Bible Commentaries
Romanos 16

Comentario de Kelly sobre los libros de la BibliaComentario de Kelly

Versículos 1-27

Las circunstancias bajo las cuales se escribi� la ep�stola a los Romanos dieron lugar al desarrollo m�s completo y completo, no de la iglesia, sino del cristianismo. Ning�n ap�stol hab�a visitado jam�s Roma. Hab�a algo que todav�a les faltaba a los santos all�; pero aun esto fue ordenado por Dios para suscitar del Esp�ritu Santo una ep�stola que m�s que cualquier otra se acerca a un tratado completo sobre los fundamentos de la doctrina cristiana, y especialmente en cuanto a la justicia.

�Seguir�amos las alturas de la verdad celestial, sondear�amos las profundidades de la experiencia cristiana, examinar�amos las obras del Esp�ritu de Dios en la Iglesia, nos inclinar�amos ante las glorias de la persona de Cristo, o aprender�amos sus m�ltiples oficios? , debemos buscar en otra parte de los escritos del Nuevo Testamento, sin duda, pero en otra parte en lugar de aqu�.

La condici�n de los santos romanos requer�a una proclamaci�n del evangelio de Dios; pero este objeto, para ser entendido y apreciado correctamente, lleva al ap�stol a una exhibici�n de la condici�n del hombre. Tenemos a Dios y al hombre en presencia, por as� decirlo. Nada puede ser m�s simple y esencial. Aunque indudablemente existe esa profundidad que debe acompa�ar toda revelaci�n de Dios, y especialmente en relaci�n con Cristo como ahora se manifiesta, todav�a tenemos a Dios adapt�ndose a las primeras necesidades de un alma renovada, es m�s, incluso a la miseria de las almas sin Dios, sin ning�n conocimiento real ni de s� mismos ni de �l. No, por supuesto, que los santos romanos estuvieran en esta condici�n; pero que Dios, al escribirles por medio del ap�stol, aprovecha la oportunidad para poner al descubierto el estado del hombre as� como Su propia gracia.

Romanos 1:1-32 . Desde el principio tenemos estas caracter�sticas de la ep�stola revel�ndose a s� mismas. El ap�stol escribe con la plena afirmaci�n de su propia dignidad apost�lica, pero tambi�n como servidor. "Pablo, siervo de Jesucristo", ap�stol "llamado", no nacido, menos a�n como instruido o designado por hombre, sino ap�stol "llamado", como �l dice, "apartado para el evangelio de Dios, que �l hab�a prometido de antemano". por sus profetas.

"La conexi�n se admite plenamente con lo que hab�a sido de Dios en la antig�edad. Ninguna nueva revelaci�n de Dios puede anular las que las precedieron; pero como los profetas esperaban lo que estaba por venir, as� el evangelio ya vino, apoyado por el pasado. .. Hay confirmaci�n mutua. Sin embargo, lo que en nada es lo mismo que lo que fue o lo que ser�. El pasado prepar� el camino, como aqu� se dice, "que Dios hab�a prometido antes por medio de sus profetas en las sagradas escrituras, acerca de su Hijo Jesucristo nuestro Se�or, [aqu� tenemos el gran objeto central del evangelio de Dios, s�, la persona de Cristo, el Hijo de Dios,] que era del linaje de David seg�n la carne" (v. 3). Esta �ltima relaci�n era el sujeto directo del testimonio prof�tico, y Jes�s hab�a venido en consecuencia, era el Mes�as prometido, nacido Rey de los jud�os.

Pero hab�a mucho m�s en Jes�s. �l fue "declarado", dice el ap�stol, "hijo de Dios con poder, seg�n el Esp�ritu de santidad, por la resurrecci�n de entre los muertos" (?? ?????????? ??????, ver. 4). Era el Hijo de Dios no meramente tratando con los poderes de la tierra, el Rey de Jehov� en el santo monte de Si�n, sino de una manera mucho m�s profunda. Porque, esencialmente asociado como est� a la gloria de Dios Padre, la liberaci�n total de las almas del reino de la muerte tambi�n fue suya.

En esto tambi�n tenemos la bendita conexi�n del Esp�ritu (aqu� designado peculiarmente, por razones especiales, "el Esp�ritu de santidad"). Esa misma energ�a del Esp�ritu Santo que se hab�a manifestado en Jes�s, cuando camin� en santidad aqu� abajo, fue demostrada en resurrecci�n; y no meramente en Su propia resurrecci�n de entre los muertos, sino en resucitar a los tales en cualquier momento, sin duda, aunque de manera m�s destacada y triunfal se muestra en Su propia resurrecci�n.

La relaci�n de esto con el contenido y la doctrina principal de la ep�stola aparecer� abundantemente m�s adelante. Perm�taseme referirme de paso a algunos puntos m�s en la introducci�n, para relacionarlos con lo que el Esp�ritu estaba proporcionando a los santos romanos, as� como para mostrar la perfecci�n admirable de cada palabra que la inspiraci�n nos ha dado. No quiero decir con esto meramente su verdad, sino su exquisita idoneidad; de modo que el discurso de apertura comienza con el tema en cuesti�n e insin�a esa l�nea particular de verdad que el Esp�ritu Santo considera adecuado seguir en todo momento.

A esto llega entonces el ap�stol, despu�s de haber hablado del favor divino que se le mostr� a s� mismo, tanto cuando era pecador, como ahora en su propio lugar especial de servicio al Se�or Jes�s. �Por quien recibimos la gracia y el apostolado para la obediencia a la fe�. No se trataba de una cuesti�n de obediencia legal, aunque la ley proced�a de Jehov�. El gozo y la gloria de Pablo estaban en el evangelio de Dios. As� pues, se dirigi� a la obediencia de la fe; no por este sentido la pr�ctica, y menos a�n seg�n la medida del deber del hombre, sino la que est� en la ra�z de toda pr�ctica fe-obediencia obediencia del coraz�n y de la voluntad, renovada por la gracia divina, que acepta la verdad de Dios.

Para el hombre esta es la m�s dura de todas las obediencias; pero una vez asegurado, conduce pac�ficamente a la obediencia de todos los d�as. Si se pasa por alto, como sucede con demasiada frecuencia en las almas, invariablemente deja la obediencia pr�ctica coja, coja y ciega.

Fue por esto entonces que Pablo se describe a s� mismo como ap�stol. Y como es para la obediencia de la fe, de ninguna manera se restringi� al pueblo jud�o "entre todas las naciones, por su nombre (de Cristo): entre los cuales tambi�n sois vosotros los llamados de Jesucristo" (vers�culos 5, 6). �l am� incluso aqu� en el umbral para mostrar la amplitud de la gracia de Dios. Si fue llamado, tambi�n fueron ellos ap�stol, no ap�stoles sino santos; pero aun as�, para ellos como para �l, todo flu�a del mismo amor poderoso, de Dios.

"A todos los que est�is en Roma, amados de Dios, llamados santos" (v. 7). A �stos, pues, desea, como era su costumbre, el manantial fresco de aquella fuente y manantial de bendici�n divina que Cristo ha hecho para nosotros pan de casa: "Gracia y paz de Dios nuestro Padre, y del Se�or Jesucristo" ( versi�n 7). Entonces, desde ver. 8, despu�s de dar gracias a Dios por medio de Jes�s por la fe de ellos, de la que se habla en todas partes, y de hablarles de sus oraciones por ellos, les revela brevemente el deseo de su coraz�n acerca de ellos su esperanza largamente acariciada seg�n la gracia del evangelio de llegar a Roma su confianza en el amor de Dios para que por medio de �l les sea impartido alg�n don espiritual, a fin de que puedan ser confirmados, y, seg�n el esp�ritu de gracia que llen� su propio coraz�n, para que �l tambi�n pueda ser consolado junto con ellos "

11, 12). Nada como la gracia de Dios para producir la m�s verdadera humildad, la humildad que no s�lo desciende hasta el m�s bajo nivel de los pecadores para hacerles bien, sino que es ella misma fruto de la liberaci�n de ese amor propio que se envanece o rebaja a los dem�s. . Sea testigo del gozo com�n que la gracia da a un ap�stol con los santos que nunca hab�a visto, de modo que incluso �l debe ser consolado as� como ellos por su fe mutua.

Por lo tanto, no quer�a que ignoraran c�mo se hab�an acostado en su coraz�n para una visita (v. 13). Era deudor tanto de los griegos como de los b�rbaros, tanto de los sabios como de los insensatos; �l estaba listo, en lo que a �l concern�a, para predicar el evangelio tambi�n a los que estaban en Roma (v. 14, 15). Incluso los santos all� habr�an sido mucho mejores por el evangelio. No fue meramente "a los que est�n en Roma", sino "a vosotros que est�is en Roma".

"As� es un error suponer que los santos no pueden ser beneficiados por una mejor comprensi�n del evangelio, al menos como Pablo lo predic�. En consecuencia, les dice ahora qu� raz�n ten�a para hablar tan fuertemente, no de las verdades m�s avanzadas, sino de las buenas nuevas. "Porque no me averg�enzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvaci�n a todo aquel que cree; al jud�o primeramente, y tambi�n al griego" (v. 16).

Observe, el evangelio no es simplemente la remisi�n de los pecados, ni es solo la paz con Dios, sino "el poder de Dios para salvaci�n". Ahora aprovecho esta oportunidad para presionar a todos los que est�n aqu� para que tengan cuidado con los puntos de vista contra�dos de la "salvaci�n". Tenga cuidado de no confundirlo con almas que son vivificadas, o incluso llevadas al gozo. La salvaci�n supone no s�lo esto, sino mucho m�s. Dif�cilmente existe una fraseolog�a que tienda a da�ar m�s las almas en estos asuntos que una forma vaga de hablar de la salvaci�n.

"De todos modos, es un alma salvada", escuchamos. "El hombre no tiene nada parecido a la paz establecida con Dios; tal vez apenas sabe que sus pecados son perdonados; pero al menos es un alma salvada". He aqu� un ejemplo de lo que es tan censurable. Esto es precisamente lo que no significa salvaci�n; y la insistir� fuertemente en todos los que me escuchan, m�s particularmente en aquellos que tienen que ver con la obra del Se�or, y por supuesto ardientemente desean trabajar inteligentemente; y esto no s�lo para la conversi�n, sino para el establecimiento y liberaci�n de las almas.

