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Bible Commentaries
Isaías 38

Comentario Bíblico de SermónComentario Bíblico de Sermón

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Versículo 1

Isa�as 38:1

I. Muchos han tratado de comprender el momento despu�s de la muerte, y han esforzado al m�ximo la imaginaci�n y la fe en el esfuerzo por traspasar el velo m�s all� y comprender c�mo nos sentiremos. El esfuerzo no es del todo en vano; porque la atenci�n de la mente, en todo caso, dar� mayor realidad al hecho del gran cambio, y del tr�nsito de un mundo a otro, si no lo hace m�s. Ante la intensidad de esa mirada, una cosa terrenal tras otra desaparecer�, hasta que el hecho del cambio se destaque en toda su solemnidad �nica, y lo miremos cara a cara, sin una perturbaci�n terrena persistente que enturbie su distinci�n como nubes de niebla terrena. el sol, y revestir el hecho de terrores que no son los suyos.

II. �Por qu� deber�amos acobardarnos ante la idea de la muerte, o por qu� deber�a ser dolorosa para nosotros? Si hay dolor, es simple y exclusivamente porque el pensamiento no es habitual. El terror est� en nosotros, no en la muerte. Deje que los pensamientos se extiendan habitualmente sobre ambos estados y desaparecer�; toda la extra�eza desaparecer�. La mente estar� en armon�a con los hechos; y si en alg�n grado el brillo de la vida se aten�a, ser� s�lo cuando las sombras oblicuas de la tarde de verano suavizan el resplandor y hacen que el paisaje sea m�s hermoso que antes.

E. Garbett, Experiencias de la vida interior, p�g. 267.

Quiz�s el momento m�s terrible de nuestras vidas es cuando nos sentimos por primera vez en peligro de muerte. Toda nuestra vida pasada entonces parece ser una nube de palabras y sombras; uno menos real que otro, movi�ndose y flotando a nuestro alrededor, completamente externo a las realidades del alma. No s�lo la ni�ez y la juventud, la felicidad y la tristeza, las ansiosas esperanzas y los temores perturbadores, sino incluso nuestra comuni�n con Dios, nuestra fe en las cosas invisibles, nuestro conocimiento de nosotros mismos y nuestro arrepentimiento, parecen ser visiones de la memoria.

Todo se ha vuelto severo, duro y espantoso. Es como si fuera el comienzo de una nueva existencia; como si hubi�ramos pasado bajo un cielo m�s fr�o, y en un mundo donde cada objeto tiene una nitidez de contorno casi demasiado severo para ser visto. Veamos qu� debemos hacer cuando Dios nos advierte.

I. Primero, debemos hacernos esta pregunta: �Hay alg�n pecado, grande o peque�o, de la carne o del esp�ritu, que cometemos voluntaria y conscientemente? �sta es, de hecho, la crisis de toda nuestra vida espiritual. Por el consentimiento en un pecado, un hombre es culpable de todo el principio de rebeli�n, de toda la idea de anarqu�a en el reino de Dios y en Su propia alma. Un hombre santo no es un hombre que nunca peca, pero que nunca peca voluntariamente. Un pecador no es un hombre que nunca hace nada bueno, sino que voluntariamente hace lo que sabe que es malo. Toda la diferencia est� dentro de la esfera y la br�jula de la voluntad.

II. A continuaci�n, debemos buscar y ver si hay algo en lo que nuestro coraz�n, en sus afectos secretos, est� en desacuerdo con la mente de Dios; porque si es as�, entonces todo nuestro ser est� en desacuerdo con el de �l. Podemos amar lo que Dios odia, como orgullo de la vida; ni aborrezcan lo que Dios ama, como cruces y humillaciones.

Seguramente debemos temer mientras seamos conscientes de que nuestra voluntad est� rodeada por un c�rculo de deseos, sobre los cuales el yo y el mundo proyectan sus sombras de tal manera que oscurecen las huellas de la imagen de Dios sobre ellos.

III. Una tercera prueba por la cual ponernos a prueba es la capacidad positiva de nuestro ser espiritual para la bienaventuranza del cielo. Cuando San Pablo nos invita a seguir la "santidad, sin la cual nadie ver� al Se�or", seguramente quiso decir algo m�s que una cualidad negativa. Sin duda quiso decir con "santidad" expresar las aspiraciones activas de naturaleza espiritual, sedientas de la presencia de Dios, deseando "partir y estar con Cristo".

