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Bible Commentaries
Romanos 5

Comentario Popular de la Biblia de KretzmannComentario de Kretzmann

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Versículo 1

Por tanto, justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Se�or Jesucristo;

Versículos 1-5

Las benditas consecuencias de la justificaci�n.

Un recital de las bendiciones:

Versículo 2

por quien tambi�n tenemos acceso por fe a esta gracia en la que estamos, y nos regocijamos en la esperanza de la gloria de Dios.

Versículo 3

Y no solo eso, sino que tambi�n nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulaci�n produce paciencia;

Versículo 4

y paciencia, experiencia; y experiencia, esperanza;

Versículo 5

y la esperanza no averg�enza.

El ap�stol retoma el hilo de su discusi�n al nombrar algunos de los resultados benditos que se derivan del estado de ser justificado, al describir la obra de Dios en nuestro favor, como lo muestra a los pecadores justificados, al mostrar la relaci�n de los creyentes. a Dios que surge de la expiaci�n del pecado y la consiguiente justificaci�n. Por tanto, habiendo sido justificado por la fe, escribe el ap�stol. El estado o condici�n de justicia, de justificaci�n, se ha convertido en nuestro, hemos entrado en �l como resultado de la fe.

Y por lo tanto, literalmente, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Se�or Jesucristo. Como resultado de la obra vicaria de Cristo, se ha quitado la enemistad que exist�a entre Dios y nosotros como resultado de nuestros pecados; a trav�s de �l se adquiri� la paz en relaci�n con Dios y ahora es propiedad de los hombres en la justificaci�n. Esta paz, entonces, no es el resultado del perd�n absoluto de nuestros pecados, sino que se basa en la reconciliaci�n fundada en la expiaci�n, que ha alterado por completo la relaci�n de Dios con ellos.

Mediante la mediaci�n de Jesucristo se ha logrado esta paz, a trav�s de Aquel por cuya agencia tambi�n hemos tenido acceso por fe a esa gracia en la que ahora nos encontramos. La entrada, el camino a la salvaci�n, est� abierta ante nosotros; Cristo ha abierto la puerta que conduce directamente a la gracia; a trav�s de �l ahora tenemos una posici�n como cristianos. De ah� la relaci�n de paz con Dios. Somos justificados de nuestros pecados, nuestros pecados son perdonados, no hay obstrucci�n entre Dios y nosotros.

Como consecuencia, nos jactamos sobre la base de la esperanza de la gloria de Dios. La esperanza del cristiano es una posesi�n preciosa, por lo que se regocija y se glorifica, porque el objeto de esta esperanza es la gloria de Dios, de la que finalmente seremos part�cipes, cap. 8:17. El futuro que se abre ante los ojos del creyente es de una naturaleza bien calculada para hacer de toda su vida una espera de ansiosa anticipaci�n.

Y por eso tambi�n nos gloriamos en las tribulaciones, nos gloriamos de ellas. Su presencia y aflicci�n no es motivo de dolor para nosotros, sino de regocijo, porque sabemos que a la tribulaci�n le sigue la paciencia, y la paciencia a la aprobaci�n, y la aprobaci�n a la esperanza. Todas las aflicciones de la vida presente resultan en nuestro beneficio, porque en estas pruebas nuestra fe se ejerce y se aprueba. El primer beneficio es la paciencia, la perseverancia, la constancia.

Cuanto m�s severas son las pruebas, m�s necesidad hay de aguantar pacientemente el sufrimiento, de fidelidad a la verdad y al deber. Y esta perseverancia produce aprobaci�n, el estado de �nimo que ha resistido la prueba, Santiago 1:12 . Durante la aflicci�n, la fe est� a prueba, est� siendo probada. Si es del tipo correcto, saldr� del crisol purificado y refinado, se fortalecer� en la esperanza de la gloria de Dios.

Y la esperanza del cristiano no avergonzar�; su cumplimiento es absolutamente seguro, debe traer salvaci�n, Romanos 9:33 , no puede defraudar, Salmo 22:5 . Esta es la cadena de oro de bendiciones que sobrevienen al creyente a causa de su justificaci�n, que hacen de toda su vida una feliz espera de la gloria que se nos revelar� en el gran d�a.

