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Bible Commentaries
2 Samuel 24

El Ilustrador BíblicoEl Ilustrador Bíblico

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Versículos 1-25

Ve, haz un censo de Israel y Jud�.

David enumerando a la gente

I. El pecado cometido por David. Es posible que David se detuviera con satisfacci�n al pensar en sus amplios recursos y numerosos ej�rcitos, y calcul� que pose�a un poder para repeler la agresi�n e intentar nuevas conquistas. Es posible que haya olvidado que solo Dios, que lo hab�a hecho grande, pod�a preservarle su grandeza, y de all� puede haber anhelado contar sus fuerzas, como si de all� pudiera aprender su seguridad o calcular la extensi�n de su reino.

Y que nadie piense que, debido a que ocupa un puesto privado, no puede pecar tras el marinero exacto en el que pec� David, quien llen� el trono de un imperio floreciente. La misma ofensa puede cometerse en cualquier rango de la vida, y probablemente sea imputable, en cierto grado, a la mayor�a de los miembros de esta asamblea. �Qu�! Para tomar uno o dos ejemplos, �no es el hombre orgulloso el que se deleita en contar su dinero y catalogar para s� mismo sus cargamentos, sus acciones, sus dep�sitos y sus especulaciones? �No est� haciendo precisamente lo que hizo David? �Al aturdir a sus fuerzas? - s�, �no es con el mismo sentimiento que prepara el inventario; el sentimiento de que su riqueza es su seguridad contra el desastre; �Que el hecho de tener muchas posesiones los colocar� comparativamente a �l y a su familia fuera del alcance de los problemas? El deseo de ser independientes de Gad es natural para nosotros en nuestra condici�n ca�da.

Este hombre r�gidamente virtuoso puede estar todo el tiempo enorgulleci�ndose de su excelencia y empleando al capit�n de su anfitri�n para resumir el n�mero de sus virtudes y acciones rectas, a fin de certificar su poder para ganar la inmortalidad. Puede haber libertad de vicios groseros, con una creciente fuerza de orgullo que pone m�s desprecio a la corona del Redentor que una abierta violaci�n de todos los preceptos morales.

II. El castigo incurrido. Sin duda, hay algo extra�o, que es dif�cil de reconciliar con nuestras nociones recibidas de justicia, en el hecho declarado de que los pecados a menudo recaen sobre otros que los perpetradores. �Qui�n pensar� que David escap� impunemente porque la pestilencia hiri� a sus s�bditos y no se toc� a s� mismo? Se desprende de su apasionada imprecaci�n - �Que tu mano, te ruego, est� contra m� y la casa de mi padre� - es evidente que el golpe habr�a ca�do m�s levemente si hubiera ca�do sobre �l y no sobre sus s�bditos.

�De qu� manera deber�a ser visitado por su pecado? Tan visitado que la pena puede indicar mejor la ofensa a la que se resiste. �Bajo qu� forma debe venir la venganza para que lo toque m�s de cerca y lo pruebe m�s claramente por lo que es provocado? Admitir� enseguida que, puesto que era la idea de tener muchos sujetos que envanec�an a David, el castigo m�s adecuado era la destrucci�n de miles de esos sujetos; porque esto quit� la fuente del j�bilo, y despoj� al jactancioso rey de la fuerza sobre la que descansaba vanagloriosamente.

Ciertamente esto fue adaptar la pena a la falta; porque David no s�lo fue castigado, sino castigado con un acto de justicia retributiva, del cual �l y otros podr�an aprender qu� era lo que hab�a desagradado al Todopoderoso. Pero quiz�s dir�s que no basta con demostrar que el rey fue castigado con la muerte de sus s�bditos; dir�s que esto no toca el punto de que se haga sufrir al inocente por el culpable.

Permitimos esto; pero es de gran importancia establecer que el mismo David no qued� impune. Una de las principales objeciones que parecen estar en contra de que la justicia del crimen est� en una criatura y el juicio en otra, surge de la suposici�n de que los culpables escapan mientras que los inocentes sufren. Ahora bien, no creemos que este sea el caso; ciertamente no estaba en el caso que ahora se examina.

Creemos que los castigados merecen todo lo que reciben, aunque no hayan cometido la culpa precisa de la que son castigados. Es bastante evidente que David se consideraba a s� mismo como la �nica parte infractora y no sospechaba que la pena tuviera otro fin que el de su propio castigo. La exclamaci�n: �Se�or, he pecado; He clonado perversamente; pero estas ovejas, �qu� han hecho? �- esto es prueba suficiente de que el rey no pensaba en ning�n criminal sino en �l mismo, y en ning�n castigo sino el de su propia maldad.

Pero es igualmente evidente que David se equivoc� en esto, y que Dios ten�a otros fines a la vista, adem�s de corregir al monarca por su orgullo. Dios permiti� que Satan�s tentara al gobernante para poder castigar a sus s�bditos. Porque es esto: �Y de nuevo se encendi� la ira del Se�or contra Israel, e incit� a David contra ellos a decir:� Ve, haz un censo de Israel y Jud�.

"En el Libro de Cr�nicas, donde la instigaci�n se atribuye al diablo, se habla de la gente como los objetivos a los que apunta el rey:" Y Satan�s se levant� contra Israel y provoc� que David contara a Israel ". De modo que queda fuera de toda duda que el pueblo hab�a movido la ira del Se�or antes que el rey lo moviera con su confianza y orgullo mundano. Y si David no hubiera ofendido, y as� hubiera hecho una entrada para la venganza divina, se habr�a encontrado otra ocasi�n, y la ira habr�a ca�do sobre Israel.

De hecho, no se nos dice cu�l fue el pecado preciso y particular por el cual, en este momento m�s especialmente, el pueblo elegido hab�a movido la indignaci�n de Dios. Posiblemente, sus frecuentes rebeliones contra David, su ingratitud, su inconstancia y su creciente disoluci�n de modales, que es un asistente demasiado com�n de la prosperidad nacional, los expuso a esos juicios por los cuales Dios suele castigar a una comunidad descarriada; buff, no tiene importancia que averig�emos cu�l fue la infracci�n cuyo castigo fue el castigo.

Estamos al menos seguros de que la gente fue realmente herida por sus propios pecados, aunque aparentemente por los pecados de David; y que, por tanto, no puede haber lugar para la objeci�n de que los inocentes fueron hechos sufrir por los culpables.

III. La expiaci�n que se hizo en la era de Araunah. Tan pronto como el �ngel destructor extendi� su mano sobre Jerusal�n, y, por lo tanto, antes de que se levantara cualquier altar o se presentara cualquier holocausto, se nos dice que el Se�or �se arrepinti� del mal y dijo al Se�or �ngel - Es suficiente; det�n ahora tu mano. " De esto deducimos suficientemente, aunque no fuera evidente por otros motivos, que la plaga no se detuvo de ninguna virtud en el sacrificio que fue ofrecido por David.

Incluso si el sacrificio hubiera precedido a la detenci�n de la pestilencia, deber�amos saber que no podr�a haberlo procurado por s� mismo, mientras que ahora que sigue, nadie puede so�ar con atribuirle una energ�a solitaria. Pero aunque el holocausto no hubiera sido eficaz por s� mismo, no habr�a sido ordenado si la presentaci�n no hubiera tenido alg�n gran fin; podemos creer, por lo tanto, que fue como un tipo, imaginando ese sacrificio expiatorio, por el cual la pestilencia moral que se hab�a desatado en el globo finalmente ser�a detenida, que la ofrenda se requer�a del rey contrito y aterrorizado. ( H. Melvill, B. D. )

La enumeraci�n de David del pueblo

La audacia de la expresi�n es sorprendente. �Movi� a David contra ellos�. �Puede ser que Jehov� incit� al rey de Su elecci�n contra el pueblo de Su elecci�n, para concebir y ejecutar un plan que tan r�pidamente les impuso un castigo mortal? �O podemos suavizar la dificultad recurriendo al relato paralelo del libro de Cr�nicas y leer el texto como sugiere el margen de nuestra versi�n en ingl�s: "Satan�s movi� a David contra ellos"? Creo que tal explicaci�n es insostenible.

Si solo tuvi�ramos el libro de Samuel ante nosotros, no deber�amos pensar en proponerlo. Se debe enfrentar el problema de que, en un sentido u otro, se dice que Dios movi� a David a este pecado; mientras que, por otro lado, se debi� a la instigaci�n de Satan�s. �Podemos armonizar estas declaraciones divergentes? Aqu� pisamos las faldas de ese problema m�s misterioso, la relaci�n de la soberan�a divina con la voluntad humana.

Nos acercamos aqu�, tambi�n, y a�n m�s de cerca, a otro problema envuelto en una densa nube de misterio: la relaci�n de la voluntad divina con la causa del mal. Dios nunca obliga a un hombre a pecar. Si eso fuera posible, Dios dejar�a de ser Dios; el pecado dejar�a de ser pecado. La conciencia moral del hombre se rebela instintivamente de tal idea. La ense�anza de la Sagrada Escritura no le da ning�n tipo de aprobaci�n.

1. �l deliberadamente conduce a sus santos a circunstancias de prueba, para que su fe sea probada y probada, y saliendo triunfalmente del horno, brille como testigo ante el mundo.

2. Dios ve que el coraz�n de un hombre se aparta de �l y retira por un tiempo Su gracia y presencia restrictivas. �l abandona al pecador que lo ha abandonado.

3. Se dice que Dios endurece los corazones de los hombres. Pero no hasta que Su misericordia se ha reducido a nada, no hasta que Su longanimidad ha sido desafiada al m�ximo, �l finalmente pronuncia esta sentencia. No se dice que Dios endurezca su coraz�n hasta que el fara�n endurezca su propia salud contra juicio tras juicio. Hasta que un Saulo se ha burlado de su llamamiento y despreciado las repetidas amonestaciones, no lo abandona el Esp�ritu del Se�or y lo turba un esp�ritu maligno del Se�or.

Hasta que no se haya probado la misericordia y se haya probado en vano, no se pronunciar� un juicio en este mundo. �Y qui�n se atrever� en cualquier caballete a decir que es definitivo? Pero no nos preguntamos de forma antinatural: �Por qu� se le permiti� pecar a David? Parece que hubo alguna transgresi�n nacional que provoc� la ira de Dios y exigi� castigo. Tampoco fue esta la primera ocasi�n de este tipo. Leemos: �Otra vez la ira del Se�or se encendi� contra Israel.

�Una vez antes hab�an sido golpeados por el hambre por los pecados no expiados de Sa�l y su casa ensangrentada: cu�l era la ofensa ahora, no se nos dice. El pecado del rey fue de alguna manera la culminaci�n y el representante de los pecados de la naci�n. Fue la ofensa final que llen� la copa de la ira, y el castigo golpe� a la naci�n, y a trav�s de la naci�n a su gobernante. A continuaci�n nos encontramos con una pregunta a�n m�s desconcertante.

�En qu� radica la culpa del acto de David? La respuesta debe ser que el motivo que inspir� el acto fue pecaminoso.

1. Dise��, dicen algunos, un desarrollo del poder militar de la naci�n con miras a la conquista extranjera. Quer�a organizar el ej�rcito, y las visiones de autoengrandecimiento deslumbraron su cerebro.

2. Fue el resultado del orgullo: orgullo por el crecimiento de la naci�n. Quer�a satisfacer la necia vanidad de su coraz�n; para saber a fondo cu�n vasto era el reino que gobernaba. Se puede decir que el pecado del pueblo fue en esencia el mismo: que aqu�, en el mismo umbral de su existencia nacional como un reino poderoso, fueron tentados por visiones de gloria mundana a olvidar que no iban a realizar su vocaci�n a el mundo bajo la apariencia de un estado secular conquistador, pero como testigo de Jehov� entre las naciones.

De ser as�, si Israel ya estaba en peligro de una apostas�a virtual, no es de extra�ar que la ira de Jehov� se encendiera. En tal caso, la ira es en verdad otra fase del amor, el castigo es la misericordia disfrazada. El juicio es misericordia cuando conduce al arrepentimiento. San Agust�n escribi� sabiamente acerca de la ca�da de David: �Recordemos que cierto hombre dijo en su prosperidad : 'Nunca ser� conmovido.

Pero le ense�aron lo imprudentes que eran sus palabras, como si atribuyera a su propia fuerza lo que le fue dado de lo alto. Esto lo aprendemos por su propia confesi�n, porque ahora agrega: "Se�or, con tu favor has hecho que mi monta�a se mantenga firme; escondiste tu rostro y me turb�". Fue abandonado por un momento por su gu�a en la Providencia sanadora, no sea que con fatal orgullo �l mismo abandone a ese gu�a �(� Obras �, vol. 6. p. 530). Observe en esta historia: -

1. El motivo oculto determina el car�cter de la acci�n.

2. Si fue el orgullo lo que fue la transgresi�n de Israel y el pecado de David, note cu�n atroz es una ofensa a los ojos de Dios. ( Revista homil�tica .)

Numeraci�n de la gente

Hay un lugar en la tierra que, durante cuatro mil a�os, ha tenido m�s anales humanos e inter�s humano concentrado en �l, por sugerencia providencial, que cualquier otro en el mundo. Durante un tiempo, fue solo una era, propiedad de Araunah el jebuseo. Este agricultor ahorrativo hab�a seleccionado un �rea en la cima del monte Moriah. No sabemos que su imaginaci�n alguna vez se despert� al pensar que aqu� una vez estaba el matorral, en el que fue atrapado el carnero que Abraham sustituy� a Isaac como sacrificio.

Tampoco, aunque Abraham vio el d�a de Cristo de lejos, y "se alegr�", tenemos alguna raz�n para pensar que la fe de Araunah alguna vez logr� vislumbrar el hecho de que la cruz en la que Jesucristo sufri�, iba a ser plantada all� en el edades futuras. Hoy, ese lugar est� cubierto con un dosel de seda, debajo de una c�pula musulmana en Jerusal�n. Han pasado a�os desde que el templo de Salom�n desapareci� en sus ruinas, aunque durante generaciones su inigualable esplendor convirti� la cresta de Moriah en hist�rica.

As�, cuarenta siglos de fama han hecho de ese piso uno de los centros del mundo. Vamos a visitarlo hoy en nuestros estudios, y es de esperar que una pregunta tras otra busquen una respuesta.

1. �Cu�l fue este acto de David, que trajo la cat�strofe y la pestilencia, que felizmente se qued� all�? A primera vista, parece casi imposible explicar la transacci�n; porque hasta ese momento nunca se hab�a considerado un delito realizar un censo en Israel. De hecho, era uno de los requisitos de la ley hebrea, que cada tribu y cada familia en ella, y todas las personas en los hogares, deb�an inscribirse abierta y regularmente.

Excepto por estas desastrosas circunstancias que se detallan m�s adelante, nunca deber�amos haber conjeturado que se hubiera cometido un error: una de las cosas m�s racionales de la historia fue que el gobernante de cualquier gran naci�n deseara estar exactamente informado sobre los recursos militares del pueblo. .

2. Pero ahora volvemos a preguntar: �cu�l fue el car�cter moral de este acto en la enumeraci�n del pueblo? �C�mo sabemos que fue uno de los m�s pecaminosos que cometi� el rey David?

(1) Incluso Joab, el guerrero sin escr�pulos, lo declar� peligrosamente malvado desde el principio ( 2 Samuel 24:3 ). Dominado por el rey, se dedic� a su trabajo de mala gana, y hasta el final persisti� en su protesta al negarse a contar las dos tribus de Benjam�n y Lev�, "porque la palabra del rey era abominable para Joab".

(2) Considere el origen de la sugerencia ( 2 Samuel 24:1 , comparado con 1 Cr�nicas 21:1 ).

(3) Pero la prueba m�s fuerte de la culpabilidad de esta acci�n de David, se encuentra en sus propias confesiones. Apenas se complet� el censo, cuando el monarca pareci� repentinamente darse cuenta de su maldad y cay� de rodillas ante Dios ( 2 Samuel 24:10 ).

3. A�n queda nuestra pregunta: �qu� hubo en la acci�n de David que lo hizo tan culpable ante los ojos de Dios?

(1) Por un lado, dir�a tan pronto, "No s�", como cualquier otra cosa. La historia es silenciosa casi por completo. Los comentarios est�n llenos de nada m�s que conjeturas.

(2) Pero se pueden suponer algunas cosas, si eso puede ayudar.

En primer lugar, debe haber habido un orgullo de poder moviendo al rey: el lenguaje de Job ( 1 Cr�nicas 21:3 ), como �l objeta severamente, parece tocar esto; insin�a su ardiente desprecio por una vanidad tan infantil. Entonces, tambi�n, la codicia de ganancia pudo haber estado en el coraz�n de David: este pudo haber sido su primer paso hacia las libertades del pueblo, un plan para aumentar el poder de la corona.

Nos sentimos seguros al decir que la desconfianza en Dios estaba mal: sab�a que Israel no deb�a ser tan fuerte debido a un gran ej�rcito permanente; muchos a�os pr�speros hab�an asegurado que la fuerza de la naci�n estaba en Dios. Luego estaba el posible deseo de conquista: si David apelaba as� a la ambici�n de su pueblo, su pecado era mayor, ya que tambi�n les estaba ense�ando la incredulidad positiva.

