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Bible Commentaries
1 Corintios 12

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

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Versículos 1-31

Cap�tulo 18

SOBRE LOS DONES ESPIRITUALES

Esta ep�stola est� bien adaptada para desenga�ar nuestras mentes de la idea de que la Iglesia primitiva era en todos los aspectos superior a la Iglesia de nuestros d�as. Pasamos p�gina tras p�gina, y encontramos poco m�s que contenci�n, celos, errores, inmoralidad, ideas fant�sticas, inmodestia, irreverencia, blasfemia. En este punto de la Ep�stola nos encontramos con un estado de cosas que diferencia a la Iglesia primitiva de la nuestra; pero tambi�n aqu� las ventajas superiores de aquellos primeros cristianos fueron lamentablemente abusadas por la ignorancia y la envidia.

Los miembros de la Iglesia de Corinto pose�an "dones espirituales". Fueron dotados en su conversi�n o en el bautismo con ciertos poderes que no hab�an pose�do previamente y que se deb�an a la influencia del Esp�ritu Santo. Habr�a sido sorprendente que una revoluci�n tan completa en los sentimientos y perspectivas humanos introducida por el cristianismo no hubiera estado acompa�ada de alguna manifestaci�n extraordinaria y anormal.

La nueva vida Divina que repentinamente se verti� en la naturaleza humana la conmovi� con un poder inusual. Los hombres y mujeres que ayer solo pod�an sentarse y expresar el p�same con sus amigos enfermos se encontraron hoy en un estado mental tan elevado que pod�an impartir energ�a vital al enfermo. Los j�venes que hab�an sido educados en la idolatr�a y la ignorancia repentinamente encontraron sus mentes llenas de ideas nuevas y estimulantes que se sintieron impulsados ??a impartir a quienes quisieran escuchar.

Estos y otros dones extraordinarios similares, que fueron muy �tiles para llamar la atenci�n sobre la joven comunidad cristiana, desaparecieron r�pidamente cuando la Iglesia cristiana tom� su lugar como instituci�n establecida.

Si estamos dispuestos a cuestionar la autenticidad de esas manifestaciones porque en nuestros d�as el Esp�ritu de Cristo no las produce, hay dos consideraciones que deben pesar en nosotros. Primero, lo que pide Browning: que los milagros que alguna vez fueron necesarios ahora ya no son necesarios, porque cumplieron el prop�sito para el que fueron dados. Como cuando siembras una parcela en un jard�n, le pegas ramitas a su alrededor, para que ninguna persona descuidada pueda pisar y destruir la planta joven y a�n invisible, pero cuando las plantas se han vuelto tan altas y visibles como las ramitas, entonces estas son in�tiles. As� que si los milagros sirvieron realmente para ayudar al crecimiento de la joven Iglesia, ella, por sus medios, ahora se ha vuelto lo suficientemente visible y entendida como para no necesitarlos m�s.

Y, en segundo lugar, era de esperar que el primer impacto de estas nuevas fuerzas cristianas en el esp�ritu del hombre produjera disturbios y emociones violentas, que no se pod�a esperar que continuaran como condici�n normal de las cosas. Nuevas ideas pol�ticas o sociales que de repente se apoderan de un pueblo, como en la Revoluci�n Francesa, lo llevan a muchas acciones y lo inspiran con una energ�a que no puede ser normal.

Y gentil y sin observaci�n como lo fueron el Esp�ritu y el reino de Cristo, sin embargo, era imposible que, bajo la presi�n de las ideas m�s influyentes e inspiradoras que jam�s hayan pose�do a nuestra raza, hubiera algunas manifestaciones extraordinarias.

Nada puede ser m�s natural que estos dones deben ser sobrevalorados y casi deben ser considerados como las bendiciones m�s sustanciales y ventajosas que el cristianismo tiene para ofrecer. Primero aceptados como evidencia de la verdadera morada del Esp�ritu Santo, llegaron a ser apreciados por su propio bien. Dise�ados originalmente como signos de la realidad de la comunicaci�n entre el Se�or resucitado y Su Iglesia y, por lo tanto, como garant�as de que la santidad y la bendici�n prometidas por Cristo no eran inalcanzables, llegaron a considerarse a s� mismos m�s preciosos que la santidad que prometieron.

