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Colosenses 2

Comentario de Kelly sobre los libros de la BibliaComentario de Kelly

Versículos 1-23

El lector m�s superficial discierne inmediatamente que la ep�stola a los Colosenses es la contrapartida de la de Efesios. De ninguna manera son lo mismo, pero pueden verse cada uno como un complemento del otro. La ep�stola a los Efesios desarrolla el cuerpo en sus ricos y variados privilegios; la ep�stola a los Colosenses trae ante nosotros la Cabeza, y no s�lo esto, sino las glorias de Aquel que tiene esa relaci�n con la iglesia.

Sin duda, hab�a una idoneidad para cada l�nea de verdad en las necesidades de los santos abordadas respectivamente; ni creo que se pueda cuestionar inteligentemente que la condici�n de los santos de �feso era mejor que la de los de Colosas.

A los primeros, el Esp�ritu Santo podr�a lanzarlos a la plenitud de nuestra bendici�n en Cristo. El Dios y Padre de nuestro Se�or Jesucristo es nuestro Dios y Padre; y �l ha bendecido con todas las bendiciones posibles, y en la esfera m�s alta y en el mejor terreno. No hubo obst�culo para el fluir del Esp�ritu al revelar la verdad. A los colosenses el Esp�ritu Santo tiene que hablarles de su estado, y junto con esto presentarles la verdad de Cristo como remedio del mismo; no tanto como el centro de la bienaventuranza y el gozo en la comuni�n de los santos, sino como el verdadero y �nico correctivo divino a los esfuerzos de Satan�s, que los arrastrar�a hacia la tradici�n por un lado, y hacia la filosof�a por el otro. , las trampas demasiado comunes de la naturaleza humana, y esta �ltima m�s particularmente para las mentes cultivadas y razonadoras.

Es evidente, por lo tanto, que entrar en los privilegios de la iglesia, el cuerpo de Cristo, de ninguna manera habr�a enfrentado el mal que el enemigo estaba tratando de infligir a los colosenses. Necesitaban ser apartados de todo tema y objeto menos de Cristo mismo. Necesitaban aprender especialmente la vanidad de todo aquello en lo que se deleita la mente del hombre. Necesitaban saber, no dir�, que s�lo Cristo basta; sino que hay tal plenitud de bendici�n y gloria en Cristo como para eclipsar y condenar por completo todo aquello en lo que la carne se gloriar�a.

De ah�, tambi�n, una parte principal de la diferencia entre estas dos ep�stolas. Hay muchos tonos agradables en detalle; pero me he referido ahora a lo que es el punto principal de donde divergen las dos l�neas de la verdad. Es, sin embargo, evidente por lo que se ha comentado, que las dos letras se corresponden entre s� de la manera m�s notable; uno presenta la Cabeza, el otro el cuerpo. Por lo tanto, tienen una conexi�n m�s estrecha que cualquier otro en el Nuevo Testamento.

Podemos proceder ahora a rastrear el curso del Esp�ritu de Dios en esta ep�stola profundamente instructiva. El ap�stol se dirige a los cristianos colosenses en t�rminos sustancialmente similares a los que se dirige a los santos de �feso. Aqu� da protagonismo, es verdad, a que sean "hermanos". Por supuesto que los santos de �feso eran as�; pero aqu� se expresa. No fue un discurso tan claro como el que los ve simplemente como eran en Cristo. La expresi�n "hermanos", aunque por supuesto emana de Cristo, presenta su relaci�n mutua por gracia.

Luego entramos en la acci�n de gracias del ap�stol. No fue as� en la ep�stola a los Efesios, donde uno de los m�s ricos desarrollos de la verdad divina precede a cualquier alusi�n particular a los santos de esa ciudad. Aqu� se dirige de inmediato, despu�s de la acci�n de gracias, a su condici�n y, por supuesto, a su necesidad. Primero, como de costumbre, reconoce lo que ten�an de Dios. �Damos gracias a Dios y Padre de nuestro Se�or Jesucristo, orando siempre por vosotros, habiendo o�do de vuestra fe en Cristo Jes�s, y del amor que ten�is a todos los santos, por la esperanza que est� guardada para tu en el cielo

"No son, como en la ep�stola de Efesios, las riquezas de la gloria de la herencia de Dios en los santos, sino que se parece mucho a una l�nea comparativamente m�s baja de cosas que se presenta ante nosotros en la primera ep�stola de Pedro. No es necesario decir que eran igualmente verdaderos, y cada uno en su lugar m�s apropiado, pero no todos igualmente elevados.La esperanza guardada para nosotros en el cielo supone una posici�n en la tierra.

La ep�stola a los Efesios considera al santo como ya bendecido por Dios en los lugares celestiales en Cristo. En uno est�n esperando ser llevados al cielo en un sentido actual; en el otro pertenecen ya al cielo en virtud de su uni�n con Cristo.

Sin embargo, sigue siendo cierto que "la esperanza est� reservada para vosotros", como �l dice, "en los cielos, de la cual ya hab�is o�do por la palabra de la verdad del evangelio, que es c�pula para vosotros, como lo es en todo el mundo". mundo; y lleva fruto y crece, como tambi�n en vosotros, desde el d�a que lo o�steis, y conocisteis la gracia de Dios en verdad". Todo trascendental y bendito, pero sin embargo de ninguna manera la misma plenitud de privilegios de los que pudo hablar de inmediato por escrito a los Efesios.

"Como tambi�n aprendisteis de Epafras, nuestro amado consiervo, que es para vosotros un fiel ministro de Cristo, quien tambi�n nos declar� vuestro amor en el Esp�ritu". Esta es la �nica alusi�n al Esp�ritu, que yo recuerde, en la ep�stola. No presenta al Esp�ritu de Dios como una persona aqu� abajo, aunque �l es una persona, por supuesto, sino m�s bien como una caracter�stica del amor. El amor no era afecto natural; era amor en el Esp�ritu: pero esto est� muy lejos del rico lugar que se le da a su presencia personal y acci�n en otros lugares.

Por otro lado, la ep�stola a los Efesios abunda en tales alusiones. No hay un cap�tulo en �l donde el Esp�ritu Santo no tenga un lugar m�s importante y esencial. Si miras a los santos individualmente, �l es el sello y las arras. �l es tambi�n el poder de todo su crecimiento en la comprensi�n de las cosas de Dios. S�lo a trav�s de �l se iluminan los ojos del coraz�n para saber lo que Dios ha obrado y asegurado para los santos.

As� tambi�n por �l solo todos, jud�os y gentiles, se acercan al Padre. En el Esp�ritu ambos sois juntamente edificados para morada de Dios. �l es quien ahora ha revelado el misterio que se mantuvo oculto durante siglos y generaciones. �l es quien fortalece al hombre interior para gozar por medio de Cristo de toda la plenitud de Dios. S�lo �l es la potencia constitutiva de la unidad que estamos exhortados a guardar. �l es quien obra en los diversos dones de Cristo, sold�ndolos entre s�, para que sea verdaderamente Cristo a trav�s de su cuerpo.

�l es, el Esp�ritu Santo de Dios, a quien se nos advierte que no contristemos. �l es quien llena a los santos, protegi�ndolos de la excitaci�n de la carne, y gui�ndolos hacia ese santo gozo que resulta en acci�n de gracias y alabanza. Porque el cristiano y la iglesia deben cantar sus propios salmos, himnos y c�nticos espirituales. �l es finalmente quien da vigor para todos los santos conflictos que tenemos que librar con el adversario.

Por lo tanto, no importa qu� parte de Efesios se mire. Ya hemos recorrido los variados contenidos de la ep�stola, y es evidente que el Esp�ritu Santo forma parte integral de la verdad divina que se desarrolla en ella de principio a fin.

Esto lo hace tanto m�s llamativo, siendo la ep�stola a los Colosenses el complemento de una ep�stola tan llena del Esp�ritu, que deber�a haber en la primera una ausencia tan marcada de �l, que s�lo se hace referencia a �l una vez, y s�lo como caracterizando el amor de los santos. Puede agregarse que lo que se dice de la misma verdad se atribuye en Colosenses a Cristo, oa la vida que tenemos en Cristo.

Para los Efesios, el Esp�ritu Santo es tratado como una persona divina que act�a para la gloria de Cristo, pero esto en los santos y en la iglesia. Tambi�n la raz�n parece obvia. Cuando los ojos de los hombres se apartan de Cristo, la doctrina del Esp�ritu podr�a aumentar el peligro y el enga�o, ya que ha obrado en todas las �pocas para envanecer a los hombres que no est�n establecidos en Cristo. Porque en la medida en que el Esp�ritu act�a en la iglesia en el hombre, si el ojo no est� puesto en Cristo y s�lo en �l, la acci�n del Esp�ritu, ya sea en el individuo o en la iglesia, da importancia a ambos.

En tal estado, insistir en ello restar�a valor a la gloria de Cristo; mientras que cuando solo Cristo es el objeto de los creyentes, pueden soportar conocer y reflexionar, y entrar y comprender las diversas operaciones del Esp�ritu, que se vuelve tanto m�s para la gloria de Cristo.

Otra raz�n es esta, que la presencia del Esp�ritu de Dios, tanto en el individuo como en la iglesia, es una parte muy esencial de los privilegios cristianos, mientras que, por las razones ya alegadas, no era para el bienestar de sus almas que debe ser desarrollado aqu�. Por lo tanto, todo el punto de esta ep�stola es un llamado a Cristo mismo, a causa de lo que se hab�a infiltrado a trav�s de las artima�as de Satan�s. El �nico y necesario remedio era apartar los ojos de los santos de otros objetos, incluso de sus propios privilegios, y fijarlos en Cristo.

