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Bible Commentaries
1 Corintios 11

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

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Versículos 1-19

Cap�tulo 16

EL VELO

En este punto de la Ep�stola, Pablo pasa de los temas sobre los cuales los corintios le hab�an pedido que les informara, para hacer algunas observaciones sobre la forma en que, seg�n hab�a escuchado, estaban conduciendo sus reuniones para el culto p�blico. Los siguientes cuatro cap�tulos est�n ocupados con instrucciones sobre lo que constituye la apariencia y el decoro en tales reuniones. Desea expresar en general su satisfacci�n de que, en general, se hayan adherido a las instrucciones que �l ya les hab�a dado y a los arreglos que �l mismo hab�a hecho mientras estuvo en Corinto.

"Os alabo, hermanos, porque os acord�is de m� en todo y guard�is las ordenanzas tal como os las entregu�". Sin embargo, hay uno o dos asuntos de los que no se puede hablar en t�rminos de encomio. Escuch�, en primer lugar, con sorpresa y disgusto, que no s�lo las mujeres presum�an de rezar en p�blico y dirigirse a los cristianos reunidos, sino que incluso dejaban a un lado mientras lo hac�an la vestimenta caracter�stica de su sexo, y hablaban, al esc�ndalo. de todos los orientales y griegos sobrios, desvelado.

Para reformar este abuso, se dirige de inmediato. Es un esp�cimen singular de los extra�os asuntos que debieron haber llegado ante Pablo para que decidiera cuando el cuidado de todas las Iglesias recay� sobre �l. Y su resoluci�n es una ilustraci�n admirable de su manera de resolver todas las dificultades pr�cticas por medio de principios que son tan verdaderos y tan �tiles para nosotros hoy como lo fueron para aquellos cristianos primitivos que hab�an escuchado su propia voz amonestarlos. Al tratar temas �ticos o pr�cticos, Pablo nunca es superficial, nunca se contenta con una mera regla.

Para ver la importancia y la importancia de este asunto de la vestimenta, primero debemos saber c�mo sucedi� que las mujeres cristianas deber�an haber pensado en hacer una demostraci�n tan poco femenina como para escandalizar a los mismos paganos que las rodean. �Cu�l fue su intenci�n o significado al hacerlo? �Qu� idea se apoderaba de sus mentes? A lo largo de esta larga e interesante carta, Pablo hace poco m�s que esforzarse por corregir las impresiones apresuradas que estos nuevos creyentes estaban recibiendo con respecto a su posici�n como cristianos.

Un gran torrente de nuevas y vastas ideas se derram� repentinamente sobre sus mentes; se les ense�� a verse de manera diferente a s� mismos, de manera diferente a sus vecinos, de manera diferente a Dios, de manera diferente a todas las cosas. En su caso, las cosas viejas hab�an pasado por voluntad propia, y todas las cosas se hab�an vuelto nuevas. Fueron revividos de entre los muertos, nacieron de nuevo y no sab�an hasta qu� punto esto afectaba las relaciones con este mundo al que los hab�a tra�do su nacimiento natural.

Los hechos del segundo nacimiento y la nueva vida se apoderaron de ellos de tal manera que por un tiempo no pudieron comprender c�mo estaban todav�a conectados con la vida anterior. De modo que para algunos de ellos Pablo tuvo que resolver los problemas m�s simples, como, por ejemplo, encontramos que el esposo creyente ten�a dudas sobre si deb�a vivir con su esposa que segu�a siendo incr�dula, porque no era aborrecible para la naturaleza que �l, los vivos deben estar atados a los muertos, para que un hijo de Dios permanezca en la conexi�n m�s �ntima con alguien que todav�a era un hijo de la ira? �No era �sta una monstruosa anomal�a, para la cual el divorcio inmediato era el remedio adecuado? El hecho de que se planteen preguntas como estas nos muestra lo dif�cil que les result� a estos primeros cristianos adaptarse como hijos de Dios a su posici�n en un mundo corrupto y condenado.

Ahora bien, una de las ideas del cristianismo que les resultaba m�s nueva era la igualdad de todos ante Dios, una idea bien calculada para apoderarse de manera poderosa y absorbente de un mundo mitad esclavos, mitad amos. El emperador y el esclavo deben igualmente rendir cuentas a Dios. C�sar no est� por encima de la responsabilidad; el b�rbaro que hincha su triunfo y luego es masacrado en su mazmorra o en su teatro no est� por debajo de �l.

Cada hombre y cada mujer debe estar solo ante Dios, y dar cuenta por s� mismo y por ella de la vida recibida de Dios. Junto a esta idea vino la del �nico Salvador para todos por igual, la salvaci�n com�n accesible a todos en igualdad de condiciones, y participando de la cual todos se convirtieron en hermanos y en un nivel, uno con Cristo y, por lo tanto, uno con los dem�s. Ahora no hab�a ni griego ni b�rbaro, ni hombre ni mujer, ni v�nculo ni libre.

Estas tres poderosas distinciones que hab�an tiranizado al mundo antiguo fueron abolidas, porque todos eran uno en Cristo Jes�s. El b�rbaro se dio cuenta de que, aunque no ten�a la ciudadan�a romana ni ninguna entrada a la poderosa comunidad de la literatura griega, ten�a una ciudadan�a en el cielo, era el heredero de Dios y pod�a mandar incluso con su habla b�rbara al o�do de la gente. M�s alta. El esclavo se dio cuenta, cuando su grillete lo irritaba, o cuando su alma se hund�a bajo la triste desesperanza de su vida, que era redimido por Dios, rescatado de la esclavitud de su propio coraz�n malvado y superior a toda maldici�n, siendo amigo de Dios.

Y la mujer se dio cuenta de que no era ni un juguete ni una esclava del hombre, un mero lujo o un ap�ndice de su establecimiento, sino que tambi�n ten�a un alma, una responsabilidad igualmente trascendental que la del hombre y, por lo tanto, una vida que construir para s� misma. . El asombro con que debieron haber sido recibidas tales ideas, tan subversivas de los principios sobre los que proced�a la sociedad pagana, es ahora imposible de comprender; pero no podemos sorprendernos de que, con su nuevo poder y su absorbente novedad, hubieran llevado a los cristianos al extremo opuesto de aqu�llos en los que hab�an estado viviendo.

