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Bible Commentaries
1 Tesalonicenses 5

Comentario de Kelly sobre los libros de la BibliaComentario de Kelly

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Versículos 1-28

Hay un inter�s especial en examinar las ep�stolas a los Tesalonicenses, m�s particularmente la primera, porque, de hecho, fue la m�s antigua de las cartas de los ap�stoles; y como el primero de parte de Pablo, as� tambi�n a una asamblea que se encuentra en la frescura de su fe, y en la paciencia de un sufrimiento no peque�o por causa de Jes�s. Esto ha dado color al car�cter de la ep�stola. Adem�s, la misma verdad que caracteriz� m�s fuertemente a la asamblea all�, la espera habitual del Se�or Jes�s, fue aquella que el enemigo pervirti� en un medio de peligro.

Siempre es as�. Cualquier cosa que Dios le haya dado especialmente a la iglesia, cualquier cosa que �l haya hecho que se manifieste de manera marcada en cualquier momento, es lo que podemos esperar que Satan�s socave y socave con toda diligencia. Podr�amos haber supuesto, a priori, que cualquier verdad caracter�stica ser�a aquella en la que los hijos de Dios ser�an m�s fervorosos, fuertes y unidos. Sin duda es aquello de lo que son especialmente responsables; pero por eso mismo son objeto de los continuos y sutiles ataques de Satan�s respecto de ella.

Ahora bien, estas ep�stolas (pues ambas de hecho nos muestran la misma verdad, pero en aspectos diferentes, protegi�ndola contra un medio diferente usado por el enemigo para da�ar a los santos) presentan en su misma faz, en gran plenitud de aplicaci�n, la esperanza del cristiano, y lo que lo rodea y fluye de �l. Al mismo tiempo, el Esp�ritu de Dios de ninguna manera se limita a ese �nico sujeto en todas sus partes; pero as� como recibimos la verdad en su plenitud en Cristo, as� tenemos los grandes elementos del cristianismo, as� como el atractivo estado de los creyentes en Tesal�nica, formados por la esperanza que los animaba, y por la verdad en general vista en su luz.

El ap�stol les escribe de manera de confirmar su fe: "Pablo, Silvano y Timoteo, a la iglesia de los Tesalonicenses, que es en Dios Padre y en el Se�or Jesucristo". No quiere con esto mostrar ning�n gran avance, ninguna altura por parte del creyente, como a veces se ha deducido de estas palabras, sino m�s bien lo contrario. Fue la condici�n infantil de la asamblea de los tesalonicenses lo que parece haber sugerido este modo de dirigirse al ap�stol.

As� como el beb� de la familia ser�a un objeto especial de la preocupaci�n de un padre, m�s particularmente si el peligro lo rodeara, as� el ap�stol anima a la iglesia de los Tesalonicenses, al hablar de su ser en Dios el Padre, y en el Se�or Jesucristo. . (Comp�rese con Juan 10:28-29 .) Es como ni�os, no simplemente en el sentido de haber nacido de Dios, sino como beb�s; y el Esp�ritu de Dios ve a la asamblea de los tesalonicenses de esta manera.

Como prueba de que esto es correcto, se puede notar que en este momento no parece haber habido ninguna supervisi�n regular establecida entre ellos. Todav�a no hay indicios de ancianos designados aqu�, como tampoco en Corinto. No hab�a poco vigor; pero, al mismo tiempo, ten�a el sello de la juventud. El flujo fresco de afecto llen� sus corazones, y la belleza de la verdad acababa de amanecer, por as� decirlo, en sus almas.

Esto y m�s de car�cter af�n pueden rastrearse muy claramente. Y encontramos aqu� una lecci�n instructiva sobre c�mo tratar con la entrada del error y los peligros que amenazan a los hijos de Dios, m�s particularmente a aquellos que pueden estar comparativamente sin formaci�n en la fe com�n.

Despu�s de su salutaci�n el ap�stol, como de costumbre, da gracias a Dios por todos ellos, haciendo menci�n de ellos en sus oraciones, como dice: "Acord�ndose sin cesar de vuestra obra de fe, y trabajo de amor, y paciencia de esperanza en nuestro Se�or Jesucristo, ante los ojos de Dios y Padre nuestro". De entrada encontramos la forma eminentemente pr�ctica que hab�a tomado la verdad; como ciertamente debe ser siempre el caso donde existe el cuidado y la actividad del Esp�ritu de Dios.

No hay verdad que no se d� tanto para formar el coraz�n como para guiar los pasos de los santos, a fin de que de ella fluya un servicio vivo y fecundo a Dios. Tal fue el caso de estos tesalonicenses; su obra fue obra de fe, y su trabajo tuvo amor por su manantial; y m�s que eso, su esperanza era una que hab�a probado su fuerza divina por el poder de perseverancia que les hab�a dado en medio de sus aflicciones.

Era realmente la esperanza de Cristo mismo, como se dice "la paciencia de la esperanza en nuestro Se�or Jesucristo, ante los ojos de Dios y Padre nuestro". As�, vemos, todos fueron guardados en conciencia ante Dios; porque este es el significado de las palabras "a la vista de Dios y Padre nuestro".

Todo esto los lleva ante el alma del ap�stol en confianza, como siendo testigos sencillos, no s�lo de la verdad, sino de Cristo el Se�or. "Porque nuestro evangelio", dice, "no vino a vosotros s�lo con palabras, sino tambi�n con poder, y en el Esp�ritu Santo, y con mucha certidumbre; como sab�is qu� clase de hombres �ramos entre vosotros por causa de vosotros". El ap�stol pod�a desahogarse y hablar libremente. Con los corintios no pudo abrir tanto su coraz�n: hab�a tanta jactancia carnal entre ellos que el ap�stol les habla con no poca reserva.

Pero aqu� es de otra manera; y como hab�a un amor ferviente en sus corazones y caminos, as� el ap�stol pod�a hablar del mismo amor; porque ciertamente el amor no fue menos de su parte. Por lo tanto, pod�a ampliar con gozo en lo que estaba delante de �l la manera en que les hab�a llegado el evangelio; y esto es de no poca importancia en los caminos de Dios. De ninguna manera debemos pasar por alto una debida consideraci�n de la manera en que Dios trata con las almas individuales o con los santos, en cualquier lugar especial.

