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Bible Commentaries
1 Corintios 2

Comentario Bíblico de SermónComentario Bíblico de Sermón

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Versículo 2

1 Corintios 2:2

I. Aparte de la crucifixi�n de nuestro Se�or, hab�a mucho en Jesucristo para recomendarlo tanto al jud�o como al gentil. No hab�a necesidad de introducir aquello que era un obst�culo para uno y una estupidez para el otro. El ap�stol que predicaba a Cristo a los jud�os podr�a haber insistido en el hecho de que �l era uno de su propia naci�n, que este hombre ciertamente muy grande y maravilloso, este obrador de milagros, evidentemente enviado por Dios, era uno de ellos, un "hebreo de los hebreos ", y un gran honor para su raza.

Adem�s, podr�a haberles dicho a los jud�os c�mo Jes�s hab�a reverenciado la ley de Mois�s; cu�n religiosamente hab�a observado los s�bados y las fiestas; c�mo se hab�a referido a las Escrituras y le hab�a dicho a la gente que las escudri�ara; y c�mo hab�a dicho: "No he venido para abrogar la ley y los profetas, sino para cumplir". Y hablando de Jesucristo a los griegos y otros gentiles, el Ap�stol podr�a haber se�alado el hecho de que nuestro Se�or mismo era un s�bdito muy leal del gobierno gentil que entonces exist�a en Su pa�s. Con tanto m�s que testificar acerca de nuestro Se�or, �por qu� deber�an los ap�stoles hablar tanto de Su crucifixi�n?

II. Ahora, creo que podemos responder as�: que como hombres de sentido com�n para reclamar nada m�s para ellos, los ap�stoles nunca hubieran adoptado este camino a menos que hubieran estado convencidos de que hab�a algo de especial y extraordinaria importancia en la muerte de su Maestro; algo realmente m�s importante en Su muerte que en cualquier cosa que hubiera sucedido durante todo el curso de Su vida. Cre�an y su Maestro les hab�a dicho que creyeran que Su muerte ser�a la vida del mundo; y por esta raz�n, y solo por esta raz�n, podemos comprender o conciliar con buen sentido el inmenso predominio que se da en todas partes a los sufrimientos y muerte de nuestro Se�or.

III. Si los ap�stoles no hubieran predicado la doctrina de la Cruz y no hubieran hecho de Cristo crucificado el gran tema de su ministerio, usted y yo nunca hubi�ramos o�do hablar del cristianismo. Podr�an haber predicado el noble ejemplo de Cristo, podr�an haberse referido mucho a sus discursos y la belleza de su car�cter; pero si no hubieran predicado la Cruz y la salvaci�n mediante el sacrificio de la Cruz, su predicaci�n se habr�a olvidado en el camino. Cristo crucificado es una verdad que nunca puede fallar y de la que nunca se puede decir demasiado.

H. Stowell Brown, Christian World Pulpit, vol. xvii. pag. 289.

La Exaltaci�n de la Cruz.

I. La gran verdad que el Ap�stol ten�a que inculcar a los corintios era que, a pesar de su pecaminosidad y alienaci�n, todav�a eran amados por el �nico Dios verdadero. �Y qu� mejor manera de hacerlo que mostrando la Cruz? Cuanto mayor es la humillaci�n a la que se someti� el Hijo de Dios, mayor es la demostraci�n del amor divino al hombre. Esto es lo que, como ser inmortal y, sin embargo, pecador, tengo m�s inter�s en averiguar, y esto es en lo que, una vez comprobado, tengo m�s motivos para regocijarme.

Ven, pues, maestro de los hundidos en el paganismo, �y qu� ense�ar�? Uno puede ir y decirles que son objetos de la providencia de Dios, alimentados por su generosidad, guiados por su luz y cubiertos por sus sombras. Otro tal vez les diga que fueron hechos a Su imagen, dotados de inmortalidad, iluminados por la raz�n. No ser�a insensible a la excelencia de tal ense�anza, a la belleza de estas pruebas del amor del Creador; pero sintiendo que estos paganos est�n en peligro de destrucci�n eterna, y sabiendo que el sacrificio hecho en su nombre es una prueba irresistible de que Dios los am� tanto que hizo todo lo posible para salvarlos excepto para deshonrarse a s� mismo, dame un maestro que exclamar�a con el Ap�stol, "resolv� no saber nada entre vosotros, sino a Jesucristo, ya �ste crucificado".

