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Saturday, September 28th, 2024
the Week of Proper 20 / Ordinary 25
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Bible Commentaries
Comentario Crítico y Explicativo sobre Toda la Biblia - Sin abreviar Comentario Crítico Sin Abreviar
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Estos archivos están en dominio público.
Texto cortesía de BibleSupport.com. Usado con permiso.
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Información bibliográfica
Jamieson, Robert, D.D.; Fausset, A. R.; Brown, David. "Comentario sobre Romans 5". "Comentario Crítico y Explicativo sobre Toda la Biblia - Sin abreviar". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/jfu/romans-5.html. 1871-8.
Jamieson, Robert, D.D.; Fausset, A. R.; Brown, David. "Comentario sobre Romans 5". "Comentario Crítico y Explicativo sobre Toda la Biblia - Sin abreviar". https://beta.studylight.org/
Versículos 1-21
CAPITULO 5LOS EFECTOS BENDITOS DE LA JUSTIFICACION POR LA FE. Habiendo conclu�do la comprobaci�n de esta doctrina, el ap�stol contin�a tratando acerca de los frutos de la misma, pero reserva la plena consideraci�n del tema para otra fase del argumento (cap. 8).
1. [Habiendo sido] Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios, etc.-Si hemos de ser guiados por la autoridad de los manuscritos, la lecci�n correcta aqu�, fuera de duda, es: �Tengamos paz:� lecci�n que la mayor�a rechaza, sin embargo, porque piensa que es il�gico exhortar a los hombres a que tengan lo que le toca a Dios darles, y porque el ap�stol no est� dando exhortaci�n aqu� sino expresando una verdad. Pero como parece arriesgado hacer a un lado el testimonio decisivo de los manuscritos, referente a lo que el ap�stol en efecto escribi� en preferencia a lo que opinamos que debi� haber escrito, hagamos una pausa y pregunt�monos: Si es el privilegio de los justificados �tener paz para con Dios,� �por qu� no pudo el ap�stol empezar la enumeraci�n de los frutos de la justificaci�n invitando a los creyentes a realizar esta paz que les pertenece, o a aprovechar el gozoso conocimiento de ella al hacerla suya propia? Y si esto fuera lo que �l hizo en efecto, no ser�a necesario que continuara en el mismo estilo, y los dem�s frutos de la justificaci�n los podr�a enumerar como simples hechos. Esta �paz� es primeramente un cambio en las relaciones de Dios para con nosotros; y luego, a consecuencia del mismo, es un cambio de nuestra parte para con �l. Dios, por una parte, �nos ha reconciliado a s� por Jesucristo� (2Co 5:18); y nosotros, por la otra, poniendo nuestro sello a esto, �somos reconciliados con Dios� (2Co 5:20). La �propiciaci�n� es el lugar de reuni�n; y as� termina la controversia de ambas partes en una honorable y eterna �paz.�
2. Por el cual tambi�n tenemos [conseguida] entrada por la fe a esta gracia [o favor para con Dios] en la cual estamos firmes-(lit., �puestos en pie�)-Es decir, �Por la misma fe que primero nos da �paz para con Dios,� debemos nuestra entrada a este estado permanente que en el favor de Dios los justificados gozan.� Como es dif�cil distinguir esta gracia de la paz antes mencionada, conclu�mos que es solamente otra fase de la misma [Meyer, Philippi, Mehring], m�s bien que cosa nueva. [Beza, Tholuck, Hodge.] y nos gloriamos en la esperanza de la gloria-V�ase nota, �esperanza,� v. 4.
3, 4. mas aun nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulaci�n produce paciencia-La paciencia soporta con calma aquello que quisi�ramos fuera quitado, ya sea esto la privaci�n del bien prometido (cap. 8:25), o la continuada experiencia de males positivos (como aqu�). Existe en realidad una paciencia que proviene de la naturaleza no regenerada, y que tiene en s� algo de nobleza, pero que es en muchos casos engendro del orgullo, si no de algo aun m�s bajo. Se ha conocido a hombres que han padecido toda forma de privaci�n, de tortura, y de muerte, sin murmurar y aun sin demostrar emoci�n visible, sencillamente porque ser�a indigno de ellos hundirse ante el mal inevitable. Pero este orgulloso valor estoico nada tiene en com�n con la gracia de la paciencia, la que es, o la mansa aceptaci�n del mal porque es de Dios ( Job 1:21-22; Job 2:10), o la tranquila espera del bien prometido hasta el tiempo conveniente que Dios disponga (Heb 10:36); en el pleno convencimiento de que todas esas pruebas son ordenadas de Dios, que hacen falta para la disciplina de los hijos de Dios, que no son sino por un tiempo determinado, y que no son enviadas sin abundantes promesas de �canciones en la noche.� Y la paciencia, prueba-No �experiencia�, como en la versi�n inglesa. Es el mismo vocablo traducido �prueba� en 2Co 2:9; 2Co 13:3; Phi 2:22; esto es, una evidencia experimental de que hemos cre�do por la gracia. y la prueba, esperanza-Es decir, la esperanza �de la gloria de Dios� preparada para nosotros. As� tenemos esperanza en dos sentidos distintos y en dos fases sucesivas de la vida cristiana: primero: inmediatamente despu�s de creer, junto con la realizaci�n de la paz y del acceso permanente a Dios (v. 1); en seguida, despu�s de que la realidad de esta fe haya sido �probada,� particularmente al soportar las pruebas enviadas para probarla. La esperanza la conseguimos primero con dirigir la mirada all� al Cordero de Dios; y luego con mirarnos a nosotros mismos transformados por aquella �mirada a Jes�s.� En el primer caso, la mente obra (como se dice) objetivamente; en el otro, subjetivamente. El uno es (seg�n dicen los te�logos) la seguridad de la fe; el otro el convencimiento de los sentidos.
