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Saturday, September 28th, 2024
the Week of Proper 20 / Ordinary 25
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Bible Commentaries
El Comentario del Púlpito de la Iglesia Comentario del Púlpito de la Iglesia
Declaración de derechos de autor
Estos archivos están en dominio público.
Texto cortesía de BibleSupport.com. Utilizado con permiso.
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Texto cortesía de BibleSupport.com. Utilizado con permiso.
Información bibliográfica
Nisbet, James. "Comentario sobre Haggai 1". El Comentario del Púlpito de la Iglesia. https://beta.studylight.org/commentaries/spa/cpc/haggai-1.html. 1876.
Nisbet, James. "Comentario sobre Haggai 1". El Comentario del Púlpito de la Iglesia. https://beta.studylight.org/
Versículos 1-15
EL LLAMADO A LA IGLESIA
Considere sus caminos.
Hageo 1:5
Hageo fue el primer profeta que se levant� en medio de la congregaci�n de Jud�, despu�s de su regreso de Babilonia, para declararle la voluntad y los prop�sitos salvadores de su Dios. Entre �l y Sofon�as estaban los setenta a�os del destierro. El pueblo jud�o hab�a aprendido algo en cautiverio; no volver�an a correr el riesgo de la ira de Jehov� por la tentaci�n de promover Su gloria trabajando con un pueblo mixto.
La negativa provoc� una amarga oposici�n, y las manos del pueblo quedaron inactivas por las continuas amenazas de guerra y por los consejeros contratados empleados para tergiversar el verdadero objeto del celo religioso de la naci�n jud�a. La obra en la Casa de Dios en Jerusal�n ces� durante el resto del reinado de Ciro y, sin embargo, estos obst�culos externos no fueron la �nica o la principal causa de la demora en la reconstrucci�n de la Casa de Dios.
Los constructores estaban asustados, fueron tergiversados, pero el pueblo mismo hab�a perdido la verdadera visi�n de lo que realmente constitu�a su gloria y su fuerza. Fueron absorbidos por su prosperidad material; miraban demasiado bajo, a la mera grandeza terrenal. Se hab�a mostrado una gran tibieza desde el principio a su regreso. La indiferencia fue incluso notable entre los m�s conectados con el altar; de las veinticuatro �rdenes de sacerdotes, s�lo cuatro regresaron; de los levitas s�lo setenta y cuatro individuos.
Incluso los m�s religiosos lloraron porque vieron que el esplendor exterior de su nuevo templo ser�a menor que el del anterior. Eran pusil�nimes, su celo se hab�a enfriado, volvieron sus pensamientos hacia la tranquilidad y la prosperidad personal. Pusieron techos en sus casas y dejaron desolado el templo del Se�or. Durante quince a�os o m�s hab�a cesado la obra de construcci�n, y la gente se contentaba con decir: "No ha llegado el momento, el momento en que se debe construir la Casa del Se�or".
Fue en un tiempo de ruina externa y depresi�n interna que el profeta Hageo, ahora un hombre muy avanzado en a�os, tuvo el valor de permanecer solo, primero con la palabra de reprensi�n: 'Considera tus caminos; �Es hora de que habites en tus casas con techo y esta casa sea desolada? y luego, en su arrepentimiento, con palabras de aliento valiente, '�Qui�n queda entre ustedes que vio esta casa en su primera gloria? y como lo veis ahora? �No es a tus ojos en comparaci�n con �l como nada? Pero ahora esfu�rzate, oh Zorobabel, dice el Se�or; y esfu�rzate, oh Josu�, hijo de Josedec, el sumo sacerdote; y esfu�rcense todos los de la tierra, dice el Se�or, y trabajen; porque yo estoy con vosotros, dice Jehov� de los ej�rcitos; conforme a la palabra que pact� con vosotros cuando salisteis de Egipto, as� mi Esp�ritu permanece entre vosotros; no tem�is.
I. La esperanza de la Iglesia. �'Todas las cosas que se escribieron antes, para nuestra ense�anza se escribieron, a fin de que, por la paciencia y la consolaci�n de las Escrituras, tengamos esperanza. ' Pocos per�odos de la narrativa sagrada son m�s adecuados para cumplir este prop�sito de gracia que la historia del cautiverio y la restauraci�n. En �l vemos al Pueblo Elegido de Dios triunfado por los poderes del mundo, el lugar que Dios hab�a elegido para poner Su nombre all� profanado, Su Templo destruido, Su Iglesia derrocada, esparcida, por el momento aparentemente aniquilada; sin embargo, en la visi�n del profeta, podemos ver c�mo todas estas fuerzas opuestas no eran sino instrumentos de disciplina en la mano del Alt�simo.
No se podr�a disparar una flecha si el Se�or se lo prohibiera. Los reyes de los ej�rcitos conquistadores no eran sino los siervos y pastores del Se�or, cuyo reba�o por un tiempo se les permiti� dispersar. La ciudad de Jerusal�n podr�a ser tomada, sus muros podr�an caer, pero la verdadera causa de la destrucci�n se dio a conocer cuando el profeta Am�s vio en su visi�n al Se�or mismo de pie sobre el muro de Jerusal�n, con la plomada en la mano; es cierto, en esta ocasi�n fue el s�mbolo de la destrucci�n, pero era el mismo que el s�mbolo de la construcci�n: representaba el orden, el plan y el prop�sito, y se sosten�a en la mano del Se�or; ten�a la intenci�n de ense�ar a los fieles, a trav�s del profeta, que Aquel que hab�a edificado ahora derribaba, y que pod�a reconstruir de nuevo; era una imagen tenue del ejemplo m�s perfecto de la confianza y la esperanza de la Iglesia,
II. Dios est� en medio de ella. �Y, sin embargo, esto no es todo ni la mayor parte del consuelo y la esperanza que nos brinda esta Escritura. Dios no solo controlaba las fuerzas que se opon�an a la Iglesia en Jerusal�n, sino que estaba con ella incluso cuando parec�a m�s subyugada. Su Esp�ritu estaba con Ezequiel y los cautivos junto al r�o de Quebar, y a los huesos secos se les orden� vivir, y a Daniel, aunque en cautiverio, le revel� el ascenso y la ca�da de dinast�a tras dinast�a, present�ndolos ante su visi�n prof�tica como f�cilmente como nubes de verano.
Su iglesia estaba en cautiverio, pero Su brazo no fue acortado; en su mano estaban todav�a los confines de la tierra. Y as�, cuando lleg� la hora del regreso, se pronunci� r�pidamente la palabra suficiente al profeta Hageo: "Yo estoy contigo, Mi Esp�ritu permanece contigo: no tem�is".
Obispo Edward King.