tenemos esto de la manera m�s admirable presentado tanto en lo que es como en lo que no es, y eso tambi�n como correctivo de los malos deseos de los corintios, y el esp�ritu maligno que se hab�a manifestado en el ejercicio de sus dones. ; de modo que lo que parece ser una interrupci�n es el m�s sabio de los par�ntesis entre el cap�tulo 12, que nos muestra la distribuci�n de los dones y su car�cter, y el cap�tulo 14, que dirige el debido ejercicio de los dones en la asamblea de Dios. S�lo hay una fuerza motriz segura para su uso, incluso el amor. Sin �l, incluso un don espiritual s�lo tiende a envanecer a su due�o ya corromper a quienes son sus objetos.

De ah� que 1 Corintios 14:1-40 as�: "Seguid la caridad, y desead los dones espirituales, pero sobre todo que profetic�is". �Y por qu�? La profec�a parec�a ser algo despreciada entre los corintios. Se gustaban los milagros y las lenguas, porque se hac�an importantes. Tales prodigios hicieron que los hombres se quedaran mirando y llamaron la atenci�n general sobre aquellos que estaban evidentemente investidos de una energ�a sobrehumana.

Pero el ap�stol establece que los dones que suponen el ejercicio de la comprensi�n espiritual tienen un lugar mucho m�s alto. �l mismo pod�a hablar m�s lenguas que todos ellos. No hace falta a�adir que hizo m�s milagros que cualquiera de ellos. Aun as�, lo que m�s valoraba era profetizar. No debemos suponer que este don simplemente significa un hombre que predica. Profetizar nunca significa predicar. M�s que esto, profetizar no es simplemente ense�ar.

Es, sin duda, ense�anza; pero es mucho m�s. Profetizar es esa aplicaci�n espiritual de la palabra de Dios a la conciencia que pone el alma en su presencia y manifiesta como luz al oyente la mente de Dios. Hay una gran cantidad de valiosas ense�anzas, exhortaciones y aplicaciones que no tienen ese car�cter. Todo es muy cierto, pero no pone el alma en la presencia de Dios; no da tal certeza absoluta de que la mente de Dios destella sobre la condici�n y juzga el estado del coraz�n ante �l.

No hablo ahora de los inconversos, aunque profetizar podr�a afectarlos tanto como a los convertidos. El objeto directo de la misma era, por supuesto, el pueblo de Dios; pero en el transcurso del cap�tulo se muestra al incr�dulo entrando en la asamblea y cayendo sobre su rostro, y reconociendo que Dios estaba entre ellos en verdad. Tal es el efecto genuino. El hombre se encuentra juzgado en la presencia de Dios.

No hay necesidad de entrar en todo lo que este cap�tulo trae ante nosotros, pero puede ser bueno observar que tenemos acciones de gracias y bendiciones, as� como tambi�n cantos y oraciones. El profetizar y el resto se incluyen como pertenecientes a la asamblea cristiana. Lo que no era directamente edificante, como hablar en lenguas, est� prohibido a menos que uno pueda interpretar. Dudo mucho que haya habido alguna revelaci�n despu�s de que se complet� el esquema de las Escrituras.

Suponer algo revelado, cuando lo que com�nmente se llama el canon estaba cerrado, ser�a una acusaci�n del prop�sito de Dios en �l. Pero hasta que la �ltima porci�n de Su mente fue escrita en forma permanente para la iglesia, podemos comprender perfectamente Su bondad al permitir una revelaci�n especial de vez en cuando. Esto no justifica buscar nada por el estilo en ning�n momento posterior a la finalizaci�n del Nuevo Testamento.

Una vez m�s, es claro a partir de esto que hay ciertas modificaciones del cap�tulo. As�, hasta ahora es cierto que si algo ha terminado por la voluntad de Dios (por ejemplo, milagros, lenguas o revelaciones), es evidente que tales obras del Esp�ritu no deben esperarse; pero esto no hace a un lado en lo m�s m�nimo la asamblea cristiana o el ejercicio seg�n la voluntad de Dios de lo que el Esp�ritu todav�a da claramente.