En el caso que nos ocupa, las mujeres que hab�an sido despertadas a un sentido de su propia responsabilidad personal e individual y su igual derecho a los m�s altos privilegios de los hombres comenzaron a pensar que en todas las cosas deber�an ser reconocidas como iguales al otro sexo. Eran uno con Cristo; los hombres no pod�an tener mayor honor: �no era obvio que estaban en pie de igualdad con quienes los hab�an tenido tan baratos? Ten�an el Esp�ritu Santo morando en ellos; �No podr�an ellos, al igual que los hombres, edificar las asambleas cristianas pronunciando las inspiraciones del Esp�ritu? No depend�an de los hombres para sus privilegios cristianos; �No deber�an demostrar esto dejando a un lado el velo, que era el distintivo reconocido de la dependencia? Este despojo del velo no fue un mero cambio de moda en el vestido, del cual, por supuesto, Pablo no habr�a tenido nada que decir; no era un recurso femenino para mostrarse mejor entre sus compa�eros de adoraci�n; no fue incluso, aunque esto tambi�n, �ay! cae dentro del campo de la suposici�n posible, la inmodesta audacia y el atrevimiento que a veces se considera que acompa�an en ambos sexos la profesi�n del cristianismo; pero fue la expresi�n exterior y el s�mbolo de f�cil lectura de un gran movimiento de mujeres en defensa de sus derechos e independencia.

El significado exacto de la eliminaci�n del velo se vuelve as� claro. Era la parte del atuendo femenino que m�s f�cilmente pod�a convertirse en el s�mbolo de un cambio en las opiniones de las mujeres con respecto a su propia posici�n. Era la parte m�s significativa del vestido de la mujer. Entre los griegos era costumbre universal que las mujeres aparecieran en p�blico con la cabeza cubierta, com�nmente con la punta del chal sobre la cabeza a modo de capucha.

En consecuencia, Pablo no insiste en que se cubra la cara, como en los pa�ses del Este, sino solo la cabeza. Esta cobertura de la cabeza solo se pod�a prescindir de los lugares en los que estaban apartados de la vista del p�blico. Por tanto, era la insignia reconocida de la reclusi�n; era la insignia que proclamaba que quien la usaba era una persona privada, no p�blica, que encontraba sus deberes en casa, no en el extranjero, en una casa, no en la ciudad.

Y la vida y los deberes de una mujer deber�an estar tan apartados del ojo p�blico que ambos sexos consideraban el velo como el emblema m�s verdadero y preciado de la posici�n de la mujer. En este aislamiento, por supuesto, estaba impl�cita una limitaci�n de la esfera de acci�n de la mujer y una subordinaci�n a los intereses de un hombre en lugar de al p�blico. Era el lugar del hombre para servir al Estado o al p�blico, el lugar de la mujer para servir al hombre.

Y tan a fondo se reconoci� que el velo era una insignia que establec�a esta posici�n privada y subordinada de la mujer que fue el �nico rito significativo en el matrimonio que ella asumi� el velo en se�al de que ahora su esposo era su cabeza, para quien ella era preparada para mantenerse subordinada. La puesta a un lado del velo fue, por tanto, una expresi�n por parte de las mujeres cristianas de que el hecho de ser asumidas como miembros del cuerpo de Cristo las sacaba de esta posici�n de dependencia y subordinaci�n.

Este movimiento de las mujeres corintias hacia la independencia, sobre la base de que todos somos uno en Cristo Jes�s, lo afronta Pablo record�ndoles que la igualdad personal es perfectamente coherente con la subordinaci�n social. Era muy cierto, como el mismo Pablo les hab�a ense�ado, que, en lo que respecta a su conexi�n con Cristo, no hab�a distinci�n de sexo. Para la mujer, como para el hombre, la oferta de salvaci�n se hizo directamente.

No fue a trav�s de su padre o su esposo que la mujer tuvo que lidiar con Cristo. Entr� en contacto con el Dios vivo y se uni� a Cristo independientemente de cualquier representante masculino y en pie de igualdad con sus parientes masculinos. Hay un solo Cristo para todos, ricos y pobres, altos y bajos, hombres y mujeres; y todos son recibidos por �l en pie de igualdad, sin hacer distinciones. Mientras que en las cosas civiles y sociales el marido representa a la esposa, no puede hacerlo en cuestiones de religi�n.

Aqu� cada persona debe actuar por s� misma. Y la mujer no debe confundir estas dos esferas en las que se mueve, ni argumentar que por ser independiente de su marido en la mayor, tambi�n debe ser independiente de �l en la menor. La igualdad en una esfera no es incompatible con la subordinaci�n en la otra. "Quiero que sepas que. La cabeza de todo hombre es Cristo; y la cabeza de la mujer es el hombre; y la cabeza de Cristo es Dios".

El principio enunciado en estas palabras es de incalculable importancia y de una aplicaci�n muy amplia y constante. Cualquiera que sea el significado de la igualdad natural de los hombres, no puede significar que todos deben estar en todos los aspectos al mismo nivel y que ninguno debe tener autoridad sobre los dem�s. La aplicaci�n del principio de Pablo solo al asunto que nos ocupa aqu� nos concierne. La mujer debe reconocer que as� como Cristo, aunque es igual al Padre, est� subordinado a �l, tambi�n ella misma est� subordinada a su esposo o su padre.

En su adoraci�n privada, trata con Cristo de forma independiente; pero cuando aparece en el culto p�blico y social, aparece como una mujer con ciertas relaciones sociales. Su relaci�n con Cristo no disuelve sus relaciones con la sociedad. M�s bien los intensifica. El cambio interior que ha pasado sobre ella y la nueva relaci�n que ha formado independientemente de su marido, s�lo fortalecen el v�nculo por el que est� atada a �l.

