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Bible Commentaries
Apocalipsis 7

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

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Versículos 1-17

CAPITULO V.

VISIONES CONSOLATORIAS.

Apocalipsis 7:1 .

SEIS de los siete Sellos han sido abiertos por el "Cordero", que tambi�n es el "Le�n de la tribu de Jud�". Se han ocupado, en frases breves pero fecundas, de toda la historia de la Iglesia y del mundo a lo largo de la era cristiana. De hecho, no se ha hablado de detalles de la historia, ni guerras en particular, ni hambrunas, ni pestilencias, ni matanzas, ni preservaci�n de los santos. Todo se ha descrito en los t�rminos m�s generales.

Se nos ha invitado a pensar s�lo en los principios del gobierno divino, pero en estos como los m�s sublimes y, seg�n nuestro propio estado de �nimo, los principios m�s alarmantes o m�s consoladores que pueden atraer la atenci�n de los hombres. Dios, ha sido la carga de los seis Sellos, es Rey sobre toda la tierra. �Por qu� los paganos se enfurecen y la gente imagina algo vano? �Por qu� se exaltan contra el Gobernante soberano del universo, quien le dijo al Hijo de Su amor, cuando lo nombr� Cabeza de todas las cosas para Su Iglesia: "T� eres Mi Hijo; en este d�a te he engendrado"; "�Domina en medio de tus enemigos"? * Al escuchar la voz de estos Sellos, sabemos que el mundo, con todo su poder, no prevalecer� ni contra la Cabeza ni contra los miembros del Cuerpo.

Incluso cuando aparentemente tenga �xito, pelear� una batalla perdida. Incluso cuando aparentemente Cristo sea derrotado y los que son uno con �l, marchar�n hacia la victoria. (* Salmo 2:7 ; Salmo 110:7 )

No debemos imaginar que los Sellos del cap. 6 se suceden en sucesi�n cronol�gica, o que cada uno de ellos pertenece a una fecha determinada. El Vidente no espera con ansias la edad sucesiva o el siglo siglo. Para �l, todo el per�odo entre la primera y la segunda venida de Cristo no es m�s que "un poco de tiempo", y cualquier cosa que suceda en �l "debe suceder pronto". En verdad, dif�cilmente se puede decir que se ocupe del paso del tiempo.

Se ocupa de las caracter�sticas esenciales del gobierno divino en el tiempo, ya sea largo o corto. Si los a�os rotatorios son cortos en nuestro sentido, estas caracter�sticas se manifestar�n sin embargo con una claridad que dejar� al hombre sin excusa. Si duraran en nuestro sentido, el desarrollo del plan eterno de Dios solo se manifestar� una y otra vez. Aquel con quien tenemos que tratar no tiene principio de d�as ni fin de a�os, el Yo soy , inmutable tanto en los atributos de Su propia naturaleza como en la ejecuci�n de Sus prop�sitos para la redenci�n del mundo.

Echemos un vistazo a los siglos que han pasado desde que Jes�s muri� y resucit�. Est�n llenos de una gran lecci�n. En cada punto en el que nos detenemos, vemos al Hijo de Dios salir conquistando y conquistando. Vemos al mundo luchando contra Su justicia, neg�ndose a someterse a ella y, en consecuencia, condenado a toda forma de aflicci�n. Vemos a los hijos de Dios siguiendo a un Redentor crucificado, pero preservados, sostenidos, animados, su cruz, como la Suya, su corona.

