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Bible Commentaries
Deuteronomio 18

Notas de Mackintosh sobre el PentateucoNotas de Mackintosh

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Versículos 1-22

El p�rrafo inicial de este cap�tulo sugiere una l�nea de verdad profundamente interesante y pr�ctica.

"Los sacerdotes, los levitas, y toda la tribu de Lev�, no tendr�n parte ni heredad con Israel; comer�n las ofrendas encendidas para el Se�or y su heredad. Por tanto, no tendr�n heredad entre sus hermanos: el Se�or es su heredad, como �l les ha dicho. Y este ser� el derecho del sacerdote de parte del pueblo, de los que ofrecieren en sacrificio, sea buey u oveja; y dar�n al sacerdote la espaldilla y los dos las mejillas y las fauces.

Tambi�n le dar�s las primicias de tu grano, de tu mosto y de tu aceite, y las primicias de la lana de tus ovejas. porque el Se�or tu Dios lo ha escogido de entre todas tus tribus, para que est� en pie para ministrar en el nombre del Se�or, �l y sus hijos para siempre. Y si un levita viniere de alguna de tus ciudades, de todo Israel, donde hubiere peregrinado, y viniere con todo el deseo de su mente al lugar que Jehov� escogiere; entonces ministrar� en el nombre de Jehov� su Dios, como todos sus hermanos los levitas que est�n all� delante de Jehov�. Tendr�n para comer raciones semejantes, adem�s de las que resulten de la venta de su patrimonio.� (Vers. .1-8.)

Aqu�, como en todas las partes del libro de Deuteronomio, los sacerdotes se clasifican con los levitas, de manera muy marcada. Hemos llamado la atenci�n del lector sobre esto, como un rasgo caracter�stico especial de nuestro libro, y no nos detendremos en ello ahora, sino simplemente, de paso, record�rselo al lector, como algo que reclama su atenci�n. Que sopese las palabras iniciales de nuestro cap�tulo, "Los sacerdotes los levitas", y las compare con la forma en que se habla de los sacerdotes, los hijos de Aar�n, en �xodo, Lev�tico y N�meros; y si estuviera dispuesto a preguntar la raz�n de esta distinci�n, creemos que es esto, que en Deuteronomio el objeto divino es traer m�s prominencia a toda la asamblea de Israel, y por lo tanto es que los sacerdotes, en su funci�n oficial capacidad, vienen raramente ante nosotros. La gran idea deuteron�mica es,Israel en relaci�n inmediata con Jehov�.

Ahora, en el pasaje que acabamos de citar, tenemos a los sacerdotes ya los levitas unidos, y presentados como siervos del Se�or, totalmente dependientes de �l e �ntimamente identificados con Su altar y Su servicio. Esto est� lleno de inter�s y abre un campo muy importante de verdad pr�ctica al que la Iglesia de Dios har�a bien en atender.

Al mirar a trav�s de la historia de Israel, observamos que cuando las cosas estaban en una condici�n saludable, el altar de Dios estaba bien atendido y, como consecuencia, los sacerdotes y los levitas estaban bien provistos. Si Jehov� ten�a Su porci�n, Sus siervos seguramente tendr�an la suya. Si �l fue descuidado, ellos tambi�n lo fueron. Estaban atados juntos. El pueblo deb�a traer sus ofrendas a Dios, y �l las comparti� con Sus siervos.

Los sacerdotes, los levitas, no deb�an exigir ni exigir del pueblo, pero el pueblo ten�a el privilegio de traer sus ofrendas al altar de Dios, y �l permiti� que Sus siervos se alimentaran del fruto de la devoci�n de Su pueblo hacia �l.

Tal era la idea verdadera y divina en cuanto a los siervos del Se�or de la antig�edad. Deb�an vivir de las ofrendas voluntarias presentadas a Dios por toda la congregaci�n. Cierto es que, en los d�as oscuros y malvados de los hijos de Eli, encontramos algo tristemente diferente de este hermoso orden moral. Entonces �era la costumbre del sacerdote con el pueblo, que cuando alguno ofrec�a sacrificio, ven�a el criado del sacerdote, mientras la carne estaba en cocer, trayendo en su mano un garfio de tres dientes, y lo clavaba en la olla o en la olla. , o caldero, u olla: todo lo que sacaba el garfio, lo tomaba el sacerdote para s�.

As� hicieron en Silo con todos los hijos de Israel que all� ven�an. Tambi�n antes de que quemaran la grasa "la porci�n especial de Dios" vino el criado del sacerdote y dijo al hombre que sacrificaba: Da carne para asar para el sacerdote; porque no tomar� de ti carne cocida, sino cruda. Y si alguien le dijera: No dejen de quemar la grasa ahora mismo, y luego tomen todo lo que tu alma desee, entonces �l le responder�a: No; pero t� me lo dar�s ahora; y si no,

Lo tomar� por la fuerza. Por tanto, el pecado de los j�venes era muy grande delante del Se�or; porque los hombres aborrecieron la ofrenda de Jehov�.� ( 1 Samuel 2:13-17 ).