Dados a este individuo y a eso para que cada uno pudiera tener alg�n don con el que pudiera beneficiar a la comunidad, llegaron a ser considerados como distinciones de las que el individuo se enorgullec�a, y por lo tanto introdujeron vanidad, envidia y separaci�n, en lugar de estima mutua y amabilidad. Un regalo se midi� con otro y se calific� por encima o por debajo de �l; y, como de costumbre, lo �til no pod�a competir con lo sorprendente.

El don de hablar para beneficio espiritual de los oyentes fue poco considerado en comparaci�n con el don de hablar en lenguas desconocidas. A lo largo de este y los dos cap�tulos siguientes, Pablo explica el objeto de estos dones y el principio de su distribuci�n y empleo; enuncia la supremac�a del amor y establece ciertas reglas para la orientaci�n de las reuniones en las que se muestran estos dones.

Pablo presenta sus comentarios record�ndoles que su historia previa explica suficientemente su necesidad de instrucci�n. �En su antiguo estado pagano, no tuvo ninguna experiencia similar a la que tiene ahora en la Iglesia. Los �dolos mudos a cuya adoraci�n ustedes se dejaron llevar no comunicaron poderes similares a los que ahora les comunica el Esp�ritu. En consecuencia, como novatos en este dominio, necesitan un hilo conductor para evitar que se extrav�en.

Por eso te instruyo. "Y lo primero que necesitas guiarte es un criterio por el cual puedas juzgar si las llamadas manifestaciones del Esp�ritu son genuinas o falsas. La prueba es simple. Todos cuyas palabras o acciones desprecian Jes�s se proclama a s� mismo bajo alguna otra influencia que la del Esp�ritu; todos los que reconocen a Jes�s como Se�or, lo sirven y promueven su causa, est�n animados por el Esp�ritu.

"Nadie que hable por el Esp�ritu de Dios, llama anatema a Jes�s". Pero, �exist�a alguna posibilidad de que tal declaraci�n se escuchara en una iglesia cristiana? Parece que s�. Parece que muy temprano en la historia del cristianismo se encontraron en la Iglesia hombres que no pudieron reconciliarse con la muerte maldita de Cristo. Creyeron en el Evangelio que proclam�, los milagros que obr�, el reino que fund�; pero la crucifixi�n todav�a era un obst�culo para ellos.

Y entonces formularon una teor�a para adaptarse a sus propios prejuicios, y sostuvieron que el Logos Divino descendi� sobre Jes�s en Su bautismo y habl� y actu� a trav�s de �l, pero lo abandon� antes de la Crucifixi�n. Fue Jes�s, un simple hombre, quien muri� en la Cruz, la muerte maldita. Esta degradaci�n de Jes�s no deb�a ser tolerada en la Iglesia cristiana y fue decisiva en cuanto a la posesi�n de verdaderos dones espirituales por parte de un hombre.

Adquirir el se�or�o de Jes�s era la prueba del cristianismo de un hombre. �Reconoci� como suprema a esa Persona que hab�a vivido y muerto bajo el nombre de Jes�s? �Emple� sus dones espirituales para el avance de Su reino y como alguien que realmente se esforzaba por servir a este Maestro invisible? Entonces no es necesario mostrar ninguna vacilaci�n al admitir su afirmaci�n de estar animado por el Esp�ritu de Dios.

En otras palabras, Pablo desea que comprendan que, despu�s de todo, la �nica prueba segura del cristianismo de un hombre es su sumisi�n real a Cristo. Ninguna obra maravillosa que pueda realizar en la Iglesia o en el mundo prueba su posesi�n del Esp�ritu de Cristo. �Muchos me dir�n en aquel d�a: Se�or, Se�or, �no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchas obras maravillosas? nunca os conoc�; apartaos de m�, obradores de iniquidad.

"Un hombre puede reunir y edificar una gran congregaci�n, puede escribir h�bilmente en defensa del cristianismo, puede ser reconocido como un benefactor de su �poca, o puede ser considerado el m�s exitoso de los misioneros, pero la �nica prueba de las afirmaciones de un hombre ser escuchado por la Iglesia es su sumisi�n real a Cristo. No buscar� su propia gloria, sino el bien de los hombres. Y en cuanto a los dones mismos, no deben ser motivo de discordia, porque tienen todo en com�n: tienen su fuente en Dios, son para el servicio de Cristo, son formas del mismo Esp�ritu.

"Hay diversidad de dones, pero el mismo Esp�ritu. Y hay diferencias de administraciones, pero el mismo Se�or. Y hay diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra todo en todos".

