Lectionary Calendar
Friday, September 27th, 2024
the Week of Proper 20 / Ordinary 25
Attention!
For 10¢ a day you can enjoy StudyLight.org ads
free while helping to build churches and support pastors in Uganda.
Click here to learn more!

Bible Commentaries
1 Timoteo 5

Comentario Popular de la Biblia de KretzmannComentario de Kretzmann

Buscar…
Enter query below:

Versículo 1

No reprendas al mayor, sino supl�cale como a un padre, y a los m�s j�venes como a hermanos,

Versículos 1-8

El cuidado pastoral de los ancianos, los j�venes, las viudas.

Versículo 2

las ancianas como madres, las menores como hermanas, con toda pureza.

Versículo 3

Honra a las viudas que en verdad lo son.

Versículo 4

Pero si alguna viuda tiene hijos o sobrinos, que aprendan primero a mostrar piedad en el hogar ya recompensar a sus padres; porque eso es bueno y agradable delante de Dios.

Versículo 5

Ahora bien, la que es viuda y est� desolada, conf�a en Dios y persevera en s�plicas y oraciones noche y d�a.

Versículo 6

Pero la que vive en los placeres, mientras vive, est� muerta.

Versículo 7

Y estas cosas da a conocer, para que sean irreprensibles.

Versículo 8

Pero si alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su propia casa, ha negado la fe y es peor que un infiel.

Habiendo dado a su joven ayudante varias reglas de conducta concernientes a su propia persona, el ap�stol ahora le entrega ciertos preceptos con respecto a su conducta hacia los miembros de las diversas estaciones de la congregaci�n. En primer lugar, instruye a Timoteo sobre la manera en que debe administrar ciertas exhortaciones: un anciano no lo rega�a, sino que lo amonesta como un padre, los j�venes como hermanos, las ancianas como madres, los menores como hermanas, con todos pureza.

Aunque la tendencia a cometer ciertos pecados var�a con la edad, sigue siendo cierto que las transgresiones del santo de Dios ocurrir�n en cada etapa de la vida, y que el n�mero de a�os que una persona ha vivido tiene poca influencia sobre la actividad de la naturaleza maligna. los pecados incluso tienen una tendencia a convertirse en pecados dominantes en la vida posterior, si un cristiano no siempre ha luchado contra ellos con todas las fuerzas.

Es deber del pastor fiel, por lo tanto, administrar ocasionalmente reprensiones de la Palabra de Dios. Mucho depende, en ese caso, de la manera en que se lleve a cabo este desagradable pero necesario deber. Si se trata de un anciano cuya transgresi�n entra en consideraci�n, la reprimenda debe tomar la forma de dura censura, de severa objeci�n, de violento rega�o, a pesar de que muchos pecados son particularmente ofensivos si los cometen los ancianos.

Aqu� no hay conflicto de deberes. Como maestro de la congregaci�n, el ministro est� obligado a aplicar la reprensi�n necesaria sobre la base de la Palabra de Dios. Pero dado que, seg�n el Cuarto Mandamiento, se exige honrar a las personas mayores, la amonestaci�n debe hacerse con respeto y reverencia. M�s bien conviene exhortar al anciano que ha pecado, como hablar�a un hijo amoroso a su padre, a quien percibe que ha ca�do en alguna ofensa.

Si los hombres m�s j�venes necesitan ser reprendidos, esto no debe administrarse con un esp�ritu de superioridad y se�or�o, sino con el fino tacto que hace uso de los buenos deseos fraternos, pero no con un aire condescendiente y condescendiente. Con las mujeres mayores que necesitaban correcci�n, Timoteo deb�a asumir la misma actitud de respeto que hacia los hombres mayores. Mientras muestra todo el debido respeto por sus canas cabezas, debe llevar a cabo el trabajo de su oficina con toda seriedad.

Los casos m�s dif�ciles pueden ser los de mujeres m�s j�venes, donde siempre existe el peligro de malentendidos. Timoteo debe asumir ante ellos el papel de hermano, aplicando la Palabra de Dios con toda sinceridad y evitando hasta la m�s m�nima sospecha de un inter�s que no es compatible con la pureza que exige el sexto mandamiento.