Porque el amor de Dios es derramado en nuestros corazones por el Esp�ritu Santo que nos fue dado.

Versículos 5-11

La base de la esperanza del cristiano:

Versículo 6

Porque cuando a�n est�bamos sin fuerzas, a su debido tiempo Cristo muri� por los imp�os.

Versículo 7

Porque apenas morir� uno por un justo; sin embargo, quiz�s por ser un buen hombre, algunos incluso se atrever�an a morir.

Versículo 8

Pero Dios encomia su amor por nosotros en que, cuando a�n �ramos pecadores, Cristo muri� por nosotros.

Versículo 9

Mucho m�s, entonces, siendo ahora justificados por Su sangre, seremos salvos de la ira por �l.

Versículo 10

Porque si, cuando �ramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho m�s, estando reconciliados, seremos salvos por Su vida.

Versículo 11

Y no solo eso, sino que tambi�n nos gozamos en Dios por medio de nuestro Se�or Jesucristo, por quien ahora hemos recibido la expiaci�n.

Por qu� la esperanza del cristiano no lo avergonzar�, no resultar� enga�oso: lo explica ahora el ap�stol: Porque el amor de Dios es derramado en nuestros corazones por el Esp�ritu Santo que nos ha sido dado. El amor de Dios, ese amor que �l tiene por nosotros, del cual �l nos dio una prueba y demostraci�n definitiva en la muerte de Su Hijo, Jesucristo, que el amor ha sido, y contin�a siendo, derramado en nuestros corazones, para se nos comunique abundantemente.

No en peque�a medida, sino en pleno y rico torrente de divino afecto, se difunde por toda el alma, llen�ndola de la conciencia y la extrema felicidad de su presencia y favor. Y esto ha sido hecho por el Esp�ritu Santo que nos ha sido dado, Hechos 10:4 ; Tito 3:6 .

Es el testimonio del Esp�ritu el que nos convence, rica y diariamente, de que Dios nos ama, de que su amor es nuestra plena propiedad en Cristo, nuestro Salvador; estamos absolutamente seguros y seguros de nuestra bienaventuranza. El amor de Dios, que descansa sobre la muerte vicaria de Cristo, es el fundamento suficiente y seguro de nuestra esperanza de la salvaci�n futura.

En qu� sentido el amor de Dios es la garant�a de la esperanza del cristiano se explica ahora, v. 6 y sigs. Porque Cristo ya cuando a�n �ramos d�biles, cuando est�bamos en una condici�n de incapacidad para hacer algo bueno, en el tiempo se�alado, en el tiempo fijado por Dios en su eterno consejo de amor: muri� por los imp�os. Cristo muri� por nosotros, gente imp�a, y ese hecho revela el misterio del amor divino.

Por parte del hombre s�lo exist�a una total inutilidad moral; por parte del hombre no hab�a ni un solo elemento que suscitara la contemplaci�n favorable de Dios. Era m�s bien que la impiedad hab�a llegado a una crisis, sin esperanza para los transgresores. Pero luego vino la obra vicaria de Cristo, que culmin� con Su muerte en la cruz, una muerte en nuestro lugar, como nuestro Sustituto. 1 Juan 4:10 .

As� se manifest� el amor de Dios, as�, en la plenitud del sacrificio de Cristo, tenemos la seguridad de la continuidad y constancia del amor de Dios. El ap�stol pone de manifiesto la grandeza de este amor mediante otra comparaci�n, verso 7: Porque dif�cilmente morir� uno por un justo; por una buena causa, es decir, quiz�s uno podr�a aventurarse a morir. Existe la posibilidad de que un hombre, bajo las circunstancias, muera en lugar de una persona justa, como su sustituto; hay m�s probabilidad de que una persona d� su vida por una buena causa, como una mera proposici�n de rectitud c�vica.

Tal es la condici�n entre los hombres cuando todas las cosas son peculiarmente favorables a una moral externa. Pero Dios demuestra y prueba su amor hacia nosotros de que, aunque todav�a somos pecadores, Cristo muri� en nuestro lugar, por nosotros. No hab�a una sola caracter�stica que nos recomendara: no �ramos justos, nuestra causa era cualquier cosa menos buena y encomiable. Por lo tanto, el amor de Dios en Cristo se destaca de manera tan prominente en contraste: �l demuestra su amor hacia nosotros en lo que Cristo hizo por nosotros.

