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Bible Commentaries
1 Corintios 1

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

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Versículos 1-9

Capitulo 2

LA IGLESIA EN CORINTO

En el a�o 58 d.C., cuando Pablo escribi� esta ep�stola, Corinto era una ciudad con una poblaci�n mixta, y llamaba la atenci�n por la turbulencia y la inmoralidad que se encuentran com�nmente en los puertos mar�timos frecuentados por comerciantes y marineros de todas partes del mundo. Pablo hab�a recibido cartas de algunos cristianos de Corinto que revelaban un estado de cosas en la Iglesia que distaba mucho de ser deseable. Tambi�n ten�a relatos m�s particulares de algunos miembros de la casa de Cloe que estaban visitando �feso, y que le dijeron cu�n tristemente perturbada estaba la peque�a comunidad de cristianos por el esp�ritu de fiesta y los esc�ndalos en la vida y la adoraci�n.

En la carta en s�, la designaci�n del autor y de aquellos a quienes se dirige en primer lugar reclama nuestra atenci�n.

El escritor se identifica a s� mismo como "Pablo, un ap�stol de Jesucristo por llamado, por la voluntad de Dios". Un ap�stol es uno enviado, como Cristo fue enviado por el Padre. "Como el Padre me envi�, as� tambi�n yo os env�o". Por lo tanto, era un cargo que nadie pod�a tomar para s� mismo, ni tampoco la promoci�n resultante de un servicio anterior. Al apostolado la �nica entrada fue a trav�s del llamado de Cristo; y en virtud de este llamado Pablo se convirti�, como �l dice, en Ap�stol.

Y es esto lo que explica una de sus caracter�sticas m�s destacadas: la singular combinaci�n de humildad y autoridad, de autodespreciaci�n y autoafirmaci�n. Est� lleno de un sentimiento de su propia indignidad; �l es "menos que el m�s peque�o de los Ap�stoles", "no es digno de ser llamado Ap�stol". Por otro lado, nunca duda en mandar a las Iglesias, en reprender al primer hombre de la Iglesia, en afirmar su pretensi�n de ser escuchado como embajador de Cristo.

Esta extraordinaria humildad y audacia y autoridad igualmente notables ten�an una ra�z com�n en su percepci�n de que fue a trav�s del llamado de Cristo y por la voluntad de Dios que �l era un ap�stol. En su opini�n, la obra de ir a todas las partes m�s ocupadas del mundo y proclamar a Cristo era una obra demasiado grande para que pudiera aspirar a ella en su propia instancia. Nunca podr�a haber aspirado a un puesto como el que le otorgaba. Pero Dios lo llam� a eso; y, con esta autoridad a sus espaldas, no tem�a a nada, ni a la adversidad ni a la derrota.

Y esta es para todos nosotros la verdadera y eterna fuente de humildad y confianza. Que un hombre se sienta seguro de que es llamado por Dios para hacer lo que est� haciendo, que est� completamente persuadido en su propia mente de que el camino que sigue es la voluntad de Dios para �l, y seguir� adelante sin desanimarse, aunque se oponga. Es una fuerza completamente nueva con la que se inspira al hombre cuando se le hace consciente de que Dios lo llama a hacer esto o aquello.

cuando detr�s de la conciencia o de las claras exigencias de los asuntos y circunstancias humanos se hace sentir la presencia del Dios vivo. Bien podemos exclamar con alguien que tuvo que estar solo y seguir un camino solitario, consciente s�lo de la aprobaci�n de Dios, y sostenido por esa conciencia contra la desaprobaci�n de todos, "Oh, que pudi�ramos tomar esa simple visi�n de las cosas para sentir que lo �nico que tenemos ante nosotros es agradar a Dios.

�De qu� sirve agradar al mundo, agradar a los grandes, es m�s, incluso agradar a los que amamos, en comparaci�n con esto? �Qu� beneficio tiene ser aplaudido, admirado, cortejado, seguido, en comparaci�n con este �nico objetivo de no desobedecer una visi�n celestial? "

Al dirigirse a la Iglesia de Corinto, Pablo une consigo mismo a un cristiano llamado S�stenes. Este era el nombre del gobernante principal de la sinagoga de Corinto, quien fue golpeado por los griegos en la corte de Gali�n, y no es imposible que fuera �l quien ahora estaba con Pablo en �feso. Si es as�, esto explicar�a que estuviera asociado con Pablo al escribir a Corinto. Es imposible decir qu� participaci�n en la letra ten�a S�stenes.

Puede que lo haya escrito siguiendo el dictado de Paul; puede haber sugerido aqu� y all� un punto que debemos abordar. Ciertamente, la f�cil suposici�n de Paul de un amigo como coautor de la carta muestra suficientemente que �l no ten�a una idea tan r�gida y formal de la inspiraci�n como la que tenemos nosotros. Al parecer, no se qued� a preguntar si S�stenes estaba calificado para ser el autor de un libro can�nico; pero conociendo la posici�n autoritaria que hab�a tenido entre los jud�os de Corinto, naturalmente une su nombre con el suyo al dirigirse a la nueva comunidad cristiana.

Las personas a quienes se dirige esta carta se identifican como "la Iglesia de Dios que est� en Corinto". A ellos se unen en car�cter, si no como destinatarios de esta carta, "todos los que en todo lugar invocan el nombre de Jesucristo nuestro Se�or". Y, por lo tanto, tal vez no estar�amos muy equivocados si tuvi�ramos que deducir de esto que Pablo habr�a definido a la Iglesia como la compa��a de todas aquellas personas que "invocan el nombre de Jesucristo.

"Invocar el nombre de cualquiera implica confiar en �l; y aquellos que invocan el nombre de Jesucristo son aquellos que miran a Cristo como su Se�or supremo, capaz de suplir todas sus necesidades. Es esta creencia en un Se�or lo que trae hombres juntos como una Iglesia cristiana.

Pero de inmediato nos enfrentamos a la dificultad de que muchas personas que invocan el nombre del Se�or lo hacen sin una convicci�n interna de su necesidad y, en consecuencia, sin una dependencia real de Cristo o sin lealtad a �l. En otras palabras, la Iglesia aparente no es la Iglesia real. De ah� la distinci�n entre la Iglesia visible, que est� formada por todos los que pertenecen nominal o exteriormente a la comunidad cristiana, y la Iglesia invisible, que est� formada por aquellos que interiormente y realmente son sujetos y pueblo de Cristo.

Se evita mucha confusi�n de pensamiento teniendo en cuenta esta obvia distinci�n. En las ep�stolas de Pablo, a veces se habla o se habla de la Iglesia ideal e invisible; a veces es la Iglesia real, visible, imperfecta, manchada con manchas antiest�ticas, que pide reprensi�n y correcci�n. D�nde est� la Iglesia visible y de qui�n est� compuesta, siempre podemos decir; sus miembros pueden contarse, su propiedad estimada, su historia escrita. Pero de la Iglesia invisible nadie puede escribir la historia completa, ni nombrar a los miembros, ni evaluar sus propiedades, dones y servicios.

Desde los primeros tiempos se ha acostumbrado a decir que la verdadera Iglesia debe ser una, santa, cat�lica y apost�lica. Eso es cierto si se quiere decir la Iglesia invisible. El verdadero cuerpo de Cristo, la compa��a de personas que en todos los pa�ses y edades han invocado a Cristo y le han servido, forman una Iglesia santa, cat�lica y apost�lica. Pero no es cierto en el caso de la Iglesia visible, y en varias ocasiones se han producido consecuencias desastrosas al intento de determinar mediante la aplicaci�n de estas notas qu� Iglesia visible actual tiene el mejor derecho a ser considerada la Iglesia verdadera.

Sin preocuparse expl�citamente por describir los rasgos distintivos de la verdadera Iglesia, Pablo aqu� nos da cuatro notas que siempre deben encontrarse:

1. Consagraci�n. La Iglesia est� compuesta por "los santificados en Cristo Jes�s".

2. Santidad: "llamados a ser santos".

3. Universalidad: "todos los que en todo lugar invocan el nombre", etc.

4. Unidad: "tanto su Se�or como el nuestro".

1. La verdadera Iglesia est�, ante todo, compuesta por personas consagradas. La palabra "santificar" tiene aqu� un significado algo diferente del que com�nmente le atribuimos. Significa m�s bien lo que est� apartado o destinado a usos santos que lo que ha sido santificado. Es en este sentido que nuestro Se�or usa la palabra cuando dice: "Por ustedes yo santifico" -o aparto- "a m� mismo". La Iglesia por su propia existencia es un cuerpo de hombres y mujeres apartados para un uso santo.