El ap�stol inserta ahora un p�rrafo especial sobre la condici�n de las viudas, cuyo trato en las congregaciones hab�a presentado algunas dificultades desde el principio: Honra a las viudas que realmente son viudas. La palabra que el ap�stol usa aqu� no debe limitarse al cuidado del mantenimiento corporal, sino que incluye todo el trato respetuoso que el Se�or exige hacia las personas mayores en el cuarto mandamiento.

Este respeto, por supuesto, se mostrar� tambi�n en actos reales de bondad, al proporcionarles el sustento siempre que parezca necesario. Al mismo tiempo, el ap�stol tiene cuidado de definir el t�rmino que usa al afirmar que se refiere a las mujeres que son realmente viudas, que pertenecen a la clase de personas por las que el cuarto mandamiento exige respeto, Salmo 68:5 ; Job 1:16 ; Proverbios 15:25 .

Que Pablo aqu� hace especial referencia a las viudas que est�n absolutamente solas en el mundo y, por lo tanto, no tienen a nadie que les d� el honor y el cuidado que deber�an tener, lo demuestra su explicaci�n: Pero si alguna viuda tiene hijos o nietos, que aprendan primero a mostrar piedad en el hogar ya devolver la compensaci�n completa a los padres; porque esto es aceptable delante de Dios. En caso de que una mujer viuda todav�a tenga hijos o descendientes en el sentido m�s amplio, incluidos sobrinos y nietos, vivos, estos familiares tienen un deber que cumplir en su nombre, deber que les incumbe a trav�s del Cuarto Mandamiento, el de proporcionar por el mantenimiento de su pariente anciano con todo respeto.

Este deber deben aprender primero, en lugar de esperar que la congregaci�n haga provisiones para aquellos que son abandonados por su propia carne y sangre. De esta manera los ni�os muestran piedad, practican la religi�n de manera adecuada y devuelven, al menos en alguna medida, alguna compensaci�n que le deben a la madre o abuela. Tal comportamiento est� de acuerdo con la voluntad de Dios, le es aceptable, encuentra gracia ante sus ojos.

Habiendo mostrado qu� viudas no se incluyen correctamente bajo el t�tulo "viudas de verdad", cu�les no se incluyen entre aquellos para quienes la congregaci�n debe proveer, ahora describe una que est� privada de toda ayuda humana: Pero la viuda realmente desamparada tiene su esperanza. se posa en Dios y contin�a en s�plicas y oraciones noche y d�a. Aqu� hay una descripci�n breve, pero muy apropiada, de una viuda cristiana como deber�a ser.

Que ella no tenga un proveedor entre los hombres, que est� completamente abandonada y sola, este hecho la encomienda al cuidado de la congregaci�n como algo natural. Tales casos se encuentran, tambi�n en nuestros d�as, en los que una viuda pobre ha perdido tanto a su marido como a sus hijos, y poco a poco es abandonada tambi�n por los que antes eran sus amigos. Es entonces cuando se ejerce el poder de la religi�n cristiana, de su fe en Dios.

Ella ha puesto su esperanza y confianza en Dios, su confianza en el Se�or de su salvaci�n es inquebrantable. A �l, por tanto, se vuelve en continua oraci�n y s�plica confiada; ella pone sus cuidados sobre Aquel que es el Padre de los hu�rfanos y el Dios de las viudas, que satisface todas sus necesidades a su manera. Una viuda a la que se ajusta esta descripci�n, que tiene el ejemplo de Ana en el templo continuamente ante ella, por la presente es encomendada al cuidado amoroso y honorable de la congregaci�n.

El ap�stol tambi�n esboza una viuda de la especie opuesta: Sin embargo, la que se entrega a la voluptuosidad est� muerta mientras vive. He aqu� una viuda que ha echado por la borda la fe y la buena conciencia y cede a la tentaci�n de llevar una vida de pecado y verg�enza. El ap�stol describe su conducta como una complacencia en la disipaci�n, la voluptuosidad, por la cual toda castidad, decencia y verg�enza es pisoteada; porque una mujer as� usa deliberadamente los encantos de su sexo para seducir a los hombres, y su objetivo es obtener los medios para una vida c�moda y placentera.

El veredicto del ap�stol sobre tal persona es que est� muerta mientras vive. De hecho, todav�a posee esta vida temporal, que la disfruta hasta el l�mite, pero ha perdido la �nica vida verdadera, la vida en y con Dios; yace en muerte espiritual, cuyo fin es la condenaci�n eterna.