II. Aunque a los ojos de los sentidos no hay nada m�s que verg�enza en la Cruz, el discernimiento espiritual demuestra que est� colgada de los trofeos m�s ricos. Cristo triunf� al ser aparentemente derrotado, venci� en el acto de ceder al enemigo, y por eso fue Su muerte gloriosa, s�, indeciblemente m�s gloriosa que la vida, col�cala como quieras con circunstancias de honor.

H. Melvill, Penny Pulpit, No. 1745.

Referencias: 1 Corintios 2:2 . Spurgeon, Sermons, vol. xxi., n�m. 1264; A. Barry, Cheltenham College Sermons, p�g. 1; A. Saphir, Christian World Pulpit, vol. ii., p�g. 385; HW Beecher, Ib�d., Vol. viii., p�g. 42; FW Aveling, Ib�d., Vol. xiv., p�g. 100; EW Shalders, Ib�d., Vol.

xxv. pag. 219; Cartwright, Thursday Penny Pulpit, vol. VIP. 117; EM Goulburn, Occasional Sermons, p�g. 374; Deems, American Pulpit of Today, p�g. 161. 1 Corintios 2:2 . HW Beecher, Sermones, 1870, p�g. 1. 1 Corintios 2:4 .

JH Evans, Thursday Penny Pulpit, vol. ix., p�g. 359. 1 Corintios 2:5 . HW Beecher, Christian World Pulpit, vol. xvi., p�g. 340; Ib�d., Vol. xvii., p�g. 340; J. Van Dyke, ib�d., Vol. xxix., p�g. 156.

Versículos 6-16

1 Corintios 2:6

Misterio revelado.

I. La redenci�n de Jesucristo es un gran misterio del pensamiento y del coraz�n divino. El Ap�stol usa un t�rmino singular para designar a aquellos a quienes se hace la revelaci�n. "Hablamos sabidur�a", dice, "entre los que son perfectos", entre los que tienen los requisitos para recibir la sabidur�a. La religi�n espiritual es completamente incomprensible para muchas personas inteligentes. Pueden entender la teolog�a como una ciencia de Dios; pueden entender la religi�n como una teor�a, pero no tienen idea de su car�cter espiritual; no lo conciben como un sentimiento espiritual, como un afecto apasionado, como una comuni�n con Dios, un anhelo y un gozo de toda la conciencia del hombre.

Esto es lo que quiere decir San Pablo cuando dice: "El hombre natural no discierne las cosas del esp�ritu"; s�lo las discierne una facultad espiritual. Esto, entonces, es lo que se quiere decir cuando se dice que el evangelio de Cristo es sabidur�a para el perfecto, es decir, para el espiritual, para el susceptible, para el hombre espiritual con facultades espirituales.

II. La misi�n de Cristo y el prop�sito de la ense�anza cristiana son revelar este misterio a los hombres a los hombres de facultad espiritual, a los hombres a quienes el Esp�ritu de Dios toca y ense�a. Nuestros pobres pensamientos humanos no pueden abarcar infinitas cosas. Toda religi�n se topa con lo misterioso, y debe hacerlo. Aparte del cristianismo, el misterio del Ser Divino es tan inescrutable como la revelaci�n de Jesucristo.

En lugar de aumentar el misterio de Dios, Jesucristo nos da nuestro m�s alto entendimiento de Dios. Entendemos m�s de Dios a trav�s de Jesucristo que en cualquier otra teor�a. Y aun as�, �cu�nto queda impenetrable! �Qui�n puede sondear el misterio de la encarnaci�n, el misterio de la expiaci�n, el misterio del avivamiento de la vida espiritual en los hombres, el misterio incluso del sentimiento moral, el principio moral, el funcionamiento de la vida moral, el misterio de la conciencia, que es el conciencia de Dios? En el amor de Cristo, en el amor de Dios, hay alturas y profundidades que sobrepasan el conocimiento.

H. Allon, Christian World Pulpit, vol. xxiii., p�g. 97.

Referencia: 1 Corintios 2:6 ; 1 Corintios 2:7 . WC Magee, Christian World Pulpit, vol. ii., p�g. 257.

1 Corintios 2:6

El evangelio y el intelecto.

