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Bible Commentaries
Apocalipsis 1

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

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Versículos 1-20

CAP�TULO I.

EL PR�LOGO.

Apocalipsis 1:1

La revelaci�n de Jesucristo, que Dios le dio para que la mostrara a sus siervos, las cosas que deben suceder pronto; y lo envi� y lo manifest� por medio de su �ngel a su siervo Juan; quien dio testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, de todas las cosas que vio. Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de la profec�a, y guardan las cosas que en ella est�n escritas, porque el tiempo est� cerca ( Apocalipsis 1:1 ).

El primer cap�tulo de Apocalipsis nos presenta todo el libro y proporciona en gran medida la clave mediante la cual debemos interpretarlo. El libro no pretende ser un misterio en el sentido en que com�nmente entendemos esa palabra. De hecho, se trata del futuro, cuyos detalles siempre deben ser oscuros para nosotros; y lo hace por medio de figuras y s�mbolos y modos de hablar muy alejados de la ordinaria simplicidad del lenguaje que caracteriza a los escritores del Nuevo Testamento.

Pero no es por eso dise�ado para ser ininteligible. Las figuras y s�mbolos empleados en �l se utilizan con perfecta regularidad; se supone que sus peculiares modos de hablar no son al menos desconocidos para el lector; y se da por sentado que los comprende. El escritor obviamente espera que su significado, lejos de ser oscurecido por su estilo, sea ilustrado, reforzado y llevado a la mente con un poder mayor que el ordinario.

La palabra Revelaci�n con la que nos describe el car�cter general de su obra es por s� misma suficiente para demostrarlo. "Revelaci�n" significa descubrir lo que hasta ahora ha sido cubierto, descorrer un velo que ha colgado sobre una persona o cosa, poner al descubierto lo que hasta ahora ha estado oculto; y el libro que tenemos ante nosotros es una revelaci�n en lugar de un misterio.

Una vez m�s, el libro es una revelaci�n de Jesucristo ; no tanto una revelaci�n de lo que Jesucristo mismo es, sino una de la cual �l es el Autor y Fuente. �l es la Cabeza de Su Iglesia, reinando supremo en Su morada celestial. �l es el Hijo Eterno, el Verbo sin el cual nada de lo que fue hecho fue hecho, y quien ejecuta todos los prop�sitos del Padre, "el mismo ayer, hoy y siempre".

"l �l es al mismo tiempo" Jefe de todas las cosas a la Iglesia ". 2 �l regula sus fortunas. �l controla en su nombre los acontecimientos de la historia. �l llena la copa que �l pone en su mano con prosperidad o adversidad, con gozo o tristeza, con victoria o derrota. �Qui�n m�s puede impartir una revelaci�n tan verdadera, tan importante y tan preciosa? ( 1 Juan 5:19 ; Hebreos 13:8 ; Hebreos 2 Efesios 1:22 )

Una vez m�s, la revelaci�n que ha de ser dada ahora por Jesucristo es una que Dios le dio a �l , la revelaci�n del plan eterno e inmutable de Aquel que convierte los corazones de los reyes como r�os de agua, que dice y se hace, que manda. y se mantiene firme.

Finalmente, la revelaci�n se refiere a cosas que deben suceder en breve y, por lo tanto, tiene todo el inter�s del presente, y no meramente de un futuro lejano.

Tal es el car�cter general de la revelaci�n que Jesucristo envi� y dio a conocer por medio de su �ngel a su siervo Juan . Y ese Ap�stol lo registr� fielmente para instrucci�n y consuelo de la Iglesia. Como su Divino Maestro, con quien a lo largo de todo este libro los creyentes est�n tan �ntimamente identificados, y quien es �l mismo el Am�n, el testigo fiel y verdadero , * el disc�pulo a quien amaba se alza para dar testimonio de la palabra de Dios que le fue dada, del testimonio de Jes�s as� le signific�, aun de todas las cosas que vio .

Se pone a s� mismo en sus pensamientos al final de las visiones que hab�a presenciado, y narra para los dem�s las im�genes elevadas que hab�an llenado, al contemplarlas, su propia alma de �xtasis. (* Apocalipsis 3:14 .)

Por tanto, que ahora, antes de que entre en su tarea, pronuncie una bendici�n sobre aquellos que presten la debida atenci�n a lo que ha de decir. �Piensa en la persona por quien se leyeron en voz alta los escritos apost�licos en medio de la congregaci�n cristiana? entonces, Bienaventurado el que lee. �Piensa en los que escuchan? entonces, Bienaventurados los que oyen las palabras de la profec�a. O, por �ltimo, �piensa no s�lo en leer y o�r, sino en ese dep�sito en el coraz�n para el que estos eran s�lo preparativos? a continuaci�n, Bienaventurados los que guardan las cosas en ella escritas, para la temporada , la corta temporada en la que todo se logra, est� a la mano .