"Debemos aprender a vivir aqu� en la tierra con las medidas y cualidades del cielo, en comuni�n con santos y �ngeles, y con la siempre bendita Trinidad, antes de que podamos pensar en encontrar nuestra bienaventuranza en el reino de Dios.

IV. Hay dos breves consejos que conviene a�adir. (1) La primera es que nos esforzamos siempre por vivir de manera que seamos semejantes al estado de los hombres justos hechos perfectos. (2) La otra es que a menudo ensayamos en vida la �ltima preparaci�n que deber�amos hacer en la muerte. Jos� hizo su sepulcro en su jard�n, en medio de sus escenas m�s familiares. Y tuvo su recompensa, porque esa tumba se convirti� en prenda de su elecci�n.

HE Manning, Sermons, vol. iii., p�g. 311.

Referencias: Isa�as 38:1 . Preacher's Monthly, vol. iv., p�g. 363. Isa�as 38:1 . EM Goulburn, Occasional Sermons, p�g. 403. Isa�as 38:9 .

S. Cox, Exposiciones, segunda serie, p�g. 59. Isa�as 38:12 . RW Evans, Parochial Sermons, vol. iii., p�g. 95; WV Robinson, Christian World Pulpit, vol. xxx., p�g. 29.

Versículo 14

Isa�as 38:14

Estas son algunas de las palabras que escribi� el rey Ezequ�as cuando estuvo enfermo y se recuper� de su enfermedad. Esta es sin duda una buena oraci�n para un hombre enfermo, y tambi�n es una buena oraci�n para un hombre sano; porque si entendemos lo que es la enfermedad, encontraremos que es enviada para que aprendamos lo que es bueno para nosotros cuando estemos bien. Un hombre est� quebrantado entonces para que pueda conocer su verdadera condici�n en todo momento.

Entonces siente la carga de la muerte para saber que la lleva consigo continuamente. La Iglesia de hoy nos da una oraci�n que es un poco m�s larga y m�s completa que esta oraci�n de Ezequ�as, pero que tiene el mismo sentido, y quiz�s te ayude a ver m�s claramente lo que significa. La oraci�n es: "Dios Todopoderoso, que ves que no tenemos poder por nosotros mismos para ayudarnos a nosotros mismos; gu�rdanos tanto por fuera en nuestro cuerpo como por dentro en nuestra alma; para que seamos defendidos de todas las adversidades que puedan sucederle al cuerpo, y de todos los malos pensamientos que puedan asaltar y herir el alma, por Jesucristo nuestro Se�or ".

I. El pensamiento acerca de Dios que se nos presenta en esta colecta est� contenido en las palabras, "Dios Todopoderoso, que ve". El recuerdo de que Dios conoce la mism�sima necesidad de la que le vamos a hablar est� al final de toda oraci�n. Es en la luz de Dios que vemos la luz. Es cuando creemos que �l est� mirando en nuestros corazones que comenzamos a saber algo de lo que est� pasando all�. Empezamos a conocernos a nosotros mismos porque Dios nos conoce; y luego este sentimiento de que �l nos conoci� antes de que nos conoci�ramos a nosotros mismos, y que nuestro conocimiento proviene de Su conocimiento, nos ayuda a orar.

II. La colecta supone un hombre que ha sufrido pruebas por fuera y tentaciones por dentro, que ha descubierto que tiene un pobre cuerpo que sufre la muerte con �l continuamente; y lo que es peor que un cuerpo de muerte, un coraz�n d�bil, una voluntad inconstante, desigual a los diez mil pensamientos oscuros y malvados que lo asaltan. Supone que, despu�s de un largo esfuerzo consigo mismo, para saber c�mo puede vencer este mal y esta debilidad, repentinamente se le ocurre el pensamiento: "Pero Dios sabe que no tengo el poder de m� mismo para ayudarme a m� mismo.

"�l no tiene la intenci�n de que nos ayudemos a nosotros mismos; no nos envi� al mundo para que aprendamos a ayudarnos a nosotros mismos, sino a depender de �l. �No es esta experiencia de nuestra debilidad y maldad que se nos ha dado misericordiosamente para que podamos deshacernos de la �La vana confianza que la ha causado, para que podamos ver nuestra propia debilidad como Dios la ve, y para que aprendamos por completo a entregarnos a �l?