Todo esto fue verdaderamente deplorable y termin� con el juicio solemne de Dios sobre la casa de El�. No podr�a ser de otra manera. Si los que serv�an en el altar pod�an ser culpables de tan terrible iniquidad e impiedad, el juicio debe seguir su curso.

Pero la condici�n normal de las cosas, tal como se presenta en nuestro cap�tulo, contrastaba v�vidamente con toda esta espantosa iniquidad. Jehov� se rodear�a de las ofrendas voluntarias de Su pueblo, y de estas ofrendas alimentar�a a Sus siervos que ministraban en Su altar. Por tanto, cuando el altar de Dios era atendido diligente, ferviente y devotamente, los sacerdotes los levitas ten�an una rica porci�n, un suministro abundante; y, por otro lado, cuando Jehov� y Su altar fueron tratados con fr�a negligencia, o simplemente atendidos en una rutina est�ril o formalismo sin coraz�n, los siervos del Se�or fueron igualmente descuidados. En una palabra, se identificaron �ntimamente con la adoraci�n y el servicio del Dios de Israel.

As�, por ejemplo, en los brillantes d�as del buen rey Ezequ�as, cuando las cosas estaban frescas y los corazones felices y sinceros, leemos: "Y Ezequ�as dispuso las clases de los sacerdotes y de los levitas seg�n sus clases, cada uno seg�n su ministerio. , los sacerdotes y los levitas para los holocaustos y las ofrendas de paz, para ministrar, para dar gracias y para alabar a las puertas de las tiendas de Jehov�.

Puso tambi�n la porci�n de sus bienes del rey para los holocaustos, es decir, para los holocaustos de la ma�ana y de la tarde, y para los holocaustos de los d�as de reposo, de las lunas nuevas y de las fiestas solemnes, como est� escrito en la ley del Se�or. Adem�s mand� al pueblo que habitaba en Jerusal�n que diese la parte de los sacerdotes y de los levitas, para que se animasen en la ley del Se�or.

Y tan pronto como sali� el mandamiento, los hijos de Israel trajeron en abundancia las primicias del grano, del vino, del aceite, de la miel y de todos los frutos del campo; y el diezmo de todas las cosas lo trajeron abundantemente . Y acerca de los hijos de Israel y de Jud�, que habitaban en las ciudades de Jud�, tambi�n trajeron el diezmo de bueyes y ovejas, y el diezmo de las cosas santas que estaban consagradas a Jehov� su Dios, y lo depositaron en montones.

En el mes tercero comenzaron a poner los cimientos de los montones, y los acabaron en el mes s�ptimo. Y cuando Ezequ�as y los pr�ncipes llegaron y vieron los montones, bendijeron al Se�or ya su pueblo Israel. Entonces Ezequ�as pregunt� a los sacerdotes ya los levitas acerca de los montones. Y le respondi� Azar�as, sumo sacerdote de la casa de Sadoc, y dijo: Desde que el pueblo comenz� a traer las ofrendas a la casa del Se�or, hemos tenido suficiente para comer, y nos ha sobrado, porque el Se�or ha bendecido a su pueblo. ; y lo que queda es este gran almac�n.� ( 2 Cr�nicas 31:2-10 ).

�Qu� refrescante es todo esto! �Y qu� alentador! La profunda, plena y plateada marea de devoci�n fluy� alrededor del altar de Dios llevando sobre su seno una amplia provisi�n para suplir todas las necesidades de los siervos del Se�or, y "montones" adem�s. Esto, estamos seguros, fue agradecido al coraz�n del Dios de Israel, como lo fue al coraz�n de aquellos que se hab�an entregado, a Su llamado y por Su designaci�n, al servicio de Su altar y Su santuario.

Y que el lector note especialmente esas preciosas palabras: " Como est� escrito en la ley del Se�or". Aqu� estaba la autoridad de Ezequ�as, la base s�lida de toda su l�nea de conducta, desde el principio hasta el final. Cierto, la unidad visible de la naci�n se hab�a ido; el estado de las cosas, cuando comenz� su bendita obra, era de lo m�s desalentador; pero la palabra del Se�or fue tan verdadera, tan real y tan directa en su aplicaci�n en los d�as de Ezequ�as como lo fue en los d�as de David o Josu�.