4. Ahora, en el siguiente lugar, llegamos al terrible castigo que trajo este pecado; cual fue el curso de la misma?

(1) En primer lugar, vino una revelaci�n del cielo para despertar la conciencia de David.

(2) Luego se ofreci� una opci�n que pondr�a a prueba la devoci�n del coraz�n de David. Porque siempre la pregunta principal es: �El hombre arrepentido retiene su confianza en Dios, o est� completamente bajo el dominio del ego�smo y est� fijo en la desobediencia?

(3) A continuaci�n, se hizo una selecci�n humilde, que mostr� la piedad y la fe inquebrantable de David, que a�n se manten�a verdadera en medio de su perversidad.

(4) Luego hubo una severa imposici�n de castigo (vers�culo 15.) Por esa tierra fue el lamento salvaje de hombres, mujeres y ni�os desconsolados, desde Dan hasta Beerseba, donde los recolectores del censo acababan de recibir la orden de ir por este presunto monarca.

5. � Pero no habr�a l�mite para esta aflicci�n? Eso nos lleva a nuestra pregunta final: �qu� fue lo que detuvo la mano de Dios y trajo alivio al Israel moribundo?

(1) Observe ahora la desesperanza de los arrepentimientos despu�s de que el pecado ha sido cometido y se est� precipitando (vers�culo 17). Es evidente que el coraz�n de David est� desgarrado por la piedad y la angustia indescriptible por las multitudes, que jadean, se ennegrecen y mueren sin dar se�ales. Pero no pudo retirar el pecado que hab�a puesto flotando en las corrientes de la providencia de Dios; se estaba extendiendo en c�rculos m�s amplios.

(2) Observe tambi�n la inutilidad de ofrecer cualquier expiaci�n vicaria por el pecado como liberaci�n de sus retribuciones. En su triste sinceridad, David dice: "�Oh, perdona a estas ovejas que me llevo a m� ya mi casa!" Pero este no es el camino de Dios ( Salmo 49:7 ). Pablo dijo lo mismo ( Romanos 9:3 ). Tambi�n Mois�s ( �xodo 32:31 ).

(3) Observe la disponibilidad de una oraci�n eficaz para detener el juicio de Dios (vers�culo 16). ( CS Robinson, DD )

David enumerando a la gente

Entonces, �en qu� consisti� el pecado de David? Me parece que la respuesta a esto es extremadamente clara: es una respuesta que derivamos del relato mismo; tambi�n es una respuesta llena de instrucci�n muy profunda y provechosa. La orden de David fue: "Ve, haz un censo de Israel y Jud�"; y cuando Job llev� la suma al rey, se dividi� entre los dos encabezados, Israel y Jud�. Israel, es decir, las diez tribus (excluidas Lev� y Benjam�n), que suman 800.000 hombres; y Jud�, 500.000.

Aqu�, entonces, vemos el secreto del pecado de David. Quer�a saber, no tanto el n�mero de todo el pueblo, sino el n�mero de Jud�, la tribu real, la propia tribu de David, en comparaci�n con el resto de Israel. Dios lo hab�a hecho rey sobre todo el pueblo; y Satan�s lo tent� a que se considerara rey de una tribu, para que se esforzara por determinar si la tribu, en cuya fuerza y ??afecto siempre pod�a confiar, no ser�a rival para todas las dem�s; y as� deber�a sentirse c�modo gobernando en inter�s de su carne y sangre, m�s que en inter�s de todo su pueblo.

El pecado de David, entonces, no fue el pecado del orgullo, sino el pecado de divisi�n y partido, esp�ritu. Dios, hasta donde podemos juzgar por la Biblia, �l mismo orden� el derecho de primogenitura, o el derecho del primog�nito, y generalmente lo mantuvo. Dios asign� a Jud� esta preeminencia, cuando orden� expresamente que la bandera de Jud� fuera la primera antes del tabern�culo en la vanguardia de los hijos de Israel ( N�meros 2:1 ).

Pero Dios hab�a preparado a la tribu de Jud�, por Su Providencia, para esta preeminencia que �l le asign�: porque ver�n que la tribu de Jud� era, en n�mero, con mucho la m�s poderosa de todas. Su n�mero era casi el doble que el de la mayor parte de las otras tribus: la siguiente tribu, la de Dan, no llega a doce mil de ella. Luego, cuando las tribus se establecieron en la tierra prometida, el mismo designio de Dios es evidente.

A Rub�n, el primog�nito real, se le asigna su porci�n en el lado este del Jord�n, por lo que se le quita del camino. Sime�n se hundi� de inmediato para ser la tribu m�s baja en el punto de influencia; y, de hecho, pronto desaparece por completo. Levi, al tener el sacerdocio, no pod�a tener la preeminencia civil y militar; as� que el campo queda, por as� decirlo, para Jud�. Luego ten�a asignada, con mucho, la porci�n m�s grande y compacta de la tierra prometida.

As� era la tribu. Pero, �cu�l fue la primera familia de esta tribu? Sin duda alguna, la familia de Jesse. A lo largo de toda la historia del pueblo, la primera fue aquella de la que surgi� David. Los antepasados ??de David fueron la primera familia en sangre de la primera tribu de Israel. Creo que David, como hombre de Dios, gobern� con un coraz�n fiel y sincero, como Rey de todo Israel; pero en el mejor de los hombres hay una mezcla de motivos.

En la l�nea m�s justa de la pol�tica temporal humana existe lo que es torcido y que sirve al tiempo, y David, en este caso, cedi� y sucumbi� a la tentaci�n del dios de este mundo. Enumer� a las personas con el prop�sito de determinar la fuerza en la que estaba seguro de que su familia pod�a, en todas las circunstancias, confiar. David ten�a raz�n en su conjetura. Se hizo el censo y sali� a la luz el hecho extraordinario de que Dios hab�a aumentado y multiplicado tanto la tribu de Jud�, que era m�s de la mitad de fuerte que todas las dem�s tribus juntas: porque la �nica tribu de Jud� Jud� mostr� 500.000 guerreros a los 800.000 de las otras diez tribus.

Pero la gratificaci�n del orgullo de la familia o del partido, en oposici�n al j�bilo nacional por la prosperidad y el n�mero del pueblo de Dios, dur� poco. Con la suma de los n�meros vino el golpe en el coraz�n, el precursor, en este caso, del castigo inmediato y se�alado.

1. El relato del castigo de David es sumamente instructivo. Dios, para probar lo que hab�a en el coraz�n de David, le dio a elegir entre tres males: la espada, el hambre y la pestilencia; y David, por su elecci�n, mostr� claramente que su coraz�n estaba bien con Dios. Pero otro hecho muy instructivo es que en el momento en que David entreg� a Dios esos sentimientos familiares privados y parcialidades que hab�an sido la ra�z real del da�o, Dios se volvi� de inmediato y le remiti� el castigo.

2. Y ahora digamos algo sobre el castigo que Dios infligi�. A primera vista, parece haber una dificultad en las personas a las que Dios se propon�a castigar. A lo largo del cap�tulo, sin embargo, David parece ser el pecador, y el castigo evidentemente est� dirigido contra �l, aunque recae sobre su pueblo. Luego, con referencia al efecto del castigo, fue infligido, como todos los castigos de Dios, con una misericordia perspicaz.

Porque, si los futuros pr�ncipes de la Casa de David - Salom�n y Roboam - hubieran aprendido la lecci�n que Dios quer�a que aprendieran, la desastrosa rebeli�n en el tiempo de Roboam, que implic� siglos de idolatr�a y guerra civil y sus consiguientes miserias, humanamente hablando, se habr�a evitado.

Porque el castigo infligido por Dios ten�a la intenci�n de mostrar el justo desagrado de Dios por el gobierno parcial. Ahora debo, para concluir, hacer dos o tres aplicaciones pr�cticas de las observaciones anteriores.

1. En primer lugar, la Biblia merece ser estudiada detenidamente, como un libro lleno de la comprensi�n m�s profunda de la naturaleza humana: la naturaleza humana ca�da y torcida.

2. Veamos cu�n odiosa es la divisi�n, el esp�ritu de partido, la parcialidad o el esp�ritu de cisma a los ojos de Dios.

3. Aprendamos tambi�n de esto, que aquellos que tienen derecho al primer lugar social pueden tener este esp�ritu maligno, as� como aquellos que no lo tienen. ( FM Sadler, M. A. )

Los recursos de la Iglesia

Se puede poner demasiada dependencia en elementos de poder en la Iglesia que son secundarios e inferiores. Hay poder en los n�meros. No debemos despreciar los n�meros. Deber�a despertar alarma e indagaci�n cuando el n�mero de miembros de la Iglesia no aumente de manera constante y r�pida. Dios no tratar� con nosotros cuando hagamos las tablas estad�sticas como lo hizo con David cuando enumer� a la gente. Pero hay algo m�s importante que las multitudes.

Una Iglesia con cien miembros puede ser m�s fuerte que una con mil. Hay poder en la riqueza cuando se usa sabiamente. En la promoci�n de la educaci�n, en el suministro de dinero para imprimir Biblias y construir iglesias y llevar el Evangelio a todas partes del mundo, la riqueza es un poderoso agente. Pero hay elementos m�s potentes que la riqueza. Una Iglesia cuyos miembros no valen mil libras a veces sobresale en Iglesias de utilidad cuyos miembros representan muchos miles.

�En qu� sentido el censo fue pecaminoso?

Un censo ordinario era perfectamente leg�timo; estaba expresamente previsto por la ley mosaica, y en tres ocasiones Mois�s hizo al menos un censo del pueblo sin ofensa. No era entonces el censo lo que desagradaba a Dios, sino el motivo que inspir� a David a tomarlo. Algunos suponen que pretend�a desarrollar el poder militar de la naci�n con miras a la conquista extranjera; otros que medit� la organizaci�n de un despotismo imperial y la imposici�n de nuevos impuestos.

El car�cter militar de todo el procedimiento, que se discuti� en un consejo de oficiales y se llev� a cabo bajo la superintendencia de Joab, hace probable que estuviera relacionado con alg�n plan para aumentar el ej�rcito efectivo, posiblemente con miras a conquistas extranjeras. Pero ya sea que haya detr�s de �l o no alg�n dise�o definido de aumento de armamentos o impuestos m�s pesados, parece claro que lo que constituy� el pecado del acto fue el esp�ritu vanaglorioso que lo impuls�. ( AF Kirkpatrick, M. A. )

Versículo 10

Y el coraz�n de David lo golpe� despu�s de haber contado al pueblo.

La confesi�n de david

I. La confesi�n de David - "Y David dijo al Se�or: He pecado mucho en lo que he hecho". Es una confesi�n sin reservas. No hay excusas para �l por el pecado que ha cometido. Si queremos confesar nuestros pecados de manera aceptable, debemos confesar, como lo hizo David, sin reservas, sin ning�n intento de disimularlos o encubrirlos.

II. La peticion. ��Y ahora, te lo suplico, oh Se�or! quita la iniquidad de tu siervo ". �Quitar� significa algo m�s que perdonar. �Quitar la iniquidad� no es solo pasarla por alto, sino limpiar el alma de ella; de modo que, aunque deber�a buscarse, no deber�a encontrarse. Y esta es la oficina del Bendito Salvador. Es "el Cordero de Dios", y solo �l, "que quita el pecado del mundo".

III. La s�plica. Porque he obrado neciamente �. Cuando queremos obtener el perd�n de un pr�jimo, no solemos poner �nfasis en la grandeza de nuestra falta, sino m�s bien aferrarnos a algo que puede reducir un poco su culpa. "Quita", dijo, "te ruego, la iniquidad de tus siervos"; �y por qu�? �Cu�l es el argumento que aporta para dar peso a su petici�n? Podr�as haber pensado que habr�a dicho, �porque lo hice en mi prisa; no fue una ofensa intencional.

" Pero no; "Quita mi iniquidad", dice, "porque he hecho muy neciamente". Nos recuerda una petici�n similar en el Salmo 25. �Por qu�, qu� podr�a querer decir David cuando menciona la grandeza de su pecado como la base sobre la cual pide perd�n? Su significado probablemente fue el siguiente: �Mi pecado es grande; he obrado muy neciamente, y por lo tanto, mostrar�s las riquezas de tu gracia con mayor abundancia al quitar mi iniquidad.

��Oh! �Bendito sea el Dios de nuestra salvaci�n que se pueda adoptar un argumento como este! Si la eficacia de la sangre de Jes�s hubiera sido limitada, entonces deber�amos haber tenido miedo de decirle a Dios: "Mi pecado es grande". ( A. Roberts, M. A. )

El "despu�s" del pecado

Se�or, antes de cometer un pecado, me parece tan superficial que puedo atravesarlo con los pies secos de cualquier culpa, pero cuando lo he cometido, a menudo parece tan profundo que no puedo escapar sin ahogarme. Por eso siempre estoy en los extremos; o mis pecados son tan peque�os que no necesitan ning�n arrepentimiento, o tan grandes que no pueden obtener tu perd�n. Pr�stame, oh Se�or, una ca�a de tu santuario, para medir verdaderamente la dimensi�n de mis ofensas.

Pero �oh! a medida que me reveles m�s de mi miseria, revela tambi�n m�s de tu misericordia; No sea que si mis heridas, en mi aprensi�n, se abren m�s anchas que cualquier tienda (tapones de pelusa), mi alma se agote en ellas. Si mi maldad parece m�s grande que Tu bondad, pero el ancho de un cabello, pero un momento, eso es espacio y tiempo suficiente para que corra hacia la desesperaci�n eterna. ( Thomas Fuller .)

Versículo 13

Ahora avise, y vea qu� respuesta le devolver� al que me envi�.

Se exhorta a los cristianos a considerar qu� respuesta tendr�n sus ministros para regresar a Dios con respecto a ellos.

I. Los ministros cristianos son los mensajeros de Dios y enviados con una misi�n importante.

1. Son enviados por Dios.

2. Se les env�a a hacer un recado importante.

II. Los ministros deben devolver una respuesta al que les env�a.

1. Deben regresar con su Maestro.

2. Deben responder de su propia fidelidad.

3. Asimismo, deben devolver una respuesta sobre la recepci�n que ellos mismos recibieron.

III. A los miembros de las iglesias cristianas les conviene considerar seriamente qu� respuestas tendr�n que dar sus ministros sobre ellos. Solicitud.

1. Este tema brinda alguna instrucci�n �til a los ministros cristianos. Deber�a llevarlos a "magnificar su oficio", como "mensajeros de Dios". Deber�a despertar su m�s sincera gratitud por estar empleados bajo Cristo, en la misma misi�n que lo trajo al mundo. Adem�s, pueden aprender a transmitir su mensaje con toda sencillez, seriedad y fidelidad.

2. Los cristianos pueden obtener alguna instrucci�n �til de estos detalles. Aprenda, entonces, a estar agradecido de que se le env�en mensajeros en una misi�n tan amable y llena de gracia. ( J. Orton. )

Versículo 14

Estoy en un gran aprieto; d�jame caer ahora en la mano del Se�or.

La elecci�n de David de una calamidad nacional

La escena que tenemos ante nosotros, si bien est� llena de inter�s por s� misma, desarrolla dos clases opuestas de principios y proporciona una lecci�n tanto de direcci�n oportuna como de advertencia solemne.

I. Nos presenta un pecado en el que cay� David al final de su vida, y un juicio denunciado sobre �l como consecuencia de ese pecado por el Todopoderoso. Estaba en paz en su reino; se hab�a recuperado de todos los problemas de su casa, y su espada victoriosa hab�a sido levantada sobre las cabezas de todos sus enemigos alrededor. El estado de sus asuntos, despu�s de una larga agitaci�n, se hab�a hundido en una condici�n de paz y serenidad, pidiendo en voz alta agradecimiento a Dios por sus favores.

Pero esas �pocas de prosperidad temporal, �ay! no son favorables a la preservaci�n de la humildad y los buenos principios. A trav�s de la debilidad y corrupci�n de nuestra naturaleza, tienden a ablandar y enervar, secularizar y contaminar, y as� hacernos accesibles a las m�s peligrosas tentaciones. Si la prosperidad de los necios los destruye, la prosperidad de los hombres buenos a menudo les causa un da�o incalculable.

David, por lo tanto, aunque tan sabio y piadoso, ahora est� desprevenido. Sin embargo, su conciencia, que hab�a sido iluminada por la gracia divina, pronto despert� del letargo en el que hab�a ca�do y lo desencaden�. �Su coraz�n lo golpe� por lo que hab�a hecho, antes de que cualquier desastre externo lo dejara para probar su debilidad. Fue bueno para �l que sus propios caminos lo reprendieran, y que 'la conciencia hiciera sonar la primera trompeta de alarma.