No es de extra�ar que San Pablo agregue la observaci�n, por el bien de estas viudas, as� como por los familiares de los necesitados: Estas cosas establecen como regla para que sean irreprochables. Los hijos y familiares deben recordar en todo momento su deber para con alguien a quien el Se�or ha confiado a su cuidado; y las viudas deben protegerse contra la tentaci�n de entregarse a una vida de pecado y verg�enza, de prodigalidad y despilfarro.

Es una amonestaci�n que debe convertirse en una regla, que debe mantenerse delante de aquellos a quienes est� destinada una y otra vez, no sea que cedan al ataque de Satan�s y caigan en alguna trampa preparada por �l. Es la voluntad del Se�or que todos los cristianos, y por lo tanto tambi�n aquellos a quienes se dirigen estas amonestaciones especiales, no tengan culpa, se conduzcan de manera que est�n libres de una censura justa.

El ap�stol, adem�s, saca una conclusi�n general de la discusi�n, hace una regla general: Pero si alguno no provee para su propio pueblo, y especialmente para los de su propia casa, ha negado la fe y es peor que un incr�dulo. . El Se�or ha declarado claramente que el apoyo de las viudas abandonadas descansa, en primer lugar, en los parientes como un deber sagrado. Hablando en un sentido m�s amplio, su ap�stol ahora hace que sea el deber de cada uno, hombre o mujer, joven o viejo, saldar la deuda que impone la relaci�n.

Si alguien descuida a sus parientes m�s cercanos y, sobre todo, a los miembros de su propia familia, que est�n conectados con �l por los lazos de lazos de sangre m�s cercanos, muestra claramente que no los ama. Pero esto, a su vez, es evidencia del hecho de que la verdadera fe ya no habita en su coraz�n, que ha repudiado la fe que alguna vez tuvo su hogar all�. Incluso un incr�dulo, un infiel, un pagano, que a�n no ha sentido el poder del Esp�ritu Santo en la Palabra, se avergonzar�a de volverse culpable de tal comportamiento, de abandonar a sus parientes m�s cercanos a un destino miserable. Peor que tal infiel, por lo tanto, es una persona que lleva el nombre de cristiano y, sin embargo, se niega a realizar uno de los principales deberes que se le exigen.

Versículo 9

No sea tomada en la lista una viuda menor de sesenta a�os, habiendo sido mujer de un solo hombre,

Versículos 9-16

El cuidado de las viudas por parte de la congregaci�n.

Versículo 10

bien informado de buenas obras; si ha criado hijos, si ha alojado a extra�os, si ha lavado los pies de los santos, si ha aliviado a los afligidos, si ha seguido con diligencia toda buena obra.

Versículo 11

Pero las viudas m�s j�venes se niegan; porque cuando hayan comenzado a desencadenarse contra Cristo, se casar�n;

Versículo 12

teniendo condenaci�n, porque han desechado su primera fe.

Versículo 13

Y al mismo tiempo aprenden a estar ociosos, vagando de casa en casa; y no s�lo ociosos, sino tambi�n chismosos y entrometidos, hablando cosas que no deben.

Versículo 14

Por tanto, har� que las mujeres m�s j�venes se casen, tengan hijos, gu�en la casa, no den ocasi�n al adversario para que hable con reproche.

Versículo 15

Porque algunos ya se han apartado de Satan�s.

Versículo 16

Si alg�n hombre o mujer que creyere tiene viudas, que los releve, y que no se imputen cargos a la iglesia para que libere a los que en verdad son viudas.

Habiendo dado su definici�n de una viuda que est� en necesidad y realmente abandonada, ahora procede a mostrar de qu� manera la congregaci�n debe hacer arreglos para el sustento de las viudas verdaderas: Una viuda no debe incluirse en la lista (de dependientes) a menos que ha cumplido los sesenta a�os, (habiendo sido) la esposa de un hombre. Parece que el incidente relatado en Hechos 6: 1-15 hizo que las diversas congregaciones cristianas prepararan una lista de las viudas que ten�an derecho al apoyo de la congregaci�n.