La palabra del Nuevo Testamento para Iglesia, ecclesia, significa una sociedad "llamada" entre otros hombres. No existe para prop�sitos comunes, sino para dar testimonio de Dios y de Cristo, para mantener ante los ojos y en todos los caminos y obras comunes de los hombres la vida ideal realizada en Cristo y la presencia y santidad de Dios. Los que forman la Iglesia deben cumplir el prop�sito de Dios al llamarlos a salir del mundo y considerarse a s� mismos como devotos y apartados para lograr ese prop�sito. Su destino ya no es el del mundo; y un esp�ritu puesto en la consecuci�n de las alegr�as y ventajas que ofrece el mundo est� totalmente fuera de lugar en ellos.

2. M�s particularmente, los que componen la Iglesia est�n llamados a ser "santos". La santidad es la caracter�stica inconfundible de la verdadera Iglesia. La gloria de Dios, inseparable de Su esencia, es Su santidad, Su eterna voluntad y haciendo solo lo mejor. Pensar en Dios haciendo mal es una blasfemia. Si Dios hiciera una sola vez lo mejor y lo correcto, lo amoroso y justo, dejar�a de ser Dios. Es tarea de la Iglesia exhibir en la vida y el car�cter humanos esta santidad de Dios. Aquellos a quienes Dios llama a su Iglesia, los llama a ser, sobre todo, santos.

La Iglesia de Corinto estaba en peligro de olvidar esto. Uno de sus miembros en particular hab�a sido culpable de una escandalosa violaci�n incluso del c�digo de moral pagano; y de �l Pablo dice sin concesiones: "Apartaos de entre vosotros a ese malvado". Incluso con los pecadores de un tipo menos flagrante, no se deb�a celebrar la comuni�n. "Si alg�n hombre que es llamado hermano", es decir, que dice ser cristiano, "es fornicador, o avaro, o id�latra, o injurioso, o borracho, o extorsionador, con �l no debes incluso comer.

"No hay duda de que existen riesgos y dificultades en la aplicaci�n de esta ley. El pecado oculto m�s grave puede pasarse por alto, la transgresi�n m�s evidente y venial puede ser castigada. Pero el deber de la Iglesia de mantener su santidad es innegable, y los que act�an por la Iglesia deben hacer todo lo posible a pesar de todas las dificultades y riesgos.

El deber principal, sin embargo, recae en los miembros, no en los gobernantes, en la Iglesia. Aquellos cuya funci�n es velar por la pureza de la Iglesia se salvar�an de toda acci�n dudosa si los miembros individuales estuvieran conscientes de la necesidad de una vida santa. Esto, deben tenerlo en cuenta, es el objeto mismo de la existencia de la Iglesia y de su estar en ella.

3. En tercer lugar, hay que tener siempre presente que la verdadera Iglesia de Cristo no se encuentra en un pa�s ni en una �poca, ni en esta o aquella Iglesia, ya sea que asuma el t�tulo de "cat�lica" o de orgullo. en s� mismo por ser nacional, sino que se compone de "todos los que en todo lugar invocan el nombre de nuestro Se�or Jesucristo". Felizmente ha pasado el tiempo en que, con cualquier demostraci�n de raz�n, cualquier Iglesia puede pretender ser cat�lica sobre la base de ser coextensiva con la cristiandad.

Es cierto que el cardenal Newman, una de las figuras m�s llamativas y probablemente el mayor eclesi�stico de nuestra propia generaci�n, se adhiri� a la Iglesia de Roma por este mismo motivo: pose�a esta nota de catolicidad. A sus ojos, acostumbrado a contemplar la suerte y el crecimiento de la Iglesia de Cristo durante los primeros y medievales siglos, parec�a que la Iglesia de Roma por s� sola ten�a alg�n derecho razonable para ser considerada la Iglesia cat�lica.

Pero fue traicionado, como lo han sido otros, al confundir la Iglesia visible con la Iglesia invisible. Ninguna Iglesia visible puede pretender ser la Iglesia cat�lica. El catolicismo no es cuesti�n de m�s o menos; no puede ser determinado por una mayor�a. Ninguna Iglesia que no pretenda contener a todo el pueblo de Cristo sin excepci�n puede pretender ser cat�lica. Probablemente haya algunos que acepten esta alternativa, y no vean que sea absurdo afirmar para cualquier Iglesia existente que es coextensiva con la Iglesia de Cristo.

3. La cuarta nota de la Iglesia aqu� impl�cita es su unidad. El Se�or de todas las Iglesias es un solo Se�or; en esta lealtad se centran, y por ella se mantienen unidos en una verdadera unidad. Claramente, esta nota solo puede pertenecer a la Iglesia invisible, y no a esa colecci�n m�ltiple de fragmentos incoherentes conocida como la Iglesia visible. De hecho, es dudoso que sea deseable una unidad visible. Teniendo en cuenta lo que es la naturaleza humana y lo propensos que son los hombres a ser intimidados e impuestos por lo que es grande, probablemente sea tan propicio para el bienestar espiritual de la Iglesia que est� dividida en partes.

Las divisiones externas en Iglesias nacionales e Iglesias bajo diferentes formas de gobierno y sosteniendo varios credos se hundir�an en la insignificancia, y no ser�an m�s lamentadas que la divisi�n de un ej�rcito en regimientos, si existiera la unidad real que brota de la verdadera lealtad al Se�or com�n y celo por la causa com�n m�s que por los intereses de nuestra propia Iglesia particular. Cuando la generosa rivalidad exhibida por algunos de nuestros regimientos en la batalla se convierte en envidia, la unidad se destruye y, de hecho, la actitud que a veces se asume hacia las Iglesias hermanas es m�s bien la de ej�rcitos hostiles que la de regimientos rivales que luchan por honrar la bandera com�n.

Uno de los signos esperanzadores de nuestro tiempo es que esto se comprende en general. Los cristianos est�n empezando a ver cu�nto m�s importantes son los puntos en los que est� de acuerdo toda la Iglesia que los puntos a menudo oscuros o triviales que dividen a la Iglesia en sectas. Las iglesias est�n comenzando a reconocer con cierta sinceridad que hay dones y gracias cristianos en todas las iglesias, y que ninguna iglesia comprende todas las excelencias de la cristiandad. Y la �nica unidad exterior que vale la pena tener es la que brota de la unidad interior, de un respeto y consideraci�n genuinos por todos los que poseen al mismo Se�or y se gastan en Su servicio.

Pablo, con su cortes�a habitual y su tacto instintivo, introduce lo que tiene que decir con un reconocimiento cordial de las excelencias distintivas de la Iglesia de Corinto: "Doy gracias a mi Dios siempre en tu nombre, por la gracia de Dios que te es dada en Cristo. Jes�s, que en todo hab�is sido enriquecidos en �l, en toda expresi�n y en todo conocimiento, as� como el testimonio de Cristo fue confirmado en vosotros.

"Pablo era uno de esos hombres de gran naturaleza que se regocijan m�s en la prosperidad de los dem�s que en la buena fortuna privada. El alma envidiosa se alegra cuando las cosas no van mejor con los dem�s que con �l mismo, pero los generosos y altruistas son sacados de la El gozo de Pablo -y no era un gozo mezquino o superficial- fue ver el testimonio que hab�a dado de la bondad y el poder de Cristo confirmado por las nuevas energ�as y capacidades que se desarrollaron en aquellos que cre�an en su testimonio.

Los dones que exhibieron los cristianos de Corinto pusieron de manifiesto que la presencia y el poder divinos proclamados por Pablo eran reales. Su testimonio con respecto al Se�or resucitado pero invisible fue confirmado por el hecho de que aquellos que creyeron en este testimonio e invocaron el nombre del Se�or recibieron dones que antes no hab�an disfrutado. En Corinto era innecesario un argumento adicional sobre el poder actual y presente del Se�or invisible.

Y en nuestros d�as es la nueva vida de los creyentes la que confirma con m�s fuerza el testimonio del Cristo resucitado. Todo el que se adhiere a la Iglesia da�a o ayuda a la causa de Cristo, propaga la fe o la incredulidad. En los corintios, el testimonio de Pablo con respecto a Cristo fue confirmado por la recepci�n de los raros dones de expresi�n y conocimiento. De hecho, es algo siniestro que la honestidad incorruptible de Pablo solo pueda reconocer su posesi�n de "dones", no de esas excelentes gracias cristianas que distinguieron a los tesalonicenses y otros de sus conversos.

Pero la gracia de Dios siempre debe ajustarse a la naturaleza del receptor; se realiza por medio del material que la naturaleza proporciona. La naturaleza griega carec�a en todo momento de seriedad y hab�a alcanzado poca solidez moral; pero durante muchos siglos hab�a sido entrenado para admirar y sobresalir en demostraciones intelectuales y oratorias. Los dones naturales de la raza griega fueron avivados y dirigidos por la gracia.