Cuando un ni�o se convierte en cristiano, eso confirma, y ??en ning�n grado relaja, su subordinaci�n a sus padres. Mantiene una relaci�n con Cristo que ellos no pudieron establecer para �l y que no pueden disolver; pero esta independencia en un asunto no lo hace independiente en todo. Un oficial comisionado del ej�rcito tiene su comisi�n de la Corona; pero esto no interfiere, sino que s�lo confirma, su subordinaci�n a los oficiales que, como �l, son servidores de la Corona, pero por encima de �l en rango. Para la armon�a de la sociedad, hay una gradaci�n de rangos; y los agravios sociales resultan, no de la existencia de distinciones sociales, sino de su abuso.

Esta gradaci�n luego involucra la inferencia de Pablo de que "todo hombre que ora o profetiza, con la cabeza cubierta, deshonra su cabeza. Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, deshonra su cabeza". Siendo el velo la insignia reconocida de la subordinaci�n, cuando un hombre aparece con velo, parecer�a reconocer a alguien presente y visible a su cabeza, y as� deshonrar�a a Cristo, su verdadera Cabeza.

Por otro lado, una mujer que aparece sin velo parecer�a decir que no reconoce una cabeza humana visible y, por lo tanto, deshonra su cabeza, es decir, su marido, y al hacerlo, se deshonra a s� misma. Que una mujer apareciera sin velo en las calles de Corinto era proclamar su verg�enza. Y as�, dice Pablo, una mujer que en la adoraci�n p�blica se quita el velo bien podr�a ser afeitada. Se pone al nivel de la mujer con la cabeza rapada, lo que tanto entre jud�os como entre griegos era una especie de desgracia.

A los ojos de los �ngeles, quienes, seg�n la creencia jud�a, estaban presentes en las reuniones de culto, se deshonra la mujer que no aparece con "poder sobre su cabeza"; es decir, con el velo por el que reconoce silenciosamente la autoridad de su marido.

Esta subordinaci�n de la mujer al hombre pertenece no s�lo al orden de la Iglesia cristiana, sino que tiene sus ra�ces en la naturaleza. "El hombre es imagen y gloria de Dios, pero la mujer es gloria del hombre". La idea de Pablo es que el hombre fue creado para representar a Dios y, por lo tanto, para glorificarlo, para ser una encarnaci�n visible de la bondad, la sabidur�a y el poder del Dios invisible. En ninguna parte se ve a Dios con tanta claridad o plenitud como en el hombre.

El hombre es la gloria de Dios porque es su imagen y est� capacitado para exhibir: en la vida real las excelencias que hacen a Dios digno de nuestro amor y adoraci�n. Mirando al hombre como es real y ampliamente, podemos pensar que es un dicho atrevido de Pablo cuando dice: "El hombre es la gloria de Dios"; y sin embargo, al considerarlo, vemos que esto no es m�s que la verdad. No debemos tener escr�pulos en decir de Jesucristo Hombre que �l es la gloria de Dios, que en todo el universo de Dios nada puede revelar m�s plenamente la infinita bondad divina.

En �l vemos cu�n verdaderamente el hombre es la imagen de Dios, y cu�n adecuada es una naturaleza humana m�dium para expresar lo Divino. No sabemos nada m�s elevado que lo que Cristo dijo, hizo y fue durante los pocos meses que anduvo entre los hombres. El es la gloria de Dios; y cada hombre en su grado y seg�n su fidelidad a Cristo, es tambi�n la gloria de Dios.

Por supuesto, esto es cierto tanto para la mujer como para el hombre. Es cierto que la mujer puede exhibir la naturaleza de Dios y ser Su gloria al igual que el hombre. Pero Pablo se coloca a s� mismo en el punto de vista del escritor del G�nesis y habla ampliamente del prop�sito de Dios en la creaci�n. Y quiere decir que el prop�sito de Dios era expresarse plenamente y coronar todas sus obras al traer a la existencia una criatura hecha a su imagen, capaz de sojuzgar, gobernar y desarrollar todo lo que hay en el mundo.

Esta criatura era el hombre, una criatura masculina, resuelta y capaz. Y as� como apela a nuestro sentido de aptitud que cuando Dios se encarn� deber�a aparecer como hombre, y no como mujer, tambi�n apela a nuestro sentido de aptitud que es el hombre, y no la mujer, quien deber�a ser considerado como creado para ser el representante de Dios en la tierra. Pero mientras el hombre directamente, la mujer indirectamente, cumple este prop�sito de Dios.

Ella es la gloria de Dios por ser la gloria del hombre. Ella sirve a Dios sirviendo al hombre. Ella exhibe las excelencias de Dios al crear y apreciar la excelencia en el hombre. Sin la mujer, el hombre no puede lograr nada. La mujer es creada para el hombre, porque sin ella �l est� indefenso. "Porque as� como la mujer es del hombre, as� tambi�n el hombre es de la mujer".

Pero as� como el hombre se convierte en realidad en la gloria de Dios cuando se subordina perfectamente a Dios con la absoluta devoci�n del amor, la mujer se convierte en la gloria del hombre cuando defiende y sirve al hombre con esa perfecta devoci�n por la que la mujer se muestra tan constantemente. capaz. Al ganar el amor abnegado del hombre y toda su devoci�n aparece la gloria de Dios, y la gloria del hombre aparece en su poder para encender y mantener la devoci�n de la mujer.

No en la independencia de Dios el hombre encuentra su propia gloria o la de Dios, y no en la independencia del hombre la mujer encuentra su propia gloria o la del hombre. El deseo de la mujer ser� para su marido; en la honorable devoci�n al hombre que impulsa el amor, la mujer cumple la ley de su creaci�n; y es s�lo la mujer imperfecta e innoble la que tiene alg�n sentido de humillaci�n, degradaci�n o limitaci�n de su esfera al seguir el ejemplo del amor por el individuo.

Es a trav�s de este honorable servicio del hombre que ella sirve a Dios y cumple el prop�sito de su existencia. La mujer m�s femenina reconocer� m�s f�cilmente que su funci�n es ser la gloria del hombre, moldear, elevar y sostener al individuo, encontrar su alegr�a y su vida en la vida privada, en la que se desarrollan los afectos. , principios formados y todos los deseos personales satisfechos. Y el hombre, por su parte, debe decir:

"Si algo de bondad o de gracia

Sea m�a, de ella sea la gloria ".