Nada menos, estoy persuadido, que esta bendici�n plena es la l�nea que Dios ha dado a aquellos que han seguido a Cristo fuera del campamento, y que, habiendo sido liberados de los caminos contra�dos de los hombres, desean entrar en la grandeza y en al mismo tiempo la profunda sabidur�a de cada palabra de Dios. No tropecemos en el punto de partida, sino que dejemos espacio a la debida extensi�n y profundidad de la "salvaci�n" en el evangelio.

No hay necesidad de insistir ahora en "salvaci�n" como se emplea en el Antiguo Testamento, y en algunas partes del Nuevo, como los evangelios y Apocalipsis particularmente, donde se usa para liberaci�n en poder o incluso providencia y cosas presentes. Me limito a su importancia doctrinal, y al pleno sentido cristiano de la palabra; y sostengo que la salvaci�n significa esa liberaci�n para el creyente que es la plena consecuencia de la obra poderosa de Cristo, aprehendida, por supuesto, no necesariamente de acuerdo con toda su profundidad a los ojos de Dios, pero en todo caso aplicada al alma en el poder del Esp�ritu Santo.

No es el despertar de la conciencia, por real que sea; tampoco es la atracci�n del coraz�n por la gracia de Cristo, por muy bendita que �sta sea. Por lo tanto, debemos tener en cuenta que si un alma no es tra�da a la liberaci�n consciente como fruto de la ense�anza divina y fundada en la obra de Cristo, estamos muy lejos de presentar el evangelio como el ap�stol Pablo se glor�a en �l, y se deleita en que debe salir. "No me averg�enzo", etc.

Y da su raz�n: "Porque en esto la justicia de Dios se revela por fe y para fe; como est� escrito: El justo por la fe vivir�". Es decir, es el poder de Dios para salvaci�n, no porque sea victoria (que al principio de la carrera del alma s�lo dar�a importancia al hombre aunque sea posible, lo cual no es), sino porque es "la justicia de Dios." No es Dios buscando, o el hombre trayendo justicia.

En el evangelio se revela la justicia de Dios. As�, la introducci�n se abre con la persona de Cristo y se cierra con la justicia de Dios. La ley exig�a, pero nunca pod�a recibir justicia del hombre. Cristo ha venido y lo ha cambiado todo. Dios est� revelando una justicia propia en el evangelio. Es Dios quien ahora da a conocer una justicia al hombre, en lugar de buscarla del hombre.

Indudablemente hay frutos de justicia, que son por Jesucristo, y Dios los valora no dir� de hombre, sino de sus santos; pero aqu� est� lo que, seg�n el ap�stol, Dios tiene para el hombre. Es para que los santos aprendan, por supuesto; pero es la que sale con su propia fuerza y ??fin necesario a la necesidad del hombre de una justicia divina, que justifica en vez de condenar al que cree.

Es "el poder de Dios para salvaci�n". Es para los perdidos, por lo tanto; porque ellos son los que necesitan salvaci�n; y es salvar no meramente para vivificar, sino para salvar; y esto porque en el evangelio se revela la justicia de Dios.

Por lo tanto, como �l dice, aqu� se revela "por la fe", o por la fe. Es la misma forma de expresi�n exactamente como en el comienzo de Romanos 5:1-21 "siendo justificados por la fe" (?? ???????). Pero adem�s de esto a�ade "a la fe". La primera de estas frases, "de la fe", excluye la ley; el segundo, "a la fe", incluye a todos los que tienen fe dentro del alcance de la justicia de Dios.

La justificaci�n no proviene de las obras de la ley. La justicia de Dios se revela por la fe; y por consiguiente, si hay fe en alguna alma, a �sta se revela, a la fe dondequiera que est�. Por lo tanto, de ninguna manera se limit� a ninguna naci�n en particular, como las que ya hab�an estado bajo la ley y el gobierno de Dios. Era un mensaje que sali� de Dios a los pecadores como tales. Sea el hombre lo que sea, o donde sea, las buenas noticias de Dios eran para el hombre.

Y a esto concordaba el testimonio del profeta. "El justo por la fe vivir�" (no por la ley). Aun donde estaba la ley, no por ella sino por la fe viv�an los justos. �Creyeron los gentiles? Ellos tambi�n deber�an vivir. Sin fe no hay justicia ni vida que sea de Dios; donde est� la fe, el resto seguramente seguir�.

En consecuencia, esto lleva al ap�stol a la parte anterior de su gran argumento, y en primer lugar de manera preparatoria. Aqu� pasamos de la introducci�n de la ep�stola. �Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad� (v. 18). Esto es lo que hizo que el evangelio fuera tan dulce y precioso, y, adem�s, absolutamente necesario, si quer�a escapar de la ruina segura y eterna.

De lo contrario, no hay esperanza para el hombre; porque el evangelio no es todo lo que ahora se da a conocer. No solo se revela la justicia de Dios, sino tambi�n Su ira. No se dice que sea revelado en el evangelio. El evangelio significa Sus buenas nuevas para el hombre. La ira de Dios no podr�a ser una buena noticia. Es verdad, es necesario que el hombre aprenda; pero de ninguna manera es una buena noticia. Luego est� la verdad solemne tambi�n de la ira divina.

Todav�a no est� ejecutado. Es "revelado", y esto tambi�n "desde el cielo". No se trata de un pueblo en la tierra, y de la ira de Dios estallando de una forma u otra contra el mal humano en esta vida. La tierra, o al menos la naci�n jud�a, hab�a estado familiarizada con tales tratos de Dios en tiempos pasados. Pero ahora es "la ira de Dios desde el cielo"; y por consiguiente es en vista de las cosas eternas, y no de las que tocan la vida presente en la tierra.

Por lo tanto, como la ira de Dios se revela desde el cielo, es contra toda forma de impiedad "contra toda impiedad". Adem�s de esto, que parece ser la expresi�n m�s completa para abarcar todo tipo y grado de iniquidad humana, tenemos uno muy espec�ficamente nombrado. Es contra la "injusticia de los hombres, que detienen con injusticia la verdad". Mantener la verdad en la injusticia no ser�a seguridad.

�Pobre de m�! sabemos c�mo fue esto en Israel, c�mo pudo ser y ha sido en la cristiandad. Dios se pronuncia contra la injusticia de los tales; porque si el conocimiento, por exacto que sea, de la mente revelada de Dios no fue acompa�ado por ninguna renovaci�n del coraz�n, si fue sin vida hacia Dios, todo debe ser en vano. El hombre es mucho peor por conocer la verdad, si la retiene con injusticia. Hay algunos que encuentran dificultad aqu�, porque la expresi�n "to hold" significa sujetar firmemente.

Pero es muy posible que los inconversos sean tenaces en la verdad, pero injustos en sus caminos; y tanto peor para ellos. Dios no trata as� a las almas. Si su gracia atrae, su verdad humilla y no deja lugar a la vana jactancia y la confianza en s� mismo. Lo que hace es traspasar y penetrar la conciencia del hombre. Si se puede decir as�, �l retiene as� al hombre, en lugar de dejar que el hombre suponga que est� reteniendo la verdad. El hombre interior es tratado y escudri�ado de cabo a rabo.

Nada de esto est� previsto en la clase que aqu� se presenta ante nosotros. Son meramente personas que se enorgullecen de su ortodoxia, pero en una condici�n totalmente no renovada. Tales hombres nunca han faltado desde que la verdad ha brillado en este mundo; menos a�n lo son ahora. Pero la ira de Dios se revela preeminentemente desde el cielo contra ellos. Los juicios de Dios caer�n sobre el hombre en cuanto hombre, pero los golpes m�s duros est�n reservados para la cristiandad.

All� se sostiene la verdad, y al parecer tambi�n con firmeza. Esto, sin embargo, se pondr� a prueba poco a poco. Pero por el tiempo se retiene, aunque con injusticia. As� la ira de Dios se revela desde el cielo contra (no s�lo la abierta impiedad de los hombres, sino) la injusticia ortodoxa de aquellos que detienen la verdad con injusticia.

Y esto lleva al ap�stol a la historia moral del hombre, la prueba tanto de su inexcusable culpa como de su extrema necesidad de redenci�n. Comienza con la gran �poca de las dispensaciones de Dios (es decir, las eras desde el diluvio). No podemos hablar del estado de cosas antes del diluvio como una dispensaci�n. Hubo una prueba muy importante del hombre en la persona de Ad�n; pero despu�s de esto, �qu� dispensa hubo? �Cu�les fueron los principios de la misma? Ning�n hombre puede decirlo.

La verdad es que se equivocan del todo los que lo llaman as�. Pero despu�s del diluvio el hombre como tal fue puesto bajo ciertas condiciones toda la raza. El hombre se convirti� en el objeto, primero, de los tratos generales de Dios bajo No�; luego, de sus caminos especiales en el llamado de Abraham y de su familia. Y lo que condujo al llamado de Abraham, de quien escuchamos mucho en la ep�stola a los Romanos como en otros lugares, fue la partida del hombre hacia la idolatr�a.

El hombre despreci� al principio el testimonio exterior de Dios, Su eterno poder y Deidad, en la creaci�n sobre y alrededor de �l (vers�culos 19, 20). Adem�s, renunci� al conocimiento de Dios que hab�a sido transmitido de padre a hijo (v. 21). La ca�da del hombre, cuando abandon� as� a Dios, fue muy r�pida y profunda; y el Esp�ritu Santo remonta esto solemnemente al final de Romanos 1:1-32 sin palabras innecesarias, en unos pocos trazos en�rgicos que resumen lo que est� abundantemente confirmado (�pero de qu� manera diferente!) por todo lo que queda de la antigua mundo.

"Haci�ndose pasar por sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible", etc. (vers�culos 22-32). de la religi�n de los hombres, y ten�a as� una sanci�n casi divina. Por lo tanto, la depravaci�n de los paganos encontr� poco o ning�n descaro en la conciencia, porque estaba ligada a todo lo que tomaba la forma de Dios ante su mente.

No hab�a parte del paganismo pr�cticamente vista ahora, tan corruptora como la que ten�a que ver con los objetos de su adoraci�n. As�, perdido el verdadero Dios, todo estaba perdido, y la carrera descendente del hombre se convierte en el objeto m�s doloroso y humillante, a menos que sea, en verdad, lo que tenemos que sentir cuando los hombres, sin renovaci�n de coraz�n, abrazan con orgullo de esp�ritu la verdad con nada m�s que injusticia.