Su curiosidad y aprensi�n intelectual les permiti� arrojar luz sobre los fundamentos y resultados de los hechos cristianos; y su habla fluida y flexible form� una nueva riqueza y un empleo m�s digno en sus esfuerzos por formular la verdad cristiana y exhibir la experiencia cristiana. Cada raza tiene su propia contribuci�n que hacer para completar y desarrollar la madurez cristiana. Cada raza tiene sus propios dones; y s�lo cuando la gracia haya desarrollado todos estos dones en una direcci�n cristiana, podremos ver realmente la idoneidad del cristianismo para todos los hombres y la riqueza de la naturaleza y obra de Cristo, que puede atraer a todos y desarrollarlos mejor.

Pablo agradeci� a Dios por su don de expresi�n. Quiz�s hab�a vivido ahora, dentro del sonido de una expresi�n vertiginosa e incesante como el rugido del Ni�gara. podr�a haber tenido una palabra que decir en alabanza del silencio. Hoy en d�a existe m�s que el riesgo de que la palabra sustituya al pensamiento por un lado y a la acci�n por otro. Pero no pod�a dejar de pensar a Pablo que esta expresi�n griega, con el instrumento que ten�a en el idioma griego, era un gran regalo para la Iglesia.

En ning�n otro idioma podr�a haber encontrado una expresi�n tan adecuada, inteligible y hermosa para las nuevas ideas que dio origen al cristianismo. Y en este nuevo don de expresi�n entre los corintios pudo haber visto la promesa de una propagaci�n r�pida y eficaz del Evangelio. Porque, de hecho, hay pocos dones m�s valiosos que la Iglesia pueda recibir que la expresi�n. Que leg�timamente podamos esperar de la Iglesia cuando aprehenda tanto su propia riqueza en Cristo que se sienta movida a invitar a todo el mundo a compartir con ella, cuando a trav�s de todos sus miembros sienta la presi�n de pensamientos que exigen ser expresados, o cuando surgen en Incluso una o dos personas con la rara facultad de influir en grandes audiencias, tocar el coraz�n humano com�n y albergar en la mente del p�blico algunas ideas germinantes.

Los hombres que hablan crean nuevas �pocas en la vida de la Iglesia, no para satisfacer la expectativa de una audiencia, sino porque son impulsados ??por una fuerza que los impulsa hacia adentro, no porque est�n llamados a decir algo, sino porque lo tienen en ellos lo que deben decir.

Pero la expresi�n est� bien respaldada por el conocimiento. No siempre se ha recordado que Pablo reconoce el conocimiento como un don de Dios. A menudo, por el contrario, la determinaci�n de satisfacer el intelecto con la verdad cristiana ha sido reprendida como ociosa e incluso perversa. Para los corintios, la revelaci�n cristiana era nueva, y las mentes inquisitivas no pod�an sino esforzarse por armonizar los diversos hechos que transmit�a.

Este intento de comprender el cristianismo fue aprobado. Se foment� el ejercicio de la raz�n humana sobre las cosas divinas. La fe que aceptaba el testimonio era un don de Dios, pero tambi�n lo era el conocimiento que buscaba recomendar el contenido de este testimonio a la mente humana.

Pero, por ricos en dones que eran los corintios, no pod�an dejar de sentir, en com�n con todos los dem�s hombres, que ning�n don puede elevarnos por encima de la necesidad del conflicto con el pecado o ponernos m�s all� del peligro que ese conflicto conlleva. De hecho, los hombres ricos en dotes est�n a menudo m�s expuestos a la tentaci�n y sienten m�s intensamente que otros el verdadero peligro de la vida humana. Pablo, por tanto, concluye esta breve introducci�n se�alando la raz�n de su seguridad de que ser�n irreprensibles en el d�a de Cristo; y esa raz�n es que Dios est� en el asunto: "Dios es fiel, por quien fuisteis llamados a la comuni�n de su Hijo Jesucristo, nuestro Se�or.

"Dios nos llama con un prop�sito en mente, y es fiel a ese prop�sito. �l nos llama a la comuni�n de Cristo para que aprendamos de �l y seamos agentes adecuados para llevar a cabo toda la voluntad de Cristo. Temer eso, a pesar de nuestra Un deseo sincero de llegar a ser parte de la mente de Cristo y, a pesar de todos nuestros esfuerzos por entrar m�s profundamente en Su comuni�n, a�n fallaremos, es reflexionar sobre Dios como poco sincero en Su llamado o inconstante.

Los dones y el llamado de Dios son sin arrepentimiento. No se revocan con posterioridad a la consideraci�n. La invitaci�n de Dios nos llega y no se retira, aunque no se recibe con la aceptaci�n cordial que merece. Toda nuestra obstinaci�n en el pecado, toda nuestra ceguera hacia nuestra verdadera ventaja, toda nuestra falta de algo parecido a la generosa devoci�n propia, toda nuestra frivolidad, locura y mundanalidad, se comprenden antes de que se d� la llamada. Al llamarnos a la comuni�n de Su Hijo, Dios nos garantiza la posibilidad de que entremos en esa comuni�n y de ser aptos para ella.

Entonces, revivamos nuestras esperanzas y renovemos nuestra fe en el valor de la vida recordando que estamos llamados a la comuni�n de Jesucristo. Esto es satisfactorio; todo lo dem�s que nos llama en la vida es defectuoso e incompleto. Sin esta comuni�n con lo santo y eterno, todo lo que encontramos en la vida parece trivial o nos amarga el miedo a perder. En las actividades mundanas hay entusiasmo; pero cuando el fuego se apaga y las cenizas fr�as permanecen, la desolaci�n fr�a y vac�a es la porci�n del hombre cuyo todo ha sido el mundo.

No podemos elegir el mundo de manera razonable y deliberada; podemos dejarnos llevar por la codicia, la carnalidad o la terrenalidad para buscar sus placeres, pero nuestra raz�n y nuestra mejor naturaleza no pueden aprobar la elecci�n. Menos a�n aprueba nuestra raz�n que lo que no podemos elegir deliberadamente, debamos dejarnos gobernar y unirnos en la comuni�n m�s cercana. Cree en el llamado de Dios, esc�chalo, esfu�rzate por mantenerte en la comuni�n con Cristo, y cada a�o te dir� que Dios, que te ha llamado, es fiel y te acerca cada vez m�s a lo estable, feliz y feliz. satisfactorio.

Versículos 1-20

Cap�tulo 3

LAS FACCIONES

La primera secci�n de esta ep�stola, que se extiende desde el vers�culo d�cimo del primer cap�tulo hasta el final del cap�tulo cuarto, est� ocupada con un esfuerzo por apagar el esp�ritu de divisi�n que se hab�a manifestado en la Iglesia de Corinto. Pablo, con su acostumbrada franqueza, les dice a los corintios de quienes ha recibido informaci�n sobre ellos. Algunos miembros de la casa de Cloe que estaban entonces en �feso fueron sus informantes.

Cloe era evidentemente una mujer muy conocida en Corinto, y probablemente resid�a all�, aunque con alguna raz�n se ha se�alado que "est� m�s en armon�a con la discreci�n de San Pablo suponer que era una efesia conocida por los corintios, cuyo pueblo hab�a estado en Corinto y regres� a �feso ". El peligro de este esp�ritu partidista, que en �pocas posteriores ha debilitado tan gravemente a la Iglesia y obstaculizado su obra, le pareci� a Pablo tan urgente que abruptamente los conjur� a la unidad de sentimiento y de confesi�n por ese nombre que era a la vez "el v�nculo de uni�n y el nombre sant�simo por el que se les pudiera suplicar.

�Antes de hablar de los temas importantes que quiso tratar, primero debe darles a entender que no escribe a un partido, sino que busca ganarse el o�do de una Iglesia entera y unida.

Las partes en la Iglesia de Corinto a�n no se hab�an separado exteriormente unas de otras. Se sab�a que los miembros pertenec�an a tal o cual partido, pero adoraban juntos y todav�a no hab�an renunciado a la comuni�n entre ellos. Difer�an en doctrina, pero su fe en un Se�or los mantuvo unidos.

De estos partidos, Pablo nombra cuatro. En primer lugar, estaban los que sosten�an el propio Pablo y el aspecto del Evangelio que hab�a presentado. Le deb�an su propia salvaci�n; y habiendo experimentado la eficacia de su evangelio, no pod�an creer que hubiera otro modo eficaz de presentar a Cristo a los hombres. Y gradualmente se preocuparon m�s por defender la autoridad de Pablo que por ayudar a la causa de Cristo.

Probablemente cayeron en el error del que son responsables todos los meros partidarios, y se volvieron m�s paulinos que el mismo Pablo, magnificando sus peculiaridades y dando importancia a dichos casuales y pr�cticas privadas suyas que en s� mismas eran indiferentes. Aparentemente, exist�a el peligro de que se volvieran m�s paulinos que cristianos, que permitieran que su deuda con Pablo oscureciera su deuda con Cristo, y que se enorgullecieran tanto del maestro que descuidaran lo ense�ado.