Esto es caracter�stico del regenerado. As�, el coraz�n de Sans�n lo golpe� en medio de la noche por lo que estaba haciendo, y se levant� y se llev� las puertas de la ciudad. Los hombres que no tienen la luz de la gracia, ni la ternura de conciencia, deben recordar su pecado por las circunstancias que a la vez revelan su enormidad y lo castigan; pero los regenerados tienen un monitor interno que no espera que estas consecuencias despierten su energ�a, sino que enciende la vela del Se�or dentro de ellos, y no los dejar� descansar despu�s de haber hecho algo mal, hasta que hayan sentido remordimientos y hayan hecho una confesi�n.

Su pecado y su dolor est�n muy pr�ximos. Ninguna circunstancia puede mantenerlos separados por mucho tiempo. No nos extra�emos de un juicio tan severo por un pecado que nos parece comparativamente insignificante. Solo a nosotros nos parece trivial. Tendemos a aterrorizarnos m�s ante los pecados externos y los actos individuales de atrocidad entre un hombre y otro ; pero los pecados del coraz�n y del esp�ritu cometidos contra la majestad, la pureza y la bondad de Dios, por los cuales sentimos poca culpa consciente, son sin duda de una enormidad mucho mayor y m�s especialmente ofensivos para Dios.

Adem�s, debemos tener en cuenta la relaci�n de David con Dios. �l era un hombre conforme a Su propio coraz�n; se mantuvo alto en Su favor: cuando era ni�o, Dios lo am� y lo puso en un pacto con �l; lo adopt� en su familia, le hizo las m�s magn�ficas promesas y derram� sus favores sobre �l. �Y la estrecha relaci�n que tiene un hombre con Dios y los favores extraordinarios que ha recibido disminuyen su pecado? Iris aument� bastante su enormidad, agravada en su culpa, por tales consideraciones.

II. Observe los males que nos representa la historia seg�n lo propuesto a la elecci�n del rey. Son tres de los m�s espantosos que le pueden ocurrir a un pa�s o una naci�n. Sin embargo, con el permiso de una elecci�n entre ellos, se present� una prueba singular del regreso del coraz�n de David a un sentido apropiado de dependencia y sumisi�n. Cada uno de ellos es una plaga terrible, pero unidos, como a veces lo son, y naturalmente puede serlo, forman una plaga triple, cuyos horrores son indescriptibles.

Pero el que eligi� David, lo llev� a �l y a su pueblo a un conflicto m�s inmediato con la mano soberana del Todopoderoso de lo que lo hubiera hecho cualquiera de los otros. Nada podr�a atribuirse aqu� a causas secundarias. Contra Dios directa y exclusivamente hab�a pecado David, y de la mano de Dios visible y directamente, y por triste preferencia, deb�a venir el castigo. Si la hambruna se extiende ampliamente entre las naciones, afectando a m�s pa�ses de uno al mismo tiempo, la condici�n de aquel que es su asiento principal o que, por otras circunstancias, est� excluido de la ayuda exterior, pronto se volver� desesperada.

Se recurrir� a modos nuevos y repugnantes de sustentar la existencia; los instintos naturales ser�n dominados; todos los sentimientos ser�n sometidos ante los antojos del hambre y el amor a la vida. La guerra, acompa�ada de la derrota, es una calamidad igualmente terrible para un pa�s que es su sede. Las pasiones m�s diab�licas de la naturaleza humana son despertadas y estimuladas por la guerra. Pero la pestilencia, en algunos aspectos, es una calamidad m�s terrible que cualquiera de los dos.

Es m�s silencioso en su aproximaci�n y menos horrible en su despliegue exterior; pero es un mal que se alimenta del coraz�n de una naci�n. Es la destrucci�n de su alma y esp�ritu. Otros males pueden verse a la distancia y protegerse contra ellos; all� el valor puede esperar defender, la prudencia a la resina, la huida para escapar. Pero ning�n lugar est� exento de los ataques de este enemigo; no da aviso de su aproximaci�n; su movimiento es silencioso y seguro; nos roba en la oscuridad de la noche, as� como en el d�a; triunfante y secretamente cabalga sobre las alas del viento y nos destruye traidoramente con las brisas que buscamos para refrescarnos, o el aire que inspiramos para la vida.

No somos sensibles a su presencia hasta que sentimos sus colmillos, y estamos inevitablemente a su alcance. En un mismo momento o�mos de �l a distancias de leguas y lo sentimos en nuestro propio pecho. Somos inconscientes de que el eje ha volado, o encontrado su marca, hasta que sentimos su veneno hirviendo por nuestras venas.

III. Pero aqu� tenemos La elecci�n que hizo, con las razones de la misma. Prestemos atenci�n a la sabidur�a y piedad que la dictaron y al alivio misericordioso que se le proporcion� bajo ella, como consecuencia de agradar a Dios.

1. Pero podemos ver en esta preferencia el patriotismo m�s exaltado. David, aunque era rey, estaba demasiado identificado con sus s�bditos como para pensar en salvarse a costa de ellos. Si debe ser una calamidad, que sea una que me involucre con ellos. Yo y mi pueblo sobreviviremos o moriremos juntos. �Noble resoluci�n, llena de magnanimidad y demandando nuestra admiraci�n!

2. Hab�a tambi�n penitencia en esta preferencia. Pensamientos leves de su pecado, en comparaci�n con los pecados de su pueblo, habr�an dictado la elecci�n de una calamidad que podr�a haberlo dejado libre, mientras que para ellos no hab�a posibilidad de escapar. Pero era demasiado sensible a la culpa de su absurdo orgullo y presunci�n como para no elegir un juicio al que �l mismo pudiera ser tan responsable como cualquiera de los habitantes de la tierra.

3. La piedad que llev� a esta preferencia tampoco es menos evidente y operativa. Hab�a piedad en consultar con �l el honor y los intereses de la religi�n, que en cualquiera de las otras calamidades habr�an sufrido mucho. Y hab�a piedad en la elecci�n de David, por la confianza que mostraba en la compasi�n divina. Sab�a que Dios estaba provocado, pero pod�a esperar misericordia de �l en ese estado, antes que del hombre a quien no hab�a herido en absoluto. Conclusi�n:

1. Al intentar alguna mejora, primero se nos ocurre nuestro desierto de los juicios del Todopoderoso debido a nuestros pecados secretos. Un juicio peor que la guerra, la pestilencia y el hambre aguarda a cada pecador. Est� expuesto a la ira que destruir� tanto el cuerpo como el alma en el infierno.

2. Hay una Providencia retributiva. El castigo del pueblo de Dios a menudo surge de su pecado, y eso de manera tan visible e instructiva como para convencerlos de ello e inducirlos a deplorarlo y renunciar a �l. ( J. Leifchild .)

Elecci�n de David bajo juicios anticipados

�Qu� comparaci�n hay entre los males que las criaturas morales pueden infligirnos y los que tenemos que temer de un Dios inmortal y omnipotente? �Qu� comparaci�n hay entre los que matan el cuerpo y despu�s de eso no tienen nada m�s que hacer, y el que puede arrojar cuerpo y alma al infierno? Pero si consideramos los males de la vida presente, si comparamos la compasi�n de Dios con la de los hombres, entonces debemos cambiar nuestro lenguaje, y el pecador arrepentido, incluso en el momento en que ve el cielo enojado por sus cr�menes, exclamar� , �D�jame caer en las manos del Se�or, porque muy grandes son sus misericordias, pero no dejes que caiga en manos de los hombres.

Pero, preguntar�s, �David razon� con justicia? Cuando sufrimos bajo la guerra, o cualquier otra calamidad, �no estamos en las manos de Dios? Los diferentes agentes del universo, hombres, �ngeles, elementos, �no son igualmente ministros de su justicia o de su misericordia? S�; y nadie reconoci� m�s plena o expl�citamente esta universalidad de la Providencia que David. �l siempre, sin justificar la maldad de los instrumentos, se inclinaba sumisamente a la disposici�n de Dios en todas sus persecuciones.

Pero a�n as�, hay una gran diferencia entre las aflicciones que nos llegan directamente de la mano de Dios, y las que nos llegan por la intervenci�n del mero Cuando los hombres son los autores inmediatos de nuestros dolores, aunque siempre es cierto que es Dios. qui�n los permite; que s�lo depende de Su placer arrestarlos; sin embargo, en los sufrimientos que nos hacen soportar, son ellos a quienes contemplamos primero; es su crueldad o enemistad lo que primero nos golpea; y este punto de vista irrita las heridas de nuestra alma y agita nuestros corazones afligidos.

A menudo es dif�cil que elevemos nuestros ojos al Gobernador Supremo de todos, para reconocer Su justicia soberana en esos mismos sufrimientos que infligen injustamente nuestros semejantes. Adem�s, la malignidad del principio de donde proceden nuestros males, cuando provienen de los hombres, no nos permite esperar l�mites ni mitigaci�n para ellos, porque el odio y las pasiones que los produjeron a�n pueden continuar.

Entonces, el coraz�n siente el presente con amargura, mientras no contempla ning�n recurso en el futuro. Todas estas causas visibles afectan nuestros sentidos y nuestra mente, y nos ocultan m�s o menos la mano invisible de Dios. �Qu� diferencia cuando nuestras aflicciones proceden inmediatamente del cielo! Entonces el alma creyente s�lo ve a su Dios; adora con sumisi�n la mano paterna que lo castiga. A trav�s de Su justa ira, discierne Su bondad infinita. �Pecador penitente! cu�ntos motivos hay para inducirlo a adoptar este lenguaje e imitar este ejemplo.

1. �D�jame caer en las manos de Dios�, porque �l es mi Due�o y Due�o; a �l le pertenezco sin reservas.

2. Porque la misericordia es su atributo predilecto: le encanta glorificarla en el perd�n del penitente.

3. Porque lee mi coraz�n. �l ha sido guardado en secreto para mis gemidos, oraciones y l�grimas.

4. Porque mezcla con los golpes de su vara los consuelos de la gracia y castiga como un Padre.

5. Porque el designio de sus castigos es misericordioso; no est�n destinados a destruir, sino a beneficiar.

6. De reflexionar sobre las ventajas que yo mismo, que miles de redimidos, hemos experimentado de Sus castigos. Deje que ese sea su lenguaje y sus sentimientos cuando se sienta penetrado por un sentimiento de culpa. Incl�nate hacia esa mano que sostiene mientras golpea.

Lecciones:

1. Este tema, en relaci�n con la historia de la que forma parte nuestro texto, nos ense�a que el pecado puede ser perdonado y, sin embargo, castigado con aflicciones temporales.

2. Este tema debe despertar en nosotros el m�s tierno amor a Dios.

3. Este tema nos ense�a d�nde el alma puede encontrar refugio de la crueldad y crueldad de los hombres. ( H. Kollock, D. D. )

En la mano de dios

David hab�a aprendido de la historia de su naci�n y de su propia experiencia personal la bienaventuranza de todos los que ponen su confianza en el Dios viviente. Observemos una doble l�nea de pensamiento, sugerida por nuestro texto, peculiarmente apropiada para el nuevo a�o.

I. Por qu� el miedo se mezcla con nuestro saludo del nuevo a�o.

1. Nos enfrentamos a recuerdos tristes del pasado. Debilidades, fracasos, pecados de omisi�n y de comisi�n, votos rotos, ideales no alcanzados, oraci�n restringida - �siervos in�tiles�; estamos destituidos de la gloria de Dios.

2. Conciencia dolorosa de la debilidad actual. Sin reserva de fuerzas, imperfectamente equipado, manos colgando, rodillas d�biles, coraz�n d�bil, mente cansada. No podemos traspasar el velo impenetrable y ver qu� batallas tendremos que resolver, qu� tormentas tendremos que enfrentar, qu� cargas tendremos que soportar, qu� sufrimientos tendremos que soportar. Nuestro �nico refugio es caer en manos del Se�or.

II. C�mo la fe puede dominar el miedo en nuestro saludo del nuevo a�o.

1. Fe en el Dios invisible. En su

(1) Poder; es decir, �l puede hacer por nosotros mucho m�s abundantemente de lo que podemos pedir o pensar.

(2) Sabidur�a - para guiar y proteger en medio de las vicisitudes y misterios de nuestro peregrinaje terrenal.

(3) Fidelidad - que �l nunca dejar� ni abandonar�, nunca falsificar� Su Palabra.

(4) Bondad - Para suplir nuestras necesidades siempre recurrentes, no negarnos nada bueno y hacer que todas las cosas trabajen juntas para nuestro bien.

(5) Misericordia - para soportar nuestra ingratitud y propensi�n a olvidar y alejarnos de �l. Tal fe en Dios estimul� y sostuvo a los h�roes del Antiguo Testamento ya los santos del Nuevo Testamento; todos soportaron como si lo vieran a �l, quien es invisible, y se dieron cuenta de Su presencia gloriosa y llena de gracia siempre con ellos.

III. Fe en el mundo invisible. David sinti� que si la desolaci�n y la muerte lo alcanzaban, estar�a a salvo si, al dejar esta vida, ca�a "en la mano del Se�or". Con el hogar a la vista, se alegrar� la peregrinaci�n, se calmar� y consolar� el coraz�n. Con el Dios eterno como nuestro refugio y los brazos eternos debajo de nosotros, "adelante" puede ser nuestra consigna intr�pida. En la infinita e infalible "mano del Se�or" compromet�monos. ( Homilista .)

La elecci�n de David de la plaga

La guerra pondr�a a la naci�n a merced de sus enemigos; el hambre la har�a dependiente de los comerciantes de ma�z, quienes podr�an agravar enormemente las miserias de la escasez; s�lo en la pestilencia alguna forma de plaga repentina y misteriosa en su ataque, y desconcertando el conocimiento m�dico de la �poca, el castigo vendr�a directamente de Dios y depender�a inmediatamente de su voluntad. ( AF Kirkpatrick, M. A. )

El golpe de Dios preferido

David prefiere lo que generalmente se denomina "El golpe de Dios". �Caigamos�, dice la mentira, �ahora en la mano del Se�or; porque sus misericordias son grandes; y no me dejes caer en manos de hombre ". Puede recordarse un dicho de Gordon (fue uno de los �ltimos): �no fueron los dos hombres moldeados por igual en muchos aspectos?: "Tengo la Shekinah, y me gusta confiar en �l y no en los hombres". ( JR Macduff, D. D. )

La grandeza de la misericordia infalible de Dios

Un conocido ministro nos dice que una vez visit� las ruinas de una ciudad noble que hab�a sido construida sobre un oasis en el desierto. Poderosas columnas de templos sin techo formaban una fila ininterrumpida. Los salones en los que reyes y s�trapas hab�an festejado hace dos mil a�os estaban representados por muros solitarios. Los portales de piedra ricamente tallada conduc�an a un para�so de murci�lagos y b�hos. Todo estaba en ruinas. Pero m�s all� de la ciudad desmantelada, los arroyos, que una vez fluyeron a trav�s de hermosos jardines de flores y al pie de los pasillos de m�rmol, todav�a se deslizaban por la m�sica imperecedera y la frescura in�til.

Las aguas eran tan dulces como cuando las reinas las bebieron hace dos mil a�os. Unas horas antes se hab�an derretido de las nieves de las monta�as distantes. Y as�, el amor y la misericordia de Dios fluyen en forma siempre renovada a trav�s de los restos del pasado. Los votos pasados ??y los pactos pasados ??y los prop�sitos nobles pueden estar representados por columnas solitarias y arcos rotos y cimientos dispersos que se est�n desmoronando hasta convertirse en polvo; sin embargo, a trav�s de la escena de la ruina, la gracia fresca fluye siempre de Su gran coraz�n en lo alto.

Versículos 15-25

Entonces el Se�or envi� una pestilencia.

La plaga se qued�

Era una �poca de paz y prosperidad en Israel. El reinado del rey David hab�a sido bendecido y el pueblo habitaba a salvo. En medio de este feliz silencio, David se sinti� impulsado a ordenar la enumeraci�n del pueblo.

I. Pecado superado por el juicio. Cual fue el pecado? Exteriormente estaba en la numeraci�n ya mencionada. Pero, �qu� error podr�a haber en realizar un censo? Ahora resulta �til. Ya se hab�a hecho antes en Israel y con la aprobaci�n divina. El error no pudo haber estado en el censo en s�. El verdadero pecado, entonces, como todo pecado, estaba en el coraz�n; y claramente su ra�z era el orgullo y la vanagloria.

El rey y el pueblo olvidaron su dependencia de Dios y la lealtad que le correspond�a. La pestilencia golpe� directamente el orgullo de la gente y del gobernante. Paraliz� su poder. Frustr� la ambici�n militar. Golpe� aquello de lo que estaban dispuestos a jactarse hasta la debilidad y la muerte. �Debemos considerar nosotros, de estas edades posteriores, las visitaciones, como el fuego o el hambre o la guerra o la pestilencia como juicios por el pecado, o correcciones por la transgresi�n moral? Nunca debemos apresurarnos o tener demasiada confianza en interpretar la Divina Providencia.