Los efectos saludables de la muerte de Cristo contin�an para siempre: est�n ah� hoy para todos los hombres, incluso si estos �ltimos son absolutamente in�tiles y no merecen la menor muestra de amor. Ese es el amor de Dios singular e incomparable, un amor que supera todo lo que podamos concebir, que nuestra mente humana trata en vano de captar y medir, y por tanto el ap�stol: del hecho del ferviente amor de Dios por nosotros, pecadores despreciables, saca la conclusi�n, v.

9. Consecuentemente, si tal gracia nos fue mostrada entonces, cuando est�bamos en pecado e impiedad, cu�nto m�s, cu�nto m�s bien, cu�nto m�s ciertamente seremos ahora, justificados como hemos sido por la sangre de Cristo, de la ira de Dios a trav�s de �l! Como enemigos, fuimos justificados por la sangre de Jes�s; como sus compa�eros participantes en la paz, seremos preservados de la ira y el castigo del �ltimo gran d�a.

Nuestra justificaci�n es nuestra garant�a de nuestra liberaci�n de la ira venidera; �ramos imp�os, pero ahora nos hemos vuelto justos y justos, somos exactamente como Dios quiere que seamos, debido a su acto de declararnos justos: por lo tanto, estamos a salvo de la condenaci�n. Este pensamiento repite el ap�stol para inculcar su reconfortante verdad en los creyentes. Si, cuando �ramos enemigos, cuando �ramos objeto del disgusto de Dios, fuimos reconciliados con Dios, fuimos puestos en posesi�n de Su gracia, fuimos puestos en tal relaci�n con �l que �l ya no ten�a que ser nuestro adversario, cu�nto m�s. m�s bien, �seremos salvados por su vida, ya que hemos sido reconciliados, ya que hemos sido restaurados a su gracia! Al ser objeto de la hostilidad divina, se nos mostr� una misericordia sin l�mites;

El mismo Salvador que muri� por nosotros ha resucitado a la vida eterna y perfecta, y Su vida est� dedicada a ese fin: santificarnos, protegernos y salvarnos eternamente, para llevarnos a esa vida maravillosa de gloria divina. Y entonces el ap�stol estalla en la exclamaci�n de gozo: Pero no solo eso, tambi�n nos gloriamos en Dios por medio de nuestro Se�or Jesucristo, por quien ahora hemos recibido la reconciliaci�n. Nada podr�a ilustrar m�s completa y exactamente la completa restituci�n de la relaci�n de amor hacia los pecadores que estas palabras.

La reconciliaci�n de Dios hacia los pecadores es tan completa que �l siente la m�s c�lida amistad por ellos, y que ellos, a su vez, se regocijan y se glor�an en su Dios. Todo creyente que se reconcilia con Dios por medio de Cristo est� seguro de que se excluye toda enemistad ulterior. "Nos gloriamos en Dios porque Dios es nuestro y nosotros somos Suyos, y que tenemos todos los bienes en com�n de �l y con �l en toda confianza" (Lutero.

) Esto no es una jactancia de justicia propia, porque eso resultar�a en la p�rdida inmediata de todos los dones y bendiciones espirituales, pero una alegr�a y confianza a trav�s de nuestro Se�or Jesucristo, quien expi� nuestra culpa, cancel� nuestra deuda. Y as� se quita de nuestro coraz�n toda aprensi�n en cuanto al resultado final; La esperanza de la salvaci�n eterna, que es consecuencia de nuestra justificaci�n, es una esperanza segura y definitiva, una esperanza que llena el coraz�n de los creyentes de sereno gozo y los hace estar absortos con toda su mente en el hecho glorioso de su vida. justificaci�n.

Versículo 12

Por tanto, como el pecado entr� en el mundo por un hombre y por el pecado la muerte, as� la muerte pas� a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.

Versículos 12-14

El primer y segundo Ad�n.

Muerte consecuencia del pecado:

Versículo 13

(porque hasta la ley hab�a pecado en el mundo; pero el pecado no se imputa cuando no hay ley.

Versículo 14

Sin embargo, la muerte rein� desde Ad�n hasta Mois�s, incluso sobre los que no hab�an pecado despu�s de la semejanza de la transgresi�n de Ad�n, quien es la figura del que hab�a de venir.

