Lectionary Calendar
Saturday, September 28th, 2024
the Week of Proper 20 / Ordinary 25
the Week of Proper 20 / Ordinary 25
advertisement
advertisement
advertisement
Attention!
Tired of seeing ads while studying? Now you can enjoy an "Ads Free" version of the site for as little as 10¢ a day and support a great cause!
Click here to learn more!
Click here to learn more!
Bible Commentaries
Sinopsis del Nuevo Testamento de Darby Sinopsis de Darby
Declaración de derechos de autor
Estos archivos están en el dominio público.
Estos archivos están en el dominio público.
Información bibliográfica
Darby, John. "Comentario sobre 1 Corinthians 14". "Sinopsis del Nuevo Testamento de Juan Darby". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/dsn/1-corinthians-14.html. 1857-67.
Darby, John. "Comentario sobre 1 Corinthians 14". "Sinopsis del Nuevo Testamento de Juan Darby". https://beta.studylight.org/
Versículos 1-40
Dos Vers�culos en este Cap�tulo 14 demandan un poco de atenci�n ( 1 Corintios 14:1-2 el 3 y el 6 ( 1 Corintios 14:3 ; 1 Corintios 14:6 ).
El vers�culo 3 ( 1 Corintios 14:3 ) es el efecto, o m�s bien la cualidad, de lo que dice un profeta, y no una definici�n. Edifica, alienta, consuela hablando. No obstante, estas palabras muestran el car�cter de lo que dijo. La profec�a no es de ninguna manera simplemente la revelaci�n de eventos futuros, aunque los profetas como tales los hayan revelado.
Un profeta es alguien que est� tan en comunicaci�n con Dios como para poder comunicar Su mente. Un maestro instruye de acuerdo con lo que ya est� escrito, y as� explica su importancia. Pero, al comunicar la mente de Dios a las almas bajo la gracia, el profeta las anim� y edific�. Con respecto al vers�culo 6 ( 1 Corintios 14:6 ) , es claro que viniendo en lenguas (por el uso de las cuales los corintios, como ni�os, amaban resplandecer en la asamblea), el que as� hablaba, a nadie edificaba, porque no era comprendido.
Quiz� no se entend�a a s� mismo, sino que era el instrumento no inteligente del Esp�ritu, teniendo la poderosa impresi�n de que Dios hablaba por medio de �l, de modo que en el Esp�ritu sent�a que estaba en comunicaci�n con Dios, aunque su entendimiento era infructuoso En cualquier caso, nadie pod�a hablar para la edificaci�n de la asamblea a menos que comunicara la mente de Dios.
De tal comunicaci�n el ap�stol distingue dos clases de revelaci�n y conocimiento. Este �ltimo supone una revelaci�n ya dada, de la cual alguien se aprovech� por el Esp�ritu Santo para el bien del reba�o. Luego se�ala los dones que fueron, respectivamente, los medios para edificar de estas dos maneras. No es que los dos �ltimos t�rminos ( 1 Corintios 14:6 ) sean los equivalentes de los dos primeros; pero las dos cosas de las que aqu� se habla como la edificaci�n de la iglesia se cumplieron por medio de estos dos dones.
Pod�a haber "profec�a" sin que fuera una revelaci�n absolutamente nueva, aunque hab�a en ella algo m�s que conocimiento. Podr�a contener una aplicaci�n de los pensamientos de Dios, una direcci�n de parte de Dios al alma, a la conciencia, que ser�a m�s que conocimiento, pero que no ser�a una nueva revelaci�n. Dios act�a all� sin revelar una nueva verdad, o un nuevo hecho. El "conocimiento" o la "doctrina" ense�a verdades o explica la palabra, algo muy �til para la asamblea; pero en ella no est� la acci�n directa del Esp�ritu en aplicaci�n, y por tanto no la manifestaci�n directa de la presencia de Dios a los hombres en su propia conciencia y coraz�n.