III. Nuestros deseos son (1) mantenerlos externamente en nuestros cuerpos; (2) para ser guardados interiormente en nuestras almas. La vida del cuerpo perece a menos que Dios la preserve; pero la vida del alma perece a menos que se conf�e en que �l la preservar�, a menos que se comprenda Su cuidado, amor y descanso en �l.

FD Maurice, D�a de Navidad y otros sermones, p. 114.

Existe una desproporci�n tan grande entre un hombre y algunos de sus propios sentimientos entre la vida interior y exterior de un hombre que lo asombroso no es que a veces debamos sentir la carga de la existencia, sino que deber�a haber un hombre que deber�a sentirlo. no estar siempre diciendo: "Estoy oprimido".

I. Hay pocas mentes que no busquen la simpat�a. Es un instinto de nuestra naturaleza que debemos apoyarnos en alguna parte. Casi todo error, toda superstici�n, toda mundanalidad, se resuelve finalmente en el sentimiento de que el hombre debe apoyarse; pero se apoya en una base equivocada. Es sobre este gran principio en el pecho del hombre que el Evangelio se asienta y lo se�ala a Cristo. Lo presenta como el gran empresario de pompas f�nebres para todas las necesidades de su pueblo; nos invita a todos a acercarnos a �l con el sentimiento: "Emprende por m�, Se�or".

II. �Cu�les son los compromisos de Cristo para nosotros? (1) Se ha comprometido a pagar todas nuestras deudas: son muy grandes. (2) �l se ha comprometido a que nunca estaremos solos: "Nunca te dejar� ni te desamparar�". (3) Se ha comprometido a que nunca ser�s realmente vencido: "Mi fuerza se perfecciona en la debilidad". (4) �l se ha comprometido a colocarte en el lado soleado de todo lo que atraviesa la vida: porque "El que me sigue, no andar� en tinieblas, sino que tendr� la luz de la vida".

"(5) Se ha comprometido a que siempre tendr�is un lugar de refugio:" Venid a m� todos los que est�is trabajados y cargados, y yo os har� descansar ". (6) Se ha comprometido a que la muerte sea para ti s�lo un nombre, no una realidad: "El que en m� cree, no morir� jam�s".

J. Vaughan, Cincuenta sermones, cuarta serie, p�g. 274.

Referencias: Isa�as 38:14 . Revista del cl�rigo, vol. xiii., p�g. 346; A. Watson, Sermones para domingos, festivales y ayunos, segunda serie, vol. i., p�g. 125.

Versículo 15

Isa�as 38:15

La restauraci�n de la fe.

En el caso especial de "Ezequ�as, la fe fue restaurada por un gran impacto, que lo puso en contacto con la realidad. Dios se le apareci� no como a Ad�n, en el fresco del d�a, sino como vino a Job, en el torbellino". y el eclipse y Ezequ�as supo que hab�a estado viviendo en un espect�culo vano. La respuesta de su alma fue r�pida y triste: "Por estas cosas viven los hombres, oh Se�or." Estos son los golpes que ense�an a los hombres lo que realmente es la vida.

I. El golpe que puso serio a Ezequ�as fue com�n. No hizo m�s que ponerlo cara a cara con la muerte. El proceso mediante el cual se restaur� su dependencia de Dios no fue complicado. Pero hay choques mucho peores que este, y la recuperaci�n de ellos a una vida divina es larga y terrible. Hay cosas que al principio parecen aniquilar la fe y transformar una naturaleza indiferente o feliz en una amargura seria, incluso salvaje.

Uno de ellos es el advenimiento de una enfermedad irrecuperable, debilidad prolongada o dolor prolongado. Entonces Dios perdona nuestra ira humana, pero al principio le hablamos con rudeza. Es una ira oscura, y puede crecer en intensidad hasta que la fe y el amor se pierdan por esta vida; pero no llegar� a ese punto si tenemos algo de grandeza de alma, si estamos abiertos al toque del amor humano. Un d�a, la historia del Evangelio en toda su dulce sencillez atrae y ablanda el coraz�n del que sufre.

Lee que el sufrimiento de Cristo en el sacrificio propio trajo redenci�n al hombre. Seguramente, parece so�ar, este no es un hecho aislado. Yo tambi�n, en mi aparente inutilidad, soy uno con el Gran Obrero: llevo con Cristo mi cruz por los hombres. Esto no es solo la restauraci�n de la fe, es la victoria de la vida.

