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Bible Commentaries
Romanos 7

Sinopsis del Nuevo Testamento de DarbySinopsis de Darby

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Versículos 1-25

Hemos considerado el efecto de la muerte y resurrecci�n de Cristo con referencia a la justificaci�n ya la vida pr�ctica. En la primera parte de la ep�stola (hasta el Cap�tulo 5:11) �l ha muerto por nuestros pecados. Del cap�tulo 5:12, habiendo muerto �l, nos consideramos muertos al pecado y vivos para Dios por medio de �l. Se ha discutido nuestro estado bajo las dos cabezas, Ad�n y Cristo. Quedaba otro punto para ser tratado por el ap�stol: el efecto de esta �ltima doctrina sobre la cuesti�n de la ley.

El cristiano, o mejor dicho, el creyente, tiene parte en Cristo como un Cristo muerto, y vive para Dios, habiendo resucitado Cristo de los muertos por medio de �l. �Cu�l es la fuerza de esta verdad con respecto a la ley (pues la ley s�lo tiene poder sobre el hombre mientras vive)? Estando entonces muerto, ya no tiene ning�n dominio sobre �l. Esta es nuestra posici�n con respecto a la ley. �Eso debilita su autoridad? No. Porque decimos que Cristo ha muerto, y nosotros tambi�n; pero la ley ya no se aplica a uno que est� muerto.

Al resaltar el efecto de esta verdad, el ap�stol usa el ejemplo de la ley del matrimonio. La mujer ser�a una ad�ltera si lo fuera para otro mientras su esposo viviera; pero cuando su marido muere, ella es libre. La aplicaci�n de esta regla cambia la forma de la verdad. Es cierto que uno no puede estar bajo la autoridad de dos maridos a la vez. Uno excluye al otro. La ley y Cristo resucitado no pueden asociarse en su autoridad sobre el alma.

Pero en nuestro caso la ley no pierde su fuerza (es decir, sus derechos sobre nosotros) por su muerte, sino por nuestra muerte. Reina sobre nosotros s�lo mientras vivimos. Es con esta destrucci�n del v�nculo por la muerte que comienza el ap�stol. El marido muri�, pero en la aplicaci�n queda anulado por nuestra muerte. Entonces estamos muertos a la ley por el cuerpo de Cristo (porque tenemos que ver con un Cristo resucitado despu�s de su muerte), para que lo seamos Aquel que resucit� de entre los muertos, a fin de que demos fruto para Dios; pero no podemos pertenecer a los dos a la vez.

Cuando est�bamos en la carne, cuando, como hombre, a cualquiera se le ten�a por andar en la responsabilidad de un hombre que viv�a en la vida de la naturaleza, como hijo de Ad�n, la ley para �l era la regla y la medida perfecta de esa responsabilidad. , y el representante de la autoridad de Dios. Las pasiones que empujaban al pecado obraban en esa naturaleza, y encontr�ndose con esta barrera de la ley, encontraban en ella lo que, resisti�ndola, excitaba la voluntad, y suger�a, aun por la misma prohibici�n, el mal que amaba la carne. y que la ley prohib�a; y as� estas pasiones obraron en los miembros para producir un fruto que trajo la muerte.

Pero ahora estaba fuera de su autoridad, hab�a desaparecido de su persecuci�n, [35] estando muerto en esa ley a la autoridad a la que hab�amos sido sometidos. Ahora bien, haber muerto bajo la ley habr�a sido tambi�n condenaci�n; pero es Cristo quien pas� por esto y tom� la condenaci�n, mientras que nosotros tenemos la liberaci�n del viejo hombre que est� en la muerte. Nuestro viejo hombre est� crucificado con �l, para que sea nuestra liberaci�n morir a la ley.

S�lo nos conden�, pero su autoridad termina con la vida de aquel que estaba bajo esa autoridad. Y estando muertos en Cristo, la ley ya no puede alcanzar a los que estaban bajo ella: somos del nuevo esposo, de Cristo resucitado, para que sirvamos en novedad de esp�ritu, la buena voluntad de la gracia en nuestra vida nueva, y como el ap�stol explicar� despu�s, por el Esp�ritu Santo [36] no en la esclavitud de la letra.

Esta es la doctrina. Pasemos ahora a las conclusiones que se pueden deducir de ello. �Es la ley, entonces, pecado, que somos sustra�dos de su autoridad? De ninguna manera. Pero dio el conocimiento del pecado, y lo imput�. Porque el ap�stol dice que no habr�a entendido que el mero impulso de su naturaleza era pecado, si la ley no hubiera dicho: No codiciar�s. Pero el mandamiento dio ocasi�n al pecado de atacar el alma.