Es con referencia a esta lista que San Pablo establece la regla, colocando la edad de las viudas a mantener en sesenta a�os, no menos, siendo esta la edad en la que probablemente ya no podr�an mantenerse a s� mismas. Pero Pablo menciona tambi�n otros requisitos. En primer lugar, debe haber sido la esposa de un hombre, es decir, su vida matrimonial debe haber estado desatendida por ning�n esc�ndalo; debe haber sido una esposa fiel del marido con el que se hab�a casado.

Pero el ap�stol tiene tambi�n otras condiciones: Bien hablado para buenas obras, si ha criado hijos, si ha sido hospitalaria, si ha lavado los pies de santos, si ha llevado alivio a (gente) angustiada, si ella ha seguido con diligencia toda buena obra. San Pablo exigi� que las viudas que deb�an mantenerse a expensas de la congregaci�n fueran bien informadas, bien habladas y tuvieran una excelente reputaci�n en lo que respecta a las buenas obras.

Quer�a que s�lo aparecieran en las listas los nombres de las mujeres que generalmente se conoc�an como mujeres de buena moral, de car�cter estrictamente cristiano. Su �mbito de actividad ser�a el de las buenas obras. El ap�stol ofrece algunas sugerencias sobre la manera en que se podr�a realizar una investigaci�n sobre la idoneidad de un candidato. �Cri� a sus hijos, si Dios le concedi� alguno, en la disciplina y amonestaci�n del Se�or? �Mostr� un coraz�n lleno de amor misericordioso hacia los extra�os? �Estaba dispuesta a mostrar hospitalidad a alg�n pobre hermano cristiano residente? �Estaba dispuesta a mostrar a los santos que entraban en su hogar actos especiales de bondad y cortes�a que exig�a la costumbre y que demostraban su humildad altruista?

�Estaba dispuesta a brindar alivio de palabra y de obra a los afligidos? �Fue su constante esfuerzo por ayudar en cualquier caso de problemas de acuerdo con su capacidad? �Siempre fue celosa e interesada en toda buena obra? En otras palabras, �dedic� toda su vida al servicio del pr�jimo, dando evidencia de la fe de su coraz�n en el amor desinteresado? Si estos y otros puntos similares pudieran establecerse mediante una investigaci�n discreta, entonces tal viuda podr�a inscribirse en la lista de la congregaci�n, entre las que ten�an derecho al apoyo que se brindaba regularmente a quienes realmente necesitaban ayuda.

El ap�stol ahora describe otra clase de viudas a las que enf�ticamente no quiere que se incluyan en el cat�logo de las que ten�an derecho a manutenci�n: Pero las viudas m�s j�venes se niegan; porque si sienten el deseo de la carne en contra de Cristo, quieren casarse, teniendo la condenaci�n de haber desechado su primera fe. Para negar a las viudas m�s j�venes el derecho a estar inscritas en la lista de las que fueron apoyadas por la congregaci�n, el ap�stol da una raz�n simple.

Las mujeres m�s j�venes estaban todav�a en posesi�n de todo su vigor intelectual y corporal, con todo lo que ello implica. Mientras estuvieran ocupados con su propio apoyo, habr�a suficiente salida para su energ�a superflua y no se inclinar�an tan f�cilmente a hacer travesuras. Sin embargo, si recibieran todo el apoyo de la congregaci�n, no habr�a una salida conveniente para su rigor natural.

La ociosidad podr�a aumentar el impulso de sus deseos corporales, correr�an el peligro de buscar la satisfacci�n sensual, de volverse adictos a la disipaci�n y la voluptuosidad. Este comportamiento, a su vez, los colocar�a en la m�s fuerte oposici�n a Cristo. Incluso si luego aprovecharan la oportunidad para casarse y escapar de las tentaciones de la maldad, la acusaci�n seguir�a en pie de que por medio del apoyo recibido de la congregaci�n hab�an aprovechado la oportunidad para volverse adictos a varios vicios.

Estar�an bajo el juicio de condenaci�n por haber perdido la fe al caer en tales pecados de la carne. Incluso el matrimonio, en s� mismo un estado sagrado, en su caso s�lo ser�a el resultado de haberse entregado a una vida de tranquilidad que intensificaba las pasiones naturales y hac�a de la gratificaci�n de su impulso sexual la �nica raz�n para volver a entrar en �l.