5. Y la esperanza no averg�enza [como una esperanza vana]; porque el amor de Dios-No �nuestro amor a Dios,� como lo interpretan los expositores romanistas y algunos protestantes (siguiendo a algunos de los Padres); sino que es �el amor de Dios a nosotros,� como la mayor�a de los expositores concuerdan. est� derramado-copiosamente (comp. Joh 7:38; Tit 3:6). por el Esp�ritu Santo que nos es [mejor dicho, �fu�] dado-Esto es, en la gran difusi�n pentecostal que se contempla como la donaci�n formal del Esp�ritu a la iglesia de Dios, para todo tiempo y para cada creyente. (Por vez primera se introduce al Esp�ritu Santo en esta Ep�stola.) Es como si el ap�stol hubiese dicho: ��C�mo nos podr� avergonzar esta esperanza de la gloria, que como creyentes alentamos, cuando sentimos a Dios mismo por el Esp�ritu que nos est� dado, hinchi�ndonos el coraz�n de dulces e irresistibles sensaciones del maravilloso amor de Dios en Cristo Jes�s?� Esto lleva al ap�stol a extenderse sobre el asombroso car�cter de aquel amor.
6-8. Porque Cristo, cuando aun �ramos flacos-Es decir, impotentes para salvarnos, y al punto de perecer. a su tiempo [a la saz�n ordenada] muri� por los imp�os-Tres rasgos se�alados del amor de Dios se dan: Primero, Cristo �muri� por los imp�os�, el car�cter de los cuales lejos de merecer una interposici�n a favor de ellos, era del todo repulsivo a los ojos de Dios; segundo, �l hizo esto, �cuando �ramos flacos�, sin que nada hubiera entre nosotros y la perdici�n sino aquella divina compasi�n propia de Dios; en tercer lugar, lo hizo �a tiempo�, cuando m�s propiamente deb�a acontecer. (comp. Gal 4:4). Sobre los dos rasgos primeros el ap�stol sigue discurriendo. apenas muere alguno por un justo-Por uno cuyo car�cter es excepcional. podr� ser que � por el [uno] bueno-quien, adem�s de ser excepcional, se distingue por su bondad, es decir, un benefactor a la sociedad-osara morir-es decir: �Apenas ocurre el caso de que haya uno que se sacrifique a s� mismo a favor de uno meramente justo; sin embargo, por uno que es una bendici�n para la sociedad, puede ser que se halle un ejemplo de tan noble entrega de la vida.� [As� Bengel, Olshausen, Tholuck, Alford, Philippi.] (Hacer que �el justo� y �el bueno� aqu� se refiera a la misma persona, y que todo el sentido sea que �aunque raro el caso puede ocurrir de uno que haga el sacrificio de su vida por uno de car�cter digno� [como Calvino, Fritzsche, Jowett], es excesivamente insulso. Mas Dios encarece [�manifiesta�, �patentiza�-en glorioso contraste con todo lo que los hombres hacen, o no hacen unos por otros] su caridad [�su amor�] para con nosotros, porque siendo a�n pecadores-Esto es, en una condici�n no de �bondad� positiva ni aun de �justicia� negativa, sino al contrario, en una condici�n de �pecado�, la cual su alma aborrece-Cristo muri� por nosotros-He aqu� la imponente inferencia, enf�ticamente reduplicada.