Finalmente, a medida que nos damos cuenta cada vez m�s profundamente de lo que sucede a nuestro alrededor, sentimos que estamos en medio de un gran terremoto, que el sol y la luna se han vuelto negros y que las estrellas del cielo est�n cayendo sobre la tierra. ; sin embargo, con el ojo de la fe perforamos las tinieblas, y �d�nde est�n todos nuestros adversarios? �D�nde est�n los reyes y los potentados, los ricos y poderosos de la tierra , de un mundo imp�o y perseguidor? Se han escondido en las cuevas y en las rocas de las monta�as; y les o�mos decir a los montes ya las pe�as: "Caed sobre nosotros, y esc�ndenos del rostro del que est� sentado en el trono, y de la ira del Cordero; porque ha llegado el gran d�a de su ira; �y qui�n podr� estar de pie? "

Con el comienzo del cap. 7 podr�amos esperar que se abriera el s�ptimo sello; pero es la manera del escritor apocal�ptico, antes de cualquier manifestaci�n final o particularmente cr�tica de la ira de Dios, presentarnos visiones de consuelo, para que podamos entrar en la m�s densa oscuridad, incluso en el valle de sombra de muerte. , sin alarma. Ya nos hemos encontrado con esto en cap�tulos. 4 y 5. Volveremos a encontrarnos con �l. Mientras tanto, aqu� se ilustra: -

"Despu�s de esto vi cuatro �ngeles de pie en los cuatro �ngulos de la tierra, sosteniendo los cuatro vientos de la tierra, para que ning�n viento soplara sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ning�n �rbol. Y vi a otro �ngel ascender desde la salida del sol, que tiene el sello del Dios viviente; y clam� con gran voz a los cuatro �ngeles, a quienes se les concedi� hacer da�o a la tierra y al mar, diciendo: No hag�is da�o a la tierra, ni al mar, ni los �rboles, hasta que hayamos sellado a los siervos de nuestro Dios en sus frentes.

Y o� el n�mero de los sellados, ciento cuarenta y cuatro mil sellados de cada tribu de los hijos de Israel. De la tribu de Jud�, doce mil sellados; de la tribu de Rub�n, doce mil; de la tribu de Gad, doce mil; de la tribu de Aser, doce mil; de la tribu de Neftal�, doce mil; de la tribu de Manas�s, doce mil; de la tribu de Sime�n, doce mil; de la tribu de Lev�, doce mil; de la tribu de Isacar, doce mil; de la tribu de Zabul�n, doce mil; de la tribu de Jos�, doce mil; de la tribu de Benjam�n fueron sellados doce mil ( Apocalipsis 7:1 ) ".

Aunque varias cuestiones importantes, que tendremos que advertir, surgen en conexi�n con esta visi�n, nunca ha habido, como casi no puede haber, ninguna duda en cuanto a su significado general. En sus rasgos principales est� tomado del lenguaje de Ezequiel, cuando ese profeta predijo la destrucci�n inminente de Jerusal�n: "�l tambi�n clam� a gran voz en mis o�dos, diciendo: Haz que se acerquen los que tienen a cargo de la ciudad, aun cada uno con su arma destructora en la mano.

Y he aqu�, seis hombres ven�an del camino de la puerta superior, que est� hacia el norte, y cada uno con un arma de matanza en la mano; y uno de ellos estaba vestido de lino fino, con tintero de escritor a su lado. Y el Se�or le dijo: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusal�n, y pon una marca en la frente de la hombres que gimen y que claman por todas las abominaciones que se hacen en medio de ella.

. Y he aqu�, el hombre vestido de lino, que ten�a el tintero a su lado, inform� del asunto, diciendo: He hecho como me mandaste. "1 La preservaci�n de los fieles en medio del juicio sobre los imp�os es el tema de la visi�n del Antiguo Testamento, y de la misma manera es el tema de esta visi�n de San Juan. Los vientos son los s�mbolos del juicio; y, estando en el n�mero cuatro y sostenidos por cuatro �ngeles de pie en los cuatro �ngulos de la tierra, indican que el juicio, cuando se inflija, ser� universal. No hay lugar adonde los imp�os puedan escapar, ninguno donde no sean alcanzados por la ira de Dios.

"El que huye de ellos", dice el Todopoderoso por medio de su profeta, "no huir�, y el que escape de ellos no ser� librado. Aunque cavasen hasta el infierno, de all� los tomar� mi mano; aunque suban a del cielo, de all� los har� bajar; y aunque se escondan en la cumbre del Carmelo, los buscar� y los sacar� de all�; y aunque est�n ocultos de mi vista en el fondo del mar, de all� mandar� a la serpiente y los morder�.