Al principio de Romanos 2:1-29 tenemos al hombre que finge justicia. A�n as�, es "hombre" todav�a no exactamente el jud�o, pero el hombre que se hab�a beneficiado, podr�a ser, de lo que fuera que ten�a el jud�o; al menos, por el funcionamiento de la conciencia natural. Pero la conciencia natural, aunque pueda detectar el mal, nunca lleva a uno a la posesi�n interior y el disfrute del bien, nunca lleva el alma a Dios.

En consecuencia, en el cap�tulo 2 el Esp�ritu Santo nos muestra al hombre content�ndose con pronunciarse sobre lo que est� bien y lo que est� mal moralizando para los dem�s, pero nada m�s. Ahora bien, Dios debe tener realidad en el hombre mismo. El evangelio, en lugar de tratar esto como un asunto ligero, es el �nico que vindica a Dios en estos caminos eternos suyos, en lo que debe estar en el que est� en relaci�n con Dios. Por tanto, el ap�stol, con sabidur�a divina, nos abre esto ante el bendito alivio y liberaci�n que nos revela el evangelio.

De la manera m�s solemne apela al hombre con la exigencia, si piensa que Dios mirar� con complacencia aquello que apenas juzga a otro, pero que permite la pr�ctica del mal en el hombre mismo ( Romanos 2:1-3 ). Tales juicios morales, sin duda, se utilizar�n para dejar al hombre sin excusa; nunca pueden adaptarse o satisfacer a Dios.

Luego, el ap�stol presenta el fundamento, la certeza y el car�cter del juicio de Dios (vers�culos 4-16). �l "pagar� a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad; a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia, indignaci�n e ira, tribulaci�n y angustia sobre toda alma humana que hace lo malo, del jud�o primeramente y tambi�n del gentil.�

No se trata aqu� de c�mo un hombre debe salvarse, sino del indispensable juicio moral de Dios, que el evangelio, en lugar de debilitar, afirma seg�n la santidad y la verdad de Dios. Se observar�, por tanto, que a este respecto el ap�stol muestra el lugar tanto de la conciencia como de la ley, que Dios al juzgar tomar� plenamente en consideraci�n las circunstancias y la condici�n de cada alma del hombre.

Al mismo tiempo conecta, de manera singularmente interesante, esta revelaci�n de los principios del juicio eterno de Dios con lo que �l llama "mi evangelio". Esta es tambi�n una verdad muy importante, mis hermanos, para tener en cuenta. El evangelio en su apogeo de ninguna manera debilita sino que mantiene la manifestaci�n moral de lo que Dios es. Las instituciones jur�dicas estaban asociadas al juicio temporal. El evangelio, como ahora se revela en el Nuevo Testamento, tiene ligado a �l, aunque no contenido en �l, la revelaci�n de la ira divina del cielo, y esto, observar�n, seg�n el evangelio de Pablo.

Es evidente, por lo tanto, que la posici�n dispensacional no ser� suficiente para Dios, quien mantiene su propia estimaci�n inmutable del bien y del mal, y quien juzga con mayor severidad de acuerdo con la medida de la ventaja que se posee.

Pero as� el camino ahora est� despejado para traer al jud�o a la discusi�n. "Pero si [porque as� debe leerse] eres llamado jud�o", etc. (v. 17). No era simplemente que �l tuviera mejor luz. �l ten�a esto, por supuesto, en una revelaci�n que era de Dios; ten�a ley; tuvo profetas; ten�a instituciones divinas. No era simplemente una mejor luz en la conciencia, que podr�a estar en otra parte, como se supone en los primeros vers�culos de nuestro cap�tulo; pero la posici�n del jud�o era directa e incuestionablemente una de las pruebas divinas aplicadas al estado del hombre.

�Pobre de m�! el jud�o no era mejor por esto, a menos que hubiera la sumisi�n de su conciencia a Dios. El aumento de privilegios nunca puede valer sin el juicio propio del alma ante la misericordia de Dios. M�s bien aumenta su culpa: tal es el mal estado y la voluntad del hombre. En consecuencia, al final del cap�tulo, muestra que esto es m�s cierto cuando se aplica al juicio moral del jud�o; que tanto deshonraron a Dios como los jud�os malvados, atestiguando sus propias Escrituras; esa posici�n no sirvi� de nada en tal, mientras que la falta de ella no anular�a la justicia de los gentiles, lo que ciertamente condenar�a al Israel m�s infiel; en resumen, que uno debe ser jud�o interiormente para aprovechar, y la circuncisi�n debe ser del coraz�n, en esp�ritu, no en letra, cuya alabanza es de Dios, y no de los hombres.

Entonces, la pregunta se plantea al comienzo de Romanos 3:1-31 , si esto es as�, �cu�l es la superioridad del jud�o? �D�nde reside el valor de pertenecer al pueblo de Dios circuncidado? El ap�stol permite que este privilegio sea grande, especialmente en tener las Escrituras, pero vuelve el argumento contra los jactanciosos.

No necesitamos entrar aqu� en detalles; pero en la superficie vemos c�mo el ap�stol reduce todo a lo que es de mayor inter�s para cada alma. �l trata con el jud�o desde su propia Escritura (vers�culos 9-19). �Tomaron los jud�os el terreno de tener exclusivamente esa palabra de Dios como ley? Concedido que es as�, a la vez y completamente. �A qui�n, entonces, se dirig�a la ley? A los que estaban debajo de �l, para estar seguro.

Se pronunci� entonces sobre el jud�o. Los jud�os se jactaban de que la ley hablaba de ellos; que los gentiles no ten�an derecho a ello, y que s�lo presum�an de lo que pertenec�a al pueblo escogido de Dios. El ap�stol aplica esto seg�n la sabidur�a divina. Entonces su principio es su condenaci�n. Lo que dice la ley, se lo dice a los que est�n bajo ella. �Cu�l es, entonces, su voz? Que no hay justo, no hay quien haga el bien, no hay quien entienda.

�De qui�n declara todo esto? Del jud�o por su propia confesi�n. Todas las bocas se taparon; el jud�o por sus propios or�culos, como el gentil por sus evidentes abominaciones, ya mostradas. Todo el mundo era culpable ante Dios.

As�, habiendo mostrado al gentil en Romanos 1:1-32 manifiestamente err�neo, y desesperadamente degradado hasta el �ltimo grado, habiendo puesto al descubierto el diletantismo moral de los fil�sofos, ni un �pice mejor a la vista de Dios, sino m�s bien al rev�s, habiendo mostrado el Jud�o abrumado por la condenaci�n de los or�culos divinos en los que se jactaba principalmente, sin justicia real, y tanto m�s culpable por sus privilegios especiales, ahora todo est� claro para traer el mensaje cristiano apropiado, el.

evangelio de Dios. "As� que por las obras de la ley ninguna carne ser� justificada delante de �l; porque por la ley es el conocimiento del pecado. Pero ahora la justicia de Dios se manifiesta sin la ley, siendo testificada por la ley y los profetas" ( vers�culos 20, 21).

Aqu�, de nuevo, el ap�stol retoma lo que hab�a anunciado en el cap�tulo 1, la justicia de Dios. Perm�tanme llamar su atenci�n nuevamente sobre su fuerza. No es la misericordia de Dios. Muchos han afirmado que as� es, y para su propia gran p�rdida, as� como para el debilitamiento de la palabra de Dios. "Justicia" nunca significa misericordia, ni siquiera la "justicia de Dios". El significado no es lo que fue ejecutado en Cristo, sino lo que es en virtud.

de eso Indudablemente el juicio divino cay� sobre �l; pero esto no es "la justicia de Dios", como el ap�stol la emplea en cualquier parte de sus escritos m�s que aqu�, aunque sabemos que no podr�a haber tal cosa como la justicia de Dios que justifica al creyente, si Cristo no hubiera llevado el juicio. de Dios. La expresi�n significa la justicia que Dios puede mostrar debido a la expiaci�n de Cristo. En resumen, es lo que dicen las palabras "la justicia de Dios", y esto "por la fe de Jesucristo".

Por lo tanto, es totalmente aparte de la ley, mientras que la ley y los profetas lo atestiguan; porque la ley con sus tipos hab�a mirado hacia esta nueva clase de justicia; y los profetas hab�an dado su testimonio de que estaba cerca, pero no vendr�a entonces. Ahora fue manifestado, y no prometido o simplemente predicho. Jes�s hab�a venido y muerto; Jes�s hab�a sido un sacrificio propiciatorio; Jes�s hab�a llevado el juicio de Dios por los pecados que �l llev�.

La justicia de Dios, entonces, ahora pod�a manifestarse en virtud de Su sangre. Dios no estaba satisfecho solo. Hay satisfacci�n; pero la obra de Cristo va mucho m�s all�. En esto Dios es vindicado y glorificado. Por la cruz, Dios tiene una gloria moral m�s profunda que nunca, una gloria que �l adquiri� as�, si se me permite decirlo as�. �l es, por supuesto, el mismo Dios de bondad absolutamente perfecto e inmutable; pero su perfecci�n se ha manifestado en formas nuevas y m�s gloriosas en la muerte de Cristo, en Aquel que se humill� a s� mismo y fue obediente hasta la muerte de cruz.

Dios, por lo tanto, al no tener el menor obst�culo para la manifestaci�n de lo que �l puede ser y est� en una intervenci�n misericordiosa a favor de los peores pecadores, manifiesta que es Su justicia "por la fe de Jesucristo a todos y sobre todos los que creen". (vers�culo 22). El primero es la direcci�n y el segundo la aplicaci�n. La direcci�n es "a todos"; la aplicaci�n es, por supuesto, s�lo para "los que creen"; pero es para todos los que creen.

En lo que se refiere a las personas, no hay impedimento; Jud�o o gentil no hace diferencia, como est� expresamente dicho: "Por cuanto todos pecaron, y est�n destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redenci�n que es en Cristo Jes�s, a quien Dios puso como propiciaci�n por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia a fin de [pasar por alto o praeter-mission, no] remisi�n de los pecados pasados, mediante la paciencia de Dios; para declarar, digo, en este tiempo su justicia: que �l sea ??el justo, y el que justifica al que cree en Jes�s" (vers�culos 23-26).

No hay mente simple que pueda sustraerse a la simple fuerza de esta �ltima expresi�n. La justicia de Dios significa que Dios es justo, mientras que al mismo tiempo justifica al creyente en Cristo Jes�s. Es Su justicia, o, en otras palabras, Su perfecta coherencia consigo mismo, lo que siempre est� involucrado en la noci�n de justicia. Es consecuente consigo mismo cuando justifica a los pecadores o, m�s estrictamente, a todos los que creen en Jes�s.