Hab�a un segundo partido, agrupado en torno a Apolos. Este alejandrino erudito y elocuente hab�a llegado a Corinto despu�s de que Pablo se fue, y lo que Pablo hab�a plantado lo reg� con tanto �xito que muchos parec�an deberle todo. Hasta que vino y adapt� el Evangelio a sus conocimientos previos, y les mostr� sus relaciones con otras religiones, y les abri� su riqueza �tica y su relaci�n con la vida, no hab�an podido hacer pleno uso de las ense�anzas de Pablo.

�l hab�a sembrado la semilla en sus mentes; se hab�an adue�ado de la verdad de sus declaraciones y las hab�an aceptado; pero hasta que oyeron a Apolos no pudieron aferrarse a la verdad con suficiente precisi�n, y no pudieron actuar con valent�a sobre ella. La ense�anza de Apolos no se opone a la de Pablo, sino que la complementa. Al final de esta carta, Pablo les dice a los corintios que le hab�a pedido a Apolos que los volviera a visitar, pero Apolos se hab�a negado, y muy probablemente se neg� porque sab�a que se hab�a formado un partido en su nombre y que su presencia en Corinto solo ser�a suficiente. fomentarlo y aumentarlo. Por lo tanto, es obvio que no hubo celos entre los mismos Pablo y Apolos, independientemente de la rivalidad que pudiera existir entre sus seguidores.

El tercero se glori� en el nombre de Cefas; es decir, Pedro, el ap�stol de la circuncisi�n. Es posible que Pedro hubiera estado en Corinto, pero no es necesario suponerlo. Su nombre se us� en oposici�n al de Pablo como representante del grupo original de ap�stoles que hab�an acompa�ado al Se�or durante Su vida y que se adhirieron a la observancia de la ley jud�a. No podemos decir exactamente hasta qu� punto el partido de Cefas en Corinto se complaci� en menospreciar la autoridad de Pablo.

Sin embargo, hay indicios en la Ep�stola de que citaron en su contra incluso su abnegaci�n, argumentando que no se atrevi� ni a pedirle a la Iglesia que lo mantuviera ni a casarse, como hab�a hecho Pedro, porque sent�a que su pretensi�n de Ser ap�stol era inseguro. Puede imaginarse lo doloroso que debe haber sido para un hombre noble como Pablo verse obligado a defenderse de tales acusaciones, y con qu� mezcla de indignaci�n y verg�enza debe haber escrito las palabras: "�No tenemos poder para dirigirnos? una hermana, una esposa, as� como otros ap�stoles, y como los hermanos del Se�or y Cefas? O s�lo yo y Bernab�, �no tenemos poder para dejar de trabajar? " Este partido ten�a entonces elementos m�s peligrosos que el partido de Apolos.

Del cuarto partido, que se llam� a s� mismo "de Cristo", aprendemos m�s en la Segunda Ep�stola que en la Primera. De un estallido sorprendente y poderoso en esa Ep�stola, 2 Corintios 10:7 , 2 Corintios 11:1 , 2 Corintios 12:1 , parecer�a que el partido de Cristo fue formado y dirigido por hombres que se enorgullec�an de su ascendencia hebrea, 2 Corintios 11:22 y al haber aprendido su cristianismo, no de Pablo, Apolos o Cefas, sino de Cristo mismo.

1 Corintios 1:12 , 2 Corintios 10:7 Estos hombres llegaron a Corinto con cartas de encomio, 2 Corintios 3:1 probablemente de Palestina, como hab�an conocido a Jes�s, pero no de los Ap�stoles en Jerusal�n, porque se separaron de los Fiesta petrina en Corinto.

Afirmaron ser ap�stoles de Cristo 2 Corintios 11:13 y "ministros de justicia"; 2 Corintios 11:15 pero como ense�aron a "otro Jes�s", "otro esp�ritu", "otro evangelio", 2 Corintios 11:4 Pablo no duda en denunciarlos como falsos ap�stoles e ir�nicamente en sostenerlos como -a los ap�stoles ". Sin embargo, hasta el momento, en la fecha de la Primera Ep�stola, o no hab�an mostrado tan claramente sus verdaderos colores, o Pablo no estaba consciente de todo el mal que estaban haciendo.

El Ap�stol se entera de estas cuatro partes con consternaci�n. �Qu� pensar�a entonces del estado actual de la Iglesia? En Corinto todav�a no hab�a cisma, ni secesi�n, ni perturbaci�n externa de la Iglesia; y ciertamente Pablo no parece contemplar como posible lo que en nuestros d�as es la condici�n normal: una Iglesia dividida en peque�as secciones, cada una de las cuales adora por s� misma, y ??mira a las dem�s con cierta desconfianza o desprecio.

Todav�a no parec�a posible que los miembros del �nico cuerpo de Cristo se negaran a adorar a su Se�or com�n en comuni�n unos con otros y en un solo lugar. Sin duda, los males que acompa�an a tal condici�n de cosas pueden magnificarse indebidamente; pero probablemente estemos m�s inclinados a pasar por alto que a magnificar el da�o causado por la desuni�n en la Iglesia. La Iglesia estaba destinada a ser el gran unificador de la raza.

Dentro de su palidez se iban a reunir todo tipo de hombres. Las distinciones deb�an eliminarse; las diferencias deb�an olvidarse; los pensamientos e intereses m�s profundos de todos los hombres deb�an ser reconocidos como comunes; no habr�a ni jud�o ni gentil, griego ni b�rbaro, esclavo ni libre. Pero en lugar de unir a hombres que de otro modo estar�an alienados, la Iglesia ha enajenado a vecinos y amigos; y los hombres que hacen negocios juntos, que cenan juntos, no adorar�n juntos.

As�, la Iglesia ha perdido gran parte de su fuerza. Si el reino de Cristo hubiera sido visiblemente uno, habr�a sido supremo y sin rival en el mundo. Si hubiera habido uni�n donde ha habido divisi�n, el gobierno y la influencia de Cristo habr�an superado con creces cualquier otra influencia que la paz y la verdad, el derecho y la justicia, la piedad y la misericordia hubieran reinado en todas partes. Pero en lugar de esto, la fuerza de la Iglesia se ha desperdiciado en luchas civiles y guerras partidarias, sus hombres m�s capaces se han gastado en controversias y, a trav�s de la divisi�n, su influencia se ha vuelto insignificante.

El mundo mira y se r�e mientras ve a la Iglesia dividida contra s� misma y disputando peque�as diferencias, mientras que deber�a estar atacando el vicio, la impiedad y la ignorancia. Y, sin embargo, se piensa que el cisma no es pecado; y aquello de lo que los reformadores se estremecieron y se acobardaron, esa secesi�n que tem�an hacer incluso de una Iglesia tan corrupta como la de Roma entonces, todo eclesi�stico mezquino ahora presume iniciar.

Ahora que la Iglesia est� hecha pedazos, quiz�s el primer paso hacia la restauraci�n de la verdadera unidad sea reconocer que puede haber uni�n real sin unidad de organizaci�n externa. En otras palabras, es muy posible que las iglesias que tienen individualmente una existencia corporativa separada, digamos las iglesias presbiteriana, independiente y episcopal, puedan ser una en el sentido del Nuevo Testamento. La raza humana es una; pero esta unidad admite innumerables variedades y diversidades en apariencia, en color, en lenguaje y de infinitas divisiones subordinadas en razas, tribus y naciones.

De modo que la Iglesia puede ser verdaderamente una, una en el sentido que nuestro Se�or pretend�a, una en la "unidad del Esp�ritu" y el v�nculo de la paz, aunque contin�en existiendo varias divisiones y sectas. Se puede argumentar muy bien que, constituida como est� la naturaleza humana, la Iglesia, como cualquier otra sociedad o instituci�n, ser� mejor que un rival en competencia, si no en oposici�n; que cismas, divisiones, sectas, son males necesarios; que la verdad ser� investigada m�s a fondo, la disciplina se mantendr� con m�s diligencia y justicia, las actividades �tiles se dedicar�n m�s vigorosamente, si hay iglesias rivales que si hay una.

Y es ciertamente cierto que, hasta donde el hombre pueda prever, no hay posibilidad, por no decir perspectiva, de que la Iglesia de Cristo se convierta en una vasta organizaci�n visible. La unidad en ese sentido es impedida por los mismos obst�culos que impiden que todos los Estados y gobiernos de la tierra se fusionen en un gran reino. Pero as� como en medio de todas las diversidades de gobierno y costumbres es deber de los Estados recordar y mantener su hermandad com�n y abstenerse de la tiran�a, la opresi�n y la guerra, as� es el deber de las Iglesias, sin importar cu�n separadas en credo o forma de gobierno, mantener y exhibir su unidad.

Si las sectas de la Iglesia se reconocen franca y cordialmente unas a otras como partes de un mismo todo, si exhiben su relaci�n combin�ndose en buenas obras, mediante un intercambio de civilidades eclesi�sticas, ayud�ndose mutuamente cuando se necesita ayuda, esto es , Concibo, uni�n real. Ciertamente, las iglesias que consideran que es su deber mantener una existencia separada deben tener el mismo cuidado de mantener una unidad real con todas las dem�s iglesias.

