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Bible Commentaries
1 Corintios 13

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

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Versículo 1

Cap�tulo 18

SOBRE LOS DONES ESPIRITUALES

Esta ep�stola est� bien adaptada para desenga�ar nuestras mentes de la idea de que la Iglesia primitiva era en todos los aspectos superior a la Iglesia de nuestros d�as. Pasamos p�gina tras p�gina, y encontramos poco m�s que contenci�n, celos, errores, inmoralidad, ideas fant�sticas, inmodestia, irreverencia, blasfemia. En este punto de la Ep�stola nos encontramos con un estado de cosas que diferencia a la Iglesia primitiva de la nuestra; pero tambi�n aqu� las ventajas superiores de aquellos primeros cristianos fueron lamentablemente abusadas por la ignorancia y la envidia.

Los miembros de la Iglesia de Corinto pose�an "dones espirituales". Fueron dotados en su conversi�n o en el bautismo con ciertos poderes que no hab�an pose�do previamente y que se deb�an a la influencia del Esp�ritu Santo. Habr�a sido sorprendente que una revoluci�n tan completa en los sentimientos y perspectivas humanos introducida por el cristianismo no hubiera estado acompa�ada de alguna manifestaci�n extraordinaria y anormal.

La nueva vida Divina que repentinamente se verti� en la naturaleza humana la conmovi� con un poder inusual. Los hombres y mujeres que ayer solo pod�an sentarse y expresar el p�same con sus amigos enfermos se encontraron hoy en un estado mental tan elevado que pod�an impartir energ�a vital al enfermo. Los j�venes que hab�an sido educados en la idolatr�a y la ignorancia repentinamente encontraron sus mentes llenas de ideas nuevas y estimulantes que se sintieron impulsados ??a impartir a quienes quisieran escuchar.

Estos y otros dones extraordinarios similares, que fueron muy �tiles para llamar la atenci�n sobre la joven comunidad cristiana, desaparecieron r�pidamente cuando la Iglesia cristiana tom� su lugar como instituci�n establecida.

Si estamos dispuestos a cuestionar la autenticidad de esas manifestaciones porque en nuestros d�as el Esp�ritu de Cristo no las produce, hay dos consideraciones que deben pesar en nosotros. Primero, lo que pide Browning: que los milagros que alguna vez fueron necesarios ahora ya no son necesarios, porque cumplieron el prop�sito para el que fueron dados. Como cuando siembras una parcela en un jard�n, le pegas ramitas a su alrededor, para que ninguna persona descuidada pueda pisar y destruir la planta joven y a�n invisible, pero cuando las plantas se han vuelto tan altas y visibles como las ramitas, entonces estas son in�tiles. As� que si los milagros sirvieron realmente para ayudar al crecimiento de la joven Iglesia, ella, por sus medios, ahora se ha vuelto lo suficientemente visible y entendida como para no necesitarlos m�s.

Y, en segundo lugar, era de esperar que el primer impacto de estas nuevas fuerzas cristianas en el esp�ritu del hombre produjera disturbios y emociones violentas, que no se pod�a esperar que continuaran como condici�n normal de las cosas. Nuevas ideas pol�ticas o sociales que de repente se apoderan de un pueblo, como en la Revoluci�n Francesa, lo llevan a muchas acciones y lo inspiran con una energ�a que no puede ser normal.

Y gentil y sin observaci�n como lo fueron el Esp�ritu y el reino de Cristo, sin embargo, era imposible que, bajo la presi�n de las ideas m�s influyentes e inspiradoras que jam�s hayan pose�do a nuestra raza, hubiera algunas manifestaciones extraordinarias.

Nada puede ser m�s natural que estos dones deben ser sobrevalorados y casi deben ser considerados como las bendiciones m�s sustanciales y ventajosas que el cristianismo tiene para ofrecer. Primero aceptados como evidencia de la verdadera morada del Esp�ritu Santo, llegaron a ser apreciados por su propio bien. Dise�ados originalmente como signos de la realidad de la comunicaci�n entre el Se�or resucitado y Su Iglesia y, por lo tanto, como garant�as de que la santidad y la bendici�n prometidas por Cristo no eran inalcanzables, llegaron a considerarse a s� mismos m�s preciosos que la santidad que prometieron.

Dados a este individuo y a eso para que cada uno pudiera tener alg�n don con el que pudiera beneficiar a la comunidad, llegaron a ser considerados como distinciones de las que el individuo se enorgullec�a, y por lo tanto introdujeron vanidad, envidia y separaci�n, en lugar de estima mutua y amabilidad. Un regalo se midi� con otro y se calific� por encima o por debajo de �l; y, como de costumbre, lo �til no pod�a competir con lo sorprendente.

El don de hablar para beneficio espiritual de los oyentes fue poco considerado en comparaci�n con el don de hablar en lenguas desconocidas. A lo largo de este y los dos cap�tulos siguientes, Pablo explica el objeto de estos dones y el principio de su distribuci�n y empleo; enuncia la supremac�a del amor y establece ciertas reglas para la orientaci�n de las reuniones en las que se muestran estos dones.

Pablo presenta sus comentarios record�ndoles que su historia previa explica suficientemente su necesidad de instrucci�n. �En su antiguo estado pagano, no tuvo ninguna experiencia similar a la que tiene ahora en la Iglesia. Los �dolos mudos a cuya adoraci�n ustedes se dejaron llevar no comunicaron poderes similares a los que ahora les comunica el Esp�ritu. En consecuencia, como novatos en este dominio, necesitan un hilo conductor para evitar que se extrav�en.

Por eso te instruyo. "Y lo primero que necesitas guiarte es un criterio por el cual puedas juzgar si las llamadas manifestaciones del Esp�ritu son genuinas o falsas. La prueba es simple. Todos cuyas palabras o acciones desprecian Jes�s se proclama a s� mismo bajo alguna otra influencia que la del Esp�ritu; todos los que reconocen a Jes�s como Se�or, lo sirven y promueven su causa, est�n animados por el Esp�ritu.

"Nadie que hable por el Esp�ritu de Dios, llama anatema a Jes�s". Pero, �exist�a alguna posibilidad de que tal declaraci�n se escuchara en una iglesia cristiana? Parece que s�. Parece que muy temprano en la historia del cristianismo se encontraron en la Iglesia hombres que no pudieron reconciliarse con la muerte maldita de Cristo. Creyeron en el Evangelio que proclam�, los milagros que obr�, el reino que fund�; pero la crucifixi�n todav�a era un obst�culo para ellos.

