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Bible Commentaries
Ageo 1

El Comentario del Púlpito de la IglesiaComentario del Púlpito de la Iglesia

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Versículos 1-15

EL LLAMADO A LA IGLESIA

Considere sus caminos.

Hageo 1:5

Hageo fue el primer profeta que se levant� en medio de la congregaci�n de Jud�, despu�s de su regreso de Babilonia, para declararle la voluntad y los prop�sitos salvadores de su Dios. Entre �l y Sofon�as estaban los setenta a�os del destierro. El pueblo jud�o hab�a aprendido algo en cautiverio; no volver�an a correr el riesgo de la ira de Jehov� por la tentaci�n de promover Su gloria trabajando con un pueblo mixto.

La negativa provoc� una amarga oposici�n, y las manos del pueblo quedaron inactivas por las continuas amenazas de guerra y por los consejeros contratados empleados para tergiversar el verdadero objeto del celo religioso de la naci�n jud�a. La obra en la Casa de Dios en Jerusal�n ces� durante el resto del reinado de Ciro y, sin embargo, estos obst�culos externos no fueron la �nica o la principal causa de la demora en la reconstrucci�n de la Casa de Dios.

Los constructores estaban asustados, fueron tergiversados, pero el pueblo mismo hab�a perdido la verdadera visi�n de lo que realmente constitu�a su gloria y su fuerza. Fueron absorbidos por su prosperidad material; miraban demasiado bajo, a la mera grandeza terrenal. Se hab�a mostrado una gran tibieza desde el principio a su regreso. La indiferencia fue incluso notable entre los m�s conectados con el altar; de las veinticuatro �rdenes de sacerdotes, s�lo cuatro regresaron; de los levitas s�lo setenta y cuatro individuos.

Incluso los m�s religiosos lloraron porque vieron que el esplendor exterior de su nuevo templo ser�a menor que el del anterior. Eran pusil�nimes, su celo se hab�a enfriado, volvieron sus pensamientos hacia la tranquilidad y la prosperidad personal. Pusieron techos en sus casas y dejaron desolado el templo del Se�or. Durante quince a�os o m�s hab�a cesado la obra de construcci�n, y la gente se contentaba con decir: "No ha llegado el momento, el momento en que se debe construir la Casa del Se�or".

Fue en un tiempo de ruina externa y depresi�n interna que el profeta Hageo, ahora un hombre muy avanzado en a�os, tuvo el valor de permanecer solo, primero con la palabra de reprensi�n: 'Considera tus caminos; �Es hora de que habites en tus casas con techo y esta casa sea desolada? y luego, en su arrepentimiento, con palabras de aliento valiente, '�Qui�n queda entre ustedes que vio esta casa en su primera gloria? y como lo veis ahora? �No es a tus ojos en comparaci�n con �l como nada? Pero ahora esfu�rzate, oh Zorobabel, dice el Se�or; y esfu�rzate, oh Josu�, hijo de Josedec, el sumo sacerdote; y esfu�rcense todos los de la tierra, dice el Se�or, y trabajen; porque yo estoy con vosotros, dice Jehov� de los ej�rcitos; conforme a la palabra que pact� con vosotros cuando salisteis de Egipto, as� mi Esp�ritu permanece entre vosotros; no tem�is.

I. La esperanza de la Iglesia. �'Todas las cosas que se escribieron antes, para nuestra ense�anza se escribieron, a fin de que, por la paciencia y la consolaci�n de las Escrituras, tengamos esperanza. ' Pocos per�odos de la narrativa sagrada son m�s adecuados para cumplir este prop�sito de gracia que la historia del cautiverio y la restauraci�n. En �l vemos al Pueblo Elegido de Dios triunfado por los poderes del mundo, el lugar que Dios hab�a elegido para poner Su nombre all� profanado, Su Templo destruido, Su Iglesia derrocada, esparcida, por el momento aparentemente aniquilada; sin embargo, en la visi�n del profeta, podemos ver c�mo todas estas fuerzas opuestas no eran sino instrumentos de disciplina en la mano del Alt�simo.

No se podr�a disparar una flecha si el Se�or se lo prohibiera. Los reyes de los ej�rcitos conquistadores no eran sino los siervos y pastores del Se�or, cuyo reba�o por un tiempo se les permiti� dispersar. La ciudad de Jerusal�n podr�a ser tomada, sus muros podr�an caer, pero la verdadera causa de la destrucci�n se dio a conocer cuando el profeta Am�s vio en su visi�n al Se�or mismo de pie sobre el muro de Jerusal�n, con la plomada en la mano; es cierto, en esta ocasi�n fue el s�mbolo de la destrucci�n, pero era el mismo que el s�mbolo de la construcci�n: representaba el orden, el plan y el prop�sito, y se sosten�a en la mano del Se�or; ten�a la intenci�n de ense�ar a los fieles, a trav�s del profeta, que Aquel que hab�a edificado ahora derribaba, y que pod�a reconstruir de nuevo; era una imagen tenue del ejemplo m�s perfecto de la confianza y la esperanza de la Iglesia,

II. Dios est� en medio de ella. �Y, sin embargo, esto no es todo ni la mayor parte del consuelo y la esperanza que nos brinda esta Escritura. Dios no solo controlaba las fuerzas que se opon�an a la Iglesia en Jerusal�n, sino que estaba con ella incluso cuando parec�a m�s subyugada. Su Esp�ritu estaba con Ezequiel y los cautivos junto al r�o de Quebar, y a los huesos secos se les orden� vivir, y a Daniel, aunque en cautiverio, le revel� el ascenso y la ca�da de dinast�a tras dinast�a, present�ndolos ante su visi�n prof�tica como f�cilmente como nubes de verano.

Su iglesia estaba en cautiverio, pero Su brazo no fue acortado; en su mano estaban todav�a los confines de la tierra. Y as�, cuando lleg� la hora del regreso, se pronunci� r�pidamente la palabra suficiente al profeta Hageo: "Yo estoy contigo, Mi Esp�ritu permanece contigo: no tem�is".

Obispo Edward King.

Información bibliográfica
Nisbet, James. "Comentario sobre Haggai 1". El Comentario del Púlpito de la Iglesia. https://beta.studylight.org/commentaries/spa/cpc/haggai-1.html. 1876.
 
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