Nuevamente, debe tenerse en cuenta que puede haber uni�n real sin unidad en el credo. Sin embargo, como las iglesias pueden ser verdaderamente una, por conveniencia o por alg�n escr�pulo de conciencia, mantienen una existencia separada, as� la unidad requerida en el Nuevo Testamento no es la uniformidad de creencia con respecto a todos los art�culos de fe. Esta uniformidad es deseable; es deseable que todos los hombres conozcan la verdad.

Pablo, aqu� y en otros lugares, ruega a sus lectores que se esfuercen por estar de acuerdo y sean de una sola opini�n. Es muy cierto que la Iglesia ha ganado mucho con las diferencias de opini�n. Es cierto que si todos los hombres estuvieran de acuerdo, podr�a existir el peligro de que la verdad se quedara sin vida y se olvidara por falta del est�mulo que deriva del asalto, la discusi�n y el cuestionamiento cruzado. Sin duda, es el hecho de que la doctrina ha sido comprobada y desarrollada precisamente en proporci�n y en respuesta a los errores y equivocaciones de los herejes; y si cesaran todos los ataques y la oposici�n incluso ahora, podr�a existir el peligro de que se produjera un tratamiento sin vida de la verdad.

Y, sin embargo, nadie puede desear que los hombres se equivoquen; nadie puede desear que se multipliquen las herej�as para estimular a la Iglesia. Una visita de c�lera puede resultar en limpieza y cuidado, pero nadie desea que el c�lera venga. La oposici�n en el Parlamento es un servicio reconocido para el pa�s, pero cada partido desea que sus sentimientos se vuelvan universales. As� tambi�n, a pesar de cada buen resultado que pueda surgir de la diversidad de opiniones sobre la verdad divina, el acuerdo y la unanimidad es lo que todos deber�an aspirar.

Incluso podemos ver razones para creer que los hombres nunca pensar�n igual; podemos pensar que no est� en la naturaleza de las cosas que hombres de diversa disposici�n natural, diversa experiencia y educaci�n, piensen lo mismo; si es cierto, como ha dicho un gran pensador, que "nuestro sistema de pensamiento es muy a menudo s�lo la historia de nuestro coraz�n", entonces el esfuerzo por llevar a los hombres a una uniformidad precisa del pensamiento es in�til: y sin embargo, este esfuerzo debe realizarse .

Ning�n hombre que crea haber encontrado la verdad puede abstenerse de difundirla al m�ximo de su capacidad. Si sus puntos de vista favoritos se oponen en la conversaci�n, hace lo que puede para convencer y convertir a sus antagonistas. Existe la verdad, hay un bien y un mal, y no es todo lo mismo si conocemos la verdad o estemos equivocados; y la doctrina es simplemente verdad expresada; y aunque puede que no se exprese toda la verdad, incluso esta expresi�n parcial de ella puede ser mucho m�s segura y cercana a lo que deber�amos creer que alguna negaci�n actual de la verdad. Pablo desea que la gente crea ciertas cosas, no como si entonces fueran completamente iluminados, sino porque hasta ahora ser�n iluminados y hasta ahora defendidos contra el error.

Pero la pregunta sigue siendo: �Qu� verdades deben convertirse en t�rminos de comuni�n? �Es alguna vez justificable el cisma o la secesi�n sobre la base de que en la Iglesia se ense�a el error?

�sta es una pregunta muy dif�cil de responder. La Iglesia de Cristo est� formada por aquellos que conf�an en �l como poder de Dios para salvaci�n. �l est� en comuni�n con todos los que as� conf�an en �l, sean grandes o peque�os sus conocimientos; y no podemos negarnos a comunicarnos con aquellos con quienes �l est� en comuni�n. Y se puede cuestionar muy razonablemente si alguna parte de la Iglesia tiene derecho a identificarse con un credo que la experiencia pasada prueba que la Iglesia entera nunca adoptar� y que, por tanto, la convierte necesariamente en cism�tica y sectaria.

Como manifiestos o res�menes did�cticos de la verdad, las confesiones de fe pueden resultar de gran utilidad. El conocimiento sistem�tico es deseable en todo momento; y como columna vertebral a la que se a�aden todos los conocimientos adquiridos, el catecismo o la confesi�n de fe es parte del equipamiento necesario de una Iglesia. Pero ning�n error doctrinal que no subvierte la fe personal en Cristo debe permitirse que separe a las iglesias.

La teolog�a no debe hacerse m�s que el cristianismo. No podemos prestar demasiada atenci�n a la doctrina o luchar demasiado por la fe; No podemos buscar ansiosamente tener y difundir puntos de vista claros de la verdad: pero si hacemos de nuestros puntos de vista claros una raz�n para pelear con otros cristianos y un obst�culo para nuestra comuni�n con ellos, olvidamos que Cristo es m�s que doctrina y caridad mejor que conocimiento.

Pablo ciertamente estaba contemplando a Cristo, y no a un credo, como el principio y centro de la unidad de la Iglesia, cuando exclam�: "�Est� Cristo dividido?" La unidad indivisible de Cristo mismo es en la mente de Pablo el argumento suficiente para la unidad de la Iglesia. Si puedes dividir al �nico Cristo, y si una Iglesia puede vivir en una parte, otra en otra, entonces puedes tener varias Iglesias; pero si hay un solo Cristo indivisible, entonces hay una sola Iglesia indivisible.

En todos los cristianos y en todas las Iglesias, el �nico Cristo es la vida de cada uno. Y es monstruoso que aquellos que est�n vitalmente unidos a una Persona y vivificados por un Esp�ritu no reconozcan de ninguna manera su unidad.

Es con algo parecido al horror que Pablo contin�a preguntando: "�Fue Pablo crucificado por ti?" Da a entender que s�lo con la muerte de Cristo se puede fundar la Iglesia. Si los que se enorgullec�an de ser seguidores de Pablo estaban en peligro de exaltarlo al lugar de Cristo, estaban perdiendo su salvaci�n y no ten�an ning�n derecho a estar en la Iglesia. Quita la muerte de Cristo y la conexi�n personal del creyente con el Redentor crucificado, y quita la Iglesia.

De esta expresi�n casual de Pablo vemos su actitud habitual hacia Cristo; y m�s claramente que a partir de cualquier exposici�n laboriosa, deducimos que en su mente la preeminencia de Cristo era �nica, y que esta preeminencia se bas� en Su crucifixi�n. Pablo comprendi�, y nunca tard� en afirmar, la deuda de las j�venes Iglesias cristianas consigo mismo: era su padre y sin �l no habr�an existido.

Pero �l no fue su salvador, el fundamento sobre el que fueron edificados. Ni por un momento supuso que podr�a ocupar hacia los hombres la posici�n que ocupaba Cristo. Esa posici�n era �nica, completamente distinta a la que ocupaba. Nadie pod�a compartir con Cristo el ser Cabeza de la Iglesia y Salvador del cuerpo. Pablo no pens� en Cristo como uno entre muchos, como el mejor entre muchos que lo hab�an hecho bien.

No pensaba en �l como el mejor entre los maestros renombrados y �tiles, como alguien que hab�a agregado a lo que los maestros anteriores hab�an estado construyendo. Pensaba en su obra tan trascendente y distinta de la obra de otros hombres que fue con una especie de horror cuando vio que exist�a la posibilidad de que algunos confundieran su propia obra apost�lica con la obra de Cristo. Agradece fervientemente a Dios que ni siquiera hab�a bautizado a muchas personas en Corinto, no sea que se suponga que las hab�a bautizado en su propio nombre, y as� implicaba, como implica el bautismo, que los hombres deb�an reconocerlo como su l�der y cabeza.

Si la parte principal de la obra de Cristo hubiera sido su lecci�n de abnegaci�n, �no podr�a la vida de Pablo haberla rivalizado muy bien, y no podr�an haber sido perdonados aquellos que hab�an visto la vida de Pablo y sintieron el poder de su bondad si se sintieran as�? �M�s en deuda con �l que con el Jes�s m�s remoto?

La siempre recurrente disposici�n, entonces, de reducir la obra de Cristo al nivel de comparaci�n con la obra realizada por otros hombres por la raza, debe tener en cuenta esta expresi�n que nos revela el pensamiento de Pablo al respecto. Ciertamente Pablo comprende que entre su obra y la obra de Cristo se fija un abismo infranqueable. Pablo estaba completamente dedicado a sus semejantes, hab�a sufrido y estaba preparado nuevamente para sufrir cualquier dificultad y ultraje en su causa, pero le parec�a monstruoso que cualquier persona confundiera la influencia de su obra con la de Cristo.