La Introducci�n al libro ha terminado; y conviene se�alar por un momento esa tendencia a dividir su asunto en tres partes que distingue peculiarmente a San Juan, y a las que, como fuente de una importante regla de interpretaci�n, tendremos ocasi�n de referirnos a menudo. Obviamente, hay tres partes en la Introducci�n : la Fuente, el Contenido y la Importancia de la revelaci�n, y cada una de ellas se divide nuevamente en tres.

Se mencionan tres personas cuando se habla de la Fuente : Dios, Jesucristo y los siervos de Jes�s; tres cuando se hace referencia a los Contenidos, - la Palabra de Dios, el Testimonio de Jes�s, y Todas las cosas que �l vio; y tres cuando se describe la importancia del libro : el que lee, los que oyen y los que guardan las cosas escritas en �l.

"Juan, a las siete iglesias que est�n en Asia: Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir, y de los siete esp�ritus que est�n delante de su trono, y de Jesucristo, quien es el testigo fiel, el primog�nito de los muertos y el gobernante de los reyes de la tierra. Al que nos ama, y ??nos libr� de nuestros pecados en su sangre, y nos hizo reino, sacerdotes para Su Dios y Padre, a �l sea la gloria y el dominio por los siglos de los siglos.

Am�n. He aqu�, viene con las nubes; y todo ojo le ver�, y los que le traspasaron; y todas las tribus de la tierra se lamentar�n por �l. Aun as�, am�n. Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Se�or, Dios, que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso ( Apocalipsis 1:4 ) ".

De la Introducci�n pasamos al Saludo, que se extiende desde el ver. 4 a ver. 8 ( Apocalipsis 1:4 ). Adoptando un m�todo diferente al del cuarto Evangelio, que es tambi�n la producci�n de su pluma, el escritor del Apocalipsis se nombra a s� mismo. La diferencia se explica f�cilmente. El cuarto evangelio es original no solo en su contenido sino en su forma.

El Apocalipsis est� modelado a la manera de los antiguos profetas y de los numerosos autores apocal�pticos de la �poca; y era pr�ctica de estas dos clases de escritores colocar sus nombres al principio de lo que escrib�an. El cuarto Evangelio tambi�n ten�a la intenci�n de exponer de manera puramente objetiva la gloria del Verbo Eterno hecho carne, y tambi�n de tal manera que la gloria exhibida en �l se autenticara, independientemente del testimonio humano.

El Apocalipsis necesitaba un vale de alguien conocido y de confianza. Vino a trav�s de la mente de un hombre, y naturalmente preguntamos: �Qui�n es el hombre a trav�s del cual vino? La consulta queda satisfecha y se nos dice que proviene de Juan . Al decirnos esto, San Juan habla con la autoridad que le pertenece. Poco a poco lo veremos bajo otra luz, ocupando una posici�n similar a la nuestra, y al mismo nivel que nosotros en el pacto de gracia.

Pero en este momento es el Ap�stol, el Evangelista, el Ministro de Dios, un sacerdote consagrado en la comunidad cristiana que est� a punto de pronunciar una bendici�n sacerdotal sobre la Iglesia. Que la Iglesia incline la cabeza y la reciba con reverencia.

El saludo est� dirigido a las siete iglesias que se encuentran en Asia . Sobre este punto es suficiente decir que por el Asia de que se habla no debemos entender ni el continente de ese nombre, ni su gran divisi�n occidental Asia Menor, sino s�lo un solo distrito de este �ltimo, del cual �feso, donde San Juan Pas� los �ltimos a�os de su vida y ministerio, fue la capital. All� el anciano Ap�stol atendi� todas aquellas porciones del reba�o de Cristo a las que pudo llegar, y todas las iglesias del vecindario fueron su especial cuidado.

Sabemos que eran m�s de siete. Sabemos que para ninguna iglesia el Ap�stol podr�a ser indiferente. La conclusi�n es irresistible, que aqu�, como tan a menudo en este libro como en otras partes de las Escrituras, el n�mero siete no debe entenderse literalmente. Se seleccionan siete iglesias, cuya condici�n parece ser la m�s adecuada al prop�sito que el Ap�stol tiene en vista; y estos siete representan a la Iglesia de Cristo en todos los pa�ses del mundo, hasta el fin de los tiempos. La Iglesia universal se despliega bajo su mirada; y antes de instruirlo, lo bendice.