Pero el ap�stol tiene todav�a otra raz�n para excluir a las viudas m�s j�venes del apoyo de la congregaci�n: al mismo tiempo, por otro lado, al estar en el tiempo libre, aprenden a correr de casa en casa, no solo ociosas, sino tambi�n locuaces e inquisitivos, hablando cosas que no deber�an. Con su manutenci�n asegurada, las viudas m�s j�venes pronto podr�an encontrar el tiempo pesado en sus manos.

Tendr�an demasiado tiempo libre y, al mismo tiempo, demasiada energ�a. Si se hubieran dedicado a las obras de misericordia, si hubieran dedicado el tiempo a su disposici�n para crecer en el conocimiento cristiano, todo podr�a haber ido bien. Pero la experiencia del ap�stol le hab�a demostrado que empleaban su tiempo de una manera completamente diferente. Caminaban de casa en casa, sin un objetivo ni un prop�sito definidos.

Su holgazaner�a en s� misma era bastante mala dadas las circunstancias, pero tambi�n se volvieron chismosos, chismosos, mataban el tiempo con charlas vac�as; se met�an en asuntos que no eran de su incumbencia, se las arreglaban para arrancar secretos familiares a las matronas desprevenidas. Naturalmente, adquirieron el h�bito de repetir cosas que deber�an haber permanecido en secreto, sin que su locuacidad no estuviera restringida por el sentido com�n; en una palabra, se convirtieron en chismosos de primera clase. La aplicaci�n de las palabras del ap�stol a las circunstancias de nuestros d�as es tan obvia que cada lector puede agregar f�cilmente su propio comentario.

El ap�stol propone ahora un remedio para tales condiciones: ordeno, entonces, que las m�s j�venes (viudas) se casen, tengan hijos, administren una casa, de ninguna manera den ocasi�n a un oponente a favor de la barandilla; porque ya algunos se desv�an en pos de Satan�s. Para evitar ofensas tanto dentro como fuera de la congregaci�n, el ap�stol aqu� establece una regla que bien puede seguirse con mayor frecuencia tambi�n en nuestros d�as.

El peligro, como lo ha demostrado la experiencia, siendo tal como lo describe San Pablo, el remedio radica en esto, que las viudas m�s j�venes contraigan el santo matrimonio por segunda vez antes de que haya alguna posibilidad de ofensa. Y dado que el matrimonio, por la bendici�n de Dios, naturalmente deber�a ser fruct�fero, la procreaci�n de hijos deber�a ser una cuesti�n de rutina. Que el matrimonio, en nuestros d�as, se considere a menudo s�lo como un juego tonto y voluptuoso, en el que la bendici�n de los hijos se excluye desde el principio, es una perversi�n condenable de la ordenanza de Dios.

Las viudas m�s j�venes, que se hubieran casado de nuevo, se ocupar�an en todo caso de administrar sus propios hogares, criar a sus hijos y ocuparse de la parte comercial del hogar. En la posici�n de madre y due�a de una casa, una mujer cumplir� mejor su llamado en el mundo, estar� m�s cerca de alcanzar el ideal que la Biblia alaba. En este doble oficio de madre y due�a de su casa, la mujer, entonces, est� tan ocupada que no tiene tiempo para las distracciones y la voluptuosidad, y los oponentes dif�cilmente encontrar�n ocasi�n para cr�ticas justificadas y burlas que puedan arrojar una mala luz sobre la situaci�n. Religi�n cristiana, sobre la fe y la doctrina que los creyentes confiesan, de las que se enorgullecen.

La aprensi�n del ap�stol a este respecto no carec�a de buen fundamento, ya que algunas viudas ya se hab�an equivocado, hab�an cedido a la tentaci�n, hab�an olvidado la castidad y la decencia, hab�an abandonado el camino de la santificaci�n, hab�an negado la fe.

Al final de este p�rrafo, el ap�stol aborda una vez m�s el asunto del sustento de las viudas: Si un hombre o una mujer entre los creyentes tiene viudas (entre sus parientes), que las ayude; la congregaci�n no debe cargar con ellos, para que las viudas realmente necesitadas puedan ser atendidas con ayuda. Parece que el cuidado de las viudas en las congregaciones era una cuesti�n candente en esos d�as, por lo que era necesario que St.