E indudablemente �l contin�a todo lo que es provechoso, y para la gloria de Dios, en el estado actual de Su testimonio y de Su iglesia aqu� abajo. De lo contrario, la iglesia se hunde en un instituto humano.

Al final del cap�tulo se establece un principio muy importante. Es vano que la gente invoque el gran poder de Dios como excusa para cualquier desorden. Esta es la gran diferencia entre el poder del Esp�ritu y el poder de un demonio. El poder de un demonio puede ser incontrolable: cadenas, grillos, todo el poder del hombre exterior, puede fallar por completo en atar a un hombre que est� lleno de demonios. No es as� con el poder del Esp�ritu de Dios.

Dondequiera que el alma camina con el Se�or, el poder del Esp�ritu de Dios, por el contrario, siempre est� conectado con Su palabra y sujeto al Se�or Jes�s. Ning�n hombre puede pretender correctamente que el Esp�ritu lo obliga a hacer esto o aquello de manera no b�blica. No hay justificaci�n posible contra las Escrituras; y cuanto m�s plenamente sea el poder de Dios, menos pensar� el hombre en dejar de lado esa expresi�n perfecta de la mente de Dios.

Por lo tanto, todas las cosas deben hacerse decentemente y con el orden que la Escritura debe decidir. El �nico objetivo, en lo que a nosotros respecta, que Dios respalda, es que todo se haga para la edificaci�n, y no para la exhibici�n propia.

El siguiente tema ( 1 Corintios 15:1-58 ) es doctrinalmente muy serio y de capital importancia para todos. El diablo no solo hab�a sumido a los corintios en confusi�n sobre puntos morales, sino que cuando los hombres comienzan a renunciar a una buena conciencia, no es de extra�ar que el pr�ximo peligro sea hacer naufragar la fe.

En consecuencia, como Satan�s hab�a cometido el primer mal entre estos santos, era evidente que el resto amenazaba con seguirlo pronto. Hab�a algunos entre ellos que negaban la resurrecci�n no como un estado separado del alma, sino como la resurrecci�n del cuerpo. De hecho, la resurrecci�n debe ser del cuerpo. Lo que muere ha de resucitar. Como el alma no muere, la "resurrecci�n" estar�a bastante fuera de lugar; al cuerpo es necesario para la gloria de Dios as� como del hombre.

�Y c�mo trata esto el ap�stol? Como siempre lo hace. �l trae a Cristo. Ellos no pensaron en Cristo en el caso. Parece que no ten�an ning�n deseo de negar la resurrecci�n de Cristo; pero �no deber�a un cristiano haber usado a Cristo de inmediato para juzgar todo? El ap�stol inmediatamente presenta su persona y obra como una prueba. si Cristo no resucit�, no hay resurrecci�n, y por tanto no hay verdad en el Evangelio; "Vuestra fe es vana: a�n est�is en vuestros pecados.

Incluso ellos no estaban preparados para una conclusi�n tan terrible. Sacude la resurrecci�n y el cristianismo se va. Habiendo razonado as�, luego se�ala que el cristiano espera el tiempo de gozo y gloria y bendici�n para el cuerpo poco a poco. Renunciar a la resurrecci�n es renunciar a la esperanza gloriosa del cristiano, y ser el m�s miserable de los hombres. Porque �qu� podr�a ser m�s triste que renunciar a todo disfrute presente sin esa bendita esperanza, para el futuro en la venida de Cristo? Estaba toda la naturaleza compleja del hombre ante la mente del ap�stol al hablar de esta esperanza de bienaventuranza poco a poco.