�l puede salir al encuentro del pecador, pero justifica al creyente; y en esto, en lugar de zanjar Su gloria, hay una revelaci�n y un mantenimiento m�s profundos de ella que si nunca hubiera habido pecado o un pecador.

Por terriblemente ofensivo que sea el pecado para Dios, e inexcusable en la criatura, es el pecado lo que ha dado lugar a la asombrosa demostraci�n de la justicia divina en la justificaci�n de los creyentes. No es una cuesti�n de Su misericordia meramente; porque esto debilita inmensamente la verdad y pervierte su car�cter por completo. La justicia de Dios fluye de Su misericordia, por supuesto; pero su car�cter y base es la justicia. La obra de redenci�n de Cristo merece que Dios act�e como lo hace en el evangelio.

Observe de nuevo, no es victoria aqu�; porque eso dar�a lugar al orgullo humano. No es la superaci�n del alma de sus dificultades, sino la sumisi�n del pecador a la justicia de Dios. Es Dios mismo quien, infinitamente glorificado en el Se�or que expi� nuestros pecados con su �nico sacrificio, los perdona ahora, no buscando nuestra victoria, ni a�n en llevarnos a la victoria, sino por la fe en Jes�s y en su sangre. Se prueba as� que Dios es divinamente consecuente consigo mismo en Cristo Jes�s, a quien ha puesto como propiciatorio por medio de la fe en su sangre.

En consecuencia, el ap�stol dice que la jactancia y las obras quedan completamente dejadas de lado por este principio que afirma que la fe, aparte de las obras de la ley, es el medio de relaci�n con Dios (vers�culos 27, 28). En consecuencia, la puerta est� tan abierta para los gentiles como para los jud�os. La base tomada por un jud�o para suponer que Dios era exclusivo para Israel era que ellos ten�an la ley, que era la medida de lo que Dios reclamaba del hombre; y esto no lo ten�an los gentiles.

Pero tales pensamientos se desvanecen por completo ahora, porque, as� como el gentil era incuestionablemente malvado y abominable, por la denuncia expresa de la ley, el jud�o era universalmente culpable ante Dios. En consecuencia, todo giraba, no en lo que el hombre deber�a ser para Dios, sino en lo que Dios puede ser y es, como se revela en el evangelio, para el hombre. Esto mantiene tanto la gloria como la universalidad moral de Aquel que justificar� la circuncisi�n por la fe, no la ley, y la incircuncisi�n por la fe de ellos, si creen en el evangelio.

Esto no debilita en lo m�s m�nimo el principio del derecho. Por el contrario, la doctrina de la fe establece la ley como ninguna otra cosa puede hacerlo; y por esta sencilla raz�n, que si el que es culpable espera salvarse a pesar de la ley quebrantada, debe ser a expensas de la ley que condena su culpa; mientras que el evangelio muestra que no se perdona el pecado, sino la condenaci�n m�s completa de todo, como cargada sobre Aquel que derram� Su sangre en expiaci�n. Por lo tanto, la doctrina de la fe, que reposa en la cruz, establece la ley, en lugar de invalidarla, como debe hacerlo cualquier otro principio (vers�culos 27-31).

Pero este no es el alcance total de la salvaci�n. En consecuencia, no escuchamos de la salvaci�n como tal en Romanos 3:1-31 . All� se establece la m�s esencial de todas las verdades como fundamento de la salvaci�n; es decir, la expiaci�n. Existe la vindicaci�n de Dios en Sus caminos con los creyentes del Antiguo Testamento. Sus pecados hab�an sido pasados ??por alto.

No podr�a haber remitido hasta ahora. Esto no hubiera sido justo. Y la bendici�n del evangelio es que es (no simplemente un ejercicio de misericordia, sino tambi�n) divinamente justo. No hubiera sido justo en ning�n sentido haber perdonado los pecados, hasta que realmente fueran llevados por Aquel que pod�a y sufri� por ellos. Pero ahora lo eran; y as� Dios se vindic� perfectamente en cuanto al pasado.

Pero esta gran obra de Cristo no fue ni pudo ser una mera vindicaci�n de Dios; y podemos encontrarlo desarrollado de otra manera en varias partes de la Escritura, que aqu� menciono a prop�sito para mostrar el punto al que hemos llegado. La justicia de Dios se manifest� ahora en cuanto a los pecados pasados ??que �l no hab�a tra�do a juicio a trav�s de Su paciencia, y a�n m�s conspicuamente en el tiempo presente, cuando �l mostr� Su justicia al justificar al creyente.

Pero esto no es todo; y la objeci�n del jud�o da ocasi�n para que el ap�stol presente una exhibici�n m�s completa de lo que Dios es. �Recurrieron a Abraham? "�Qu�, pues, diremos que hall� Abraham, nuestro padre, seg�n la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qu� gloriarse, pero no delante de Dios". �Se imagin� el jud�o que el evangelio se burla de Abraham y de los tratos de Dios en ese entonces? No es as�, dice el ap�stol.

Abraham es la prueba del valor de la fe en la justificaci�n ante Dios. Abraham crey� a Dios, y le fue contado por justicia. No hab�a ley ni all� ni entonces; porque Abraham muri� mucho antes de que Dios hablara desde el Sina�. Crey� en Dios y en Su palabra, con aprobaci�n especial de parte de Dios; y su fe fue contada por justicia (v. 3). Y esto fue poderosamente corroborado por el testimonio de otro gran nombre en Israel (David), en Salmo 32:1-11 .

"Porque de d�a y de noche se agrav� sobre m� tu mano; mi humedad se convirti� en sequedad de verano. Te reconoc� mi pecado, y no encubr� mi iniquidad. Dije: Confesar� mis rebeliones al Se�or; y perdonaste la iniquidad de mi pecado.Porque todo el que es piadoso orar� a ti en el tiempo en que puedas ser hallado: ciertamente en las inundaciones de muchas aguas no se acercar�n a �l.

T� eres mi escondite; t� me guardar�s de la angustia; me rodear�s con c�nticos de liberaci�n. Te instruir� y te ense�ar� el camino por donde debes andar: te guiar� con mis ojos�.

De la misma manera el ap�stol se deshace de toda pretensi�n en cuanto a las ordenanzas, especialmente la circuncisi�n. Abraham no solo fue justificado sin ley, sino aparte de esa gran se�al de mortificaci�n de la carne. Aunque la circuncisi�n comenz� con Abraham, manifiestamente no ten�a nada que ver con su justicia, y en el mejor de los casos no era m�s que el sello de la justicia de la fe que ten�a en un estado incircunciso.

Por lo tanto, no podr�a ser la fuente o el medio de su justicia. Entonces todos los que creen, aunque incircuncisos, pueden reclamarlo como padre, seguros de que la justicia les ser� contada tambi�n a ellos. Y �l es padre de la circuncisi�n en el mejor sentido, no de los jud�os, sino de los gentiles creyentes. As�, la discusi�n de Abraham fortalece el caso a favor de los incircuncisos que creen, para derribar la mayor jactancia del jud�o.

La apelaci�n a su propio relato inspirado de Abraham se convirti� en una prueba de la coherencia de los caminos de Dios al justificar por la fe y, por lo tanto, al justificar a los incircuncisos no menos que a la circuncisi�n.

Pero hay m�s que esto en Romanos 4:1-25 . Toma una tercera caracter�stica del caso de Abraham; es decir, la conexi�n de la promesa con la resurrecci�n. Aqu� no se trata simplemente de la negaci�n de la ley y de la circuncisi�n, sino que tenemos el lado positivo. La ley produce ira porque provoca la transgresi�n; la gracia hace segura la promesa a toda la simiente, no s�lo porque la fe est� abierta tanto a los gentiles como a los jud�os, sino porque se considera a Dios como un vivificador de los muertos.

�Qu� da gloria a Dios as�? Abraham crey� a Dios cuando, seg�n la naturaleza, era imposible para �l o para Sara tener un hijo. El poder vivificador de Dios, por lo tanto, fue presentado aqu�, por supuesto, hist�ricamente de una manera conectada con esta vida y una posteridad en la tierra, pero sin embargo, una se�al muy justa y verdadera del poder de Dios para el creyente, la energ�a vivificadora de Dios despu�s de un tiempo a�n mayor. especie bendita.

Y esto nos lleva a ver no s�lo d�nde hab�a una analog�a con los que creen en un Salvador prometido, sino tambi�n una diferencia de peso. Y esto radica en el hecho de que Abraham crey� a Dios antes de tener el hijo, estando plenamente persuadido de que lo que �l hab�a prometido pod�a realizar. y por tanto le fue imputado por justicia. Pero nosotros creemos en Aquel que resucit� a Jes�s nuestro Se�or de entre los muertos.

Se hace. ya. No se trata aqu� de creer en Jes�s, sino en Dios, quien ha demostrado lo que �l es para nosotros al pasar de entre los muertos a Aquel que fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificaci�n (vers�culos 13-25).

Esto saca a relucir una verdad m�s enf�tica y un lado especial del cristianismo. El cristianismo no es un sistema de promesa, sino de promesa cumplida en Cristo. Por tanto, se funda esencialmente en el don no s�lo de un Salvador que se interpondr�a, en la misericordia de Dios, para llevar nuestros pecados, sino de Aquel que ya ha sido revelado, y la obra hecha y aceptada, y esto conocido en el hecho de que Dios mismo ha interpuesto para resucitarlo de entre los muertos algo brillante y trascendental para presionar a las almas, como de hecho encontramos a los ap�stoles insistiendo en ello a lo largo de los Hechos.

Si fuera simplemente Romanos 3:1-31 , no podr�a haber paz plena con Dios como la hay. Uno podr�a conocer un apego m�s real a Jes�s; pero esto no tranquilizar�a el coraz�n con Dios. El alma puede sentir la sangre de Jes�s como una necesidad a�n m�s profunda; pero esto solo no da paz con Dios. En tal condici�n, lo que se ha encontrado en Jes�s se usa mal con demasiada frecuencia para hacer una especie de diferencia, por as� decirlo, entre el Salvador por un lado, y Dios por el otro, ruinoso siempre para el disfrute de la bendici�n plena del evangelio. .

Ahora bien, no hay forma en que Dios pueda poner una base para la paz consigo mismo m�s bendito que como lo ha hecho. Ya no existe la cuesti�n de exigir una expiaci�n. Esa es la primera necesidad del pecador con Dios. Pero lo hemos tenido completamente en Romanos 3:1-31 . Ahora bien, es el poder positivo de Dios al resucitar de entre los muertos a Aquel que fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificaci�n. Todo el trabajo est� hecho.