Ezequ�as sinti� con raz�n que Deuteronomio 18:1-8 se aplicaba a su �poca ya su conciencia, y que �l y el pueblo eran responsables de actuar seg�n su capacidad. �Iban a morir de hambre los sacerdotes y los levitas porque la unidad nacional de Israel hab�a desaparecido? Seguramente no. Deb�an permanecer firmes o caer con la palabra, la adoraci�n y la obra de Dios.

Las circunstancias pueden variar, y el israelita puede encontrarse en una posici�n en la que ser�a imposible llevar a cabo en detalle todas las ordenanzas del ceremonial lev�tico, pero nunca podr�a encontrarse en circunstancias en las que no fuera su alto privilegio dar plena expresi�n de la devoci�n de su coraz�n al servicio, el altar y la ley de Jehov�.

As�, entonces, vemos, a lo largo de toda la historia de Israel, que cuando las cosas eran brillantes y saludables, la adoraci�n del Se�or, Su obra y Sus obreros fueron bendecidos. Pero, por otro lado, cuando las cosas estaban bajas, cuando los corazones estaban fr�os, cuando el yo y sus intereses ten�an el lugar m�s importante, entonces todos estos grandes objetos eran tratados con un desprecio despiadado. Mire por ejemplo, en Nehem�as 13:1-31 .

Cuando aquel amado y fiel siervo volvi� a Jerusal�n, despu�s de una ausencia de ciertos d�as, encontr�, con profunda tristeza, que, aun en ese corto tiempo, varias cosas se hab�an desviado tristemente; entre los dem�s, los pobres levitas se hab�an quedado sin nada para comer. �Y vi que las porciones de los levitas no les hab�an sido dadas; porque los levitas y los cantores que hac�an la obra hab�an huido cada uno a su campo.

No hab�a "montones" de primicias en aquellos d�as desolados, y ciertamente era dif�cil para los hombres trabajar y cantar cuando no ten�an qu� comer. Esto no era conforme a la ley de Jehov�, ni conforme a Su coraz�n amoroso. Fue un triste reproche para el pueblo que los siervos del Se�or se vieran obligados, por su gran negligencia, a abandonar Su culto y Su obra, para no morir de hambre.

Esta, verdaderamente, era una condici�n deplorable de las cosas. Nehem�as lo sinti� intensamente, como leemos: "Luego discut� con los pr�ncipes, y dije: �Por qu� est� desamparada la casa de Dios? Y los junt� y los puse en su lugar. Entonces traje a todo Jud� el diezmo del grano. , y el vino nuevo y el aceite, a los tesoros. Y nombr� tesoreros sobre los tesoros... porque fueron tenidos por fieles;" ten�an derecho a la confianza de sus hermanos "y su oficio era distribuir entre sus hermanos.

"Hac�a falta un n�mero de hombres probados y fieles para ocupar la alta posici�n de distribuir a sus hermanos el precioso fruto de la devoci�n del pueblo; pod�an consultar juntos y ver que la tesorer�a del Se�or se administrara fielmente, de acuerdo con su palabra, y la necesidad de Sus verdaderos y fidedignos obreros satisfecha plenamente, sin prejuicios ni parcialidades.

Tal era el hermoso orden del Dios de Israel, un orden al cual todo verdadero israelita, como Nehem�as y Ezequ�as, se deleitar�a en asistir. La rica marea de bendiciones fluy� de Jehov� a Su pueblo, y de Su pueblo a �l, y de esa marea que flu�a Sus siervos sacar�an una provisi�n completa para todas sus necesidades. Fue una deshonra para �l obligar a los levitas a regresar a sus campos; prob� que Su casa estaba desamparada, y que no hab�a sustento para Sus siervos.

Ahora bien, aqu� se puede hacer la pregunta: �Qu� tiene que decirnos todo esto? �Qu� tiene que aprender la iglesia de Dios de Deuteronomio 18:1-8 ? Para responder a esta pregunta, debemos ir a 1 Corintios 9:1-27 donde el ap�stol inspirado trata el tema muy importante del apoyo del ministerio cristiano, un tema tan poco entendido por la gran masa de cristianos profesantes.

En cuanto a la ley del caso, es lo m�s distinta posible. "�Qui�n sale a la guerra alguna vez por su propia cuenta? �Qui�n planta una vi�a y no come de su fruto? �O qui�n apacienta un reba�o y no come de la leche del reba�o? �Digo estas cosas como un hombre? O �No dice tambi�n lo mismo la ley? Porque en la ley de Mois�s est� escrito: No pondr�s bozal al buey que trilla.

�Cuida Dios de los bueyes? �O lo dice todo por nosotros? Por nuestro bien, sin duda, esto est� escrito; que el que ara, are con esperanza; y que el que trilla con esperanza sea part�cipe de su esperanza. Si os hemos sembrado cosas espirituales, �es gran cosa si seg�ramos vuestras cosas carnales? Si otros son part�cipes de este poder sobre vosotros, �no somos nosotros m�s bien? Sin embargo "aqu� resplandece la gracia, en todo su brillo celestial" no hemos usado este poder; antes bien, pad�zcanlo todo, para que no obstaculicemos el evangelio de Cristo.