Se descubri� que la nueva vida introducida entonces por Cristo en el individuo y la sociedad asum�a diversas formas y era suficiente para todas las necesidades de la naturaleza humana en este mundo. Paul se deleit� en examinar la variedad de investiduras y facultades que aparec�an en la Iglesia. Sabidur�a, conocimiento, fe, poder para obrar milagros, dones extraordinarios de exhortaci�n o profec�a y tambi�n de hablar en lenguas desconocidas, capacidad para manejar los asuntos y utilidad general: estos y otros dones fueron el florecimiento de la nueva vida.

As� como el sol en primavera desarrolla cada semilla de acuerdo con su propia clase y car�cter especiales, as� esta nueva fuerza espiritual desarrolla en cada hombre su car�cter m�s �ntimo y especial. La influencia cristiana no es un aparato externo que recorta a todos los hombres seg�n un patr�n como los �rboles en una avenida se recortan en una forma; pero es una fuerza interior y vital que hace que cada uno crezca seg�n su propia individualidad, uno con la irregularidad escarpada del roble, otro con la ordenada riqueza del plano.

Se dice que la variedad en armon�a es el principio de toda belleza, y esto es lo que produce el Esp�ritu Divino en el hombre. Las distinciones individuales no se borran, sino que se desarrollan y se dirigen al servicio de la comunidad. Unidos en su lealtad a Cristo, unidos en un solo cuerpo por afectos, creencias y esperanzas comunes, y con el objetivo de promover una causa, los cristianos son tan diferentes como los dem�s hombres en facultad, temperamento y logros.

No hay verdad que se presente con m�s determinaci�n en nuestros d�as que esta: que la sociedad es un organismo similar al cuerpo humano. De hecho, esta no es una idea nueva, ni es una idea exclusivamente cristiana. Que el hombre fue hecho para la sociedad y que era asunto de cada hombre trabajar por el bien de todos era una doctrina estoica com�n. Se ense�� que todo hombre debe creer que ha nacido, no para s� mismo, sino para el mundo entero.

Tome una de las muchas expresiones de esta verdad: "Has visto una mano cortada, o un pie, o una cabeza, separados del resto del cuerpo; eso es lo que un hombre hace a s� mismo cuando se separa de los dem�s o hace cualquier cosa que no sea social. Fuiste hecho por la naturaleza una parte; y es debido a la benevolencia de Dios que, si te has desapegado del todo, puedes reunirte con �l ". Y en los primeros d�as, cuando la poblaci�n de Roma se volvi� insatisfecha y sediciosa y se retir� fuera de las murallas de la ciudad a un campamento propio, Men�nio Agripa se acerc� a ellos y les cont� su f�bula que Shakespeare ayud� a hacer famosa.

Relat� c�mo los diversos miembros del cuerpo -la mano, el ojo, el o�do- se amotinaron y se negaron a seguir trabajando porque les parec�a que toda la comida y el disfrute por el que trabajaban iban a parar a otro miembro, y no a ellos. . Por supuesto, fue f�cil para el miembro acusado despejarse de la acusaci�n de inactividad y demostrar que la comida que recibi� no se retuvo para su uso exclusivo, sino que se distribuy� a trav�s de los r�os de la sangre, y c�mo "los nervios m�s fuertes y peque�as venas inferiores "de �l recibieron la competencia natural por la que viv�an.

Pero aunque esta comparaci�n de la sociedad con el cuerpo no es nueva, ahora est� siendo examinada m�s seria y cient�ficamente y llevada a sus leg�timas conclusiones y aplicaciones. El "significado real de la doctrina de que la sociedad es un organismo es que un individuo no tiene m�s vida que la social, y que no puede realizar sus propios prop�sitos excepto en la realizaci�n de los prop�sitos m�s amplios de la sociedad".

"Todos los �rganos del cuerpo mediante los cuales hacemos nuestro trabajo en el mundo y ganamos nuestro pan se mantienen ellos mismos en la vida y cumplen el fin de su propia existencia al trabajar y mantener todo el cuerpo; y excepto en la vida com�n del cuerpo no pueden mantenerse en absoluto. Lo mismo ocurre con los dem�s �rganos del cuerpo. El coraz�n, los pulmones, los �rganos digestivos, tienen un trabajo duro y constante que hacer; pero s�lo haci�ndolo pueden cumplir el prop�sito mismo de su existencia y mantenerse en la vida contribuyendo a la vida del cuerpo en el que son los �nicos que pueden vivir.