El ap�stol introduce aqu� una comparaci�n extensa entre la salvaci�n que le debemos a Cristo y la calamidad de la transgresi�n de Ad�n con sus resultados. Muy enf�ticamente abre esta secci�n: Por qu�, o, porque. De los hechos que ha aducido con respecto al m�todo de justificaci�n, se deduce que as� como por un solo hombre todos se convirtieron en pecadores, as� por uno todos son constituidos justos. Por un hombre, a trav�s de Ad�n, que sigui� a Eva al comer del fruto prohibido, el pecado entr� en el mundo.

El pecado es toda transgresi�n de la Ley divina, cuando las obras, los pensamientos y los deseos de los hombres pierden su objeto, no se ajustan a la voluntad de Dios. Por la desobediencia de Ad�n, el pecado vino al mundo, hizo su aparici�n en el mundo, comenz� a existir. Y por el pecado vino la muerte. La desobediencia de Ad�n dio frutos amargos: primero, �l fue la causa del pecado, lo trajo a la humanidad, fue fundamental para que invadiera la raza; y por tanto, por medio del pecado, los hombres quedaron sujetos a la muerte.

Ad�n pec�, y la consecuencia, el castigo de su pecado, fue la muerte; la muerte de Ad�n fue el comienzo de la mortalidad humana. El d�a que Ad�n comi� del fruto prohibido comenz� la ejecuci�n del desastre amenazado, la ejecuci�n de la sentencia de muerte; a partir de esa hora el germen de la muerte estuvo en su naturaleza, su cuerpo era un cuerpo mortal, y solo era cuesti�n de tiempo cuando volver�a a ser polvo.

Y as�, de esta manera, la muerte pas� a todos los hombres, alcanz� a todos, porque todos pecaron. La muerte es universal porque el pecado es universal; todos los hombres, incluso por su concepci�n y nacimiento, est�n sujetos a la muerte; toda su vida es un curso que tiene la muerte como objeto. El hombre est� tan absolutamente sujeto a la muerte, desde el primer momento de la concepci�n, que San Pablo hace la declaraci�n s�lo de la muerte que ha pasado a todos los hombres.

Y esto es cierto porque todos pecaron, pecaron en Ad�n, pecaron a trav�s o por ese hombre. No como si todos, en la persona de su progenitor, hubieran realizado esa primera transgresi�n del mandato de Dios, sino que por su desobediencia todos los hombres son considerados y tratados como pecadores por Dios. Debido a la desobediencia de Ad�n, Dios los ve a todos como pecadores; Dios ha imputado a todos los hombres el pecado de Ad�n.

Es un principio que recorre todas las grandes dispensaciones de la Providencia: la posteridad, natural y federal, lleva la culpa (Cana�n, Giezi, Moabitas y Amalecitas, etc.). Como prueba de la declaraci�n que acaba de hacer, Pablo presenta un hecho hist�rico. Se refiere al tiempo antes de la Ley, antes de que la Ley fuera formalmente dada, escrita y codificada. En ese momento, sin embargo, el pecado estaba en el mundo, la gente transgredi� la santa voluntad de Dios.

Pero el pecado no se carga a la cuenta del transgresor en ausencia de una ley definida, Dios no lo ingresa en el d�bito como una transgresi�n de un mandamiento divino. Ver el cap. 4:15. Y, sin embargo, la muerte rein� en la raza humana, tuvo absoluta autoridad real desde Ad�n hasta Mois�s, durante todo el intervalo, incluso sobre aquellos que no hab�an pecado despu�s de la semejanza de la transgresi�n de Ad�n. Exist�a una soberan�a desenfrenada y una tiran�a de la muerte con respecto a todos los hombres, no solo a aquellos que nunca hab�an violado ninguna ley codificada positiva, sino tambi�n a aquellos que nunca en sus propias personas hab�an violado un mandato individual, por lo que su sentencia de muerte pod�a ser castigada. representaron.