Por lo tanto, aunque el Esp�ritu Santo est� realmente en la tierra, morando en el santo y en la iglesia, bajo tales circunstancias, ocupar la mente incluso con el Esp�ritu bendito, claramente habr�a interferido con Su propio gran objetivo de glorificar a Jes�s. Por lo tanto, seg�n parece, �l llama indivisamente a Cristo. Cuando el alma ha estado en paz, destetada de todo lo dem�s, y ha encontrado todo su gozo y jactancia en Cristo, entonces puede o�r m�s libremente.

No es que no haya peligro incluso entonces; excepto que mientras el ojo est� en Cristo no hay ninguno, porque lo que es inconsistente con Su nombre es rechazado. El Esp�ritu, habiendo asegurado Su gloria, est� m�s en libertad en cuanto a cualquier otro tema.

En segundo lugar, tenemos la oraci�n del ap�stol: �Por esto tambi�n nosotros, desde el d�a que lo o�mos, no cesamos de orar por vosotros, y de desear que se�is llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabidur�a. y entendimiento espiritual, para que and�is como es digno del Se�or, agrad�ndole en todo, siendo fruct�feros en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios�. Es claro que por bendito que sea esto, todav�a supone carencias, y una medida de debilidad, y esto para el andar ordinario del cristiano; para que puedan "andar como es digno del Se�or", dice �l.

No pudo decir en esta ep�stola "digno de vuestra vocaci�n", como al escribir a los Efesios. Ni siquiera dice digno de Cristo, sino "del Se�or". Es decir, trae su autoridad, porque no puede haber error m�s profundo para el cristiano que suponer que la presentaci�n del Se�or como tal es m�s elevada para el santo. Es m�s cierto en su lugar; pero se trata m�s bien del sentido de la responsabilidad que de la comuni�n de afectos de los hijos de Dios.

Si un hombre no lo reconoce como Se�or, no es nada en absoluto; pero uno puede inclinarse ante �l como Se�or y, sin embargo, ser dolorosamente insensible a la gloria superior de Su persona ya las profundidades de Su gracia. �Pobre de m�! as� han fracasado multitudes, ni hay nada m�s com�n en este momento presente, como siempre fue as�.

El Esp�ritu de Dios, como en los Hechos de los Ap�stoles, comenz� con la m�s simple confesi�n del nombre de Cristo. Este es habitualmente Su camino. Lo que atrajo a miles el d�a de Pentecost�s y despu�s fue la predicaci�n y la fe de que Jes�s fue hecho Se�or. Pero no pocos de los que fueron bautizados desde los primeros d�as como en los �ltimos d�as resultaron infieles a la gloria de Cristo. F�cilmente podemos entender que el Esp�ritu no sac� a relucir la plenitud de la gloria de Cristo entonces, sino seg�n se necesitaba.

Tampoco se niega que algunas almas gozaron de una notable madurez de inteligencia, de modo que desde el principio vieron, creyeron y predicaron a Jes�s en una gloria m�s profunda que su se�or�o. No hay nadie que se eleve ante el ojo de nuestra mente de manera m�s r�pida y sorprendente a este respecto que el mismo ap�stol Pablo. Pero el ap�stol fue singular en esto; porque incluso aquellos que sab�an que Cristo era el Hijo del Dios viviente, en el sentido m�s alto y eterno, parec�an haberlo predicado poco, al menos en su testimonio anterior.

A medida que llegaban los males devastadores de Satan�s, el valor de aquello a lo que se aferraban sus corazones formaba una parte cada vez mayor de su testimonio, hasta que por fin se manifest� en toda su plenitud la verdad plena, intacta e incluso resplandeciente de Su gloria divina. Cierto, y conocido por algunos desde el principio, el Esp�ritu no tolerar�a ocultarlo para hacer frente a la audacia de los hombres y la astucia del enemigo, que se aprovechaba de la menor gloria de Cristo, para negar todo eso. era superior Su deidad y Filiaci�n eterna.

Me parece entonces que, al escribir a los colosenses, los t�rminos empleados por el Esp�ritu de Dios brindan una clara evidencia de que sus almas en Colosas de ninguna manera descansaban sobre el mismo terreno firme y elevado que contempla la ep�stola a los Efesios; y, en consecuencia, el ap�stol no pod�a apelar en su caso a los mismos poderosos motivos que inmediatamente surgieron, por la inspiraci�n del Esp�ritu Santo, en el coraz�n del ap�stol al escribir la ep�stola af�n.

"Para que and�is como es digno del Se�or, agrad�ndole en todo", insta �l, "siendo fruct�feros en toda buena obra". Porque el cristianismo no es una mera cosa de hacer esto o no hacer aquello; es un crecimiento, porque es del Esp�ritu en vida y poder. Si, como han f�bulado los hombres, surgieran seres espirituales bien armados, as� como en plenitud de sabidur�a y vigor, no ser�a cristianismo. Ni�os, j�venes y padres: tal es en la gracia como en la naturaleza el camino divino con nosotros.

Dios se ha complacido en llamar a la iglesia un cuerpo; y as� es en verdad. As� como tambi�n, visto individualmente, el cristiano es un hijo de Dios, as� debe haber un crecimiento hasta Cristo en todas las cosas. No hay nada m�s ofensivo que un ni�o que mira, habla y act�a como un anciano. Toda persona sensata se rebela contra �l como un lusus naturae, y una pieza de afectaci�n o actuaci�n. As�, en las cosas espirituales, el mero retomar y repetir pensamientos, experiencias profundas y elevadas pero no probadas, no puede ser el fruto de la ense�anza del Esp�ritu de Dios.

Nada m�s hermoso (ya sea espiritualmente, o incluso en su lugar naturalmente) que cada uno debe ser tal como Dios lo ha hecho, solo que de ah� en adelante diligentemente busque el aumento del poder interior por la operaci�n de la gracia de Dios. Entonces hay un progreso saludable en el Se�or. Si bien no hay duda de lo que requiere ser cortado o podado por todos lados, hay un desarrollo gradual de la vida divina en los santos de Dios; y esto, como siendo a trav�s del uso del Esp�ritu de la verdad, de ninguna manera puede ser todo a la vez. En ning�n caso es realmente as�.

As� es pues que para estos santos el deseo es que avancen con paso firme. En la ciencia material no es as�, en las escuelas de doctrina no es as�: hay algo completamente circunscrito, en l�mites conocidos y lo suficientemente definido como para satisfacer la mente del hombre. Todo lo que se obtiene en ciertas provincias puede adquirirse sin mucho estudio. El Esp�ritu de Dios aplica la verdad de Jesucristo, que resiste todos los pensamientos como humanos.

Los colosenses por su incursi�n en la tradici�n y la filosof�a estaban en peligro de este lado. Entonces, dice �l, "siendo fruct�feros en toda buena obra, y creciendo (no exactamente en, sino) en el conocimiento de Dios". Pero todav�a se supone un crecimiento. �C�mo podr�a ser de otra manera si por el conocimiento de Dios? �l es la �nica fuente divina, esfera y medio de crecimiento real para el alma. Pero hay mucho m�s que crecimiento en conocimiento, o incluso por el conocimiento de Dios.

No s�lo existe el lado contemplativo sino el activo, y esto hace que el santo sea verdaderamente pasivo; porque si somos fortalecidos, principalmente no es para hacer, sino para soportar en un mundo que no conoce a Cristo. As� somos "fortalecidos con todo poder, seg�n el poder de su gloria, para toda paciencia y longanimidad con gozo".

�Cu�n buena y vasta es la mente del Esp�ritu de Dios! �Qui�n podr�a haber combinado con la gloria de Dios un lugar as� para el hombre tambi�n? Ning�n hombre, no dir� que anticip�, sino que se acerc� en pensamiento a tal porci�n para las almas en la tierra. Ved c�mo y por qu� el ap�stol vuelve a dar gracias. Aunque hubo dificultades y obst�culos, cu�nto, siente, hay por lo que alabar a nuestro Dios y Padre: "Dando gracias al Padre que nos ha hecho id�licos" (y f�jate bien, no es s�lo por la certeza de que lo har�, pero con la pac�fica seguridad de que nos ha hecho dignos) "para ser part�cipes de la herencia de los santos en luz.

"Las palabras humanas no logran agregar a tal pensamiento. Su gracia nos ha calificado ahora para su gloria: tal, en lo que respecta a esto, es el claro significado del Esp�ritu Santo. �l no mira a algunas almas avanzadas en Colosas, sino a todos los santos all�.Hab�a males que corregir, bailarines que advertir;pero si piensa en lo que el Padre tiene previsto para ellos, y de ellos en vista de su gloria, menos no podr�a decir, ni podr�a �l dice m�s.

El Padre los ha hecho aptos ya para la herencia de los santos en luz; y esto, tambi�n, teniendo plenamente en cuenta el terrible estado del mundo pagano, y su pasada maldad personal cuando fueron atra�dos a Dios en el nombre del Se�or Jes�s, "quien nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado a el reino del Hijo de su amor, en quien tenemos redenci�n [por su sangre, se a�ade a los Efesios], el perd�n de los pecados".

En este punto llegamos a uno de los objetos principales y distintivos de la ep�stola. �Qui�n y qu� es el Hijo de su amor, en quien tenemos redenci�n? Poco concibieron los colosenses que su esfuerzo por a�adir a la verdad del evangelio era en realidad restar valor a su gloria. Su deseo, podemos estar seguros, fue tan bien intencionado como cualquier error puede serlo. Al igual que otros, pueden haber razonado que si el cristianismo hubiera hecho cosas tan grandes en manos de pescadores, recaudadores de impuestos o similares (que no pod�an ser de gran importancia en la escala del mundo o en las escuelas de los hombres), �qu� podr�a no lograrlo si estuviera ataviado con la sabidur�a de la filosof�a; si pose�a los ornamentos de la literatura y la ciencia; si emprendiera su carrera de victoria con aquello que atrae los sentimientos y domina el intelecto entre la humanidad? El Esp�ritu Santo trae lo que juzga completamente y deja de lado todas esas especulaciones.