El mismo principio se aplica a la sociedad. Es obvio en el comercio y el comercio; un hombre s�lo puede mantenerse a s� mismo en la vida ayudando a mantener a otras personas. Y la sociedad ideal es aquella en la que cada hombre no solo debe ceder de mala gana a la compulsi�n de esta ley natural, sino que debe ver claramente los grandes fines para los que existe la humanidad y trabajar con celo para promover estos fines, debe buscar con entusiasmo lo que contribuye a la consecuci�n de los objetivos. bien del conjunto como la mano se extiende para comer o como el paladar saborea lo que mantiene el apetito y nutre todo el cuerpo.

Al ilustrar la relaci�n de los cristianos entre s� mediante la figura de los miembros de un cuerpo, Pablo sugiere varias ideas.

1. La unidad de los cristianos es una unidad vital. Los miembros del cuerpo de Cristo forman un todo porque participan de una vida com�n. "Por un solo Esp�ritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean jud�os o gentiles, sean esclavos o libres; ya todos se nos dio a beber de un mismo Esp�ritu". La unidad de los que juntos forman el cuerpo de Cristo no es una unidad mec�nica, como una libra de tiro en una bolsa; ni es una unidad impuesta por una fuerza externa, como las bestias salvajes enjauladas en una colecci�n de animales; tampoco es una unidad de mera yuxtaposici�n accidental, como de los pasajeros de un tren o de los habitantes de una ciudad.

Pero as� como la vida del cuerpo humano mantiene a todos los miembros y los alimenta a un crecimiento armonioso y bien proporcionado, as� ocurre en el cuerpo de Cristo. Quite del cuerpo humano la vida que lo sostiene, y todos los miembros se alejar�n de la conexi�n entre s�; pero mientras se conserva la vida, asimila de la manera m�s sorprendente todos los nutrientes a su propio tipo y forma precisos.

El le�n y el tigre pueden comer exactamente la misma comida, pero esa comida nutre cada uno de una forma diferente. La vida que anima al cuerpo humano asimila el alimento a sus propios usos, impartiendo a cada miembro su debida proporci�n y manteniendo a todos los miembros en su relaci�n unos con otros.

La unidad de los cristianos es una unidad de este tipo, una unidad vital. La misma vida espiritual existe en todos los cristianos, derivada de la misma fuente, suministr�ndoles una energ�a similar e incit�ndolos a los mismos h�bitos y objetivos. Aceptan el Esp�ritu de Cristo, y as� se forman en un solo cuerpo, sin estar m�s aislados, ego�stas, y cada hombre luchando por su propia mano, sino unidos por la promoci�n de una causa com�n.

No hay conflicto entre los intereses del individuo y los intereses de la sociedad o reino al que pertenece. El miembro encuentra su �nica vida y funci�n en el cuerpo. Es mediante el ejercicio m�s libre y deliberado de su raz�n y su voluntad que el hombre se adhiere a Cristo, viendo que al hacerlo entra en el �nico camino hacia la verdadera felicidad y realizaci�n. El individuo solo puede expresar y realizar su mejor yo haciendo lo mejor posible por la sociedad.

Su dedicaci�n a los intereses p�blicos no es una generosidad autodestructiva, sino el dictado del deber y de la raz�n. Para citar a un escritor que trata este asunto desde el punto de vista filos�fico, "quien ha hecho del bienestar de la raza su objetivo, lo ha hecho, no por una elecci�n generosa, sino porque considera la b�squeda de este bienestar como su imperativo". El bienestar de la raza es su propio ideal, lo que debe realizar para ser lo que debe ser.

El bienestar de la raza es su propio bienestar, que debe buscar porque debe ser �l mismo. Cromwell, Lutero, Mahoma eran h�roes, no porque hicieran algo m�s all� de lo que deber�an haber hecho. sino porque su yo ideal era coextensivo con la vida m�s amplia de su mundo. "No puedo otro" fue la voz de cada uno. Sus grandes prop�sitos eran lo que se deb�an tanto a ellos mismos como a su mundo.

"Aquellos que no pueden reconciliar filos�ficamente los reclamos de la sociedad y los reclamos del individuo, a�n est�n capacitados por su apego a Cristo y por su aceptaci�n de Su Esp�ritu para fusionarse en la totalidad del cuerpo de Cristo y encontrar su vida m�s verdadera en la b�squeda del bien. Es por la aceptaci�n del Esp�ritu de Cristo como fuente y Gu�a de su propia vida que entran en comuni�n con la comunidad de los hombres.