9, 10. Luego mucho m�s ahora, [habiendo sido] justificados en su sangre, por �l seremos salvos de la ira, Porque si siendo [cuando �ramos] enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho m�s, estando reconciliados, seremos salvos por su vida-Es decir, �Si ya est� consumada aquella parte de la obra de nuestro Salvador que le cost� su sangre, y que fu� realizada en bien de personas que son incapaces de la m�s m�nima simpatia para con el amor de Cristo y de sus labores en favor de ellas mismas, o sea, su �justificaci�n� y su �reconciliaci�n�, �con cu�nta m�s raz�n terminar� lo que resta hacer, puesto que ha de hacerlo no ya con las agon�as mortales, sino en la �vida� imperturbable, ya no a favor de enemigos, sino a favor de amigos-de los cuales recibe a cada paso el reconocimiento agradecido de almas redimidas que le adoran?� La expresi�n �seremos salvos de la ira por �l,� denota aqu� toda la obra de Cristo en favor de los creyentes, desde el momento de la justificaci�n, cuando la ira de Dios se aleja de ellos, hasta que el Juez del gran trono blanco descargue aquella ira sobre los que �no obedecen al Evangelio de nuestro Se�or Jesucristo,� y aquella obra puede ser recapitulada en �guardarlos de caer y en presentarlos sin mancha ante la presencia de su gloria con grande gozo� (Jud 1:24): as� son ellos �salvados por �l de la ira.�
11. Y no s�lo esto, mas aun nos gloriamos en Dios por el Se�or nuestro Jesucristo, por [medio de] el cual hemos ahora recibido la reconciliaci�n-Los efectos susodichos de la justificaci�n eran en favor nuestro y evocaban la gratitud; este �ltimo puede ser denominado un efecto puramente desinteresado. Nuestro primer sentir para con Dios al experimentar la paz en �l, es el de una gratitud entra�able por una salvaci�n tan costosa; pero no bien hubimos aprendido a clamar �Abba, Padre,� al sentir la dulce emoci�n de la reconciliaci�n, cuando el hecho de �gloriarnos� en �l toma el lugar del terror que sent�amos hacia �l, y ahora nos parece ser �enteramente deseable.�-Sobre esta secci�n, n�tese: (1) �Con cu�nta gloria el evangelio proclama su origen divino, basando toda obediencia acepta a Dios en la �paz para con Dios,� asentando los cimientos de esta paz en una justa �justificaci�n� del pecador �por medio de nuestro Se�or Jesucristo�. y haciendo que esto sea la entrada a un estado permanente en el favor divino, y una triunfante expectaci�n de gloria futura! (vv. 1, 2). Otra paz, digna del nombre de paz, no la hay; y como los que son ajenos a esta paz no ascienden a tan alta comuni�n con Dios, no tienen ni el gusto ni el deseo de ella. (2) Como s�lo los creyentes poseen el verdadero secreto de la paciencia bajo las pruebas, y aunque �stas son en s� �no de gozo, sino de tristeza� (Heb 12:17), cuando son enviadas por Dios y ofrecen la oportunidad al creyente para manifestar su fe por la gracia de la paciencia al soportarlas, debieran �tenerlo por sumo gozo� (vv. 3, 4; v�ase Jam 1:2-3). (3) La �esperanza,� en el sentido neotestamentario de la palabra, no es un grado menor de la fe ni de seguridad (como muchos dicen: Tengo esperanza del cielo, pero no la seguridad de �l); sino que invariablemente significa �la confiada expectaci�n del bien futuro.� Presupone la fe; y aquello que la fe nos asegura que ser� nuestro, la esperanza confiadamente lo aguarda. Al alentar esta esperanza, la mira del alma dirigida objetivamente a Cristo como la base de la misma, y la dirigida subjetivamente a nosotros mismos como la evidencia de su realidad, deben accionar y reaccionar la una en la otra (vv. 2 y 4 cotejados). (4) Es el oficio propio del Esp�ritu Santo el engendrar en el alma la plena convicci�n y el gozoso conocimiento de que Dios ama, en Cristo Jes�s, a todos los pecadores, y a nosotros en particular; y donde existe esta convicci�n, lleva consigo tal seguridad de la salvaci�n final que no puede ser defraudada (v. 5). (5) La justificaci�n de los imp�os no es obrada en virtud de su reformaci�n moral, sino en virtud de �la sangre del Hijo de Dios;� y mientras que esto se afirma en el v. 9, nuestra reconciliaci�n con Dios por la �muerte de su Hijo,� afirmada en el v. 10, no es sino una variaci�n de lo dicho. En ambos vers�culos la bendici�n a que se hace referencia es la restauraci�n del pecador a un estado de justicia delante de Dios; y la base meritoria que se menciona es el sacrificio expiatorio del Hijo de Dios. (6) La gratitud a Dios por el amor redentor que no tuviera gozo en Dios mismo, ser�a un sentimiento ego�sta y sin valor; pero cuando la gratitud se confunde en este gozo-cuando el ext�tico sentir de la eterna �reconciliaci�n� se torna en el �gloriarse en Dios� mismo-, entonces el sentir inferior es santificado y sostenido por el superior, y cada uno es perfectivo del otro (v. 11).
12-21. COMPARACION Y CONTRASTE ENTRE ADAN Y CRISTO EN SU RELACION CON LA FAMILIA HUMANA. (Esta profund�sima e important�sima secci�n ha motivado mucha discusi�n cr�tica y teol�gica, en la que cada punto, y casi cada frase, ha sido disputado. Aqu� podemos exponer solamente lo que nos parece la �nica interpretaci�n sostenible de ella como un todo, con algunas indicaciones de las bases de nuestro criterio.)
12. De consiguiente-Siendo as� las cosas; con referencia a todo el argumento precedente, vino la reconciliaci�n por uno-(Estas palabras, en bastardillas en nuestra versi�n, no concuerdan con el texto griego.-Nota del Trad.) as� como el pecado-Considerado aqu� en su culpabilidad, en su criminalidad, y en su penalidad-entr� en el mundo por un hombre [Ad�n], y por el pecado la muerte [como pena del pecado], y la muerte as� pas� a todos los hombres, pues que todos pecaron-Es decir, al cometer el primer pecado el primer hombre. As� la muerte alcanza a todo individuo de la familia humana, como la pena que a �l mismo le corresponde. [As�, en substancia lo interpretan Bengel, Hodge, Philippi.] Aqu� hubi�ramos esperado que el ap�stol concluyese la oraci�n gramatical (que principia con �as� como ��) con palabras semejantes a �stas: �As� tambi�n por un hombre entr� la justicia en el mundo, y por la justicia, la vida.� Pero, en lugar de eso, tenemos una digresi�n, que se extiende al trav�s de cinco vers�culos para ilustrar el importante dicho del v. 12; y es s�lo en el v. 18 donde se reasume la comparaci�n y se concluye.