Nadie, ninguna cosa, puede aumentar el poder, brillo o valor de Cristo en ning�n aspecto. Si lo conocieras mejor, lo sentir�as t� mismo. Infinitamente m�s vano es el pensamiento de cualquier hombre para impartir un nuevo valor a Cristo, que para David haberse enfrentado a Goliat en la armadura de Sa�l. De hecho, las trampas que tanto gritan los hombres son un obst�culo positivo para Cristo; y en la medida precisa en que son apreciados, reducen a sus devotos a la esclavitud, ya la fe que profesan a cero.

Juzgad estas mismas cosas, y pueden llegar a ser de alg�n valor para la gloria de Dios. Pero tr�tenlos como medios deseables para atraer al mundo, o como objetos que los cristianos deben valorar por s� mismos, y como son intrusos, as� resultar�n extra�os y enemigos de la gloria de Cristo.

Cristo es la imagen de Dios, en plenitud y perfecci�n; �l s�lo mostr� al Dios invisible. La tradici�n nunca manifest� al verdadero Dios. La filosof�a, por el contrario, empeor� las cosas, al igual que los recursos de la religi�n humana. Cristo, y solo Cristo, ha representado verdaderamente a Dios ante el hombre, ya que solo �l fue hombre perfecto ante Dios. Y como �l es la imagen del Dios invisible, as� es �l el primog�nito de toda la creaci�n; pues el Esp�ritu Santo re�ne aqu� una especie de ant�tesis en cuanto a Cristo en relaci�n con Dios, y en relaci�n con la criatura.

De Dios �l es la imagen, no exactamente en un sentido exclusivo, pero s� seguramente en el �nico sentido adecuado. Otros pueden ser como es el cristiano que conocemos, y el hombre incluso de un modo cierto y real como criatura. Pero, como verdadero y pleno dar a conocer a Dios, no hay sino Cristo. �l es la verdad; �l es la expresi�n de lo que Dios es. Esta es la fuente de todo conocimiento verdadero, y por eso Cristo es la verdad de todo y de todos.

En esta frase, sin embargo, todo lo que el ap�stol afirma es en relaci�n con el Dios invisible. Totalmente imposible que el hombre vea al que es invisible: necesitaba uno que trajera a Dios hacia �l, y mostrara Su palabra y sus caminos, y Cristo es esa �nica imagen del Dios invisible.

Adem�s, Cristo es el primog�nito de toda la creaci�n. No, por supuesto, que �l fue el primero en la tierra como Ad�n. Con respecto al tiempo, el mundo hab�a envejecido comparativamente antes de que apareciera Jes�s. Entonces, �c�mo podr�a �l que vino y fue visto en medio de los hombres cuatro mil a�os despu�s de la creaci�n de Ad�n, c�mo podr�a �l ser en alg�n sentido el primog�nito de toda la creaci�n? No tenemos que imaginar una raz�n, porque el Esp�ritu de Dios ha dado lo suyo, y esto se encontrar� para dejar de lado a todos los dem�s.

Todo pensamiento del hombre es vano en presencia de Su sabidur�a. Jes�s es el primog�nito, sin importar cu�ndo apareci�. Si hubiera sido posible, de acuerdo con otros planes de Dios (que no lo fue), que �l fuera el �ltimo (de hecho) nacido aqu� abajo, �l hubiera sido el primog�nito de todos modos. Imposible que �l pudiera ser otra cosa que el primog�nito. �Y por qu�? �Porque �l era el m�s grande, el mejor, el m�s santo? Por ninguna de estas razones, aunque �l era todo esto y m�s.

Menos a�n fue debido a algo que se le confiri�, ya sea de poder o de oficio. No sobre tal base, ni sobre todos juntos, fue �l el primog�nito. La palabra de Dios asigna uno mayor que todos, que es la verdadera y �nica clave de la persona y obra de Cristo: "Porque en �l fueron creadas todas las cosas".

�Oh, qu� majestad, as� como adaptaci�n a la necesidad, en la verdad de Dios! Solo tiene que ser escuchado por un coraz�n tocado por la gracia para tener convicci�n. �Pero Ay! hay en el hombre ca�do, como tal, una voluntad que aborrece la verdad y desprecia la gracia de Dios. �No prueba ambas cosas siendo celoso de la gloria de Cristo? Queda, sin embargo, que �l es el primog�nito de toda la creaci�n, porque es el Creador de todas las cosas, arriba o abajo, materiales o espirituales: "Porque en �l fueron creadas todas las cosas, las que est�n en los cielos, y las que est�n en el cielo". en la tierra, visible e invisible.

No se trata �nicamente de los rangos inferiores de la creaci�n, sino que abarca los m�s altos "ya sean tronos, dominios, principados o potestades: todas las cosas fueron creadas por �l". �No cre� Dios por medio del alt�simo como instrumento? Se dice m�s a�n aqu� para mantener la gloria plena de Cristo. Todas las cosas fueron creadas por �l, sin duda, pero tambi�n fueron creadas para �l, no por �l para el Padre.

Fueron creados por �l y para �l, igualmente con el Padre. Y como si esto fuera poco, se nos dice adem�s que �l es antes de todas las cosas, y por (??) �l todas las cosas subsisten. �l es el sustentador de toda la creaci�n, de modo que el universo mismo de Dios subsiste en virtud de �l. Sin �l todo se hunde a la vez en la disoluci�n.

Esto no es todo. �l es la Cabeza del cuerpo, uno de los temas principales de esta ep�stola. Tal es Su relaci�n con la iglesia. �Y c�mo es �l la Cabeza del cuerpo? No porque sea el primog�nito de toda la creaci�n simplemente, no, ni porque sea el creador de todo. Ni Su jefatura sobre toda la creaci�n como Heredero de todas las cosas, ni Sus derechos de creaci�n, dar�an en s� mismos un t�tulo suficiente para ser la Cabeza del cuerpo.

En ella hay otra clase de bienaventuranza y gloria; para ella aparece un nuevo orden de existencia; y no menos importante que todos los seres debemos entender esta diferencia. �Qui�n puede estar tan profundamente preocupado como el cristiano? porque si tenemos alguna parte o suerte en Cristo, si pertenecemos a la iglesia de Dios, debemos conocer claramente el car�cter de nuestra propia bendici�n. Cristo es quien determina esto, como todo lo dem�s. Pero el car�cter distintivo es que �l es "el principio, el primog�nito de entre los muertos", no simplemente el primog�nito de, sino el primog�nito de.

�l es el primog�nito de entre los muertos, as� como la Cabeza y el Heredero primog�nito de toda la creaci�n subsistente. As� es como resucita a una nueva condici�n, dejando atr�s lo que hab�a ca�do bajo la vanidad o la muerte a trav�s de su jefe pecador, el primer Ad�n. �l ha anulado el poder de aquel que ten�a el poder de la muerte, esa palabra tan terrible para el coraz�n del hombre, y seguramente ajena a la mente y al coraz�n de nuestro Dios y Padre, pero una severa necesidad que vino por rebeli�n.

Donde el pecado trajo al hombre, la gracia trajo a Cristo. Y la gloria de Su persona lo capacit� en gracia y obediencia para descender a profundidades nunca antes sondeadas; y de toda la escena, no s�lo de un mundo culpable que rechaza, sino del reino de la muerte (�y tal muerte!) Jes�s emergi�. Y ahora �l ha resucitado de entre los muertos, el comienzo de un nuevo orden de existencia por completo; y como �l es la Cabeza, as� la iglesia es Su cuerpo fundado, ciertamente, en Cristo, pero en �l muerto y resucitado.

Como tal, no meramente nacido, sino resucitado de entre los muertos, �l es el principio. Toda cuesti�n, por lo tanto, de lo que exist�a antes de Su muerte y resurrecci�n queda excluida de inmediato. El que cree esto entender� que todav�a era un secreto no revelado durante los tiempos del Antiguo Testamento. Los tratos de Dios no s�lo no se basaban en el principio de un cuerpo en la tierra, unido a una Cabeza glorificada, una vez muerta y resucitada, sino que eran incompatibles con tal estado de cosas.

As�, quienquiera que por fe reciba simplemente la insinuaci�n de este vers�culo, como de una multitud de otras escrituras, tiene cerrada toda esta controversia innecesaria para �l; �l sabe y est� seguro por la ense�anza divina que Jes�s no era simplemente lo m�s alto de la creaci�n que ya hab�a sido, sino el comienzo de una cosa nueva y su Cabeza. Esto le agrad� comenzar en la resurrecci�n de entre los muertos. No era en modo alguno lo antiguo, elevado por la gloria de Aquel que se hab�a dignado descender a �l, sino un nuevo estado de cosas, del cual Cristo resucitado es a la vez Cabeza y principio; como est� dicho: Quien es el principio, el primog�nito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia.

Como esto nos da el nuevo estado, posici�n y relaci�n en que se encuentra la gloriosa persona del Se�or Jes�s, a continuaci�n tenemos una visi�n de Su obra adecuada al objeto de la ep�stola: "Porque toda la plenitud se agrad� en �l". habitar." Me tomo la libertad de traducir el vers�culo correctamente, como bien saben la mayor�a de mis hermanos ahora presentes. Hay pocos aqu�, es de suponer, que no est�n ya conscientes de que poner "el Padre" (como se hace en la Versi�n Autorizada en cursiva) es quitarle al Hijo sin justificaci�n y peligrosamente.

No era el Padre, sino la Deidad. Agrad� al Padre, al Hijo y al Esp�ritu Santo. As� la plenitud de la Deidad se complaci� en habitar en �l. Sin embargo, ni siquiera esto reconcili� al hombre con Dios, sino todo lo contrario; prob� que el hombre era irreconciliable en lo que a �l concern�a.