Y lo que le dio a Cristo este lugar especial y reclamo fue Su crucifixi�n. Perdemos lo que Pablo encontr� en la obra de Cristo siempre que miremos m�s a Su vida que a Su muerte. Pablo no dice: �Fue Pablo tu maestro de religi�n y dirigi� tus pensamientos a Dios? �Pablo con su vida te mostr� la belleza del sacrificio y la santidad? sino "�Fue Pablo crucificado por ti?" Fue la muerte de Cristo por su pueblo lo que le dio el reclamo �nico de su lealtad y devoci�n. La Iglesia est� fundada sobre la Cruz.

Sin embargo, no fue el mero hecho de Su muerte lo que le dio a Cristo este lugar, y lo que reclama la consideraci�n y la confianza de todos los hombres. Paul realmente hab�a dado su vida por los hombres; m�s de una vez hab�a sido dado por muerto, habiendo provocado por la verdad que ense�aba el odio de los jud�os, como lo hab�a hecho Jes�s. Pero incluso esto no lo llev� a rivalizar con el inaccesible Redentor. Pablo sab�a que en la muerte de Cristo hab�a un significado que el suyo nunca podr�a tener.

No fue solo el autosacrificio humano lo que se manifest� all�, sino el autosacrificio Divino. Cristo muri� como Representante de Dios tan verdaderamente como muri� como Representante del hombre. Paul no pudo hacer esto. En la muerte de Cristo hubo lo que no podr�a haber en ning�n otro: un sacrificio por los pecados de los hombres y una expiaci�n por estos pecados. A trav�s de esta muerte, los pecadores encuentran un camino de regreso a Dios y la seguridad de la salvaci�n.

Se llev� a cabo una obra en la que el m�s puro de los hombres no podr�a ayudarlo, sino que �l mismo debe depender de ella y recibir el beneficio de ella. Cristo por su muerte est� separado de todos los hombres, siendo �l el Redentor, ellos los redimidos.

Este trabajo excepcional y �nico, entonces, �qu� hemos hecho con �l? Pablo, probablemente en general el hombre m�s rico moral e intelectualmente que el mundo ha visto, encontr� su verdadera vida y su verdadero yo en la obra de esta otra Persona. Fue en Cristo que Pablo aprendi� por primera vez cu�n grande es la vida humana, y fue a trav�s de Cristo y Su obra que Pablo entr� por primera vez en comuni�n con el Dios verdadero. Este m�s grande de los hombres le deb�a todo a Cristo, y estaba tan convencido interiormente de esto que, en coraz�n y alma, se rindi� a Cristo y se glori� en servirle.

�C�mo te va con nosotros? �Nos da realmente la obra de Cristo esos magn�ficos resultados que le dio a Pablo? �O la mayor realidad en este mundo humano nuestro es totalmente infructuosa en lo que a nosotros respecta? Llen� la mente de Paul, su coraz�n, su vida; no le dejaba nada m�s que desear: este hombre, formado en el tipo m�s noble y m�s grande, encontr� lugar solo en Cristo para el pleno desarrollo y ejercicio de sus poderes. �No est� claro que si descuidamos la conexi�n con Cristo que Pablo encontr� tan fruct�fera, estamos cometiendo la mayor injusticia y preferimos una prisi�n estrecha a la libertad y la vida?

Versículos 17-31

Cap�tulo 4

LA LOCURA DE PREDICAR

En la secci�n anterior de esta ep�stola, Pablo introdujo el tema que era prominente en sus pensamientos mientras escrib�a: el estado dividido de la Iglesia de Corinto. �l conjur� a los partidos rivales por el nombre de Cristo para que se mantuvieran unidos, descartaran los nombres de los partidos y se combinaran en una sola confesi�n. Les record� que Cristo es indivisible y que la Iglesia fundada en Cristo tambi�n debe ser una. Les muestra cu�n imposible es que nadie m�s que Cristo sea el fundamento de la Iglesia, y agradece a Dios que no haya dado ning�n pretexto a nadie para suponer que hab�a buscado fundar un partido.

Si hubiera bautizado siquiera a los conversos al cristianismo, podr�a haber habido personas lo suficientemente tontas como para susurrar que hab�a bautizado en su propio nombre y que ten�a la intenci�n de fundar una comunidad paulina, no cristiana. Pero providencialmente hab�a bautizado a muy pocos, y se hab�a limitado a predicar el Evangelio, que consideraba la obra propia a la que Cristo le hab�a "enviado"; es decir, para lo cual ten�a una comisi�n y autoridad de Ap�stol.

Pero al repudiar as� la idea de haber apoyado la fundaci�n de un partido paulino, se le ocurre que algunos dir�n: S�, es cierto que no bautiz�; pero su predicaci�n pudo haber ganado partidarios de manera m�s eficaz de lo que hubiera podido lograr incluso bautiz�ndolos en su propio nombre. Y as� Pablo contin�a mostrando que su predicaci�n no fue la de un demagogo o l�der de un partido, sino que fue una simple declaraci�n de un hecho, adornado y desencadenado por absolutamente nada que pudiera desviar la atenci�n del hecho, ya sea hacia el orador o hacia su estilo. . De ah� esta digresi�n sobre la necedad de la predicaci�n.

En esta secci�n de la ep�stola, el prop�sito de Pablo es explicar a los corintios (1) el estilo de predicaci�n que hab�a adoptado mientras estaba con ellos y (2) por qu� hab�a adoptado este estilo.

I. Su tiempo en Corinto, les asegura, lo hab�a gastado, no en propagar una filosof�a o sistema de verdad peculiar a �l, y que podr�a haber sido identificado con su nombre, sino en presentar la Cruz de Cristo y hacer las declaraciones m�s claras. de hecho con respecto a la muerte de Cristo. Al acercarse a los corintios, Pablo necesariamente hab�a sopesado en su propia mente los m�ritos comparativos de varios modos de presentar el Evangelio.

Al igual que todos los hombres que est�n a punto de dirigirse a una audiencia, �l tom� en consideraci�n las aptitudes, peculiaridades y expectativas de su audiencia, para poder enmarcar sus argumentos, declaraciones y llamamientos de tal manera que sea m�s probable que lleven a cabo su punto. Los corintios, como bien sab�a Pablo, estaban especialmente abiertos a los atractivos de la ret�rica y la discusi�n filos�fica. Era probable que una nueva filosof�a revestida de un lenguaje elegante asegurara varios disc�pulos.

Y estaba bastante en el poder de Pablo presentar el Evangelio como una filosof�a. Pudo haber hablado a los corintios en un lenguaje extenso e impresionante del destino del hombre, de la unidad de la raza y del hombre ideal en Cristo. Podr�a haber basado todo lo que ten�a para ense�arles en algunos de los dictados o teor�as aceptadas de sus propios fil�sofos. Pudo haber propuesto algunos argumentos nuevos a favor de la inmortalidad o la existencia de un Dios personal, y haber mostrado cu�n congruente es el Evangelio con estas grandes verdades.

�l podr�a, como algunos maestros posteriores, haber enfatizado alg�n aspecto particular de la verdad divina, y haber identificado su ense�anza con este aspecto del cristianismo de tal manera que fund� una escuela o secta conocida por su nombre. Pero deliberadamente rechaz� este m�todo de presentar el Evangelio y decidi� no saber nada entre ellos excepto "Jesucristo y este crucificado". Despoj� a su mente, por as� decirlo, de todo su conocimiento y pensamiento, y lleg� entre ellos como un hombre ignorante que solo ten�a hechos que contar.

Entonces, en este caso, Pablo confi� deliberadamente en la mera declaraci�n de hechos, y no en ninguna teor�a sobre estos hechos. �sta es una distinci�n sumamente importante que todos los predicadores deben tener en cuenta, ya sea que se sientan llamados por sus circunstancias a adoptar el m�todo de Pablo o no. Al predicar a audiencias con quienes los hechos est�n familiarizados, es perfectamente justificable sacar inferencias de ellos y teorizar sobre ellos para la instrucci�n y edificaci�n del pueblo cristiano.

El mismo Pablo habl� de "sabidur�a entre los perfectos". Pero lo que hay que se�alar es que para hacer la obra propia del Evangelio, para hacer cristianos a los hombres, no es la teor�a ni la explicaci�n, sino el hecho, lo que es eficaz. Es la presentaci�n de Cristo tal como se presenta en los Evangelios escritos, la narraci�n de su vida y muerte sin nota ni comentario, teor�a o inferencia, argumento o apelaci�n, lo que se encuentra en el primer rango de eficiencia como medio de evangelizar al mundo. . Pablo, siempre moderado, no denuncia otros m�todos de presentar los Evangelios como ileg�timos; pero en sus circunstancias, la mera presentaci�n de los hechos parec�a el �nico m�todo sabio.

Sin duda, podemos presionar indebidamente las palabras de Pablo; y probablemente deber�amos hacerlo si supi�ramos que �l simplemente les dijo a sus oyentes c�mo Cristo hab�a vivido y muerto y no les dio ninguna idea del significado de Su muerte. Sin embargo, lo menos que podemos deducir de sus palabras es que confiaba m�s en los hechos que en cualquier explicaci�n de los hechos, m�s en la narraci�n que en la inferencia y la teor�a. Ciertamente, el descuido de esta distinci�n hace que una gran proporci�n de la predicaci�n moderna sea ineficaz y f�til.