Y entonces formularon una teor�a para adaptarse a sus propios prejuicios, y sostuvieron que el Logos Divino descendi� sobre Jes�s en Su bautismo y habl� y actu� a trav�s de �l, pero lo abandon� antes de la Crucifixi�n. Fue Jes�s, un simple hombre, quien muri� en la Cruz, la muerte maldita. Esta degradaci�n de Jes�s no deb�a ser tolerada en la Iglesia cristiana y fue decisiva en cuanto a la posesi�n de verdaderos dones espirituales por parte de un hombre.

Adquirir el se�or�o de Jes�s era la prueba del cristianismo de un hombre. �Reconoci� como suprema a esa Persona que hab�a vivido y muerto bajo el nombre de Jes�s? �Emple� sus dones espirituales para el avance de Su reino y como alguien que realmente se esforzaba por servir a este Maestro invisible? Entonces no es necesario mostrar ninguna vacilaci�n al admitir su afirmaci�n de estar animado por el Esp�ritu de Dios.

En otras palabras, Pablo desea que comprendan que, despu�s de todo, la �nica prueba segura del cristianismo de un hombre es su sumisi�n real a Cristo. Ninguna obra maravillosa que pueda realizar en la Iglesia o en el mundo prueba su posesi�n del Esp�ritu de Cristo. �Muchos me dir�n en aquel d�a: Se�or, Se�or, �no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchas obras maravillosas? nunca os conoc�; apartaos de m�, obradores de iniquidad.

"Un hombre puede reunir y edificar una gran congregaci�n, puede escribir h�bilmente en defensa del cristianismo, puede ser reconocido como un benefactor de su �poca, o puede ser considerado el m�s exitoso de los misioneros, pero la �nica prueba de las afirmaciones de un hombre ser escuchado por la Iglesia es su sumisi�n real a Cristo. No buscar� su propia gloria, sino el bien de los hombres. Y en cuanto a los dones mismos, no deben ser motivo de discordia, porque tienen todo en com�n: tienen su fuente en Dios, son para el servicio de Cristo, son formas del mismo Esp�ritu.

"Hay diversidad de dones, pero el mismo Esp�ritu. Y hay diferencias de administraciones, pero el mismo Se�or. Y hay diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra todo en todos".

Se descubri� que la nueva vida introducida entonces por Cristo en el individuo y la sociedad asum�a diversas formas y era suficiente para todas las necesidades de la naturaleza humana en este mundo. Paul se deleit� en examinar la variedad de investiduras y facultades que aparec�an en la Iglesia. Sabidur�a, conocimiento, fe, poder para obrar milagros, dones extraordinarios de exhortaci�n o profec�a y tambi�n de hablar en lenguas desconocidas, capacidad para manejar los asuntos y utilidad general: estos y otros dones fueron el florecimiento de la nueva vida.

As� como el sol en primavera desarrolla cada semilla de acuerdo con su propia clase y car�cter especiales, as� esta nueva fuerza espiritual desarrolla en cada hombre su car�cter m�s �ntimo y especial. La influencia cristiana no es un aparato externo que recorta a todos los hombres seg�n un patr�n como los �rboles en una avenida se recortan en una forma; pero es una fuerza interior y vital que hace que cada uno crezca seg�n su propia individualidad, uno con la irregularidad escarpada del roble, otro con la ordenada riqueza del plano.

Se dice que la variedad en armon�a es el principio de toda belleza, y esto es lo que produce el Esp�ritu Divino en el hombre. Las distinciones individuales no se borran, sino que se desarrollan y se dirigen al servicio de la comunidad. Unidos en su lealtad a Cristo, unidos en un solo cuerpo por afectos, creencias y esperanzas comunes, y con el objetivo de promover una causa, los cristianos son tan diferentes como los dem�s hombres en facultad, temperamento y logros.

No hay verdad que se presente con m�s determinaci�n en nuestros d�as que esta: que la sociedad es un organismo similar al cuerpo humano. De hecho, esta no es una idea nueva, ni es una idea exclusivamente cristiana. Que el hombre fue hecho para la sociedad y que era asunto de cada hombre trabajar por el bien de todos era una doctrina estoica com�n. Se ense�� que todo hombre debe creer que ha nacido, no para s� mismo, sino para el mundo entero.

Tome una de las muchas expresiones de esta verdad: "Has visto una mano cortada, o un pie, o una cabeza, separados del resto del cuerpo; eso es lo que un hombre hace a s� mismo cuando se separa de los dem�s o hace cualquier cosa que no sea social. Fuiste hecho por la naturaleza una parte; y es debido a la benevolencia de Dios que, si te has desapegado del todo, puedes reunirte con �l ". Y en los primeros d�as, cuando la poblaci�n de Roma se volvi� insatisfecha y sediciosa y se retir� fuera de las murallas de la ciudad a un campamento propio, Men�nio Agripa se acerc� a ellos y les cont� su f�bula que Shakespeare ayud� a hacer famosa.

Relat� c�mo los diversos miembros del cuerpo -la mano, el ojo, el o�do- se amotinaron y se negaron a seguir trabajando porque les parec�a que toda la comida y el disfrute por el que trabajaban iban a parar a otro miembro, y no a ellos. . Por supuesto, fue f�cil para el miembro acusado despejarse de la acusaci�n de inactividad y demostrar que la comida que recibi� no se retuvo para su uso exclusivo, sino que se distribuy� a trav�s de los r�os de la sangre, y c�mo "los nervios m�s fuertes y peque�as venas inferiores "de �l recibieron la competencia natural por la que viv�an.

Pero aunque esta comparaci�n de la sociedad con el cuerpo no es nueva, ahora est� siendo examinada m�s seria y cient�ficamente y llevada a sus leg�timas conclusiones y aplicaciones. El "significado real de la doctrina de que la sociedad es un organismo es que un individuo no tiene m�s vida que la social, y que no puede realizar sus propios prop�sitos excepto en la realizaci�n de los prop�sitos m�s amplios de la sociedad".

"Todos los �rganos del cuerpo mediante los cuales hacemos nuestro trabajo en el mundo y ganamos nuestro pan se mantienen ellos mismos en la vida y cumplen el fin de su propia existencia al trabajar y mantener todo el cuerpo; y excepto en la vida com�n del cuerpo no pueden mantenerse en absoluto. Lo mismo ocurre con los dem�s �rganos del cuerpo. El coraz�n, los pulmones, los �rganos digestivos, tienen un trabajo duro y constante que hacer; pero s�lo haci�ndolo pueden cumplir el prop�sito mismo de su existencia y mantenerse en la vida contribuyendo a la vida del cuerpo en el que son los �nicos que pueden vivir.