Si a una persona divina le complaci� aparecer aqu� abajo y traer bondad y poder inimaginables, tratando con cada necesidad y cada uno con quien entr� en contacto, y que busc� o incluso acept� su acci�n de gracia, se podr�a haber supuesto que el hombre no pudo resistir tal amor inquebrantable y poder desmesurado. Pero el resultado real demostr� sin lugar a dudas que nunca antes se presenci� un odio tan sincero, universal y sin causa como contra Jes�s, el Hijo de Dios.

No faltaba, no pod�a faltar, el atractivo del amor y del poder en Aquel que anduvo haciendo el bien; sin embargo, los corazones miserables no se volvieron a �l, excepto donde la gracia de Dios Padre los atrajo a la �nica expresi�n adecuada de S� mismo. Nadie pod�a pretender que jam�s hab�a rechazado una sola alma; ninguno pod�a decir que se hab�a ido vac�o. Sus motivos estaban lejos de ser buenos a veces. Podr�an venir por lo que pudieran obtener; pero al final no lo aceptaron a �l ni nada de lo que �l ten�a para dar bajo ninguna condici�n.

Hab�an terminado con �l y, en lo que se refer�a a la voluntad, hab�an terminado con �l para siempre. La cruz puso fin a la lucha terrible y la visi�n desgarradora del hombre as� llevado manifiestamente cautivo del diablo a su voluntad.

�Y qu� hab�a que hacer? �Ay! esta era la pregunta seria, y esto era lo que Dios esperaba resolver. Quer�a reconciliar al hombre a pesar de s� mismo; Probar�a que Su propio amor vence su odio. Que el hombre sea incorregible, que su enemistad est� m�s all� de todo pensamiento, Dios, en la serenidad de su propia sabidur�a y en la fuerza de su gracia infatigable, cumple su prop�sito de amor redentor en el mismo momento en que el hombre consuma su maldad.

Fue en la cruz de Cristo Y as� fue que, cuando todo parec�a fallar, todo estaba ganado. La plenitud de la Deidad habitaba en Jes�s; pero el hombre no quiso nada de eso, y lo prob� sobre todo en la cruz. Sin embargo, la cruz fue el lugar preciso y �nico donde se coloc� el fundamento que no se puede mover. Como �l dice, "habiendo hecho la paz por medio de la sangre de su cruz, por �l reconciliar consigo todas las cosas; por �l, digo, ya sea las cosas en la tierra o las cosas en los cielos".

Primero, el ap�stol incluye todas las cosas como un todo, la criatura universal, terrenal y celestial; d�ndonos as� una noci�n adecuada del perfecto triunfo de Dios en el momento en que parec�a como si Satan�s hubiera triunfado completamente a trav�s del hombre contra los consejos de Dios. �Pero esto es todo? �Es simplemente que todo el universo tiene as�, en la cruz del Se�or Jes�s, un fundamento puesto para su reconciliaci�n? Hay un testigo presente de la victoria de Jes�s.

El universo contin�a como antes, la creaci�n inferior al menos sujeta a la vanidad; pero Dios (y es como �l) se apresura a usar su victoria, aunque no todav�a en lo que se refiere a las cosas externas. Esto queda para el d�a de la gloria de Cristo, y cumplir� una parte muy importante en los prop�sitos de Dios. Pero Dios tiene incluso ahora un prop�sito mucho mayor en el coraz�n. �Qu� podr�a ser m�s vasto que la reconciliaci�n de todas las cosas en el cielo y la tierra? Las verdaderas v�ctimas de Satan�s, los enemigos abiertos de Cristo, los m�s fieros impotentes sean ellos, pero los m�s feroces en su voluntad de oposici�n a Dios son precisamente aquellos que Dios ya ha reconciliado consigo mismo; y esto donde Satan�s acababa de aparecer para conquistar al llevarlos a crucificar a Cristo.

, En ese campo de sangre donde Su antiguo pueblo se uni� a los gentiles id�latras, y de hecho los incit� a plantar la cruz para su propio Mes�as, ah� es donde la gracia de Dios ha establecido una justa liberaci�n para aquellos que �l ha reconciliado.

A Satan�s aparentemente se le permite continuar como si hubiera ganado la victoria final; pero Dios trae la verdad de lo que �l ha hecho al coraz�n donde Satan�s m�s hab�a enga�ado antes. "Vosotros que en otro tiempo fuisteis alienados y enemigos en vuestra mente", dice �l (pues se les presenta toda la verdad en cuanto a su condici�n), "enemigos en vuestra mente por obras inicuas, pero ahora os ha reconciliado en el cuerpo de su carne. a trav�s de la muerte

"Mientras vivi�, esta obra qued� totalmente inconclusa. La encarnaci�n, bendita y preciosa como es, nunca reconcili� al hombre con Dios. Nos present� la persona de Aquel que hab�a de reconciliar; en s� misma fue un paso muy importante hacia la reconciliaci�n; pero, de hecho, a�n no hab�a reconciliaci�n para un alma solitaria: la cruz de Cristo lo hizo todo: "En el cuerpo de su carne por medio de la muerte, para presentaros santos, irreprensibles e irreprensibles delante de �l". �un cambio!

Pero a�ade: "Si permanec�is en la fe cimentados y firmes"; y no debemos debilitar esto. No es en absoluto, " pues vosotros continuar�is". Las Escrituras no deben ser sacrificadas groseramente para nuestra aparente comodidad. Adem�s, cuando los hombres difaman as� su verdadera fuerza y ??buscan consuelo donde Dios quiere advertir, no es una prueba de una fe firme sino d�bil. Porque ciertamente no se conf�a en Dios cuando existe el deseo de alterar o desviar una sola palabra, por conveniencia propia o cualquier pretexto. Sin embargo, no hay nada m�s com�n; es precisamente lo que los hombres, ya veces los cristianos en no poca medida, est�n haciendo ahora muy generalmente; y �qu� han ganado con ello?

El golpe de un padre que castiga al descarriado es una misericordia. Recibirlo como el golpe fiel de nuestro mejor amigo en Su propia palabra puede no parecer el camino m�s f�cil hacia el consuelo; pero el consuelo que obtenemos al final de Aquel que as� hiere es real y estable, y rico en provecho para el alma. Pero el ap�stol no pretend�a tanto administrar consuelo a estos santos colosenses como advertirlos. Necesitaban bastante reprensi�n, y se les advierte que el camino por el que estaban entrando era resbaladizo y peligroso.

La b�squeda de la tradici�n o de la filosof�a, como injerto del cristianismo, tiende continuamente a introducir aquello que envenena los manantiales de la verdad, y la gracia es siempre anulada por cualquiera de los dos. Por lo tanto, bien podr�a insistir: "Si contin�as".

Toda la bienaventuranza que Cristo ha procurado es para los que creen; pero esto, por supuesto, supone que lo retienen. Por eso dice: "Si permanec�is cimentados y firmes en la fe, y no os apart�is de la esperanza del evangelio que hab�is o�do, y que ha sido predicado a toda criatura que est� debajo del cielo". El lenguaje no insin�a en lo m�s m�nimo que haya alguna incertidumbre para un creyente.

Nunca debemos permitir que una verdad sea cerrada o debilitada por otra; pero tambi�n debemos recordar que hay, y siempre ha habido, aquellos que, habiendo comenzado aparentemente bien, terminaron convirti�ndose en enemigos de Cristo y de la iglesia. Incluso los anticristos no son de afuera en su origen. "Salieron de nosotros, porque no eran de nosotros". No hay enemigos tan mort�feros como aquellos que, habiendo recibido suficiente verdad para desequilibrarlos y abusar de ellos para su propia exaltaci�n, se vuelven y quieren desgarrar la iglesia de Dios, en la que aprendieron todo lo que les da poder para ser. especialmente travieso.

El ap�stol no pod�a dejar de temer el tobog�n en el que se encontraban los colosenses; y tanto m�s cuanto que ellos mismos no tem�an, sino que por el contrario pensaban mucho en lo que hab�a atra�do sus mentes. Si hab�a peligro, ciertamente era amor para amonestarlos; y en este esp�ritu por lo tanto dice: "Si permanec�is en la fe, cimentados y estables".

En cuanto al ap�stol, les presenta otro punto. Era ministro tanto del evangelio como, como se dice un poco m�s adelante, de la iglesia, dos esferas muy diferentes, rara vez unidas en el mismo individuo. �l fue ministro de ambos, y de este �ltimo, al parecer, en un sentido peculiar y de peso: no simplemente como ministro de la iglesia, sino como el instrumento que Dios ha empleado para darnos a conocer su car�cter y llamamiento m�s que cualquier otro. otro.

De hecho, podemos decir que Pablo presenta el evangelio como la manifestaci�n de la justicia divina m�s all� de todo, mientras que �l solo desarrolla en sus ep�stolas el misterio de Cristo y la iglesia. Esto puede parecer una declaraci�n fuerte, y me sorprende que nadie se sienta sorprendido, hasta que lo hayan examinado r�gidamente con las Escrituras; porque probablemente nadie podr�a creerlo a menos que hubiera probado su verdad.

Pero debo repetir que no hay un solo ap�stol que hable siquiera de ser justificado por la fe, excepto el ap�stol de los gentiles. James presenta notoriamente lo que muchos piensan duramente a mi juicio bastante reconciliables, igualmente inspirados por Dios, y lo m�s importante para el hombre, pero no lo mismo, ni para el mismo fin. Es algo sorprendente a primera vista darse cuenta de tal hecho, pero si es un hecho como afirmo sin reservas, �no es de gran importancia comprenderlo? Ni Santiago ni Pedro, ni Juan ni Judas, tratan de la justificaci�n ante Dios por la fe en Jes�s.