Porque todas las cosas son de Dios. El efecto de una tormenta de persecuci�n, que acompa�� la introducci�n del evangelio, no pudo haber sido sin su peso en la formaci�n del car�cter de los santos que recibieron la verdad; y, m�s a�n, la forma en que Dios hab�a obrado particularmente en �l, quien era el portador de su mensaje en ese momento, no dejar�a de tener una influencia modificadora al darle una direcci�n tal que fuera para la gloria y alabanza del Se�or.

No dudo, por lo tanto, que la entrada del ap�stol entre ellos, las notables circunstancias que la acompa�aron, la fe y el amor que entonces hab�an sido probados, por supuesto, habitualmente all�, pero, sin embargo, puestos a prueba en ese momento en un grado notable. en Tesal�nica ten�an todo su origen en la buena direcci�n de Dios; de modo que aquellos que iban a seguir la estela de la misma fe, que tendr�an que estar de pie y sufrir en el nombre del mismo Se�or Jes�s en un d�a posterior, fueron as� fortalecidos y equipados, como ninguna otra manera podr�a haberlo hecho tan bien. , por lo que les iba a ocurrir.

El ap�stol, por tanto, no duda en decir: "Os hab�is hecho seguidores nuestros y del Se�or, habiendo recibido la palabra en medio de mucha tribulaci�n, con gozo del Esp�ritu Santo, de modo que se�is ejemplo de todos los creyentes en Macedonia y Acaya. ." Y esto era tan cierto que el ap�stol no necesitaba decir nada en prueba de ello. El mismo mundo se preguntaba c�mo obraba la palabra entre estos tesalonicenses. Los hombres quedaron impresionados por ello; y lo que impresion� incluso a la gente de fuera fue que no s�lo abandonaron sus �dolos, sino que de ahora en adelante serv�an al �nico Dios vivo y verdadero, y esperaban a Su Hijo del cielo.

Tal fue el testimonio, y es excepcionalmente brillante. Pero, en verdad, la sencillez es el secreto para gozar de la verdad, as� como para recibirla; y encontraremos siempre que es la marca segura del poder de Dios en el alma por Su palabra y Esp�ritu. Porque hay dos cosas que caracterizan la ense�anza divina: la verdadera sencillez, por un lado, y, por el otro, esa precisi�n que da al cristiano la convicci�n interior de que lo que tiene es la verdad de Dios.

Podr�a ser demasiado esperar el desarrollo, o, en todo caso, un gran ejercicio de tal precisi�n como este entre los tesalonicenses todav�a; pero. uno puede estar seguro de que si hubo verdadera sencillez al principio, conducir�a a la claridad de juicio antes de mucho tiempo. Encontraremos algunas caracter�sticas de este tipo para nuestra gu�a, y espero comentarlas a medida que se presenten ante m�.

Pero, ante todo, f�jate que la primera descripci�n que se da de ellos, en relaci�n con la venida del Se�or, es simplemente esperar al Hijo de Dios desde el cielo. No hacemos bien en aferrarnos a esta expresi�n m�s de lo que pretend�a transmitir. No me parece que signifique nada m�s que la actitud general del cristiano en relaci�n con Aquel a quien espera de lo alto. Es el simple hecho de buscar al mismo Salvador que ya hab�a venido, a quien hab�an conocido, a Jes�s que hab�a muerto por ellos y resucitado de entre los muertos, su Libertador de la ira venidera.

As� estaban esperando que este poderoso y misericordioso Salvador viniera del cielo. C�mo iba a venir, no lo sab�an; sab�an poco cu�les ser�an los efectos de su venida. Por supuesto, ellos no sab�an nada sobre el tiempo, ning�n alma lo sabe; est� reservado en las manos de nuestro Dios y Padre; pero ellos estaban, como ni�os, esper�ndolo seg�n Su propia palabra. Si �l los llevar�a de vuelta a los cielos, o entrar�a de inmediato en el reino debajo de todo el cielo, estoy seguro de que no lo sab�an en este momento.

Por lo tanto, parece un error presionar este texto, como si ense�ara necesariamente la venida de Cristo para trasladar a los santos al cielo. Deja el objetivo, el modo y el resultado como un asunto completamente abierto. Es posible que a veces nos encontremos forzando las Escrituras de esta manera; pero tenga la seguridad de que es verdadera sabidur�a sacar de las Escrituras no m�s de lo que claramente se compromete a transmitir. Es mucho mejor, si con menos textos, tenerlos m�s al prop�sito.

Dentro de poco encontraremos la importancia de no multiplicar los textos de prueba para un fin particular, sino de buscar m�s bien en Dios el uso definido de cada escritura. Ahora todo lo que el ap�stol tiene aqu� a la vista es recordar a los santos de Tesal�nica que estaban esperando que ese mismo Libertador, que estaba muerto y resucitado, viniera del cielo. Es probable que como Su venida se presenta en el car�cter de Hijo de Dios, pueda sugerir m�s a la mente espiritual, y probablemente les sugiri� m�s en un d�a posterior.

S�lo hablo de lo que es importante tener en cuenta en su primera conversi�n. Era la simple verdad de que la persona divina, que los amaba y mor�a por ellos, regresaba del cielo. Cu�l ser�a la forma y las consecuencias que a�n ten�an que aprender. Estaban esperando a Aquel que hab�a demostrado Su amor por ellos m�s profundo que la muerte o el juicio; y �l ven�a: �c�mo podr�an sino amarlo y esperar en �l?

El segundo cap�tulo sigue el tema del ministerio del ap�stol en relaci�n con su conversi�n. No los hab�a dejado cuando fueron llevados al conocimiento de Cristo. �l hab�a trabajado entre ellos. �Vosotros mismos, hermanos, sab�is nuestra entrada en vosotros, que no fue en vano; pero aun despu�s de haber padecido antes, y de haber sido humillados, como sab�is, en Filipos, tuvimos confianza en nuestro Dios para hablaros el evangelio de Dios con mucha contienda.

El ap�stol hab�a proseguido con fe perseverante, imperturbable por lo que hab�a seguido. No deb�a apartarse del evangelio. Le hab�a tra�do problemas, pero persever�. "Porque nuestra exhortaci�n", dice, "era no por enga�o, ni por inmundicia, ni por enga�o, sino que seg�n fuimos permitidos por Dios para ser confiados en el evangelio, as� hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones.

Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sab�is, ni encubrimos la avaricia, Dios es testigo: ni buscamos la gloria de los hombres, ni de vosotros, ni de los dem�s, cuando pod�amos haber sido una carga, como los ap�stoles. de Cristo".

Aqu� vemos cu�n enteramente su ministerio hab�a estado por encima de los motivos ordinarios de los hombres. No hab�a ego�smo. No era cuesti�n de exaltarse a s� mismo, ni de ganancia personal terrenal; ni, por otro lado, estaba all� la complacencia de las pasiones, ya fueran groseras o refinadas. Ninguna de estas cosas ten�a un lugar en su coraz�n, ya que pod�a apelar a Dios solemnemente. Sus propias conciencias fueron testigos de ello. Pero, m�s que eso, el amor y la ternura del cuidado hab�an obrado hacia ellos.

�Fuimos amables entre vosotros, como la nodriza a sus hijos; as�, dese�ndonos afectuosamente de vosotros, estuvimos dispuestos a impartiros, no s�lo el evangelio de Dios, sino tambi�n nuestras propias almas, porque nos erais queridos. ." �Qu� cuadro de bondadoso inter�s en las almas, y de esto, no en Aquel que tiene la plena expresi�n del amor divino, sino en un hombre de pasiones semejantes a las nuestras! Porque si alguna vez debemos buscar su perfecci�n solo en Cristo, es bueno para nosotros ver la vida y el amor de Cristo en alguien que tuvo que luchar con los mismos males que tenemos en nuestra naturaleza.

Aqu�, entonces, tenemos el hermoso cuadro de la gracia del ap�stol al velar por estos j�venes cristianos; y esto lo presenta en una forma doble. Primero, cuando estaba en la condici�n m�s infantil, como nodriza los cuidaba; pero cuando crecieron un poco, prosigui� su curso, "trabajando d�a y noche, porque no quisi�ramos ser gravosos a ninguno de vosotros, predic�ndoos el evangelio de Dios. Como sab�is, exhort�bamos, consolamos y exhort�bamos a cada uno de vosotros". vosotros, como un padre a sus hijos.

"A medida que avanzaban espiritualmente, as� fue cambiando el car�cter de atender a su necesidad; pero fue el mismo amor al exhortarlos como un padre, que los hab�a cuidado como una enfermera. Este puede ser el beau id�al de un verdadero pastor ; pero es la imagen de un verdadero ap�stol de Cristo, de Pablo entre los tesalonicenses, cuyo �nico deseo era que anduvieran como es digno de Dios, que los hab�a llamado a su reino y gloria.

�Por lo cual tambi�n nosotros damos gracias a Dios sin cesar, porque cuando recibisteis la palabra de Dios que o�steis de nosotros, no la recibisteis como palabra de hombres, sino como es en verdad, la palabra de Dios, que obra eficazmente obra tambi�n en vosotros los que cre�is".

Luego sigue un esbozo de ese sufrimiento que conlleva la fe, como tarde o temprano debe llegar; y como les hab�a encomendado que anduvieran como es digno de Dios, quien los hab�a animado con la perspectiva de las cosas eternas e invisibles, quer�a que probaran por su constancia y resistencia que era la palabra de Dios la que obraba tan poderosamente en ellos, a pesar de todo lo que el hombre pod�a hacer. �Porque vosotros, hermanos, os convertisteis en imitadores de las iglesias de Dios que en Judea est�n en Cristo Jes�s; porque tambi�n vosotros hab�is padecido cosas semejantes de vuestros compatriotas, como lo han hecho ellos de los jud�os, que mataron al Se�or Jes�s y a sus sus propios profetas" no exactamente sus propios profetas, sino los profetas "y nos han perseguido, y no agradan a Dios, y son contrarios a todos los hombres, prohibi�ndonos hablar a los gentiles.

�Qu� contraste con la gracia de Dios! El pueblo que ten�a el prestigio de la religi�n no pod�a soportar que el evangelio llegara a los despreciados gentiles, sus enemigos. �C�mo lleg� a suceder este inter�s repentino en el bienestar espiritual de los paganos? �De d�nde se origin� este celo infatigable de privar a otros del evangelio que ellos mismos despreciaron? Si el evangelio fuera un asunto tan irracional, inmoral y enga�oso como profesaban para considerarlo, �c�mo fue que no escatimaron esfuerzos para predisponer a los hombres contra �l y para perseguir a sus predicadores?Los hombres no suelen sentir que no se oponen tan amarga y continuamente contra lo que no les remueve la conciencia.

Se puede comprender donde est� el sentido de un bien del que no est�n dispuestos a valerse: el coraz�n rebelde se desahoga entonces en un odio implacable al verlo ir a otros, que tal vez lo recibir�an con gusto. Es el hombre siempre el enemigo, el persistente antagonista de Dios, y m�s particularmente de su gracia. Pero es el hombre de las religiones, como lo era el jud�o, aqu� y en todas partes el hombre con una medida de verdad tradicional, quien se siente as� dolorido por las operaciones de Dios en su poderosa gracia.

Pero el ap�stol como nos hab�a mostrado a los hombres los objetos del evangelio, y el inter�s constante de la gracia en los cristianos, contrastado con los que estorbaban porque aborrec�an la gracia de Dios, as� tambi�n les hace saber el deseo afectuoso que no se debilit�. por ausencia de ella, sino m�s bien al contrario. �Pero nosotros, hermanos, siendo apartados de vosotros por un corto tiempo en la presencia, no en el coraz�n, nos esforzamos mucho m�s para ver vuestro rostro con gran deseo.

" No hay nada tan real sobre la tierra como el amor de Cristo reproducido por el Esp�ritu en el cristiano. "Por tanto, yo, Pablo, hubi�ramos venido a vosotros una y otra vez; pero Satan�s nos estorb�.� Hay una realidad para el mal en Satan�s, el gran enemigo personal, tanto en cierto sentido como la hay en Cristo para el bien. No lo olvidemos.