El mismo principio se aplica a la sociedad. Es obvio en el comercio y el comercio; un hombre s�lo puede mantenerse a s� mismo en la vida ayudando a mantener a otras personas. Y la sociedad ideal es aquella en la que cada hombre no solo debe ceder de mala gana a la compulsi�n de esta ley natural, sino que debe ver claramente los grandes fines para los que existe la humanidad y trabajar con celo para promover estos fines, debe buscar con entusiasmo lo que contribuye a la consecuci�n de los objetivos. bien del conjunto como la mano se extiende para comer o como el paladar saborea lo que mantiene el apetito y nutre todo el cuerpo.

Al ilustrar la relaci�n de los cristianos entre s� mediante la figura de los miembros de un cuerpo, Pablo sugiere varias ideas.

1. La unidad de los cristianos es una unidad vital. Los miembros del cuerpo de Cristo forman un todo porque participan de una vida com�n. "Por un solo Esp�ritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean jud�os o gentiles, sean esclavos o libres; ya todos se nos dio a beber de un mismo Esp�ritu". La unidad de los que juntos forman el cuerpo de Cristo no es una unidad mec�nica, como una libra de tiro en una bolsa; ni es una unidad impuesta por una fuerza externa, como las bestias salvajes enjauladas en una colecci�n de animales; tampoco es una unidad de mera yuxtaposici�n accidental, como de los pasajeros de un tren o de los habitantes de una ciudad.

Pero as� como la vida del cuerpo humano mantiene a todos los miembros y los alimenta a un crecimiento armonioso y bien proporcionado, as� ocurre en el cuerpo de Cristo. Quite del cuerpo humano la vida que lo sostiene, y todos los miembros se alejar�n de la conexi�n entre s�; pero mientras se conserva la vida, asimila de la manera m�s sorprendente todos los nutrientes a su propio tipo y forma precisos.

El le�n y el tigre pueden comer exactamente la misma comida, pero esa comida nutre cada uno de una forma diferente. La vida que anima al cuerpo humano asimila el alimento a sus propios usos, impartiendo a cada miembro su debida proporci�n y manteniendo a todos los miembros en su relaci�n unos con otros.

La unidad de los cristianos es una unidad de este tipo, una unidad vital. La misma vida espiritual existe en todos los cristianos, derivada de la misma fuente, suministr�ndoles una energ�a similar e incit�ndolos a los mismos h�bitos y objetivos. Aceptan el Esp�ritu de Cristo, y as� se forman en un solo cuerpo, sin estar m�s aislados, ego�stas, y cada hombre luchando por su propia mano, sino unidos por la promoci�n de una causa com�n.

No hay conflicto entre los intereses del individuo y los intereses de la sociedad o reino al que pertenece. El miembro encuentra su �nica vida y funci�n en el cuerpo. Es mediante el ejercicio m�s libre y deliberado de su raz�n y su voluntad que el hombre se adhiere a Cristo, viendo que al hacerlo entra en el �nico camino hacia la verdadera felicidad y realizaci�n. El individuo solo puede expresar y realizar su mejor yo haciendo lo mejor posible por la sociedad.

Su dedicaci�n a los intereses p�blicos no es una generosidad autodestructiva, sino el dictado del deber y de la raz�n. Para citar a un escritor que trata este asunto desde el punto de vista filos�fico, "quien ha hecho del bienestar de la raza su objetivo, lo ha hecho, no por una elecci�n generosa, sino porque considera la b�squeda de este bienestar como su imperativo". El bienestar de la raza es su propio ideal, lo que debe realizar para ser lo que debe ser.

El bienestar de la raza es su propio bienestar, que debe buscar porque debe ser �l mismo. Cromwell, Lutero, Mahoma eran h�roes, no porque hicieran algo m�s all� de lo que deber�an haber hecho. sino porque su yo ideal era coextensivo con la vida m�s amplia de su mundo. "No puedo otro" fue la voz de cada uno. Sus grandes prop�sitos eran lo que se deb�an tanto a ellos mismos como a su mundo.

"Aquellos que no pueden reconciliar filos�ficamente los reclamos de la sociedad y los reclamos del individuo, a�n est�n capacitados por su apego a Cristo y por su aceptaci�n de Su Esp�ritu para fusionarse en la totalidad del cuerpo de Cristo y encontrar su vida m�s verdadera en la b�squeda del bien. Es por la aceptaci�n del Esp�ritu de Cristo como fuente y Gu�a de su propia vida que entran en comuni�n con la comunidad de los hombres.

2. Pablo tiene cuidado de mostrar que la eficacia misma del cuerpo depende de la multiplicidad y variedad de los miembros que lo componen: "Si todos fueran un solo miembro, �d�nde estar�a el cuerpo? Si todo el cuerpo fuera un ojo, �D�nde estaba el o�do? Si todo era o�do, �d�nde estaba el olfato? " Las formas m�s bajas de vida no tienen �rganos diferenciados o tienen muy pocos; pero cuanto m�s ascendemos en la escala de la vida, m�s numerosos y diferenciados son los �rganos.

En las formas inferiores, un miembro desempe�a varias funciones, y el animal usa el mismo �rgano para la locomoci�n que para comer y digerir; en las formas superiores, cada departamento de la vida y actividad est� presidido por su propio sentido u �rgano. La misma ley se aplica a la sociedad. Entre las tribus m�s bajas en la escala de la civilizaci�n, cada hombre es su propio agricultor, pastor o cazador, y su propio sacerdote, carnicero, cocinero y pa�ero.

Cada hombre hace todo por s� mismo. Pero a medida que los hombres se civilizan, las diversas necesidades de la sociedad son suplidas por diferentes individuos, y cada funci�n se especializa. La misma ley se aplica necesariamente al cuerpo de Cristo. Est� muy organizado y ning�n �rgano puede hacer todo el trabajo del cuerpo. Por tanto, uno tiene este don, otro ese. Y cuanto m�s se acerque este cuerpo a la perfecci�n, m�s diversos y distintos ser�n estos dones.