I. El hombre natural a los ojos de Pablo es como un organismo no desarrollado. Un hombre a medida que crece, en el verdadero sentido de crecer, a medida que alcanza su plena estatura o perfecci�n, se vuelve espiritual. El hombre natural est� atrofiado; el crecimiento se ha detenido de alguna manera anormal. El hombre natural solo existe para convertirse en el hombre espiritual, as� como una cris�lida solo existe para convertirse en mariposa. �Qui�nes son los hombres naturales hoy en d�a? (1) Aquellos que nos dicen que la materia pueden explicar el esp�ritu a las personas a las que llamamos materialistas. No pueden comprender la sabidur�a del evangelio. (2) Aquellos que hablan desde el entendimiento podr�an responder todas las preguntas y satisfacer todas las necesidades del esp�ritu humano.

II. La sabidur�a que Pablo habla entre los perfectos es nada menos que la morada del Esp�ritu de Dios en el esp�ritu del hombre cristiano. As� como solo la conciencia puede ser consciente de nuestra propia vida interior, as� solo la conciencia de Dios puede comprender las profundidades de Dios; y s�lo haci�ndonos part�cipes de la conciencia de Dios podremos escudri�ar esas profundidades. Pero nosotros, como creyentes en Cristo, somos part�cipes de esa conciencia.

Un Esp�ritu de Dios dado a un hombre a trav�s de la fe en el Hijo de Dios encarnado toma todas las cosas del Cristo que revela Su persona, Su palabra, Su obra y las revela lentamente al coraz�n asombrado y arrebatado. El que es el Salvador es tambi�n la clave de la creaci�n.

III. Pablo encontr� en las buenas nuevas del evangelio una sabidur�a que sobrepasaba con creces la sabidur�a de este mundo. Muchos cristianos no ejercen la raz�n y no tienen un deseo especial de satisfacerla. Pero a los que no se atreven con honestidad a suprimir o violar esa facultad maestra se les permite saciar la sed, satisfacer la raz�n. En Cristo, la manifestaci�n de Dios, encuentran ciertas cosas que se revelan, encuentran una pista de Dios, una pista de la vida, una pista del mundo. El misterio es un misterio abierto, aunque no pierde nada de su encanto.

RF Horton, Christian World Pulpit, vol. xxxii., p�g. 317.

Referencias: 1 Corintios 2:9 . G. Huntington, Sermones para las estaciones santas, segunda serie, p�g. 23; Preacher's Monthly, vol. viii., p�g. 249; Obispo Westcott, The Historic Faith, p�g. 143.

Versículos 9-10

1 Corintios 2:9

I. En el texto tenemos la revelaci�n que se nos da en cuanto a las cosas que Dios ha preparado para los que le aman. Parece haber una maravillosa belleza y expresividad en este pensamiento de la preparaci�n que Dios hace para sus hijos, mostrando la previsi�n divina y la infinita plenitud y cuidado del amor que los tiene en su consideraci�n, y que les prepara las cosas que a�n est�n por llegar. para venir en las bendiciones que se les otorgan ahora; para recordar c�mo en la creaci�n se prepar� el mundo antes de que el hombre llegara a �l, y toda su belleza y grandeza estuvieran listas para recibir la ilustraci�n culminante del poder creativo de Dios que se encontraba en el hombre, cuya frente mostraba la imagen de la presencia divina.

II. Pero ahora pasamos por un momento a la revelaci�n del Esp�ritu en la que se nos manifiestan estas cosas. "Dios nos las revel� a nosotros por el Esp�ritu". Que el ministerio de Dios el Esp�ritu Santo sea reconocido y honrado. Es en la proporci�n en que los individuos o las iglesias honren al Esp�ritu Santo que seremos prosperados en la obra divina, que seremos fortalecidos para el trabajo, sabios para las dificultades, consolados en el dolor, triunfantes en todo esfuerzo y regocij�ndonos en todas las cosas. en la gracia y la gloria de nuestro Se�or.

III. Pero luego est� el tercer punto de la condici�n que es esencial para esto, en el car�cter de aquellos que han de ser los destinatarios de la bendici�n que Dios ha preparado para los que le aman. Si somos hijos de Dios y disc�pulos de Jesucristo, debemos buscar el amor que pondr� lo amable en lo que no es digno de ser amado, como la gracia de Dios lo hace con nosotros. Uno de los errores m�s graves de la comuni�n cristiana es que las personas siempre esperan ser amadas, en lugar de buscar amar.