13, 14. Porque hasta la ley, el pecado estaba en el mundo-Esto es, durante el lapso desde Ad�n �hasta que la ley� de Mois�s fu� dada, Dios continuaba tratando a los hombres como pecadores. pero no se imputa pecado no habiendo ley-Esto significa que: �Como el pecado era imputado debi� haber una ley durante aquel per�odo�, lo cual est� demostrado. No obstante, rein� la muerte desde Adam hasta Mois�s, aun en los que no pecaron a la manera de la rebeli�n de Adam-Pero �qui�nes son? Esta es una pregunta muy disputada. Los p�rvulos (dicen algunos), siendo inocentes de pecado en efecto, se puede decir sue no pecaron como Ad�n. [Agust�n, Beza, Hodge.] Pero �por qu� debieran los p�rvulos estar conectados en especial con el per�odo �desde Ad�n hasta Mois�s,� puesto que mueren asimismo en toda edad? Y si el ap�stol quiso expresar aqu� la muerte de p�rvulos, �por qu� lo hizo en forma tan enigm�tica? Adem�s, la muerte de los p�rvulos se comprende en la mortalidad universal a causa del primer pecado, como se expresa tan enf�ticamente en el v. 12; �qu� necesidad hay de especificarla aqu�? y �por qu�, si no fu� necesario especificarla, hemos de presuponer que aqu� se quer�a expresar, a menos de que el lenguaje inequ�vocamente lo indicara (lo que por cierto no es el caso)? El sentido pues debe ser: que �la muerte rein� desde Ad�n hasta Mois�s, aun sobre aquellos que no hab�an transgredido, como Ad�n, un mandamiento positivo que amenazara con la muerte a los desobedientes.� (Esta es la opini�n de la mayor�a de los int�rpretes.) En este caso, la frase �aun en los que ��, en vez de especificar una clase particular de los que vivieron desde Ad�n hasta Mois�s (como supone la otra interpretaci�n), meramente explica aquello que fu� lo que hizo digno de especial nota el caso de los que murieron entre Ad�n y Mois�s: a saber, que aunque eran diferentes de Ad�n y todos los que existieron hasta Mois�s, los que vivieron entre los dos no tuvieron amenazas positivas de la muerte por la transgresi�n, �sin embargo, la muerte rein� aun sobre ellos.� el cual es figura [o �tipo�] del que hab�a de venir [el Cristo]-�Esta frase fu� a�adida a la primera menci�n del nombre de Ad�n, el hombre de quien el ap�stol habla, para recordar el motivo por el cual de �l est� tratando, es decir, para presentarlo como la figura de Cristo.� [Alford.] El punto de analog�a aqu� propuesto entre Cristo y Ad�n, es claramente el car�cter p�blico que los dos sosten�an, ninguno de los dos siendo considerado en el proceder divino hacia los hombres como meros individuos, sino como representativos ambos. (Algunos entienden que el ap�stol habla de su propio punto de vista, de que �el que ha de venir� se refiere a la segunda venida de Cristo. [Fritzsche, De Wette, Alford.] Pero esto est� forzado, puesto que la analog�a del segundo Ad�n con el primero ha estado en pleno desarrollo desde cuando �Dios lo ensalz� por Pr�ncipe y Salvador,� y s�lo ser� consumada en su segunda venida. El sentido sencillamente es, y en esto concuerdan casi todos los int�rpretes, que Ad�n es un tipo de aquel que hab�a de venir despu�s de �l en el mismo car�cter p�blico, y as� ser�a �el segundo Ad�n.�) Mas no como el delito, tal fu� el don [gratuito]-Los dos casos presentan puntos de contraste as� como de semejanza. porque si por el delito [transgresi�n] de aquel uno murieron los muchos �, etc.-(es decir, en el primer pecado de Ad�n), mucho m�s abund� la gracia de Dios y el don de la gracia de un hombre, Jesucristo, a los muchos. El t�rmino �los muchos� significa la masa de la humanidad representada respectivamente por Ad�n y por Cristo, en contraste, no con pocos, sino con �el uno� que los represent�. �El don gratuito� significa (como en el v. 17) el glorioso don de la justicia justificadora; �ste se distingue de la �gracia de Dios,� como el efecto se distingue de la causa; y las dos cosas se dice que �abundaron� para con nosotros en Cristo (en el sentido que aparece en los dos vers�culos siguientes). Y el t�rmino �mucho m�s�, en el segundo caso, no significa que recibamos mucho m�s de bien por parte de Cristo que el mal recibido por parte de Ad�n (porque no es un caso de cantidad en absoluto); m�s bien, es que tenemos mucha m�s raz�n para esperar, o que est� m�s en consonancia con nuestras ideas acerca de Dios, el que los muchos recibiesen beneficio por los m�ritos de uno, que el que muchos sufriesen por el pecado de uno; y si esto ha acontecido, cu�nto m�s podemos estar seguros de aquello. [Philippi, Hodge.]