As�, Pablo ense�a claramente que los pecadores del primer per�odo del mundo, antes de Mois�s, fueron sujetos a muerte debido a la �nica transgresi�n de Ad�n. La muerte les sobrevino antes de que hubieran cometido sus propios pecados positivos; pero como el castigo de muerte implica una violaci�n de la ley, se sigue que Dios los consider� y trat� como pecadores sobre la base de la desobediencia de Ad�n. Esto es cierto en todo momento.

La �nica transgresi�n de Ad�n fue la causa que provoc� la muerte de todos los hombres. Es cierto que todo pecado merece la muerte, aunque no se haya convertido en una transgresi�n consciente de la Ley divina, aunque s�lo exista en el deseo m�s �ntimo del coraz�n que es contrario a la santidad de Dios. Pero tambi�n es cierto que la desobediencia de Ad�n, que atrajo sobre �l la maldici�n de la muerte, se le atribuye tan completamente a todos los hombres que realmente nacen para la muerte.

Pero esta misma muerte que Dios usa ahora para castigar los pecados individuales y la pecaminosidad. De Ad�n, el ap�stol finalmente dice: �Qui�n es la impresi�n, la figura, el tipo de Aquel que hab�a de venir? El primer Ad�n es un tipo prof�tico, 1 Corintios 10:6 , del Ad�n que hab�a de venir, de Cristo. El parecido entre los dos no es casual, sino predeterminado. El pecado del primer Ad�n fue la base de nuestra condenaci�n; la justicia del segundo Ad�n es la base de nuestra justificaci�n.

Versículo 15

Pero no como ofensa, tambi�n lo es el obsequio. Porque si por la transgresi�n de uno muchos mueren, mucho m�s la gracia de Dios, y el don por gracia, que es por un solo hombre, Jesucristo, abund� para muchos.

Versículos 15-17

Paralelismo y contraste:

Versículo 16

Y no como fue por el que pec�, as� es el regalo; porque el juicio fue por uno para condenaci�n, pero la d�diva es de muchas ofensas para justificaci�n.

Versículo 17

Porque si por la ofensa de uno la muerte rein� por uno, mucho m�s los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia reinar�n en vida por uno, Jesucristo.)

El ap�stol aqu� explica su declaraci�n en cuanto a que Ad�n es un tipo de Cristo. Pero no como la ofensa, la transgresi�n, as� tambi�n lo es el don de la gracia, el don que se concede gratuitamente a los pecadores en el Evangelio, en sus efectos sobre los hombres. El �nfasis en la justicia y la vida, en el que consiste la salvaci�n en Cristo, es tra�do con mucha fuerza por el ap�stol. La ca�da no es como la restauraci�n graciosa.

Es cierto, por supuesto, que por la ca�da de uno, de Ad�n, los muchos, todas las dem�s personas en el mundo, han quedado sujetos a la muerte y han muerto; pero, por otra parte, tambi�n es cierto que la gracia de Dios y el don en la gracia de un solo hombre Jesucristo ha abonado mucho m�s, mucho m�s ciertamente, sobre esas mismas personas, las muchas. El lamentable error, la transgresi�n de un solo hombre tuvo consecuencias malas y terribles, pero las bendiciones obtenidas por Cristo son infinitamente mayores que los males causados ??por Ad�n.

Y no solo eso, sino que la gracia de Dios y ese don que se expresa en, consiste en, la gracia del �nico hombre Jesucristo, por el cual tenemos la salvaci�n, es mucho m�s seguro en lo que se puede confiar. Lo �nico que ha sucedido es que la condenaci�n ha venido sobre todos los hombres; pero el otro hecho tiene una evidencia tan indudable de su lado que podemos depositar nuestra confianza en �l con seguridad en la vida o en la muerte. Y estrechamente relacionado con este pensamiento hay otro: no como a trav�s de alguien que pec� el don.

En el lado del tipo, Ad�n, lo que se hizo, que vino sobre todos los hombres, fue ocasionado por la �nica persona que pec�. Por otro lado, en el antitipo, en el don de Cristo, no se da la misma condici�n. La sentencia de condenaci�n que pas� a todos los hombres por causa de Ad�n fue por una ofensa de un hombre, mientras que Cristo nos justifica por muchas ofensas. Porque el juicio es de un hombre a la sentencia de condenaci�n, pero el don de la gracia de las ofensas de muchos a una condici�n de justicia, un juicio de justificaci�n.