Porque, como dice un escritor franc�s, "su influencia abarca toda la vida. Una esposa, una madre, �dos palabras m�gicas, que comprenden las fuentes m�s dulces de la felicidad del hombre! Suyo es el reino de la belleza, del amor, de la raz�n, siempre un reinado. Un hombre consulta a su esposa: obedece a su madre: la obedece mucho despu�s de que ella ha dejado de vivir, y las ideas que ha recibido de ella se convierten en principios a�n m�s fuertes que sus pasiones ".

La posici�n asignada a la mujer como gloria del hombre est�, por tanto, muy alejada de la visi�n que proclama c�nicamente la mera conveniencia de su hombre, cuya funci�n es "engordar a los pecadores dom�sticos", "amamantar a los necios y narrar cervezas". El punto de vista de Pablo, aunque adoptado y exhibido en casos individuales, a�n est� lejos de imponer el consentimiento universal. Pero ciertamente nada distingue, eleva, purifica y equilibra tanto a un hombre en la vida como una alta estima por la mujer.

Un hombre muestra su hombr�a principalmente por una verdadera reverencia hacia todas las mujeres, por un claro reconocimiento del alto servicio que Dios les ha asignado, y por una tierna simpat�a por ellas en todas las diversas perseverancia que su naturaleza y su posici�n exigen.

Que esta es la esfera normal de la mujer lo indican incluso sus inalterables caracter�sticas f�sicas. �No os ense�a la naturaleza misma que si un hombre tiene el pelo largo, le es una verg�enza? Pero si la mujer tiene el pelo largo, es una gloria para ella: porque su cabello le es dado por cubierta. " Por naturaleza, la mujer est� dotada de un s�mbolo de modestia y jubilaci�n. El velo, que significa su dedicaci�n a las tareas del hogar, es simplemente la continuaci�n artificial de su don natural del cabello.

El pelo largo del petimetre griego o del caballero ingl�s era aceptado por la gente como un indicio de una vida afeminada y lujosa. Adecuado para mujeres, no apto para hombres; tal es el juicio instintivo. Y la naturaleza, hablando a trav�s de este signo visible del cabello de la mujer, le dice que su lugar es en privado, no en p�blico, en el hogar, no en la ciudad ni en el campamento, en la actitud de subordinaci�n libre y amorosa, no en el sede de autoridad y gobierno.

En otros aspectos, tambi�n la constituci�n f�sica de la mujer apunta a una conclusi�n similar. Su estatura m�s baja y cuerpo m�s delgado, su tono de voz m�s alto, su forma y movimiento m�s elegantes, indican que est� destinada a los ministerios m�s suaves de la vida hogare�a m�s que al trabajo duro del mundo. Y se encuentran indicaciones similares en sus peculiaridades mentales. Tiene los dones que le convienen para influir en las personas; el hombre tiene esas cualidades que le permiten tratar con las cosas, con el pensamiento abstracto o con las personas en masa. M�s r�pida en la percepci�n y confiando m�s en sus intuiciones, la mujer ve de un vistazo de lo que el hombre est� seguro solo despu�s de un proceso de razonamiento.

Estos argumentos y conclusiones introducidos por Pablo, por supuesto, se aplican solo a la distinci�n amplia y normal entre hombre y mujer. No sostiene que las mujeres sean inferiores a los hombres, ni que no tengan las mismas dotes espirituales; pero sostiene que, cualesquiera que sean sus dotes, existe un modo femenino de ejercerlas y una esfera para la mujer que ella no debe transgredir. No todas las mujeres son del tipo distintivamente femenino.

Un Britomart puede armarse y derrocar a los caballeros m�s fuertes. Una Juana de Arco puede infundir en una naci�n su propio ardor guerrero y patri�tico. En el arte, en la literatura, en la ciencia, los nombres femeninos pueden ocupar algunos de los lugares m�s altos. En nuestros d�as se han abierto muchas carreras a las mujeres, de las que hasta ahora hab�an sido excluidas. Ahora se encuentran en oficinas gubernamentales, en juntas escolares, en la profesi�n m�dica.

Una y otra vez en la historia de la Iglesia se ha intentado instituir un orden femenino en el ministerio, pero hasta ahora tanto la profesi�n clerical como la jur�dica est�n cerradas a las mujeres. Y podemos concluir razonablemente que as� como el ej�rcito y la marina siempre estar�n tripulados por el sexo f�sicamente m�s fuerte, hay otros empleos en los que las mujeres estar�an completamente fuera de lugar.

Pero se preguntar�: �Por qu� Pablo fue tan exacto al describir c�mo debe comportarse una mujer mientras ora o profetiza en p�blico, cuando quiso decir muy brevemente en esta misma ep�stola escribir: "Dejen que sus mujeres guarden silencio en las iglesias? no les est� permitido hablar; pero se les manda obedecer, como tambi�n dice la Ley. Y si quieren aprender algo, pregunten a sus maridos en casa; porque es una verg�enza que las mujeres hablen en la Iglesia. "? Se ha sugerido que, aunque era una orden permanente que las mujeres no deb�an hablar, podr�a haber ocasiones en las que el Esp�ritu las inst� a dirigirse a una asamblea de cristianos; y el reglamento aqu� dado est� destinado a estos casos excepcionales.

Esto puede ser as�, pero la conexi�n en la que se da la prohibici�n absoluta milita bastante en contra de este punto de vista, y creo que es m�s probable que, en su propia opini�n, Paul mantuviera los dos asuntos bastante distintos y sintiera que una mera prohibici�n que impide a las mujeres dirigirse al p�blico Las reuniones no tocar�an la transgresi�n m�s grave de la modestia femenina que implica el desecho del velo. No pod�a pasar por alto esta afirmaci�n violenta de independencia sin un tratamiento separado; y mientras lo trata, no es hablar en p�blico lo que tiene ante s�, sino la afirmaci�n no femenina de la independencia y el principio subyacente a esta manifestaci�n.