Paul para prestar tanta atenci�n a su soluci�n. Su resumen es que a ninguna persona relacionada con una viuda se le debe permitir eludir el deber que recae sobre �l; todos deben cuidar de que se cuide a una viuda tan solitaria, de que se le brinde el apoyo que necesita. La congregaci�n como tal no debe cargar con su apoyo, excepto en caso de absoluta necesidad. Nota: Las congregaciones de nuestros d�as pueden aprender a gritar a cuidar de sus benevolencias de una manera bien ordenada, lo que incluye una investigaci�n con tacto de todos los casos en los que parece que se requiere apoyo.

Versículo 17

Que los ancianos que gobiernan bien sean considerados dignos de doble honor, especialmente los que trabajan en la Palabra y la doctrina.

Versículos 17-25

Reglas de conducta con respecto a los ancianos de la congregaci�n.

Versículo 18

Porque la Escritura dice: No pondr�s bozal al buey que trilla; y el obrero es digno de su recompensa.

Versículo 19

Contra un anciano no recibas acusaci�n sino ante dos o tres testigos.

Versículo 20

A los que pecan, repr�ndelos ante todos, para que tambi�n otros teman.

Versículo 21

Te exhorto ante Dios, el Se�or Jesucristo y los �ngeles elegidos, que observes estas cosas sin preferir uno antes que otro, sin hacer nada por parcialidad.

Versículo 22

No impongas repentinamente las manos sobre nadie, ni seas part�cipe de los pecados ajenos. Mantente puro.

Versículo 23

No bebas m�s agua, usa un poco de vino por tu est�mago y tus frecuentes enfermedades.

Versículo 24

Los pecados de algunos hombres est�n abiertos de antemano, yendo antes al juicio; y algunos hombres los siguen.

Versículo 25

Asimismo tambi�n las buenas obras de algunos se manifiestan de antemano; y los que son de otra manera, no se pueden esconder.

Habiendo mencionado las calificaciones de un obispo o anciano en el tercer cap�tulo, el ap�stol habla aqu� del respeto en el que se debe tener a los miembros del presbiterio y la manera en que deben ser tratados: Que los ancianos que gobiernan bien sean considerados dignos de doble honor, sobre todo los que se afanan en la Palabra y en la doctrina. Todos los ancianos, todos los miembros del presbiterio que est�n ocupados en ese excelente oficio y trabajo de supervisar y gobernar la congregaci�n, deben ser considerados y tratados con doble honor, en parte debido a su edad, en parte debido a la dignidad de su oficina.

Esto incluye, por supuesto, que aquellos hombres que dedican todo su tiempo a la congregaci�n reciban una compensaci�n que les permita vivir decentemente con su familia, en proporci�n al ingreso promedio de los miembros de la iglesia. Pero el ap�stol destaca a los que est�n ocupados en el trabajo duro, en el trabajo relacionado con la ense�anza de la Palabra, en la proclamaci�n de la doctrina cristiana.

Estos hombres, a quienes ahora designamos como pastores o ministros, no solo est�n comprometidos en la ardua labor de supervisar el reba�o de Cristo, sino que tambi�n est�n a cargo de la fatigante labor de ense�ar, tanto en p�blico como en privado, en los sermones p�blicos y la aplicaci�n pastoral individual. .

El ap�stol apoya esta demanda con pasajes de las Escrituras: Porque la Escritura dice: Al buey que trilla no le pondr�s bozal; y digno es el trabajador de su paga. En la Ley Ceremonial del Antiguo Testamento, Deuteronomio 25:4 , se hab�a incluido la regla de que a ning�n agricultor que se dedicara a trillar su grano en la era de piedra abierta, como las que se usaban en Oriente, se le permit�a colocar un bozal. sobre los bueyes que trillaban el grano del casco.

A los animales se les permitir�a comer de la paja y del grano tanto como quisieran. La aplicaci�n que el ap�stol deja al lector, y ciertamente ofrece poca dificultad. El segundo pasaje citado por �l no se encuentra en esa forma en el Antiguo Testamento, siendo una palabra usada por Jes�s, Mateo 10:10 ; Lucas 10:7 .