Luego, algo abruptamente, en lugar de discutir m�s el asunto, desarrolla una revelaci�n de la verdad m�s importante: "Mas ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos, y se ha convertido en las primicias de los que durmieron. Porque por cuanto la muerte entr� por un hombre, por vino tambi�n la resurrecci�n de los muertos. Porque as� como en Ad�n todos mueren, as� tambi�n en Cristo todos ser�n vivificados". Es cierto que el reino que estamos esperando a�n no ha llegado, pero "vendr�".

Vea c�mo toda la verdad se mantiene unida, y c�mo Satan�s se esfuerza por hacer que el error sea coherente. �l conoce la debilidad de la mente del hombre. A nadie le gusta ser inconsistente. Puedes ser arrastrado a ello, pero nunca te sientes c�modo cuando tienes una sensaci�n de inconsistencia sobre ti. Por lo tanto, despu�s de uno. el error gana imperio sobre la mente del hombre, �ste est� dispuesto a abrazar a los dem�s s�lo para que todo sea coherente.

Tal era el peligro aqu� entre los corintios. Les hab�a ofendido la suprema indiferencia del ap�stol hacia todo lo que es de estima entre los hombres. Sus h�bitos de palabra y de vida no estaban en absoluto a la altura de lo que supon�an decorosos ante el mundo en un siervo de Dios. De esta f�rtil ra�z del mal ha crecido el clero. Ha sido el esfuerzo de adquirir el mayor refinamiento posible. Las �rdenes sagradas hacen de un hombre una especie de caballero si antes no lo era.

Esto parece haber estado obrando en la mente de estos cr�ticos del ap�stol. Aqu� encontramos lo que hab�a en el fondo del asunto. En general, hay una ra�z de la doctrina del mal en la que encuentras personas equivocadas en la pr�ctica. En cualquier caso, cuando se trata de un error deliberado, persistente y sistem�tico, no ser� meramente pr�ctico, sino que tendr� una ra�z muy profunda. Y esto fue lo que sali� ahora en Corinto.

Era debilidad acerca de aquello en lo que, despu�s de todo, se encuentra. el fundamento mismo del cristianismo. No pretend�an negar la persona de Cristo o su condici�n de resucitado de entre los muertos; pero, esto es lo que quiso decir el enemigo, y en esto su noci�n equivocada tendi� a arrastrarlos. El siguiente paso, despu�s de negar la resurrecci�n del cristiano, ser�a negarla acerca de Cristo. Y aqu� el ap�stol no deja de reprenderlos, y de una manera bastante mordaz.

�l (expone la estupidez de sus preguntas, por sabios que se jactaran de ser. �C�mo? Siempre es el peligro del hombre que no se contenta con creer; le gustar�a ante todo comprender. Pero esto es ruinoso en las cosas divinas. , que est�n enteramente fuera del sentido y de la raz�n.Toda comprensi�n real para el cristiano es fruto de la fe.

El ap�stol no duda en apostrofar al incr�dulo, o en todo caso, al errorista que tiene en mente, para exponer su insensatez. "Necio", dice �l, "lo que t� siembras no se vivifica sino muere". As�, la censura m�s fuerte posible cae sobre estos corintios, y esto por el mismo asunto en el que se emplumaron. El razonamiento humano es ciertamente pobre fuera de su propia esfera. Sin embargo, no se contenta meramente con sofocar sus especulaciones; �l trae una revelaci�n posterior y especial.

La parte anterior del cap�tulo hab�a se�alado la conexi�n de la resurrecci�n de Cristo con nuestra resurrecci�n, seguida del reino que finalmente se da para que Dios sea todo en todos. En la �ltima parte del cap�tulo a�ade lo que no se hab�a explicado hasta ahora: Desde la primera parte no deber�amos haber sabido que todos los santos mueren y que todos resucitan a la venida de Cristo. Pero esto no ser�a toda la verdad.