16. Ni tampoco de la manera que por un pecado [m�s bien, �por uno que pec�], as� tambi�n el don-Es decir, se puede mencionar otro punto de contraste. porque el juicio � [la sentencia] vino de [a causa de] un pecado [u �ofensa�] para condenaci�n, mas la gracia [el don de la gracia] vino de muchos delitos para justificaci�n-Este es un punto glorioso de contraste que significa que: �La condenaci�n de Ad�n fu� por causa de un pecado; pero la justificaci�n por Cristo es la absoluci�n no s�lo de la culpa de aquella primera ofensa, que se adher�a misteriosamente a cada individuo de la raza humana, sino tambi�n de las ofensas inn�meras en las cuales aqu�lla, cual microbio incrustado en el pecho de cada individuo, se desarrolla en la vida.� Este es el significado de aquella �gracia que abund� para con nosotros en la abundancia del don de justicia.� Es una gracia rica no s�lo en su car�cter, sino tambi�n en los detalles; es una �justicia� rica no s�lo en una completa justificaci�n de los culpables y condenados pecadores; es rica en la amplitud del terreno que abarca, que no deja por cancelar ni un solo pecado de ninguno de los justificados, sino que hace que �l, por cuanto m�s cargado est� de la culpa de miles de ofensas, sea �la justicia de Dios en Cristo.�
17. Porque, si por un delito [�por la falta de uno�] rein� la muerte por [medio de] uno, mucho m�s reinar�n en vida por [medio de] un Jesucristo los que reciben la abundancia de la gracia, y el don de la justicia [justificadora]-Tenemos aqu� las dos ideas de los vv. 15 y 16 sublimemente combinadas en una, como si el tema se hubiera apoderado del ap�stol mientras avanzaba en su comparaci�n de los dos casos. Aqu�, por primera vez en esta secci�n, habla de aquella VIDA que surge de la justificaci�n, en contraste con la muerte que surge del pecado y sigue a la condenaci�n. La idea correcta de ella es pues: �el derecho de vivir�-�la vida justa�-vida que se posee y se goza con benevolencia, en conformidad con la eterna ley de �el que est� sentado en el trono;� vida pues, en el sentido m�s amplio-vida en todo el ser del hombre y al trav�s de toda la duraci�n de la existencia humana: vida de una relaci�n bendita y amorosa con Dios en alma y cuerpo, para siempre jam�s. Es digno de notar. tambi�n, que mientras que Pablo dice que la muerte �rein� sobre� nosotros por Ad�n, no dice que la vida �reinase sobre nosotros� por Cristo, no sea que el ap�stol parezca investir esta nueva vida del mismo atributo de la muerte-el de cruel tiran�a maligna, de la que �ramos v�ctimas infelices. Ni dice que la vida reinase en nosotros, lo que tendr�a una idea bastante escritural; sino lo que es mucho m�s fecundo: �Nosotros reinaremos en vida.� Mientras que la libertad y el poder est�n inclu�dos en la figura de �reinar,� �la vida� est� representada como el glorioso territorio o atm�sfera de aquel reino. Y volviendo a la idea del v. 16, en cuanto a las �muchas ofensas� cuyo completo perd�n demuestra �la abundancia de la gracia y del don de la justicia,� todo lo dicho es a este efecto: �Si la ofensa de un hombre arroj� en contra de nosotros el poder tir�nico de la muerte, para hacernos v�ctimas suyas en impotente esclavitud, �mucho m�s,� cuando nos presentemos enriquecidos con la �abundante gracia� de Dios y en la hermosura de una completa absoluci�n de inn�meras ofensas, nos gloriaremos en una vida divinamente pose�da y legalmente asegurada, �reinando� en la exultante libertad e invencible poder, por medio de aquella �persona� sin par, Jesucristo�. (En cuanto a la importancia del tiempo futuro en esta �ltima frase, v�ase nota, v. 19 y cap. 6:5.)
18. As� que-Ahora por fin, reasumiendo la comparaci�n del v. 12, que se dej� sin terminar, y a fin de concluirla formalmente, lo que se ha hecho una y otra vez substancialmente en los vers�culos intermedios. de la manera que por un delito vino la culpa-o �el juicio�; interpolaci�n de las versiones-a todos los hombres para condenaci�n, as� por una justicia vino la gracia a todos los hombr�s para justificaci�n de vida-[As� lo entienden Calvino, Bengel, Olshausen, Tholuck, Hodge, Philippi). Pero mejor, como juzgamos: �Como por una ofensa (vino) sobre todos los hombres para condenaci�n, as� tambi�n por una justicia (vino) sobre todos para justificaci�n de vida� (As� Beza, Grocio, Ferme, Meyer, De Wette, Alford). En este caso el ap�stol, reasumiendo la declaraci�n del v. 12, la expresa en una forma m�s concentrada y v�vida-sugerida acaso por la expresi�n del v. 16, de por �un pecado�, la cual representa toda la obra de Cristo, considerada como la base de nuestra justificaci�n, como �una justicia.� (Algunos han querido traducir la palabra aqu� empleada, por �un acto justo� [Alford, Versi�n Revisada, etc.], entendiendo por ello la muerte de Cristo como el acto redentor que anul� aquel acto ruin de Ad�n. Pero esto es limitar demasiado la idea del ap�stol; porque as� como la misma palabra se traduce �justicia� en el cap. 8:4, donde significa que �la justicia de la ley es cumplida en nosotros, que no andamos seg�n la carne, sino seg�n el esp�ritu�, de la misma manera aqu� denota toda la obediencia de Cristo �hasta la muerte�, considerada como la sola base meritoria que anula la condenaci�n que vino por Ad�n. Pero sobre esto, y la expresi�n �todos los hombres�, v�ase la nota sobre el v. 19. La expresi�n �justificaci�n de vida� es la v�vida combinaci�n de dos ideas ya comentadas, y significa �justificaci�n que imparte el debido derecho as� como la posesi�n efectiva de la vida y el goce de la misma�).