Adem�s de la ense�anza directa de este pasaje sobre la posici�n de la mujer, hay inferencias que pueden extraerse de �l de cierta importancia. Primero, Pablo reconoce que el Dios de la naturaleza es el Dios de la gracia, y que podemos discutir con seguridad de una esfera a la otra. "Todas las cosas son de Dios". Es provechoso recordar la ense�anza de la naturaleza. Nos salva de volvernos fant�sticos en nuestras creencias, de albergar expectativas falaces, de una conducta falsa, farisaica y extravagante.

Nuevamente, se nos recuerda aqu� que todo hombre y mujer tiene que ver directamente con Dios, quien no tiene respeto por las personas. Cada alma es independiente de todas las dem�s en su relaci�n con Dios. Cada alma tiene la capacidad de relacionarse directamente con Dios y de ser as� elevada por encima de toda opresi�n, no solo de sus semejantes, sino de todas las cosas externas. Es aqu� donde el hombre encuentra su verdadera gloria. Su alma es suya para d�rsela a Dios.

No depende de nada m�s que de Dios. Admitiendo a Dios en su esp�ritu y creyendo en el amor y la rectitud de Dios, est� armado contra todos los males de la vida, por poco que los disfrute. A todos nosotros Dios se ofrece a S� mismo como Amigo, Padre, Salvador, Vida. Ning�n hombre necesita permanecer en su pecado; nadie necesita contentarse con una eternidad pobre; ning�n hombre tiene que pasar por la vida temblando o derrotado: porque Dios se declara de nuestro lado y ofrece su amor a todos sin respetar a las personas.

Todos estamos en pie de igualdad ante �l. Dios no admite a algunos libremente, mientras que rehuye el contacto de otros. Es una herencia tan plena y rica que pone al alcance de los habitantes m�s pobres y miserables de la tierra, como se la ofrece a aqu�l en quien los ojos de los hombres descansan con admiraci�n o envidia. No creer o repudiar este privilegio de unirnos a Dios es, en el sentido m�s aut�ntico, cometer un suicidio espiritual.

Es en Dios que vivimos ahora; �l est� con nosotros y en nosotros: y excluirlo de esa conciencia �ntima a la que nadie m�s es admitido es aislarnos, no solo del gozo m�s profundo y del apoyo m�s verdadero, sino de todo aquello en lo que podemos encontrar vida espiritual.

Por �ltimo, aunque hay en Cristo una nivelaci�n absoluta de las distinciones, nadie es m�s aceptable para Dios o m�s cercano a �l porque pertenece a cierta raza, rango o clase, sin embargo, estas distinciones permanecen y son v�lidas en la sociedad. Una mujer sigue siendo mujer aunque se haya hecho cristiana; un s�bdito debe honrar a su rey aunque al convertirse en cristiano �l mismo est� en un aspecto por encima de toda autoridad; un siervo mostrar� su cristianismo, no asumiendo una familiaridad insolente con su amo cristiano, sino trat�ndolo con respetuosa fidelidad.

El cristiano, sobre todo los hombres, necesita una mentalidad sobria para mantener el equilibrio y no permitir que su rango cristiano supere por completo su posici�n social. Forma una gran parte de nuestro deber aceptar nuestro propio lugar sin envidiar a los dem�s y honrar a aquellos a quienes el honor es debido.

Versículos 20-34

Cap�tulo 17

ABUSO DE LA CENA DEL SE�OR

En este p�rrafo de su carta, Pablo habla de un abuso que dif�cilmente se puede acreditar, y menos tolerar, en nuestro tiempo. Se hab�a permitido que la m�s sagrada de todas las ordenanzas cristianas degenerara en una fiesta bacanal, dif�cil de distinguir de una fiesta griega para beber. Un ciudadano respetable dif�cilmente habr�a permitido en su propia mesa la licencia y el exceso visibles en la Mesa del Se�or. C�mo deber�an haber surgido tales des�rdenes en la adoraci�n requiere una explicaci�n.

Era com�n en Corinto y las otras ciudades de Grecia que varios sectores de la comunidad se formaran en asociaciones, clubes o gremios; y era costumbre que esas sociedades compartieran una comida com�n una vez a la semana, o una vez al mes, o incluso, cuando fuera conveniente, todos los d�as. Algunas de estas asociaciones estaban formadas por personas provistas de muy diversas formas con los bienes de este mundo, y uno de los objetivos de algunos de los clubes era hacer provisiones para los miembros m�s pobres de tal manera que no los sometieran a la verg�enza que es apropiada. asistir a la aceptaci�n de la caridad promiscua. Todos los miembros ten�an el mismo derecho a presentarse a la mesa; y la propiedad de la sociedad se distribuy� por igual a todos.

Esta costumbre, no desconocida en la propia Palestina, hab�a sido adoptada espont�neamente por la primitiva Iglesia de Jerusal�n. Los cristianos de aquellos primeros d�as se sent�an m�s relacionados que los miembros de cualquier gremio comercial o club pol�tico. Si era conveniente y conveniente que personas de opiniones pol�ticas similares o pertenecientes al mismo oficio tuvieran en cierta medida bienes comunes y exhibieran su comunidad compartiendo una comida com�n, ciertamente era conveniente entre los cristianos.

R�pidamente se convirti� en una costumbre predominante que los cristianos comieran juntos. Estas comidas se llamaron agapae, fiestas de amor, y se convirtieron en una caracter�stica destacada de la Iglesia primitiva. En un d�a fijo, generalmente el primer d�a de la semana, los cristianos se reun�an, cada uno trayendo lo que pod�a como contribuci�n a la fiesta: pescado, aves, carnes, queso, leche, miel, fruta, vino y pan. En algunos lugares, los procedimientos comenzaban participando del pan y el vino consagrados; pero en otros lugares, el apetito f�sico se apaciguaba primero participando de la comida que se proporcionaba, y despu�s se repart�a el pan y el vino.

Este modo de celebrar la Cena del Se�or fue recomendado por su gran parecido con su celebraci�n original por el Se�or y sus disc�pulos. Fue al final de la Cena Pascual, que ten�a por objeto satisfacer el hambre y conmemorar el �xodo, que nuestro Se�or tom� el pan y lo parti�. Se sent� con sus disc�pulos como una familia, y la comida de la que participaron fue tanto social como religiosa. Pero cuando pas� la primera solemnidad y la presencia de Cristo ya no se sinti� en la mesa com�n, la fiesta del amor cristiano estuvo sujeta a muchas corrupciones.