"Parecer�a probable, por tanto, que hab�a visto el Evangelio por Mateo o por Lucas, y que lo cit� como parte de la Escritura, y consider� el Libro del cual hizo la cita como de la misma autoridad que el Antiguo Testamento. . Si es as�, entonces esto puede ser considerado como un testimonio del ap�stol a la inspiraci�n del 'Evangelio' en el que fue encontrado. "(Barnes). Un trabajador es digno de su paga, o salario.

Un pastor que se dedica todo el tiempo al servicio de la congregaci�n, ya sea directa o indirectamente, se deduce que las personas a las que sirve deben darle su sustento. Pero el apoyo as� ofrecido por la congregaci�n no puede considerarse un pago adecuado por la impartici�n de bendiciones que no se pueden pagar con todo el dinero del mundo. El mantenimiento de pastores no es una cuesti�n de caridad, sino un deber claro de parte de las congregaciones.

A continuaci�n, el ap�stol aborda el asunto de las acusaciones contra los ancianos de la congregaci�n: Contra un anciano no aceptes una acusaci�n excepto por dos o tres testigos. Era de esperar que los ancianos gobernantes de la congregaci�n, los miembros del presbiterio, fueran objeto de sospechas y cr�ticas, en parte por celos, en parte por ignorancia. A esta situaci�n se encuentra San Pablo a tiempo al dar esta regla para casos de ese tipo.

Timoteo, como delegado apost�lico, de ninguna manera aceptaba tales acusaciones, no permit�a que fueran discutidas, a menos que estuviera disponible el testimonio de al menos dos o tres testigos, Deuteronomio 19:15 . Era de primordial importancia que se protegiera la dignidad del cargo ministerial y que no se permitiera que meras sospechas y conjeturas obstaculizaran el curso del Evangelio.

Por otro lado, por supuesto, era necesario hacer uso de la mayor severidad al tratar con una ofensa real: los que pecan, reprenden antes que todos, para que los otros tambi�n puedan tener miedo. Si sucediera que un anciano se volviera culpable de alguna ofensa grave contra la moral, como adulterio, embriaguez y otros pecados, donde la culpa es aparente o se prueba f�cilmente, especialmente si el funcionario en cuesti�n estaba haciendo una pr�ctica de tales pecados, all� Timoteo Debe administrar su reprensi�n de inmediato y con gran �nfasis.

Porque es por medio de tales ofensas que se hace el mayor da�o en la Iglesia cristiana. Una reprimenda aguda tendr�a el prop�sito, no solo de corregir al hermano descarriado y hacerle entrar en raz�n, sino tambi�n de servir de advertencia a los dem�s, es decir, a los dem�s miembros del presbiterio. Usar las palabras adecuadas en un caso de este tipo y tener tacto de la manera correcta no es un asunto f�cil.

Por tanto, el ap�stol a�ade el solemne conjuro: Te exhorto ante Dios, Jesucristo y los �ngeles elegidos, que observes estos puntos sin prejuicios, sin hacer nada seg�n la parcialidad. Invoca a Dios, el Se�or del cielo, a Cristo Jes�s, el Se�or de la Iglesia, a todos los elegidos o santos �ngeles, como testigos de su ferviente encargo. Timoteo deber�a recordar que todos ellos estaban sumamente interesados ??en la obra y el �xito de la Iglesia y deber�an gobernar todas sus acciones en consecuencia.

Su actitud debe ser de absoluta imparcialidad, su juicio no debe estar influenciado ni por gustos ni aversiones personales. Como no hay respeto por las personas con Dios, Timoteo deber�a descartar todas las influencias externas y dejar que los hechos del caso decidan el asunto.

Sin embargo, m�s importante que el ajuste adecuado de las cosas despu�s de una ofensa de este tipo era evitarlas por completo, si era posible: no imponga las manos apresuradamente a ning�n hombre. Timoteo no deb�a estar demasiado ansioso por aceptar u ordenar a hombres como presb�teros o ancianos. Nunca se deb�a omitir el examen adecuado de las calificaciones de cada candidato, para que no se ordenara e instalara a alguien en la obra del ministerio que m�s tarde pudiera resultar completamente inadecuado para el cargo.