Dios juzg� a la gente, a todos los hombres, y su hallazgo result� en una sentencia de condenaci�n a causa de un solo hombre, Ad�n. Dado que el pecado de Ad�n ha sido imputado a todos los hombres, la maldici�n del pecado, la muerte, result� como consecuencia de la sentencia condenatoria sobre el pecado. Por otro lado, el don de la gracia ha resultado en la condici�n de justicia por las ofensas de muchos. Esa era la condici�n anterior de muchos, de todos los hombres: estaban en delitos y pecados, Efesios 2:1 .

Pero esa condici�n ahora ha quedado atr�s, y han entrado en un estado nuevo, diferente, el de justicia imputada, de justificaci�n, no solo es la �nica transgresi�n de Ad�n, que les fue imputada a todos, perdonada, sino que son perdonados. Absueltos de todos sus pecados y transgresiones individuales, han sido declarados justos. Este hecho de que somos justificados por Cristo no s�lo por la culpa del primer pecado de Ad�n, sino por nuestras propias innumerables transgresiones, recibe una nueva confirmaci�n: porque si, por la transgresi�n de uno, la muerte ha reinado por el uno, mucho m�s, mucho antes, mucho m�s ciertamente, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia reinar�n en vida por medio de Jesucristo.

Por un lado tenemos el tipo: A trav�s de un solo hombre, Ad�n, a trav�s de su ofensa o transgresi�n, ha sucedido que la muerte ahora tiene poder soberano sobre la tierra; su ofensa fue la causa de la muerte de todos los hombres, su pecado fue la base de la sentencia de condenaci�n, que se ha dictado sobre toda la humanidad. Pero ahora, por otro lado, si este es realmente el caso, entonces lo otro suceder� con mayor certeza, a saber, que reinaremos en la vida.

La vida eterna es liberaci�n, libertad; eleva a quienes la reciben a una posici�n de autoridad y dominio, 1 Corintios 4:8 ; 1 Corintios 6:2 ; 2 Timoteo 2:12 .

Este derecho y autoridad se nos transmite porque recibo por fe la abundancia de la gracia y del don de la justicia. La gracia de Dios abund� para con nosotros, la recibimos en abundancia y diariamente; y es la fuente del don de la justicia, siendo la justicia misma el don ofrecido y recibido. Y todo esto es nuestro por Jesucristo, porque �l es el que nos mereci� la vida, el que nos prepar� la plenitud de la justicia.

Y el dominio de la vida es mucho m�s seguro que el dominio de la muerte. Cristo no solo ha reparado el da�o infligido por Ad�n, sino que tambi�n ha justificado a todos los hombres de sus transgresiones individuales; y por tanto, es mucho m�s cierto que los que reciben este don incomparable y la bendici�n de la justicia reinar�n en vida, que el pecado de aquel que ha tra�do la muerte a todos los hijos de los hombres.

S�lo hay una cosa m�s segura para el creyente, que ha sido justificado por los m�ritos de Cristo, que el hecho de que debe morir, y es el hecho de que vivir� y reinar� con Cristo, en la vida que es suya por el don gratuito de Dios.

Versículo 18

Por tanto, as� como por la ofensa de uno vino a todos los hombres el juicio para condenaci�n, as� tambi�n por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificaci�n de vida.

Versículos 18-21

Un resumen del argumento:

Versículo 19

Porque as� como por la desobediencia de un hombre muchos fueron hechos pecadores, as� por la obediencia de uno muchos ser�n justificados.

Versículo 20

Adem�s, entr� la Ley para que abunde el delito. Pero donde abund� el pecado, sobreabund� la gracia,

Versículo 21

para que as� como el pecado rein� para muerte, as� tambi�n la gracia reine por la justicia para vida eterna en Jesucristo, nuestro Se�or.

Pablo ahora retoma el hilo del argumento que introdujo en el vers. 12. Introduce la inferencia de toda la discusi�n con "por tanto". As� como por la transgresi�n de uno el resultado para todos fue la condenaci�n, as� por la justicia de uno el resultado para todos los hombres es la justificaci�n de la vida. Cuando Ad�n comi� del fruto prohibido, fue un solo acto de desobediencia; pero como consecuencia de esa transgresi�n, la sentencia de condenaci�n se ha dictado sobre todos los hombres.