�No sab�is que los que ministran en las cosas santas viven de las cosas del templo? y los que esperan en el altar son part�cipes del altar? As� tambi�n orden� el Se�or a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio. Pero "aqu�, de nuevo, la gracia afirma su santa dignidad" de ninguna de estas cosas me he servido; ni yo he escrito estas cosas para que as� se haga conmigo; porque mejor me fuera morir, que ninguno desvanezca mi gloria.

Porque aunque anuncio el evangelio, no tengo por qu� gloriarme; porque me es impuesta necesidad; s�, �ay de m� si no predico el evangelio! Porque si hago esto de buena gana, tengo recompensa; pero si contra mi voluntad, se me ha encomendado una dispensaci�n del evangelio. �Cu�l es mi recompensa entonces? De cierto, que cuando predique el evangelio, presente gratuitamente el evangelio de Cristo, para que no abuse de mi poder en el evangelio.� ( 1 Corintios 9:7-18 )

Aqu� tenemos este tema interesante y de peso presentado en todos sus aspectos. El ap�stol inspirado establece, con toda la decisi�n y claridad posible, la ley divina sobre el punto. No hay duda. "Jehov� ha ordenado que los que anuncian el evangelio vivan del evangelio"; que, as� como los sacerdotes y los levitas, en la antig�edad, viv�an de las ofrendas presentadas por el pueblo, as� ahora, los que son realmente llamados por Dios, dotados por Cristo, y capacitados por el Esp�ritu Santo, para predicar el evangelio, y los que se entregan constante y diligentemente a esa obra gloriosa, tienen derecho moral al sustento temporal.

No es que deban buscar en aquellos a quienes predican una cierta suma estipulada. No existe tal idea como esta en el Nuevo Testamento. El trabajador debe mirar a su Maestro, y s�lo a �l en busca de apoyo. �Ay de �l si mira a la iglesia, oa los hombres de cualquier manera! Los sacerdotes y los levitas ten�an su porci�n en y de Jehov�. �l era el lote de su herencia. Es cierto que esperaba que el pueblo le ministrara en la persona de sus siervos.

�l les dijo qu� dar, y los bendijo al dar; era su alto privilegio as� como su deber ineludible dar; si se hubieran negado o descuidado, habr�a tra�do sequ�a y esterilidad sobre sus campos y vi�edos. ( Hageo 1:5-11 )

Pero los sacerdotes los levitas ten�an que mirar solo a Jehov�. Si el pueblo fallaba en sus ofrendas, los levitas ten�an que volar a sus campos y trabajar para ganarse la vida. No pod�an ir a juicio con nadie por diezmos y ofrendas; su �nica apelaci�n era al Dios de Israel que los hab�a ordenado para el trabajo, les hab�a dado el trabajo para hacer.

As� tambi�n con los obreros del Se�or, ahora; deben mirar s�lo a �l. Deben estar bien seguros de que �l los ha preparado para la obra y los ha llamado a ella antes de que intenten salirse, si podemos expresarlo as�, de la orilla de las circunstancias, y entregarse por completo a la obra de predicar. Deben quitar sus ojos completamente de los hombres, de todas las corrientes de criaturas y apoyos humanos, y apoyarse exclusivamente en el Dios viviente.

Hemos visto las m�s desastrosas consecuencias de actuar bajo un impulso equivocado en este asunto tan solemne; hombres no llamados por Dios, ni aptos para la obra, dejando sus ocupaciones, y saliendo, como dec�an, a vivir por la fe y entregarse a la obra. Naufragio deplorable fue el resultado en todos los casos. Algunos, cuando comenzaron a mirar directamente a la cara las severas realidades del camino, se alarmaron tanto, que en realidad perdieron el equilibrio mental, perdieron la raz�n por un tiempo; algunos perdieron la paz; y algunos regresaron directamente al mundo.

En resumen, es nuestra profunda y completa convicci�n, despu�s de cuarenta a�os de observaci�n, que los casos son pocos y distantes entre s� en los que es moralmente seguro y bueno que uno abandone su vocaci�n de ganar el pan para predicar el evangelio. Debe ser tan clara e incuestionable para el hombre mismo, que s�lo tiene que decir, con Lutero, en la Dieta de Worms: "Aqu� estoy; no puedo hacer otra cosa: �Dios me ayude! Am�n". Entonces puede estar perfectamente seguro que Dios lo sostendr� en la obra a la que lo ha llamado, y suplir� todas sus necesidades, "conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jes�s.