Los ricos ocupaban los mejores asientos, guardaban sus propios manjares y, sin esperar reparto com�n, cada uno se cuidaba y continuaba con su propia cena, sin importar que los dem�s en la mesa no tuvieran ninguna. "Cada uno toma antes que otro su propia cena", de modo que, mientras uno tiene hambre y no ha recibido nada, otro en esta llamada fiesta del amor com�n ya ha tomado demasiado y est� intoxicado.

Aquellos que no ten�an necesidad de usar las acciones comunes, pero ten�an casas propias para comer y beber, sin embargo, por el bien de las apariencias, tra�an su contribuci�n a la comida, pero la consum�an ellos mismos. La consecuencia fue que, de ser verdaderas fiestas de amor, exhibiendo la caridad cristiana y la templanza cristiana, estas reuniones se volvieron escandalosas como escenas de ego�smo codicioso, conducta profana y exceso embrutecido.

"�Qu� te dir�? �Te alabar� en esto? No te alabar�". En esto, Pablo anticipa la condenaci�n de estas ocasiones de jolgorio y discordia que la Iglesia se vio obligada a pronunciar despu�s de no gran lapso de tiempo.

As� surgieron entonces estos des�rdenes en la celebraci�n de la Cena del Se�or. Por la conjunci�n de este rito con la comida social de los cristianos, degener� en una ocasi�n de muchas cosas indecorosas y escandalosas. A la reforma de este abuso Pablo c�mo se dirige a s� mismo; y vale la pena observar qu� remedios no propone, as� como los que recomienda.

Primero, no se propone desvincular absolutamente y en todos los casos el rito religioso de la comida ordinaria. En el caso de los miembros m�s ricos de la Iglesia, se impone esta disyuntiva. Se les indica que tomen sus comidas en casa. "�No ten�is casas para comer y beber? �O despreci�is a la Iglesia de Dios y avergonz�is a los que no tienen? Si alguno tiene hambre, que coma en su casa". Pero con los indigentes o los que no ten�an un hogar bien provisto, se debe adoptar otra regla.

Ser�a una verg�enza para la comunidad cristiana, y arruinar�a por completo su reputaci�n de amor fraternal y caridad ganada r�pidamente, si se observara a sus miembros mendigando su pan de cada d�a en las calles. Era igualmente indecoroso que los ricos aceptaran y que a los pobres se les negara la comida que se les ofrec�a a expensas de la Iglesia. Y, por lo tanto, la recomendaci�n de Pablo es que aquellos que pueden comer c�modamente en casa deben hacerlo.

Pero como ninguna cualidad de la Iglesia cristiana es m�s estrictamente suya que la caridad y ning�n deber m�s importante o m�s hermoso que alimentar a los hambrientos, no podr�a deshonrar a la Iglesia el ofrecer en ella una comida para quienes la necesiten.

Nuevamente, aunque el vino de la Sagrada Comuni�n hab�a sido abusado con tanta tristeza, Pablo no proh�be su uso en la ordenanza. Su moderaci�n y sabidur�a no han sido seguidas universalmente a este respecto. En infinitas menos ocasiones se han introducido alteraciones en la administraci�n de la ordenanza con miras a prevenir su abuso por parte de los borrachos recuperados, y con un pretexto a�n m�s leve, hace muchos siglos la Iglesia de Roma introdujo una alteraci�n m�s radical.

En esa Iglesia todav�a prevalece la costumbre de recibir la comuni�n s�lo bajo una especie; es decir, el comulgante participa del pan, pero no del vino. La raz�n de esto la da uno de sus escritores m�s autorizados de la siguiente manera: "Es bien sabido que esta costumbre no fue establecida por primera vez por ninguna ley eclesi�stica; sino, por el contrario, fue como consecuencia de la prevalencia general del uso que esta ley fue aprobada en su aprobaci�n.

No es menos notorio que los monasterios en cuyo centro surgi� esta observancia, y desde all� se extendi� en c�rculos cada vez m�s amplios, se sintieron llevados por un muy agradable sentido de la delicadeza a imponerse esta privaci�n. Un piadoso temor a profanar, por derramar y cosas por el estilo, incluso en el ministerio m�s concienzudo, la forma de lo m�s sublime y lo m�s santo de lo que se puede otorgar la participaci�n al hombre, fue el sentimiento que influy� en sus mentes. quedaban libres para que cada uno bebiera o no del c�liz consagrado; y este permiso se conceder�a si con el mismo amor y concordia se expresara un deseo universal por el uso de la copa, ya que desde el siglo XII se ha enunciado el deseo contrario.

"Uno no puede dejar de lamentar que esta reverencia por la ordenanza no haya tomado la forma de una humilde aceptaci�n de la misma, de acuerdo con su instituci�n original; y uno no puede dejar de pensar que el" piadoso temor de profanar "la ordenanza hubiera impedido suficientemente cualquier derramar el vino u otro abuso, o haber expiado suficientemente cualquier peque�o accidente que pudiera ocurrir. Y ciertamente, en contraste con todas esas artima�as, la cordura del juicio de Paul se manifiesta con gran relieve; y reconocemos m�s claramente la sagacidad que dirigi� que la ordenanza no debe ser alterada para adaptarse a las debilidades evitables de los hombres, sino que los hombres deben aprender a vivir de acuerdo con los requisitos de la ordenanza.

Una vez m�s, Pablo no insiste en que debido a que se ha abusado de la comuni�n frecuente, esto debe dar lugar a la comuni�n mensual o anual. En tiempos posteriores, en parte por los abusos de la comuni�n frecuente y en parte por el estado de las ciudades en las que el cristianismo se abri� paso, se consider� aconsejable un cambio a una celebraci�n m�s rara: y, por razones que no necesitan ser detalladas aqu�, la Iglesia cat�lica, tanto en Oriente como en Occidente, se estableci� la costumbre de celebrar la Cena del Se�or semanalmente: y durante algunos siglos se esperaba que todos los miembros de la Iglesia participaran semanalmente.