Por lo tanto, una funci�n importante de la Iglesia es obtener y utilizar todas las facultades para el bien que poseen sus miembros. En una sociedad en la que el cristianismo est� empezando a echar ra�ces, puede corresponder a un solo hombre hacer el trabajo de todo el cuerpo cristiano: ser ojo, lengua, pie, mano y coraz�n. Debe evangelizar, debe ense�ar, debe legislar, debe hacer cumplir la ley; debe predicar, debe orar, debe dirigir el canto; debe planificar la iglesia y ayudar a construirla: traducir las Escrituras y ayudar a imprimirlas; ense�ar a los salvajes a ponerse un poco de ropa y ayudar a confeccionarla; disuadirlos de la guerra e instruirlos en las artes de la paz, inculcando el gusto por la agricultura y el comercio.

Pero cuando la sociedad cristiana ha dejado atr�s esta etapa rudimentaria, esas diversas funciones son desempe�adas por diferentes individuos; ya medida que avanza hacia una condici�n perfecta, sus funciones y �rganos se vuelven tan m�ltiples y tan claramente diferenciados como los �rganos del cuerpo humano. Cada miembro de la Iglesia es diferente a los dem�s y tiene un don propio. Algunos est�n capacitados para alimentar a la Iglesia misma y mantener el cuerpo de Cristo en salud y eficiencia; algunos est�n preparados para actuar en el mundo exterior: son ojos para percibir, pies para perseguir, manos para asir a los que se desv�an de la luz.

Por lo tanto, todos los que se sienten atra�dos a la comuni�n del cuerpo de Cristo tienen algo que contribuir a su bien y al trabajo que realiza. Est� en conexi�n con ese cuerpo porque el Esp�ritu de Cristo lo ha pose�do y asimilado a �l; y ese Esp�ritu se energiza en �l. Es posible que no vea que algo en lo que la Iglesia est� comprometida actualmente es un trabajo que �l puede emprender. Puede sentirse fuera de lugar e inc�modo cuando intenta hacer lo que otros est�n haciendo.

Se siente como un galgo, obligado a correr por el olfato y no por la vista, y se espera que haga el trabajo de un puntero y no agarre a su presa, o como si estuviera dispuesto a hacer el trabajo de un ojo con la mano. S�lo puede hacerlo de una manera imperfecta, tanteada y a tientas. Pero esto es solo un indicio de que est� destinado a otro trabajo, no a ninguno. Y le corresponde a �l descubrir ad�nde le conducen sus instintos cristianos.

No es necesario decirle al ojo que es para ver, ni a la mano que es para agarrar. El ojo y la mano del ni�o hacen instintivamente su oficio. Y donde hay verdadera vida cristiana, no importa cu�l sea el miembro del cuerpo de Cristo, encontrar� su funci�n, aunque esa funci�n sea nueva en la experiencia de la Iglesia.

El hecho, entonces, de que seas muy diferente de los miembros ordinarios de la Iglesia no es motivo para suponer que no perteneces al cuerpo de Cristo. El o�do es muy diferente al ojo; no puede detectar ni la forma ni el color: no puede disfrutar de un paisaje ni recibir a un amigo: pero "si el o�do dijera: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, �por eso no ser� del cuerpo?" �No es, por el contrario, su propia diversidad visual lo que lo convierte en una adici�n bienvenida al cuerpo, enriqueciendo sus capacidades y aumentando su utilidad? No es en comparaci�n con otras personas que podemos.

decir si pertenecemos al cuerpo de Cristo, ni nuestra funci�n en ese cuerpo est� determinada por nada de lo que est� haciendo alg�n otro miembro. La misma dificultad que encontramos para adaptarnos a los dem�s y encontrar cualquier obra cristiana ya existente a la que podamos entregarnos es una pista que tenemos la oportunidad de aumentar la eficiencia de la Iglesia. La Iglesia puede pretender ser perfecta s�lo cuando abraza a las personas con m�s dones y permite que los gustos, instintos y aptitudes de todos se utilicen en su trabajo.

3. As� como no debe haber desprecio perezoso de uno mismo en el cuerpo de Cristo, tampoco debe despreciarse a otras personas. "El ojo no puede decir a la mano: no te necesito; ni la cabeza a los pies, no te necesito". Cuando las personas celosas descubren nuevos m�todos, desprecian inmediatamente el sistema eclesi�stico normal que ha resistido la prueba y est� sellado con la aprobaci�n de siglos.

Un m�todo no puede regenerar y cristianizar el mundo, no m�s de un miembro puede hacer todo el trabajo del cuerpo. Pablo va a�n m�s lejos y nos recuerda que las partes "d�biles" del cuerpo son "las m�s necesarias"; el coraz�n, el cerebro, los pulmones y todos esos delicados miembros del cuerpo que hacen su trabajo esencial completamente ocultos a la vista son m�s necesarios que la mano o el pie, cuya p�rdida sin duda paraliza, pero no mata.

De modo que en la Iglesia de Cristo son las almas ocultas las que, mediante sus oraciones y la piedad dom�stica, mantienen la salud de todo el cuerpo y permiten que los miembros m�s conspicuamente dotados hagan su parte. El desprecio por cualquier miembro del cuerpo de Cristo es sumamente indecoroso y pecaminoso. Sin embargo, los hombres parecen incapaces de saber cu�ntos miembros y cu�n diversos se necesitan para completar un cuerpo, y cu�n necesarias son esas funciones que ellos mismos son totalmente incapaces de realizar.

4. Por �ltimo, Pablo se cuida de ense�ar que "a todo hombre le es dada la manifestaci�n del Esp�ritu para provecho". No es para la glorificaci�n del individuo que la nueva vida espiritual se manifiesta en tal o cual forma notable, sino para la edificaci�n del cuerpo de Cristo. Por muy hermoso que sea cualquier rasgo de un rostro, es espantoso aparte de su posici�n entre los dem�s y yacer por s� mismo.

Moralmente espantoso y ya no admirable es el cristiano que atrae la atenci�n sobre s� mismo y no subordina su don al beneficio de todo el cuerpo de Cristo. Si en el cuerpo humano alg�n miembro se afirma y no est� subordinado a la �nica voluntad central, eso se reconoce como enfermedad: la danza de San Virus. Si alg�n miembro deja de obedecer la voluntad central, se indica par�lisis. E igualmente as� se indica la enfermedad cuando un cristiano busca sus propios fines o su propia glorificaci�n, y no el beneficio de todo el cuerpo.

Simon Magus busc� hacerse una reputaci�n y una competencia por s� mismo mediante los dones espirituales. Lo que en su caso fue principalmente estupidez, es pecado nuestro, si usamos los poderes y oportunidades que tenemos para nuestros propios fines, y no con miras al beneficio de otros.