"Y en cuanto a los hombres, y sus pensamientos con respecto a �l y su curso, simplemente tiene que referirlos a su Maestro. �l no es responsable ante ellos ni les ha pedido nunca nada. Si estuvieran obligados a apoyarlo, la raz�n lo har�a. pueden quejarse o hacer preguntas, pero, como no lo son, simplemente deben dejarlo, recordando que ante su propio Maestro �l permanece o cae.

Pero cuando miramos el espl�ndido pasaje reci�n citado de 1 Corintios 9:1-27 , encontramos que el bienaventurado ap�stol, despu�s de haber establecido, m�s all� de toda duda, su derecho a ser sustentado, lo renuncia por completo. "Sin embargo, no he usado ninguna de estas cosas". Trabajaba con sus manos; trabaj� con trabajo y fatiga de d�a y de noche, para no ser gravoso ni gravoso para nadie.

Estas manos", dice, "han servido para mis necesidades y las de los que estaban conmigo". No codiciaba la plata, el oro o el vestido de nadie. Viajaba, predicaba, visitaba de casa en casa, era el Ap�stol laborioso, ferviente evangelista, pastor diligente, ten�a el cuidado de todas las iglesias. �No ten�a derecho a recibir apoyo? Sin duda lo ten�a. Deber�a haber sido el gozo de la iglesia de Dios atender todas sus necesidades.

Pero nunca hizo cumplir su reclamo; no, lo entreg�. Se sustentaba a s� mismo ya sus compa�eros con el trabajo de sus manos; y todo esto como ejemplo, como dice a los ancianos de �feso: "Os he mostrado todas las cosas c�mo deb�is trabajar tanto para socorrer a los d�biles y os acord�is de las palabras del Se�or Jes�s, que dijo: Es m�s Bienaventurado en dar que en recibir.

Ahora, es perfectamente maravilloso pensar en este amado y reverenciado siervo de Cristo, con sus extensos viajes, desde Jerusal�n y alrededor de Illyricum, sus gigantescas labores como evangelista, pastor y maestro, y sin embargo encontrando tiempo para mantenerse a s� mismo. y otros por la obra de sus manos. Verdaderamente ocupaba un alto terreno moral. Su caso es un testimonio permanente contra el asalariado, en todas sus formas. La burlona referencia del incr�dulo a los ministros bien pagados no pod�a tener aplicaci�n alguna para �l. Ciertamente no predic� por encargo.

Y, sin embargo, recibi� afortunadamente la ayuda de quienes supieron d�rsela. Una y otra vez, la amada asamblea de Filipos atendi� las necesidades de su reverenciado y amado padre en Cristo. �Qu� bien para ellos que as� lo hicieran! Nunca ser� olvidado. Millones han le�do el dulce registro de su devoci�n y han sido refrescados por el olor de su sacrificio; est� registrado en el cielo donde nunca se olvida nada de eso, s�, est� grabado en las mismas tablas del coraz�n de Cristo.

Escuche c�mo el bendito ap�stol derrama su coraz�n agradecido a sus amados hijos: "Me alegr� mucho en el Se�or de que ahora al fin vuestro cuidado de m� ha vuelto a florecer; en lo cual tambi�n estabais cuidadosos, pero os faltaba la oportunidad. No es que yo hablar con respecto a la necesidad;" siervo bendito y abnegado "porque he aprendido a estar contento en cualquier estado en que me encuentre. S� ser humillado y s� tener abundancia; en todas partes y en todas las cosas he sido instruido, tanto para estar lleno y tener hambre, tanto de tener abundancia como de padecer necesidad.

Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. No obstante, bien hab�is hecho en comunicaros con mi aflicci�n. Ahora sab�is, filipenses, que tambi�n sab�is que al principio del evangelio, cuando part� de Macedonia, ninguna iglesia se comunic� conmigo en cuanto a dar y recibir, sino vosotros solos. Porque aun en Tesal�nica me enviasteis una y otra vez para mis necesidades. No porque desee d�divas, sino que deseo frutos que abunden en vuestra cuenta.

Pero lo tengo todo y abunda; Estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis, olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios. Pero mi Dios suplir� todas vuestras necesidades, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jes�s.� ( Filipenses 4:10-19 ).

�Qu� raro privilegio poder consolar el coraz�n de tan honrado siervo de Cristo, al final de su carrera y en la soledad de su prisi�n en Roma! �Cu�n oportuno, cu�n correcto, cu�n hermoso fue su ministerio! �Qu� alegr�a recibir los reconocimientos del ap�stol! Y luego, �cu�n preciosa la seguridad de que su servicio hab�a ascendido, como un olor fragante, hasta el mismo trono y coraz�n de Dios! �Qui�n no preferir�a ser un filipense ministrando a la necesidad del ap�stol, que un corintio cuestionando su ministerio, o un g�lata quebrantando su coraz�n? �Cu�n grande la diferencia! El ap�stol no pod�a tomar nada de la asamblea en Corinto.