El alma, por tanto, ahora se representa por primera vez como ya justificada y en posesi�n de la paz con Dios. Este es un estado de �nimo, y no el fruto necesario o inmediato de Romanos 3:1-31 , sino que se basa en la verdad de Romanos 4:1-25 as� como en 3.

Nunca puede haber una paz s�lida con Dios sin ambos. Un alma puede, sin duda, ser puesta en relaci�n con Dios y ser hecha muy feliz, puede ser; pero no es lo que la Escritura llama "paz con Dios". Por lo tanto, es aqu� por primera vez que encontramos que se habla de la salvaci�n en los grandes resultados que ahora se presentan ante nosotros en Romanos 5:1-11 .

"Justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Se�or Jesucristo". Hay entrada en favor, y nada m�s que favor. El creyente no est� sujeto a la ley, observar�is, sino a la gracia, que es precisamente el reverso de la ley. El alma es tra�da a la paz con Dios, ya que encuentra su posici�n en la gracia de Dios, y, m�s que eso, se regocija en la esperanza de la gloria de Dios. Tal es la doctrina y el hecho.

Entonces no es meramente una llamada; pero como tenemos por nuestro Se�or Jesucristo nuestro acceso al favor en el cual estamos firmes, as� hay gloria positiva en la esperanza de la gloria de Dios. Porque puede haberse notado desde el cap�tulo 3 hasta el cap�tulo 5, que nada servir� ahora sino la aptitud para la gloria de Dios. No es una cuesti�n de posici�n de criatura. Esto pas� con el hombre cuando pec�. Ahora que Dios se ha revelado a s� mismo en el evangelio, no es lo que conviene al hombre en la tierra, sino lo que es digno de la presencia de la gloria de Dios.

Sin embargo, el ap�stol no menciona aqu� expresamente el cielo. Esto no se adecuaba al car�cter de la ep�stola; pero la gloria de Dios lo hace. Todos sabemos d�nde est� y debe estar para el cristiano.

Se persiguen as� las consecuencias; primero, el lugar general del creyente ahora, en todos los aspectos, en relaci�n con el pasado, el presente y el futuro. Su camino sigue; y muestra que los mismos problemas del camino se convierten en un claro motivo de jactancia. Este no fue un efecto directo e intr�nseco, por supuesto, sino el resultado del trato espiritual para el alma. Fue el Se�or d�ndonos el beneficio del dolor, y nosotros mismos inclin�ndonos al camino y fin de Dios en �l, para que el resultado de la tribulaci�n sea una experiencia rica y fruct�fera.

Luego hay otra parte que corona la bendici�n: "Y no s�lo esto, sino tambi�n gloriarnos en Dios por medio de nuestro Se�or Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliaci�n". No es s�lo una bendici�n en su propio car�cter directo, o en efectos indirectos aunque reales, sino que el Dador mismo es nuestro gozo, jactancia y gloria. Las consecuencias espiritualmente son bendecidas para el alma; �cu�nto m�s es Ense�ar la fuente de la que todo fluye! Esto, en consecuencia, es la fuente esencial de la adoraci�n.

Los frutos de la misma no se expanden aqu�; pero, de hecho, el gozo en Dios es necesariamente lo que hace que la alabanza y la adoraci�n sean ejercicios sencillos y espont�neos del coraz�n. En el cielo nos llenar� perfectamente; pero no hay all� gozo m�s perfecto, ni nada. m�s alto, si es que tan alto, en esta ep�stola.

En este punto entramos en una parte muy importante de la ep�stola, en la que debemos detenernos un poco. Ya no se trata de la culpa del hombre, sino de su naturaleza. Por lo tanto, el ap�stol no toma en cuenta nuestros pecados, como en los primeros cap�tulos de esta ep�stola, excepto como pruebas y s�ntomas del pecado. En consecuencia, por primera vez, el Esp�ritu de Dios de Romanos 5:12 traza la madurez del hombre a la cabeza de la raza.

Esto trae el contraste con la otra Cabeza, el Se�or Jesucristo, a quien tenemos aqu� no como Aquel que lleva nuestros pecados en Su propio cuerpo sobre el madero, sino como el manantial y jefe de una nueva familia. Por lo tanto, como se muestra m�s adelante en el cap�tulo, Ad�n es una cabeza caracterizada por la desobediencia, que trajo la muerte, la justa paga del pecado; como por otro lado tenemos a Aquel de quien �l era el tipo, Cristo, el hombre obediente, que ha tra�do la justicia, y esto seg�n un tipo y estilo singularmente bendito "justificaci�n de vida".

De ella nada se ha o�do hasta ahora. Hemos tenido justificaci�n, tanto por la sangre como tambi�n en virtud de la resurrecci�n de Cristo. Pero la "justificaci�n de vida" va m�s all�, aunque involucrada en esto �ltimo, que el final de Romanos 4:1-25 ; porque ahora aprendemos que en el evangelio no solo se trata con la culpa de aquellos a quienes se dirige en �l; tambi�n hay una obra poderosa de Dios al presentar al hombre en un lugar nuevo delante de Dios, y de hecho , tambi�n, por su fe, libr�ndolo de todas las consecuencias en que se encuentra como hombre en la carne aqu� abajo.

Es aqu� donde encontrar�n un gran fracaso de la cristiandad en cuanto a esto. No es que se haya escapado parte alguna de la verdad: es la marca fatal de esa "gran casa" que hasta la verdad m�s elemental sufre las heridas m�s profundas; pero en cuanto a esta verdad, parece totalmente desconocida. Espero que los hermanos en Cristo me tengan paciencia si les insisto en la importancia de prestar mucha atenci�n a que sus almas est�n completamente cimentadas en este, el lugar apropiado del cristiano por la muerte y resurrecci�n de Cristo.

No debe ser asumido con demasiada facilidad. Hay una disposici�n continua a imaginar que lo que se habla con frecuencia debe ser entendido; pero la experiencia pronto demostrar� que no es as�. Aun aquellos que buscan un lugar de separaci�n para el Se�or fuera del que ahora se precipita sobre las almas a la destrucci�n, est�n, sin embargo, profundamente afectados por la condici�n de esa cristiandad en la que nos encontramos.

Aqu�, entonces, no se trata en absoluto de perd�n o remisi�n. En primer lugar, el ap�stol se�ala que la muerte ha entrado, y que esto no fue consecuencia de la ley, sino anterior a ella. El pecado estuvo en el mundo entre Ad�n y Mois�s, cuando no exist�a la ley. Esto claramente incluye al hombre, se observar�; y este es su gran punto ahora. El contraste de Cristo con Ad�n abarca tanto al hombre universal como al cristiano; y el hombre en pecado, �ay! era cierto, por tanto, antes de la ley, por la ley y desde la ley. Por lo tanto, el ap�stol est� claramente en presencia de los m�s amplios motivos de comparaci�n posibles, aunque tambi�n encontraremos m�s.

Pero el jud�o podr�a argumentar que era una cosa injusta en principio este evangelio, estas nuevas de las cuales el ap�stol estaba tan lleno; porque �por qu� un hombre debe afectar a muchos, s�, a todos? "No es as�", responde el ap�stol. �Por qu� deber�a ser esto tan extra�o e incre�ble para ti? porque en tu propia demostraci�n, de acuerdo con esa palabra a la que todos nos inclinamos, debes admitir que el pecado de un hombre trajo la ruina moral universal y la muerte.

Por orgulloso que est�s de lo que te distingue, es dif�cil hacer que el pecado y la muerte sean peculiares para ti, ni puedes relacionarlos ni siquiera con la ley en particular: la raza del hombre est� en cuesti�n, y no solo Israel. No hay nada que pruebe esto tan convincentemente como el libro de G�nesis; y el ap�stol, por el Esp�ritu de Dios, tranquila pero triunfalmente invoca las Escrituras jud�as para demostrar lo que los jud�os estaban negando tan en�rgicamente.

Sus propias Escrituras sosten�an, como ninguna otra cosa podr�a hacerlo, que toda la miseria que ahora se encuentra en el mundo, y la condenaci�n que se cierne sobre la raza, es el fruto de un solo hombre, y ciertamente de un solo acto.

Ahora bien, si fuera justo en Dios (�y qui�n lo negar�?) tratar a toda la posteridad de Ad�n como involucrada en la muerte a causa de uno, su padre com�n, �qui�n podr�a negar la consistencia de la salvaci�n de un hombre? �Qui�n defraudar�a a Dios de lo que �l se deleita en la bienaventuranza de traer la liberaci�n por medio de ese Hombre, de quien Ad�n era la imagen? En consecuencia, entonces, confronta la verdad incuestionable, admitida por todo israelita, del caos universal por un hombre en todas partes con el Hombre que ha tra�do (no s�lo el perd�n, sino, como veremos) la vida eterna y la libertad libertad ahora en el don gratuito de la vida, pero una libertad que nunca cesar� para el disfrute del alma hasta que haya abrazado el mismo cuerpo que todav�a gime, y esto por el Esp�ritu Santo que mora en �l.

Aqu�, pues, se trata de una comparaci�n de las dos grandes cabezas Ad�n y Cristo, y se muestra la inconmensurable superioridad del segundo hombre. Es decir, no es simplemente el perd�n de los pecados pasados, sino la liberaci�n del pecado y, a su debido tiempo, de todas sus consecuencias. El ap�stol ha llegado ahora a la naturaleza. Este es el punto esencial. Es lo que inquieta sobre todo a un alma consciente renovada, por su sorpresa al encontrar la maldad profunda de la carne y de su mente despu�s de haber probado la gran gracia de Dios en el don de Cristo.

Si Dios me compadece de esta manera, si soy un hombre tan verdadera y completamente justificado, si soy realmente un objeto del eterno favor de Dios, �c�mo puedo tener tal sentimiento de mal continuo? �Por qu� estoy todav�a bajo la esclavitud y la miseria de la maldad constante de mi naturaleza, sobre la cual parece que no tengo poder alguno? �No tiene Dios, pues, poder liberador de esto? La respuesta se encuentra en esta porci�n de nuestra ep�stola (es decir, desde la mitad del cap�tulo 5).

Habiendo mostrado primero, entonces, las fuentes y el car�cter de la bendici�n en general en cuanto a la liberaci�n, el ap�stol resume el resultado al final del cap�tulo: "Para que como el pecado rein� en la muerte, as� tambi�n la gracia reine por medio de la muerte". justicia para vida eterna," el punto es la justificaci�n de vida ahora por medio de Jesucristo nuestro Se�or.