Pero cuando se nos dice que las llamas devoradoras que consumen grandes ciudades, el hambre que despobla amplias tierras, y la pestilencia que camina en las tinieblas, y la destrucci�n que arrasa al mediod�a, significan construcci�n m�s sabia, mejor agricultura, drenaje m�s cuidadoso, solo esto y nada m�s, en al menos nada moral o espiritual; estamos seguros de que se ha pasado por alto una gran parte del prop�sito divino. Sin duda, Dios quiere decir que las lecciones m�s bajas deben aprenderse. Quiere corregir el descuido de las m�ximas de prudencia. �l ordena Sus leyes y tratos de manera que nos haga estudiosos, vigilantes y fieles en todo lo que pertenece a la vida f�sica.

II. Juicio que profundiza el arrepentimiento. Nuestro Salvador nos ha ense�ado que los �ngeles ser�n ministros de Dios en el juicio final ( Mateo 13:41 ). Aqu� encontramos que son Sus mensajeros en los males presentes. Fue cuando uno de ellos lleg� a Jerusal�n y extendi� su mano para su destrucci�n, que el lazo se hizo visible para el rey.

�Qu� verdadera humildad, qu� profundo arrepentimiento hay aqu�! No hay s�laba de queja de que el golpe divino sea demasiado fuerte. No hay palabra de justificaci�n personal; no protegerse a s� mismo bajo la culpa de otro. El pecado no fue todo suyo; pero vio solo los suyos. "�Mi pecado, mi transgresi�n!" Ese era el lenguaje de su coraz�n arrepentido y aplastado. Ese es el lenguaje del verdadero arrepentimiento siempre, cuando su trabajo es profundo y completo.

III. El arrepentimiento se encuentra con la misericordia. "El Se�or se arrepinti� del mal". Las palabras son sorprendentes, aplicadas a Dios. Y, sin embargo, no tienen por qu� ser oscuros. Note tres cosas con respecto a esta misericordia:

1. Sigui� a un arrepentimiento m�s profundo.

2. Vino en conexi�n con la expiaci�n.

3. Entonces no elimin� inmediatamente todas las consecuencias del pecado; pero, como podemos creer, los convirti� en un medio de bien disciplinario.

Solo se requiere una cosa de nosotros como condici�n para restaurar el favor Divino. Eso es confiar en el arrepentimiento.

IV. Una reconsagraci�n de confianza. Observe la obediencia pronta y alegre que ahora marcaba la conducta del rey. Tan pronto como le lleg� el mensaje divino, �subi� como el Se�or le hab�a mandado� (v. 19). Tampoco encontr� el camino cerrado ante �l. Claramente el Se�or, como suele hacer con las almas contritas, hab�a ido antes a prepararlo. Observe, el Se�or es ahora "el Se�or mi Dios". Aqu� hay cercan�a, confianza, amor.

Ya no hay distancia ni aversi�n; pero la paz que siempre trae el perd�n asegurado. Los hombres que han tenido grandes liberaciones que se sienten de Dios siempre se han complacido en hacer de ellos ocasiones de nueva consagraci�n. Con mucho m�s humilde y creciente gozo, esto se har� cuando la liberaci�n sea de lo que se considera el efecto del pecado personal: la misericordia que detiene el juicio merecido. En su descripci�n de la angustia de Harold, el �ltimo de los reyes sajones de Inglaterra, a causa de su falso juramento, el novelista Bulwer ha dicho: �A veces hay estaciones en la vida del hombre en las que la oscuridad envuelve la conciencia como una noche repentina envuelve el viajero en el desierto, y el �ngel del pasado con una espada de fuego le cierra las puertas del futuro.

Entonces la fe le ilumina con una luz de la nube; luego se aferra a la oraci�n como un desgraciado que se ahoga en una tabla; luego, ese misterioso reconocimiento de la expiaci�n suaviza el ce�o fruncido sobre el pasado y quita la espada llameante del futuro. Aquel que nunca ha conocido en s� mismo, ni ha marcado en otro, crisis tan extra�as en el destino humano, no puede juzgar por la fuerza y ??la debilidad que confiere; pero hasta que pueda juzgarlo, la parte espiritual de toda la historia es para �l un pergamino en blanco, un volumen sellado ". Parece que hay muchos de los cuales esto es cierto.

�Hay alguno de nosotros a quien alguna parte de la verdad presentada en esta Escritura no tenga alguna aplicaci�n?

1. Escudri�ando nuestros propios corazones, seguramente deber�amos encontrar alguna forma de pecado all�, tal vez el mismo esp�ritu que provoc� el disgusto de Dios contra Israel.

2. En su paciencia, es posible que Dios todav�a no haya hecho sentir su disgusto por nosotros en dolores y males que se consideren atribuibles a �l; y, sin embargo, pudo haber enviado dolor, p�rdida, dificultades, con la intenci�n de traernos a �l; es cierto que nos ha advertido fielmente que por cada pecado no perdonado, en alg�n momento nos llevar� a juicio.

3. Para escapar en el d�a malo no se ofrece ning�n camino, no se encuentra ninguno, salvo el antiguo camino del arrepentimiento humilde y confiado.

4. Para los que as� vienen, la puerta de su coraz�n est� abierta de par en par; ya se ha proporcionado la expiaci�n; el perd�n ser� instant�neo y completo; y aunque hasta el final de la vida puedan permanecer muchos efectos dolorosos del pecado, �stos, en su caso, ser�n transformados en medios para el bien, en castigos mediante los cuales �l nos perfeccionar� a Su propia imagen y para Su reino eterno.

5. La prueba de nuestro arrepentimiento, confianza y aceptaci�n aparecer� en la obediencia pronta, el pensamiento infantil de Dios como nuestro Dios y un coraz�n listo, mejor dicho, ansioso por servir en cualquier servicio, por muy costoso que sea, que �l designe. ( Sermones del club de los lunes ).

La plaga se qued�

1. En esta lecci�n tenemos, primero, un relato del juicio: �Entonces Jehov� envi� una pestilencia sobre Israel; y cayeron de Israel setenta mil hombres �. Aqu� est� el juicio que sigue al arrepentimiento y la confesi�n. Hay algunos pecados que, aunque verdaderamente arrepentidos y perdonados, todav�a traen consecuencias retributivas de las que el transgresor no puede escapar en esta vida. Debe usarlos como marcas de condenaci�n impuestas al pecado por la justicia divina para su bien y el de los dem�s.

Estas consecuencias, aunque vienen en justa retribuci�n, tambi�n se env�an en misericordia como barreras de Dios contra el progreso del pecado. Aqu� se afirma que el Se�or envi� una pestilencia sobre Israel. Las plagas y las pestilencias tienen varias causas nacionales y f�sicas. Pero es igualmente claro que est�n conectados con los pecados y las locuras de los hombres. Son las penas de la ley violada. En otras palabras, tienen un lugar en el gobierno justo de Dios, y por eso vienen a ejecutar Su voluntad. Aqu� la pestilencia se atribuye, instrumentalmente, a la agencia angelical.

2. Esta lecci�n proporciona un ejemplo de verdadera penitencia. Aqu� hay un caso de arrepentimiento genuino que es aceptado por Dios. La confesi�n de David no le fue arrancada por la presi�n del juicio divino. Antes de que sucediera, vio su pecado y le dijo al Se�or: "He pecado mucho en lo que he hecho". Los juicios divinos son a menudo, de hecho, instrumentales para hacer que los hombres vean la enormidad de su culpa.

Se utilizan como aguijones para pinchar la conciencia adormecida y adormecida. Pero la verdadera penitencia no es el resultado del miedo. Surge de ver el odio y la maldad del pecado contra la sabidur�a, la justicia, la santidad y el amor de Dios. El pecado es una locura y trae ruina al transgresor, pero su principal enormidad radica en el hecho de que se comete contra un Dios de santidad y amor. Entonces, la verdadera confesi�n es la confesi�n a Dios.

3. Esta lecci�n tambi�n nos muestra c�mo se obtuvo la misericordia salvadora para Israel. El juicio de Dios estaba destruyendo justamente al pueblo, y Su misericordia, aunque libre, soberana y lista para salvar, no pod�a ignorar Su justicia. Debe haber un camino abierto para su manifestaci�n si Jerusal�n se salva. Esto est� asegurado a trav�s del nombramiento divino. David es dirigido por Gad, un profeta del Se�or, para que construya un altar al Se�or, para que la plaga sea detenida en el pueblo.

No fue por las l�grimas de arrepentimiento y la confesi�n de pecado de David que la plaga se detuvo. De la misma manera, no nuestras l�grimas, oraciones o confesiones, sino la sangre de Cristo derramada por nosotros, proporciona la �nica base para la eliminaci�n de la sentencia de muerte que la ley de Dios quebrantada nos ha impuesto. El que no conoci� pecado fue hecho pecado por nosotros, para que nosotros fu�semos hechos justicia de Dios en �l.

4. Este pasaje presenta otra caracter�stica de la vida espiritual digna de atenci�n. Es el esp�ritu de generosidad y altruismo manifestado por David al cumplir el mandato de Dios. Aqu� estaba la liberalidad real; y est� establecido para su honor eterno en la Palabra de Dios que dio "como un rey". Se presenta ante nosotros como un noble representante de esos hombres generosos y de gran coraz�n que est�n siempre dispuestos, cuando la ocasi�n lo exige, a sacrificar sus intereses privados por el bien p�blico.

Y David nunca hizo una mejor inversi�n de sus recursos que cuando compr� la era de Arauna. Fue el solar para la construcci�n del templo que durante mil a�os prefigur� a Cristo, y as� se convirti� en una fuente de bendici�n para las naciones. El dinero invertido en tal causa no se pierde, sino que se reserva para la vida venidera. ( SD Niccolls, D. D. )

El juicio de Dios sobre el orgullo

Vea el poder de los �ngeles, cuando Dios les da la comisi�n, ya sea para salvar o para destruir. Joab pasa nueve meses con su pluma, el �ngel pero nueve horas pasa con su espada, por todos los t�rminos y rincones de Israel. Vea cu�n f�cilmente Dios puede derribar a los pecadores m�s orgullosos, y cu�nto le debemos diariamente a la paciencia divina. El adulterio de David es castigado, por el momento, solo con la muerte de un infante, su orgullo con la muerte de todos esos miles, tanto odia Dios el orgullo. ( M. Henry .)

Justicia divina en las retribuciones nacionales

Hambre, pestilencia, revoluci�n, guerra, son juicios del Gobernante del mundo. �Qu� clase de Gobernante, preguntamos, es �l? La respuesta a esa pregunta determinar� el verdadero sentido del t�rmino, un juicio de Dios. Los paganos lo ve�an como un Ser apasionado, caprichoso y cambiante, que pod�a ser enojado y apaciguado por los hombres. Los profetas jud�os lo vieron como un Dios cuyos caminos eran iguales, que era inmutable, cuyos decretos eran perpetuos, que no pod�a ser comprado con sacrificios, pero complacido con un trato justo, y que eliminar�a el castigo cuando las causas que lo ocasionaran. fueron quitados; en sus propias palabras, cuando los hombres se arrepintieran, Dios se arrepentir�a.

Eso no significa que �l cambi� Sus leyes para aliviarlos de su sufrimiento, sino que cambiaron su relaci�n con Sus leyes, de modo que, para ellos as� cambiado, Dios pareci� cambiar. Un bote rema contra la corriente; la corriente lo castiga. As� es una naci�n que viola una ley de Dios; est� sujeto a juicio. El barco gira y sigue la corriente; la corriente lo ayuda. As� es una naci�n que se ha arrepentido y se ha puesto en armon�a con la ley de Dios; est� sujeto a una bendici�n.

Pero la corriente es la misma; no ha cambiado, solo el barco ha cambiado su relaci�n con la corriente. Dios tampoco cambia, nosotros cambiamos; y la misma ley que se ejecut� en castigo ahora se expresa en recompensa. ( G. Brooke .)

La pestilencia

Muerte sobre el caballo p�lido: la Peste Negra de la �poca medieval (1848) en una de sus diversas formas, surgi� ahora. �Apareciendo en el calor de los meses de verano, agravada por la misma grandeza de la poblaci�n que hab�a ocasionado el censo, extendi�ndose con la rapidez de un desorden oriental en las viviendas abarrotadas, vol� de un extremo a otro del pa�s en tres d�as�. ( Dean Stanley .)

Versículo 17

Y David habl� al Se�or cuando vio al �ngel que hiri� al pueblo.

El problema del sufrimiento inmerecido

El pecado de David al contar al pueblo fue la falta de confianza en Dios. De todos modos, es cierto que por un tiempo perdi� la fe y se rebel� abiertamente contra Dios. Luego vino su castigo, un doloroso castigo para el rey que se preocupa por el bienestar de su pueblo. Un hombre peca; su pecado es castigado; pero el castigo fracasa en los inocentes: �se es el extra�o problema que se nos presenta al leer este cap�tulo, y es un problema que muy a menudo se presenta en los hechos de la vida humana.

El problema se nos impone todos los d�as que vivimos. Un carpintero descuidado no env�a su perno o remache a casa correctamente y, en una tormenta en el mar, un barco valiente se hunde, llevando consigo muchas vidas preciosas. Un hombre comete un gran crimen; es descubierto y castigado, pero el castigo no se detiene en �l mismo: recae tambi�n sobre su familia, que tiene que soportar la verg�enza y el rev�s de la fortuna.

Un esposo y padre se vuelve borracho; el pecado trae su castigo inevitable; pero el castigo es tan pesado para la esposa, que nunca est� libre de cuidados ansiosos, como para los hijos, que crecen: d�biles, sin educaci�n y obstinados, por la falta de gu�a de los padres. Dos o tres hombres se combinan en un gigantesco fraude; son detectados y castigados, y la ruina total cae sobre ellos; pero las consecuencias del fraude, en mil ramificaciones, afectan la felicidad y prosperidad de toda una naci�n.

Un soberano no se siente seguro en su trono y, para rodearse de gloria militar y fortalecer su posici�n, declara la guerra a un pueblo vecino. El castigo de su ambici�n es desastroso para �l; pero a�n peores son las calamidades que sobrevienen sobre miles de sus s�bditos inofensivos. �No es el sufrimiento del inocente con el culpable, y para el culpable, uno de los hechos m�s familiares de la vida humana? Pensar�amos que es justo y justo que cada uno comience en la vida con las mismas posibilidades de bien y de mal, y que tenga en su poder labrarse su fortuna como mejor le parezca, pero es demasiado claro que tal es el caso. no es el caso.

Algunos est�n sobreponderados desde el principio; algunos pasan toda su vida para llegar al punto en el que otros parten; algunos contin�an luchando durante algunos a�os y mueren en la flor de la juventud, debido a la debilidad de constituci�n heredada. E incluso si todos comenzamos con las mismas oportunidades, es evidente que no trabajamos la vida libre e independientemente; nuestros objetivos son derrotados, nuestros esfuerzos aplastados por acontecimientos sobre los que tenemos poca influencia.

Job, sentado entre sus consoladores y lamentando su desdichado destino; Prometeo, encadenado a la roca y desafiando el poder injusto que lo encadena; Filoctetes, dejado atr�s en su miseria en la isla desierta - �stos presentan, en los vuelos m�s altos de la poes�a tr�gica, lo que muchos sienten amargamente en sus propios pensamientos - la verdad de que el mal y el sufrimiento no siempre van de la mano; y para aquellos que creen en un Gobernador del universo, presentan tambi�n alguna aparente justificaci�n para la queja de la humanidad, que se expresa m�s brevemente en las palabras de Sol�n a Creso, rey de Lidia, �La Deidad es completamente envidiosa y est� llena de confusi�n �(Herodes 1, 32.

) Mientras los hechos se expresen de esta manera, no creo que sea posible explicarlos o paliarlos. De nada sirve decir que, mirando a la experiencia completa de la historia humana, el pecado es castigado y la justicia prospera. La doctrina de los promedios, por verdadera y consoladora que sea para el observador plilosofante, no aligera el error del individuo. Me temo que tampoco es de mucha utilidad se�alar que el sufrimiento no siempre es una desgracia, ni la prosperidad una ganancia; porque el hombre que ha sido arruinado por la culpa de otros, la esposa que ha sido afligida por la locura de otro, el joven que se encuentra agobiado y encadenado por las circunstancias de su nacimiento, no clama tanto contra el sufrimiento como contra el aparente injusticia e injusticia.

Pero miremos todos estos hechos desde otro punto de vista. Nuestra dificultad hasta ahora ha sido que los inocentes a menudo tienen que sufrir por los culpables, que el castigo a menudo recae sobre quienes no lo merecen. Pero, �qu� vamos a decir acerca del disfrute de los beneficios por los que no hemos trabajado, la cosecha de la recompensa donde no ha habido desierto de nuestra parte? �No existe tal cosa como recibir un bien donde no lo hemos ganado? Y, cuando hablamos del sufrimiento inocente con o para el culpable, �no deber�amos hablar tambi�n de que los indignos son bendecidos con la prosperidad junto con los que merecen, o incluso en lugar de los que merecen? Clamamos apasionadamente en contra de recibir menos que justicia en los arreglos del universo; pero, �no recibimos a veces m�s de lo que nos corresponde? Para volver al caso del que partimos: el pueblo sufr�a en Israel a causa del pecado de su rey; pero �no hab�an obtenido grandes beneficios del buen gobierno del mismo rey o del �xito en la guerra? Si no merec�an compartir su castigo, �podemos decir que merec�an compartir su prosperidad? Pero lo mismo ocurre con la vida en general.