Su estado no lo admit�a. Los individuos en esa asamblea le ministraron, y su servicio est� registrado en la p�gina de inspiraci�n, recordada arriba, y pronto ser� recompensado abundantemente en el reino. "Me alegro de la venida de Stephanus y Fortunatus y Achaicus: porque lo que faltaba de tu parte ellos han suplido. Porque han refrescado mi esp�ritu y el tuyo: por lo tanto, reconoce a los que son tales". ( 1 Corintios 16:17-18 .)

As�, pues, de todo lo que ha pasado antes de nosotros, aprendemos, muy claramente, que tanto bajo la ley como bajo el evangelio, es seg�n la voluntad revelada, y seg�n el coraz�n de Dios, que aquellos que son realmente llamados de �l a la obra, y quienes se dedican a ella ferviente, diligente y fielmente, deben tener la sincera simpat�a y la ayuda pr�ctica de Su pueblo. Todos los que aman a Cristo considerar�n como su m�s profundo gozo ministrarle en las personas de sus siervos.

Cuando �l mismo estuvo aqu� en la tierra, acept� con gracia la ayuda de las manos de aquellos que lo amaban, y hab�a cosechado el fruto de Su ministerio m�s preciado "ciertas mujeres que hab�an sido sanadas de malos esp�ritus y de enfermedades, Mar�a, llamada Magdalena, de entre los cuales iban siete demonios, y Juana, mujer de Chuza, mayordomo de Herodes, y Susana, y muchos otros, que le serv�an de sus bienes.� ( Lucas 8:2-3 .)

�Mujeres felices y muy privilegiadas! �Qu� alegr�a poder ministrar al Se�or de la gloria, en los d�as de su necesidad y humillaci�n humana! All� est�n sus honorables nombres, en la p�gina divina escrita por Dios el Esp�ritu Santo, para ser le�dos por incontables millones, para ser llevados a lo largo de la corriente del tiempo hasta la eternidad. �Cu�n bueno fue para aquellas mujeres que no desperdiciaron sus bienes en la complacencia propia, o los acumularon para que se oxidaran en sus almas, o una maldici�n positiva, como debe ser siempre el dinero si no se usa para Dios!

Pero, por otro lado, aprendemos la urgente necesidad de parte de todos los que toman el lugar de los trabajadores, ya sea dentro o fuera de la asamblea, de mantenerse perfectamente libres de toda influencia humana, todos mirando a los hombres, en cualquier forma. o forma. Deben tener que ver con Dios en el secreto de sus propias almas, o se derrumbar�n, con seguridad, tarde o temprano. Deben mirar s�lo a �l para el suministro de su necesidad.

Si la iglesia los descuida, la iglesia ser� la gran perdedora aqu� y en el m�s all�. Si pueden mantenerse con el trabajo de sus manos, sin cercenar su servicio directo a Cristo, tanto mejor; es indiscutiblemente el camino m�s excelente. Estamos tan persuadidos de esto como de la verdad de cualquier proposici�n que se nos pueda presentar. No hay nada m�s noble espiritual y moralmente que un siervo de Cristo verdaderamente dotado sosteni�ndose a s� mismo y a su familia, con el sudor de su frente o con el sudor de su cerebro, y, al mismo tiempo, entreg�ndose diligentemente a la obra del Se�or, ya sea como evangelista, pastor o maestro.

Las ant�podas morales de esto se presentan a nuestra vista en la persona de un hombre que, sin don, ni gracia, ni vida espiritual, entra en lo que se llama el ministerio, como mera profesi�n o medio de vida. La posici�n de tal hombre es moralmente peligrosa y miserable en extremo. No nos detendremos en �l, ya que no entra dentro del alcance del tema que ha estado ocupando nuestra atenci�n, y estamos muy agradecidos de dejarlo y continuar con nuestro cap�tulo.

"Cuando entres en la tierra que Jehov� tu Dios te da, no aprender�s a hacer seg�n las abominaciones de aquellas naciones. No sea hallado en ti ninguno que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego o que usa la adivinaci�n, o un observador de los tiempos, o un encantador, o una bruja, o un encantador, o un consultor con esp�ritus familiares, o un mago, o un nigromante.

todos los que hacen estas cosas son una abominaci�n al Se�or ; y por estas abominaciones el Se�or tu Dios las ech� de delante de ti. Ser�s perfecto con el Se�or tu Dios. Porque estas naciones, que t� poseer�s, escucharon a los observadores de los tiempos y a los adivinos; pero en cuanto a ti, el Se�or tu Dios no te ha permitido hacer eso.� (Vers. 9-14).