"2 (1 Ezequiel 9 ; Ezequiel 2 Am�s 9:1 )

En medio de todo esto, la seguridad de los justos est� asegurada, y eso en cierto modo, en comparaci�n con el camino del Antiguo Testamento, es proporcional a la superior grandeza de sus privilegios. Est�n marcados como dioses, no por un hombre fuera de la ciudad, sino por un �ngel que asciende desde el amanecer , el cuarto de donde procede esa luz del d�a que dora las cimas de las monta�as m�s altas y penetra en los rincones m�s oscuros de la ciudad. valles.

Este �ngel, con su gran voz , es probablemente el Se�or mismo que aparece por medio de Su �ngel. La marca impresa en los justos es m�s que una mera marca: es un sello, un sello similar al que Cristo fue "sellado"; 1 el sello que en el Cantar de los Cantares la novia desea como muestra del amor del Esposo solo hacia ella: "Ponme como un sello sobre tu coraz�n, como un sello sobre tu brazo"; 2 el sello que expresa el pensamiento: "El Se�or conoce a los que son suyos".

3 Finalmente, este sello est� impreso en la frente, en la parte del cuerpo en la que el sumo sacerdote de Israel llevaba la plancha de oro, con la inscripci�n "Santidad al Se�or". Tal sello; manifestado a los ojos de todos, fue un testimonio para todos de que los que lo llevaban fueron reconocidos por el Redentor antes que todos, incluso ante su Padre y los santos �ngeles. 4 (1 Jn 6:27; 2 Cantares de los Cantares 8:3 ; Cantares de los Cantares 3 2 Timoteo 2:19 ; 4 Comp. Lucas 12:8 )

Cuando volvamos a los n�meros sellados, todo lector que reflexione por un momento permitir� que deben ser comprendidos simb�licamente, y no literalmente. Doce mil de cada una de las doce tribus, en total ciento cuarenta y cuatro mil, lleva en su rostro el sello del simbolismo. Es m�s dif�cil responder a la pregunta �Qui�nes son? �Son jud�os cristianos, o son toda la multitud del pueblo fiel de Dios perteneciente a la Iglesia universal, pero indicada por una figura tomada del juda�smo?

La pregunta que se hace ahora es de mayor importancia que la ordinaria, porque de la respuesta que se le d� depende en gran medida la soluci�n del problema de si el autor del cuarto Evangelio y el autor del Apocalipsis son el mismo. Si la primera visi�n del cap�tulo relativo a los sellados de las tribus de Israel habla s�lo de jud�os cristianos, y la segunda visi�n, comenzando en Apocalipsis 7:9 , de "la gran multitud que nadie pod�a contar", habla de gentiles. Cristianos, se deducir� que el escritor exhibe una tendencia particularista en total desacuerdo con el universalismo del autor del cuarto Evangelio.

Los cristianos gentiles ser�n, como se les ha llamado, un "ap�ndice" de la Iglesia judeo-cristiana; y los seguidores de Jes�s dejar�n de constituir un solo reba�o cuyos miembros sean iguales a los ojos de Dios, ocupen la misma posici�n y disfruten de los mismos privilegios. La primera impresi�n que produce la visi�n de los sellados es, sin duda, que se refiere a los jud�os cristianos, y solo a ellos.

Sin embargo, muchas consideraciones llevan a la conclusi�n m�s amplia de que, bajo una figura jud�a, incluyen a todos los seguidores de Cristo, o la Iglesia universal. Algunos de estos al menos deber�an notarse.

1. Todav�a no hemos encontrado, y no encontraremos en ninguna parte posterior del Apocalipsis, una distinci�n trazada entre cristianos jud�os y gentiles. A los ojos del Vidente, la Iglesia del Se�or Jesucristo es una. No hay en �l ni jud�o ni griego, b�rbaro, escita, esclavo ni libre. �l reconoce en �l en su capacidad colectiva el Cuerpo de Cristo, todos los miembros del cual ocupan la misma relaci�n con su Se�or, y est�n igualmente en gracia.