II. Pero hay cosas m�s espantosas que una larga enfermedad. Est� ese naufragio que viene del amor deshonrado. Muchas cosas son terribles, pero ninguna es peor que �sta. En algunos no hay m�s remedio que la muerte, y mucho m�s all�, la ternura inmanente de Dios. Pero hay muchos que se recuperan, a quienes Dios saca del desierto al jard�n tranquilo de una vida nocturna de paz, utilidad e incluso gozo. El lapso de tiempo hace parte del trabajo.

En la quietud de la mediana edad, recordamos nuestra miseria inicial y solo recordamos el amor que sentimos. Se restaura la fe, se renueva la esperanza, cuando, como Cristo, puedes volverte y decir: Padre, perd�nalo, perd�nala, porque no sab�an lo que hicieron.

III. Ha habido y somos muchos de nosotros que somos conscientes de que, a medida que hemos pasado a la �ltima etapa de la vida y nos hemos mezclado con el mundo, nuestra fe primitiva tambi�n ha desaparecido. Hemos perdido la fe porque nuestra religi�n pasada fue prestada demasiado de otros. Si deseamos la perfecci�n y no nos contentamos con morir y no amar m�s, la restauraci�n de la fe puede lograrse mediante el trabajo personal del alma.

Merece la pena probar lo que un esfuerzo personal para ponernos en la relaci�n de un hijo con un Padre, con toda la naturalidad y sencillez de esa relaci�n, har� para restaurar la fe y renovar la vida con ternura.

SA Brooke, Cristo en la vida moderna, p�g. 380.

Versículo 16

Isa�as 38:16

Aflicci�n relacionada con la vida.

I. Tome primero la concepci�n de la vida como un todo, y vea c�mo eso es modificado o alterado por experiencias como aquellas por las que pas� Ezequ�as. Aquellos que no han tenido experiencias tan cr�ticas en ninguna forma, nunca han despertado completamente a la diferencia que hay entre la mera existencia y la vida. �En cu�ntos casos tiene una enfermedad grave, o una terrible humillaci�n empresarial, o un doloroso duelo dom�stico cuando el mundo parec�a irse por debajo de �l, y se qued� solo, en el vac�o y la soledad de las cosas, para enfrentar la eternidad y Dios, tra�do? �Un hombre para revisar su teor�a de la vida! Ha rectificado la perspectiva de su existencia y ha sido inducido a valorar el ahora por su relaci�n con el m�s all�; el presente por su maternidad del futuro.

II. Pero pasando ahora a la calidad de vida, podemos ver c�mo eso tambi�n se ve afectado por tales experiencias de aflicci�n. Tales experiencias desarrollan (1) el elemento de fuerza, ya sea en su ejercicio pasivo como resistencia paciente, o en su manifestaci�n activa como energ�a perseverante. Las aflicciones son para el alma lo que el templado es para el hierro, d�ndole la dureza del acero, y tambi�n la resistencia, y si eso es as�, ciertamente podemos decir con respecto a ellas: "Por estas cosas viven los hombres.

"(2) Desinter�s. Cuando un hombre ha estado en las garras del �ltimo enemigo y se ha recuperado, o ha estado un poco a punto de perder todo lo que ten�a, y ha escapado, se puede entender c�mo tal experiencia lo env�a Intensifica para �l la idea de la vida como una mayordom�a para Dios, y ve la locura de hacer que todas las corrientes de su esfuerzo corran hacia �l. otros.

(3) La simpat�a nace de experiencias como las de Ezequ�as. El que ha pasado por la prueba puede sentir la mayor ternura por aquellos que est�n afligidos de manera similar. (4) Experiencias como la de Ezequ�as tienen mucho que ver con la utilidad de la vida de un hombre. La utilidad no es algo que se pueda dominar a voluntad. Es, en la mayor�a de los casos, el resultado de una disciplina, y lo poseen quienes en gran medida son inconscientes de que la est�n ejerciendo.

Depende m�s de lo que es un hombre que de lo que hace; o si se debe a lo que hace o dice, eso tambi�n se debe mucho a lo que es; y lo que es ahora ha sido determinado por la historia por la que ha pasado.

WM Taylor, Vientos contrarios, p�g. 136.