El pecado, ese mal principio de nuestra naturaleza, [37] sirvi�ndose del mandamiento para provocar al alma al pecado que est� prohibido (pero que tuvo ocasi�n de sugerir por la misma interdicci�n, actuando tambi�n sobre la voluntad que resist�a a la interdicci�n) , produjo toda clase de concupiscencia. Porque, sin la ley, el pecado no podr�a sumergir al alma en este conflicto, y dar en ella la sentencia de muerte, haci�ndola responsable en conciencia del pecado que, sin esta ley, no habr�a conocido. Bajo la ley actuaba la lujuria, con la conciencia de pecado en el coraz�n; y el resultado fue la muerte en la conciencia, sin ninguna liberaci�n para el coraz�n del poder de la concupiscencia.

Sin la ley, el pecado no agit� as� una voluntad que rehusaba someterse a lo que la deten�a. Porque una barrera a la voluntad despierta y excita la voluntad: y la conciencia de pecado, en presencia de la prohibici�n de Dios, es una conciencia bajo sentencia de muerte. As� el mandamiento, que en s� mismo era para vida, se convirti� de hecho en muerte. "Haz esto y vive" se convirti� en muerte, al mostrar las exigencias de Dios a una naturaleza pecaminosa cuya voluntad las rechaz�, ya una conciencia que no pod�a dejar de aceptar la justa condenaci�n.

Un hombre camina en tranquila indiferencia, haciendo su propia voluntad, sin conocimiento de Dios, y en consecuencia sin ning�n sentimiento de pecado o rebeli�n. Viene la ley, y muere bajo su justo juicio, que le proh�be todo lo que desea. La lujuria era algo malo, pero no revelaba el juicio de Dios; al contrario, lo olvid�. Pero venida la ley, el pecado (se mira aqu� como un enemigo que ataca a alguna persona o lugar), sabiendo que la voluntad persistir�a y la conciencia condenar�a, aprovech� la oportunidad de la ley, impuls� al hombre en direcci�n contraria. a la ley, y lo mat�, en la conciencia del pecado que la ley prohib�a de parte de Dios. El resultado fue la muerte del hombre, de parte de Dios en el juicio. La ley entonces era buena y santa, ya que prohib�a el pecado, pero al condenar al pecador.

�Entonces la muerte fue tra�da por lo que era bueno? [38] No. Pero el pecado, para que se viera en su verdadera luz, emple� lo que era bueno para traer la muerte al alma; y as�, por el mandamiento, se volvi� sumamente pecaminoso. En todo esto, el pecado se personifica como alguien que busca matar el alma.

Tal fue, pues, el efecto de la ley, que el primer marido, viendo que exist�a pecado en el hombre. Para resaltar esto m�s claramente, el ap�stol comunica su comprensi�n espiritual de la experiencia de un alma bajo la ley.

Debemos advertir aqu� que el tema de que se trata no es el hecho del conflicto entre las dos naturalezas, sino el efecto de la ley, suponiendo que la voluntad se renueve, y que la ley haya obtenido el sufragio de la conciencia y sea el objeto de los afectos del coraz�n un coraz�n que reconoce la espiritualidad de la ley. Este no es el conocimiento de la gracia, ni del Salvador Cristo, ni del Esp�ritu.

[39] El punto principal aqu� no es la condenaci�n (aunque la ley ciertamente deja el alma bajo juicio), sino toda la falta de fuerza para cumplirla, para que no nos condene. La ley es espiritual; pero yo, como hombre, soy carnal, esclavo del pecado, cualquiera que sea el juicio de mi hombre interior: porque no permito lo que hago. Lo que quisiera no lo hago; y lo que aborrezco lo practico. As� amando y as� odiando, consiento que la ley sea buena.

No es que yo haga el mal en cuanto a la intenci�n moral de la voluntad, porque no quiero el mal que hago; al contrario lo odio. Es, pues, el pecado el que mora en m�, porque de hecho en m� (es decir, en mi carne todo el hombre natural tal como es) no existe el bien, porque aun donde est� la voluntad, no encuentro el camino para realizar cualquier bien. El poder es totalmente deficiente.

En el vers�culo 20 ( Romanos 7:20 ), el ap�stol, teniendo esta explicaci�n, enfatiza el yo y el m�. �Si lo que yo mismo quisiera� (deber�amos leer), y �Ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que mora en m�. Encuentro entonces el mal presente en m� mismo que har�a el bien; porque, en cuanto al hombre interior, me deleito en la ley de Dios.