Esto se aplica en los dos Cap�tulos que siguen. Hay dos cosas que pueden crear una dificultad insuperable: una es el obst�culo del pecado en la naturaleza para la santidad pr�ctica; el otro es la provocaci�n y condenaci�n de la ley. Ahora bien, la doctrina que vimos afirmada en la �ltima parte de Romanos 5:1-21 se aplica a ambos.

Primero, en cuanto a la santidad pr�ctica, no se trata simplemente de que Cristo haya muerto por mis pecados, sino que incluso en el acto de iniciaci�n del bautismo, la verdad all� expuesta es que yo estoy muerto. No es, como en Efesios 2:1-22 , muerto en pecados, lo cual no ser�a nada para el prop�sito. Todo esto es perfectamente cierto tanto para un jud�o como para un pagano y para cualquier hombre no renovado que nunca oy� hablar de un Salvador.

Pero lo que testifica el bautismo cristiano es la muerte de Cristo. "�No sab�is que todos los que hemos sido bautizados en Jesucristo, hemos sido bautizados en su muerte?" De ah� la identificaci�n con Su muerte. �Porque somos sepultados juntamente con �l para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucit� de los muertos por la gloria del Padre, as� tambi�n nosotros andemos en vida nueva�. El hombre que, siendo bautizado en el nombre del Se�or Jesucristo, o bautismo cristiano, alegare alguna licencia para pecar porque est� en su naturaleza, como si fuera por tanto una necesidad inevitable, niega el significado real y evidente de su bautismo. .

Ese acto no denotaba ni siquiera el lavado de nuestros pecados por la sangre de Jes�s, lo cual no se aplicar�a al caso, ni responder�a de manera adecuada a la cuesti�n de la naturaleza. Lo que el bautismo establece es m�s que eso, y se encuentra justamente, no en Romanos 3:1-31 , sino en Romanos 6:1-23 .

No hay inconsistencia en las palabras de Anan�as al ap�stol Pablo "lava tus pecados, invocando el nombre del Se�or". Hay agua as� como sangre, ya eso, no a esto, se refiere aqu� el lavado. Pero hay m�s, en lo que Pablo insisti� despu�s. Eso fue dicho a Pablo, en lugar de lo que Pablo ense�� . Lo que el ap�stol le hab�a dado en plenitud era la gran verdad, por fundamental que sea, que tengo derecho, e incluso llamado en el nombre del Se�or Jes�s, a saber que estoy muerto al pecado; no que debo morir, sino que estoy muerto, que mi bautismo significa nada menos que esto, y est� desprovisto de su punto m�s enf�tico si se limita meramente a la muerte de Cristo por mis pecados.

No est� tan solo; pero en Su muerte, en la cual soy bautizado, estoy muerto al pecado . Y "�c�mo viviremos m�s en �l los que estamos muertos al pecado?" Por lo tanto, entonces, encontramos que todo el cap�tulo se basa en esta verdad. "�Pecaremos", dice �l, yendo a�n m�s lejos (v. 15), "porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia?" Esto ser�a en verdad negar el valor de Su muerte, y de esa novedad de vida que tenemos en �l resucitado, y un regreso a la esclavitud de la peor descripci�n.

En Romanos 7:1-25 tenemos el tema de la ley discutido tanto para la pr�ctica como para el principio, y all� nuevamente nos encontramos con la misma arma de temperamento probado e infalible. Ya no es sangre, sino muerte, muerte y resurrecci�n de Cristo. La figura de la relaci�n de marido y mujer se introduce para aclarar el asunto.

La muerte, y nada menos que ella, disuelve correctamente el v�nculo. En consecuencia, estamos muertos, dice �l, a la ley; no (como sin duda casi todos sabemos) que la ley muere, sino que estamos muertos a la ley en la muerte de Cristo. Compare el vers�culo 6 (donde el margen, no el texto, es sustancialmente correcto) con el vers�culo 4. Tal es el principio. El resto del cap�tulo (7-25) es un episodio instructivo, en el que la impotencia y la miseria de la mente renovada que intenta practicar bajo la ley se discuten completamente, hasta que se encuentra la liberaci�n (no el perd�n) en Cristo.

As�, la �ltima parte del cap�tulo no es doctrina exactamente, sino la prueba de las dificultades de un alma que no se ha dado cuenta de la muerte a la ley por el cuerpo de Cristo. �Parec�a esto tratar a la ley que condenaba como algo malo? No es as�, dice el ap�stol; es por el mal de la naturaleza, no de la ley. La ley nunca cumple; nos condena y nos mata. Ten�a el prop�sito de hacer que el pecado fuera extremadamente pecaminoso.

Por lo tanto, lo que �l est� discutiendo aqu� no es la remisi�n de los pecados, sino la liberaci�n del pecado. Con raz�n, si las almas confunden las dos cosas juntas, nunca conocen la liberaci�n en la pr�ctica. La liberaci�n consciente, para ser s�lida seg�n Dios, debe estar en la l�nea de Su verdad. En vano predicar�is Romanos 3:1-31 , o incluso 4 solo, para que las almas se conozcan consciente y santamente liberadas.

Desde el vers�culo 14 hay un avance. All� encontramos conocimiento cristiano en cuanto al asunto introducido; pero a�n es el conocimiento de uno que no est� en este estado pronunciarse sobre uno que est�. Debe guardarse cuidadosamente contra la noci�n de que se trata de una cuesti�n de la propia experiencia de Pablo, porque �l dice: "Yo no sab�a", "Estaba vivo", etc. No hay una buena raz�n para tal suposici�n, pero hay muchas cosas en contra. .

Podr�a ser m�s o menos mucho para cualquier hombre para aprender. No se quiere decir que Pablo no supiera nada de esto; pero que el fundamento de la inferencia y la teor�a general construida est�n igualmente equivocados. Tenemos a Paul inform�ndonos que a veces se transfiere en una figura a s� mismo lo que de ninguna manera era necesariamente su propia experiencia, y quiz�s no lo hab�a sido en ning�n momento. Pero esto puede ser comparativamente una pregunta ligera.

El gran punto es notar la verdadera imagen que se nos da de un alma vivificada, pero laboriosa y miserable bajo la ley, de ning�n modo liberada conscientemente. Los �ltimos vers�culos del cap�tulo, sin embargo, no traen la liberaci�n en su plenitud, sino la bisagra, por as� decirlo. Se hace el descubrimiento de que la fuente de la miseria interna era que la mente, aunque renovada, estaba ocupada con la ley como un medio para tratar con la carne.

De ah� que el hecho mismo de renovarse haga sentir una miseria mucho m�s intensa que nunca, mientras que no hay poder hasta que el alma mira fuera de s� misma a Aquel que est� muerto y resucitado, que se ha anticipado a la dificultad y es el �nico que da la plenitud. respuesta a todos los deseos.

Romanos 8:1-39 muestra esta reconfortante verdad en su plenitud. Desde el primer vers�culo tenemos la aplicaci�n de Cristo muerto y resucitado al alma, hasta que en el vers�culo 11 vemos el poder del Esp�ritu Santo, que lleva al alma a esta libertad ahora, aplicado poco a poco al cuerpo, cuando habr� la liberaci�n completa.

"Ahora, pues, ninguna condenaci�n hay para los que est�n en Cristo Jes�s. Porque la ley del Esp�ritu de vida en Cristo Jes�s me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que la ley no pod�a hacer, por cuanto fue d�bil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado ya causa del pecado, conden� al pecado en la carne". �Una manera maravillosa, pero bendita! Y all� (porque tal era el punto) estaba la completa condenaci�n de esta cosa mala, la naturaleza en su estado presente, para, sin embargo, poner al creyente como ante el juicio de Dios libre de s� mismo y de sus consecuencias.

Esto Dios lo ha obrado en Cristo. No est� en ning�n grado establecido en cuanto a s� mismo por Su sangre. El derramamiento de Su sangre era absolutamente necesario: sin esa preciosa expiaci�n todo lo dem�s hubiera sido vano e imposible. Pero hay mucho m�s en Cristo que aquello a lo que se limitan demasiadas almas, no menos para su propia p�rdida que para su deshonra. Dios ha condenado la carne. Y aqu� puede repetirse que no se trata de perdonar al pecador, sino de condenar la naturaleza ca�da; y esto para dar al alma tanto poder como una justa inmunidad de toda angustia interna a su alrededor.

Porque la verdad es que Dios en Cristo conden� el pecado, y esto definitivamente por el pecado; de modo que �l no tiene nada m�s que hacer en la condenaci�n de esa ra�z del mal. �Qu� t�tulo, entonces, me da Dios ahora al contemplar a Cristo, ya no muerto sino resucitado, para tener claro ante mi alma que estoy en �l como �l ahora, donde todas las preguntas est�n cerradas en paz y alegr�a! Porque �qu� queda sin resolver por y en Cristo? Una vez fue muy diferente.

Delante de la cruz colgaba la cuesti�n m�s grave que jam�s se haya planteado, y necesitaba ser resuelta en este mundo; pero en Cristo el pecado es abolido para siempre para el creyente; y esto no s�lo con respecto a lo que �l ha hecho, sino en lo que �l es. Hasta la cruz, bien podr�a encontrarse un alma convertida gimiendo en la miseria ante cada nuevo descubrimiento del mal en s� mismo. Pero ahora, a la fe, todo esto no se hace a la ligera, sino verdaderamente a la vista de Dios; para que viva de un Salvador que ha resucitado de entre los muertos como su nueva vida.

En consecuencia Romanos 8:1-39 persigue de la manera m�s pr�ctica la libertad con la que Cristo nos ha hecho libres. En primer lugar, la base de esto se establece en los primeros cuatro vers�culos, el �ltimo de ellos conduce al caminar diario. Y es bueno que los que lo ignoran sepan que aqu�, en el vers�culo 4, el ap�stol habla primero de "andar no conforme a la carne, sino conforme al Esp�ritu".

"La �ltima cl�usula en el primer verso de la versi�n autorizada estropea el sentido. En el cuarto verso esto no pod�a estar ausente; en el primer verso no deber�a estar presente. As�, la liberaci�n no es meramente para el gozo del alma, sino tambi�n para fortalecernos en nuestro andar seg�n el Esp�ritu, quien nos ha dado y ha encontrado una naturaleza en la que �l se deleita, comunicando con Su propio deleite en Cristo, y haciendo de la obediencia el gozoso servicio del creyente.