Esforc�monos entonces por reconocer nuestra posici�n como miembros del cuerpo de Cristo. Acept�moslo con seriedad como designado por Dios para ser nuestra verdadera Vida y Cabeza espiritual; consideremos lo que podemos hacer por el bien de todo el cuerpo; y dejemos a un lado todos los celos, la envidia y el ego�smo, y honremos con mansedumbre el trabajo realizado por otros mientras hacemos el nuestro con humildad y esperanza.

Versículos 4-13

Cap�tulo 19

NO HAY REGALO COMO EL AMOR

ESTE es uno de los pasajes de la Escritura que un expositor tiene escr�pulos en tocar. Parte de la floraci�n y la delicadeza de la superficie pasa de la flor en el mismo manejo que pretende exhibir su finura de textura. Pero aunque este elogio de amor es su mejor int�rprete, hay puntos en �l que requieren tanto explicaci�n como aplicaci�n.

En el cap�tulo anterior (12), Pablo se ha esforzado por suprimir la envidia, la vanidad y la discordia que hab�an resultado del abuso de los dones espirituales con los que estaba dotada la Iglesia de Corinto. �l ha explicado que estos dones fueron otorgados para la edificaci�n de la Iglesia y no para la glorificaci�n del individuo; y que, por tanto, el individuo debe codiciar, no la m�s sorprendente, sino la m�s provechosa, de estas manifestaciones del Esp�ritu.

"Codicia los mejores dones", dice: Desea los dones que edifican, el don de exhortaci�n o, como se llamaba entonces, profec�a. Y, sin embargo, hay una manera m�s excelente de edificar la Iglesia que incluso ejercitar los dones apost�licos; este es el camino del amor, que procede a celebrar.

1. El amor es el ligamento que une a los varios miembros del cuerpo de Cristo, el cemento que mantiene unidas las piedras del templo. Sin amor no puede haber cuerpo, ni templo, solo piedras aisladas o miembros desconectados y, por tanto, in�tiles. Los extraordinarios dones de los que los corintios estaban tan orgullosos no pueden competir con el amor. Pueden beneficiar a la Iglesia, pero sin amor no son evidencia de la madura hombr�a cristiana de su poseedor.

Supongamos que hablo todos los idiomas posibles, idiomas de �ngeles, si lo desea, as� como idiomas de hombres, y no tengo amor, no soy m�s que un mero instrumento tocado por otro, no mejor que un trozo de metal que suena, una trompeta o un platillo, que no disfruta, ni se mueve, ni se deja llevar por la m�sica que hago, pero insensible. Como dice Bunyan, "�Es tanto ser un viol�n?" Si ning�n hombre comprende el idioma que me veo obligado a usar, entonces soy como un platillo resonante, haciendo un ruido sin significado.

Y aunque hablo una lengua que alg�n extra�o reconoce como propia, no soy yo quien entra en contacto con su alma a trav�s de una influencia viviente; Yo soy pero usado como un instrumento de metal es usado por el jugador.

O acepte incluso el don m�s elevado de profec�a. Supongamos que el Esp�ritu me ilumina para poder explicar cosas hasta ahora mal entendidas; supongamos que puedo hacer revelaciones de verdades importantes que no han sido accesibles a nadie m�s; supongamos incluso que tengo toda la fe-fe, como dicen los rabinos, para remover monta�as; Supongo que puedo hacer milagros, sanar a los enfermos, resucitar a los muertos, dejar boquiabierto de asombro al mundo entero; todo esto sin amor, aunque pueda beneficiar a los dem�s, no me beneficia en absoluto a m� mismo y no me lleva a una conexi�n m�s estrecha con Cristo ni me da seguridad de mi sana condici�n espiritual.

Puedo estar entre el n�mero de aquellos que, despu�s de hacer maravillas en el nombre de Cristo, son repudiados por �l. Porque como entre nosotros hay muchos dones, como el saber, la elocuencia, la sagacidad; El genio musical, po�tico y art�stico, que puede contribuir en gran medida a la edificaci�n de la Iglesia y, sin embargo, residir en personas que pueden reclamar poca santidad, por lo que en la Iglesia primitiva estos extraordinarios dones espirituales parecen no haber llevado consigo ninguna evidencia. de la religi�n personal de sus poseedores. Ciertamente hab�an comenzado una carrera cristiana, pero podr�an estar deterior�ndose, en car�cter en lugar de desarrollarse y madurar.

Sin embargo, hubo dos acciones cristianas que podr�an parecer indiscutibles como evidencia de una sana condici�n espiritual: la limosna y el martirio. Al joven que busc� la gu�a de Cristo solo le faltaba una cosa: vender su propiedad y d�rsela a los pobres. Pero, dice Pablo, "aunque doy todos mis bienes para alimentar a los pobres, y no tengo amor, de nada me aprovecha". S�lo es posible realizar grandes actos de caridad por amor a la ostentaci�n, o por un inc�modo sentido del deber que se separa de mala gana y de mala gana de lo que otorga.

Eso se entiende. El sentido com�n les dice a todos, excepto al hombre abyectamente supersticioso, que es tan imposible comprar salud espiritual en un lecho de muerte como comprar la cura de su enfermedad mortal.

�Pero martirio? �Puede un hombre dar una prueba m�s fuerte de su fe que dar su cuerpo para ser quemado? Ciertamente, uno menospreciar�a con gran desgana la integridad de esas personas valientes que en muchas �pocas de la historia de la Iglesia han pasado sin inmutarse a la hoguera. Pero, de hecho, la voluntad de sufrir por la propia opini�n o la propia fe no es en todos los casos garant�a de la existencia de un coraz�n transformado del ego�smo en amor.

En un per�odo, el martirio se puso de moda y los maestros cristianos se vieron obligados a protestar con aquellos que se apresuraron fan�ticamente a la hoguera y la arena, al igual que el suicidio una vez se puso de moda en Roma y evoc� la legislaci�n prohibitiva.

No sin raz�n, entonces Pablo advierte tan enf�ticamente a los hombres que no consideren acciones tan excepcionales o dotes tan extraordinarias como evidencia indudable de un estado espiritual saludable. Los dones y la conducta que ponen a los hombres de manera prominente ante los ojos de la Iglesia o del mundo a menudo no son un �ndice del car�cter; y si no est�n arraigados y guiados por el amor, su poseedor tiene pocas razones para felicitarse.