Pero hay en m� otro principio constante que lucha contra la ley de mi mente, que me lleva cautivo a esta ley del pecado en mis miembros. De modo que, cualesquiera que sean mis deseos, por mejores que sean, yo mismo soy un hombre miserable. Siendo hombre, y tal hombre, no puedo sino sentirme miserable. Pero, llegados a esto, se ha dado un paso inmenso.

El mal del que aqu� se habla es el mal que est� en nuestra naturaleza, y la falta de poder para librarnos de �l. El perd�n de los pecados hab�a sido completamente ense�ado. Lo que angustia aqu� es la obra presente del pecado del que no podemos deshacernos. El sentido de esto es a menudo algo m�s doloroso que los pecados pasados, que el creyente puede entender como quitados por la sangre de Cristo. Pero aqu� todav�a tenemos la conciencia del pecado en nosotros, aunque podamos odiarlo, y la cuesti�n de la liberaci�n est� mezclada con nuestra experiencia, al menos hasta que hayamos aprendido lo que se nos ense�a en esta parte de la ep�stola, para juzgar el viejo como pecado en nosotros, no en nosotros mismos, y nos consideramos muertos.

Cristo, por quien ahora vivimos, habiendo muerto, y siendo un sacrificio por el pecado, nuestra condenaci�n es imposible, mientras que el pecado es condenado y nosotros libres por "la ley del Esp�ritu de vida en �l". No es perd�n, sino liberaci�n, el pecado en la carne siendo condenado en la cruz.

Bajo la gracia divina el hombre renovado aprendi� tres cosas. Primero, ha llegado al descubrimiento de que en �l, es decir, en su carne, no hay nada bueno; pero, en segundo lugar, ha aprendido a distinguir entre s� mismo, que quiere el bien, y el pecado que mora en �l; pero, adem�s, cuando quiere el bien, el pecado es demasiado fuerte para �l. Habiendo as� adquirido el conocimiento de s� mismo, no busca ser mejor en la carne, sino la liberaci�n, y la tiene en Cristo.

El poder viene despu�s. Ha llegado al descubrimiento ya la confesi�n de que no tiene poder. Se arroja sobre otro. �l no dice, �C�mo puedo? o, �c�mo lo har�? pero, �qui�n me librar�? Ahora bien, fue cuando est�bamos desprovistos de toda fuerza que Cristo muri� por los imp�os. Se descubre esta falta de fuerza; y encontramos la gracia al final, cuando con respecto a lo que somos, ya toda esperanza de mejoramiento en nosotros mismos, la gracia es nuestro �nico recurso.

Pero felizmente, cuando nos entregamos a la gracia, no hay nada m�s que gracia ante nosotros. La liberaci�n se logra por no estar vivos en la carne en absoluto: hemos muerto de ella, y de estar bajo la ley, que nos ten�a en servidumbre y condenaci�n, y estamos casados ??con otro, Cristo resucitado de entre los muertos; y tan pronto como el alma angustiada ha dicho: "�Qui�n me librar�?" la respuesta est� lista: "Doy gracias a Dios por Jesucristo Se�or nuestro". La respuesta no es, �l librar�. La liberaci�n ya est� consumada: da gracias.

El hombre fue miserable en conflicto bajo la ley, sin conocimiento de redenci�n. Pero ha muerto en la muerte de Cristo por la naturaleza que lo hizo as�; �l ha terminado con �l mismo. La liberaci�n de Dios es completa. Las dos naturalezas todav�a se oponen entre s�, pero la liberaci�n no es imperfecta. Esta liberaci�n obrada por Dios, y el progreso de su manifestaci�n, se desarrollan en el pr�ximo Cap�tulo.

Podemos se�alar aqu� que el ap�stol no dice: "Sabemos que la ley es espiritual, y nosotros carnales". De haberlo hecho, habr�a sido hablar de cristianos, como tales, en su condici�n propia y normal. Es la experiencia personal de lo que es la carne bajo la ley, cuando el hombre es vivificado, y no el estado del cristiano como tal ante Dios. Obs�rvese tambi�n que la ley es vista desde el punto de vista del conocimiento cristiano "sabemos" cuando ya no estamos bajo ella, y cuando somos capaces de juzgar sobre todo su alcance, seg�n la espiritualidad del que juzga. : y que ve tambi�n, siendo espiritual, lo que es la carne; porque ya no est� en la carne, sino en el Esp�ritu.