Si sufrimos donde no hemos pecado, �no prosperamos tambi�n donde no hemos demostrado ser dignos? Si, despu�s de todos nuestros esfuerzos y esfuerzos honestos, nuestras esperanzas son derrotadas por culpa de otros, �no cosechamos tambi�n donde no sembramos y recogemos donde no esparcimos? Si el mal hacer de otros a veces trae una retribuci�n inmerecida sobre nuestras cabezas, �no es cierto que todos los d�as se agrega algo de felicidad a nuestro destino, a trav�s del bien de otros? El fraude de dos o tres hombres causa una calamidad nacional; pero el trato honesto de otros mil, con el cumplimiento concienzudo de sus deberes, hace prosperar a la naci�n, asegura a much�simos las ventajas de un ingreso f�cil con pocos problemas para ellos, y preserva al pa�s de la bancarrota moral y comercial; y si la calamidad es inmerecida,

Piense en c�mo, de mil maneras, cosechamos los beneficios del trabajo de otros hombres; c�mo nuestra enorme prosperidad material durante este siglo se ha debido principalmente a la invenci�n de la m�quina de vapor por James Wart, de modo que miles tienen ahora la oportunidad de la cultura y el refinamiento, que de otro modo habr�an estado trabajando en los campos todo el d�a, con los sentidos embotados y facultades del pensamiento en desuso. Piense en cu�ntas vidas se salvan cada a�o en nuestras minas de carb�n gracias a la l�mpara de Sir Humphrey Davy; pensemos en cu�nto sufrimiento f�sico nos ha ahorrado, en la pr�ctica de la cirug�a, el descubrimiento del �xido nitroso y el cloroformo; pensar cu�ntos pensamientos puros y placenteros nos han llegado a trav�s de la obra de alg�n gran poeta, pintor o m�sico, y decir, �no es enf�ticamente cierto que, si sufrimos por los pecados de nuestros semejantes, nos beneficiamos? tambi�n por sus virtudes? Aqu�, de nuevo, ser�a f�cil proporcionar ejemplos; es suficiente observar el principio general de que la influencia de otros hombres en nuestra fortuna es tanto para el bien como para el mal.

Pero observemos m�s a fondo el problema del mal hereditario - �los pecados de los padres sobre los hijos� - �no existe tambi�n el bien hereditario? No todos hemos heredado constituciones d�biles de nuestros antepasados, o la raza llegar�a a su fin; no todos estamos en circunstancias en las que no podemos llevar una vida honesta, de lo contrario la sociedad dejar�a de existir. De hecho, el mal hereditario es la excepci�n; y lo que tenemos que considerar, en la mayor�a de los casos, es el gran hecho del bien hereditario, que es tan poco merecido por nosotros como el mal.

�No es el caso de muchos de nosotros que la laboriosidad paciente, la conducta recta y la vida virtuosa de nuestros padres y antepasados, nos han rodeado de ventajas desde el mismo momento de nuestro nacimiento, ventajas a las que quiz�s estaban moralmente obligados? seguro para nosotros, pero que en ning�n sentido nos hemos ganado por nuestro propio m�rito? Si nuestros padres y antepasados ??solo estaban cumpliendo con su deber, no obstante, de esa manera, nos han conferido grandes bendiciones.

Hasta ahora, nuestras consideraciones no han involucrado ning�n principio distintivamente religioso. Estamos tratando con hechos que son hechos para el ateo o agn�stico tanto como para el cristiano. Hasta este punto, solo hemos llegado a esta conclusi�n: que nuestro bienestar y nuestra aflicci�n est�n indisolublemente vinculados con las acciones de nuestros semejantes, que de esta conexi�n nos llegan tanto el bien como el mal, y que debemos contentarnos con toma el mal con el bien.

Ahora, �c�mo resiste el evangelio de Cristo a todo esto? �Nos ayuda m�s a resolver el problema? Da una soluci�n completa, pero de una manera muy inesperada. Lejos de considerar este problema del sufrimiento inmerecido como una parte del universo a explicar o defender, el cristianismo lo toma como punto de partida de su ense�anza moral. Ahora, veamos c�mo afecta todo esto a nuestro problema. El universo est� tan ordenado que vivimos en las relaciones m�s estrechas entre nosotros; ejercemos una inmensa influencia sobre la fortuna de los dem�s, tanto para el bien como para el mal.

Aceptamos el bien sin reconocerlo con gratitud; recibimos el mal con fuertes quejas contra el destino y apasionados reproches contra la Providencia; pero todo el tiempo pensamos solo en nosotros mismos. Cristo nos invita a pensar en los dem�s. Mientras nos quejamos porque sufrimos por las malas acciones de otros, Cristo nos dice: �Tengan cuidado de que otros no sufran por sus malas acciones. Vives en estrecha relaci�n con tu pr�jimo; luego aseg�rate de que, de esta relaci�n, nada m�s que el bien fluya hacia �l; ama aun a tus enemigos, bendice aun a los que te maldicen, haz bien aun a los que te odian; en todas las cosas esfu�rzate por hacer a tu pr�jimo mejor, m�s feliz, m�s noble, am�ndolo con todo tu coraz�n.

�En resumen, mientras clamamos por nuestros derechos, Cristo nos invita a pensar en nuestros deberes; mientras pensamos s�lo en las reclamaciones que tenemos sobre los dem�s, �l nos llama a considerar tambi�n las reclamaciones que otros tienen sobre nosotros. En esto me parece que reside la verdadera soluci�n del problema. Debemos dejar de mirarlo con un ego�smo ciego de visi�n; no debemos seguir haciendo la �nica pregunta: "�Por qu� debo sufrir siendo inocente?" pero tambi�n debemos preguntarnos: "�Por qu� debo recibir beneficio si no he trabajado ni merecido?" y sobre todo, debemos preguntarnos: "�C�mo puedo vivir y actuar, de modo que mi vida y mis acciones traigan bien, y solo bien, a mis semejantes?" Expresamos apasionadas quejas sobre nuestros propios males y aflicciones, sobre las malas influencias que nuestros semejantes ejercen sobre nuestra fortuna;

Estamos relacionados unos con otros, no como picos alpinos que surgen de un mar fr�o de niebla: divididos, solitarios; sino como piedras que se ayudan mutuamente en la edificaci�n del gran tejido del mundo de Dios. Dios claramente ha querido que sea as�. Ninguno de nosotros vive para s� mismo ni muere para s� mismo; el vivo o el moribundo, incluso del hombre m�s humilde, tiene su influencia sobre alg�n otro pr�jimo para bien o para mal. �Qu� mundo tan cambiado ser�a si toda esa influencia, si la influencia de la vida y la muerte de cada hombre, fuera un bien puro para los dem�s! Entonces, �d�nde estar�a el sufrimiento inmerecido que en la actualidad parece un agravio tan grave? Pero el mandato de Cristo tiene, como resultado pr�ctico, la direcci�n de la influencia de cada hombre para el bien; y toda la esencia de la moral cristiana reside en las palabras de S.

John, "Hijitos, �mense los unos a los otros". Si tan solo pudi�ramos adoptar, en su totalidad, el principio del mandamiento de Cristo, ya no nos sentir�amos molestos por dudas desconcertantes y temores ansiosos; encontrar�amos, en esta solidaridad del g�nero humano, nuestra mayor fuerza y ??nuestro mejor educador. El amparo, ya sea merecido o inmerecido, siempre puede atribuirse al pecado; y el pecado tiene su ra�z en el ego�smo de nuestros pensamientos, sentimientos y acciones.

Si el amor reemplazara al ego�smo en cada coraz�n humano, el pecado ser�a desconocido, su sufrimiento consecuente inaudito y la tierra ser�a transformada de purgatorio en para�so. A pesar de los siglos que se cumplen desde que Cristo vivi� y muri� en el mundo, el cristianismo, como fuerza moral entre los hombres, est� poco m�s que en su infancia. Cualquiera que sea el poder que haya tenido sobre los corazones individuales, al limpiarlos del pecado y ampliarlos a una cierta comprensi�n del amor de Dios, el significado pleno de su ense�anza se ha sentido poco en la sociedad en su conjunto.

Pero cada vez m�s, a medida que los hombres se vuelven pose�dos por este intenso sentimiento de simpat�a hacia sus semejantes, este deseo sincero de hacer que toda su influencia sobre ellos les diga para bien, esta muerte de todo ego�smo, este regenerador de la naturaleza moral que Cristo llam� adelante, y que denominamos amor, desaparecer�n cada vez m�s los males bajo los cuales ahora gime la raza de los hombres. ( D. Hunter, DD )

Versículo 24

No, pero seguro que te lo comprar� por un precio.

La ofrenda desinteresada

Entonces David no hab�a aprendido los m�todos de piedad ahora com�nmente aprobados. Seguramente era muy extra�o para alguien que pod�a ofrecer un sacrificio sin gastos, preferir ofrecer un sacrificio comprado y, en lugar de aprovechar una oportunidad presentada de adoraci�n sin costo, insistir en pagar por los materiales de su servicio. Fue un impulso generoso lo que provoc� la negativa, y David tuvo impulsos generosos. A pesar de todos sus defectos, pod�a sentirse muy a gusto con los nobles en sentimiento y esp�ritu.

I. El verdadero esp�ritu de la conducta de David. Debemos tener presente este hecho, que David no har�a lo que pudo haber hecho. No fue el cumplimiento de una dura necesidad; no se trataba de una sumisi�n renuente a lo que no pod�a evitarse bien: podr�a haber actuado de otra manera sin infligir ning�n da�o ni causar ninguna ofensa. Araunah pod�a permitirse el lujo de hacer el regalo y deseaba hacerlo. Si David lo hubiera aceptado, su ofrenda no habr�a sido en absoluto deficiente; en su lugar y materia e instrumentos habr�a sido completo.

Tuvo una excelente oportunidad, como algunos la estimar�an, de reconciliar el inter�s propio con la piedad, la prudencia con los principios; de hacer algo bueno para nada: �qu� dar�an las multitudes por tal oportunidad? Entonces, �por qu� David lo renunci�? La respuesta es que sinti� lo que no habr�a sido representado por la aceptaci�n del presente de Araunah. Deseaba sacrificarse, no deseaba que otro lo hiciera.

Actuando de otra manera, los materiales del sacrificio habr�an sido los mismos, pero el oferente virtual habr�a sido diferente. No habr�a sido una expresi�n adecuada del esp�ritu de David, una satisfacci�n total de los sentimientos que ahora llenaban su coraz�n. Se puede tomar una ilustraci�n de algunos de los antiguos edificios sagrados. Los encontrar� "acabados con la m�s circunstancial elegancia y minuciosidad en aquellas partes ocultas que est�n excluidas de la vista del p�blico, y que s�lo pueden ser inspeccionadas por laboriosa escalada o tanteo", un hecho que se explica diciendo, "que todo el tallado y ejecuci�n fue considerado como un acto de culto y adoraci�n solemne, en el que el artista ofreci� sus mejores facultades para la alabanza del Creador.

Estos hombres de la �edad oscura�, como amamos en el orgullo de nuestra compasi�n para llamarlos, ten�an en esto una idea verdadera y grandiosa: �qu� dir�an de nuestra vida moderna enchapada y dorada, en la que todo es para lucirse? y nada de la realidad, todo por un prop�sito y nada por un principio? Todo depende del principio y prop�sito predominantes. Si el sentimiento principal de un hombre es el de s� mismo, buscar� la forma m�s f�cil y econ�mica de trabajar y adorar; si el principal sentimiento de un hombre es el de Dios, reprender� todos los pensamientos de bajeza y facilidad.

En el primer caso, buscar� los mayores resultados posibles con el menor gasto posible; en el segundo, el gasto ser� en s� mismo el resultado. Ahora bien, el fin y la esencia de toda religi�n es convertir la mente del yo en Dios; para darle vistas absorbentes de la belleza y gloria Divinas; llenarlo de amor y celo divinos; para que se sienta honrado al honrar a Dios, bendecido al bendecirlo; para hacerle sentir que nada es lo suficientemente bueno o lo suficientemente grande para �l: y cuando la mente se ve afectada y pose�da de esta manera, comprender� y compartir� el esp�ritu de la resoluci�n de David, de no ofrecer holocaustos al Se�or Dios de lo que no cuesta nada.

II. Vea c�mo este esp�ritu actuar� y se manifestar�.

1. Har� de nuestro servicio, sea el que sea, un ser vivo. Lo que hagamos, aunque sea lo mismo que hacen los dem�s, estar� animado por otro principio y una pasi�n m�s elevados. Ya sea adoraci�n o trabajo, ser� un fin y no un medio. No ser� el impulso de un trato con Dios, ni el cumplimiento de los t�rminos y condiciones de favor y recompensa, sino el derramamiento de un coraz�n amoroso y reverencial; no el resultado de un c�lculo cuidadoso, sino de la simpat�a por la bondad y la gloria del Se�or.

Un hombre as� inspirado no pensar� m�s en indagar sobre las ventajas, los probables beneficios de sus haza�as y su adoraci�n, de lo que pensar�a en la utilidad de contemplar con admiraci�n un hermoso paisaje, o en obsequiar su alma con las nobles cualidades de un h�roe. o un m�rtir. Pero este esp�ritu no solo afectar� lo que hacemos, no solo har� realidad nuestro servicio, sino que nos har� hacer m�s, mucho m�s de lo que de otra manera ser�a posible.

El lenguaje del hombre que usa herramientas como David sinti� ser�: �Qu� puedo hacer para glorificar a Dios? �Qu� modos y m�todos de honrarlo est�n a mi alcance? Hay dos preguntas que los hombres hacen consciente o inconscientemente en relaci�n con el servicio religioso: una es: �Qu� poco podemos hacer? La otra es, �cu�nto podemos hacer? Estas preguntas involucran principios y fines diferentes. El que pone el primero piensa s�lo en la seguridad; el que pone el segundo piensa s�lo en el deber: en el primero es el inter�s el que habla; en el segundo es gratitud, amor, reverencia y celo.

Y si estos nos inspiran, no necesitamos repetir el acto de David; no hay necesidad de insistir en hacer costoso lo que podr�a ser sin precio. Ser�a f�cil ilustrar el funcionamiento de este esp�ritu en relaci�n con cada departamento de servicio humano. Debe, por ejemplo, influir en el estudio de la verdad. Estamos satisfechos con nuestra fe religiosa; no tenemos ninguna duda de que los grandes y vivificantes principios del Evangelio son entendidos y sostenidos por nosotros; podemos permitirnos mirar con profunda l�stima a quienes piensan lo contrario, para compadecernos de la escasez o el error de los art�culos de su credo.

Hemos aprendido a distinguir entre las cosas necesarias en las que se debe creer para la salvaci�n y las innecesarias; la primera la mantenemos con rigurosa fidelidad, la �ltima ocasi�n no nos preocupamos: respondemos a toda sugerencia o solicitud de investigaci�n y examen, de pensamiento profundo y extenso, con la respuesta de que no es necesario, un hombre puede salvarse sin �l. �Es ese el esp�ritu del texto? �Es eso dar a Dios lo mejor de nosotros? Lejos de ahi.

Perdamos de vista la cuesti�n de la mera salvaci�n y enardezcamos el celo por el honor del Dios de la verdad; amemos la verdad por s� misma, y ??no s�lo por el beneficio de creerla; y, cualesquiera que sean nuestras convicciones actuales, llevaremos a su b�squeda y contemplaci�n nuestras investigaciones m�s agudas y nuestros mejores pensamientos, y, independientemente de todas las consideraciones de ganancia o seguridad, �seguiremos para saber.

�Nos influir� en relaci�n con las costumbres m�s dif�ciles y menos populares. No solo debemos hacer el bien, sino que no debemos permitir que "se hable mal de nuestro bien"; no solo para evitar el mal, sino "la apariencia del mal"; no solo para trabajar para que no podamos robar, sino para trabajar para que "tengamos que dar"; no solo para resistir la tentaci�n, sino para huir de sus escenarios e instrumentos; prohibir el pensamiento y el deseo impuro e iracundo, as� como el acto externo; ser �sin ofensa�, �pensar� en todas las cosas que son �amables y de buen nombre�, negarnos a nosotros mismos, amar a nuestros enemigos; en una palabra, ser �imitadores de Dios� y andar �como tambi�n Cristo camin�.

3. Este esp�ritu afectar� a determinadas formas de profesi�n religiosa. Cuando se insta al deber de un reconocimiento formal de Cristo, la identificaci�n art�stica con Su pueblo y la conmemoraci�n de Su muerte en Su Cena, se da con frecuencia la respuesta de fondo: �No es absolutamente necesario unirse a una iglesia: no se puede sostienen que solo aquellos que pertenecen a sociedades religiosas entrar�n en el reino de los cielos.