La bendici�n es Gracia y paz para ti ; la gracia primero, la gracia divina, en su poder iluminante, vivificante y embellecedor; y luego paz, paz con Dios y con el hombre, paz que en lo m�s profundo del coraz�n permanece imperturbable por problemas externos, cuya paz dice Aquel que es el Pr�ncipe de paz: "La paz os dejo; mi paz Yo os doy: no como el mundo da, yo os doy. No se turbe vuestro coraz�n, ni tenga miedo ". * (* Juan 14:27 ).

A continuaci�n se indica la fuente de la bendici�n, el Dios Triuno, las tres Personas de la gloriosa Trinidad, el Padre, el Esp�ritu Santo y el Hijo. Probablemente deber�amos haber pensado en un orden diferente; pero la verdad es que es el Hijo, como manifestaci�n de la Deidad, quien est� principalmente en la mente del Ap�stol. De ah� la peculiaridad de la primera designaci�n, Aquel que es, y que era y que ha de venir , una designaci�n especialmente aplicable a nuestro Se�or.

De ah� tambi�n la peculiaridad de la segunda designaci�n, Los siete Esp�ritus que est�n ante Su trono; no tanto el Esp�ritu visto en Su personalidad individual, en las relaciones eternas de la existencia Divina, como ese Esp�ritu en la multiplicidad de Su operaci�n en la Iglesia, el Esp�ritu del Redentor glorificado, no uno por tanto, sino siete. De ah�, nuevamente, la designaci�n peculiar de Cristo, Jesucristo, quien es el testigo fiel, el primog�nito de los muertos y el gobernante de los reyes de la tierra; no tanto el Hijo en Su relaci�n metaf�sica con la Deidad, como en los atributos relacionados con Su obra redentora.

Y de ah�, finalmente, el hecho de que cuando estas tres Personas han sido nombradas, el Vidente llena los versos restantes de su Saludo con pensamientos, no de la Trinidad, sino de Aquel que ya nos redimi� y que vendr� a su debido tiempo. para perfeccionar nuestra salvaci�n.

Ahora, por tanto, la Iglesia, reflexionando sobre todo lo que se ha hecho, se ha hecho y se har� por ella, puede elevar el c�ntico de acci�n de gracias triunfante al que nos ama y nos liber� de nuestros pecados en su sangre. y nos hizo un reino, sacerdotes para su Dios y Padre; a �l sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Am�n. En estas palabras se implica la posesi�n de la redenci�n completa.

La lectura verdadera del original no es la de nuestra Versi�n Autorizada, "Al que lav�", sino "Al que nos desat�" de nuestros pecados. Hemos recibido no meramente el perd�n del pecado, sino la liberaci�n de su poder. "Nuestra alma escap� como un p�jaro de la trampa del cazador; la trampa se rompi� y nosotros escapamos". * Las cadenas en las que Satan�s nos ten�a cautivos se han roto y somos libres.

Una vez m�s, este desatar ha tenido lugar "en" en lugar de "por" la sangre de Cristo, porque la sangre de Cristo es sangre viva, y en esa vida Suya estamos envueltos y envueltos, de modo que no somos nosotros los que vivimos, sino Cristo que vive en nosotros. Una vez m�s, aquellos de quienes se habla as� son "un reino, sacerdotes para su Dios y Padre", siendo el primero el nivel inferior, el segundo el superior. La palabra "reino" se refiere menos al esplendor de la realeza que a la victoria sobre los enemigos.

Los cristianos reinan para conquistar a sus enemigos espirituales; y luego, en posesi�n de la victoria que vence al mundo, entran en el santuario m�s �ntimo del Alt�simo y moran en el secreto de Su Tabern�culo. All�, su gran Sumo Sacerdote es uno con "Su Dios y Padre", y all� tambi�n moran con Su Padre y su Padre, con Su Dios y su Dios. (* Salmo 124:7 )

La declaraci�n de estos vers�culos, sin embargo, revela no s�lo qu� es la Iglesia cristiana a la que se dirige el Apocalipsis; tambi�n revela qu� es el Se�or de quien proviene la revelaci�n. �l es en verdad el Salvador que muri� por nosotros, el testigo fiel hasta la muerte; pero tambi�n es el Salvador que resucit�, que es el primog�nito de los muertos y que ha ascendido a la diestra de Dios, donde vive y reina. en gloria eterna.

Es el Redentor glorificado de quien proviene el libro de Su revelaci�n; y se le ha encomendado todo el poder tanto en el cielo como en la tierra. M�s particularmente, �l es "el gobernante de los reyes de la tierra". �sta no es una descripci�n del honor que podr�a otorgar una multitud de nobles leales a un pr�ncipe amado. M�s bien da expresi�n a un poder por el cual "los reyes de la tierra", los potentados de un mundo pecaminoso, son sometidos y aplastados.