[40] Literalmente, este pasaje no es la condici�n de nadie en absoluto; sino principios opuestos entre s�, cuyo resultado se manifiesta al suponer un hombre bajo la ley: la voluntad siempre recta, pero el bien nunca hecho, el mal siempre. Sin embargo, para la conciencia esta es la condici�n pr�ctica de todo hombre renovado bajo la ley. Podemos se�alar otro principio importante. El hombre en esta condici�n est� enteramente ocupado consigo mismo; desea el bien, no lo realiza, hace lo que no quiere.

No se nombra ni a Cristo ni al Esp�ritu Santo. En la condici�n normal de un cristiano, est� ocupado con Cristo. Pero lo que se expresa en este cap�tulo s�ptimo es el resultado natural y necesario de la ley, cuando se despierta la conciencia y se renueva la voluntad. Porque el querer est� presente en �l. Pero �l est� bajo la ley, ve su espiritualidad, la consiente, se deleita en ella seg�n el hombre interior, y no puede hacer lo que es bueno.

El pecado tiene dominio sobre �l. El sentido de responsabilidad no respondida y la ausencia de paz hacen que el alma se vuelva necesariamente sobre s� misma. Se ocupa por completo del yo, del que se habla casi cuarenta veces desde el vers�culo 14 ( Romanos 7:14 ). Es bueno ser as�, en lugar de ser insensible. No es paz.

Esta paz se encuentra en otra parte, y est� en esto; cuando se reduce a la conciencia de la propia incapacidad de hacer el bien a Dios, uno encuentra que Dios ha hecho por nosotros el bien que necesitamos. No solo somos perdonados sino liberados, y estamos en Cristo, no en la carne en absoluto.

El conflicto contin�a, contin�a la oposici�n entre las dos naturalezas, pero damos gracias a Dios por medio de nuestro Se�or Jesucristo. [41] Obs�rvese aqu� que la liberaci�n s�lo se encuentra cuando existe la plena convicci�n de nuestra incapacidad y falta de poder, as� como de nuestros pecados. Es mucho m�s dif�cil llegar a esta convicci�n de incapacidad que a la de haber pecado. Pero el pecado de nuestra naturaleza, su perversidad irremediable, su resistencia al bien, la ley del pecado en nuestros miembros, s�lo se conoce en su gravedad jur�dica por la experiencia de la inutilidad de nuestros esfuerzos por hacer el bien.

Bajo la ley, la inutilidad de estos esfuerzos deja la conciencia en angustia y servidumbre, y produce el sentimiento de que es imposible estar con Dios. Bajo la gracia los esfuerzos no son in�tiles, y la naturaleza maligna se nos muestra (o en la comuni�n con Dios, o por ca�das si descuidamos la comuni�n) en toda su deformidad en presencia de esa gracia. Pero en este Cap�tulo se presenta la experiencia del pecado en la naturaleza como adquirida bajo la ley, a fin de que el hombre se conozca a s� mismo en esta posici�n y sepa lo que es en cuanto a su carne, y que en realidad no puede llegar de esta manera a venir ante Dios con buena conciencia. Est� bajo el primer marido; la muerte a�n no hab�a roto el v�nculo en cuanto al estado del alma.

Ahora debemos recordar que esta experiencia del alma bajo la ley se introduce entre par�ntesis para mostrar la condici�n pecaminosa a la que se aplica la gracia y el efecto de la ley. Nuestro tema es que el creyente tiene parte en la muerte de Cristo y ha muerto, y est� vivo por medio de Aquel que resucit�; que Cristo, habiendo pasado por la gracia bajo la muerte, habiendo sido hecho pecado, ha terminado para siempre con ese estado en el que ten�a que ver con el pecado y la muerte en semejanza de carne de pecado; y habiendo acabado para siempre con todo lo que estaba relacionado con �l, ha entrado por resurrecci�n en un nuevo orden de cosas, una nueva condici�n delante de Dios, totalmente m�s all� del alcance de todo aquello a lo que �l se hab�a sometido por nosotros, que en nosotros estaba conectado con nuestra vida natural, y m�s all� del alcance de la ley que ata el pecado a la conciencia de parte de Dios.

Nota #35

Es as�, no lo dudo, que debe leerse este pasaje. Mi lector quiz�s encuentre que "la ley est� muerta". La expresi�n, "muertos a aquello en lo que est�bamos retenidos", alude al vers�culo 4 ( Romanos 7:4 ), donde se dice, "a la ley moristeis". Cristo bajo la ley muri� bajo su maldici�n. Estar en la carne es vivir bajo la responsabilidad de un hombre en su vida natural, hijo del Ad�n ca�do.