Cuando alguien ense�a, el que es espiritual se beneficia de ello; cuando uno profetiza, hasta el que no es espiritual puede sentirlo, es alcanzado y juzgado; y es lo mismo con la conciencia del cristiano. La revelaci�n, o conocimiento, es una divisi�n perfecta y lo abarca todo. La profec�a y la doctrina est�n en �ntima conexi�n con las dos; pero la profec�a abarca otras ideas, de modo que esta divisi�n no responde exactamente a los dos primeros t�rminos.
El ap�stol insiste mucho en la necesidad de hacerse entender, ya sea que se hable, se cante o se ore. �l desea, y la observaci�n es de suma importancia al juzgar las pretensiones de los hombres al Esp�ritu, que el entendimiento est� en ejercicio. �l no niega que pod�an hablar en lenguas sin que el entendimiento fuera algo de evidente poder y utilidad cuando estaban presentes personas que no entend�an otro idioma, o cuyo idioma natural era.
Pero, en general, era cosa inferior cuando el Esp�ritu no actuaba sobre, y por tanto por medio del entendimiento en el que hablaba. La comuni�n de las almas en un sujeto com�n, por la unidad del Esp�ritu, no exist�a cuando el que hablaba no entend�a lo que dec�a. El individuo que habla no gozaba �l mismo, como de Dios, de lo que comunicaba a los dem�s. Si los dem�s tampoco lo entend�an, era un juego de ni�os pronunciar palabras sin sentido para los oyentes.
Pero el ap�stol deseaba entender por s� mismo lo que dec�a, aunque hablaba en muchas lenguas; para que no fueran celos de su parte. Habl� m�s lenguas extranjeras, por el don del Esp�ritu Santo, que todos ellos. Pero su alma amaba las cosas de Dios amaba recibir la verdad inteligentemente de �l amaba tener trato inteligente con los dem�s; y preferir�a decir cinco palabras con su entendimiento, que diez mil sin �l en una lengua desconocida.
Qu� poder maravilloso, qu� manifestaci�n de la presencia de Dios, cosa digna de la m�s profunda atenci�n y, al mismo tiempo, qu� superioridad a toda vanidad carnal, al brillo reflejado en el individuo por medio de los dones, qu� poder moral de la �Esp�ritu de Dios, donde el amor no vio en estas manifestaciones de poder en el don sino instrumentos para el bien de la asamblea y de las almas! Era la fuerza pr�ctica de ese amor, a cuyo ejercicio, como superior a los dones, exhortaba a los fieles.
Era el amor y la sabidur�a de Dios dirigiendo el ejercicio de Su poder para el bien de aquellos a quienes amaba. �Qu� posici�n para un hombre! �Qu� sencillez imparte la gracia de Dios a quien se olvida de s� mismo en la humildad y el amor, y qu� poder en esa humildad! El ap�stol confirma su argumento por el efecto que se producir�a en los extra�os que pudieran entrar en la asamblea, o en los cristianos no ilustrados, si oyeran hablar lenguas que nadie entendiera: los tomar�an por locos. La profec�a, llegando a su conciencia, les har�a sentir que Dios estaba all� presente en la asamblea de Dios.
Los regalos eran abundantes en Corinto. Habiendo reglamentado lo que concierne a las cuestiones morales, el ap�stol en segundo lugar reglamenta el ejercicio de esos dones. Todos vinieron con alguna manifestaci�n del poder del Esp�ritu Santo, en lo cual evidentemente pensaron m�s que en la conformidad con Cristo. Sin embargo, el ap�stol reconoce en �l el poder del Esp�ritu de Dios y da reglas para su ejercicio.
Dos o tres pod�an hablar en lenguas, siempre que hubiera un int�rprete, para que la asamblea pudiera ser edificada. Y esto deb�a hacerse uno a la vez, porque parece que incluso hablaron varios a la vez. Lo mismo que con los profetas: dos o tres pod�an hablar, los dem�s juzgar�an si realmente ven�a de Dios. Porque, si les fuera dado por Dios, todos podr�an profetizar; pero s�lo uno a la vez, para que todos puedan aprender una dependencia siempre buena para los profetas m�s dotados y que todos puedan ser consolados.