�l conoce de hecho una distinci�n entre la Iglesia jud�a, que esperaba la venida del Se�or, y la Iglesia cristiana, que se regocij� en �l como hab�a venido; pero tambi�n sabe que cuando Jes�s vino, los privilegios de este �ltimo fueron otorgados a los del primero que hab�an mirado hacia el d�a de Cristo, y que estaban vestidos con la misma "t�nica blanca". Por consiguiente, bajo los seis Sellos, que abarca todo el per�odo de la dispensaci�n del Evangelio, no hay una sola palabra que sugiera la idea de que la Iglesia cristiana est� dividida en dos partes.

La lucha, la preservaci�n y la victoria pertenecen por igual a todos. Se puede hacer una observaci�n similar sobre las ep�stolas a las siete iglesias, que incuestionablemente contienen una representaci�n de esa Iglesia cuya suerte se describir� m�s adelante. En estas ep�stolas, Cristo camina igualmente en medio de todas sus partes; y las promesas se hacen, no de una forma a un miembro y de otra a otro, sino siempre exactamente en los mismos t�rminos al "que vence". No estar�a de acuerdo con esto si ahora, cuando un tema similar de preservaci�n est� a la mano, fu�ramos presentados a una iglesia jud�a-cristiana a diferencia de una iglesia gentil-cristiana.

2. Es costumbre del Vidente realzar y espiritualizar todos los nombres jud�os. El Templo, el Tabern�culo, el Altar, el Monte Si�n y Jerusal�n son encarnaciones de ideas m�s profundas que las que literalmente transmiten. Por lo tanto, la analog�a podr�a sugerir que este tambi�n ser�a el caso de la palabra "Israel". M�s a�n, ser�a m�s natural usar esa palabra, porque con tanta frecuencia se usa en el mismo sentido espiritual en otras partes del Nuevo Testamento; "Pero no todos los que son de Israel son Israel"; �Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos y al Israel de Dios.

"1 Tampoco debemos asustarnos por el empleo de la palabra tribus , que puede parecer dar m�s precisi�n a la idea de que los cristianos jud�os son designados por el t�rmino, ya que San Juan, en su peculiar manera de ver a los hombres, contempl�" tribus ". "no s�lo entre los jud�os, sino entre todas las naciones:" y todas las tribus de la tierra har�n duelo por �l ". 2 En Apocalipsis 21:12 , tambi�n, las" doce tribus "incluyen claramente a todos los creyentes.

(1 Romanos 9:6 ; G�latas 6:16 ; G�latas 2 Apocalipsis 1:7 )

3. La enumeraci�n de las tribus de Israel dada en estos vers�culos es diferente de cualquier otra enumeraci�n del rey contenida en las Escrituras. As� se omite la tribu de Dan; y, contrariamente a la pr�ctica de al menos los �ltimos libros del Antiguo Testamento, se inserta el de Lev�; mientras que Jos� tambi�n sustituye a Efra�n: y el orden en que se dan los doce no tiene paralelo en ninguna otra parte. Puntos como estos pueden parecer triviales, pero no carecen de importancia.

Ning�n estudioso del Apocalipsis imaginar� que son accidentales o suscritos. Puede que no sea capaz de satisfacerse a s� mismo ni a los dem�s en cuanto a las bases sobre las cuales procedi� San Juan, pero no dudar� ni por un momento de que exist�an motivos suficientes para el mismo Ap�stol para lo que hizo. Una cosa puede, sin embargo, dijo. Si los cambios pueden explicarse, debe ser por consideraciones que broten del coraz�n de la comunidad cristiana y no de ninguna sugerencia de las relaciones de las tribus del juda�smo entre s�.