19. Porque � etc.-Trad�zcase: Porque como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron hechos pecadores, as� tambi�n por la obediencia de uno los muchos ser�n hechos justos. Sobre este gran vers�culo observemos: 1. Que por la �obediencia� de Cristo aqu�, es claro que no se entiende otra cosa sino lo que los te�logos llaman su obediencia activa, en distinci�n de su padecimiento y muerte; se refiere a la obra entera de Cristo en su car�cter obedencial. Nuestro Se�or mismo representa aun su muerte como su gran acto de obediencia al Padre: �Este mandamiento (de que pusiera su vida y la tomara de nuevo) recib� de mi Padre� (Joh 10:18). 2. La significativa palabra �constitu�dos�, dicha dos veces se emplea para expresar aquel acto judicial que considera a los hombres como pecadores en virtud de su relaci�n con Ad�n, y por justos en virtud de su conexi�n con Cristo. 3. El cambio del tiempo pret�rito al futuro: �as� como por Ad�n fuimos hechos pecadores, as� por Cristo seremos hechos justos�, expresa deleitosamente el car�cter permanente de este acto, y la dispensaci�n a que pertenece cada acontecimiento, en contraste con la ruina causada por Ad�n que ha sido anulada para siempre en los creyentes. (V�ase nota, cap. 6:5.) 4. La frase �todos los hombres� del v. 18, y �los muchos� del v. 19, se refieren al mismo grupo de hombres, pero bajo un aspecto algo diferente. En el �ltimo caso, el contraste se hace el entre un representante (Ad�n-Cristo) y los muchos por �l representados; en el anterior, se hace el contraste entre una cabeza (Ad�n-Cristo) y la raza humana, afectada para la muerte y para la vida respectivamente por las acciones de cada uno. En este �ltimo caso vemos solamente a la familia redimida de los hombres: la humanidad como en efecto perdida, pero tambi�n como en efecto salvada; antes hab�a sido arruinada, ahora es restablecida. Los que se niegan a acatar el alto prop�sito de Dios de constituir a su Hijo en el �segundo Ad�n�, la cabeza de una raza nueva y quienes al fin como impenitentes e incr�dulos perecen, no tienen lugar en esta secci�n de la ep�stola, cuyo solo objeto es el ense�ar c�mo Dios repara en el segundo Ad�n el mal que fu� hecho por el primero. (Por tanto, la doctrina de la restauraci�n universal no es tratada en este cap�tulo. Asimismo, se evita completamente la interpretaci�n forzada que hace entender que la �justificaci�n de todos� significa una justificaci�n meramente en la posibilidad de que todos la obtengan, o en la oferta que se hace de ella a todos, y que la �justificaci�n de los muchos� signifique la justificaci�n real s�lo de cuantos creen (Alford, etc.) De este modo la aspereza al comparar toda la familia ca�da con la parte que es redimida, se evita tambi�n. No obstante lo ver�dico que es el hecho de que una parte de la humanidad no ser� salva, este no es el aspecto en que se presenta el tema aqu�. Son las sumas totales las que se comparan y se ponen en contraste; y es un mismo total en dos condiciones sucesivas: a saber, la raza humana, arruinada en Ad�n, y restablecida en Cristo).