Por �ltimo, el Saludo incluye el pensamiento de que Aquel que ahora est� oculto en el cielo a nuestra vista, aparecer� en la gloria que le pertenece. �l es el Se�or que "ha de venir"; o, como se expande en las palabras que siguen inmediatamente a la doxolog�a, He aqu�, viene con las nubes; y todo ojo le ver�, y los que le traspasaron; y todas las tribus de la tierra se lamentar�n por �l. Aun as�, am�n.

Es importante preguntar cu�l es la gloria en la que se dice que el Se�or glorificado vendr�. �Es el de alguien que ser� objeto de admiraci�n por todos los ojos y que, por la revelaci�n de s� mismo, ganar� a todos los que lo contemplan a la penitencia y la fe piadosas? El contexto proh�be tal interpretaci�n. Las tribus "de la tierra" son como sus reyes en el ver. 5 Apocalipsis 1:5 , las tribus de un mundo imp�o, y el "lamento" es el de Apocalipsis 18:9 , donde se usa la misma palabra, y donde los reyes de la tierra lloran y se lamentan por la ca�da de la culpable Babilonia, que contemplan arder ante sus ojos.

Los tonos de ese juicio que resonar� en todo el libro ya se escuchan: "Da al rey tus juicios, oh Dios, y tu justicia al Hijo del rey. �l juzgar� al pueblo con justicia, ya tus pobres con juicio". ; "Verdaderamente hay recompensa para el justo: en verdad, Dios es un Dios que juzga en la tierra". 1 (1 Salmo 72:1 ; Salmo 58:11 )

Y ahora el mismo Redentor glorificado declara lo que es: Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Se�or, Dios, que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso. Se observar� que despu�s de la palabra "Se�or" hemos interpuesto una coma que no se encuentra ni en la Versi�n Autorizada ni en la Revisada. 1 En varias otras ocasiones tendremos que hacer lo mismo, y el llamado a hacerlo surge en parte de la conexi�n del pensamiento, en parte de St.

El amor de John por esa divisi�n tripartita de una idea de la que ya se ha hablado. El primero no nos lleva al Padre; nos conduce, por el contrario, al Hijo. �l es Quien ha sido descrito inmediatamente antes, y con �l debe ocuparse la descripci�n que sigue. Sin duda, el pensamiento de Dios, del Padre, se encuentra inmediatamente detr�s de las palabras. Sin duda, tambi�n "el Hijo no puede hacer nada por s� mismo, sino lo que ve hacer al Padre"; sin embargo, "todo lo que hace, tambi�n lo hace el Hijo de la misma manera".

"2 Por el Hijo act�a el Padre. En el Hijo habla el Padre. El Hijo es manifestaci�n del Padre. Los mismos atributos divinos, por tanto, que se ven en el Padre, se ven en el Hijo. lo o�mos mientras sella Sus insinuaciones del juicio venidero con la seguridad de que �l es Dios, quien ha venido, quien es y quien ha de venir, el Todopoderoso. (1 Compare el texto griego de Westcott y Hart; 2 Juan 1:5 : 19)

"Yo, Juan, tu hermano y participante contigo en la tribulaci�n, el reino y la paciencia que hay en Jes�s, estuve en la isla llamada Patmos, por la palabra de Dios y el testimonio de Jes�s. Yo estaba en el Esp�ritu en el Se�or. s d�a, y o� detr�s de m� una gran voz, como de trompeta, que dec�a: Escribe en un libro lo que ves, y env�alo a las siete iglesias: a �feso, a Esmirna, a P�rgamo y a Tiatira. y hasta Sardis, y hasta Filadelfia, y hasta Laodicea.

Y me volv� para ver la voz que hablaba conmigo. Y volvi�ndome, vi siete candeleros de oro; y en medio de los candeleros uno semejante a un Hijo del Hombre, vestido con un manto hasta los pies, y ce�ido por los pechos con un cinto de oro. Y su cabeza y sus cabellos eran blancos como lana blanca, blancos como la nieve; y sus ojos eran como llama de fuego; y sus pies como bronce bru�ido, como refinado en un horno; y su voz como la voz de muchas aguas.

Y ten�a en su diestra siete estrellas, y de su boca sal�a una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol brilla en su fuerza. Y cuando lo vi, ca� a sus pies como muerto. Y puso su diestra sobre m�, diciendo: No temas; Yo soy el primero y el �ltimo, y el viviente; Y qued� muerto, y he aqu�, estoy vivo para siempre, y tengo las llaves de la muerte y del Hades.