Puede que sea muy bueno y rentable como regla, pero me dejan en libertad de hacerlo o dejarlo en paz como crea conveniente. No se puede fingir que no hay salvaci�n fuera de la iglesia ". La respuesta a esto no est� lejos de buscar. Suponemos que no existe una regla de necesidad fija y universal en tales cosas. La necesidad no est� en el sujeto sino en el hombre. Podemos concebir que las grandes cosas no sean necesarias a veces, y que muy peque�as cosas sean necesarias a veces, sobre esta base.

�Es necesario que un hombre haga, o es seguro dejar sin hacer, lo que sabe que es conforme a la voluntad de Dios? �Es la perseverancia en la desobediencia compatible con un estado de seguridad espiritual? Pero, �por qu� hablar de necesidad? �Necesidad en relaci�n con qu�? Tu salvaci�n? Pero, admitiendo lo que asumes, �es esa la �nica luz desde la que mirar la voluntad divina? �Es el beneficio personal lo �nico que da poder sobre tu naturaleza? �Realmente quieres decir que har�s solo lo que est�s obligado a hacer, que no te preocupas por la ley y el amor, que eres indiferente al placer del Creador y la gracia de un Salvador, pero que quieres ir al cielo? ' �Es eso, la ofrenda que le haces a Dios, una ofrenda dictada por ning�n sentido de sus reclamos y favores, ninguna pasi�n por servirle dignamente, sino un mero c�lculo de beneficio espiritual?

4. Este esp�ritu nos impulsar� a trabajar para hacer el bien y a no rechazar ni siquiera los servicios de benevolencia m�s arduos y abnegados.

III. Las consideraciones por las que debe emocionarse el esp�ritu del texto .

1. Considere lo que es Dios; cu�n digno de vuestro m�ximo celo, amor y honor en s� mismo, en sus inefables perfecciones. Cu�n �glorioso� es �l �en santidad�; "Cu�n grande es su bondad, cu�n grande es su hermosura". Darle lo mejor es un fruto necesario de cualquier concepci�n verdadera, aunque inadecuada, de Su valor infinito.

2. Piense, nuevamente, que cada ofrenda que le hace a Dios ya es suya. Los materiales de servicio son Suyos, el poder para usarlos es Suyo. Suyos son los instrumentos externos y Suyos las facultades morales.

3. Pero, por �ltimo, recuerde que Dios no nos ofrece lo que no le cuesta nada. ( AJ Morris .)

Una prueba de sinceridad

Una salvaci�n gratuita no implica necesariamente una religi�n que no nos cueste nada. Si el texto fuera traducido al lenguaje del Nuevo Testamento, se leer�a as�: "No har� una profesi�n de ser un creyente en el Se�or Jesucristo que no implique la necesidad de abnegaci�n o sacrificio personal". Ahora, como ilustraci�n de este tema, observar�a que tanto en el tipo como en el cumplimiento del tipo, el Se�or Jehov� ha puesto ante nosotros la salvaci�n como aquello que de Su parte es gratis y misericordioso, �sin dinero y sin precio.

�Vea c�mo se se�alaron aqu� la bondad y la libertad de la salvaci�n. Se podr�a haber esperado que el pecador se consumiera �l mismo, y que un sacrificio fuera aceptado como expiaci�n por �l solo debe ser atribuible a la rica gracia, bondad y amor de Dios. El pecador nunca podr�a haber esperado que de esta manera, sin nada de lo que hab�a hecho para merecer el favor, Dios le hubiera proporcionado una v�a de escape; pero es a�n as� en el cumplimiento del tipo.

Pero hubo una circunstancia, en la instituci�n t�pica, que tiende a�n m�s a mostrar la libertad de la salvaci�n de Dios. Este holocausto se puso al alcance incluso de los m�s pobres; pero en cada caso se requer�a que el hombre diera algo, a fin de poder presentarse ante Dios en la forma prescrita de aceptaci�n. Incluso as� es, cuando llegamos a mirar el cumplimiento de estas instituciones t�picas, como se establece en el Evangelio de la salvaci�n.

El Se�or Jesucristo no solo es Salvador del rico, sino Salvador del pobre; y el pobre puede venir a Dios con tanta acogida como el m�s rico y el m�s honorable. Pero entonces es muy posible que los hombres se enga�en a s� mismos, y supongan que est�n viniendo ante Dios en su camino designado de adoraci�n aceptable, cuando �un coraz�n enga�ado los ha desviado�, de modo que no pueden preguntarse, ��existe �No es una mentira en mi mano derecha? Es necesario, por tanto, mostrar la segunda parte de esta proposici�n: que aunque la salvaci�n de Dios es gratuita, no implica necesariamente una religi�n que no le cuesta nada al hombre.

La salvaci�n misma no le cuesta nada. Para que podamos ver esto, observe las circunstancias a las que se refiere el texto. Ahora, el sacrificio podr�a haber sido ofrecido - el holocausto, la manera designada por Dios de presentarse ante �l aceptablemente bajo esa dispensaci�n, podr�a haber sido consumido en el altar - David podr�a haber estado presente, y aparentemente haber sido el hombre para ofrecer. este sacrificio, y sin embargo, Araunah podr�a haber asumido todo el costo; pero, de ser as�, �no se habr�a demostrado que David hab�a sido un hip�crita en su adoraci�n? Porque, �cu�l fue el significado de presentar un holocausto al Se�or de esta manera? �No fue un reconocimiento de la culpa del pecador, una aceptaci�n agradecida de la misericordia de Dios y, al mismo tiempo, una dedicaci�n de todo lo que ten�a al servicio del Se�or? Vea c�mo esta verdad se manifiesta claramente en el lenguaje del Nuevo Testamento.

�Vosotros no sois vuestro, porque hab�is sido comprados por precio�, dice el ap�stol Pablo, �glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro esp�ritu, que son de Dios�. De modo que el resultado de la redenci�n recibida en el coraz�n por la fe es la determinaci�n de "glorificar a Dios en nuestro cuerpo y en nuestro esp�ritu, que son de �l". Ahora, cuando hay esta dedicaci�n de nosotros mismos a Dios, pregunto si es posible imaginar un caso en el que no habr� manifestaci�n de ella por algunos actos pr�cticos y de abnegaci�n.

Un acto de mi mente puede estar conectado con un pensamiento conocido solo por Dios, pero la dedicaci�n de mi cuerpo y mi esp�ritu a Dios implica un acto externo del cual mis semejantes pueden juzgar, aunque Dios mismo, que lee el coraz�n. , es el �nico que puede discernir el motivo del que procede esa acci�n externa; y dado que es deber de los creyentes en Jesucristo no simplemente dedicar sus esp�ritus a Dios.

que han sido "redimidos con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero sin mancha", pero tambi�n sus cuerpos, que han sido redimidos al mismo precio precioso, se sigue que tal acto de abnegaci�n debe ir acompa�ado de la entrega de algunas cosas que podr�amos haber disfrutado ego�stamente, relacionadas con la realizaci�n de sacrificios que quiz�s hubieran sido desagradables para la carne y la sangre, pero que ahora estamos agradecidos de hacer, porque bajo el poder constre�idor del amor de Cristo: conectado, en suma, con la manifestaci�n del sentimiento que nos hace determinar que mientras servimos a Dios no le serviremos de lo que no nos cuesta nada.

Ahora, aplique esta verdad a dos o tres personajes individuales, para que podamos ver su importancia. Tomemos la facilidad, por ejemplo, del mundano, el hombre que sigue las costumbres y los h�bitos del mundo. Quiz�s, si tiene respeto por la religi�n, manifestado por la asistencia ocasional a las ordenanzas de Dios, le dir� que sirve al Se�or, que aunque no le importa demasiado ser justo, y aunque no hace una profesi�n como muchos hip�critas hacer, sin embargo, que �l quiere decir lo que es correcto.

Pero la pregunta es, �ese hombre ofrece holocausto al Se�or de lo que le cuesta algo? �D�nde est� su abnegaci�n? �D�nde est� su autosacrificio? Debe haber devoci�n de esp�ritu y devoci�n de vida; debe haber tanto actos de la mente como actos externos de los cuales sus semejantes puedan juzgar, para denotar su devoci�n a Dios, si en verdad est� sirviendo a Dios como un adorador aceptable de nuestro Se�or Jesucristo.

O tomemos el caso del profesor de religi�n m�s decidido. Me refiero al caso del hombre que profesa valorar esas grandes doctrinas del Evangelio sobre la salvaci�n plena y gratuita por medio de nuestro Se�or Jesucristo. Pero todo privilegio est� relacionado con un deber correspondiente; toda bendici�n recibida de Dios implica responsabilidad por parte del hombre que la recibe. Por ejemplo, la presencia de Cristo con su pueblo hasta el fin del mundo es un privilegio; pero est� relacionado con el deber de que guarden todas las cosas que �l les ha mandado, y que deben hacer esfuerzos constantes para ir por todo el mundo y predicar el Evangelio a toda criatura.

El que quiera ser sincero en este asunto debe mostrar su sinceridad mediante la determinaci�n que manifest� David: que aunque su holocausto se presente de la manera que Dios ha designado, no ser� a costa de otras personas, sino a su propia cuenta. -que no servir� a Dios de lo que no le cuesta nada. Y ahora, el punto al que he llegado es que, ya sea en cuanto a dinero, tiempo o influencia, si realmente estamos bajo el poder del amor constre�idor de Cristo, nuestra religi�n debe ser la que nos cueste algo. algo al respecto? ( W. Cadman, M. A )

El verdadero principio del servicio Divino

En el lugar donde el �ngel de Dios hab�a detenido su mano de juicio, el rey resolvi� erigir un altar y ofrecer un holocausto. Ese lugar donde se detuvo el juicio fue la era de Araunah. El punto de la transacci�n que fijar� nuestra atenci�n es el de la negativa del rey a la generosidad de Araunah; no porque una naturaleza tan principesca como la de David no pudiera apreciar tal generosidad, sino por principios. "Seguro que te comprar�". Ah� tienes el principio que deseo ilustrar.

1. El principio fue la expresi�n del verdadero sentimiento del hombre m�s grande, m�s devoto y m�s notable de su �poca, un hombre cuya naturaleza polifac�tica lo vincula con lo m�s elevado; un hombre cuya influencia se ha sentido en todas las �pocas, desde la suya hasta la presente, y en un c�rculo cada vez m�s amplio, en la proporci�n del celo misionero de la Iglesia de Jesucristo, porque no hay poes�a religiosa igual a los salmos de David. Recibi� el respaldo divino. "La plaga se detuvo".

2. El principio se aplica a la dedicaci�n y preparaci�n del ministro para su trabajo. Debe resolver: "Ni ofrecer� al Se�or mi Dios lo que no me cueste nada".

3. El principio se aplica adem�s a la preparaci�n intelectual y del coraz�n para la obra del ministerio.

4. Aplicar el principio a la dedicaci�n personal. Te costar� algo ofrecerte al Se�or tu Dios. Si no costara nada, el disfrute del favor de Dios ser�a poco apreciado. La dedicaci�n de la persona a Dios implica la dedicaci�n de todo lo que le pertenece. ( R. Thomas. )

Servicio genuino para Dios

Este tema est� relacionado con el de "Los Tres Templos del Dios �nico", no solo porque el evento ocurri� en el mismo lugar que se convirti� unos a�os despu�s en el sitio del Templo y, por lo tanto, en el centro de la adoraci�n de Judea, sino debido a su asociaci�n en motivo y principio con Aquel que fue el Segundo Templo, y debido a su pr�ctica en la construcci�n del tercer templo a lo largo del gusano y de las edades. El principio que surge de estas palabras de David a Araunah es uno que barrer� todo el c�rculo de adoraci�n, trabajo, dones y vida religiosa personal.

1. Adoraci�n. Porque en nuestros edificios, en nuestro servicio de alabanza y oraci�n, predicaci�n y escucha, debemos dar lo mejor de nosotros en el esfuerzo, en la inteligencia, en todas las cosas, enfrentando y resistiendo toda tentaci�n en contrario, con las palabras: ��Ofrecer�? , �Etc.

2. Trabajar - no s�lo a planes que sean placenteros, y en tiempos convenientes y por poderes que sean f�cilmente obtenibles se dedicar� el verdadero obrero de Dios.

3. Regalos. No con obsequios descuidados, entregados casi de forma encubierta, o con la moneda m�s peque�a repartida con mezquindad, puede dar quien dice: "�Debo ofrecer?", Etc.

4. Religi�n personal. Hay mezquindad e ingratitud en el esp�ritu que relega todo cuidado religioso al ocio del domingo, o al cuarto del enfermo, o las dolencias de la vejez. �Por qu� no ofrecer a Dios lo que no cuesta nada?

Tres preguntas pueden aclararlo.

1. �Hasta qu� punto lo que no le cuesta nada es un beneficio para usted? Esto puede ser de alg�n beneficio. Pero solo lo que "cuesta algo" dice

(1) motivos m�s elevados, y emplea

(2) todas las facultades.

2. �Hasta qu� punto lo que no le cuesta nada tiene tanta influencia en el mundo? El sacrificio es el elemento sutil y tremendo que se necesita en toda gran influencia. En el hogar, en la Iglesia, en el estado, solo suben a verdaderos tronos y usan coronas reales, que tienen el esp�ritu de sacrificio. El Salvador mismo se bas� en eso: "Yo, si fuere levantado, a todos atraer� a m� mismo". Lo mismo hace el Padre Eterno de los hombres, porque ha hecho de "Cristo", que es el sacrificio encarnado, "poder de Dios".

3. �Hasta qu� punto lo que no le cuesta nada es aceptable a Dios? La alabanza de Cristo al don de la viuda pobre, la aceptaci�n de Dios del sacrificio de Cristo, indican suficientemente la estimaci�n divina de la abnegaci�n. Y dado que ese servicio que nos cuesta algo tiene el pulso de la realidad, el resplandor del amor y el reflejo de Cristo, ciertamente es aceptable a Dios. ( UR Thomas .)

El principio de dar

I. El verdadero motivo de la benevolencia, "ofrenda al Se�or". Sus ofrendas eran regalos para el Se�or; y nuestras ofrendas tambi�n deben ser regalos para el Se�or. Puede haber un sentido en el que no podamos darle nada, y hay momentos en los que �l nos recuerda su sublime y eterna independencia de nosotros. Nos damos unos a otros lo que podamos necesitar. Dios no necesita nada. En el oc�ano infinito de Su naturaleza no se ha visto correr ning�n arroyo.

A diferencia de los oc�anos de la tierra, nunca se abastece, sino que siempre abastece. De �l fluyen corrientes, pero nunca hacia �l. Fluyen con un volumen y una velocidad incesantes e inquebrantables. Fluyen hacia los �ngeles y los hombres. Llevan vida, fuerza, sabidur�a, gracia y amor. Estos arroyos llevan la luz de hoy a innumerables mundos, la salud a innumerables seres vivos, el consuelo a innumerables cansados, la esperanza a innumerables desesperados.

Un padre le da a su hijo un terreno para que lo convierta en un jard�n. Le da las herramientas para prepararlo. Le da las semillas de las que debe producir frutos y flores. Le da un hogar para vivir. Le da su comida diaria. Por fin, el padre encuentra en su mesa los frutos m�s ricos y las flores m�s hermosas que ha producido el jard�n como un reconocimiento amoroso de su hijo.

�Qu� es este reconocimiento? Es un regalo y, sin embargo, es solo un regalo de lo que es suyo. De esta manera, y solo de esta, podemos dar a Dios. Para ofrecer al Se�or; esta expresi�n se encuentra en la ra�z de todo verdadero servicio. Para el Se�or era una especie de piedra de toque, que el Ap�stol llevaba consigo a todas partes, y mediante la cual probaba tanto sus propios actos como los de los dem�s. Sabes que en la vida todo depende del motivo del que brota.

El hombre es lo que son sus motivos, y no es ni mejor ni peor. El acto externo y visible que podemos realizar, o la palabra audible que podemos decir, no tienen significado para nosotros, hasta que primero hayamos averiguado el motivo que los incit�. Es muy com�n pensar en dar dinero como una rama inferior del deber cristiano. Al contrario, esa ofrenda puede ser el acto m�s elevado y religioso del hombre piadoso.

La generosidad puede ser una de sus peculiaridades constitucionales. Es as� con muchos, y puede ser as� con ellos. Nacieron con eso. Pero hay otros de car�cter muy diferente, en los que la entrega generosa de sus medios ser�a la forma m�s sublime en la que su religi�n podr�a manifestarse.

II. La medida de la liberalidad cristiana. "No ofrecer� al Se�or lo que no me cueste nada". Esta no era m�s que la forma negativa del noble principio de David. Quer�a decir que le dar�a al Se�or lo que le costara algo. Este principio, interpretado ampliamente y bajo la inspiraci�n de un amor agradecido, proporcionar�a medios suficientes para llevar adelante sin verg�enza todos los organismos cristianos del mundo.