Los predicadores dedican su tiempo a explicar c�mo la Cruz de Cristo debe influir en los hombres, mientras que deben ocupar su tiempo en presentar la Cruz de Cristo de tal manera que influya en los hombres. Dan explicaciones laboriosas de la fe y elaboran instrucciones con respecto al m�todo y los resultados de la fe, mientras deben exhibir a Cristo para que la fe se despierte instintivamente. El actor en el escenario no instruye a su audiencia sobre c�mo deber�a ser afectado por la obra; �l les presenta tal o cual escena que instintivamente sonr�en o encuentran que se les llenan los ojos.

A los espectadores de la Crucifixi�n que se golpeaban el pecho y regresaban a sus casas con asombro y remordimiento, no se les dijo que deb�an sentir remordimientos; les bast� que vieran al Crucificado. As� es siempre; es la visi�n directa de la Cruz, y no todo lo que se dice de ella, lo que es m�s eficaz para producir penitencia y fe. Y es tarea del predicador presentar claramente a Cristo ya �l crucificado ante los ojos de los hombres; Una vez hecho esto, habr� poca necesidad de explicaciones de fe o de inculcaci�n de penitencia. Haz que los hombres vean a Cristo, pon al Crucificado claro ante ellos, y no necesitas decirles que se arrepientan y crean; si esa visi�n no los hace arrepentirse, no contar la tuya los har�.

El mero hecho de que fuera una Persona, no un sistema de filosof�a, lo que Pablo proclamaba era prueba suficiente de que no estaba ansioso por convertirse en el fundador de una escuela o en el l�der de un partido. Fue a otra Persona, no a s� mismo, a quien dirigi� la atenci�n y la fe de sus oyentes. Y lo que distingue permanentemente al cristianismo de todas las filosof�as es que presenta a los hombres, no un sistema de verdad para ser entendido, sino una Persona en quien confiar.

El cristianismo no es traernos una nueva verdad, sino traernos una nueva Persona. La manifestaci�n de Dios en Cristo est� en armon�a con toda la verdad; pero no estamos obligados a percibir y comprender esa armon�a, sino a creer en Cristo. El cristianismo es para todos los hombres, y no para unos pocos selectos y altamente educados; y depende, por tanto, no de la capacidad excepcional de ver la verdad, sino de las emociones humanas universales de amor y confianza.

II. Pablo justifica su rechazo de la filosof�a o la "sabidur�a" y su adopci�n del m�todo m�s simple pero m�s dif�cil de declarar los hechos por tres razones. La primera es que el m�todo de Dios hab�a cambiado. Durante un tiempo, Dios permiti� que los griegos lo buscaran con su propia sabidur�a; ahora se les presenta en la locura de la cruz ( 1 Corintios 1:17 ).

El segundo motivo es que los sabios no responden universalmente a la predicaci�n de la cruz, un hecho que muestra que no es la sabidur�a a lo que apela la predicaci�n ( 1 Corintios 1:26 ). Y su tercer motivo es que, tem�a que, si usaba la "sabidur�a" al presentar el Evangelio, sus oyentes podr�an sentirse atra�dos s�lo superficialmente por su capacidad de persuasi�n y no profundamente conmovidos por el poder intr�nseco de la Cruz. 1 Corintios 2:1 .

1. Su primera raz�n es que Dios hab�a cambiado su m�todo. "Porque en la sabidur�a de Dios, el mundo no conoci� a Dios mediante la sabidur�a, agrad� a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicaci�n". Incluso el m�s sabio de los griegos s�lo hab�a alcanzado visiones inadecuadas e indefinidas de Dios. Admirables y pat�ticas son las b�squedas de los nobles intelectos que se encuentran en la primera fila de la filosof�a griega; y algunos de sus descubrimientos con respecto a Dios y sus caminos est�n llenos de instrucci�n.

Pero estos pensamientos, acariciados por unos pocos hombres sabios y devotos, nunca penetraron en el pueblo, y por su vaguedad e incertidumbre fueron incapaces de influir profundamente en nadie. Pasar incluso de Plat�n al Evangelio de Juan es realmente pasar de las tinieblas a la luz. Plat�n filosofa, y algunas almas parecen por un momento ver las cosas con mayor claridad; Pedro predica y tres mil almas cobran vida.

Si Dios iba a ser conocido por los hombres en general, no era a trav�s de la influencia de la filosof�a. La filosof�a ya hab�a hecho todo lo posible; y en lo que respecta a cualquier conocimiento popular y santificador de Dios, la filosof�a bien podr�a no haberlo sido nunca. "El mundo por sabidur�a no conoci� a Dios". No se puede hacer una afirmaci�n m�s segura sobre el mundo antiguo.

Lo que, de hecho, ha dado a conocer a Dios es la Cruz de Cristo. Sin duda debe haber parecido una locura y una mera locura convocar al buscador de Dios para que se aleje de las elevadas y elevadas especulaciones de Plat�n sobre el bien y lo eterno y se�alarle al Crucificado, a una forma humana galimatizada en la cruz de un malhechor, a un hombre que hab�a sido ahorcado. Nadie conoc�a mejor que Pablo la infamia asociada a esa muerte maldita, y nadie pod�a medir m�s claramente la sorpresa y estupefacci�n con que la mente griega escuchar�a el anuncio de que all� estaba Dios para ser visto y conocido.

Pablo entendi� la ofensa de la Cruz, pero tambi�n conoc�a su poder. "Los jud�os piden se�al, y los griegos buscan sabidur�a; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, a los jud�os tropiezo y a los griegos locura, pero a los llamados, as� jud�os como griegos, Cristo poder de Dios, y la sabidur�a de Dios ".

Como prueba de que Dios estaba en medio de ellos y como revelaci�n de la naturaleza de Dios, los jud�os requer�an una se�al, una demostraci�n de poder f�sico. Una de las tentaciones de Cristo fue saltar desde la cima del templo, porque as� habr�a ganado la aceptaci�n como el Cristo. La gente nunca dej� de clamar por una se�al. Quer�an que �l ordenara que se quitara una monta�a y se la arrojara al mar; deseaban que �l ordenara que el sol se detuviera o que el Jord�n se retirara a su fuente.

Quer�an que �l hiciera alguna demostraci�n de poder sobrehumano, por lo que dejaron sin lugar a dudas que Dios estaba presente. Incluso al final, les habr�a satisfecho si hubiera ordenado que se cayeran los clavos y hubiera bajado de la cruz entre ellos. No pod�an entender que permanecer en la Cruz era la verdadera prueba de la Divinidad. La Cruz les pareci� una confesi�n de debilidad. Buscaron una demostraci�n de que el poder de Dios estaba en Cristo y se les se�al� la Cruz.

Pero para ellos, la Cruz era un obst�culo que no pod�an superar. Y, sin embargo, en �l estaba todo el poder de Dios para la salvaci�n del mundo. Todo el poder que habita en Dios para sacar a los hombres del pecado hacia la santidad y hacia �l mismo estaba en realidad en la Cruz. Porque el poder de Dios que se requiere para atraer a los hombres hacia �l no es el poder de alterar el curso de los r�os o cambiar el lugar de las monta�as, sino el poder de simpatizar, de hacer suyas las penas de los hombres, de sacrificarse, de dar todo por el bien. necesidades de sus criaturas.

Para aquellos que creen en el Dios all� revelado, la Cruz es el poder de Dios. Es este amor de Dios el que los domina y les hace imposible resistirlo. A un Dios que se les da a conocer en el sacrificio de s� mismos, r�pidamente

2. Como segundo fundamento sobre el que basar la justificaci�n de su m�todo de predicaci�n, Pablo apela a los elementos constitutivos de los que se compon�a realmente la Iglesia de Corinto. Est� claro, dice, que no es por la sabidur�a humana, ni por el poder, ni por nada generalmente estimado entre los hombres que usted ocupa su lugar en la Iglesia. El hecho es que �no son llamados muchos sabios seg�n la carne, no muchos valientes, no muchos nobles.

"Si la sabidur�a o el poder humanos mantuvieran las puertas del reino, ustedes mismos no estar�an en �l. Ser estimados, influyentes y sabios, no es un pasaporte a este nuevo reino. No son los hombres quienes por su sabidur�a encuentran a Dios y por su nobleza de car�cter se encomiendan a �l, pero es Dios quien elige y llama a los hombres, y la misma ausencia de sabidur�a y posesiones hace que los hombres est�n m�s dispuestos a escuchar su llamado.

"Lo necio del mundo escogi� Dios para confundir a los sabios; y lo d�bil del mundo escogi� Dios para avergonzar lo poderoso y lo vil del mundo, y lo menospreciado escogi� Dios, s�, y lo que no es, deshacer lo que es, para que ninguna carne se glor�e en su presencia ". Todo es obra de Dios ahora; es "De �l est�is vosotros en Cristo Jes�s"; es Dios quien te ha elegido.