Se puede insertar as� Lev�, en lugar de apartarse como antes, porque en Cristo Jes�s no hab�a tribu sacerdotal: todos los cristianos eran sacerdotes; �Puede omitir a Dan porque esa tribu hab�a elegido a la serpiente como su emblema! y san Juan no s�lo sent�a con peculiar poder el antagonismo directo con Cristo de "la serpiente antigua el diablo", 1 sino que hab�a estado acostumbrado a ver en el traidor Judas, que hab�a sido expulsado de la banda apost�lica, y por quien otro ap�stol hab�a sustituido, la misma personificaci�n o encarnaci�n de Satan�s 2; Efra�n tambi�n pudo haber sido reemplazado por Jos� debido a su enemistad con Jud�, la tribu de la cual surgi� Jes�s; mientras que Jud�, el cuarto hijo de Jacob, puede encabezar la lista porque fue la tribu en la que naci� Cristo.

(1 Comp. Apocalipsis 12:9 ; 2 Juan 1:8 : 2)

4. Algunas de las expresiones del pasaje son inconsistentes con la limitaci�n de los sellados a cualquier clase especial de cristianos. �Por qu�, por ejemplo, la contenci�n de los vientos deber�a ser universal? �No habr�a sido suficiente para contener los vientos que soplaron sobre los jud�os cristianos y no los vientos de toda la tierra? Y de nuevo, �por qu� nos encontramos con un lenguaje de car�cter tan general como el de Apocalipsis 7:3 : " hasta que hayamos sellado a los siervos de nuestro Dios"? Esta designaci�n de "siervos" parece incluir a todo el n�mero, y no solo a algunos, de los hijos de Dios.

5. Si los siervos de Dios de entre los gentiles no est�n sellados ahora, el Apocalipsis no menciona ninguna otra ocasi�n en que lo estuvieran. Es cierto que, seg�n la interpretaci�n ordinaria de la pr�xima visi�n, son admitidos a la felicidad del cielo; pero bien podemos preguntarnos si, si el sellamiento es el emblema de la preservaci�n en medio de los problemas mundanos, tampoco deber�an haber sido sellados en un momento u otro en la tierra.

6. Los sellados est�n marcados en sus frentes , y en Apocalipsis 22:4 todos los creyentes est�n marcados de manera similar.

7. Volveremos a encontrar este n�mero de ciento cuarenta y cuatro mil en el cap. 14; y, si bien dif�cilmente se puede dudar de que las mismas personas est�n incluidas en ambas ocasiones en �l, se ver� que all� se refiere al menos a la totalidad de los redimidos.

8. Es digno de menci�n que los contrastes del Apocalipsis conducen directamente a una conclusi�n similar. San Juan ve siempre la luz y la oscuridad enfrentadas y exhibi�ndose en una correspondencia que, llegando incluso a los detalles m�s peque�os, ayuda a la tarea del int�rprete. Ahora, en muchos pasajes de este libro encontramos a Satan�s no s�lo marcando a sus seguidores, sino, precisamente como aqu�, marc�ndolos en la "frente"; * y es imposible resistirse a la conclusi�n de que una marca es la ant�tesis de la otra.

Pero Satan�s imprime esta marca en todos sus seguidores, y la inferencia es leg�tima de que el sello del Dios viviente est� impreso de la misma manera en todos los seguidores de Jes�s. (* Apocalipsis 13:16 ; Apocalipsis 14:9 ; Apocalipsis 16:2 ; Apocalipsis 19:20 ; Apocalipsis 20:4 )

9. Se puede atribuir una raz�n m�s para esta conclusi�n. Si Apocalipsis 7:4 , con sus "ciento cuarenta y cuatro mil de cada tribu de los hijos de Israel", debe entenderse solo de los cristianos jud�os, el contraste entre ella y Apocalipsis 7:9 , con su "gran multitud , que ning�n hombre puede contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, "hace necesario entender s�lo a los cristianos gentiles.

De nada sirve decir que la enumeraci�n completa de este vers�culo puede incluir tanto cristianos jud�os como gentiles. Comparado con la afirmaci�n muy definida de Apocalipsis 7:4 , s�lo puede, seg�n el estilo del Apocalipsis, referirse a personas que han salido del mundo pagano en la cu�druple concepci�n de sus partes.