Escribe, pues, las cosas que has visto, las que son y las que suceder�n despu�s; el misterio de las estrellas que has visto a mi diestra, y los siete candeleros de oro. Las siete estrellas son los �ngeles de las siete iglesias; y los siete candelabros son siete iglesias ( Apocalipsis 1:9 ) ".

Despu�s de la Introducci�n y el Saludo, comienzan las visiones del libro, siendo la primera la clave de todo lo que sigue. Las circunstancias en medio de las cuales se dio se describen, no s�lo para satisfacer la curiosidad o para proporcionar informaci�n, sino para establecer una conexi�n entre San Juan y sus lectores que autentique y vivifique sus lecciones.

Yo Juan, comienza , tu hermano y participante contigo en la tribulaci�n y el reino y la paciencia que hay en Jes�s, estaba en la isla que se llama Patmos, por la palabra de Dios y el testimonio de Jes�s. Ya no es s�lo el Ap�stol, el mensajero autorizado de Dios, quien habla; es alguien que ocupa el mismo terreno que otros miembros de la Iglesia, y est� ligado a ellos por el fuerte y profundo lazo del dolor com�n.

El evangelista anciano y honrado, "el disc�pulo a quien Jes�s amaba", es uno con ellos, lleva la misma carga, bebe la misma copa y no tiene mayor consuelo del que ellos puedan tener. �l es su "hermano", un hermano en la adversidad, porque participa con ellos de la "tribulaci�n" que hay en Jes�s. La referencia es al sufrimiento externo y la persecuci�n; porque las palabras del Maestro ahora se cumplieron literalmente: "Un siervo no es m�s grande que su se�or.

Si me persiguieron, tambi�n os perseguir�n a vosotros; "" S�, la hora viene en que cualquiera que os mate, pensar� que ofrece servicio a Dios ". * �El desprecio, el odio, la persecuci�n del mundo! Para los que fueron expuestos sobre estas cosas fue escrito el Apocalipsis, por tal se entendi�; y si, en tiempos posteriores, a menudo no ha logrado dejar la debida impresi�n en la mente de los hombres, es porque no est� destinado a aquellos que se sienten c�modos en Si�n.

Cuanto m�s se vean obligados los cristianos a sentir que el mundo los odia y que no pueden ser sus amigos, mayor ser� para ellos el poder y la belleza de este libro. Sus revelaciones, como las estrellas del cielo, brillan m�s intensamente en la noche fr�a y oscura. (* Juan 15:20 ; Juan 16:2 ).

"Tribulaci�n" es lo principal de lo que se habla, pero el Ap�stol, con su amor por los grupos de tres, la acompa�a con otras dos marcas de la condici�n del cristiano en el mundo, el "reino" y la "paciencia" que hay en Jes�s. San Juan, por tanto, estaba en tribulaci�n. Lo hab�an expulsado de �feso, no sabemos por qu�, y lo hab�an desterrado a Patmos, una peque�a isla rocosa del mar Egeo. Hab�a sido desterrado por su fe, por su adhesi�n a "la palabra de Dios y el testimonio de Jes�s", la primera expresi�n que lleva nuestros pensamientos a la revelaci�n del Antiguo Testamento, la �ltima a la del Nuevo; el primero a aquellos profetas, culminando en el Bautista, de quien el mismo Ap�stol que ahora escribe nos dice en el comienzo de su Evangelio, que "vinieron para dar testimonio, para dar testimonio de la luz;

"2 Alejado de la compa��a de sus amigos e" hijos ", no podemos dudar que San Juan se sentir�a atra�do a�n m�s de lo que sol�a al seno de su Se�or; sentir�a que todav�a estaba protegido por Su cuidado; recuerda las palabras pronunciadas por �l en el momento m�s sublime y conmovedor de Su vida: "Y yo ya no estoy en el mundo, y �stos est�n en el mundo, y yo vengo a Ti". Santo Padre, gu�rdalos en tu nombre que me has dado "; 3 y compartir�a la bendita experiencia de saber que, en cada lugar de la tierra, por remoto que sea, y en medio de todas las pruebas por pesadas, �l est� en manos de Aquel que todav�a los tumultos de la gente as� como las olas del mar golpeando la costa rocosa de Patmos.

( 1 Juan 1:7 ; 2 Juan 1:9 ; 2 Juan 1:3 Juan 17:11)

Animado por sentimientos como estos, el Ap�stol sab�a que, cualesquiera que fueran las apariencias en contrario, el tiempo que ahora pasaba por encima de su cabeza era el tiempo del gobierno del Se�or y no del hombre. Ning�n pensamiento podr�a ser m�s inspirador, y fue la preparaci�n en su alma para la escena que sigui�.