Ahora bien, puede ser que, al leer la cita anterior, el lector se sienta inclinado a preguntar qu� posible aplicaci�n puede tener para los cristianos profesos. Preguntamos, en respuesta, �Hay cristianos que tengan la costumbre de ir a las actuaciones de magos, magos y nigromantes? �Hay alguien que tome parte en el giro de la mesa, el golpeteo de los esp�ritus, el mesmerismo o la clarividencia ?* Si es as�, el pasaje que acabamos de citar de manera muy significativa y solemne, sobre todos ellos.

Ciertamente creemos que todas estas cosas que hemos nombrado son del diablo. Esto puede sonar duro y severo; pero no podemos evitar eso. Estamos completamente persuadidos de que cuando las personas se prestan a la horrible tarea de criar, de alguna manera, los esp�ritus de los difuntos, simplemente se est�n poniendo en manos del diablo para ser enga�ados y enga�ados por sus mentiras. Podemos preguntarnos, �qu� es lo que les falta a los que tienen en sus manos una revelaci�n perfecta de Dios de dar vueltas a la mesa y golpear con los esp�ritus? Seguramente nada Y, si no contentos con esa preciosa palabra, se vuelven a los esp�ritus de amigos difuntos u otros, �qu� pueden esperar sino que Dios judicialmente los entregue para ser cegados y enga�ados por esp�ritus malignos que suben y se hacen pasar por los difuntos? , y decir toda clase de mentiras?

*Algunos de nuestros lectores pueden objetar nuestra clasificaci�n con mesmerismo con golpes de esp�ritu y giro de mesa. Puede ser que lo consideren bajo la misma luz y lo usen de la misma manera, como el �ter o el cloroformo, en la pr�ctica m�dica. No pretendemos dogmatizar sobre este punto. S�lo podemos decir que no podr�amos tener nada que ver con eso. Consideramos algo solemne que alguien permita que otro lo coloque en un estado de total inconsciencia [mesmerismo, Compilador], para cualquier prop�sito que sea. Y en cuanto a la idea de escuchar o ser guiado por los delirios de una persona en ese estado, solo podemos considerarla como absolutamente absurda, si no positivamente pecaminosa.

No podemos intentar profundizar en este tema aqu�. No tenemos tiempo para nada por el estilo. Simplemente sentimos que era nuestro deber solemne advertir al lector acerca de tener algo que ver con la consulta de esp�ritus difuntos. Creemos que es el trabajo m�s peligroso. No entramos en la cuesti�n de si las almas pueden volver a este mundo; sin duda, Dios podr�a permitirles venir si lo viera conveniente; pero esto lo dejamos.

El gran punto que debemos tener siempre presente en nuestros corazones es la perfecta suficiencia de la revelaci�n divina, �qu� queremos de los esp�ritus que han partido? El hombre rico imagin� que si L�zaro volviera a la tierra y hablara con sus cinco hermanos, tendr�a un gran efecto. �Te ruego, pues, padre, que lo env�es a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos tambi�n a este lugar de tormento.

Abraham le dijo: A Mois�s ya los profetas tienen; que los escuchen. Y �l dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fue a ellos de entre los muertos, se arrepentir�n. Y �l le dijo: Si no oyen a Mois�s y a los profetas, tampoco se persuadir�n aunque alguno se levantare de los muertos� ( Lucas 16:27-31 ).

Aqu� tenemos un arreglo completo de esta cuesti�n. Si la gente no escucha la palabra de Dios, si no cree en sus declaraciones claras y solemnes en cuanto a s� mismo, su condici�n presente, su destino futuro, tampoco se persuadir� aunque mil almas difuntas regresen y les digan lo que vieron, oyeron y palparon arriba en el cielo o abajo en el infierno; no producir�a ning�n efecto salvador o permanente sobre ellos.

Podr�a causar gran excitaci�n, gran sensaci�n, proporcionar un gran material de conversaci�n y llenar los peri�dicos por todas partes; pero ah� terminar�a. La gente seguir�a de todos modos, con su tr�fico y ganancias, su locura y vanidad, su b�squeda de placer y su autocomplacencia. �Si no oyen a Mois�s y a los profetas�, y podemos a�adir, a Cristo y a sus santos ap�stoles, �tampoco se persuadir�n, aunque alguno se levantare de los muertos.

El coraz�n que no se inclina ante las Escrituras no se convencer� de nada; y en cuanto al verdadero creyente, tiene en las Escrituras todo lo que posiblemente pueda desear, y por lo tanto no tiene necesidad de recurrir a la mesa giratoria, a los golpes de los esp�ritus oa la magia. �Y cuando os digan: Buscad a los esp�ritus familiares, y a los adivinos que miran furtivamente, y que murmuran, �no debe un pueblo buscar a su Dios por los vivos y por los muertos? A la ley y al testimonio; si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido". ( Isa�as 8:19-20 .)