�Qui�n lo ha hecho? Pablo solamente. Estoy muy lejos de insinuar que Pedro, Santiago, Juan, Judas y todos los dem�s no predicaron la justificaci�n por la fe. Pero le fue dado a Pablo, y solo a Pablo, comunicar esta gran verdad en sus ep�stolas; y solo �l ha usado la conocida frase. Ninguno de los otros lo ha tocado, ni uno solo. Sin duda han ense�ado lo que es consecuente con ella y hasta lo supone. Han presionado otra verdad, que es incompatible con cualquier otra cosa que no sea la justificaci�n por la fe; lo afirma a menudo y abiertamente.

As� reina la m�s perfecta armon�a entre todos los ap�stoles; pero Pablo fue enf�ticamente ministro del evangelio y ministro de la iglesia. No s�lo predic� lo uno y ense�� lo otro (lo que sin duda los otros tambi�n hicieron), sino que se comprometi� con escritos inspirados en el evangelio como ning�n otro lo hizo; y �l, el �nico de todos, ha sacado adelante a la iglesia de la manera m�s completa. �l bien podr�a, por lo tanto, decir (�y qu� ocasi�n tan seria para los colosenses que era necesario decirlo como una amonestaci�n!) que �l era ministro de ambos.

Sin embargo, hab�a hombres que no le faltaban entonces que le negaron ser ap�stol. Los siervos m�s honrados de Dios invariablemente suscitan la m�s viva oposici�n del hombre. Pero �ay de tan inicuos e ingratos adversarios! y no menos porque pronuncian el nombre del Se�or. Algunos de los antiguos no eran jud�os ni gentiles, sino hombres y mujeres bautizados. Fueron ellos los que cedieron a estos sentimientos de hostilidad. Podr�an restar poco o nada a sus cualidades personales; incluso podr�an fingir ser condescendientes y condescendientes.

Pero aquello por lo que se opon�an a �l era precisamente por lo que, m�s que nada, deber�an haber reconocido su deuda con Dios. Satan�s sab�a bien lo que buscaba al alejar a muchos cristianos de este bendito hombre de Dios, y al criticar su ministerio y el testimonio que se le hab�a dado para dar.

El ap�stol, sin embargo, habla de su servicio en estos dos aspectos: el evangelio, que es universal en su aspecto para toda criatura bajo el cielo; y la iglesia, que es un cuerpo especial y escogido. En cuanto al evangelio, no se trata de si toda criatura oye, sino que tal es la esfera; y sin duda si el ap�stol hubiera podido predicar a cada individuo en el mundo, lo hubiera hecho con gusto.

En cualquier caso, esta era su misi�n. No hab�a ninguna clase bajo prohibici�n, ni a ning�n individuo se le negaron los rayos de su luz celestial. En su propia naturaleza, como los rayos del cielo, era el sol no solo para una parte del mundo, sino para cada cuarto. As� que a la iglesia le dice: "Me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo lo que falta de las aflicciones de Cristo en mi carne por su cuerpo, que es la iglesia, de la cual soy hecho ministro, seg�n la dispensaci�n [o mayordom�a] de Dios que me es dada para vosotros, para cumplir la palabra de Dios�.

Quedaba espacio: a�n faltaba una revelaci�n. Dios hab�a dado la ley; �l hab�a encarnado Sus caminos pasados ??en una historia inspirada de Su pueblo; �l hab�a dado profetas para anunciar lo que era futuro. Pero a pesar de todo eso, qued� un vac�o en el que, cuando se llenaron, los tipos podr�an m�s o menos soportar, completamente diferentes de la historia, y que no respond�an m�s a la profec�a. �C�mo iba a llenarse entonces? Nuestro Se�or mismo marc� la ruptura en Su lectura de Isa�as en la sinagoga de Nazaret.

Vea lo mismo en las famosas setenta semanas de Daniel. Llegas a ese espacio de vez en cuando en los profetas. Pablo fue el que Dios levant� para llenar el vac�o. No es que otros no complementaran esto o aquello. Como sabemos, la iglesia est� edificada sobre el fundamento, no de Pablo, sino de Sus santos ap�stoles y profetas. Marcos y Lucas, aunque no fueron ap�stoles, sin duda fueron profetas. El fundamento de los ap�stoles y profetas abarc� a los escritores del Nuevo Testamento en general.

El ap�stol trae su propia parte especial. No fue ni un evangelio aportado, ni una sublime serie de visiones prof�ticas. Su funci�n era cumplir la palabra de Dios, "el misterio que ha estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quer�a dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio". entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria".

De aqu� aprendemos, puede ser oportuno se�alar, que la forma dada al misterio aqu� no es que Cristo sea exaltado en el cielo, y que la iglesia, por el Esp�ritu Santo enviado desde all�, est� unida a �l, la Cabeza all�. Esta es la doctrina de la ep�stola a los Efesios. Aqu� vemos al otro lado de Cristo en o entre ustedes los gentiles, "la esperanza de gloria". En la ep�stola a los Colosenses, la gloria es siempre lo que estamos esperando.

Aqu� no existe tal cosa como que nos sentemos en los lugares celestiales. Es la gloria celestial la que se espera, pero s�lo en esperanza. Cristo estaba ahora en estos gentiles que cre�an en la esperanza de una gloria celestial en perspectiva para ellos. Es otro aspecto del misterio, pero tan cierto en su lugar como lo que encontramos en Efesios; no tan alto, pero en s� mismo precioso, y no menos diferente de la expectativa suscitada por el Antiguo Testamento.

Lo que leemos all� es que, cuando Cristo hubo venido, inmediatamente estableci� Su reino, en el cual se prometi� que los jud�os ser�an Sus s�bditos especialmente favorecidos. Ciertamente no han de reinar con �l: esto no les fue prometido por ning�n hombre ni en ning�n momento. Pero ellos han de ser el pueblo en cuyo medio la gloria de Jehov� har� su morada. Aqu� el ap�stol habla de otro sistema completamente diferente: Cristo vino, pero la gloria a�n no se manifestaba, sino que s�lo ven�a.

Mientras tanto, en lugar de que los jud�os gocen de gloria junto con Cristo en medio de ellos, rechazados por los jud�os, Cristo est� en los gentiles; y los que reciben su nombre esperan la gloria celestial con Cristo. Es un estado de cosas bastante diferente de lo que podr�a recogerse del Antiguo Testamento. Ning�n profeta, ni siquiera la m�s m�nima pizca de profec�a, revela tal verdad. Era una verdad absolutamente nueva, en contraste con el orden antiguo y milenario, pero completamente diferente de lo que se encuentra en Efesios; sin embargo, ambos constituyen partes sustantivas del misterio.

As� el misterio incluye, primero, a Cristo como Cabeza arriba, aunque aqu� estamos unidos por el Esp�ritu Santo a �l glorificado. En segundo lugar, Cristo, mientras tanto, est� en o entre los gentiles aqu� abajo. Si estuviera entre los jud�os, ser�a la introducci�n de la gloria terrenal prometida. Pero no es as�. Los jud�os son enemigos e incr�dulos; los gentiles son especialmente el objeto de los caminos actuales de Dios. Teniendo a Cristo entre ellos, la gloria celestial es su esperanza, incluso para compartir con �l esa gloria.

Esto, pues, muestra a Cristo, en cierto sentido, en los gentiles de aqu� abajo; como, en los Efesios, se ve a Cristo arriba y nosotros en �l. All� jud�os o gentiles son todos iguales, y los que creen en el evangelio est�n unidos a �l por el Esp�ritu como su cuerpo. Aqu� los gentiles en particular lo tienen en ellos, la prenda de su participaci�n en su gloria celestial poco a poco. Y como esta era una verdad tan bendecida y novedosa, el ap�stol declara su propio fervor al respecto "a quien predicamos, amonestando a todo hombre, y ense�ando a todo hombre en toda sabidur�a, a fin de presentar perfecto en Cristo a todo hombre".

Aqu� no hay descuido; ninguna suposici�n descuidada de que, debido a que son miembros del cuerpo de Cristo, todo lo dem�s debe ser correcto y puede ser dejado; porque el que mejor conoci� el amor fiel de Cristo es, sin embargo, urgente individualmente con "cada hombre". De ah� su incansable gasto de trabajo. De ah� la dedicaci�n del coraz�n y del pensamiento para que "todo hombre" sea as� edificado en la verdad, y especialmente en la verdad celestial de Cristo, que le fue encomendada a su administraci�n y ministerio, "advirtiendo a todo hombre y ense�ando a todo hombre que pueda presentar a todo hombre adulto en Cristo.

Este es el significado de "perfecto". No se trata de una cuesti�n de maldad interior, sino de llegar a la madurez en Cristo, en lugar de ni�os, descansando meramente en el perd�n. "Para lo cual tambi�n trabajo, luchando seg�n su potencia, que act�a poderosamente en m�.� As�, el esfuerzo del ap�stol no era en modo alguno s�lo en el camino de la evangelizaci�n. Hab�a mucho m�s que esto. Le influy� profunda y habitualmente en todas las ansiedades del amor.

�Porque quisiera que supierais qu� gran conflicto tengo por vosotros, y por los de Laodicea, y por todos los que no han visto mi rostro en carne, para que sus corazones sean consolados, unidos en amor, y a todos riquezas de la plena certidumbre de entendimiento, para el reconocimiento del misterio de Dios, y del Padre, y de Cristo, en quien est�n escondidos todos los tesoros de la sabidur�a y del conocimiento.