Yo estaba en el Esp�ritu en el d�a del Se�or, y o� detr�s de m� una gran voz, como de trompeta, que dec�a: Escribe en un libro lo que ves, y env�alo a las siete iglesias; a �feso, a Esmirna, a P�rgamo, a Tiatira, a Sardis, a Filadelfia y a Laodicea. El d�a del Se�or al que se hace referencia aqu� puede haber sido el domingo, el primer d�a de la semana cristiana, el d�a conmemorativo de esa ma�ana cuando Aquel que hab�a sido "crucificado por debilidad, pero viv�a por el poder de Dios.

"Si es as�, hab�a una idoneidad peculiar en esa visi�n, ahora concedida, del Redentor resucitado y glorificado. Pero parece dudoso que esta sea la interpretaci�n verdadera. Faltan pruebas de que el primer d�a de la semana ya hab�a recibido El nombre de "El d�a del Se�or", y est� m�s de acuerdo con el tono prof�tico del libro que tenemos ante nosotros, pensar que por San Juan toda esa breve temporada que iba a pasar ante la Iglesia deber�a seguir a su Se�or para la gloria se consideraba "el d�a del Se�or".

"Cualquiera que sea la interpretaci�n que adoptemos, el hecho es que, meditando en su isla solitaria sobre la gloria de su Se�or en el cielo y las fortunas contrastadas de Su Iglesia en la tierra, San Juan pas� a un estado de �xtasis espiritual. Como San Pablo, fue arrebatado al tercer cielo; pero, a diferencia de �l, se le permiti�, e incluso se le orden�, registrar lo que oy� y 2 Corintios 13:4 (1 2 Corintios 13:4 ; 2 Compare 2 Corintios 12:4 )

Y o� detr�s de m�, dice, una gran voz como de trompeta, que dec�a: Escribe en un libro lo que ves, y env�alo a las siete iglesias; a �feso, a Esmirna, a P�rgamo, a Tiatira, a Sardis, a Filadelfia y a Laodicea. No necesitamos detenernos ahora en estas iglesias. Nos volveremos a encontrar con ellos. Son "las siete iglesias que est�n en Asia" ya mencionadas en el vers.

4 Apocalipsis 1:4 ; y deben ser vistos como representativos de toda la Iglesia cristiana en todos los pa�ses del mundo y en todos los tiempos. En su condici�n, representaron a San Juan lo que es esa Iglesia, en su origen divino y fragilidad humana, en sus gracias y defectos, en su celo y tibieza, en sus alegr�as y dolores, en la tutela de su Se�or, y en su victoria final despu�s de muchas luchas. No s�lo a los cristianos de estas ciudades se les habla el Apocalipsis, sino a todos los cristianos en todas sus circunstancias: "El que tiene o�do, oiga". El Ap�stol escuch�.

Y me volv� para ver la voz que hablaba conmigo. Y volvi�ndome vi siete candeleros de oro; y en medio de los candeleros uno semejante a un Hijo del hombre.Fue una visi�n espl�ndida la que as� se le present� a los ojos. El candelero de oro, primero del Tabern�culo y luego del Templo, fue uno de los hermosos art�culos de mobiliario de la santa casa de Dios. Fue labrado, con sus siete ramas, a la manera de un almendro, el primer �rbol de la primavera para apresurarse (de donde tambi�n fue nombrado) en flor; y, como aprendemos de la complejidad y belleza de la mano de obra, de los n�meros simb�licos a los que se recurri� en gran medida en su construcci�n, y de la analog�a de todos los muebles del Tabern�culo, represent� a Israel cuando ese pueblo, habi�ndose ofrecido en el altar y habiendo sido purificados en la fuente del atrio, entraron como una naci�n de sacerdotes en la morada especial de su Rey celestial.

Aqu�, por tanto, los siete candeleros de oro, o como en el vers. 4 Apocalipsis 1:4 el uno de cada siete, representa a la Iglesia, mientras ella arde en el lugar secreto del Alt�simo.

Pero no se nos invita a detenernos en la Iglesia. Algo m�s grande atrae la mirada, Aquel que es "semejante a un Hijo del hombre". La expresi�n del original es notable. Aparece s�lo una vez en cualquiera de los otros libros del Nuevo Testamento, en Juan 5:27 , aunque all�, tanto en la versi�n Autorizada como en la Revisada, se traduce lamentablemente "el Hijo del Hombre".

"Es la humanidad de la Persona de nuestro Se�or m�s que la Persona misma, o m�s bien es la Persona en Su humanidad, a la que nos dirigen las palabras del original. En medio de toda la gloria que lo rodea, podemos pensar en �l como hombre �pero qu� hombre!