Nunca tendremos una verdadera comuni�n cristiana en la Iglesia a menos que todos busquen amar a los dem�s, y entonces todos estar�n seguros de ser amados y todos ser�n amados por todos, porque todos comprenden la bendici�n del Cristo que mora en nosotros, del Esp�ritu. de Dios, y el amor que por medio de ella se imparte.

JP Chown, Christian World Pulpit, vol. xii., p�g. 273.

La historia de la cruz.

I. Es cierto que todas las grandes tragedias que afectan a la humanidad deben su poder al elemento espiritual que hay en ellas, a la profundidad y la verdad de las ideas que llevan con sustancia viva ante nuestros ojos. Y la historia de la Cruz es la tragedia suprema de la vida, el dolor que no se parece a ning�n otro dolor, pero que sin embargo es el tipo de todos los dolores; la victoria en la que est� contenida toda victoria, en la que todas las agon�as, esperanzas, aspiraciones de la naturaleza humana encuentran su explicaci�n, realizaci�n y alivio.

El elemento espiritual en �l es el todo. La historia externa es necesaria para la verdad interna; pero sin la llave ser�a in�til, sin sentido. �Qui�n invent� esa llave? �Qui�n invent� las ideas que est�n en el fondo de esa historia, que, si son verdaderas, la hacen inteligible, cre�ble, fuente de vida y paz, esperanza y renovaci�n sin fin, pero que, si son infundadas, son una invenci�n de el cerebro humano, convertirlo en un cuento ocioso, un fragmento sin prop�sito de la historia de la crueldad y la credulidad humanas?

II. Podemos distinguir tres ideas en las que, m�s all� de otras, descansa la verdad de esa historia. Estos son la inmortalidad, el pecado, la paternidad de Dios. �Podemos creer que alguno de estos es la creaci�n infundada de la fantas�a humana? �Qu� cuadro haber sido imaginado! un cuadro cuyas combinaciones especiales no s�lo se deben a la fantas�a humana, sino cuyos materiales deben, en ese caso, deberse tambi�n a un cuadro demasiado hermoso, infinitamente demasiado hermoso para ser verdad.

�No es m�s razonable creer con el Ap�stol que as� como en el mundo de los sentidos, as� en las cosas que tocan nuestra vida m�s de cerca, nuestra imaginaci�n en lugar de excederse, queda muy lejos de las maravillas de la provisi�n divina; �Que Dios ha preparado para los que le aman no menos, sino infinitamente m�s, de lo que ojo vio, o o�do oy�, o que entr� en el coraz�n del hombre?

EC Wickham, Christian World Pulpit, vol. xxix., p�g. 360.

Referencias: 1 Corintios 2:9 ; 1 Corintios 2:10 . Spurgeon, Sermons, vol. ii., n�m. 56; Obispo Westcott, Christian World Pulpit, vol. xxxii., p�g. 193; D. Rhys Jenkins, La vida eterna, p�g. 183. 1 Corintios 2:10 . Preacher's Monthly, vol. vii., p�g. 292.

Versículo 11

1 Corintios 2:11

I. Para contar la historia adecuada de una religi�n, primero debe haberla cre�do. Este es nuestro dato principal, y esto significa seguramente que los elementos de esa inteligibilidad racional, que sale a la superficie bajo la acci�n de la raz�n cr�tica, se encuentran dentro de la materia viva de la creencia misma. La raz�n no encuentra su fundamento, su justificaci�n, su credibilidad, su evidencia en s� misma, en su propio funcionamiento separado y distinto; va de �stos a aquello en lo que trabaja.

Ah� radica toda su inteligibilidad. La ganancia lograda por la raz�n es simplemente la revelaci�n de que la creencia ya era racional. Todo lo que revela era ya la vida y la sustancia de ese esfuerzo que llamamos fe.

II. Qu� inmensa tarea ha emprendido la raz�n cuando intenta el retrato cr�tico de una fe espiritual. Sin embargo, si la religi�n es la expresi�n, el acto de todo el hombre, y no meramente de alg�n �rgano peculiar y aislado de su ser, es inevitable que la raz�n, que es parte integrante de esa totalidad que es el hombre, tenga algo que decir sobre esa acci�n en la que ella misma en su capacidad corporativa, ligada a la unidad del esp�ritu, ya ha tenido su parte.