Por otra parte, �cu�l es el est�mulo para el amor que sufre y el trabajo en el camino? "�Cu�l es nuestra esperanza, o gozo, o corona de regocijo?" Importa poco cu�les sean las circunstancias con respecto al verdadero ministerio en la gracia de Cristo. El juicio muestra cu�n superior es a las circunstancias. La presencia o ausencia corporal s�lo lo prueba. Las aflicciones s�lo prueban su fuerza. La distancia s�lo da lugar a su expresi�n a los ausentes.

El �nico consuelo infalible y adecuado es la reuni�n segura de aquellos que ministran y aquellos a quienes se ministra, en el d�a en que toda oposici�n se desvanecer�, y alrededor de la mesa estar�n todos los frutos del verdadero ministerio, ya sea de una enfermera o de un padre que exhorta a los que van creciendo en la verdad, ser�n gustados en el gozo de nuestro Se�or. Los ap�stoles y sus compa�eros de trabajo se contentaron con esperar la recompensa de la amorosa supervisi�n ejercida entre los santos de Dios.

Pero esto no impidi� en lo m�s m�nimo la tierna simpat�a del ap�stol hacia aquellos que estaban oprimidos por alg�n sufrimiento especial. Porque el cristianismo no es so�ador ni sentimental, sino m�s real en su poder de adaptarse a cada necesidad. Es la verdadera liberaci�n de todo lo que es ficticio, ya sea del lado de la raz�n o de la imaginaci�n en las cosas de Dios. La superstici�n tiene sus peligros; pero tanto como el dogmatismo del mero intelecto.

La Escritura eleva al creyente por encima de ambos; sin embargo, el ap�stol muestra la ansiedad que sent�a por los tesalonicenses. No dud� del ojo vigilante del Se�or. Sin embargo, todo su coraz�n se mov�a en torno a ellos. Hab�a enviado a Timoteo cuando �l mismo no pod�a ir; y se regocij� al o�r la buena cuenta que as� recogi� a trav�s de �l, porque tem�a que fueran sacudidos por la gran ola de angustia que los barr�a. Sin duda hab�an estado preparados para esto en cierta medida; porque �l les hab�a dicho, cuando estaba con ellos, que estaban designados para ello.

Pero ahora, �cu�nto se alegr� su esp�ritu al descubrir que el tentador hab�a sido frustrado! Timoteo hab�a venido con buenas noticias de su fe y amor. A pesar de todo, ten�an "siempre buen recuerdo de nosotros, deseando mucho vernos, como tambi�n nosotros veros a vosotros". El amor era todav�a ferviente, tanto en �l como en ellos. "As� que, hermanos, fuimos consolados por vosotros en toda nuestra aflicci�n y angustia por vuestra fe; porque ahora vivimos, si est�is firmes en el Se�or". Pero en medio de la acci�n de gracias ora por ellos.

Podemos notar dos oraciones particularmente en esto. ep�stola. La primera ocurre al final de 1 Tesalonicenses 3:1-13 , y la segunda al final del �ltimo cap�tulo. La primera es m�s particularmente una revisi�n de la entrada del evangelio entre los santos tesalonicenses y de su propio ministerio, que sin duda pretend�a sugerirles el verdadero car�cter y m�todo de servir al Se�or al tratar con todos los hombres.

Lo concluye con una oraci�n en el sentido: "Ahora Dios mismo y nuestro Padre, y nuestro Se�or Jesucristo, dirija nuestro camino hacia vosotros. Y el Se�or os haga crecer y abundar unos para con otros, y para con todos los hombres, as� como hacemos con vosotros, a fin de que �l confirme vuestros corazones irreprensibles en santidad delante de Dios, nuestro Padre, en la venida de nuestro Se�or Jesucristo con todos sus santos".

Aqu� de inmediato llegamos a una gu�a muy clara para nuestros pensamientos; y esto en m�s de un sentido. No pide que sean afirmados en la santidad, para que se amen unos a otros, sino que abunden en amor, para que sean afirmados en la santidad. El amor siempre precede a la santidad. Es verdad desde la conversi�n desde el principio de la obra en el alma y es tambi�n verdad hasta el final.

Lo primero que eleva el coraz�n hacia Dios es una d�bil sensaci�n de Su amor en Cristo. No digo nada en absoluto como el amor de Dios derramado en el coraz�n por el Esp�ritu Santo que nos ha sido dado. Entonces puede que no haya poder para descansar en el amor divino; no puede haber abundancia de amor en tal estado. Pero, por todo eso, hay una esperanza de amor aunque sea el pensamiento m�s d�bil; si es s�lo que "hay suficiente pan y de sobra" para el m�s peque�o pr�digo que se va a la casa del padre.

Si miramos a Dios ya Cristo, y a la gracia que conviene a los designios del Padre ya la obra del Hijo, reconozco que todo esto es una medida escasa y pobre de parte de ellos, para dar una porci�n de siervo en una casa as�. Pero no era un premio peque�o para el coraz�n de un pecador, oscurecido y estrechado por el ego�smo y la indulgencia de la lujuria y la pasi�n. �Y qu� es el pecado en todas sus formas sino el ego�smo? Sabemos c�mo esto cierra el coraz�n y c�mo destruye toda expectativa de bondad en los dem�s.

La gracia de Dios, por el contrario, obra y enciende, puede ser, una chispa muy peque�a al principio, pero no deja de ser un comienzo de lo que es verdaderamente grande, bueno y eterno. En consecuencia, como leemos, el hijo pr�digo parte de un pa�s lejano y no puede descansar aunque hubo un fervor incomparablemente mayor de parte del padre para encontrarse con �l, como bien sabemos; porque no era el hijo pr�digo el que corr�a hacia el padre, sino el padre hacia el hijo pr�digo.

Y as� es siempre. La misma obra verdadera del amor, aunque al principio se vea vagamente, que despierta al pecador de su miserable lecho de pecado para descansar, no puede llamarse esto, lo despierta de los sue�os culpables de la muerte. Por otro lado, es la plenitud del amor lo que da al coraz�n para entrar en las riquezas de la gracia hacia nosotros, derramando, no una prenda de ella, sino ella misma en el coraz�n. Y esta santidad, no s�lo en el deseo, sino real y profunda, sigue el ritmo del amor.