"El misterio ahora se revela, incluso la relaci�n de Cristo y la iglesia; el testimonio real de los consejos de Dios en Cristo para aquellos que componen Su cuerpo. Y como regla, siempre es lo que Dios est� haciendo realmente lo que es la verdad que se necesita con urgencia. Pueden surgir necesidades especiales y reclamar atenci�n en momentos particulares, pero como Cristo fue puesto en lo alto, esta es la verdad para los santos, y por una raz�n muy simple y suficiente es lo que Dios Padre dispuso para el d�a de la salvaci�n.

Es de esto que Cristo es el centro objetivo y la Cabeza. En esto tenemos lo que ocupa el Esp�ritu enviado del cielo. Siendo Satan�s invariablemente el antagonista personal y persistente de Cristo, cualquiera que sea el prop�sito de Dios en Cristo se vuelve peculiarmente el objeto del odio y la hostilidad de Satan�s.

Por lo tanto, como el ap�stol Pablo fue alguien a quien Dios le dio un honor especial al desarrollar el misterio y comunicarlo tambi�n en palabras inspiradas, as� �l fue llamado m�s que cualquier otro a sufrir las consecuencias en este presente mundo malo. Sus labores no fueron meramente infatigables, sino que estuvieron acompa�adas de las m�s dolorosas pruebas y angustias de esp�ritu, as� como de una continua detracci�n con el odio p�blico y la persecuci�n.

Todo lo que pod�a romper el coraz�n de un hombre santo d�a tras d�a lo atravesaba. Sin embargo, llevando a cabo su ministerio con l�grimas continuas, mir� delante de los hombres como alguien a quien nada de esto conmov�a. Sin embargo, les hace saber a los colosenses lo que pas� por ellos y otros santos que estaban delante de su coraz�n, aunque desconocidos en la carne. "Y esto digo, para que nadie os enga�e con palabras persuasivas.

Porque aunque estoy ausente en la carne, no obstante estoy con vosotros en el esp�ritu, goz�ndome y mirando vuestro orden y la firmeza de vuestra fe en Cristo.� Hubo muchas cosas que fueron bendecidas en Colosas; y el ap�stol ama dar plena cr�dito por ello. "As� que, de la manera que hab�is recibido a Cristo Jes�s el Se�or, as� andad en �l: arraigados y sobreedificados en �l, y confirmados en la fe, as� como hab�is sido ense�ados, abundando en acci�n de gracias.

De hecho, esto fue culpa de ellos: no estaban contentos con Cristo y s�lo con �l. No apreciando su gloria y plenitud, no vieron que el secreto de la verdadera sabidur�a y bendici�n, est� en ir conociendo m�s de Cristo de lo que es. ya pose�do. Tal es la �nica ra�z segura de toda bendici�n, y en esto sobre todo se muestra verdadera fe y espiritualidad. �Est� satisfecho el coraz�n con �l? �Sentimos y sabemos que nada podemos a�adirle? �Es todo lo que queremos? sacar de �l?

Luego introduce, en consecuencia, su primera advertencia solemne. "Mirad", dice �l, "que nadie os enga�e por medio de filosof�as y huecas sutilezas, seg�n las tradiciones de los hombres, seg�n los rudimentos del mundo, y no seg�n Cristo". Aqu� tenemos la mezcla, me temo, de la filosof�a del hombre natural y la tradici�n del hombre de las religiones. Estas cosas a primera vista parecen muy separadas, pero no lo son tanto en el resultado. Puede parecer que est�n tan lejos como los polos se separan; pero, de hecho, no hay nada que muestre m�s un esp�ritu en�rgico del mal obrando en el mundo que la forma en que dirige y combina estos dos ej�rcitos, que exteriormente parecen enemigos el uno del otro.

�No lo has probado? De una forma u otra, los librepensadores y los hombres supersticiosos se unen en la realidad. No hay caracter�stica de la actualidad m�s notable que el �xito con el que Satan�s est� concentrando, por as� decirlo, sus fuerzas, reuniendo en el mismo punto, donde se les necesita, a estos dos partidos; es decir, los brazos m�s pesados ??de la tradici�n humana y los m�s ligeros de la filosof�a del hombre.

Esta es la raz�n por la que en cada grave coyuntura encontrar�s que los ritualistas, por regla general, apoyar�n a los racionalistas, y los racionalistas intentar�n atenuar los procedimientos de los ritualistas. Pueden tener la apariencia de ser totalmente hostiles entre s�: ambos son s�lo hostiles a la verdad. Ambos son completa y esencialmente ignorantes de Cristo; pero el Cristo que ignoran, por religi�n o raz�n, es esa Persona bendita no tanto como Aquel que aqu� vivi� y trabaj�, como especialmente muerto y resucitado. Usan libremente Su nombre; ellos en palabra y ejercicio corporal le hacen no poca reverencia; pero sin fe todo es vano.

Amados, el Cristo que conocemos no da gloria al primer hombre; tampoco honra las ordenanzas o el sacerdocio humano. �C�mo habr�a sido exaltado si hubiera consentido en derramar el halo de su propia gloria sobre la raza como tal! Pero nuestro Se�or es el Cristo que conden� al primer hombre, la humanidad ca�da por �l fue detectada y juzgada ra�z y rama. Esto no puede ser perdonado por todos los que se adhieren al primer hombre, ya sea del lado de las ordenanzas o de la filosof�a.

�C�mo puede el hombre tolerar esa mentira, y el mundo que ha construido desde que perdi� el Ed�n, deber�a convertirse en nada? es imposible buscarlo en la naturaleza humana. El que lo sonde� todo no puede ser soportado. Debemos juzgar y juzgamos todas las cosas tal como son. Esta es la verdad sobre ellos; y Aquel que es la verdad lo dijo. La cruz de Cristo es el toque de difuntos del mundo en todas sus pretensiones ante Dios. Su tumba es la tumba del hombre.

Hermanos, el Cristo que Dios nos ha dado a conocer es el Cristo que los hombres despreciaron, echaron fuera y crucificaron. Pero �l es el Cristo que Dios resucit� de entre los muertos y lo sent� en la gloria celestial. Y esta es la verdad que es tan ofensiva para la carne en todas sus formas. Nunca ser� recibido, ni por la religi�n del mundo, ni por su filosof�a.

�Cu�n vano y peligroso al menos para ellos fue el esfuerzo de los colosenses! Estaban esforz�ndose por lograr una alianza entre Cristo y el mundo. En realidad, ellos mismos se hab�an escabullido en el coraz�n: ninguna esperanza semejante hab�a hallado favor de otro modo. No fue maravilloso que dijera en Colosenses 1:1-29 "Si permanec�is arraigados y cimentados en la fe, y no os apart�is de la esperanza del evangelio.

Se hab�an ido alejando, quiz�s no tan r�pidamente como los g�latas; en la fe hab�an sido d�biles. Y ahora el ap�stol los recordar�a: "Andad en �l, arraigados y sobreedificados en �l". Que se cuiden de la filosof�a y la tradici�n ; "porque en �l habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad." No se encuentra en la tradici�n, y menos a�n en la filosof�a.

La filosof�a es un �dolo del hombre o de la naturaleza, un sustituto ciego del conocimiento de Dios. Es falso y ruinoso, ya sea que lo deje fuera o lo introduzca, ya sea que niegue al Dios verdadero, o haga de todo un dios falso. El ate�smo y el pante�smo son los resultados �ltimos de la filosof�a, y ambos se establecen en la realidad. Dios aparte. En cuanto a la tradici�n, invariablemente pone al hombre tan lejos de Dios como puede, y llama a esto religi�n.

The truth in Christ is not merely that God came down to man in love, but that man, the believer in Christ, is now dead and risen in Him. Is Christ in the glorious presence of God? The Christian is one with Him. Accordingly, he brings in now for this object the twofold truth: "for in him," says he, "dwelleth all the fulness of the Godhead bodily. And ye are complete in him." How blessed! If He is, the fulness, you are made full in Him, "which is the head of all principality and power.

" Away, then, with every pretence to add to Him; away with all possible expedients to give lustre to Christ! "He is the head of all principality and power: in whom also ye are circumcised with the circumcision made without hands, in putting off the body of the flesh [for so it runs] by the circumcision of Christ: buried with him in baptism, wherein also ye are risen."

Constructively, to my mind, this points to the great sign of His death. It is in baptism rather than in Him. Hence it seems to me not in whom, but rightly "wherein also ye are risen with him through the faith of the operation of God." Thus baptism is not limited to signifying death. Yet it is never the sign either of life or of bloodshedding, but of a state of privilege beyond. When the apostle was told to wash away his sins, calling on the name of the Lord, blood does not seem to have been meant, but water. For this is the sign not so much of what would expiate as cleanse. But the cleansing as well as expiation is by the death of Christ out of whose side flowed both.

Here the doctrine carries one a little farther than either Romanos 6:1-23 or 1 Pedro 3:1-22. There is death and burial of all we were; but there is here at least resurrection with Christ death and resurrection. In Romans the emphatic point is simply death, because the argument of the apostle in chapter 6 does not admit of going beyond the truth that the baptized believer is alive from the dead not exactly risen, but alive unto God.

In Colossians the argument requires that our resurrection with Christ, as well as death and burial, should be distinctly stated. And so it is. "Buried with him in baptism, wherein also ye are risen with him through the faith of the operation of God, who has raised him from the dead."

He applies the truth to the case in hand after this: "And you, being dead in your sins and the uncircumcision of your flesh, hath he quickened together with him, having forgiven us all trespasses; blotting out the handwriting of ordinances that was against us." He does not say "against you," because, in truth, the Colossian saints had never been under the law and its ordinances; they had been Gentiles.

But whereas he said, "that you, being dead," were now thus raised, so he says, "blotting it out against us;" for all that we, poor Jews, could boast the ordinances were against us instead of being for us, and they are gone now.