20, 21. La ley empero-El jud�o podr�a decir: Si todos los prop�sitos de Dios relativos a los hombres se reconcentran en Ad�n y en Cristo, �qu� hay de la ley? �qu� provecho hay en ella? Respuesta: entr�-Pero la palabra expresa una idea importante adem�s de la acci�n de �entrar�. Quiere decir: �entr� incidental,� o �entre par�ntesis�. (En Gal 2:4 la misma palabra se traduce: �entrar secretamente.�) El sentido es, que la promulgaci�n de la ley en Sina� no fu� rasgo primordial ni esencial del plan divino, sino que fu� �a�adida� (Gal 3:19) por un prop�sito subordinado: para revelar cuanto m�s plenamente el mal ocasionado por Ad�n y la gloria del remedio obrado por Cristo. para que el pecado [�la ofensa�] creciese-Pero �qu� ofensa? Al trav�s de esta secci�n �la ofensa� (reiterada cinco veces) tiene un sentido definitivo, a saber: �la ofensa de Ad�n;� y �ste es, a nuestro juicio, el sentido aqu�; lo que significa: �Todas nuestras m�ltiples infracciones de la ley no son sino la ofensa primera, alojada misteriosamente en el pecho de todo hijo de Ad�n como un principio ofensivo, que se multiplica en mir�adas de ofensas particulares en la vida de cada uno.� Lo que fu� un acto de desobediencia en la cabeza de la familia humana, se ha convertido en un pr�ncipio vital y virulento de desobediencia en todos los miembros de dicha familia, quienes por cada acto de terca rebeli�n se denuncian ser hijos de la transgresi�n original. mas cuando el pecado creci� [�se multiplic�] sobrepuj� la gracia-Aqu� se compara la multiplicaci�n de la una ofensa en transgresiones innumerables, y el desbordamiento de gracia que es m�s que suficiente para remediar el caso. de la manera que el pecado-Obs�rvese que la palabra �ofensa� (o �falta�) ya no se emplea m�s, pues que ya fu� bastante bien ilustrada, sino el t�rmino pecado, que mejor cuadra con este resumen comprensivo de todo el asunto. rein� para muerte-M�s bien, �en la muerte,� triunfando y (aparentemente) regocij�ndose en aquella completa destrucci�n de sus v�ctimas. as� tambi�n la gracia reine-En los vv. 14, y 17 se presenta el reino de la muerte sobre los culpables y condenados en Ad�n; en estos vers�culos (20, 21) se presenta el reino de dos poderosas causas, a saber: del PECADO, que inviste a la muerte soberana de un poder venenoso (1Co 15:56) y de una terrible autoridad (cap. 6:23); y de la GRACIA que origin� el plan de salvaci�n, que �envi� al Hijo para que fuera Salvador del mundo,� que �le hizo pecado a aquel que no conoci� pecado,� que �nos hace justicia de Dios en �l,� de modo que �los que recibimos la abundancia de gracia y del don de la justicia, reinemos en vida por el un Jesucristo� por la justicia-No la nuestra, por cierto (�no la obediencia de los cristianos�, seg�n el despreciable lenguaje que usa Grocio), ni precisamente �la justificaci�n� [Stuart, Hodge]; sino m�s bien, �la justicia (justificadora) de Cristo� [Beza, Alford, y en substancia, Olshausen, Meyer]; el mismo t�rmino que en el v. 19 se traduce como la �obediencia� de �l, denotando toda su obra mediadora consumada en la carne. Aqu� se habla de ella como un medio justo por el cual la gracia llega a sus destinatarios y realiza sus fines, como el estable trono desde donde la Gracia, cual Soberana, dispensa sus beneficios salvadores a cuantos se sujetan a su benigno dominio. para vida eterna-Esta es la salvaci�n en su desarrollo m�s pleno para siempre. por Jesucristo Se�or nuestro-As�, con la menci�n de este �Nombre que es sobre todo nombre,� se acallan los ecos de este himno a la gloria de la �Gracia,� �y queda Jes�s solo.� Recapitulando esta secci�n de oro de nuestra Ep�stola, se sugieren las siguientes observaciones: (1) Si esta secci�n no ense�a que toda la raza de Ad�n, estando �l como su cabeza federal, �pec� en �l y cay� con �l en su primera transgresi�n,� bien podemos desesperar de toda exposici�n inteligible de este hecho. El ap�stol, despu�s de decir que el pecado de Ad�n introdujo la muerte en el mundo, no dice: �Y as� pas� la muerte a todos, pues que� Ad�n pec�, sino: �Pues que todos pecaron.� As� que, seg�n la ense�anza del ap�stol: �la muerte de todos se debe al pecado de todos;� y como esto no puede significar que se refiera a los pecados personales de cada individuo, sino a alg�n pecado del que los p�rvulos inconscientes son culpables igualmente como los adultos, no puede significar otra cosa sino la �primera transgresi�n� de su com�n cabeza, Ad�n, considerada como el pecado de cada uno que pertenece a su raza, y castigada como tal, con la muerte. Es en vano que retrocedamos para discutir la objeci�n de que la imputaci�n hecha a todos de la culpa del primer pecado de Ad�n tiene la apariencia de injusticia. Porque no s�lo se prestan todas las dem�s teor�as a la misma objeci�n, en alguna otra forma-adem�s de estar en oposici�n con el texto-sino que las mismas verdades de la naturaleza humana, que nadie disputa y que no pueden ser aclaradas, entra�an esencialmente las mismas dificultades que el gran principio sobre el cual el ap�stol aqu� las explica. Si admitimos este principio bas�ndonos en la autoridad de nuestro ap�stol, en seguida se arrojan raudales de luz sobre ciertas fases del proceder divino y sobre ciertas porciones de la Palabra de Dios, las cuales de otra manera estar�an rodeadas de mucha oscuridad; y si el principio mismo