Con demasiada frecuencia, es una trampa para el hombre juzgarse a s� mismo por lo que hace y no por lo que es. Comparativamente, es tan f�cil hacer grandes cosas, suponiendo que est�n presentes ciertos dones; Al menos siempre es posible para la naturaleza humana hacer sacrificios y realizar arduos deberes. Lo imposible es el amor. Ning�n ojo para las consecuencias ventajosas o para la opini�n p�blica puede capacitar a un hombre para amar; ning�n deseo de mantener un car�cter de piedad puede producir esa gracia.

El amor debe ser espont�neo, desde el yo del alma, no producido por consideraciones o exigencias de una posici�n que deseamos alcanzar o mantener. Debe ser el resultado natural y sin restricciones del hombre real. Ni siquiera la consideraci�n del amor de Cristo producir� amor en nosotros si no hay una verdadera simpat�a por Cristo. Un sentido de beneficio recibido no producir� amor donde no hay similitud de sentimiento.

El amor no se puede levantar. Es el resultado de la entrada de Dios y la posesi�n del alma. "El que ama es nacido de Dios". �sa es la �nica explicaci�n que se puede dar del asunto. Y por tanto, donde el amor est� ausente, todo est� ausente.

Y, sin embargo, c�mo el error de los corintios se perpet�a de �poca en �poca. La Iglesia siente una aut�ntica admiraci�n por el talento, por las facultades que hacen que el cuerpo de Cristo sea m�s grande a los ojos del mundo, mientras que con demasiada frecuencia se descuida el amor. Despu�s de todo lo que la Iglesia ha aprendido de los peligros que acompa�an a la controversia teol�gica, y de la vacuidad de mucho de lo que pasa por crecimiento, los dones intelectuales con frecuencia se valoran m�s que el amor.

�No nos damos cuenta a menudo de que la ausencia de esta �nica cosa necesaria es escribir vanidad y fracaso en todo lo que hacemos y en todo lo que somos? Si todav�a no estamos en la verdadera comuni�n del cuerpo de Cristo, pose�dos por un amor que nos impulsa a servir al conjunto, �con qu� complacencia podemos mirar otros logros? �Los padres impresionan suficientemente a sus hijos de que todos los �xitos en la escuela y en la vida temprana no son nada comparados con la adquisici�n m�s oscura pero mucho m�s sustancial de un esp�ritu de servicio cat�lico, generoso y completamente desinteresado?

2. Pablo, habiendo ilustrado la supremac�a del amor mostrando que sin �l todos los dem�s dones son in�tiles, procede ( 1 Corintios 13:4) para celebrar su propia excelencia positiva. Es posible, aunque improbable, que Pablo haya le�do el elogio pronunciado sobre el amor por el m�s grande de los escritores griegos quinientos a�os antes: "El amor es nuestro se�or, que proporciona bondad y desterra la crueldad, da amistad y perdona la enemistad, el gozo del bueno, la maravilla de los sabios, el asombro de los dioses, deseado por quienes no tienen parte en �l, y precioso para quienes tienen la mejor parte en �l, padre de la delicadeza, el lujo, el deseo, el cari�o, la dulzura, la gracia; cuidadoso de lo bueno, despreocupado de lo malo. En cada palabra, obra, deseo, miedo piloto, ayudante, defensor, salvador; gloria de dioses y hombres, l�der mejor y m�s brillante; en cuyos pasos todo hombre siga, cantando un himno. y unirse a esa hermosa vena con la que el amor encanta las almas de los dioses y los hombres.

"Quinientos a�os despu�s de Pablo, Mahoma pronunci� otro elogio sobre el amor:" Todo buen acto es caridad: tu sonrisa en el rostro de tu hermano; est�s poniendo al vagabundo en el camino correcto; su dar de beber al sediento, o exhortar a otros a hacer el bien. La verdadera riqueza de un hombre en el futuro es el bien que ha hecho en este mundo a su pr�jimo. Cuando muera, la gente preguntar�: �Qu� propiedad ha dejado detr�s de �l? pero los �ngeles le preguntar�n qu� buenas obras ha enviado antes que �l.

"El elogio de Pablo es el m�s eficaz porque expone en detalle las diversas ramificaciones de esta gracia exuberante y fecunda, c�mo se extiende a todas nuestras relaciones con nuestros semejantes y lleva consigo una virtud curativa y endulzante. Impregna todo el car�cter, y contiene en s� mismo el motivo de toda conducta cristiana. Es "el cumplimiento de la Ley." Sus pretensiones son primordiales porque abarca todas las dem�s virtudes.

Si un hombre tiene amor, no hay gracia imposible para �l o en la que el amor no se desarrolle en ocasiones. El amor se convierte en coraje del tipo m�s absoluto donde el peligro amenaza su objeto. Engendra una sabidur�a y una habilidad que averg�enzan la formaci�n t�cnica y la experiencia. Produce dominio propio y templanza como su fruto natural; es paciente, indulgente, modesto, humilde, compasivo. Es muy cierto que

"Como todo hermoso tono es claro,

As� que toda gracia es amor ".

Thomas a Kempis vive con evidente deleite en la variada capacidad de esta gracia que todo lo comprende. "El amor", dice, "no siente ninguna carga, no se preocupa por el trabajo, har�a voluntariamente m�s de lo que puede, no suplica imposibilidades, porque se siente seguro de que puede y puede hacer todas las cosas. El amor es r�pido, sincero, piadoso, agradable y deleitoso; fuerte, paciente, fiel, prudente, paciente, varonil y que nunca se busca a s� mismo: es circunspecto, humilde y recto; sobrio, casto, firme, tranquilo y cauteloso en todos sus sentidos ":

La descripci�n de Pablo del comportamiento del amor se basa en las discordias y vanidades de los corintios y como contraste con su conducta indecorosa y poco fraternal. "El amor es sufrido y benigno"; se revela en una magn�nima carga de injurias y en una amable y tierna impartici�n de beneficios. Devuelve bien por mal; no es provocado f�cilmente por desaires y agravios, siempre busca gastarse en bondades.

Entonces no hay nada envidioso, vanidoso o ego�sta en el amor. "El amor no tiene envidia; el amor no se jacta de s� mismo". No guarda rencor a los dem�s por sus dones ni est� ansioso por mostrar los suyos propios. La palidez y el amargo desprecio de la envidia y la rid�cula fanfarroner�a de los jactanciosos est�n igualmente alejados del amor. "No se envanece ni se comporta indecorosamente". El amor salva a un hombre de hacer el rid�culo por una conducta consecuente y por arrojarse a posiciones que delatan su incompetencia, y por acciones inmodestas, irreverentes y exc�ntricas.