El esp�ritu de la liberalidad cristiana es cada vez m�s un esp�ritu de abnegaci�n. Es impulsada y alimentada por el pensamiento de Aquel que, aunque era rico, se hizo pobre por nosotros, para que nosotros por su pobreza pudi�ramos ser ricos. El nervio vital que lo atraviesa es el de la gratitud por la misericordia infinita. Y aquellos cuyo cristianismo les ha costado m�s son los hombres que ser�n fieles hasta la muerte. �Lutero, Melanchthon, Zwingle, Calvin, Latimer, Knox, Ridley, Hooper, abandonar� la reforma? No; ir�n por �l a la c�rcel si es necesario, o incluso a la muerte, pero no lo negar�n.

Teniendo el amor como impulso de nuestra benevolencia, su medida vendr� determinada por la naturaleza del caso que pide nuestra ayuda, y tambi�n por los medios que Dios ha puesto a nuestra disposici�n. �Aqu� hay una medida falsa! Est� estampado con las palabras: "�Qu� he dado antes?" Esto conlleva una doble falsedad. Puede ser demasiado pesado o demasiado ligero. Este peso ser� condenado en el �ltimo d�a.

Hay otro peso, estampado con las palabras: "�Qu� poco puedo dar?" De este peso no digo nada, ni del hombre que lo usa, excepto esto, que el que siembra escasamente, leer� tambi�n escasamente. La gratitud exige que le demos al Se�or. Dar al Se�or es una obra tan cristiana como la oraci�n o la evitaci�n del pecado. Dar siempre debe tender al sacrificio y la abnegaci�n ( E. Mellor, D. D. )

Una religi�n que no cuesta nada

La doctrina de los sacrificios, como en la antigua dispensaci�n, no es f�cil de comprender por completo. Por supuesto, uno de los prop�sitos era presagiar el sacrificio de Cristo en la cruz. Pero debe haber habido mucho m�s detr�s del sistema que esta ense�anza t�pica. Las instrucciones tan elaboradas que se dan en cuanto al valor, la composici�n, la forma de celebrar estos holocaustos, sin duda ten�an la intenci�n de servir a un prop�sito de ense�anza m�s directo que lo que era meramente t�pico.

Hab�a un principio eterno de Dios, un principio que ha estado vigente a lo largo de los siglos, y que estos holocaustos s� ense�aron. Un holocausto significaba renunciar a una cierta cantidad de placer, problemas o posesiones, y era esencialmente, en el sentido literal de la palabra, un sacrificio. El hombre que present� un holocausto a Dios estaba obligado a tomar una cierta cantidad de problemas antes de poder hacerlo.

La riqueza, o la propiedad, entonces, estaba mucho m�s dividida que ahora. Gran parte fue en especie. De hecho, estos viejos sacrificios fueron un ejemplo de esa ley irrevocable que impera en todo el universo, la necesidad de esforzarse. Este era el viejo principio, tan bien expresado por Carlyle: "Es s�lo con la renuncia que se puede decir que la vida, propiamente hablando, comienza". Renuncia, pero �de qu�? �De todo lo que es satisfactorio en la vida? De ninguna manera, sino la renuncia al esp�ritu propio en el hombre.

Una de las m�ximas favoritas que ahora o�mos citar, y que se ha citado con tanta frecuencia que casi hemos llegado a creer que es verdad, es que, por regla general, no debemos obligarnos a hacer nada. Espere hasta que llegue el deseo, hasta que el esp�ritu lo mueva, hasta que est� de humor para �l, dicen muchos de nuestros asesores. El trabajo forzado, dicen, no es un buen trabajo. Si�ntese tranquilamente o salga a caminar hasta que se sienta m�s dispuesto a atacar su dif�cil tarea.

Lo que, en otras palabras, significa esto, espera hasta que me sea m�s f�cil hacerlo. Espere hasta que me cueste menos esfuerzo realizarlo. Y este principio parece ser completamente falso, y est� en la ra�z de gran parte de los males del mundo. Cada deber diario es, o deber�a ser, un deber hecho para con Dios, para Dios, ya sea blandir el martillo de obrero o presidir en el tribunal judicial. Este plan, entonces, de no obligarnos a hacer un deber desagradable, cuando se reduce, significa ofrecer al Se�or lo que me cuesta, no quiz�s nada, pero al menos no mucho.

�Puedes concebir un israelita, a quien hab�a llegado el momento de ofrecer a Dios su acostumbrado sacrificio, razonando as� para s� mismo? Esa es una verdadera posesi�n, esa es una verdadera ofrenda, esa es la sal de la vida, que Dios exige de nuestras manos un servicio que nos cuesta algo. La verdad de este principio se muestra de varias formas. M�s especialmente, lo demuestra el mayor valor que siempre le damos a cualquier posesi�n cuya obtenci�n nos haya costado la abnegaci�n.

El colono canadiense, que est� rodeado por las sillas y mesas toscamente talladas de su propia construcci�n, probablemente las valora y aprecia m�s que la due�a de un elegante sal�n londinense con sus magn�ficos muebles. En un caso son el resultado del trabajo y la fatiga, y muy frecuentemente, en el otro caso, no representan m�s que la fatiga de otra persona. Y es una ley eterna de Dios que no podemos disfrutar tanto del trabajo de otra persona como del nuestro.

O si nos las arreglamos para obtener mucho placer de ello, es una indicaci�n de cu�n bajo hemos ca�do en car�cter. Una de las desgracias de quienes heredan posesiones es que son incapaces de apreciar el tenerlas en la misma proporci�n que si se hubieran esforzado por ellas mismas. Pero deseo presentarles el punto de vista de la ofrenda que todo hombre tiene que hacer, voluntaria o involuntariamente, a su Hacedor.

Esa ofrenda es la suma de la carrera de su propia vida. "Llevamos nuestros a�os a su fin", dice el salmista, "como si fuera un cuento que se cuenta". Y habi�ndolos terminado, se presentan como un rollo largo y desigual, al Dios que los dio. Yo concibo que cuando el humo de los a�os de nuestra vida asciende en vuelo ascendente hacia Dios, eso s�lo puede ser aceptable, o en cualquier sentido una ofrenda o sacrificio a �l, lo que lleva la huella del principio eterno de habernos esforzado con eso.

Las carreras terrenales exitosas, que en muchos sentidos son t�picas de las carreras espiritualmente exitosas, son producidas por el genio secular de esforzarse. El tonto f�sico y el tonto espiritual es el hombre que no se preocupa. Uno no puede tener �xito, tampoco el otro. De una manera infinitamente m�s elevada, nuestro Salvador nos ense�a esta misma lecci�n: �Si alguno quiere venir en pos de m�, ni�guese a s� mismo, tome su cruz cada d�a y s�game.

"�Qu� m�s es esto sino decir que la vida - la vida - esa magn�fica posesi�n que nos ha sido dada a los hijos de Dios - esta vida es un sacrificio, la vida es un sacrificio, nuestros a�os son un sacrificio, y este sacrificio, cuando entremos los portales de la tierra del Hades, debemos tomarlos, presentarlos y colocarlos sobre el altar de Dios. Quiz�s, entonces, la pregunta que se debe hacer es la siguiente: �Su vida espiritual le est� costando algo? El sacrificio de dinero es solo una peque�a parte del sacrificio de la vida.

El dinero no es tuyo, la vida es. Muchos de ustedes est�n trabajando y desgastando el cerebro y el cuerpo por la vida terrenal, �est�n esforzando cada fibra tambi�n para hacer hermosa y gloriosa la vida que est� escondida con Cristo en Dios? No estoy insinuando que la vida espiritual y la vida terrenal est�n separadas y distintas - s� al menos que no es necesario que lo est�n - pero no hacen que la vida espiritual sea terrenal, sino que hacen que la vida terrenal sea espiritual.

Haz todo para la gloria de Dios. Pero para aquellos que encuentran poco que hacer, existe el peligro. Muchas vidas se estancan porque carcomen su coraz�n en una c�moda inactividad. Aquellos de ustedes que son alimentados, vestidos, servidos, protegidos y trabajados por miles de personas que sufren, perm�tanme decirles que no pueden pagar por estas cosas, por lo tanto, su vida, cuando se presenta ante Dios, debe ser una vida. eso le ha costado algo, algo de fregar, algo de limpieza, si Dios puede aceptarlo.

S�, ciertamente, t� tambi�n debes subir al monte de Dios, y dejando caer tu contribuci�n de utilidad, utilidad real, en el mundo de Dios, debes ayudar a Dios. Y la grandeza y la realidad de ese sacrificio de amor que Jes�s hizo por todo el mundo, y por ti, es un ejemplo del sacrificio que te pide que hagas con la joya que te ha dado: �tu vida! Es un diamante, sin pulir, sin tallar, pero capaz de una belleza infinita de forma, una pureza infinita de brillo.

�l ayudar� a darle forma y moldearlo, luego a iluminarlo y pulirlo, y luego a mantener su lustre intacto y su brillo claro. Finalmente, tambi�n, Dios te lo pedir�, es decir , tu vida, y si es digno, lo colocar�, una joya brillante, en la corona eterna. �Alto destino! �Gran final! �C�mo puedo yo, as� consciente del plan eterno, hacer m�s que presentarle lo m�s noble y lo mejor de m�? No ofrecer� al Se�or mi Dios lo que nada me ha costado. ( AH Powell, MA )

Un regalo costoso otorgado gratuitamente

En tiempos de disrupci�n, una mujer pobre, Janet Fraser, era due�a de una peque�a casa de campo y un jard�n en Penpont, que ofrec�a libre y cordialmente a la Iglesia Libre. Una "sospecha" de que esto se hab�a ido al extranjero, el agente del duque visit� a Janet y comenz� ofreci�ndole 25 libras por el suelo, que actualmente ascienden a 50 libras esterlinas; pero Janet declar� que se lo hab�a dado al Se�or y que no lo recordar�a durante todo el ducado de Queensbury. En su terreno, la iglesia fue construida en consecuencia. ( WG Blaikie .)

Sacrificio de costos de servicio

Una dama rica y elegante de Estados Unidos decidi� convertirse en misionera. Durante mucho tiempo, la iglesia de la que era miembro, dudando de su idoneidad, retras� la aceptaci�n de su oferta; pero, finalmente, como ella insisti�, cedieron y le preguntaron qu� esfera de trabajo prefer�a. Mirando pensativamente sus delicados guantes, respondi�: �Creo que deber�a preferir Par�s a cualquier otro lugar.

�Esa era la ciudad que se adaptaba a la belleza de la moda en lugar de a los millones abandonados de China, India o �frica Central. Pero nuestro Maestro declara: "Si alguno quiere ser mi disc�pulo, ni�guese a s� mismo, tome su cruz y s�game". ( HO Mackey .)

Biblias gratis rechazadas

Cuando el Sr. Campbell emprendi� su primera misi�n en �frica, la Sociedad B�blica le envi� varias Biblias para distribuirlas a un regimiento de las Tierras Altas estacionado en el Cabo de Buena Esperanza. Llegados all�, el regimiento fue sacado para recibir las Biblias. La caja que los conten�a se coloc� en el centro, y cuando el Sr. Campbell le present� la primera Biblia a uno de los hombres, sac� de su bolsillo cuatro chelines y seis peniques para la Biblia, diciendo: �Me alist� para servir a mi rey y a mi pa�s. , y me han pagado bien y con regularidad, y no aceptar� una Biblia como regalo cuando pueda pagarla ". Su ejemplo fue seguido instant�neamente por todo el regimiento. ( An�cdotas del Antiguo Testamento .)

Dale a Dios lo mejor

Esta es una historia conmovedora que cuenta un misionero sobre una madre hind� que tuvo dos hijos, uno de ellos ciego. La madre dijo que su dios estaba enojado y que deb�a apaciguarse, o algo peor suceder�a. Un d�a, el misionero regres� y en la camita solo hab�a un ni�o. La madre hab�a arrojado al otro al Ganges. "�Y rechazaste al que tiene buenos ojos?" �Oh, s�,� dijo ella; �Mi dios debe tener lo mejor.

" �Pobre de m�! �Pobre de m�! la pobre madre ten�a una verdadera doctrina, pero le dio un mal uso. Tratemos de darle a Dios lo mejor. Demasiado tiempo ya lo hemos pospuesto con las gotas de la copa llena de vida.

Versículo 25

Y edific� all� David un altar al Se�or.

El altar y el sacrificio

La historia de David nos brinda una lecci�n instructiva de las bendiciones que surgen de la aflicci�n santificada, as� como de los peligros de la prosperidad.

1. Al comienzo del cap�tulo se dice, "la ira de Jehov� se encendi� contra Israel, e incit� a David contra ellos a decir, ve a contar Israel y Jud�". En el pasaje paralelo ( 1 Cr�nicas 21:1 .) Se dice que �Satan�s provoc� a David para que contara a Israel�, es decir , (como observa el obispo Hall) Dios lo hizo con permiso, Satan�s por sugerencia; Dios como juez, Satan�s como enemigo.

2. A algunos se les ha ocurrido dif�cil ver exactamente en qu� consisti� el pecado de David.

(1) Desconfianza. Dios hab�a dicho que Israel deber�a ser como el polvo de la tierra, como la arena en la orilla del mar y como las estrellas en los cielos. �Por qu� contarlos entonces?

(2) Orgullo. David pens� que sin duda parecer�a m�s formidable por una exhibici�n de n�meros, como Ezequ�as despu�s, deseaba hacer una exhibici�n de su poder.

3. Observe, nuevamente, �El coraz�n de David lo golpe� despu�s de haber contado al pueblo; despu�s, no antes. El pecado deja un aguij�n, aunque puede dar una gratificaci�n moment�nea.

4. Observe el dolor, la confesi�n y la culpa de David: "He pecado y he hecho muy tontamente". �Ah! aqu� estaba la gracia; esto era antinatural, era sobrenatural; era todo lo contrario a la naturaleza ca�da asumir toda la culpa.

5. David fue, en su arrepentimiento y reconocimiento, encargado de levantar un altar y ofrecer un sacrificio que ten�a la intenci�n, sin duda, de representar que "sin derramamiento de sangre, no hay remisi�n".

I. El altar y el sacrificio representan el sacrificio de nuestro Se�or y Salvador Jesucristo, el �nico sacrificio que Dios aceptar� como expiaci�n por el pecado.

1. David ofreci� "holocaustos y ofrendas de paz". Los holocaustos representan la justicia de Dios; las ofrendas de paz representan la misericordia de Dios, un emblema sorprendente de nuestro gran sacrificio. Aqu�, en Jes�s, "La misericordia y la verdad se encuentran, la justicia y la paz se besan". Aqu�, la justicia de Dios queda satisfecha y su misericordia se manifiesta. Aqu� vemos a Dios �un Dios justo� y, sin embargo, �un Salvador�, �justo y el que justifica a todos los que creen.

�D�nde buscaremos las grandes pruebas del justo desagrado de Dios contra el pecado? La gran prueba se encuentra en los sufrimientos del propio Hijo de Dios. Nuevamente, �d�nde buscaremos la gran prueba de la misericordia de Dios? �Me recuerdas el arca en la que se salvaron No� y su familia, o Zoar, donde Lot encontr� refugio? S�; pero la gran prueba de misericordia se encuentra en el mismo huerto, y en la misma cruz donde encontramos al otro

1. En un sentido, y en un sentido muy importante, nuestra aceptaci�n con Dios no nos cost� nada: es gratis. Nada de lo que podamos hacer es meritorio: la salvaci�n es un regalo gratuito de Dios a trav�s de Cristo. Este es el pulso vital de la esperanza de un pecador: "Por gracia es salvo".

2. El otro punto es: nuestra redenci�n le cost� mucho a Dios. �Hab�is sido comprados por precio�, dijo San Pablo a sus hermanos corintios; cu�n alto precio no dijo; �l no podr�a. �Tanto am� Dios al mundo que dio a su Hijo unig�nito, para que todo aquel que en �l cree no se pierda, mas tenga vida eterna�. "Dios am� tanto". �Qui�n puede decir cu�nto? No hay misericordia de Cristo, y "no hay condenaci�n para los que est�n en Cristo".

II. La resoluci�n y conducta de David con motivo de la misericordia de Dios para con �l. La conducta de David de ninguna manera implica que �l considerara su ofrenda como meritoria. ( Salmo 51:16 ,) �Porque no deseas sacrificio, de lo contrario lo dar�a; no te deleitas en holocaustos; Los sacrificios de Dios son el esp�ritu quebrantado; al coraz�n contrito y humillado, oh Dios, actuar�s con desprecio.

�Demostr� dos cosas desde el punto de vista del peculiar caso de David, a saber, la sinceridad y el agradecimiento. Sinceridad: a diferencia del gobernante mencionado en el Evangelio, �l quer�a una religi�n que no le costara nada y, por lo tanto, "se fue triste". Gratitud. David anhelaba mostrar lo que sent�a, como el leproso ( Lucas 17:1 .