parece dif�cil de asimilar, no es m�s dif�cil que el problema de la existencia del mal, el cual, como un hecho, no admite disputa, pero como es una fase de la administraci�n divina, no admite explicaci�n en el actual estado de cosas. (Nota del Traductor: Sea cual fuere la teor�a que uno aceptare respecto al pecado ad�mico, no es l�gico que se determine solamente por lo que dice el presente texto, ya que se trata del pecado del hombre �en su culpabilidad, su criminalidad y sus merecimientos penales,� sin referencia particular a su origen. As� opina el Dr. W. T. Conner. �Entender que la frase todos pecaron del cap. 5:12 significa que todos pecaron en Ad�n, suscita la dificultad de armonizarlo con el uso paulino de las mismas palabras en el cap. 3:23, donde parece indicar que todos pecaron individual y voluntariamente.� (V�ase Conner, La Fe del Nuevo Testamento.) (2) Lo que se ha llamado el pecado original, o sea aquella tendencia depravada hacia el mal con que todo hijo de Ad�n viene a este mundo, no se trata formalmente en esta secci�n (y aun el cap. 7 trata m�s bien de su naturaleza y su operaci�n que de su relaci�n con el primer pecado). Pero indirectamente, esta secci�n testifica de esta ofensa original, a desemejanza de toda otra, como si tuviera una vitalidad duradera en el pecho de todo hijo de Ad�n, como si fuese un principio de desobediencia cuya virulencia le ha merecido el nombre de �pecado original.� (3) �En qu� sentido se emplea la palabra �muerte� en esta secci�n? No se emplea, ciertamente, para denotar la muerte temporal, como afirman los comentadores arminianos. Porque como Cristo vino para deshacer lo que Ad�n hizo, todo lo cual est� comprendido en la palabra �muerte,� se seguir�a por tanto que Cristo no hizo m�s que disolver la sentencia por la que se separan el alma y el cuerpo en la muerte; en otras palabras, meramente procur� la resurrecci�n del cuerpo. Pero el Nuevo Testamento ense�a en todas partes que Cristo ofrece la Salvaci�n de una �muerte� vastamente m�s comprensiva que �sa. Pero tampoco se usa la palabra muerte aqu� en el sentido del mal penal, esto es, �cualquier mal infligido en castigo del pecado y en apoyo de la ley.� [Hodge.] Esto es demasiado indefinido, pues hace que la muerte no sea sino una mera figura de dicci�n que denota el �mal penal� en general-idea ajena a la sencillez de la Escritura-o al menos hace que la muerte, estrictamente as� llamada, denote solamente una parte de lo que ella significa, recurso �ste que no debe aprovecharse si se puede hallar otra explicaci�n m�s sencilla y m�s natural. Por �la muerte� pues, en esta secci�n, entendemos la destrucci�n del pecador, en el �nico sentido en que �l es capaz de entenderla. Tambi�n se llama �destrucci�n� a la muerte temporal (en Deu 7:23; 1Sa 5:11, etc.), por ser la extinci�n de todo lo que los hombres creen vida. Pero una destrucci�n que comprende el alma tanto como el cuerpo, y que abarca tambi�n el mundo futuro, est� claramente expresada en Mat 7:13; 2Th 1:9; 2Pe 3:16, etc. Esta es la �muerte� penal de que trata nuestra secci�n, y comprendi�ndola as� retenemos su debido sentido. La vida-como un estado de gozo en el favor de Dios, de completa comuni�n con �l, y de voluntaria sujeci�n a �l-se mancha desde el momento en que el pecado tiene contacto con la criatura; en aquel sentido, la amenaza de que: �En el d�a que comieres de �l de cierto morir�s,� se puso en efecto inmediato en el caso de Ad�n cuando cay�, y desde entonces estuvo �muerto mientras viv�a.� Y en esta condici�n ha vivido toda su posteridad desde su nacimiento. La separaci�n del alma y el cuerpo en la muerte temporal lleva �la destrucci�n� del pecador a otro grado m�s, poniendo fin a su conexi�n con aquel mundo del cual extra�a una existencia placentera mas no bendecida, e introduci�ndolo en la presencia del Juez-primeramente como un alma desincorporada, pero al fin en el cuerpo tambi�n, en una condici�n perdurable-para ser castigado (y �ste es el estado final) con eterna destrucci�n de la presencia del Se�or, y de la gloria de su poder.� Esta extinci�n final en alma y cuerpo de todo lo que constituye la vida, pero con un eterno conocimiento de una existencia manchada es, en un sentido m�s amplio y m�s terrible, ��LA MUERTE!� Esto no presupone que Ad�n lo entendiera todo. Basta que comprendiera que �el d�a� de su desobediencia era el plazo final de su �vida� placentera. En aquella idea sencilla estaba implicado todo lo dem�s; pero que Ad�n comprendiera los detalles no era necesario. Ni es necesario suponer que debamos entender que todo eso est� comprendido en la palabra �muerte� cada vez que �sta se emplea. Basta con tener la certeza de que todo cuanto hemos descrito est� en las entra�as de la cosa y que se realizar� en cuantos no sean los felices s�bditos del Reino de Gracia. Sin duda, el todo de esto est� comprendido en tales textos sublimes y comprensivos como �ste: �Dios � di� a su Hijo, para que todo aquel que cree en �l no se pierda, mas tenga VIDA eterna� (Joh 3:16). Y los horrores de aquella �MUERTE�-que ya �reina sobre� todos los que no est�n en Cristo y que se est�n precipitando hacia su consumaci�n-�no deben apresurar nuestros pasos hacia el �Segundo Ad�n�, para que, habiendo �recibido la abundancia de la gracia y del don de la justicia, reinemos en vida por Aquel Uno, Jesucristo�?