Por supuesto, no es mi tarea presente revelar la forma maravillosa en que ese amor se nos ha demostrado. No se me presenta ahora, ni me corresponde dejar mi tema ni siquiera para hablar de su manifestaci�n en Cristo, por quien Dios nos muestra su amor, en que, siendo a�n pecadores, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, hasta que podamos gozarnos en s� mismo por medio de nuestro Se�or Jesucristo. Pero afirmo que toda santidad pr�ctica es fruto del amor al que el coraz�n se ha rendido, y que recibe con sencillez y goza plenamente. Esto, entonces, es verdad del alma que s�lo busca conocer la gracia de Dios.

Pero aqu� �l desea fervientemente que crezcan en santidad, y ora por ellos para que puedan "crecer y abundar en amor los unos para con los otros, y para con todos los hombres, as� como nosotros lo hacemos con vosotros, a fin de que �l afirme vuestros corazones irreprensibles en la santidad". ." Y la manera en que esto est� conectado con la venida de Cristo aqu� es muy notable. �l supone que est� fluyendo del amor, y avanzando en santidad, procediendo sin interrupci�n, hasta que el santo se encuentra por fin en la exhibici�n de gloria; no cuando Cristo viene a llevarnos, sino cuando Dios nos trae con �l.

�Por qu� (perm�tanme preguntar) no se presenta Su venida para recibir a los santos en este cap�tulo, como en el siguiente? Porque nuestro caminar en amor y santidad es la cuesti�n en la mano del Esp�ritu Santo; y esto tiene la conexi�n m�s �ntima con la aparici�n de Cristo, cuando venimos con �l. Y para esto hay una raz�n simple. Donde entra el caminar, tenemos una clara responsabilidad ante los santos. Ahora bien, la aparici�n del Se�or Jes�s es lo que nos manifestar� en los resultados de la responsabilidad.

Entonces cada uno de nosotros ver�, cuando el amor propio ya no pueda oscurecer nuestro juicio de nosotros mismos, o nuestra estimaci�n de los dem�s, cuando nada m�s que la verdad permanezca y se muestre de todo lo que ha sido forjado en nosotros, o hecho por nosotros. Porque el Se�or ciertamente vendr� a trasladarnos a Su presencia; pero �l tambi�n nos har� aparecer con �l en gloria, cuando �l se manifieste; y cuando llegue este momento, se pondr� de manifiesto hasta qu� punto hemos sido fieles, y hasta d�nde hemos sido infieles.

Todo se volver� para Su propia gloria. En consecuencia pues aqu� en 1 Tesalonicenses 3:1-13 vemos la raz�n por la cual, seg�n parece. m�, el Esp�ritu dirige la atenci�n a Su venida con todos Sus santos, no para ellos.

La siguiente porci�n, o la segunda mitad de la ep�stola, comienza con una exhortaci�n pr�ctica. La primera parte insiste en la pureza; luego siguen unas pocas palabras sobre el amor. Puede parecer extra�o que sea necesario proteger a estos santos, que caminan como hemos visto con tanta sencillez y deleite, contra ofensas impuras incluso en las relaciones m�s �ntimas de la vida, que los hombres cristianos deben ser advertidos contra la fornicaci�n y el adulterio; pero sabemos que tan desesperada es la maldad de la carne, que ninguna circunstancia ni posici�n puede asegurar, s�, ni siquiera el gozo de la bendici�n de la gracia de Dios, sin * el ejercicio de la conciencia y el juicio propio; y de ah� estas solemnes amonestaciones del Se�or.

Era particularmente necesario en ese tiempo y en Grecia, porque tales pecados eran m�s bien sancionados que juzgados en el mundo pagano. Incluso la humanidad en d�as posteriores se ha beneficiado enormemente del cambio. Ahora sin duda pueden enriquecerse con la verdad y hablar mucho de la santidad; pero �qu� poco sab�an de cualquiera de los dos antes de tomar prestado de las Escrituras! son todos bienes robados, cada pedacito de valor real.

Los hombres de quienes son los sucesores estaban impuros hasta el �ltimo grado. Los Arist�teles y Plat�n realmente no eran aptos para una compa��a decente. Admito que nuestros griegos fruncir�an el ce�o ante tal estimaci�n, o la despreciar�an; pero carecen de los elementos para formar una apreciaci�n moral adecuada, o no miran los hechos a la cara, por muy claros que sean. Si a sabiendas respaldan o se burlan de la moral que Plat�n consider� deseable para su rep�blica, no se puede dudar de d�nde est�n ellos mismos.

Sin duda hubo algunas buenas especulaciones, pero nada m�s; porque los hombres pensaban que hablar de moralidad har�a tanto como la cosa misma. Es Cristo, y s�lo Cristo, quien ha tra�do la verdad misma de Dios en palabra y obra. Era desconocido para el hombre antes: a�n m�s la prueba �ltima en la cruz de que �l es amor. Cristo primero mostr� absoluta pureza en la misma naturaleza que hasta ahora se hab�a deleitado en la lujuria y la pasi�n.

Pero los tesalonicenses en general podr�an no coincidir plenamente con su importancia, siendo j�venes en la verdad. Sin duda, hab�a una buena raz�n por la que el ap�stol, al escribirles, ten�a que poner mucho �nfasis en la pureza moral. El hecho es que, entonces, era natural que los hombres vivieran tal como se propon�an. No hab�a restricci�n, excepto en la medida en que la mera venganza humana o los castigos de la ley pudieran disuadirlos. Los hombres se entregaban a todo lo que pod�an hacer con seguridad. Y as� es hasta el d�a de hoy, excepto en la medida en que el cristianismo o la profesi�n del mismo lo impida.

Despu�s de hablar de la pureza, el ap�stol trata de amarse unos a otros, y a�ade que no hac�a falta decir mucho al respecto. Ellos mismos fueron ense�ados por Dios; sab�an a qu� estaban llamados en el amor fraternal. Pero s� los exhorta a estar tranquilos y ocuparse de sus propios asuntos, trabajando con sus propias manos, como �l no solo les orden� cuando estaba en medio de ellos, sino que �l mismo lo ejemplific� d�a tras d�a. �l ten�a en el fondo de su coraz�n que deb�an caminar con reputaci�n hacia los de afuera, y no tener necesidad de nada ni de nadie.