Ahora bien, cualquiera que sea la interpretaci�n precisa de la segunda visi�n del cap�tulo, es innegable que despliega una etapa m�s alta de privilegio y gloria que la primera. Por lo tanto, seguir� la suposici�n ahora combatida de que en el mismo instante en que se dice que el Ap�stol est� colocando a los cristianos gentiles en una posici�n de inferioridad con respecto a los cristianos jud�os, y cuando trata a uno simplemente como un "ap�ndice" del otro, habla de ellos como herederos de un "peso de gloria" mucho mayor. San Juan no pod�a estar as� de acuerdo consigo mismo.

La conclusi�n de todo lo que se ha dicho es clara. La visi�n del sellamiento no se aplica solo a los cristianos jud�os, sino a la Iglesia universal. Cuando los juicios de Dios est�n en el mundo, todos los Disc�pulos de Cristo son sellados para preservarlos contra ellos.

A pesar de lo que se ha dicho, el lector todav�a puede encontrar dif�cil concebir que dos cuadros de la misma multitud se nos presenten dibujados en l�neas tan completamente diferentes. �Cu�l es el significado de eso? �l puede exclamar. �Cu�l es el motivo del Vidente al hacerlo? La explicaci�n no es dif�cil. Un examen atento de los principios estructurales que marcan los escritos de San Juan mostrar� que se distinguen por una tendencia a exponer el mismo objeto bajo dos luces diferentes, la �ltima de las cuales es culminante para la primera, as� como para la la mayor parte al menos, tomada de una esfera diferente.

El escritor no se satisface con una sola expresi�n de lo que desea impresionar a sus lectores. Despu�s de haberlo pronunciado por primera vez, lo vuelve a traer ante �l, trabaja en �l, lo agranda, lo profundiza, lo presenta con un colorido m�s fuerte y m�s vivo. La idea fundamental es la misma en ambas ocasiones; pero en el segundo es el centro de un c�rculo de circunferencia m�s amplia, y se pronuncia de una manera m�s impresionante.

La falta de espacio no permitir� ilustrar esto apelando ni a la naturaleza del pensamiento hebreo en general, ni a los otros escritos del Nuevo Testamento que deben su autor�a a San Juan. Baste decir que el cuarto Evangelio tiene huellas profundas e importantes de esta caracter�stica, y que pasajes dif�ciles en �l, que de otro modo no se pueden explicar, parecen resolverse con su aplicaci�n.

* El punto principal que debe tenerse en cuenta es que el principio en cuesti�n se puede rastrear en muchas ocasiones diferentes tanto en el cuarto Evangelio como en el Apocalipsis. De hecho, uno de ellos ya ha llegado a nuestro conocimiento en el caso de los "palitos de velas de oro" y de las "estrellas" del cap�tulo I de este libro. Las dos figuras se relacionan con el mismo objeto, pero la segunda es culminante con la primera y se toma de un campo m�s grande.

El mismo principio nos encuentra aqu�. La segunda visi�n del cap. 7 es culminante para el primero, y el campo del que se extrae es m�s grande. La analog�a, sin embargo, no de los candelabros de oro y de las estrellas solamente, sino de muchos otros pasajes de tipo similar, justifica la inferencia de que ambas visiones se relacionan con la misma cosa, aunque el aspecto en el que se mira es en cada caso diferente.

Por tanto, cualquier dificultad que presentaba al principio el cuadro doble desaparece; mientras que la peculiaridad de la estructura exhibida no solo ayuda a conducirnos a una autor�a jo�nica, sino que tiende poderosamente a establecer la correcci�n de la interpretaci�n ahora adoptada. (* El escritor ha tratado este tema con considerable extensi�n en The Expositor 2nd series, vol. 4).