2. Pablo tiene cuidado de mostrar que la eficacia misma del cuerpo depende de la multiplicidad y variedad de los miembros que lo componen: "Si todos fueran un solo miembro, �d�nde estar�a el cuerpo? Si todo el cuerpo fuera un ojo, �D�nde estaba el o�do? Si todo era o�do, �d�nde estaba el olfato? " Las formas m�s bajas de vida no tienen �rganos diferenciados o tienen muy pocos; pero cuanto m�s ascendemos en la escala de la vida, m�s numerosos y diferenciados son los �rganos.

En las formas inferiores, un miembro desempe�a varias funciones, y el animal usa el mismo �rgano para la locomoci�n que para comer y digerir; en las formas superiores, cada departamento de la vida y actividad est� presidido por su propio sentido u �rgano. La misma ley se aplica a la sociedad. Entre las tribus m�s bajas en la escala de la civilizaci�n, cada hombre es su propio agricultor, pastor o cazador, y su propio sacerdote, carnicero, cocinero y pa�ero.

Cada hombre hace todo por s� mismo. Pero a medida que los hombres se civilizan, las diversas necesidades de la sociedad son suplidas por diferentes individuos, y cada funci�n se especializa. La misma ley se aplica necesariamente al cuerpo de Cristo. Est� muy organizado y ning�n �rgano puede hacer todo el trabajo del cuerpo. Por tanto, uno tiene este don, otro ese. Y cuanto m�s se acerque este cuerpo a la perfecci�n, m�s diversos y distintos ser�n estos dones.

Por lo tanto, una funci�n importante de la Iglesia es obtener y utilizar todas las facultades para el bien que poseen sus miembros. En una sociedad en la que el cristianismo est� empezando a echar ra�ces, puede corresponder a un solo hombre hacer el trabajo de todo el cuerpo cristiano: ser ojo, lengua, pie, mano y coraz�n. Debe evangelizar, debe ense�ar, debe legislar, debe hacer cumplir la ley; debe predicar, debe orar, debe dirigir el canto; debe planificar la iglesia y ayudar a construirla: traducir las Escrituras y ayudar a imprimirlas; ense�ar a los salvajes a ponerse un poco de ropa y ayudar a confeccionarla; disuadirlos de la guerra e instruirlos en las artes de la paz, inculcando el gusto por la agricultura y el comercio.

Pero cuando la sociedad cristiana ha dejado atr�s esta etapa rudimentaria, esas diversas funciones son desempe�adas por diferentes individuos; ya medida que avanza hacia una condici�n perfecta, sus funciones y �rganos se vuelven tan m�ltiples y tan claramente diferenciados como los �rganos del cuerpo humano. Cada miembro de la Iglesia es diferente a los dem�s y tiene un don propio. Algunos est�n capacitados para alimentar a la Iglesia misma y mantener el cuerpo de Cristo en salud y eficiencia; algunos est�n preparados para actuar en el mundo exterior: son ojos para percibir, pies para perseguir, manos para asir a los que se desv�an de la luz.

Por lo tanto, todos los que se sienten atra�dos a la comuni�n del cuerpo de Cristo tienen algo que contribuir a su bien y al trabajo que realiza. Est� en conexi�n con ese cuerpo porque el Esp�ritu de Cristo lo ha pose�do y asimilado a �l; y ese Esp�ritu se energiza en �l. Es posible que no vea que algo en lo que la Iglesia est� comprometida actualmente es un trabajo que �l puede emprender. Puede sentirse fuera de lugar e inc�modo cuando intenta hacer lo que otros est�n haciendo.

Se siente como un galgo, obligado a correr por el olfato y no por la vista, y se espera que haga el trabajo de un puntero y no agarre a su presa, o como si estuviera dispuesto a hacer el trabajo de un ojo con la mano. S�lo puede hacerlo de una manera imperfecta, tanteada y a tientas. Pero esto es solo un indicio de que est� destinado a otro trabajo, no a ninguno. Y le corresponde a �l descubrir ad�nde le conducen sus instintos cristianos.

No es necesario decirle al ojo que es para ver, ni a la mano que es para agarrar. El ojo y la mano del ni�o hacen instintivamente su oficio. Y donde hay verdadera vida cristiana, no importa cu�l sea el miembro del cuerpo de Cristo, encontrar� su funci�n, aunque esa funci�n sea nueva en la experiencia de la Iglesia.