Es muy cierto que los muertos en Cristo resucitan, por supuesto, pero esto no explica lo de los santos vivos. �l hab�a vindicado el car�cter glorioso de la resurrecci�n; hab�a probado cu�n fundamental, trascendental y pr�ctica es la verdad de que el cuerpo va a resucitar, lo cual estaban dispuestos a negar como si fuera una cosa baja e in�til incluso si fuera posible. Ellos imaginaron que la verdadera manera de ser espiritual era darle mucha importancia al esp�ritu del hombre.

La forma en que Dios nos hace espirituales es mediante una fe simple pero fuerte en el poder de la resurrecci�n de Cristo; miremos a Su resurrecci�n como el modelo y la fuente de la nuestra. Luego, al final, agrega que les mostrar�a un misterio. Sobre esto s�lo debo decir algunas palabras para desarrollar su fuerza.

La resurrecci�n en s� no era un misterio. La resurrecci�n de justos e injustos era una verdad bien conocida del Antiguo Testamento. Podr�a estar fundada en Escrituras comparativamente pocas, pero era una verdad fundamental del Antiguo Testamento, como el ap�stol Pablo nos deja escuchar en su controversia con los jud�os en los Hechos de los Ap�stoles. De hecho, el Se�or Jes�s tambi�n asume lo mismo en los evangelios. Pero si se conoc�a la resurrecci�n de los santos muertos, e incluso la resurrecci�n de los imp�os muertos, el cambio de los santos vivos era una verdad absolutamente no revelada.

Hasta esto no se dio a conocer, era una verdad del Nuevo Testamento, ya que esto es lo que se entiende por "misterio". Era una de esas verdades que se mantuvieron en secreto en el Antiguo Testamento, pero ahora reveladas no tanto como algo dif�cil de comprender cuando se declara, como algo no revelado antes. "Y he aqu�", dice �l, "os muestro un misterio. No todos dormiremos, pero todos seremos transformados". Evidentemente esto apoya y confirma, aunque parezca una excepci�n, la resurrecci�n; pero, de hecho, da mucha m�s fuerza y ??consistencia a la resurrecci�n de los muertos de una manera muy inesperada.

La verdad general de la resurrecci�n ciertamente pone la sentencia de muerte sobre todas las cosas presentes para el creyente, mostrando que la tierra no puede ser correctamente el escenario de su disfrute, donde todo est� sellado con la muerte, y que debe esperar el poder de la resurrecci�n. de Cristo para ser aplicada antes de que �l entre en la escena donde el descanso de Dios ser� nuestro descanso, y donde no habr� nada m�s que gozo con Cristo, y aun esta tierra contemplar� a Cristo y a Sus santos reinando sobre ella hasta el d�a eterno.

La adici�n a esto de la verdad neotestamentaria de la casualidad da a todos una inmensa impresi�n, y una nueva fuerza, porque mantiene ante el cristiano la constante espera de Cristo. "He aqu�, os muestro un misterio" no ahora que los muertos en Cristo resucitar�n, sino "nosotros", comenzando con el "nosotros" "no todos dormiremos, pero todos seremos transformados, en un momento, en el en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocar� la trompeta, y los muertos ser�n resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados; porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupci�n, y esto mortal se vista de inmortalidad.

Y "por tanto", como concluye con la deducci�n pr�ctica de todo ello, "mis amados hermanos, estad firmes y constantes, abundando siempre en la obra del Se�or, sabiendo que vuestro trabajo no es en vano en El Se�or."

El �ltimo cap�tulo est� ahora ante nosotros, en el que el ap�stol establece una importante exhortaci�n en cuanto a las colectas para los santos. Lo pone sobre la base de su prosperidad en alg�n grado, y lo conecta con el d�a especial de disfrute cristiano, cuando se re�nen para la comuni�n de los santos. �En el primer d�a de la semana, cada uno de vosotros guarde sus provisiones seg�n haya ido prosperando, para que no haya reuniones cuando yo vaya.