La renuencia de Paul a establecer cualquier ley sobre el tema sugiere que el abuso de esta o cualquier otra ordenanza no surge simplemente de la frecuencia de su administraci�n. Es muy natural suponer que el resultado inevitable de la comuni�n frecuente es una familiaridad indebida con las cosas santas y un descuido profano en el manejo de lo que s�lo debe abordarse con la m�s profunda reverencia. Que la familiaridad engendre desprecio, o en todo caso negligencia, es sin duda una regla que normalmente se cumple.

Como dijo Nelson de sus marineros, endurecidos por la familiaridad con el peligro, no les importaba m�s el tiro redondo que los guisantes. El estudiante de medicina que se desmaya o enferma en su primera visita al quir�fano pronto mira con el rostro imperturbable sobre las heridas y la sangre. Y por la misma ley se teme, y no sin raz�n, que si observamos la comuni�n frecuente, dejemos de sentir ese temor reverencial y dejemos de sentir ese aleteo de vacilaci�n, y dejemos de ser sometidos por el car�cter sagrado de la ordenanza. que sin embargo son los mismos sentimientos a trav�s de los cuales, en gran medida, el rito nos influye para bien.

Pensamos que ser�a imposible pasar cada semana por esos momentos de prueba en los que el alma tiembla ante la majestad y el amor de Dios como se manifiesta en la Cena del Se�or; y tememos que el coraz�n se aleje instintivamente de la realidad, se proteja contra la emoci�n y encuentre una manera de observar la ordenanza con facilidad para s� mismo, y que as� la vida muera de la celebraci�n, y la mera c�scara o se deja la forma.

Sin embargo, es obvio que estos temores no necesitan ser verificados y que un esfuerzo de nuestra parte evitar�a las temidas consecuencias. Nuestro m�todo de procedimiento en todos estos casos es, en primer lugar, averiguar qu� es lo correcto y luego, aunque nos cueste un esfuerzo, hacerlo. Si nuestra reverencia por la ordenanza en cuesti�n depende de su rara celebraci�n, todos deben ver que tal reverencia es muy precaria.

�No ser� una reverencia meramente supersticiosa o sentimental? �No se produce por alguna falsa idea del rito y su significaci�n, o no surge de la solemnidad de la parafernalia y del entorno humano del mismo? Pablo busca restaurar la reverencia en los corintios no prohibiendo la comuni�n frecuente, sino exponi�ndoles m�s claramente los hechos solemnes que subyacen al rito.

En presencia de estos hechos, todo comulgante digno vive en todo momento; y si es meramente el equipo externo y la presentaci�n de estos hechos lo que nos solemniza y aviva nuestra reverencia, entonces esto en s� mismo es m�s bien un argumento para una celebraci�n m�s frecuente del rito, para que esta falsa reverencia al menos pueda ser disipada.

Los instintos de los hombres son, sin embargo, en muchos casos una gu�a m�s segura que sus juicios; y prevalece el sentimiento de que la comuni�n muy frecuente no es aconsejable, y que si es aconsejable, no se debe llegar a un salto, sino paso a paso. El punto principal en el que el individuo debe insistir en llegar a un entendimiento claro consigo mismo es si su propia reticencia a la comuni�n frecuente no se debe a su temor de que la ordenanza sea demasiado provechosa, m�s que a cualquier temor de que deje de ser lucrativa.

�No significa que rehuirlo a menudo significa que rehuimos ser confrontados m�s claramente con el amor y la santidad de Cristo y con su prop�sito al morir por nosotros? �No significa que no estamos del todo reconciliados con vivir siempre por los motivos m�s santos, siempre bajo las influencias m�s sojuzgadoras y purificadoras, viviendo siempre como hijos de Dios, cuya ciudadan�a est� en el cielo? �Nos rehuimos de la restricci�n adicional y el llamamiento fresco y eficaz a una vida, no m�s alta y m�s pura de lo que deber�amos estar viviendo, porque no existe tal vida, sino m�s alta y m�s pura de la que estamos preparados para vivir? Haci�ndonos estas preguntas, usamos este rito como term�metro, que nos muestra si estamos fr�os, tibios o calientes, o como el plomo se agita de vez en cuando,

Los dos escritores m�s instructivos sobre los sacramentos son Calvin y Waterland. Este �ltimo, en su muy elaborado tratamiento de la Eucarist�a, ofrece algunas observaciones sobre el punto que tenemos ante nosotros. "No puede haber", dice, "un obst�culo justo para la frecuencia de la comuni�n, sino la falta de preparaci�n, que es s�lo un obst�culo que los hombres mismos pueden eliminar si lo desean; por lo tanto, les preocupa mucho quitarse el impedimento como lo antes posible, y no confiar en las vanas esperanzas de aliviar una falta con otra El peligro de realizar mal cualquier deber religioso es un argumento para el miedo y la precauci�n, pero no una excusa para la negligencia; Dios insiste en hacerlo, y hacerlo bien. Adem�s, no era suficiente ruego para el siervo perezoso seg�n el Evangelio que pensara que era dif�cil agradar a su amo y, por lo tanto, descuid� su deber obligado,

Por lo tanto, en el caso de la Sagrada Comuni�n, es de muy poca utilidad alegar el rigor del autoexamen o la preparaci�n a modo de excusa, ya sea por un descuido total, frecuente o prolongado. Un hombre puede decir que no viene a la Mesa porque no est� preparado, y hasta ahora da una buena raz�n; pero si se le pregunta adem�s por qu� no est� preparado cuando puede, entonces s�lo puede dar alguna excusa insignificante e insuficiente o quedarse sin palabras ".

El consejo positivo que da Pablo sobre la preparaci�n adecuada para participar en este Sacramento es muy simple. No ofrece ning�n esquema elaborado de autoexamen que pueda llenar la mente de escr�pulos e inducir h�bitos introspectivos e hipocondr�a espiritual. Querr�a que todo hombre respondiera la pregunta sencilla: �Percibes el cuerpo del Se�or en el Sacramento? Este es el �nico punto cardinal sobre el que todo gira, admitiendo o excluyendo a cada aspirante.