Si esto ocurriera, las cr�ticas golpear�an m�s tarde a Timothy, y eso con total justicia. Por eso el ap�stol agrega la advertencia: Ni se haga part�cipe de los pecados de otros hombres. �Deber�a Timoteo realizar la ordenaci�n de alg�n hombre, declarando as� que posee la habilidad y el car�cter necesarios para el oficio, mientras que m�s tarde parecer�a que el hombre era completamente indigno del ministerio, especialmente si la ambici�n falsa, la avaricia y otros pecados similares? Si se probara la bondad, entonces la culpa ciertamente recaer�a sobre el ordenante por su acci�n apresurada, y ser�a considerado culpable junto con el pecador.

Timoteo deb�a mantener las manos completamente limpias en el asunto, por lo que San Pablo agrega algunas reglas: Mantente puro; es decir, de esta ofensa y de todos los dem�s males. No debe volverse culpable de laxitud, de falta de atenci�n adecuada. Debe mantenerse moralmente limpio, guardarse de toda contaminaci�n del cuerpo y del esp�ritu. Que Pablo aqu� no aboga por una abstinencia falsa se muestra en sus siguientes palabras: No seas m�s bebedor de agua; pero usa un poco de vino a causa de tu est�mago y tus frecuentes ataques de debilidad.

Puede ser que Timoteo lo hubiera convertido en una pr�ctica permanente del ayuno y de negarse a s� mismo hasta las necesidades exigidas para la buena salud y por eso estaba en peligro de enfermarse. Beber un poco de vino, por tanto, estimular�a su apetito y beneficiar�a a su est�mago. Nota: Si la abstinencia de alimentos o bebidas pone en peligro la salud, un respeto decente por el quinto mandamiento exige el cambio de h�bitos que son peligrosos.

Despu�s de estos comentarios entre par�ntesis, que estaban destinados solo a Timoteo, el ap�stol regresa a su tema: Los pecados de ciertos hombres se manifiestan desde el principio antes del Juicio, algunos hombres los siguen. Esta es una verdad general, pero con una aplicaci�n muy espec�fica al caso que nos ocupa, la ordenaci�n de hombres indignos e incompetentes para el cargo de anciano o pastor. Timoteo deb�a hacer su juicio, su examen, con gran cuidado en el caso de cada candidato al santo oficio.

Entonces se har�a evidente que los pecados de algunos hombres: sus graves transgresiones, eran tan bien conocidos que aparecieron de antemano en el examen y declararon que el candidato era indigno. En el caso de otros, sin embargo, la indignidad se har�a evidente s�lo mediante una cuidadosa ponderaci�n de la evidencia ofrecida. Si hab�a alguna circunstancia sospechosa, el ap�stol quer�a que su representante examinara el asunto con mucho cuidado y no llegara a una conclusi�n apresurada.

Sin embargo, como sucedi� con los pecados de algunos, as� sucedi� con las buenas obras y excelencias de otros candidatos: Asimismo tambi�n las obras excelentes son manifiestas, y aquellas en cuyo caso lo contrario es cierto, no pueden permanecer ocultas. En la mayor�a de los casos, las obras realmente excelentes de un hombre molino, que se conozcan en todas partes, recibir�n sus merecidos elogios. Y donde el asunto no es tan claro, donde un candidato es muy reacio a revelar cualquier acto digno de alabanza, o donde los celos de los enemigos hacen todo lo posible por descorazonar su val�a, all� el examen, si se realiza correctamente, dar� como resultado el juicio correcto. de la situaci�n.

Si este cuidado en la selecci�n de candidatos capaces para el santo oficio se ejerciera en todo momento, indudablemente resultar�a en elevar la dignidad y el valor del ministerio a un nivel mucho m�s alto que el que ocupa en la actualidad.

Resumen. El ap�stol analiza la manera en que Timoteo debe administrar las reprensiones, c�mo se debe cuidar a las viudas de la congregaci�n y trata en detalle las calificaciones de una viuda que espera ser apoyada por la congregaci�n; habla tambi�n del honor debido a los ancianos y del cuidado que debe ejercerse en la selecci�n de candidatos para este importante cargo.

Información bibliográfica
Kretzmann, Paul E. Ph. D., D. D. "Comentario sobre 1 Timothy 5". "Comentario Popular de Kretzmann". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/kpc/1-timothy-5.html. 1921-23.
 
adsfree-icon
Ads FreeProfile