Vestido con un manto hasta los pies, y ce�ido en los pechos con un cinto de oro. Y su cabeza y sus cabellos eran blancos como lana blanca, blancos como la nieve; y sus ojos eran como llama de fuego; y sus pies como bronce bru�ido como si hubiera sido refinado en un horno; y su voz como la voz de muchas aguas. Y ten�a en su diestra siete estrellas; y de su boca sal�a una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol que brilla en su fuerza.

Los detalles de la descripci�n indican la posici�n oficial de la Persona de la que se habla y el car�cter en el que aparece, (1) Es un sacerdote, vestido con la larga t�nica blanca que llega hasta los pies y que era una parte distintiva de la vestimenta sacerdotal. , pero al mismo tiempo con el cintur�n en los pechos, no en la cintura, como para mostrar que era un sacerdote dedicado al servicio activo del santuario.

(2) �l es un rey, porque, con la excepci�n del �ltimo particular mencionado, todos los dem�s rasgos de la descripci�n que se le da de �l apuntan al poder real en lugar de sacerdotal, mientras que el lenguaje prof�tico de Isa�as, como �l espera con ansias Eliaquim, hijo de Hilc�as, lenguaje que bien podemos suponer que estaba ahora en los pensamientos del Vidente, lleva a la misma conclusi�n: "Y lo vestir� con tu manto y lo fortalecer� con tu cinto, y encomendar� tu gobierno en Su mano.

"* El" Hijo del hombre ", en resumen, aqu� presentado ante nosotros en Su gloria celestial, es tanto Sacerdote como Rey. (* Isa�as 22:21 ; comp. Tambi�n Isa�as 22:22 con Apocalipsis 3:7 )

No solo eso. Es incluso de especial importancia observar que los atributos con los que se viste el Sacerdote-Rey no son tanto los de ternura y misericordia como los de poder y majestad, inspirando al espectador un sentido de asombro y temor al juicio. Ya hemos tenido algunos rastros de esto al considerar el ver. 7 Apocalipsis 1:7 : ahora sale con toda su fuerza.

Ese cabello de una blancura reluciente que, como la nieve sobre la que brilla el sol, casi duele la vista; esos ojos que penetran como llama de fuego en lo m�s rec�ndito del coraz�n; esos pies que como el metal se elevan a un calor blanco en un horno, consumen en un instante todo lo que pisan con ira; esa voz fuerte y continua, como el sonido del poderoso t� que retumba a lo largo de la orilla; esa espada afilada, de dos filos, que sale de la boca, para que nadie pueda escapar de ella cuando la desenvainan para matar; y, por �ltimo, ese rostro como el sol en lo alto de un cielo tropical, cuando el hombre y la bestia se acobardan ante el irresistible abrasador de sus rayos, todo es s�mbolo del juicio.

Ansioso por salvar, el exaltado Sumo Sacerdote es tambi�n poderoso para destruir. Los quebrantar�s con vara de hierro; los har�s pedazos como vasija de alfarero. Por tanto, oh reyes, sed sabios; sed instruidos, jueces de la tierra. Servid al Se�or con temor y regocijaos con Temblando. Besad al Hijo, no sea que se enoje, y perezc�is en el camino, cuando su ira se encienda un poco. Bienaventurados todos los que en �l conf�an ". * (* Salmo 2:9 ).

El Ap�stol sinti� todo esto; y, creyente como era en Jes�s, convencido del amor de su Maestro, y quien le devolv�a ese amor con los m�s c�lidos afectos de su coraz�n, a�n estaba abrumado por el terror. Y cuando lo vi, nos dice, ca� a sus pies como un muerto. En circunstancias algo similares a las actuales, se hab�a producido un efecto similar sobre otros santos de Dios. Cuando Isa�as contempl� la gloria del Se�or, clam�: �Ay de m�! Porque estoy perdido, porque soy hombre de labios inmundos, y habito en medio de un pueblo de labios inmundos; porque mis ojos han visto al Rey. , el Se�or de los ej�rcitos.

"1 Cuando Ezequiel tuvo una visi�n del mismo tipo, nos dice que" cay� sobre su rostro ". 2 Cuando el �ngel Gabriel se le apareci� a Daniel para explicarle la visi�n que le hab�a sido mostrada, el profeta dice:" Yo tuvo miedo, y cay� sobre mi rostro ". 3 Aqu� el efecto fue mayor que en cualquiera de estos casos, correspondiente a la mayor gloria mostrada; y el Ap�stol cay� a los pies del Se�or glorificado como" muerto ".