"Para escribir la historia de una religi�n, un hombre debe haberla cre�do una vez " . S�, y si es necesario una vez, entonces si la cr�tica ha de ser alguna vez m�s que fragmentaria, si alguna vez ha de ser vital, fruct�fera y completa, no puede dejar de ser necesario siempre; porque haber perdido la fe es, como confiesa la f�rmula, haber perdido la clave de su historia. Seguramente es s�lo en triste iron�a, amarga desconfianza, que se agrega, "debe haberlo cre�do una vez, pero debe haberlo cre�do ya no".

H. Scott Holland, L�gica y vida, p�g. 41.

Referencias: 1 Corintios 2:11 . J. Vaughan, Sermones, s�ptima serie, p�g. 191. 1 Corintios 2:12 . Homiletic Quarterly, vol. i., p�g. 264; T. Arnold, Sermons, vol. iv., p�g. 125; J. Keble, Sermones de Ascensiontide a Trinity, p. 209. 1 Corintios 2:13 . Preacher's Monthly, vol. ii., p�g. 94.

Versículo 14

1 Corintios 2:14

La vida espiritual.

I. Si miramos el mundo de las cosas humanas, no podemos dejar de sorprendernos de que hay ciertas clasificaciones inevitables de la humanidad que dependen inmediatamente de la constituci�n de la naturaleza humana. As� se puede clasificar a los hombres por sus dones y gracias corporales, distingui�ndolos como fuertes y vigorosos, por un lado, que apenas conocen el significado del dolor o la debilidad corporal, que se burlar�an de preguntar si esta vida presente, que es para ellos algo tan alegre, que valga la pena vivir; y por otro lado, despu�s de muchas gradaciones de salud o enfermedad, otros cuyas mejillas est�n p�lidas y cuyo cuerpo est� p�lido y d�bil por la enfermedad, cuya vida es un dolor para ellos, que tienen poca experiencia de la felicidad terrenal, que, si pudieran , huir�a y descansar�a.

O, de nuevo, puede clasificar a los hombres por sus dotes intelectuales, de acuerdo con lo que algunos hombres parecen captar la verdad de las cosas mediante rel�mpagos, y otros no pueden ver la luz en absoluto a pesar de sus esfuerzos, o, si la ven, s�lo est�n deslumbrados. por su brillantez. �No hay todav�a otra clasificaci�n, la del esp�ritu? �No es el lado espiritual de la naturaleza humana tan verdadero como el intelectual o el f�sico? Dios hizo al hombre a su imagen; y la naturaleza humana (que se diga con reverencia), como la naturaleza divina, es una trinidad en unidad.

Es al lado espiritual del hombre al que apela la religi�n. Porque el hombre natural, como dice San Pablo, es decir, el hombre ps�quico, el hombre de cultura f�sica e intelectual no recibe las cosas del Esp�ritu de Dios.

II. Suplico, entonces, un reconocimiento franco del lado o aspecto espiritual de la naturaleza humana. Es la necesidad del hombre mirar m�s all� de s� mismo y del mundo del que forma parte, y sentir, aunque sea d�bilmente, el Dios que lo cre�. Y as� como la facultad espiritual es suprema en la naturaleza humana, tambi�n es esencialmente la m�s delicada. Es dif�cil conservar su sensibilidad; pronto y f�cilmente se arruina.

No descuides, entonces, tu propia espiritualidad. Eres responsable de ello; tu car�cter depende de ello. Es posible vivir de tal manera, en una atm�sfera de luz tan clara y santa, que no se pueda dudar del Ser de Dios como del propio. Pero tambi�n es posible vivir de tal manera que los hechos elementales primarios de la naturaleza humana, de los que finalmente depende la religi�n, no les parezcan, al reflexionar sobre ellos, mejores que la estructura insustancial de un sue�o. Hay una fe que es m�s fuerte que la raz�n y que permanece en la hora en que falla la raz�n humana.

JEC Welldon, La vida espiritual y otros sermones, p�g. 1.

Referencias: ii. 14. Spurgeon, Sermons, vol. vii., N� 407; J. Burton, Vida y verdad cristianas, p�g. 225; HW Beecher, Christian World Pulpit, vol. xiii., p�g. 152; E. White, Ib�d., Vol. xxx., p�g. 360; Preacher's Monthly, vol. ii., p�g. 98. 1 Corintios 2:14 ; 1 Corintios 2:15 . HW Beecher, Christian World Pulpit, vol. iv., p�g. 348.