El creyente, por lo tanto, inconscientemente aunque realmente, deshonra al Salvador, si se contenta con andar lejos de esta norma y poder; tiene derecho y es llamado a caminar de acuerdo a su lugar, y en la confianza de su liberaci�n en Cristo Jes�s ante Dios.

Entonces se nos presentan los dominios de la carne y el Esp�ritu: el caracterizado por el pecado y la muerte pr�cticamente ahora; el otro por la vida, la justicia y la paz, que, como vimos, ser� finalmente coronado por la resurrecci�n de estos cuerpos nuestros. El Esp�ritu Santo, que ahora da al alma la conciencia de la liberaci�n de su lugar en Cristo, es tambi�n el testigo de que el cuerpo tambi�n, el cuerpo mortal, ser� entregado a su tiempo.

"Si el Esp�ritu de aquel que levant� de los muertos a Jes�s mora en vosotros, el que levant� de los muertos a Cristo Jes�s vivificar� tambi�n vuestros cuerpos mortales por [o debido a] su Esp�ritu que mora en vosotros".

Luego, entra en otra rama de la verdad, el Esp�ritu, no como una condici�n contrastada con la carne (estas dos, como sabemos, siempre contrastadas en las Escrituras), sino como un poder, una persona divina que mora y da Su testimonio a el creyente. Su testimonio a nuestro esp�ritu es este, que somos hijos de Dios. Pero si hijos, somos sus herederos. En consecuencia, esto conduce, en relaci�n con la liberaci�n del cuerpo, a la herencia que debemos poseer.

La medida es lo que Dios mismo, por as� decirlo, posee el universo de Dios, lo que ser� bajo Cristo: �y lo que no? Como �l ha hecho todo, as� �l es heredero de todo. Somos herederos de Dios y coherederos con Cristo.

De ah� que se nos presente la acci�n del Esp�ritu de Dios en un doble punto de vista. As� como �l es la fuente de nuestro gozo, �l es el poder de la simpat�a en nuestros dolores, y el creyente conoce ambos. La fe de Cristo ha tra�do el gozo divino a su alma; pero, de hecho, est� atravesando un mundo de enfermedad, sufrimiento y dolor. Maravilloso pensar que el Esp�ritu de Dios se asocia con nosotros en todo, dign�ndose en darnos sentimientos divinos aun en nuestro pobre y estrecho coraz�n.

Esto ocupa la parte central del cap�tulo, que luego se cierra con el poder infalible y fiel de Dios para con nosotros en todas nuestras experiencias aqu� abajo. Como �l nos ha dado a trav�s de la sangre de Jes�s la remisi�n total, ya que seremos salvos por esta vida, ya que �l nos ha hecho saber incluso ahora nada menos que la liberaci�n presente consciente de todo �pice de mal que pertenece a nuestra misma naturaleza, como nosotros tengamos el Esp�ritu como prenda de la gloria a la que estamos destinados, como somos vasos de misericordioso dolor en medio de aquello de lo que a�n no hemos sido librados pero lo seremos, as� ahora tenemos la certeza de que, pase lo que pase, Dios es por nosotros, y que nada nos separar� de su amor que es en Cristo Jes�s Se�or nuestro.

Luego, en Romanos 9:1-33 ; Romanos 10:1-21 ; Romanos 11:1-36 , el ap�stol trata una dificultad seria para cualquier mente, especialmente para el jud�o, quien f�cilmente podr�a sentir que toda esta demostraci�n de gracia en Cristo tanto para el gentil como para el jud�o por el evangelio parece hacer muy barato el lugar distintivo de Israel como dado por Dios.

Si las buenas nuevas de Dios llegan al hombre, borrando por completo la diferencia entre un jud�o y un gentil, �qu� pasa con sus promesas especiales a Abraham ya su simiente? �Qu� hay de Su palabra pasada y jurada a los padres? El ap�stol les muestra con asombrosa fuerza en el punto de partida que estaba lejos de menospreciar sus privilegios. �l establece un resumen como ning�n jud�o ha dado jam�s desde que eran una naci�n.

�l saca a relucir las glorias peculiares de Israel seg�n la profundidad del evangelio tal como lo conoci� y predic�; al menos, de su persona que es el objeto de la fe ahora revelada. Lejos de negar u oscurecer aquello de lo que se jactaban, va m�s all� de ellos. "Que son israelitas", dice �l, "a quienes corresponde la adopci�n, la gloria, los pactos, la promulgaci�n de la ley y el servicio de Dios". , y las promesas, de quienes son los patriarcas, y de los cuales en cuanto a la carne vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas bendito por los siglos.

"Aqu� estaba la verdad misma que todo jud�o, como tal, negaba. �Qu� ceguera! Su gloria suprema era precisamente aquello de lo que no quer�an o�r hablar. �Qu� gloria tan rica como la del mismo Cristo debidamente apreciada? �l era Dios sobre todo bendito por siempre, as� como su Mes�as. Al que vino en humillaci�n, seg�n sus profetas, podr�an despreciarlo; pero era vano negar que los mismos profetas dieron testimonio de Su gloria divina. �l era Emmanuel, s�, el Jehov�, Dios Entonces, si Pablo dio su propio sentido de los privilegios jud�os, no hubo jud�o incr�dulo que se elevara a su estimaci�n de ellos.

Pero ahora, para responder a la pregunta que se plante�, alegaron las promesas distintivas a Israel. �Sobre qu� suelo? Porque eran hijos de Abraham. Pero, �c�mo, argumenta �l, podr�a soportar esto, si Abraham ten�a otro hijo, tan hijo suyo como Isaac? �Qu� les dijeron a los ismaelitas como coherederos? Ellos no se enterar�an. No, claman, es en la simiente de Isaac que el jud�o fue llamado. S�, pero este es otro principio.

Si en Isaac solamente, se trata de la simiente, no que naci�, sino que fue llamada. En consecuencia, la llamada de Dios, y no el nacimiento, simplemente hace la verdadera diferencia. �Se aventuraron a alegar que no solo deb�a ser el mismo padre, sino la misma madre? La respuesta es que esto no har� ni un �pice mejor; porque cuando descendemos a la pr�xima generaci�n, es evidente que los dos hijos de Isaac eran hijos de la misma madre; no, eran gemelos.

�Qu� podr�a concebirse m�s cerca o incluso m�s que esto? Seguramente si un lazo de nacimiento igual pod�a asegurar una comunidad de bendici�n si una carta de Dios depend�a de haber nacido del mismo padre y madre, no hab�a caso tan fuerte, ni reclamo tan evidente, como el de Esa� para tomar los mismos derechos que Jacob. . �Por qu� no permitir�an tal pretensi�n? �No era seguro y evidente que Israel no pod�a tomar la promesa sobre la base de una mera conexi�n seg�n la carne? La primogenitura del mismo padre dejar�a entrar a Ismael por un lado, ya que de ambos padres asegurar�a el t�tulo de Esa� por el otro.

Claramente, entonces, tal terreno es insostenible. De hecho, como hab�a insinuado antes, su verdadero mandato era el llamado de Dios, quien era libre, si as� lo deseaba, de traer a otras personas. Se convirti� simplemente en una cuesti�n de si, de hecho, Dios llam� a los gentiles, o si hab�a revelado tales intenciones.

Pero se encuentra con su orgullosa exclusividad de otra manera. �l muestra que, sobre la base de la responsabilidad de ser Su naci�n, estaban completamente arruinados. Si el primer libro de la Biblia mostr� que fue solo el llamado de Dios lo que hizo de Israel lo que era, su segundo libro prob� claramente que todo hab�a terminado con el pueblo llamado, si no hubiera sido por la misericordia de Dios. Levantaron el becerro de oro, y as� desecharon al verdadero Dios, su Dios, incluso en el desierto. Hizo el llamado de Dios. entonces, salir a los gentiles? �Tiene misericordia s�lo del Israel culpable? �No hay llamado, ni misericordia de Dios para nadie m�s?

Acto seguido entra en las pruebas directas y primero cita a Oseas como testigo. Ese antiguo profeta le dice a Israel, que en el lugar donde se les dijo: Vosotros no sois mi pueblo, all� se les dir�: Vosotros sois hijos del Dios viviente. Jezreel, Lo-ruhamah y Lo-ammi fueron de terrible importancia para Israel; pero, en presencia de circunstancias tan desastrosas, no deber�a haber simplemente un pueblo, sino hijos del Dios viviente, y entonces Jud� e Israel deber�an ser reunidos como un solo pueblo bajo una sola cabeza.

La aplicaci�n de esto era m�s evidente para los gentiles que para los jud�os. Compare el uso de Pedro en 1 Pedro 2:10 . Finalmente trae a Isa�as, mostrando que, lejos de retener su bendici�n como pueblo inquebrantable, solo un remanente ser�a salvo. Por lo tanto, uno no pod�a dejar de ver estas dos inferencias de peso: traer a ser hijos de Dios a aquellos que no hab�an sido su pueblo, y el juicio y la destrucci�n de la gran masa de su indudable pueblo. De estos solo se salvar�a un remanente. En ambos lados, por lo tanto, el ap�stol se enfrenta a los grandes puntos que ten�a en el coraz�n para demostrar de sus propias Escrituras.

Para todo esto, como insiste m�s, exist�a la raz�n de mayor peso posible. Dios es misericordioso, pero santo; �l es fiel, pero justo. El ap�stol se refiere a Isa�as para mostrar que Dios "pondr�a en Sion una piedra de tropiezo". Es en Si�n donde �l lo pone. No est� entre los gentiles, sino en el centro de honor de la pol�tica de Israel. All� se encontrar�a una piedra de tropiezo. �Cu�l iba a ser la piedra de tropiezo? Por supuesto, dif�cilmente podr�a ser la ley: ese era el alarde de Israel.

�Qu� era? S�lo podr�a haber una respuesta satisfactoria. La piedra de tropiezo era su Mes�as despreciado y rechazado. Esta fue la clave de sus dificultades por s� sola, y explica plenamente su ruina venidera, as� como las advertencias solemnes de Dios.

En el pr�ximo cap�tulo ( Romanos 10:1-21 ) contin�a con el tema, mostrando de la manera m�s conmovedora su afecto por la gente. Al mismo tiempo, revela la diferencia esencial entre la justicia de la fe y la de la ley. Toma sus propios libros, y prueba con uno de ellos (Deuteronomio) que en la ruina de Israel el recurso no es ir a lo profundo, ni subir al cielo.