Los esp�ritus de los profetas (es decir, el impulso del poder en el ejercicio de los dones) estaban sujetos a la gu�a de la inteligencia moral que el Esp�ritu confer�a a los profetas. Eran, por parte de Dios, due�os de s� mismos en el uso de estos dones, en el ejercicio de este maravilloso poder que obraba en ellos. No fue un furor divino, como dec�an los paganos de su inspiraci�n diab�lica, lo que los arrebat�; porque Dios no pod�a ser autor de confusi�n en la asamblea, sino de paz.
En una palabra, vemos que este poder estaba encomendado al hombre en su responsabilidad moral; un principio importante, que es invariable en los caminos de Dios. Dios salv� al hombre por gracia, cuando hab�a fallado en su responsabilidad; pero todo lo que �l ha encomendado al hombre, cualquiera que sea la energ�a divina del don, el hombre lo tiene como responsable para usarlo para la gloria de Dios y, en consecuencia, para el bien de los dem�s y especialmente de la asamblea.
Las mujeres deb�an estar en silencio en la asamblea: no se les permit�a hablar. Deb�an permanecer en obediencia y no dirigir a otros. Adem�s, la ley conten�a el mismo lenguaje. Ser�a una pena escucharlos hablar en p�blico. Si hubieran tenido preguntas que hacer, podr�an preguntar a sus esposos en casa.
Con todos sus dones, la palabra no sali� de los corintios, ni les hab�a venido solamente a ellos; deben someterse al orden universal del Esp�ritu en la asamblea. Si pretendieron ser guiados por el Esp�ritu, reconozcan (y esto lo probar�a) que las cosas que el ap�stol les escribi� eran mandamientos del Se�or: una afirmaci�n muy importante; una posici�n responsable y seria de esta maravillosa sierva de Dios.
�Qu� mezcla de ternura, de paciencia y de autoridad! El ap�stol desea que los fieles lleguen a la verdad y al orden, conducidos por sus propios afectos; no temiendo, si es necesario para su bien, valerse de una autoridad sin apelaci�n, como hablando directamente de Dios, una autoridad que Dios justificar�a si el ap�stol se viera obligado a usarla de mala gana. Si alguno ignoraba que escribi� por el Esp�ritu con la autoridad de Dios, en verdad era ignorancia; que los tales sean entregados a su ignorancia.
Los hombres espirituales y sencillos ser�an librados de tales pretensiones. Los que estaban realmente llenos del Esp�ritu reconocer�an que lo que escribi� el ap�stol provino inmediatamente de Dios, y fue la expresi�n de Su sabidur�a, de lo que se convirti� en �l: porque a menudo puede haber el reconocimiento de la sabidur�a divina o incluso humana cuando es encontrado, donde no hab�a la capacidad de encontrarlo, ni, si se percib�a en parte, el poder de exponerlo con autoridad. Mientras tanto, el hombre de pretensi�n, reducido a este lugar, encontrar�a provechoso el lugar y lo que necesitaba.
Tambi�n observaremos aqu� la importancia de esta afirmaci�n del ap�stol con respecto a la inspiraci�n de las ep�stolas. Lo que ense�� sobre los detalles, incluso del orden de la asamblea, fue tan realmente dado por Dios, vino tan completamente de Dios, que eran los mandamientos del Se�or. Por doctrina tenemos, al final de la Ep�stola a los Romanos, la misma declaraci�n de que fue por medio de escritos prof�ticos que el evangelio fue difundido entre las naciones.
El ap�stol retoma sus instrucciones diciendo que deben desear profetizar, no prohibir hablar en lenguas, y que todo debe hacerse con orden y decoro.