La sabidur�a humana tuvo su oportunidad y logr� poco; Dios ahora, por la necedad de la Cruz, eleva al despreciado, al necio, al d�bil, a una posici�n mucho m�s alta que la que los sabios y nobles pueden alcanzar con su poder y su sabidur�a.

Pablo justifica as� su m�todo por sus resultados. Utiliza como arma la necedad de la Cruz, y esta necedad de Dios se muestra m�s sabia que los hombres. Puede parecer un arma de lo m�s improbable con la que lograr grandes cosas, pero es Dios quien la usa, y eso marca la diferencia. De ah� el �nfasis a lo largo de este pasaje en la agencia de Dios. "Dios te ha escogido"; "De Dios est�is vosotros en Cristo Jes�s"; "De Dios os ha sido hecho sabidur�a.

"Este m�todo usado por Pablo es el m�todo y el medio de trabajo de Dios, y por lo tanto tiene �xito. Pero por esta raz�n tambi�n se quita todo motivo de jactancia a los que est�n dentro de la Iglesia cristiana. No es su sabidur�a ni su fuerza, sino la obra de Dios. , que les ha dado superioridad sobre los sabios y nobles del mundo. "Ninguna carne puede gloriarse en la presencia de Dios." Los sabios y poderosos de la tierra no pueden gloriarse, porque su sabidur�a y poder�o de nada sirvieron para llevarlos a Dios; los que son en Cristo Jes�s puede glorificarse tan poco, porque no se debe a ninguna sabidur�a o poder de ellos, sino a la llamada y la energ�a de Dios, son lo que son.

No ten�an importancia, eran pobres, insignificantes, marginados y esclavos, sin amigos mientras viv�an y cuando estaban muertos no faltaban en ning�n hogar; pero Dios los llam� y les dio una vida nueva y esperanzada en Cristo Jes�s.

En los d�as de Pablo, este argumento de la pobreza general y la insignificancia de los miembros de la Iglesia cristiana fue f�cilmente extra�do. Las cosas han cambiado ahora; y la Iglesia est� llena de sabios, poderosos, nobles. Pero la proposici�n principal de Pablo permanece: todo el que est� en Cristo Jes�s, no por sabidur�a o poder propio, sino porque Dios lo ha elegido y llamado. Y el resultado pr�ctico permanece.

Que el cristiano, mientras se regocija en su posici�n, sea humilde. Algo anda mal en el cristianismo del hombre que, tan pronto como se libera del fango, desprecia a todos los que todav�a est�n enredados. La actitud moralista asumida por algunos cristianos, el aire de "M�rame" que llevan consigo, su condena indiferente a los incr�dulos, la superioridad con la que desaprueban las diversiones y las alegr�as, todo parece indicar que han olvidado que es por la gracia de Dios son lo que son.

La dulzura y la humilde amistad de Pablo surgieron de su constante sensaci�n de que, fuera lo que fuese, lo era por la gracia de Dios. Fue atra�do con compasi�n hacia los m�s incr�dulos porque siempre dec�a dentro de s� mismo: Ah�, pero por la gracia de Dios, va Pablo. El cristiano debe decirse a s� mismo: No es porque sea mejor o m�s sabio que otros hombres que soy cristiano; no es porque busqu� a Dios con sinceridad, sino porque �l me busc�, que ahora soy Suyo.

La dura sospecha y hostilidad con que mucha gente buena ve a los incr�dulos y a los imp�os se suavizar�a as� con una mezcla de humilde autoconocimiento. Sin duda, el incr�dulo es a menudo culpable, el ego�sta buscador de placeres indudablemente se expone a una condena justa, pero no por el hombre que es consciente de que, si no fuera por la gracia de Dios, �l mismo ser�a incr�dulo y pecador.

Por �ltimo, Pablo justifica su descuido de la sabidur�a y la ret�rica sobre la base de que si hubiera usado "palabras seductoras de la sabidur�a del hombre", los oyentes podr�an haber sido indebidamente influenciados por la mera apariencia en la que se present� el Evangelio y muy poco influenciados por la esencia del mismo. . Tem�a adornar el relato simple o disfrazar el simple hecho, no sea que la atenci�n de su audiencia se desv�e de la sustancia de su mensaje.

Estaba decidido a que la fe de ellos no se basara en la sabidur�a de los hombres, sino en el poder de Dios; es decir, que los que creyeron deber�an hacerlo, no porque vieran en el cristianismo una filosof�a que pudiera competir con los sistemas actuales, sino porque en la Cruz de Cristo sintieron todo el poder redentor de Dios ejercido sobre su propia alma. .

Aqu� nuevamente las cosas han cambiado desde la �poca de Pablo. Los asaltantes del cristianismo lo han defendido y sus apologistas se han visto obligados a demostrar que est� en armon�a con la filosof�a m�s s�lida. Era inevitable que esto se hiciera. Toda filosof�a ahora debe tener en cuenta el cristianismo. Ha demostrado ser tan fiel a la naturaleza humana, y ha arrojado tanta luz sobre todo el sistema de cosas y ha modificado tanto la acci�n de los hombres y el curso de la civilizaci�n, que hay que encontrarle un lugar en toda filosof�a.

Pero aceptar el cristianismo porque ha sido una poderosa influencia para bien en el mundo, o porque armoniza con la filosof�a m�s aprobada, o porque es favorable al m�s alto desarrollo del intelecto, puede ser verdaderamente leg�timo; pero Pablo consider� que la �nica fe s�lida y confiable se produc�a por el contacto personal directo con la Cruz. Y esto permanece siempre cierto.

Aprobar el cristianismo como sistema y adoptarlo como fe son dos cosas distintas. Es muy posible respetar el cristianismo por transmitirnos una gran cantidad de verdad �til, mientras nos mantenemos alejados de la influencia de la Cruz. Podemos aprobar la moralidad que est� involucrada en la religi�n de Cristo, podemos apoyarla y defenderla porque estamos persuadidos de que ninguna otra fuerza es lo suficientemente poderosa para difundir el amor por la ley y alg�n poder de autocontrol entre todas las clases de la sociedad. Podemos ver con bastante claridad que el cristianismo es la �nica religi�n que un europeo educado puede aceptar y, sin embargo, nunca hemos sentido el poder de Dios en la Cruz de Cristo.

Si creemos en el cristianismo porque se aprueba a nuestro juicio como la mejor soluci�n a los problemas de la vida, est� bien; pero aun as�, si eso es todo lo que nos atrae a Cristo, nuestra fe se basa en la sabidur�a de los hombres m�s que en el poder de Dios.

Entonces, �en qu� sentido somos cristianos? �Hemos permitido que la Cruz de Cristo nos d� una impresi�n peculiar? �Le hemos dado la oportunidad de influir en nosotros? �Hemos considerado con toda seriedad de esp�ritu lo que se nos presenta en la Cruz? �Hemos descubierto honestamente nuestros corazones al amor de Cristo? �Nos hemos admitido a nosotros mismos que fue por nosotros que muri�? Si es as�, entonces debemos haber sentido el poder de Dios en la Cruz.

Debemos habernos encontrado cautivos por este amor de Dios. Es posible que hayamos podido resistir la ley de Dios; es posible que hayamos podido olvidarnos de sus amenazas. Las ayudas naturales a la bondad que Dios nos ha dado en la familia, en el mundo que nos rodea, en la suerte de la vida, es posible que nos hayamos encontrado demasiado d�biles para levantarnos por encima de la tentaci�n y llevarnos a una vida realmente elevada y pura. Pero en la Cruz experimentamos por fin lo que es el poder divino; conocemos el atractivo irresistible del autosacrificio divino, el patetismo vencedor y regenerador del deseo divino de salvarnos del pecado y la destrucci�n, la energ�a que sostiene y vivifica que fluye en nuestro ser desde la simpat�a divina y la esperanza en nuestro favor.

La Cruz es el verdadero punto de contacto entre Dios y el hombre. Es el punto en el que la plenitud de la energ�a Divina se aplica realmente a nosotros, los hombres. Para recibir todo el beneficio y la bendici�n que Dios ahora puede darnos, solo necesitamos estar en verdadero contacto con la Cruz: a trav�s de ella nos convertimos en receptores directos de la santidad, el amor, el poder de Dios. En �l Cristo se nos hace sabidur�a, justicia, santificaci�n y redenci�n.

En verdad, todo lo que Dios puede hacer por nosotros para liberarnos del pecado y restaurarnos a �l mismo y la felicidad se hace por nosotros en la Cruz; ya trav�s de ella recibimos todo lo que es necesario, todo lo que la santidad de Dios requiere, todo lo que Su amor desea que poseamos.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 1 Corinthians 1". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/1-corinthians-1.html.
 
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