El hecho, entonces, de que seas muy diferente de los miembros ordinarios de la Iglesia no es motivo para suponer que no perteneces al cuerpo de Cristo. El o�do es muy diferente al ojo; no puede detectar ni la forma ni el color: no puede disfrutar de un paisaje ni recibir a un amigo: pero "si el o�do dijera: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, �por eso no ser� del cuerpo?" �No es, por el contrario, su propia diversidad visual lo que lo convierte en una adici�n bienvenida al cuerpo, enriqueciendo sus capacidades y aumentando su utilidad? No es en comparaci�n con otras personas que podemos.

decir si pertenecemos al cuerpo de Cristo, ni nuestra funci�n en ese cuerpo est� determinada por nada de lo que est� haciendo alg�n otro miembro. La misma dificultad que encontramos para adaptarnos a los dem�s y encontrar cualquier obra cristiana ya existente a la que podamos entregarnos es una pista que tenemos la oportunidad de aumentar la eficiencia de la Iglesia. La Iglesia puede pretender ser perfecta s�lo cuando abraza a las personas con m�s dones y permite que los gustos, instintos y aptitudes de todos se utilicen en su trabajo.

3. As� como no debe haber desprecio perezoso de uno mismo en el cuerpo de Cristo, tampoco debe despreciarse a otras personas. "El ojo no puede decir a la mano: no te necesito; ni la cabeza a los pies, no te necesito". Cuando las personas celosas descubren nuevos m�todos, desprecian inmediatamente el sistema eclesi�stico normal que ha resistido la prueba y est� sellado con la aprobaci�n de siglos.

Un m�todo no puede regenerar y cristianizar el mundo, no m�s de un miembro puede hacer todo el trabajo del cuerpo. Pablo va a�n m�s lejos y nos recuerda que las partes "d�biles" del cuerpo son "las m�s necesarias"; el coraz�n, el cerebro, los pulmones y todos esos delicados miembros del cuerpo que hacen su trabajo esencial completamente ocultos a la vista son m�s necesarios que la mano o el pie, cuya p�rdida sin duda paraliza, pero no mata.

De modo que en la Iglesia de Cristo son las almas ocultas las que, mediante sus oraciones y la piedad dom�stica, mantienen la salud de todo el cuerpo y permiten que los miembros m�s conspicuamente dotados hagan su parte. El desprecio por cualquier miembro del cuerpo de Cristo es sumamente indecoroso y pecaminoso. Sin embargo, los hombres parecen incapaces de saber cu�ntos miembros y cu�n diversos se necesitan para completar un cuerpo, y cu�n necesarias son esas funciones que ellos mismos son totalmente incapaces de realizar.

4. Por �ltimo, Pablo se cuida de ense�ar que "a todo hombre le es dada la manifestaci�n del Esp�ritu para provecho". No es para la glorificaci�n del individuo que la nueva vida espiritual se manifiesta en tal o cual forma notable, sino para la edificaci�n del cuerpo de Cristo. Por muy hermoso que sea cualquier rasgo de un rostro, es espantoso aparte de su posici�n entre los dem�s y yacer por s� mismo.

Moralmente espantoso y ya no admirable es el cristiano que atrae la atenci�n sobre s� mismo y no subordina su don al beneficio de todo el cuerpo de Cristo. Si en el cuerpo humano alg�n miembro se afirma y no est� subordinado a la �nica voluntad central, eso se reconoce como enfermedad: la danza de San Virus. Si alg�n miembro deja de obedecer la voluntad central, se indica par�lisis. E igualmente as� se indica la enfermedad cuando un cristiano busca sus propios fines o su propia glorificaci�n, y no el beneficio de todo el cuerpo.

Simon Magus busc� hacerse una reputaci�n y una competencia por s� mismo mediante los dones espirituales. Lo que en su caso fue principalmente estupidez, es pecado nuestro, si usamos los poderes y oportunidades que tenemos para nuestros propios fines, y no con miras al beneficio de otros.

Esforc�monos entonces por reconocer nuestra posici�n como miembros del cuerpo de Cristo. Acept�moslo con seriedad como designado por Dios para ser nuestra verdadera Vida y Cabeza espiritual; consideremos lo que podemos hacer por el bien de todo el cuerpo; y dejemos a un lado todos los celos, la envidia y el ego�smo, y honremos con mansedumbre el trabajo realizado por otros mientras hacemos el nuestro con humildad y esperanza.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 1 Corinthians 12". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/1-corinthians-12.html.
 
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