"Blotting out the handwriting of ordinances that was against us, which was contrary to us, and took it out of the way, nailing it to his cross; and having spoiled principalities and powers, he made a show of them openly, triumphing over them in it. Let no man therefore judge you in meat, or in drink, or in respect of an holy day, or of the new moon, or of the sabbath days: which are a shadow of things to come; but the body is of Christ.

" Thus is seen first of all, in virtue of the dead and risen Christ in whom they believed, that they were quickened and all their trespasses forgiven, two things here strikingly united together. The very life that I have in Christ is a witness that my sins are forgiven. It is not merely the life of a Christ that lived in this world, but the life of Him that was lifted up on the cross, and bore my sins there. But now the work is done, and the atonement is accepted before that new life is given me in Him risen.

One cannot therefore be quickened together with Christ without having one's trespasses, yea, all (for if not all, none) forgiven. The guilt which a broken law charged on the conscience is gone by an act infinitely more glorifying to God than the personal righteousnesses of all the men that ever lived, not to speak of the conscious pardon which is also secured to those who possess it. Had you to do with the law? The mighty work of Christ has entirely delivered from it.

The sentence is blotted out; the power of Satan is spoiled openly; Christ risen triumphs over all. There is no new means of grace; there is no development, still less supplement to Christ. The one and same Christ it is who has settled everything.

As to the Jewish rites and feasts that some were endeavouring to re-impose, take for an instance the Sabbath, which is the stronger, because it was from the beginning of the first man, yet unfallen, and of course long before the Jewish people. "Let no man judge you" is the exhortation. They were shadows. Have you not got the substance? Why be found running from the substance after the shadow? "Let no man beguile you of your reward in a voluntary humility and worshipping of angels, intruding into those things which he hath not seen, vainly puffed up by his fleshly mind, and not holding the head.

" Thus the fact of prying into that which God has not revealed, and man has not seen, such as speculations about angels, is the patent proof that the heart is not really satisfied with its portion. This is not holding the Head. He who keeps fast Christ thus, in conscious union with Him, could never be craving after angels. In Christ the saint is above them, and leaves them to God without anxiety or envy.

We know well that God is making a good use of them, and that, in point of fact, if we meddle, it can only be to loss and confusion. "And not holding the head, from which all the body by joints and bands having nourishment ministered, and knit together, increaseth with the increase of God."

Next, the doctrine is applied still more definitely. "Wherefore," says he, "if ye be dead with Christ "which is one grand part of his subject "if ye be dead with Christ from the rudiments of the world, why, as though living [or alive] in the world, are ye subject to ordinances?" Of course it is not at all being dead to what a man had as a natural life in the world. Such is not the Christian life, which is really the life of Him that died and rose again.

He died this is the point here and therefore I am dead too. But if I am dead, what have I to do with those things that only affect men as long as they live? Certainly they have no relation to me now risen with Him. A man alive in the world is under these ordinances, and owns them. Such was the position of Israel. They were a people living in the world, and the whole system of Judaism supposed and dealt with a people in the world.

In moral truth, as well as literal fact, the veil, shadowing their state, was not yet lifted up from the unseen world. But the first characteristic result of Christ's work on the cross was the veil that shut up the holiest rent from top to bottom. Thus it begins, not with the incarnation (for sin was not yet judged, nor man brought to God), but with the cross, with redemption. There was no Christianity i.

e., no deliverance of man and setting him in the Second Man before Christ became first-born from among the dead. Clearly, therefore, the whole character of the new system depends, first, on the Deity of the incarnate Saviour, and, secondly, on the glorious truths of His atoning death and of His resurrection. Thus we should hold Him fast, not only in other respects, but in this special relation of "Head."

So he says, "If ye be dead with Christ from the rudiments of the world, why, as though living in the world, are ye subject to ordinances?" Then he gives a specimen of these: "Touch not; taste not; handle not." But this is not the character of Christianity, but of Judaism. It pertains to a life in this world to say, "Touch not; taste not; handle not." It is all well for a Jew, because he has got his abstinences and his restrictions.

But this is not at all the divine way of dealing with the Christian. We are not Jews; we have our place in Christ dead and risen, or are nothing. Such prohibitory commands had their day; but the time of reformation is come. It is a question now of truth and holiness in the Spirit of Christ, in short. These restrictions dealt with meats and drinks, and such like things, which perish in the using. The Christian never stood on any such fleshly ground.

He is dead with Christ; consequently he has passed out of the sphere to which such dealings apply. "Which things have indeed a show of wisdom in will-worship, and humility, and neglecting of the body; not in any honour to the satisfying of the flesh." Proud, fallen nature is satisfied even by these efforts to put down the body; whereas God would have the body to have a certain honour in its own place, and that of the Christian is the temple of the Holy Ghost. Thus in every way the ritualistic system is false, and a traitor to Him who died on the cross.

But there is far more than that: "If ye then be risen with Christ." Here we enter not merely what clears one out from the rudiments of the world, but what introduces us into the new thing. We need the positive as well as the negative; and as we have just had the latter, so the former now comes before us. Instead of letting the reins free now to run in the race of improving the world and bettering society, or any of the objects that occupy men as such, the saints of God should abstain altogether.

Many who really love the Lord are in this quite misguided as to the duty of the Christian here below. "If ye then be risen with Christ, seek those things which are above, where Christ sitteth on the right hand of God." And as if that were not precise enough, it is added, "Set your affection on things above." It is rather "your mind;" for here, however important the state of the heart, it is a question simply of the whole bent and judgment.

"Set your mind on things above, not on things on the earth." It is not merely bringing the heavenly into them, so to speak; and decidedly not of joining the two things together. The Colossians, like others, would have liked this well enough; it is just what they were about, and the very thing that the apostle is here correcting. The apostle will not sanction such an amalgam, but refuses it; and we must remember that in these exhortations it was the Lord acting by the Spirit in His servant. "Set your mind on things above, not on things on the earth; for ye are dead."

Note well again that it is not here man striving to become dead, which is a notion unknown to the revelation of God, new or old. In fact there was not even the thought of striving to be dead before the death of Christ came; and when He died, the Spirit in due time revealed not alone that He died for us, but that we died in Him. Thus no room was left for striving to die. The Christian owns his death in his very baptism; and what is wanted is not effort to attain, but the Spirit's power in acting on the truth by faith.

This it is that always settles the difficulties in the great conflict that rages now as ever, and more than ever, between human religion and the truth of God. Since men have a certain knowledge of Christ's death, they are striving to die. It is the law in a new and impossible shape. That is the meaning of all that seems good in the world's piety. It is an effort to become dead to what is wrong; to cultivate what is felt to be glorifying to God; to avoid what is contrary to His will, and injurious to the soul.

But does this so much as resemble the provision of grace for the Christian? Is this the truth? Must we not first and foremost be subject to the truth? If I have Christ as a Saviour at all, instead of struggling to die in the sense meant, I am called to believe that I am already dead.

It is remarkable that the two well-known and standing institutions I will not call them ordinances of Christianity, baptism and the Lord's supper, are the plain and certain expression of death in grace. When a person is baptized, this is the meaning of the act; nor has it any true force, but is an illusion, otherwise. For the baptized soul confesses that the grace of God gives death to sin in Him who died and rose again.

The Jew looked only for a mighty King Messiah; the Christian is baptized into the death of Him who suffered on the cross, and finds not alone his sins forgiven, but sin, the flesh, condemned, and himself now viewed of God as dead to all; for nothing less is set forth in baptism. Thus it is from the first the expression of a most needed truth, which remains the comfort of grace throughout the whole Christian career, and is therefore never repeated.

Again, on each Lord's day, when we are gathered together to Christ's name, what is before us according to God's word and will? A substantially similar blessing is stamped on the table of the Lord. When the Christians unite in breaking bread, they show forth the death of Christ till He come. It is not a mere duty that has to be done; but the heart is in presence of the objective fact that He died for us, His body.

As believing in Him, this is our place. Such is the basis of the liberty wherewith Christ has set us free. It is a liberty founded on death, displayed in resurrection, known in the Spirit. Having this in the soul, one is entitled to have it in the body also at His coming. Besides, we are one bread, one body.

Hence we find the glorious future display referred to here: "When Christ, who is our life, shall appear;" for we have both "ye are dead," and "your life is hid with Christ in God." We may be content to be hidden while He is hidden; but He is not always to be out of sight. The Christian will have all the desires of the new man gratified. Now he may have the blessed enjoyment of communion with Christ, but it is a Christ crucified on earth. His glory is in heaven. A man seeks to shine in the world now; it is a heedless if not heartless forgetfulness, that here He knew nothing but rejection.

Am I then false or true to the constant sign of my Master's death? Am I to court the honour of those who refused Christ, and gave Him a cross? Am I to forget His glory in the presence of God? Ought I not, in my measure of faith, to be the expression of both? Ought I not to share my Master's shame and dishonour here? Ought I not to wait to enter the same glory with the Christ of God? So it is said here, "When Christ, who is our life, shall appear, then shall ye also appear with him in glory.

" Accordingly the path of Christian duty is grounded on these wondrous truths. "Mortify therefore your members which are upon the earth; fornication, uncleanness, inordinate affection, evil concupiscence, and covetousness, which is idolatry." What a humbling consideration that those so blessed (dead, as we have said, and risen with Christ) are here told to mortify what is most shameful and shameless! But so it is.

It is really what man is; and such is the nature which alone we had as children of Adam. These are alas! in the singularly energetic language of the Spirit of God here called the members of the man. "Mortify therefore your members which are upon the earth fornication, uncleanness, inordinate affection, evil concupiscence, and covetousness, which is idolatry: for which things' sake, the wrath of God cometh on the children of disobedience: in the which ye also walked sometime."

It is no use denying the plain truth "when ye lived in them;" it is blessed to know that we are dead now. Let us hearken, "But now, ye also put off all these." Here we come not merely to that which is displayed in the forms of the corruption that goes on through things or persons outside us, as it were, but by inner feelings of violence: "But now ye also put off all these; anger, wrath, malice, blasphemy, filthy communication out of your mouth.