Versículo 15

1 Corintios 2:15

(con 1 Timoteo 3:15 )

El hombre religioso o espiritual, entonces, se caracteriza no por tomar su juicio de otros hombres, no por vivir de una decisi�n tomada por otros, sino por un juicio personal y privado de los suyos. La verdad religiosa, como cualquier otra verdad, es m�s, mucho m�s que otra verdad, es una convicci�n personal, y no meramente una convicci�n, sino un juicio, siendo parte del propio ser racional del hombre la vida misma de su ser racional aquello en lo que �l mira. sobre y juzga a los hombres y las cosas, cuando es m�s consciente de ejercer sus propias facultades.

M�s a�n, sostiene esta verdad, no s�lo en su juicio personal y privado, sino con cierta insistencia en�rgica en su independencia frente a otros hombres, incluso dentro de la Iglesia.

I. �Cu�l es la ant�tesis de este mandato en el juicio consciente, personal y racional de la verdad religiosa? No puede ser, lo que es imposible, que tengamos un cuerpo de verdad sobre la autoridad externa de la Iglesia, mientras no se encomiende a nuestro propio juicio individual. Negarnos a ejercer nuestras propias facultades de juicio, tomar las cosas de manera general y meramente pasiva ante la autoridad externa, sea de la ciencia o de la Iglesia, no es ser humilde, sino ignorante e ignorar un deber primordial.

II. Pero es s�lo en nuestros momentos m�s superficiales que supondremos que este repudio de la autoridad absoluta e incondicional que deja espacio para un ejercicio de nuestro juicio, implica en alg�n sentido el repudio de la autoridad en absoluto, o la negaci�n de que la verdad debe ser sostenida finalmente. , por mera autoridad externa, implicar el rechazo de la autoridad externa de su lugar apropiado en la formaci�n de nuestras mentes.

De hecho, aquellas partes de la verdad que no se someten a la verificaci�n de nuestras propias facultades deben mantenerse permanentemente en una autoridad externa, pero la autoridad misma debe luego ser verificada. Es, por ejemplo, la �nica raz�n para asumir la autoridad de Cristo verdades sobre el futuro que no pueden ser objeto de nuestro conocimiento presente, si tenemos razones para creer que est�n bajo el Suyo.

El lugar de la autoridad, entonces, es primaria y principalmente ayudarnos a formar nuestro juicio. Nuestro juicio no debe formarse de manera individualista aislada. Al comprometernos con la autoridad, la raz�n correcta crece de manera normal y natural. Cada hombre no est� destinado a empezar de nuevo. Tanto la reverencia como el pensamiento deben ir para hacer un juicio verdadero. Recibir en la Iglesia de Cristo en los primeros a�os de educaci�n, en el momento de nuestra confirmaci�n, un cuerpo de verdad y un sistema de pr�ctica que enfatiza y encarna la santidad de vida, para recibirla en su amorosa autoridad y para crecer, como nuestra facultad se desarrolla, en el reconocimiento intelectual de sus verdades y pr�cticas seg�n nuestro propio juicio, este es el crecimiento normal del hombre.

III. El esquema de la verdad cristiana es coherente. Para un creyente cristiano que ha llegado a alg�n grado de comprensi�n, el todo es uno e indisoluble. Reconoce que no ser�a razonable escoger y elegir; reconoce la coherencia del mismo tipo de medios por los que reconocemos la conexi�n similar, mucho m�s all� de nuestro conocimiento personal, en el departamento de ciencia. Por lo tanto, permanece al amparo de todo el credo.

Lo asume la confianza como un todo. La Iglesia cristiana parece a sus facultades espirituales eminentemente digna de confianza. Espera mientras el Esp�ritu lo conduce a toda la verdad. Es decir, espera mientras, en la creciente experiencia de la vida, en las vicisitudes del fracaso y el �xito, de la alegr�a y el sufrimiento, del crecimiento y la hombr�a, punto por punto, la verdad se hace realidad en su experiencia y comprensi�n. Ense�amos a los ni�os un lenguaje m�s grande de lo que justifican los deseos de la ni�ez, el lenguaje de los hombres adultos, sabiendo que crecer�n para desearlo; y Dios nos trata as� en Su Iglesia en esa esfera de nuestra vida donde la experiencia tarda en llegar, donde de hecho toda la vida es ni�ez en relaci�n con la hombr�a inmortal.