"�Es necesario decir c�mo la influencia humana ha dislocado la verdad all�? Sin duda esto fue precisamente lo que el ap�stol, o m�s bien el Esp�ritu Santo, discerni� que estaba obrando en Corinto, el mismo error que ha obrado tan malignamente en la cristiandad; es decir es decir, el rango personal, el saber, la elocuencia o un gran nombre (como el de un ap�stol, por ejemplo), invocado para llamar la atenci�n sobre la generosidad de los santos (quiz�s, incluso del mundo), y aumentar las ganancias por todos estos o similares. medio.

�Pero no hay otro peligro? �No hay trampa para vosotros, amados hermanos? Cuando las personas est�n m�s o menos libres del �ncubo ordinario de la tradici�n, cuando no est�n tan bajo la influencia de la excitaci�n y de esas apelaciones al amor de ser conocidas y de complacer a tal o cual hombre, o la causa, o cualquier de esos motivos humanos que a menudo operan, comprendo que est�n expuestos al peligro en una direcci�n totalmente opuesta.

�Hacemos suficientemente que sea un asunto de responsabilidad personal hacia el Se�or, cada uno de nosotros, dar, y eso en relaci�n con el primer d�a de la semana y sus benditos alrededores y objetos, cuando nos reunimos en Su mesa? �Cada uno de nosotros damos seg�n nos va prosperando en el camino? Est� muy bien alejarse de la influencia humana, pero procuremos no olvidar que "el Se�or tiene necesidad" de que demos para los fines que �l ama aqu� abajo.

Y de esto estoy seguro, que si hemos desechado correctamente los meros llamamientos humanos, y si damos gracias a Dios por la liberaci�n de la influencia mundana, y del poder de la costumbre, la opini�n p�blica, etc., ser�a un profundo reproche. si no hici�ramos ahora el doble, bajo la gracia que nos conf�a, de lo que hac�amos bajo la ley que nos gobernaba. Sus propias conciencias deben responder si pueden encontrarse con el Se�or acerca de este asunto.

Creo que corremos un peligro no peque�o de asentarnos en la convicci�n de que nuestra antigua forma de actuar estaba bastante equivocada y simplemente quedarnos con el dinero en los bolsillos. Me parece, lo confieso, que por muy mala que sea la presi�n humana para recaudar dinero, por muy mala que pueda ser una variedad de objetos terrenales de una u otra manera, por muy mala que un gasto mundano sea, despu�s de todo, un ego�smo. guardarnos personalmente lo que tenemos es lo peor de todo.

Estoy bastante persuadido de que el peligro de los santos de Dios que han sido sacados del campamento radica aqu�, no sea que, librados de lo que saben que es malo, no busquen en esto una conciencia ejercitada. Parados en la conciencia del poder de la gracia de Dios, necesitan estar continuamente atentos para ser devotos a �l. No es suficiente dejar de hacer lo que se hizo de manera incorrecta, ya veces tambi�n con fines incorrectos.

Que haya un ejercicio celoso y vigilante del alma, y ??una indagaci�n de c�mo llevar a cabo los objetos correctos de manera correcta, y tanto m�s, si en verdad se nos ha dado un conocimiento m�s simple y m�s completo de la gracia de Dios y de la gloria de Cristo.

Luego tenemos varias formas de ministerio notadas. No se trata aqu� de dones como tales, sino de personas dedicadas a trabajar en el Se�or; porque hay una diferencia entre las dos cosas, como este cap�tulo nos muestra sorprendentemente. Por ejemplo, el ap�stol mismo se presenta ante nosotros en el ministerio con su don especial y su posici�n en la iglesia. Por otra parte, Timoteo est� all�, su propio hijo en la fe, no solo un evangelista, sino que tambi�n tiene un cargo sobre los ancianos, hasta cierto punto actuando ocasionalmente para el ap�stol Pablo.