Pero llegamos en el siguiente lugar a un tema principal de la ep�stola. Hab�an ca�do en un grave error en cuanto a algunos de los hermanos que se hab�an dormido. Ellos tem�an que estos santos difuntos se perder�an mucho en la venida del Se�or, de hecho, que perder�an su parte en el gozoso encuentro entre el Se�or Jes�s y Sus santos. Esto nos muestra de inmediato que no debemos estimar a los creyentes tesalonicenses de acuerdo con el est�ndar que estos errores ayudaron a obtener del Esp�ritu Santo.

Tenemos la ventaja de todo el desarrollo de la verdad, mucho del cual fue la correcci�n inspirada de males y errores. El Nuevo Testamento, debes recordar, no fue escrito entonces; una parte muy peque�a de un evangelio, oa lo sumo quiz�s dos, y ninguna de las ep�stolas. Por lo tanto, excepto la ense�anza que hab�an recibido del ap�stol durante su estancia comparativamente corta en Tesal�nica, ten�an pocos o ning�n medio de instrucci�n adicional en la verdad, y sabemos cu�n f�cilmente pasa lo que s�lo se escucha.

Podemos aprender de esto la bendici�n invaluable que tenemos, no solo en la palabra, sino en la palabra escrita de Dios. Sin embargo, en este momento, en su mayor parte, los libros del Nuevo Testamento a�n no se hab�an escrito. Era esa parte de las Escrituras la que m�s se refer�a a estos santos. Por lo tanto, no debemos sorprendernos de que ignoraran lo que ten�a que ver con sus hermanos que se hab�an quedado dormidos. Por otro lado, no se quiere decir que albergaran ning�n temor de perderse.

Esto no podr�a surgir en la mente de las almas fundadas en lo que el ap�stol llama nuestro evangelio; y ning�n cargo es m�s que insinuado de cualquier falla a este respecto. Todav�a se podr�a haber concebido una demora antes de que entraran en la bienaventuranza completa. Se comprende su perplejidad por falta de luz sobre lo que el Se�or har�a con ellos. No sab�an si entonces entrar�an en el reino, ni c�mo, ni cu�ndo. Eran preguntas sin resolver.

El Esp�ritu Santo hace frente a sus dificultades ahora, y les dice en este sentido: "No quiero, hermanos, que ignor�is acerca de los que duermen, para que no os entristezc�is como los dem�s que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jes�s muri� y resucit�, as� tambi�n traer� Dios con Jes�s a los que durmieron en Jes�s�. Claramente o�mos de nuevo que el Se�or viene y trae consigo a estos santos.

No es el Se�or, sin embargo, recibi�ndolos para S� mismo, sino llev�ndolos consigo. Es decir, tenemos una vez m�s al Se�or acu�ando en gloria con Sus santos ya glorificados. Cuando llegue ese momento, en todo caso, estar�n con �l. Tal es la primera declaraci�n del ap�stol. Pero esta misma verdad, que formaba parte de su antigua dificultad, plantea otra dificultad. �C�mo podr�an los santos que se hab�an dormido venir con �l ahora? �C�mo podr�an todos los santos aparecer en gloria con Cristo? Parecen haber entendido que cuando el Se�or viniera, habr�a santos aqu� abajo esperando a Cristo; y que estos de alguna manera estar�an con �l en la gloria.

Pero estaban completamente perplejos en cuanto a los santos que se hab�an dormido. No sab�an qu� hacer con el �nterin si de hecho sospechaban un �nterin. No sab�an el proceso por el cual el Se�or tratar�a con los que hab�an muerto; y ahora se explica.

"Porque esto os decimos por la palabra del Se�or, que nosotros, los que estamos vivos y permanecemos hasta la venida del Se�or, no impediremos [de ninguna manera anticiparemos] a los que est�n dormidos". Si hubieran permanecido con vida, no se habr�a sentido ninguna dificultad en el caso. Algunos en nuestros d�as parecen sentirse bastante sorprendidos ante una dificultad como esta; pero la verdad es que el dolor de los tesalonicenses surgi� de la sencillez de su fe, y el hecho de que los hombres no sientan ninguna dificultad ahora se debe en parte a su falta de una fe genuina en ella.

Si tuvieran m�s fe, tambi�n podr�an tener sus perplejidades, no al final, sino, como de costumbre, al principio. Ciertamente fue as� con los tesalonicenses en este momento. Es siempre el efecto de la fe al principio. La luz reci�n penetrada da ocasi�n a la percepci�n de muchas cosas que no podemos resolver de inmediato. Pero Dios viene en ayuda del creyente, y en Su propia gracia y tiempo resuelve una dificultad tras otra.

Entonces el ap�stol lo aclara as�: "Nosotros que estamos vivos y que quedamos hasta la venida [o presencia] del Se�or", etc. La palabra "venida" significa el hecho de estar presente en contraste con la ausencia. "Nosotros los que vivimos y permanecemos en la presencia del Se�or no precederemos a los que est�n dormidos". Me tomo la libertad de cambiar la palabra "prevenir", que es ingl�s antiguo, por una frase que tenga el mismo significado que "prevenir" cuando se hizo la traducci�n.

"No precederemos a los que duermen". As�, supongamos que estamos esperando que venga Cristo, y que �l venga, no estaremos ante esos santos que se han ido antes. �C�mo puede ser esto? Se responde en el siguiente verso. "Porque el Se�or mismo", dice �l, "con voz de mando, con voz de arc�ngel, descender� del cielo, y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitar�n primero; luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos atrapados juntos.

con ellos en las nubes, para recibir al Se�or en el aire, y as� estaremos siempre con el Se�or.� As� es evidente que, si hay un momento de diferencia, es a favor de los durmientes, y no de los que quedan vivos. Los que est�n dormidos primero son despertados. Tengan en cuenta que el sue�o es para el cuerpo; nunca se dice ni se supone en las Escrituras que el alma est� dormida. Pero los que est�n dormidos en sus tumbas ser�n despertados por el grito (????????) del Se�or Jes�s; porque la palabra significa el llamado de un comandante a sus hombres que lo siguen, o de un almirante a sus marineros. Es de alguien que tiene una relaci�n con otros bajo su autoridad; no es un vago llamado a aquellos que pueden no ser due�os de su mando, sino de su propia gente.