C. Gore, Oxford Review, 28 de enero de 1885.

Versículo 16

1 Corintios 2:16

I. �Qu� es la mente de Cristo? �Es un alto logro intelectual? �O es una gran victoria moral sobre los afectos? Evidentemente, la expresi�n es muy completa; porque puedes tomar las palabras de un hombre y puedes tomar las acciones de un hombre, y a�n as� estar lejos de la mente de ese hombre. Porque la mente de un hombre es el esp�ritu de un hombre. Es el motivo lo que lo mueve; es el sentimiento que inconscientemente moldea su conducta en cada momento; es la vida interior la que continuamente da tono y car�cter a su ser exterior.

II. El creyente siempre est� luchando por la mente de Cristo. Nada menos lo satisfar�, porque nada menos satisfar� a Dios. El alma de Jes�s, almacenada infinitamente con el Esp�ritu Santo, se convierte en una fuente de donde nuevamente ese Esp�ritu siempre se derrama sobre Su propio pueblo; de modo que si alguna vez recibimos alguna gracia del Esp�ritu, en realidad estamos recibiendo una porci�n, por peque�a que sea, de la mente de Jesucristo.

III. Vea, entonces, la forma en que debe obtener la mente de Cristo. De todas las formas que puedas, vive cerca de �l, piensa en �l, medita en �l, mant�n la comuni�n con �l, acu�state a Sus pies, act�a constantemente por �l, sufre por �l, el�gialo; hable de �l, ap�yese en �l, realice la comuni�n con �l, e invariablemente mientras hace esto, est� captando Su mente.

IV. Note algunas de las ventajas que pertenecen a aquellos que realmente tienen la mente de Cristo. (1) Nadie puede entender realmente la Biblia si no trae al estudio de ella la mente de Cristo. (2) La posesi�n de la mente de Cristo es una pista maravillosa para llevar con nosotros en las intrincadas vueltas del laberinto diario de la vida. (3) Tienen el beneficio de la mente de Cristo que desean orar correctamente. Aquellos que ponen de rodillas a Cristo en ellos, teniendo la mente de pedir cristiano, saben cu�l es la mente de Cristo al dar.

J. Vaughan, Fifty Sermons, 1874, p�g. 144.

Referencias: 1 Corintios 2:16 . Homilista, vol. ii., p�g. 274. 1 Corintios 2 W. Simpson, Christian World Pulpit, vol. xxix., p�g. 28. 1 Corintios 2 F.

D. Maurice, Sermones, vol. ii., p�g. 197. 1 Corintios 3:1 . Spurgeon, Ma�ana a ma�ana, p�g. 293. 1 Corintios 3:1 . FW Robertson, Lectures on Corinthians, p�g. 39. 1 Corintios 3:3 .

T. Binney, Sermones, segunda serie, p�g. 341. 1 Corintios 3:6 . JH Evans, Thursday Penny Pulpit, vol. ix., p�g. 383; Homiletic Quarterly, vol. i., p�g. 409. 1 Corintios 3:6 . Homilista, nueva serie, vol.

iii., p�g. 208. 1 Corintios 3:6 . Spurgeon, Sermons, vol. xxvii., n�m. 1662. 1 Corintios 3:8 . GD MacGregor, Christian World Pulpit, vol. iv., p�g. 269. 1 Corintios 3:9 .

E. Blencowe, Plain Sermons to a Country Congregation, p�g. 339; FH Marling, Christian World Pulpit, vol. VIP. 255; HW Beecher, Ib�d., Vol. viii., p�g. 329; Ib�d., Vol. xxix., p�g. 132; TM Herbert, Sketches of Sermons, p�g. 71; J. Stalker, The New Song, p�g. 38. 1 Corintios 3:9 .

Revista del cl�rigo, vol. iii., p�g. 80. 1 Corintios 3:9 . RS Candlish, El evangelio del perd�n p. 322. 1 Corintios 3:10 . W. Morley Punshon, Buenas palabras, vol. ii., p�g. 355.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 1 Corinthians 2". "Comentario Bíblico de Sermón". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/sbc/1-corinthians-2.html.
 
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