Equilibra al hombre y le da sentido al ponerlo en correctas relaciones con sus semejantes y lo impulsa a estimar sus dones m�s que los suyos. Tampoco el amor est� siempre al acecho de sus propios derechos, exigiendo escrupulosamente la retribuci�n, el reconocimiento, el aplauso, la precedencia, la deferencia que puede ser debida: "no busca lo suyo". "No se irrita f�cilmente, ni tiene en cuenta el mal"; no se enciende de resentimiento a cada desprecio, no toma nota mental y guarda en su memoria el desprecio que muestra uno, la indiferencia del otro, la intenci�n de herir traicionada por un tercero.

El amor est� muy poco ocupado consigo mismo para sentir con mucha intensidad estas exhibiciones de malicia. Est� empe�ado en ganar la batalla por los dem�s, y se minimizan las heridas recibidas en la causa. Su ojo todav�a est� puesto en la ventaja que puede obtener el necesitado, y no en s� mismo.

Otra manifestaci�n del amor, y una cuya menci�n remueve la conciencia, es que "no se alegra de la injusticia". No tiene ning�n placer maligno en ver explotar reputaciones, en descubrir el pecado, la hipocres�a, los errores de otros hombres. "Se regocija con la verdad". Donde la verdad esparce calumnias y muestra que las sospechas eran infundadas, el amor se regocija. La maldad exitosa, ya sea a favor o en contra de sus propios intereses, no se complace en el amor; pero donde la bondad triunfa, el amor se conmueve con un gozo compasivo.

En lugar de regocijarse por la maldad descubierta porque rebaja a un rival o parece dejarse una posici�n m�s prominente, el amor se apresura a cubrir la falta. "Todo lo cubre, todo lo cree, todo lo espera". Tiene una caridad incansable, hace todas las concesiones, propone todas las excusas, cree que se pueden dar explicaciones, acepta con avidez las que se dan, tarda en persuadirse de que las cosas est�n tan mal como pinta el rumor, esperando contra toda esperanza la absoluci�n, o en cualquier caso. tasa para la reforma, de cada culpable.

3. Finalmente, Pablo muestra la superioridad del amor compar�ndolo en el punto de permanencia, primero, con los dones de los que los corintios estaban tan orgullosos, y, segundo, con las gracias cristianas universales.

"El amor nunca deja de ser"; es imperecedero: crece de menos a m�s; nunca llega el momento en que da lugar a alguna cualidad superior del alma, o en el que no importa si un hombre la tiene o no, o cuando ya no es el criterio de todo el estado moral. Los dones espirituales m�s sorprendentes no pueden hacer tal afirmaci�n. �Sea que haya profec�as, se acabar�n; si hay lenguas, cesar�n.

"Estos dones fueron para el beneficio temporal de la Iglesia. Sin embargo, algunos podr�an malinterpretar su significado y suponer que estas manifestaciones extraordinarias estaban destinadas a caracterizar a la Iglesia cristiana a lo largo de su historia, Pablo no estaba tan enga�ado. Estaba preparado para su desaparici�n. el andamio en el que nadie piensa ni pregunta cuando el edificio est� terminado, los libros escolares que se convierten en la m�s simple basura cuando el ni�o es educado, el apoyo que el guardabosques quita cuando el �rbol joven se ha convertido en un �rbol.

�Pero conocimiento? El conocimiento de Dios y de las cosas divinas en que se deleitan los hombres buenos, y que se estima como el vigor del car�cter, �no es permanente? No, dice Paul. "Tambi�n se acabar� el conocimiento". Y para ilustrar su significado, Paul utiliza dos figuras: la figura del conocimiento de un ni�o, que se pierde gradualmente en el conocimiento del hombre, y la figura de un objeto vagamente visto a trav�s de un medio semitransparente.

Entenderemos el significado y el alcance de estas cifras si consideramos que cuando hablamos de conocimiento imperfecto nos referimos a dos cosas: podemos decir que es imperfecto en cantidad o que es imperfecto en calidad, en precisi�n. Cuando un ni�o comienza el estudio de Euclides, la primera proposici�n que aprende es absolutamente exacta y verdadera; puede agregarle algo, pero nunca mejorarlo.

Su conocimiento es imperfecto en cantidad, pero hasta donde llega es absolutamente confiable; puede basarse en �l y deducir otras verdades de �l. Pero cuando caminamos en una ma�ana brumosa y vemos un objeto a distancia, nuestro conocimiento es imperfecto, pero en otro sentido. Es imperfecto en el sentido de ser oscuro, incierto, inexacto. Vemos que hay algo ante nosotros, pero no podemos decir si es un ser humano o un poste de entrada. Un poco m�s cerca vemos que es un ser humano, pero si viejo o joven, amigo o no amigo, no podemos decirlo. Aqu� el crecimiento de nuestro conocimiento va de la oscuridad a la precisi�n.

Ambas cifras utilizadas por Pablo implican que nuestro conocimiento de las cosas divinas es de este �ltimo tipo. Se ciernen, por as� decirlo, a trav�s de una niebla. Muchos de sus detalles son invisibles. No los tenemos bajo nuestra mano para examinarlos con tranquilidad. Nuestro conocimiento actual es como la luz de una linterna por la que podemos elegir nuestro camino, o como la luz de las estrellas, por la que estamos agradecidos mientras tanto; pero cuando salga el sol de un conocimiento m�s amplio, m�s profundo y m�s verdadero, lo que ahora llamamos conocimiento quedar� completamente eclipsado.

"Cuando era ni�o", dice Paul, "hablaba como ni�o, entend�a como ni�o, pensaba como ni�o; pero cuando me convert� en hombre, dej� de lado las cosas de ni�o". Es decir, Pablo era claramente consciente de que gran parte de nuestro conocimiento actual es provisional. No conocemos la verdad misma, sino s�lo las aproximaciones a la verdad y los s�mbolos de ella que podamos comprender. Actualmente nos encontramos en el estado de la infancia, que acaricia muchas nociones destinadas a ser destruidas por conocimientos m�s maduros.

Pensamos en Dios como un Ser muy similar a nosotros, solo que mucho m�s grande; y en nuestro estado actual debemos estar contentos con este conocimiento imperfecto, pero preparados para descartarlo como "infantil" cuando llegue un conocimiento m�s completo. Se puede hablar de la muerte expiatoria de Cristo como el sacrificio sustitutivo de una V�ctima sobre la que recae nuestra culpa; pero hablar as� de la muerte de Cristo es hacer un gran uso del lenguaje de los s�mbolos, y debemos mantener nuestras mentes abiertas para un conocimiento m�s completo que har� que ese lenguaje parezca bastante inadecuado.