"Pero hay misericordia con el Se�or para que sea temido; y �l puso su diestra sobre m�, agrega San Juan, diciendo : No temas : y luego sigue en tres partes esa declaraci�n completa y llena de gracia de lo que �l es, en Su eterna preexistencia, en esa obra a favor del hombre que abraz� no solo Su elevaci�n en la cruz, sino Su Resurrecci�n y Ascensi�n al trono de Su Padre, y en la consumaci�n de Su victoria sobre todos los enemigos de nuestra salvaci�n. , - 1.

Yo soy el Primero y el �ltimo, y el Viviente; 2. Y me convert� en muerto, y he aqu�, estoy vivo para siempre; 3. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades. (1 Isa�as 6:5 ; Isa�as 2 Ezequiel 1:28 ; Ezequiel 3 Daniel 8:17 )

Algunas palabras m�s son pronunciadas por la Persona glorificada que se apareci� as� a San Juan, pero en este punto podemos hacer una pausa por un momento, porque la visi�n est� completa. Es la primera visi�n del libro y contiene la nota clave del conjunto. A diferencia del cuarto Evangelio, en el que Jes�s, vestido como est� de Su humanidad, es preeminentemente el Hijo de Dios, el Salvador, aunque aqu� conserva Su Divinidad, es preeminentemente un Hijo del hombre.

En otras palabras, �l no es simplemente el Unig�nito que estuvo desde la eternidad en el seno del Padre: �l tambi�n es Cabeza sobre todas las cosas de Su Iglesia. Y �l es este como el Redentor glorificado que ha terminado Su obra en la tierra y ahora la lleva a cabo en el cielo. �l tambi�n lleva a cabo esta obra, no solo como un Sumo Sacerdote "conmovido por el sentimiento de nuestras debilidades", sino como Uno revestido de juicio. Es un hombre de guerra, y a �l se le pueden aplicar las palabras del salmista:

"C��ete tu espada sobre tu muslo, oh poderoso, tu gloria y tu majestad.

Y en tu majestad cabalga pr�spero,

Por la verdad, la mansedumbre y la justicia:

Y tu diestra te ense�ar� cosas terribles.

Tus flechas son afiladas;

Los pueblos caen bajo Ti;

Est�n en el coraz�n de los enemigos del Rey ". * (* Salmo 45:3 )

Sin embargo, no podemos separar el cuerpo de Cristo de la cabeza, que es Hijo del hombre y tambi�n Hijo de Dios. Con la Cabeza, los miembros son uno y, por lo tanto, tambi�n se los contempla aqu� como comprometidos en una obra de juicio. Con su Se�or, un mundo imp�o se opone a ellos. En �l tambi�n luchan, pelean y vencen. La tribulaci�n, el reino y la paciencia "en Jes�s" 1 son su suerte; pero viviendo una vida de resurrecci�n y escapado del poder de la muerte y del Hades, la salvaci�n ha sido en principio hecha suya, y solo tienen que esperar la manifestaci�n completa de ese Se�or con quien, cuando �l se manifieste, tambi�n se manifestar� en gloria.

2 (1 Apocalipsis 1:9 ; 2 Cr�nicas 3:4 )

As� se nos ense�a qu� esperar en el libro de Apocalipsis. Registrar� el conflicto de Cristo y su pueblo con el mal que hay en el mundo y su victoria sobre �l. Dir� de la lucha con el pecado y Satan�s, pero del pecado vencido y Satan�s herido bajo sus pies. Ser� la historia de la Iglesia mientras viaja por el desierto hacia la tierra prometida, encontr�ndose con muchos enemigos, pero m�s que vencedores a trav�s de Aquel que la ama, y ??a menudo elevando al cielo su c�ntico de alabanza: "Cantad al Se�or, porque triunf� gloriosamente, el caballo y su jinete arroj� al mar ". * (* �xodo 15:1 )

Ahora bien, estamos preparados para escuchar las palabras finales de la gloriosa Persona que se hab�a revelado a San Juan, mientras le repite su mandato de escribir, y le da alguna explicaci�n de lo que hab�a visto: Escribe, por tanto, el lo que has visto, y lo que es, y lo que suceder� despu�s; el misterio de las siete estrellas que has visto a mi diestra, y los siete candeleros de oro.

Las siete estrellas son los �ngeles de las siete iglesias; y los siete candeleros son siete iglesias. Los candeleros de oro y las estrellas, las iglesias y los �ngeles de las iglesias, nos encontrar�n inmediatamente cuando pasemos a los dos cap�tulos siguientes del libro. Mientras tanto, es suficiente saber que estamos a punto de entrar en la suerte de esa Iglesia del Se�or Jesucristo en el mundo que abarca en su interior la ejecuci�n de los prop�sitos finales del Todopoderoso y el cumplimiento de Sus planes para la perfecci�n y felicidad de toda Su creaci�n.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Revelation 1". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/revelation-1.html.
 
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