Referencias: Isa�as 38:17 . Spurgeon, Mis notas del serm�n: Eclesiast�s a Malaqu�as, p�g. 231; Ib�d., Sermones, vol. vi., n�m. 316, vol. xix., n�m. 1110, vol. xxiii., No. 1337.

Versículos 18-19

Isa�as 38:18

Ezequ�as nos presenta aqu�, en el m�s fuerte contraste, los dos estados de vida y muerte.

I. La muerte fue para �l porque vivi� antes del d�a de Cristo en un estado mucho m�s oscuro, mucho m�s triste que para nosotros. Si ten�a alguna esperanza de una vida m�s all� de la tumba, no aparece en sus palabras. Probablemente consideraba la muerte como el cierre de todo, la puerta, no a una vida inmortal, sino la entrada a una tierra oscura y silenciosa, donde todas las cosas se olvidan. Pero es esta misma visi�n de la muerte, esta mirada como el fin de la corta existencia del hombre, lo que realza para Ezequ�as el valor de la vida. Debido a que la vida le ofrec�a su �nico campo para servir a Dios, se arrepinti� de que se lo acortara. Cada hora salvada de ese oscuro silencio era preciosa para �l.

II. Incluso en esta visi�n m�s oscura hay una lecci�n para nuestro aprendizaje. Aunque la muerte no sea ahora el fin de toda vida, es el fin de esta vida, el fin de nuestro d�a de gracia, el fin de ese per�odo que Dios nos da para ver si le serviremos o no.

III. Toda vida es en vano y malgastada si no es conducida a la gloria y alabanza de Dios. Para llevar una vida as�, debemos comenzar temprano. Ninguno es demasiado joven para trabajar en la vi�a de Dios. Dios no se desanimar� con las sobras de nuestros d�as. Le debemos, y �l espera de nosotros, lo mejor que podamos ofrecer en lo mejor de nuestros a�os, el vigor de nuestras facultades, nuestra vida mientras es fresca y joven. "Acu�rdate ahora de tu Creador en los d�as de tu juventud, mientras no lleguen los d�as malos ni se acerquen los a�os en que dir�s: No me complazco en ellos".

RDB Rawnsley, Sermones para el a�o cristiano, p. 38.

Ezequ�as fue, en el pleno sentido de la palabra, un buen rey. Su piedad se muestra (1) en su conducta con referencia a la idolatr�a; (2) en su conducta en el asunto del sitio de Jerusal�n por Senaquerib. Pero hay dos pasajes en su vida que muestran el lado d�bil de su car�cter. Uno es exhibir sus tesoros ante los embajadores del rey de Babilonia; el otro es su conducta en el asunto de su grave enfermedad, que se registra en el cap�tulo del que se toma el texto.

I. La esencia de la historia es esta, que ante la perspectiva de la muerte, la fuerza mental de Ezequ�as se quebr� por completo. Considera la muerte como algo a lo que hay que temer y evitar; habla de ella de una manera en la que ning�n cristiano que haya aprendido la oraci�n del Se�or podr�a aventurarse o incluso desear hablar de ella. Ezequ�as mir� a su tumba con sentimientos tan melanc�licos, porque no pod�a ver claramente una vida m�s all� de ella. Sab�a que deb�a servir a Dios mientras durara la vida; era evidente que no ten�a ninguna revelaci�n expresa m�s all�, y por lo tanto mir� la tumba con consternaci�n.

II. Si no fuera por la luz que Cristo nuestro Se�or ha arrojado a la tumba, llorar�amos como Ezequ�as, y nuestros ojos desfallecer�an como los suyos. Tenemos mayor ayuda espiritual que Ezequ�as, una luz m�s brillante y bases m�s claras de esperanza, y nos incumbe actuar, no como aquellos que andaron a tientas en el crep�sculo de la antigua dispensaci�n, sino como aquellos sobre quienes el resplandor de el conocimiento de la gloria de Dios ha resplandecido en el rostro de Jesucristo.

Obispo Harvey Goodwin, Sermones parroquiales, tercera serie, p�g. 78.

Referencias: Isa�as 38:19 . JN Norton, Golden Truths, p�g. 98. Isa�as 38:20 . RW Evans, Parochial Sermons, vol. iii., p�g. 104.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Isaiah 38". "Comentario Bíblico de Sermón". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/sbc/isaiah-38.html.
 
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