El lenguaje de Pablo nos advierte contra hablar, pensar o actuar como si nuestro conocimiento de las cosas divinas fuera perfectamente exacto, y como si por lo tanto pudi�ramos condenar libre y sin vacilar a todos los que difieren de nosotros.

La otra cifra es a�n m�s precisa, aunque hay una gran diferencia de opini�n en cuanto a lo que Pablo quiere decir con ver ahora "a trav�s de un espejo, en la oscuridad". La palabra aqu� traducida como "vidrio" se usa para el oscuro espejo met�lico usado por los antiguos, o para el talco semitransl�cido que era su sustituto del vidrio en las ventanas. De estos dos significados, es el �ltimo el que en este pasaje da el mejor sentido.

Era una figura com�n entre los rabinos para ilustrar la falta de visi�n. Si quer�an denotar visi�n directa y clara, hablaban de ver una cosa cara a cara; si quer�an denotar una visi�n nebulosa incierta, hablaban de ver a trav�s de un vidrio, es decir, a trav�s de una sustancia solo un poco m�s transparente que nuestro propio vidrio opaco, a trav�s del cual se pueden ver los objetos, pero no se puede decir exactamente qu� son o qui�nes. las personas son las que se mueven.

Por eso ten�an un dicho com�n: "Todos los dem�s profetas vieron como a trav�s de nueve vasos, a Mois�s como a trav�s de uno". Los rabinos tambi�n ten�an otro dicho que ilustra la segunda parte de este duod�cimo vers�culo: "As� como un rey, que con la gente com�n habla a trav�s de un velo, para que �l los vea, pero ellos no vean los adornos, pero cuando su amigo viene a hablar con �l, se quita este velo, para poder verlo cara a cara, as� tambi�n Dios le habl� a Mois�s aparentemente, y no oscuramente ".

Al interpretar entonces el lenguaje de Pablo por el lenguaje de sus propios parientes y parientes y de las escuelas en las que hab�a sido educado, su significado es que en esta vida podemos ver las cosas divinas s�lo vagamente y como a trav�s de un velo, pero de aqu� en adelante las veremos. sin la intervenci�n de ning�n medio oscurecedor. Aqu� y ahora s�lo podemos distinguir el esquema general de las realidades invisibles; pero de ahora en adelante conoceremos, incluso como somos conocidos, veremos a Dios tan directamente como �l nos ve ahora.

Ni siquiera entonces tendremos el mismo conocimiento perfecto de �l que �l tiene de nosotros, sino que lo veremos tan inmediata y directamente como �l nos ve. Ahora lleva un velo a trav�s del cual puede ver, pero a trav�s del cual no podemos ver; de ahora en adelante dejar� esto a un lado. Nuestro conocimiento actual de Dios y de todas las cosas invisibles es necesariamente vago, no susceptible de una definici�n exacta. Hay algunas cosas de las que podemos estar bastante seguros, otras de las que debemos contentarnos con permanecer en la incertidumbre.

Podemos estar muy seguros de que Dios existe, que nos ama, que ha enviado a su Hijo para salvarnos; pero si intentamos trazar un bosquejo n�tido y claro en torno a las verdades tan vagamente vistas, nos equivocaremos inevitablemente.

Se puede agregar que, si bien Pablo nos advierte contra suponer que nuestro conocimiento es perfecto, no quiere tacharlo de in�til o enga�oso. Por el contrario, sus cifras implican que es necesario para nuestro crecimiento y que, a menos que usemos honestamente el conocimiento que tenemos, no podremos abrirnos camino hacia un conocimiento perfecto. Es el conocimiento imperfecto del ni�o lo que lo lleva a un mayor logro.

La doctrina fundamental del credo cristiano de que hay tres Personas en un Dios es ciertamente una expresi�n muy tosca e infantil de una verdad mucho m�s profunda de lo que podemos entender, pero rechazar esta doctrina porque evidentemente es solo una aproximaci�n a una verdad que no puede Definirse y expresarse en t�rminos finales es negarse a someternos a las condiciones en las que vivimos ahora y simular una hombr�a que, de hecho, no poseemos.

El testimonio supremo de Pablo sobre el valor del amor se da en el vers�culo trece: "Pero ahora permanece la fe, la esperanza y el amor, estos tres; y el mayor de ellos es el amor". No quiere decir que el amor permanece mientras la fe se convierte en vista y la esperanza en fruto. M�s bien, indica que la fe y la esperanza tambi�n son imperecederas y, por lo tanto, se distinguen de los dones espirituales de los que ha estado hablando. Tanto en esta vida como en la venidera, permanecen la fe, la esperanza y el amor.

Porque la fe y la esperanza desaparecen s�lo en un aspecto de su ejercicio. Si por fe se entiende la creencia en cosas invisibles, esta desaparece cuando se ve lo invisible. Si se considera que la esperanza se refiere �nicamente al estado futuro en general, entonces, cuando se alcanza ese estado, la esperanza desaparece. Pero la fe y la esperanza son elementos realmente permanentes de la vida humana, siendo la fe la confianza que tenemos en Dios y la esperanza la expectativa siempre renovada del bien futuro.

Pero mientras la fe nos mantiene en conexi�n con Dios, el amor es el disfrute de Dios y la participaci�n de Su naturaleza; y aunque la esperanza renueva nuestra energ�a y gu�a nuestros objetivos, no puede llevarnos a nada mejor que el amor.

Ver la belleza, la fecundidad y la suficiencia del amor es f�cil, pero tenerlo como la fuente principal de nuestra propia vida es lo m�s dif�cil, de hecho, el m�s grande de todos los logros. Esto lo reconocemos instintivamente como la verdadera prueba de nuestra condici�n. �Tenemos eso en nosotros que realmente nos une a Dios y a nuestros semejantes y nos impulsa a hacer todo lo posible por ellos? �Tenemos en nosotros este nuevo cari�o que destruye el ego�smo y nos pone en relaciones verdaderas y duraderas con todo lo que tenemos que ver? Esta es la ra�z de todo bien, el principio de toda bienaventuranza, porque el germen de toda semejanza con Dios, que es el amor.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 1 Corinthians 13". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/1-corinthians-13.html.
 
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