" Falsehood, too, is judged as it never was before, "Lie not one to another, seeing that ye have put off the old man with his deeds; and have put on the new man, which is renewed in knowledge after the image of him that created him." Not Adam, but Christ is the standard Christ who is God as well as man; "where there is neither Greek nor Jew, circumcision nor uncircumcision, barbarian, Scythian, bond nor free: but Christ is all, and in all." How blessed! "Christ is all, and in all."

Thus the believer can look round full of joy upon his brethren; he can count up souls from every tribe, tongue, and station. Who has been overlooked in the comprehensive and active grace of our God? And what is he then entitled to see? Christ in them. And what a deliverance from self to see Christ in them! Yes, but Christ is "all" as truly as He is "in all." Oh, to forget all that which produces jealousy, pride, vanity, each and every feeling contrary to God and unedifying to man; to be comforted and to comfort others with such a truth Christ is all, and Christ is in all! Such is God's word, and are we, or are we not, entitled to say so now? Sorrowful circumstances may, alas! require us to pronounce on evil ways in order to look into this evil doctrine or that; but the apostle speaks now of the saints in their ordinary and normal manner.

Does not this still abide true? Am I entitled, as I look upon Christians henceforth, to see nothing but Christ in any and Christ in every one? Yes, Christ is in all, and Christ is all. "Put on, therefore" (says he, in the enjoyment of such grace. Now comes the positive character to be borne) "Put on, therefore, as the elect of God, holy and beloved." How like the description is to Christ Himself! He was God's chosen One in the highest sense; He was the holy and beloved.

Who ever appealed in distress, and did not find in Him bowels of mercies, kindness, humbleness of mind, meekness, long-suffering? Then follows that which could be said of us alone. "If any man have a quarrel against any, even as Christ forgave you, so also do ye." Forgiving one another is fortified by His example who did no sin, neither was evil found in His mouth. Christ on earth was a blessed pattern of forgiveness and forbearance. "Even as Christ forgave you." He now brings Him in openly, and to ourselves.

But there is a crowning quality: "And above all these things put on charity," because this is, as nothing else can be, the fullest sign of that which God is Himself, the energy of His nature. His light may detect, but His love is the spring of all His ways. No matter what may be the demand, love is after all most essential and influential too. It lies at the bottom when we think of the wants of the saints of God here below.

There is a figure especially characteristic of the divine nature morally considered I need not say light, as we are told more fully in the epistle to the Ephesians. Yet above all the saints are to put on charity, which is the bond of perfectness; "and let the peace of Christ rule," for so it reads, not the peace of God, but the peace of Christ. Everything in our epistle is traced up to Christ as the head of all possible blessing.

So "let the peace of Christ rule in your hearts;" that is, the very peace which Christ Himself lived and moved in. Let His peace rule. He knows everything and feels everything. I may be perfectly certain, whatever may be my sorrow or travail of spirit about anything, Christ feels far more deeply (yea, infinitely deeper than any other) those that may excite any of us. Yet He has absolute peace, never broken or ruffled for an instant.

And in us, poor feeble souls, why should not this peace rule in our hearts, to the which also we are called in one body? "And be ye thankful. Let the word of Christ" (it was God's word, but still called the word of Christ here) "dwell in you richly in all wisdom." There might be a word of God which was not in the same way the word of Christ. There are many portions of the scriptures that do not by any means suit or suppose the estate and path of the Christian.

"And let the word of Christ dwell in you richly in all wisdom; teaching and admonishing one another." It is not Christ Himself, as in Efesios 3:1-21, the wondrous issue even now in us by the power of the Spirit; but, at least, in His word is found (what the Colossians needed) an active and most pure spring of instruction and counsel, and mutuality of help by it.

Such is the fruit of His word thus dwelling in us. Nor is this all. "In psalms and hymns and spiritual songs, singing with grace in your hearts to the Lord." It matters little how well taught the saint may be, nor how he may know the moral beauty and the unfailing wisdom of the word, if positive fruit be not increased: if the spirit and power of worship abound not, there is something altogether short, or wrong.

"And whatsoever ye do in word or deed, do all in the name of the Lord Jesus, giving thanks to God and the Father by him." Thus, even if there be not actually formal praise, the Lord looks for thankfulness of heart, as counting on love in everything.

After this follow particular exhortations, on which we need not at present dwell. We have wives and husbands, children and fathers, servants and masters, brought together successively up to the first verse of Colosenses 4:1-18, which should, of course, close Colosenses 3:1-25 rather than begin a new one.

Then come general injunctions. "Continue in prayer, and watch in the same with thanksgiving." Neither completeness in Christ, nor joyful sense of heavenly relationship, nor heed to our own relations in this life, should weaken for an instant, but rather minister to an increased sense of the need and value of depending on God. Nor is continuance in prayer all; but vigilant watch in the same, which does not let slip the just occasion for supplication; and as all things were to be done with thanksgiving, so prayer also, which would assuredly not forget the need of those in the forefront of the spiritual warfare and toil of love.

"Watch in the same with thanksgiving; withal praying also for us, that God would open unto us a door of utterance, to speak the mystery of Christ, for which I am also in bonds: that I may make it manifest, as I ought to speak." Nor is there to be unwatchfulness, but consideration in love of those without. "Walk in wisdom toward them that are without, redeeming the time. Let your speech be alway with grace, seasoned with salt, that ye may know how ye ought to answer every man." The fit time and suited speech, always in grace, not without faithfulness Godward, how good and needful they are!

Further, we see how Christian love delights to communicate and to hear. It was his confidence in their love; and this is shown not merely in his desire to hear about them, but in the conviction that they would like to hear about him. Can anything be sweeter than this genuine simplicity of affection and mutual interest? In a man it would be vain and curious: it is blessed in a Christian.

No right-minded man, as such, could take for granted that others would care to know about his affairs any more than be theirs, unless indeed in case of a relation, or a friend, or a public and extraordinary personage. But here writes the lowly-minded apostle, in the full assurance that, though he had never seen them, or they him, it would be real and mutual gratification to know about one another from him who went between them.

What a spring of power is the love of Christ Truly charity is "the bond of perfectness." "And my state shall Tychicus declare unto you, who is a beloved brother, and a faithful minister and fellow-servant in the Lord: whom I have sent unto you for the same purpose, that he might know your state, and comfort your hearts; with Onesimus, a faithful and beloved brother, who is one of you. They shall make known unto you all things which are done here."

Then come allusions to his various fellow-prisoners and fellow-servants, particularly noting Epaphras, who laboured fervently in prayer for them. This, I am sure, should not be weakened, brethren. We know that there is danger on all sides. We may have proved how sadly everything of the sort has been perverted; but there is a sense, and a most weighty one too, in which we cannot too much strengthen the links of love between the saints of God, and that too where there is a real holy ministry for their good.

And this the apostle was doing, and particularly for one that came from them. We might well suppose that there was some hindrance to the full flow of affection an their part. But the apostle took every pains to, show how great was the love of Epaphras for them; for his faithful spirit knew some little of that which the apostle knew well, that the more abundantly he loved, the less he was loved. "For I bear him record, that he hath a great zeal for you, and them that are in Laodicea.

" His was by no means a love inactive or limited. There was no such notion as only caring for the saints in his own particular place. Paul narrowed himself to no local ties, nor should we allow such a thing for an instant. All the saints belong to us, as we belong to all of them. And so he mentions particularly others, even if some little felt this link. "Luke, the beloved physician, and Demas, greet you.

Salute the brethren which are in Laodicea, Nymphas, and the church which is in his house. And when this epistle is read among you, cause that it be read also in the church of the Laodiceans." It is evident, therefore, that these apostolic epistles were meant to circulate among the saints. And perhaps this may be the key to what we are next told: "And ye likewise read the epistle from Laodicea." The epistle to Laodicea is not said: so we have no sufficient reason to trouble ourselves about there being a lost portion of the inspired writings.

There is no proof of the sort. I am aware that men have reasoned much about it; but this is a proof that evidence fails. Why should we heed conjecture? Had they prayed more, the result might have been to better purpose. Possibly apostles may have written epistles that were not intended for the permanent instruction of the church; but that what was so intended is lost we may resolutely deny from all we know of our God.

Whatever insinuates it denies that He has adequately provided for His church here below: this He has surely done in every form in His word. There is no imperfectness in that word, neither does any ground exist to suppose that any part of it has vanished away. No doubt we may detect the flaws of man's negligence, not knowing how to treat with becoming care the precious deposit of truth; but there is nothing more.

Es decir, puede haber una diferencia de lectura aqu� y all� que perjudique la belleza y exactitud plenas de la bendita palabra de Dios; pero, en cuanto a la sustancia, los m�s t�midos pueden estar seguros de que la ten�is en las peores ediciones de la cristiandad. No se inquiete con la charla de los cr�ticos: es natural que los comerciantes lloren sus productos. Viven en puntos minuciosos e incertidumbre.

Como entonces no se dice que esta ep�stola haya sido dirigida a Laodicea, podemos deducir que era de esa iglesia o, si era apost�lica, iba de una asamblea a otra. Si era lo �ltimo, hab�a llegado a Laodicea, de donde los colosenses lo procurar�an a su vez.

Arquipo deb�a prestar atenci�n al ministerio que hab�a recibido en el Se�or. Sin duda, algunos de nosotros todav�a queremos la pista. �Que �l nos haga y nos mantenga fieles!

Información bibliográfica
Kelly, William. "Comentario sobre Colossians 2". Comentario de Kelly sobre los libros de la Biblia. https://beta.studylight.org/commentaries/spa/wkc/colossians-2.html. 1860-1890.