Cristo ciertamente hizo ambas cosas; y as� la palabra estuvo cerca de ellos, en su boca y en su coraz�n. No es hacer, sino creer; por tanto, es lo que se les proclama, y ??lo que reciben y creen. Junto a esto recoge testimonios de m�s de un profeta. Cita a Joel, que todo aquel que invocare el nombre del Se�or, ser� salvo. Tambi�n cita de Isa�as: "Todo aquel que en �l creyere, no ser� avergonzado.

"Y marque la fuerza de la misma quien sea". El creyente, quienquiera que sea, no debe avergonzarse. �Era posible limitar esto a Israel? Pero m�s que esto: "Todo aquel que llame". Ah�. es la doble profec�a. El que creyere, no se averg�ence; todo el que llama debe ser salvo. En ambas partes, como se puede observar, la puerta est� abierta a los gentiles.

Pero, de nuevo, insin�a que la naturaleza del evangelio est� involucrada en la publicaci�n de las buenas nuevas. No es Dios teniendo un centro terrenal, y los pueblos amonton�ndose para adorar al Se�or en Jerusal�n. Es la salida de Su bendici�n m�s rica. �Y donde? �Cu�n lejos? �A los l�mites de la tierra santa? Mucho m�s all�. Salmo 19:1-14 se usa de la manera m�s hermosa para insinuar que los l�mites son el mundo.

As� como el sol en los cielos no es para un solo pueblo o tierra, tampoco lo es el evangelio. No hay idioma donde no se escuche su voz. "S�, en verdad, el sonido de ellos sali� por toda la tierra, y sus palabras hasta los confines del mundo". El evangelio sale universalmente. Por lo tanto, se desecharon las pretensiones jud�as; no aqu� por revelaciones nuevas y m�s completas, sino por este empleo divinamente h�bil de sus propias Escrituras del Antiguo Testamento.

Finalmente llega a otros dos testigos; como de los Salmos, as� ahora de la ley y de los profetas. El primero es el mismo Mois�s. Mois�s dice: "Os provocar� a celos con los que no son pueblo", etc. �C�mo podr�an los jud�os decir que esto se refer�a a ellos mismos? Por el contrario, fue el jud�o provocado por los gentiles "Por un pueblo que no es, y por una naci�n insensata te enojar�". �Negaron que eran una naci�n necia? Sea as� entonces; era una naci�n insensata por la cual Mois�s declar� que deb�an enojarse.

Pero esto no contenta al ap�stol, o m�s bien al Esp�ritu de Dios; porque contin�a se�alando que Isa�as "es muy atrevido" de manera similar; es decir, no se puede ocultar la verdad del asunto. Isa�as dice: "Fui hallado por los que no me buscaban; fui manifestado a los que no preguntaban por m�". Los jud�os fueron los �ltimos en el mundo en tomar un terreno como este. Era innegable que los gentiles no buscaban al Se�or, ni preguntaban por �l; y el profeta dice que Jehov� fue hallado entre los que no le buscaban, y se manifest� a los que no preguntaban por �l.

No hay en esto s�lo el llamamiento manifiesto de los gentiles, pero con no menos claridad est� el rechazo, al menos por un tiempo, del orgulloso Israel. �Pero de Israel dice: Todo el d�a extend� mis manos a un pueblo rebelde y rebelde�.

As� la prueba estaba completa. Los gentiles, los paganos despreciados, deb�an ser tra�dos; los jud�os satisfechos de s� mismos quedan atr�s, con justicia y sin duda alguna, si creyeron en la ley y los profetas.

Pero, �satisfaci� esto al ap�stol? Sin duda, fue suficiente para los prop�sitos presentes. La historia pasada de Israel fue esbozada en Romanos 9:1-33 ; el presente m�s inmediatamente est� ante nosotros en Romanos 10:1-21 . El futuro debe ser tra�do por la gracia de Dios; y esto nos lo da en consecuencia al final de Romanos 11:1-36 .

Primero, plantea la pregunta: "�Ha desechado Dios a su pueblo?" �Que no sea! �No era �l mismo, dice Pablo, una prueba de lo contrario? Luego se ampl�a y se�ala que hay un remanente de gracia en los peores tiempos. Si Dios hubiera desechado absolutamente a Su pueblo, �habr�a tal misericordia? No habr�a remanente si la justicia siguiera su curso. El remanente prueba, entonces, que aun bajo juicio el rechazo de Israel no es total, sino m�s bien una promesa de favor futuro. Este es el primer terreno.

El segundo motivo no es que el rechazo de Israel sea s�lo parcial, por extenso que sea, sino que tambi�n es temporal, y no definitivo. Esto es recurrir a un principio que ya hab�a utilizado. Dios estaba m�s bien provocando a Israel a celos por el llamado de los gentiles. Pero si as� fuera, no hubiera terminado con ellos. As�, el primer argumento muestra que el rechazo no fue total; la segunda, que no fue sino por una temporada.

Pero hay un tercero. Continuando con la ense�anza del olivo, lleva a cabo el mismo pensamiento de un remanente que permanece en su propio reba�o, y apunta a un restablecimiento de la naci�n, y solo observar�a por cierto, que los gentiles gritar que ning�n jud�o jam�s acepta el evangelio en verdad es una falsedad. Israel es de hecho el �nico pueblo del cual siempre hay una parte que cree. Hubo un tiempo en que ninguno de los ingleses, ni franceses, ni de ninguna otra naci�n cre�an en el Salvador.

Nunca hubo una hora desde la existencia de Israel como naci�n que Dios no haya tenido Su remanente de ellos. Tal ha sido su singular fruto de la promesa; tal es a�n en medio de toda su miseria en la actualidad. Y como ese peque�o remanente siempre es sostenido por la gracia de Dios, es la prenda permanente de su bienaventuranza final a trav�s de Su misericordia, sobre lo cual el ap�stol prorrumpe en �xtasis de acci�n de gracias a Dios.

Se apresura el d�a en que el Redentor vendr� a Si�n. Vendr�, dice un Testamento, de Si�n. Llegar� a Si�n, dice el otro. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo es el mismo testimonio sustancial. All� vendr�, y de all� saldr�. �l ser� due�o de ese glorioso asiento de realeza en Israel. Si�n a�n contemplar� a su Libertador poderoso, divino, pero una vez despreciado; y cuando �l as� venga, habr� una liberaci�n adecuada a Su gloria.

Todo Israel ser� salvo. Dios, por lo tanto, no hab�a desechado a su pueblo, sino que estaba empleando el intervalo de su salida de su lugar, como consecuencia de su rechazo de Cristo, para llamar a los gentiles en misericordia soberana, despu�s de lo cual todo Israel ser�a salvo. "�Oh profundidad de las riquezas de la sabidur�a y del conocimiento de Dios! �Cu�n inescrutables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque �qui�n conoci� la mente del Se�or? �Qui�n fue su consejero? �Qui�n fue el primero en vivificad a �l, y le ser� recompensado de nuevo? Porque de �l, y por �l, y para �l, son todas las cosas: a quien sea la gloria por los siglos.�

El resto de la ep�stola trata las consecuencias pr�cticas de la gran doctrina de la justicia de Dios, que ahora se ha demostrado que est� respaldada por sus promesas a Israel y de ninguna manera es incompatible con ellas. Toda la historia de Israel, pasada, presente y futura coincide con la que �l hab�a estado exponiendo, aunque bastante distinta. Aqu� ser� muy breve.

Romanos 12:1-21 analiza los deberes mutuos de los santos. Romanos 13:1-14 insta a sus deberes hacia lo que estaba fuera de ellos, m�s particularmente hacia los poderes f�cticos, pero tambi�n hacia los hombres en general. El amor es la gran deuda que tenemos, que nunca se podr� pagar, pero que siempre deber�amos estar pagando.

El cap�tulo cierra con el d�a del Se�or en su fuerza pr�ctica en el caminar cristiano. En Romanos 14:1-23 y el comienzo de Romanos 15:1-33 tenemos el tema delicado de la tolerancia cristiana en sus l�mites y amplitud.

Los d�biles no deben juzgar a los fuertes, y los fuertes no deben despreciar a los d�biles. Estas cosas son asuntos de conciencia, y dependen mucho para su soluci�n del grado que hayan alcanzado las almas. El tema termina con la gran verdad que nunca debe ser oscurecida por los detalles de que debemos recibirnos unos a otros, como Cristo nos recibi�, para la gloria de Dios. En el resto del cap�tulo 15 el ap�stol se detiene en la extensi�n de su apostolado, renueva su expresi�n del pensamiento y la esperanza de visitar Roma, y ??al mismo tiempo muestra cu�n bien recordaba la necesidad de los pobres en Jerusal�n.

Romanos 16:1-27 trae ante nosotros lo m�s. De manera instructiva e interesante los v�nculos que la gracia forma y mantiene pr�cticamente entre los santos de Dios. Aunque nunca hab�a visitado Roma, muchos de ellos eran conocidos personalmente. Es exquisito el delicado amor con el que destaca rasgos distintivos en cada uno de los santos, hombres y mujeres, que se le presentan.

�Ojal� el Se�or nos diera corazones para recordar, as� como ojos para ver, seg�n Su propia gracia! Luego sigue una advertencia contra los que traen tropiezos y tropiezos. Hay mal en acci�n, y la gracia no cierra los ojos al peligro; al mismo tiempo, nunca est� bajo la presi�n del enemigo, y existe la m�s plena confianza en que el Dios de paz quebrantar� en breve el poder de Satan�s bajo los pies de los santos.

Por �ltimo, el ap�stol vincula este tratado fundamental de la justicia divina en su doctrina, sus orientaciones dispensacionales y sus exhortaciones al andar de los cristianos, con una verdad superior, que entonces no habr�a sido conveniente sacar a la luz; porque la gracia considera el estado y la necesidad de los santos. El verdadero ministerio da no s�lo la verdad, sino la verdad adecuada a los santos. Al mismo tiempo el ap�stol s� alude a ese misterio que a�n no fue divulgado al menos, en esta ep�stola; pero se�ala desde los cimientos de la verdad eterna a aquellas alturas celestiales que estaban reservadas para otras comunicaciones en su debido tiempo.

Información bibliográfica
Kelly, William. "Comentario sobre Romans 16". Comentario de Kelly sobre los libros de la Biblia. https://beta.studylight.org/commentaries/spa/wkc/romans-16.html. 1860-1890.