Nuevamente, tenemos al elocuente alejandrino presentado as�: "En cuanto a nuestro hermano Apolos, le ped� mucho que viniera a vosotros, pero su voluntad no estaba en venir en este momento". �Cu�n delicada y considerada la gracia de Pablo que deseaba que Apolos fuera a Corinto entonces, y de Apolos que no deseaba ir dadas las circunstancias! A primera vista tenemos la obra de la libertad y la responsabilidad en sus relaciones mutuas; y el ap�stol Pablo es el mismo que nos dice que la voluntad de Apolos no era ir como �l mismo deseaba en este momento.

No se trataba de que uno en un lugar de superioridad mundana regulara los movimientos de otro de grado subordinado. El ap�stol expres� su fuerte deseo de que Apolos fuera; pero Apolos debe defender a su Maestro y estar seguro de que estaba usando una sabidur�a mayor que la del hombre. Finalmente, observamos otro car�cter de servicio m�s abajo en "la casa de Stephanas". Este era un caso m�s simple y una posici�n m�s humilde, pero muy real ante Dios, cualquiera que sea el peligro de ser menospreciado por los hombres.

De ah�, creo, la palabra de exhortaci�n: "Os ruego, hermanos, (conoc�is la casa de Est�fanas, que son las primicias de Acaya, y que se han consagrado al ministerio de los santos)", etc. Se entregaron ordenadamente a esta obra. �Que os somet�is�, no meramente a Timoteo o a Apolos, sino a los tales, a los cristianos de coraz�n sencillo cuyo deseo era servir al Se�or con la medida de poder que ten�an, y esto probado por su labor perseverante.

Sin duda, en medio de las dificultades de la iglesia, ante las oposiciones y desenga�os, los m�ltiples dolores, los enemigos y las fuentes de dolor y verg�enza, se requiere del poder de Dios para seguir adelante sin dejarse conmover por ninguna de estas cosas. . Es f�cil empezar; pero nada que no sea el poder de Dios puede mantener a uno sin vacilar en la obra frente a todo lo que hay que derribar.

Y esta era la pregunta. Podemos suponer que estos corintios eran bastante problem�ticos. De las declaraciones hechas en la primera parte de la ep�stola es evidente; y as� el ap�stol los llama a someterse. Evidentemente hab�a un esp�ritu no sujeto, y aquellos a quienes ministraban pensaban que eran tan buenos como la casa de Est�fanas. Es bueno someternos "a los tales, ya todos los que nos ayudan y trabajan.

"Estoy seguro, amados hermanos, de que mantener la especialidad del ministerio en el Se�or no es un reproche a la bienaventuranza de la hermandad. No puede haber en estos asuntos un error m�s deplorable que suponer que no debe haber esta fe piadosa". sumisi�n unos a otros, seg�n el lugar y el poder que el Se�or quiera confiar.

El Se�or conceda que nuestras almas puedan retener la verdad aqu� revelada, y de ninguna manera general o superficial. Todo lo que pretendo ahora es dar un bosquejo o combinaci�n de las partes de la ep�stola. Pero que la palabra misma, y ??cada parte de ella, penetre en nuestras almas y sea nuestro gozo, para que no solo tomemos la preciosa verdad de una ep�stola como la de Romanos para la paz y el gozo de nuestros corazones al creer individualmente, sino tambi�n podamos entender nuestro lugar por fe como de la asamblea de Dios en la tierra, y con alabanza agradecida como aquellos que invocan el nombre del Se�or nuestro as� como el de ellos como aquellos que nos encontramos pr�cticamente en necesidad de tales exhortaciones. El Se�or nos d� su propio esp�ritu de obediencia al Padre.

Información bibliográfica
Kelly, William. "Comentario sobre 1 Corinthians 11". Comentario de Kelly sobre los libros de la Biblia. https://beta.studylight.org/commentaries/spa/wkc/1-corinthians-11.html. 1860-1890.
 
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