Aquel que comprenda claramente que esta no es una comida com�n, sino el s�mbolo externo por medio del cual Dios nos ofrece a Jesucristo, no es probable que profana el Sacramento. "Este es Mi cuerpo", dice el Se�or, lo que significa que este pan siempre recordar� al comulgante que su Se�or dio libremente Su propio cuerpo por la vida del mundo. Y quien acepta el pan y el vino porque se lo recuerdan y lo llevan a una actitud renovada de fe, es un comulgante digno.

Los corintios fueron castigados por la enfermedad y aparentemente por la muerte para que pudieran ver y arrepentirse de la enormidad de usar estos s�mbolos como alimento com�n; y para que pudieran escapar de este castigo, s�lo ten�an que recordar la instituci�n del Sacramento por nuestro Se�or mismo.

La breve narraci�n de esta primera instituci�n que Pablo inserta aqu� resalta la verdad de que el Sacramento fue pensado principalmente como un memorial o recuerdo del Salvador. Nada podr�a ser m�s simple o m�s humano que el nombramiento de este Sacramento por nuestro Se�or. Levantando el material de la Cena ante �l, les pide a Sus disc�pulos que hagan del simple acto de comer y beber la ocasi�n de recordarlo.

As� como el amigo que se est� ausentando durante mucho tiempo o que se va para siempre de la tierra pone en nuestras manos su retrato o algo que haya usado, usado o apreciado, y se complace en pensar que lo atesoraremos por su bien, as� Cristo, en la v�spera de su muerte, asegur� esta �nica cosa: que sus disc�pulos tuvieran un recuerdo para recordarlo. Y a medida que el regalo agonizante de un amigo se vuelve sagrado para nosotros como su propia persona, y no podemos soportar verlo entregado por manos indiferentes y comentado por aquellos que no tienen la misma reverencia amorosa que nosotros, y como cuando miramos su retrato, o cuando usamos la misma pluma o l�piz que sus dedos desgastaron suavemente, recordamos los muchos momentos felices que pasamos juntos y las palabras brillantes e inspiradoras que salieron de sus labios, as� que este Sacramento nos parece sagrado como el de Cristo. persona,

Una vez m�s, la forma de este memorial es adecuada para recordar la vida y muerte reales del Se�or. Los s�mbolos nos invitan a recordar Su cuerpo y Su sangre. Por ellos llegamos a la presencia de una Persona viva real. Nuestra religi�n no es una teor�a; no es una especulaci�n, un sistema de filosof�a que nos pone en posesi�n de un verdadero esquema del universo y nos gu�a hacia un c�digo de moral s�lido; es, sobre todo, un asunto personal.

Somos salvados al ser puestos en correctas relaciones personales. Y en este Sacramento se nos recuerda esto y se nos ayuda a reconocer a Cristo como una Persona viva real, que por Su cuerpo y sangre, por Su humanidad actual, nos salv�. El cuerpo y la sangre de Cristo nos recuerdan que Su humanidad era tan sustancial como la nuestra, y Su vida tan real. �l nos redimi� por la vida humana real que llev� y por la muerte que muri�, por el uso que hizo del cuerpo y el alma de los que hacemos otros usos. Y somos salvos record�ndolo y asimilando el esp�ritu de Su vida y Su muerte.

Pero especialmente, cuando Cristo dijo: "Hagan esto en memoria de m�", �quiso decir que su pueblo siempre recordar�a que se hab�a entregado completamente a ellos y por ellos? Los s�mbolos de Su cuerpo y sangre ten�an la intenci�n de recordarnos que todo lo que le dio un lugar entre los hombres, lo dedic� a nosotros. Al dar Su carne y Su sangre quiere decir que �l nos da Su todo, �l mismo completamente; y al invitarnos a participar de Su carne y sangre, quiere decir que debemos recibirlo en la conexi�n m�s real posible, que debemos admitir Su amor abnegado en nuestro coraz�n como nuestra posesi�n m�s preciada.

Les pidi� a sus disc�pulos que lo recordaran, sabiendo que la muerte que estaba a punto de morir "atraer�a a todos a �l", llenar�a a los desesperados con esperanzas de pureza y felicidad, har�a que innumerables pecadores se dijeran a s� mismos con un arrebatamiento que subyuga el alma: "Me am� y se entreg� a s� mismo por m�". Sab�a que el amor mostrado en Su muerte y las esperanzas que crea ser�an apreciadas como la redenci�n del mundo, y que todos los tiempos se encontrar�an hombres volvi�ndose hacia �l y diciendo: "Si te olvido, que mi mano derecha olvide su astucia. ; si no te recuerdo, que mi lengua se pegue al paladar, si no te prefiero a mi mayor gozo ". Y, por lo tanto, �l se presenta a nosotros como muri�: como Aquel cuyo amor por nosotros realmente lo llev� a la humillaci�n m�s profunda y al sufrimiento m�s doloroso,

Pero estos s�mbolos fueron designados para recordar a Cristo a fin de que, record�ndolo, pudi�ramos renovar nuestra comuni�n con �l. En el Sacramento no hay una mera representaci�n de Cristo o una mera conmemoraci�n de los acontecimientos que nos interesan; pero tambi�n hay una comuni�n actual y presente entre Cristo y el alma. Alentados y estimulados por las se�ales externas, nosotros, en nuestra propia alma y para nosotros mismos, aceptamos a Cristo y las bendiciones que �l trae.

No hay en el pan y en el vino mismos nada que pueda beneficiarnos, pero por sus medios debemos "discernir el cuerpo del Se�or". Cuando se dice que Cristo est� presente en el pan y el vino, no se quiere decir nada misterioso o m�gico. Significa que est� espiritualmente presente para los que creen.

Est� presente en el Sacramento como est� presente en la fe en cualquier momento y en cualquier lugar; solamente, estos signos que Dios pone en nuestras manos para asegurarnos de su don de Cristo para nosotros, nos ayudan a creer que Cristo es dado, y nos facilitan el descanso en �l.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 1 Corinthians 11". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/1-corinthians-11.html.
 
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