Aqu� est� el recurso divino del pueblo del Se�or, en todo tiempo y en todo lugar; ya esto es a lo que Mois�s se refiere la congregaci�n en el espl�ndido p�rrafo que cierra nuestro cap�tulo. Les muestra, muy claramente, que no ten�an necesidad de aplicar a esp�ritus familiares, encantadores, magos o brujas, los cuales todos eran una abominaci�n al Se�or. El Se�or tu Dios", dice, "profeta de en medio de ti, de tus hermanos, te levantar� un profeta, como yo , a �l oir�is; conforme a todo lo que pidi� Jehov� tu Dios en Horeb, el d�a de la asamblea, diciendo: No oiga yo la voz de Jehov� mi Dios, ni vea yo m�s este gran fuego, para que no muera.

Y me dijo el Se�or: Bien han dicho lo que han dicho. Profeta les levantar� de en medio de sus hermanos, como t�, y pondr� mis palabras en su boca; y �l les hablar� todo lo que yo le mande. Y acontecer� que a cualquiera que no escuche las palabras que hablar� en mi nombre, yo se lo demandar�. Pero el profeta que se atreva a hablar una palabra en mi nombre, que yo no le haya mandado hablar, o que hable en el nombre de otros dioses, ese profeta morir�.

Y si dijeres en tu coraz�n: �C�mo conoceremos la palabra que el Se�or no ha hablado? Cuando un profeta hablare en el nombre del Se�or, si la cosa no se cumpliere, ni aconteciere, es palabra que el Se�or no ha dicho, pero el profeta lo ha dicho con presunci�n: no tengas miedo de �l". (Vers. 15-22.)

No podemos dejar de saber qui�n es este Profeta, es decir, nuestro adorable Se�or y Salvador Jesucristo. En el tercer cap�tulo de los Hechos, Pedro aplica as� las palabras de Mois�s. ��l enviar� a Jesucristo, que os fue anunciado antes, a quien el cielo debe recibir hasta los tiempos de la restauraci�n de todas las cosas, de que Dios ha hablado por boca de todos sus santos profetas desde el principio del mundo.

Porque Mois�s en verdad dijo a los padres: El Se�or vuestro Dios os levantar� un profeta de entre vuestros hermanos, como yo; a �l oir�is en todas las cosas, en cualquier cosa que os diga. Y acontecer� que toda alma que no oiga a ese profeta, ser� destruido de en medio del pueblo". (Vers. 20-23.)

�Qu� precioso el privilegio de escuchar la voz de tal Profeta! Es la voz de Dios hablando a trav�s de los labios de Jesucristo Hombre hablando, no en truenos, no con llamas de fuego, ni rel�mpagos, sino en esa voz suave y apacible de amor y misericordia que cae con poder calmante sobre los quebrantados. coraz�n y esp�ritu contrito, que destila como suave roc�o del cielo sobre la tierra sedienta.

Esta voz la tenemos en las Sagradas Escrituras, esa preciosa revelaci�n que viene tan constantemente y tan poderosamente ante nosotros, en nuestros estudios sobre este bendito libro de Deuteronomio. Nunca debemos olvidar esto. La voz de las Escrituras es la voz de Cristo, y la voz de Cristo es la voz de Dios.

No queremos m�s. Si alguien presume de venir con una nueva revelaci�n, con alguna verdad nueva que no est� contenida en el Volumen divino, debemos juzgarlo a �l ya su comunicaci�n seg�n el est�ndar de las Escrituras y rechazarlas por completo. "No tendr�s miedo de �l" Los falsos profetas vienen con grandes pretensiones, palabras altisonantes y porte santurr�n. Adem�s, buscan rodearse de una especie de dignidad, peso e impresionante que son aptos para imponerse a los ignorantes.

Pero no pueden soportar el poder escrutador de la palabra de Dios. Alguna simple cl�usula de la Sagrada Escritura los despojar� de todo su entorno imponente y cortar� de ra�z sus maravillosas revelaciones. Aquellos que conocen la voz del verdadero Profeta no escuchar�n a ning�n otro; los que han o�do la voz del buen Pastor no escuchar�n la voz de un extra�o.

Lector, procura escuchar s�lo la voz de Jes�s.

Información bibliográfica
Mackintosh, Charles Henry. "Comentario sobre Deuteronomy 18". Notas de Mackintosh sobre el Pentateuco. https://beta.studylight.org/commentaries/spa/nfp/deuteronomy-18.html.
 
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