Es evidente, por lo tanto, que la noci�n abrigada por algunos, de que este grito debe ser o�do por los hombres en general, es refutada por estas palabras, as� como por otros hechos. Los hombres en general no tienen tal relaci�n con el Se�or. Es un grito que es o�do por aquellos a quienes pertenece. Ni una sola palabra, por lo tanto, incluye, sino m�s bien al contrario, excluye a aquellos para quienes Cristo no est� en tal conexi�n. En otras palabras, es la llamada del Se�or a los suyos, y por tanto los muertos en Cristo resucitan primero, como fruto inmediato de ella.

"Entonces nosotros, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes al encuentro del Se�or en el aire, y as� estaremos siempre con el Se�or". Esto disipa de inmediato la dificultad en cuanto a los que estaban dormidos. Lejos de perder el momento del encuentro entre el Se�or y los suyos, ellos se levantan primero; inmediatamente nos unimos a ellos; y as� ambos juntos son arrebatados para recibir al Se�or en el aire, y as� estaremos siempre con �l.

Entonces el ap�stol, habiendo dejado con los tesalonicenses el consuelo de esto acerca de sus hermanos, se vuelve hacia el d�a del Se�or, o Su aparici�n. "Mas acerca de los tiempos y las sazones, hermanos, no ten�is necesidad de que os escriba. Porque vosotros mismos sab�is perfectamente que el d�a del Se�or vendr� as� como ladr�n en la noche". "El d�a del Se�or" es invariablemente en las Escrituras ese per�odo cuando el Se�or vendr� en juicio manifiesto y terrible de los hombres pecadores.

Nunca se aplica a ning�n trato con el cristiano como en la tierra. Encontramos una aplicaci�n muy particular de ella, que parece relacionada con los santos. Esto no se llama exactamente el d�a del Se�or, sino "el d�a de Cristo". Es cierto que hay una conexi�n entre los dos. El d�a de Cristo significa ese aspecto del d�a del Se�or, en el cual aquellos que est�n en Cristo tendr�n asignado su lugar especial en el reino. En consecuencia, donde se trata del fruto del trabajo en el servicio de Cristo, recompensa de la fidelidad, o algo por el estilo, se menciona "el d�a de Cristo".

Pero "el d�a del Se�or", como tal, es invariablemente el d�a del juicio del Se�or con el hombre como tal en la tierra. De ese d�a, entonces, el ap�stol no sinti� necesidad de escribir. Ya se sab�a perfectamente que el d�a del Se�or viene como ladr�n en la noche. Este era un asunto de declaraci�n y fraseolog�a del Antiguo Testamento. Todos los profetas hablan de ello. Si busca desde Isa�as hasta Malaqu�as, encontrar� que el d�a de Jehov� es ese momento de intervenci�n divina cuando al hombre ya no se le permite seguir su propio camino, cuando el Se�or Dios se ocupar� del sistema del mundo en todas sus partes, cuando los �dolos de las naciones todos perecen junto con sus devotos ignorantes.

Pero el Se�or mismo ser� exaltado en aquel d�a, y Su pueblo ser� llevado a su verdadero lugar, y los gentiles aceptar�n el suyo. Este ser� el tiempo del gobierno divino manifestado. Jehov� tomar� a Si�n como sede central de Su trono terrenal, y todos los pueblos se someter�n a Su autoridad en la persona de Cristo.

Por lo tanto, por lo tanto, el ap�stol, cuando habla del d�a del Se�or, alude a �l como ya demasiado notorio para necesitar palabras frescas al respecto. Los tesalonicenses no necesitaban ser instruidos al respecto. Pero esto hace m�s clara la distinci�n de la manera en que ser�n tratados los santos y la humanidad. Cuando trata de la venida del Se�or, requieren ser instruidos; donde habla del d�a de Jehov�, ellos no.

El d�a de Jehov� era asunto de conocimiento com�n del Antiguo Testamento. Para un escriba as� instruido, no cab�a duda acerca de su significado. Ni siquiera un jud�o lo discuti� y, por supuesto, un cristiano estar�a sujeto al testimonio de Dios en el Antiguo Testamento. Pero un cristiano podr�a no saber lo que m�s deseaba que �l entendiera, la manera en que sus propias esperanzas se vincular�an con el d�a de Jehov�.

Es exactamente all� donde muchos crean una confusi�n tan absoluta; porque no distinguen entre la esperanza del cristiano y "el d�a" para el mundo. Y esto deja escapar un gran secreto el deseo del coraz�n de pensar las dos cosas juntas. Todos podemos entender que a la gente le gustar�a tener lo mejor de ambos. Pero no se puede hacer. Por eso, al hablar del d�a del Se�or (y llamo su atenci�n sobre �l, porque encontraremos su importancia en la pr�xima ep�stola) dice: "Cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendr� sobre ellos destrucci�n repentina, como dar a luz a la mujer encinta". No dice "t�", sino "ellos". �Por qu� esta diferencia? Cuando habla de la presencia del Se�or, dice "t�", "nosotros"; pero cuando se trata del d�a de Jehov�, dice "ellos".

De hecho, el ap�stol excluye al creyente; porque dice: "Vosotros, hermanos, no est�is en tinieblas, para que aquel d�a os sorprenda como ladr�n". Adem�s, da una raz�n moral: "Vosotros sois hijos de la luz, e hijos del d�a; no somos de la noche, ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los dem�s, sino velemos y seamos sobrios". Porque los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan.

Pero nosotros, los que somos del d�a, seamos sobrios, visti�ndonos con la coraza de la fe y del amor; y por yelmo, la esperanza de salvaci�n. Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar la salvaci�n por medio de nuestro Se�or Jesucristo". La salvaci�n aqu� significa liberaci�n completa, no habiendo llegado a�n la redenci�n del cuerpo y no solamente la del alma. Porque Cristo "muri� por nosotros, para que ya sea que estemos despiertos o dormidos, debemos vivir junto con �l".

Recuerde cuidadosamente que despertar o dormir aqu� se refiere al cuerpo; no tiene ninguna referencia a nada de estado moral. Es imposible que el Esp�ritu de Dios diga que, ya sea en un estado correcto o incorrecto, debemos vivir junto con �l. El Esp�ritu Santo nunca toma a la ligera la condici�n del pecado. Tampoco hay nada m�s ajeno al tono de la Escritura, que el que el Esp�ritu de Dios trate con indiferencia la cuesti�n de si un santo estaba en buen o mal estado.