), "volvi� para dar gloria a Dios". �Oh! qu� manantial le dar�a a la caridad, sentir lo que sinti� David. Observe, en el pasaje paralelo ( 1 Cr�nicas 21:1 .) Se dice, David compr� la era por 600 siclos de oro. Podemos reconciliar los dos relatos simplemente suponiendo que el autor en el libro de Samuel indica el precio de los bueyes, mientras que el autor en el libro de Cr�nicas menciona el precio de la era. Perm�tanme ahora mencionar algunos detalles que el Evangelio afirma como pruebas de gratitud, y la Palabra de Dios propone como pruebas de sinceridad.

1. Salir del mundo.

2. El Evangelio exige el sacrificio de todos los pecados conocidos, no uno, sino todos; no en parte, sino en su totalidad.

3. El Evangelio nos exige que nos neguemos a nosotros mismos. "De todos los �dolos", dice uno, "el yo �dolo es el que m�s adora es".

Perm�tanme concluir con una o dos palabras de aplicaci�n directa y personal.

1. Me dirijo a los que suponen, ofreciendo a Dios lo que les cost� mucho, merecer as� el cielo. Vu�lvanse, hermanos m�os, a 1 Corintios 13:3 . �Aunque entregue todos mis bienes para alimentar a los pobres, y aunque entregue mi cuerpo para ser quemado, y no tenga caridad, de nada me aprovecha�. Esto se ajusta exactamente a tu caso.

2. Para los que, como Gali�n, "no se preocupan por ninguna de estas cosas", yo dir�a que su caso es terrible. Una religi�n que no le cuesta nada, que le permite guardar sus pecados, ser conforme con el mundo y complacer la carne, no es de Dios. ( NOSOTROS Ormsby, MA )

Y la plaga se detuvo de Israel.

La imposici�n y remoci�n del juicio sobre David por contar al pueblo

Estas palabras registran la eliminaci�n de una terrible visitaci�n enviada desde el cielo al pueblo de Israel. Las circunstancias relacionadas con ese juicio divino, y los medios por los cuales se terminaron sus terrores, est�n repletos de la instrucci�n m�s valiosa. Y, por tanto, escoge una de estas tres cosas: ��Te sobrevendr�n tres a�os de hambre en tu tierra? �O huir�s tres meses delante de tus enemigos, mientras te persiguen? �O que haya tres d�as de pestilencia en tu tierra? Ahora te advierto qu� respuesta le dar� al que me envi�.

��Cu�n en�rgicamente nos ense�a esta parte de nuestro tema el gran peligro de involucrarnos en cualquier plan o curso de acci�n sobre el cual no podemos pedir la bendici�n de Dios! �Cu�n cuidadosamente debemos examinar y sopesar con la balanza del santuario, los motivos por los que somos movidos! �Con qu� facilidad puede Dios aplastar nuestros planes favoritos y arruinar nuestras m�s queridas esperanzas, y castigar nuestro olvido de �l y la dependencia de nuestras propias fuerzas, convirtiendo esas mismas cosas en las que nuestro coraz�n estaba m�s inclinado, en fuentes de la m�s amarga angustia y la m�s amarga? mortificaci�n m�s humillante! As�, un hombre a menudo pondr� su coraz�n en las riquezas y adorar� a Mamm�n en lugar de a Dios; y esas riquezas le son quitadas despu�s de haber estado pose�das en abundancia por un tiempo, una privaci�n que hace que la pobreza sea mucho m�s amarga que nunca antes; o estando realmente pose�do,

1. El gran peligro de la prosperidad y la locura de codiciar las riquezas y los honores como el bien principal.

2. La naturaleza enga�osa y las terribles consecuencias del pecado. El coraz�n de David lo golpe� despu�s, no antes, de haber contado al pueblo. Este es el m�todo de Satan�s para tratar con su presa, y esta es la forma en que logra seducir a los hombres hasta la ruina. Ciega los ojos a la culpa, hasta que se comete la maldad. �Cu�n profundamente siente el penitente cuando se lo lleva a detestarse a s� mismo por su iniquidad! �Qu� aguij�n deja el pecado, aunque puede haber sido cometido con muy poca alarma y sin apenas sentido de su naturaleza maligna! �Qu� cuadro se muestra en esta historia de las terribles consecuencias del pecado: el �ngel de Dios corriendo de un lado a otro por la tierra con la espada de la venganza y matando a setenta mil hombres en menos de tres d�as! �C�mo demuestra la determinaci�n del Todopoderoso de no dejar que la iniquidad quede impune!

3. La gran e invaluable eficacia del sacrificio de la muerte de Cristo. El Dios Todopoderoso, que est� "enojado con los imp�os todos los d�as" y que ha declarado que todas las naciones que se olvidan de �l ser�n convertidas en el infierno, sin embargo, ha hecho con los que creen en Cristo, "un pacto bien ordenado en todas las cosas y seguro �, y, en ese pacto, tenemos una promesa divina hecha, y la veracidad divina prometida, que nunca perecer�n los que depositan sus esperanzas en la propiciaci�n ofrecida.

4. La importancia de la prontitud al solicitar misericordia y al despreciar la ira divina mediante el sacrificio designado.

5. Por �ltimo, aprende de ah� el deber de actividad, la generosidad en el servicio de Dios y en beneficio de tus compa�eros pecadores. Es un precepto de las Escrituras: "Honra al Se�or con tu sustancia". Quien tiene una religi�n que no le cuesta nada, tiene una religi�n que no vale nada. ( H. Hughes, B. D. )

El �ngel destructor arrestado

Si supi�ramos c�mo disfrutar de nuestras bendiciones en el temor de Dios, continuar�an hasta nosotros; pero es el pecado del hombre el que extrae, incluso de las misericordias de Dios, el veneno que destruye sus comodidades: engorda de la bondad del cielo, desprecia sus leyes y despierta su venganza. Este fue el caso de los israelitas en el per�odo al que se refiere nuestro texto. Es probable que su pecado fuera un olvido general de Dios y una vana confianza en la fuerza, el n�mero y el valor de la naci�n; porque con este sentimiento de vanidad nacional David se vio afectado.

Lleg� el momento en que el castigo ya no pod�a retrasarse; y la pestilencia recibi� su comisi�n. Setenta mil hombres murieron desde Dan hasta Beerseba; y para que se supiera que el juicio proced�a de Dios, un �ngel se hizo visible, con una espada desenvainada, dirigiendo, por su terrible agencia, la venganza y la muerte. La historia nos indica:

I. La estricta consideraci�n que el Todopoderoso presta a la conducta de sus criaturas. �sta es una consideraci�n que siempre deber�a impresionar nuestras mentes. La falta de ella es una de las causas de la mala conducta de los hombres. No todos son abiertamente infieles; no niegan a Dios; ni permiten Su existencia ni niegan Su omnisciencia. No todos lo confinan a Su propio cielo, y hacen parte de Su grandeza y grandeza el apartar Sus ojos de la tierra.

No todos lo hacen indiferente al pecado y dicen, con la incredulidad de los de anta�o: "No ver� Jehov�, ni lo considerar� el Dios de Jacob". Pero aunque no digamos esto, podemos estar influenciados por el principio mismo del que procede. Todos los que pecan se olvidan de Dios; actuar como si no hubiera Dios, o no tuviera omnisciencia, o como si fuera indiferente a su conducta. Para despertarnos a la conciencia de la consideraci�n que �l presta a nuestras acciones, a Su ojo siempre atento y siempre inclinado, es que tan a menudo se ha interpuesto especialmente para castigar el pecado, y de una manera que no deja duda de Su agencia.

Para ello, entre otros prop�sitos, se han conservado las historias del Antiguo Testamento; que observando las demostraciones de Su poder y justicia, podamos "santificar al Se�or en nuestros corazones", y que toda la tierra "tiemble y guarde silencio ante �l". �Alguien supone que debido a que �l es solo un individuo, uno en medio de las mir�adas de la raza humana, pasar� entre la multitud y escapar� a la atenci�n de su Juez? Que sepa que David era un individuo, pero que su pecado individual fue advertido, sacado a la luz, reprendido y castigado.

II. La historia nos instruye a considerar el pecado como un mal seguido de las consecuencias m�s desastrosas. El orgullo y el olvido de Dios, de los que David y su pueblo eran culpables, podr�an parecer, si es que son pecados, pecados de tipo muy venial, las enfermedades comunes de la naturaleza humana; sin embargo, fueron seguidos por la terrible elecci�n de los males y la destrucci�n de setenta mil personas. Uno de los h�bitos mentales m�s fatales es tratar el pecado a la ligera o con 'indiferencia'. Se exhibe como una marca de locura eminente. "Los necios se burlan del pecado".

III. La historia tambi�n nos muestra el �nico medio de perdonar y escapar del castigo. El altar fue construido para el Se�or: �David ofreci� holocaustos y ofrendas de paz; as� que el Se�or suplic� por la tierra, y la plaga se detuvo �. En otras palabras, el pecado fue expiado mediante la intervenci�n de un sacrificio. Esta es la doctrina de todos los libros de las Escrituras, de todas las �pocas y de todas las naciones.

Observemos, entonces, que el testimonio de la Iglesia de Dios, de todas las �pocas, es que la ira de Aquel a quien hemos ofendido s�lo puede ser propiciada, y que s�lo se puede acercar a �l mediante el sacrificio. Cuando el hombre se convirti� en pecador, un altar marcaba el lugar en el que adoraba, y su ofrenda era un sacrificio sangriento. Cuando No� dej� el arca, su primer acto fue erigir un altar para reconciliar a Dios con un mundo que ten�a tantas marcas de su ira; y al oler el dulce olor de las ofrendas, hizo la promesa: �No maldecir� m�s la tierra por causa del hombre.

Cuando el primog�nito de Egipto cay� bajo el golpe del �ngel, fue la sangre del cordero rociada sobre los postes de las puertas lo que protegi� con seguridad a la descendencia de Israel. Cuando estall� la plaga contra los rebeldes en el desierto, Aar�n corri� entre los vivos y los muertos con su incensario e incienso, y la plaga se detuvo; pero era incienso inflamado por el fuego del altar del sacrificio.

As�, en ocasiones ordinarias mediante declaraciones y en demostraciones extraordinarias de la ira divina mediante sacrificios extraordinarios, la Iglesia mostr� la muerte intencionada del verdadero Sacrificio. Este es nuestro m�todo de salvaci�n: �Somos salvos por Su sangre�, y es importante que sepamos que, en esta �nica doctrina de un sacrificio sustituto, se incluye todo el m�todo de nuestra salvaci�n. La manera en que se llevaron a cabo los ritos de sacrificio ilustra incluso ahora el m�todo de salvaci�n.

El concursante confes� el hecho de su delito al traer a su v�ctima; y el que cree en Cristo, al aceptar este m�todo de expiaci�n, confiesa tambi�n el hecho: "He pecado y, por tanto, vuelo a Cristo como mi expiaci�n". El oferente fue impulsado por el temor al castigo a matar a su v�ctima y rociar la sangre; as� que David en el texto. Si estamos debidamente alarmados por nuestro peligro, nos apresuraremos al �nico refugio del costado sangrante de un Salvador.

El sacrificio fue el instrumento de santificaci�n; supuso un pacto con Dios; el sacrificio fue comido; las fiestas se hicieron amigas; y el pecado, que s�lo pod�a convertirlos en enemigos, fue renunciado para siempre. As�, el nombramiento de sacrificios supone la confesi�n del pecado; un temor saludable a los terrores de un Dios santo; una justa aprehensi�n del desierto del pecado, la muerte en sus formas m�s dolorosas; y una dependencia y confianza en los medios de salvaci�n designados por Dios, y la renuncia a todo pecado, y el recobro de Su bendici�n y amistad. Todo esto les es ense�ado y ordenado por la muerte de Cristo; y en estos t�rminos te invitamos a recibir el perd�n y la salvaci�n.

IV. Observamos que la erecci�n de este altar por David fue un acto p�blico, un acto en el que el p�blico estaba interesado; y en este sentido estaba de acuerdo con la pr�ctica de todas las edades. La construcci�n de un altar fue siempre un acto p�blico; el lugar estaba separado de los prop�sitos comunes; y fue un monumento religioso para la instrucci�n de la humanidad.

1. Las erecciones mismas, y m�s especialmente los actos y observancias del culto, son memoriales de hechos y doctrinas religiosas. Mantienen un sentido de Dios en la mente de los hombres; dirigen sus pensamientos sobre el p�blico, ya sea que lo hagan o no, hacia temas serios.

2. Nuestro culto es p�blico y los lugares que erigimos son lugares de destino p�blico.

3. Adem�s de esto, nuestros lugares de culto deben ser considerados como los lugares donde se anuncia a los hombres el Evangelio, las buenas y las buenas nuevas de la salvaci�n. Son los lugares de tratado y negociaci�n entre Dios y el hombre. Los ministros son los embajadores de Dios. Revestidos con autoridad por �l, entran en Su casa, y un mundo rebelde es convocado para escuchar de ellos los t�rminos graciosos del perd�n de Dios y Su exigencia autoritaria de sumisi�n.

4. Son casas de oraci�n y nos recuerdan nuestra dependencia de Dios y su condescendencia hacia nosotros. Son casas de refugio de las tormentas y cuidados de la vida; los lugares donde ponemos nuestro cuidado en �l, y probamos que �l se preocupa por nosotros; el lugar donde es conocido, eminentemente conocido, por refugio.

V. El celo y la generosidad que los hombres buenos han descubierto en la construcci�n de casas y altares a Dios. Las palabras del texto son un ejemplo. Cuando Arauna vio venir a David, fue a recibirlo; y, cuando se le informa de la ocasi�n - �comprar la era, para construir un altar al Se�or� - espont�neamente le hace la oferta de su era. ( R. Watson .)

El arresto de la plaga

En la ciudad moderna de Roma hay una fortaleza, que alguna vez fue el mausoleo del emperador Adriano, y que lleva su nombre. Hace unos mil doscientos a�os, seg�n dice la tradici�n, se desat� una plaga devastadora en esa vieja ciudad imperial; y mientras la gente, el Papa y los sacerdotes hac�an una procesi�n con oraciones, apareci� en la cima de la ciudadela la forma del Arc�ngel Miguel, en el acto de envainar su espada, para mostrar que la pestilencia se hab�a detenido.

As� que all�, en el lugar de la visi�n, Gregorio erigi� la estatua del �ngel que se balanceaba sobre sus hermosos pi�ones y se cern�a sobre la ciudad que hab�a salvado. Desde entonces, este edificio, convertido en baluarte, se llamaba �San Angelo�, el Castillo del Santo �ngel. Nadie afirma que un m�rmol exquisito pueda convertir una f�bula en realidad; la leyenda es s�lo una peque�a parodia de nuestra grandiosa y antigua historia b�blica; pero puede ayudar a hacer nuestra imagen, ya que brilla al final de nuestra lecci�n. ( CS Robinson, D. D. )

El sitio del altar

La �ltima entrada en el ap�ndice de Samuel consiste en un documento que puede describirse como la carta del m�s famoso de los lugares sagrados del mundo. Por la teofan�a aqu� registrada, la era de Araunah, el jebuseo recibi� una consagraci�n que la ha convertido en tierra sagrada no solo para el juda�smo y el cristianismo, sino tambi�n para el Islam. Sobre este lugar, apenas podemos dudar, estaba el gran altar del templo de Salom�n.

Hoy, como todo el mundo sabe, el sitio est� cubierto por la magn�fica mezquita, el Kubbet es-sahara o C�pula de la Roca, el m�s sagrado de los santuarios mahometanos despu�s de los de La Meca y Medina. ( Biblia del siglo .)

Expiaci�n vicaria

Starr King, uno de los campeones m�s elocuentes de los socinianos, rindi� el siguiente homenaje a la doctrina de la expiaci�n vicaria: �Est� encarnada por los recuerdos m�s sagrados, ya que ha sido consagrada por el talento m�s sublime de la cristiandad. Encendi� la feroz elocuencia de Tertuliano en la Iglesia primitiva y brot� en per�odos melosos de los labios de Cris�stomo; reclut� el celo de toda la vida de Atuanasius para mantenerlo puro; su sublimidad encend�a todos los poderes y dominaba todos los recursos del alma poderosa de Agust�n; el saber de Jer�nimo y la energ�a de Ambrosio, se comprometieron en su defensa; fue el texto para el ojo sutil y el pensamiento anal�tico de Aquino; era el pilar del alma de Lutero, que trabajaba para el hombre; fue moldeado en proporciones intelectuales y simetr�a sistem�tica por la l�gica f�rrea de Calvino; inspir� la hermosa humildad de Fenelon; foment� la devoci�n y el autosacrificio de Oberlin; fluy� como metal fundido en las r�gidas formas del intelecto de Edwards, y encendi� el profundo y constante �xtasis del coraz�n de Wesley.

.. Todas las grandes empresas de la historia cristiana han nacido de la influencia, inmediata o remota, que la teor�a vicaria de la redenci�n ha ejercido sobre la mente y el coraz�n de la humanidad �.

Información bibliográfica
Exell, Joseph S. "Comentario sobre "2 Samuel 24". El Ilustrador Bíblico. https://beta.studylight.org/commentaries/spa/tbi/2-samuel-24.html. 1905-1909. Nueva York.
 
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