Por otro lado, la justicia de Cristo, su cumplimiento de todas las demandas de la justicia de la ley, ha resultado en el hecho de que todos los hombres son declarados justos, y el juicio de vida se pronuncia sobre ellos. Y en estrecha conexi�n con esto hay otros dos hechos: porque as� como por la desobediencia de un solo hombre, muchos, todos los hombres fueron presentados ante Dios como pecadores, as� tambi�n por la obediencia de uno todos los hombres son presentados como justos y justos.

Primero, la desobediencia de Ad�n fue imputada a todos los hombres: Dios los consider� desobedientes a causa del pecado de Ad�n; pero luego vino Cristo con Su perfecta obediencia a todos los hombres, con Su completo cumplimiento de la Ley, ya trav�s de esta obediencia vicaria los muchos, todos los hombres, son colocados en el rango, en la categor�a de justos y justos. De esta manera, Cristo gan� la justicia para todos los hombres; la justificaci�n objetiva concierne al mundo entero: cada persona sin excepci�n pertenece al n�mero de aquellos para quienes se ha obtenido el beneficio de la obra de Cristo.

Del hecho de que esta justificaci�n objetiva se convierte en realidad en propiedad de la persona individual por la fe, Pablo habla en otra parte: pero aqu� tenemos el pleno consuelo de la seguridad de que la justicia de Cristo fue suficiente para colocar a todos los hombres en la clase de aquellos para quienes se han quitado los obst�culos de su salvaci�n y se ha obtenido la plena justicia. As� se cierra la comparaci�n entre Ad�n y Cristo.

Pero el ap�stol se hab�a referido arriba, verso 13, a la Ley y a Mois�s. Por tanto, podr�a plantearse la cuesti�n de qu� relaci�n tienen estos con la presente discusi�n, ya que se encuentran a medio camino entre Ad�n y Cristo en la historia. San Pablo afirma: La Ley entr� adem�s, como cosa accesoria o subordinada; no tuvo el significado e influencia decisivos que tuvo el pecado en su venida. Vino solo con el prop�sito de que la transgresi�n de Ad�n pudiera ser aumentada o aumentada por transgresiones reales de una Ley escrita y fija.

Porque ahora que hab�a una norma definida de la voluntad de Dios, el n�mero de pecados que pod�an mostrarse como existentes se increment� enormemente. Pero por ese mismo hecho, la misericordiosa intenci�n de Dios hacia los hombres recibi� la oportunidad de revelarse. Sin embargo, donde abund� el pecado, sobreabund� la gracia; fue dispensado en la m�s rica medida y en la misma esfera. Y as� la Ley no frustr�, sino que promovi� el fin misericordioso contemplado en la obra de Cristo.

Porque el dominio del pecado, subrayado por la ley, ten�a que ceder al dominio de la gracia: para que as� como el pecado rein� en la muerte, as� tambi�n la gracia reine por la justicia para vida eterna por medio de Jesucristo, nuestro Se�or. La muerte, tanto espiritual como temporal, era la esfera o provincia en la que se ejerc�a y manifestaba el poder o el triunfo del pecado. Pero la meta, el fin, de la gracia es la vida eterna.

El inmerecido amor de Dios en Cristo Jes�s se muestra abundante y eficazmente al asegurar la vida eterna. Este efecto glorioso se asegura por medio de la justicia, la justicia plena y completa que es a trav�s de Jesucristo, nuestro Se�or. Y as�, los benditos resultados de la redenci�n de Jesucristo, que son impartidos a los hombres por la fe, encuentran su gloriosa realizaci�n en esa vida de eterna bienaventuranza que es el fin de la justificaci�n.

Resumen

El ap�stol describe las benditas consecuencias de la justificaci�n, ya que nos las garantiza el amor de Dios y la muerte de Cristo; �l muestra que, as� como el pecado de Ad�n result� en la condenaci�n de todos los hombres, as� la justicia de Cristo result� en la justificaci�n de todos los hombres, cuyo fin, para los creyentes, es la vida eterna.

Información bibliográfica
Kretzmann, Paul E. Ph. D., D. D. "Comentario sobre Romans 5". "Comentario Popular de Kretzmann". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/kpc/romans-5.html. 1921-23.
 
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