Sin duda, acababa de usar las palabras "vigilia o sue�o" en otro sentido; pero me parece que asume la imposibilidad de que un santo las aplique en un sentido moral cuando prosigue el tema. En el vers�culo 6, por ejemplo, el dormir y el velar son estados morales; pero cuando llegamos al vers�culo 10, se refieren a la cuesti�n de la vida o la muerte en el cuerpo, y no a los caminos de los santos. De hecho, esta manera de tomar las palabras y aplicarlas en otro sentido, se encontrar� que es una de las caracter�sticas del estilo abrupto, animado y contundente del ap�stol.

No deber�a hacer este comentario si no hubiera conocido a hombres excelentes que a veces corren un peligro considerable por pasar por alto esto y tomar las Escrituras en un sentido estrecho y pseudo-literal. Pero esta no es la manera de entender la Biblia. Es uno de los grandes malos usos a que expone una concordancia a quienes se dejan atrapar por las analog�as verbales, en lugar de entrar en el �mbito del significado real del pensamiento.

Entonces viviremos con �l. "Por tanto", dice, consolaos hasta el �ter, y edificaos unos a otros". Luego les da ciertas instrucciones; y a�ado esta observaci�n, que es de importancia pr�ctica. Hace un llamamiento a estos j�venes creyentes para que conozcan a aquellos que trabajaron entre ellos. ellos, y estaban sobre ellos, o tomaban la delantera en el Se�or, y los amonestaban, ellos deb�an tenerlos en muy alta estima en el amor por su trabajo, estando al mismo tiempo en paz entre ellos.

Esta exhortaci�n, siempre acertada, tiene, a mi juicio, gran sabidur�a y valor para nosotros ahora; por la sencilla raz�n de que, hasta ahora, estamos en una medida, en cuanto a las circunstancias, aunque no por la misma causa que estos santos tesalonicenses. Seguramente estaban en una condici�n relativamente infantil, tanto o m�s que aquellos a los que ahora me dirijo. Sin embargo, si los santos, no importa cu�n informados, tuvieran entre ellos a aquellos que trabajaron y estuvieron sobre ellos en el Se�or, ciertamente el mismo Se�or da todav�a las mismas ayudas y gobiernos.

�l levanta y env�a a Sus obreros en el mundo, ya aquellos que aportan ese poder moral y sabidur�a que capacitan a algunos para tomar la iniciativa. Por lo tanto, est� m�s all� de toda controversia a partir del caso de los tesalonicenses (y no es el �nico) que el hecho de que algunos est�n por encima de otros en el Se�or no depend�a del nombramiento apost�lico. Es una idea defectuosa y hasta equivocada restringirla a esto, aunque se admite que los ap�stoles sol�an nombrar a tales ancianos.

Pero la esencia de lo que encontramos aqu� es que en ese nombramiento el poder y la fuerza espirituales se mostraron de esta manera; y que el m�s grande de los ap�stoles exhorta a los santos a reconocer en el Se�or a los que as� y s�lo as� fueron sobre ellos, independientemente de todo acto apost�lico. Sin duda, el debido nombramiento externo era deseable e importante en su lugar. Pero �qu� pasa con los lugares (y a�adir�a, con los tiempos) donde no se puede tener?

Estas son nuestras circunstancias ahora; porque no importa cu�nto acojamos y valoremos tal designaci�n externa, no podemos tenerla. Sin la debida autoridad b�blica, �a qui�n se debe nombrar? Indudablemente, cualquier cuerpo, y especialmente los l�deres, podr�an imitar a Pablo y Bernab�, oa Tito. Pero, ciertamente, la mera imitaci�n no es nada, o peor; y aquellos que toman la iniciativa, o est�n calificados para hacerlo, son las personas que deben ser designadas para no designar, si realmente nos inclinamos ante el Se�or.

Se necesitaba m�s que esta autoridad directa del Se�or para el prop�sito. �Donde esta ahora? En el momento en que creas tu propio poder de designaci�n, es evidente que su autoridad no puede elevarse por encima de su fuente. Si es s�lo una autoridad humanamente dada, no puede ejercer m�s que un poder humano. Pero el ap�stol, o m�s bien el Esp�ritu prof�tico de Dios, enfrenta varias contingencias en la exhortaci�n, y muestra que un grupo de creyentes, aunque no se haya reunido por mucho tiempo, podr�a tener m�s de uno entre ellos calificado para guiar al resto, y con derecho a ser respetado y respetado. amor en la cuenta de su trabajo, como trabajando as�.

Si los hay ahora (�y qui�n lo negar�?), �no est�n llamados a conocerlos los santos? �No hay ninguno que trabaje entre ellos, ninguno que los gu�e en el Se�or? Es evidente que no debe amedrentarse ante una verdad como �sta. Porque la confusi�n actual y de larga data de la cristiandad de ninguna manera la neutraliza, sino que crea una nueva raz�n para adherirse a ella, como a todas las escrituras. Sin duda, puede que no siempre sea agradable para los hombres nobles; pero tenga la seguridad de que es una cosa de no poca importancia en su lugar.

Nuevamente, bajo las circunstancias de Tesal�nica, como debe haber habido peligro de embriaguez, el ap�stol llama a los hermanos a cuidarse de los caminos rebeldes. Es probable que las dos cosas vayan juntas: la paz promueve el amor y el respeto. La gente desordenada tiende a no conocer a nadie m�s que a ellos en el Se�or. Por eso llama a todos a amonestarlos, a consolar a los pusil�nimes, a sostener a los d�biles, a ser pacientes con todos.

Luego sigue un grupo de otras exhortaciones en las que no necesito detenerme ahora. Mi objeto no es tanto insistir en la parte exhortatoria de la ep�stola, como presentar el hilo general del dise�o que corre a trav�s de cada una, para dar una visi�n comprensiva de su estructura.

Información bibliográfica
Kelly, William. "Comentario sobre 1 Thessalonians 5". Comentario de Kelly sobre los libros de la Biblia. https://beta.studylight.org/commentaries/spa/wkc/1-thessalonians-5.html. 1860-1890.
 
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