En esa vida (a menos que sea sin ley) la ley es la regla de la justicia humana. No debemos confundir la carne que est� en el cristiano con un hombre que est� en la carne. El principio de la vida antigua todav�a est� ah�, pero de ninguna manera es el principio de su relaci�n con Dios. Cuando estoy en la carne, es el principio de mi relaci�n con Dios; pero, siendo su voluntad pecaminosa, es imposible que agrade a Dios.

Puedo buscar la justicia en �l ser� sobre la base de la ley. Pero el cristiano est� muerto por Cristo a todo aquel estado de cosas que no vive de esa vida; su vida est� en Cristo, y ha recibido el Esp�ritu Santo. La carne ya no es el principio de su relaci�n con Dios; por ese motivo se ha reconocido perdido. En otra parte aprendemos que �l est� en Cristo sobre el terreno sobre el cual Cristo est� ante Dios. El Esp�ritu Santo, como veremos, lo coloca all� con poder por la fe, siendo Cristo su vida.

Nota #36

No dice aqu� por el Esp�ritu, porque todav�a no ha hablado del don del Esp�ritu Santo en virtud de la obra de Cristo. S�lo habla de la manera, el car�cter del servicio prestado.

Nota #37

Se recordar� que a lo largo de esta parte de la ep�stola (es decir, del cap�tulo 5:12) tenemos que ver con el pecado, no con los pecados.

Nota #38

El pecado y la muerte son correlativos. La ley se introduce para poner de manifiesto a trav�s del delito lo que ambos son. El ap�stol primero pregunta: "�Es la ley pecado?" ya que su resultado fue la muerte del hombre. �Dios no lo quiera! pero dio el conocimiento del pecado, y escribi� la muerte en el alma a trav�s del juicio, siendo el hombre pecador. La segunda pregunta es: "Siendo as� la ley buena en s� misma, �se ha convertido en muerte para m�?" No.

Es el pecado que (para que se manifieste en toda su enormidad) me ha matado, usando la ley como medio, en mi conciencia. Encontr� en la condici�n del hombre los medios para pervertir este bien y convertirlo en muerte para �l.

Nota #39

Tambi�n hay conflicto, cuando el Esp�ritu Santo mora en nosotros. G�latas 5 habla de esto. "La carne codicia contra el Esp�ritu", etc. Pero entonces no estamos bajo la ley, como contin�a diciendo el ap�stol: "Si sois guiados por el Esp�ritu, no est�is bajo la ley". Aqu� la persona de la que se habla est� bajo la ley: todo est� relacionado con la ley. La ley es espiritual; consentimos en la ley, nos deleitamos en la ley. Ni Cristo ni el Esp�ritu son mencionados hasta que entra la cuesti�n de la liberaci�n.

Nota #40

Esto da la clave de este �ay! porque las almas no son libres se habla mucho de paso. No es la experiencia presente de nadie, sino una persona liberada que describe el estado de uno no liberado. Una persona no liberada no podr�a hablar exactamente as�, porque est� inquieta en cuanto al resultado para s� misma. Un hombre en un pantano no describe tranquilamente c�mo se hunde en �l, porque teme hundirse y quedarse all�; cuando est� fuera, describe c�mo un hombre se hunde all�.

El final de Romanos 7 es un hombre que sale del pantano mostrando en paz el principio y la manera en que uno se hunde en �l. Toda esta parte de la ep�stola es m�s complicada que lo que precede al cap�tulo 5:12, porque nuestra propia experiencia est� en conflicto con lo que la fe nos ense�a a decir. Si por la gracia soy perdonado y justificado, no hay contradicci�n en mi experiencia.

Es lo que Dios ha hecho por m� fuera de m� mismo. Mi deuda est� pagada. Pero si tengo que decir que estoy muerto al pecado, mi experiencia lo contradice. Por lo tanto, no tenemos descanso a este respecto, hasta que dejemos el yo o la carne como totalmente malos e irremediables, y aprendamos que, como consecuencia de la redenci�n, no estamos en la carne en absoluto. Compare los cap�tulos 7 y 8.

Nota #41

El �ltimo Verso del Cap�tulo 7 ( Romanos 7:25 ) habla de la mente abstracta y el car�cter de las naturalezas opuestas; uno la mente, sin embargo, y el prop�sito del coraz�n en el hombre renovado; el otro, el hecho de estar all� la carne, uno "yo mismo", el otro "mi carne". As� que el "yo" tiene raz�n; s�lo que no se considera conforme a la ley o en contrario.

Información bibliográfica
Darby, John. "Comentario sobre Romans 7". "Sinopsis del Nuevo Testamento de Juan Darby". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/dsn/romans-7.html. 1857-67.
 
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