Por lo tanto, tenemos derecho a concluir que los ciento cuarenta y cuatro mil de esta primera visi�n consoladora no representan solo a los cristianos jud�os, sino a toda la Iglesia de Dios, y que el n�mero utilizado pretende representar la integridad: ni un solo miembro de la verdadera Iglesia. est� perdido. * Doce, un n�mero sagrado, el n�mero de los patriarcas, de las tribus de Israel y de los Ap�stoles de Jes�s, se multiplica primero por s� mismo, y luego por mil, el signo del celestial en contraste con el terrenal. Ciento cuarenta y cuatro mil es el resultado. (* Comp. Juan 17:12 )

Solo es necesario observar m�s, y las observaciones ayudar�n a confirmar lo que se ha dicho, que San Juan no cont� el n�mero de los sellados. Se oy� el n�mero de ellos ( Apocalipsis 7:4 ). Ya eran "una multitud que nadie pod�a contar" ( Apocalipsis 7:9 ).

Pero Aquel que cuenta las innumerables estrellas que brillan en el cielo de medianoche, y que "saca a sus huestes por n�mero" * podr�a contarlas. Fue �l quien comunic� el n�mero a la Vidente. (* Isa�as 40:26 )

La segunda visi�n del cap�tulo sigue:

Despu�s de estas cosas vi, y he aqu� una gran multitud, la cual nadie pod�a contar, de toda naci�n y de todas las tribus y pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos de blanco. mantos, y palmas en sus manos; y clamaban con gran voz, diciendo: Salvaci�n al Dios nuestro que est� sentado sobre la multitud y al Cordero. Y todos los �ngeles estaban de pie alrededor del trono, y alrededor de los ancianos y los cuatro criaturas vivientes; y postr�ndose ante el trono sobre sus rostros, adoraron a Dios, diciendo: Am�n: Bendici�n, gloria, sabidur�a, acci�n de gracias, honra, poder y fortaleza sean para nuestro Dios por los siglos de los siglos.

Am�n. Y uno de los ancianos respondi�, dici�ndome: Estos que est�n vestidos con ropas blancas, �qui�nes son y de d�nde vienen? Y le dije: Se�or m�o, t� lo sabes. Y me dijo: Estos son los que salieron de la gran tribulaci�n, y lavaron sus ropas y las blanquearon en la sangre del Cordero. Por tanto, est�n delante del trono de Dios, y le sirven d�a y noche en su templo; y el que est� sentado en el trono extender� su tabern�culo sobre ellos.

Ya no tendr�n hambre ni sed; ni el sol golpear� en el borde, ni calor alguno; porque el Cordero que est� en medio del trono ser� su Pastor, y los guiar� a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugar� toda l�grima de sus ojos ( Apocalipsis 7:9 ) ".

Sobre la magnificencia y la belleza de esta descripci�n no solo es innecesario, ser�a un error detenerse. Las palabras del hombre s�lo estropear�an la sublimidad y el patetismo del espect�culo. Tampoco es deseable mirar cada expresi�n del pasaje en s� mismo. Es mejor considerar estas expresiones como un todo. De hecho, debe tenerse muy en cuenta un punto: que las palmas de las que se habla en Apocalipsis 7:9 como en las manos de la multitud feliz no son las palmas de la victoria en ninguna contienda terrenal, sino las palmas de la Fiesta de los Tabern�culos, y que con el pensamiento de esa fiesta la escena se moldea.

La Fiesta de los Tabern�culos, se recordar�, fue a la vez la �ltima, la m�s alta y la m�s alegre de las fiestas del a�o jud�o. Cay� en el mes de octubre, cuando se hab�a recogido la cosecha no s�lo de grano, sino de vino y aceite, y cuando, por tanto, hab�an pasado todos los trabajos del a�o. Tambi�n fue precedido por el gran D�a de la Expiaci�n, cuyo ceremonial reuni� todos los actos de sacrificio de los meses anteriores, contempl� los pecados del pueblo, desde los m�s altos hasta los m�s bajos, llevados al desierto y tra�dos con ella la bendici�n de Dios desde ese rinc�n m�s rec�ndito del santuario que fue iluminado por la gloria especial de Su presencia, y en el cual el sumo sacerdote incluso pudo entrar en ese d�a solo.

Los sentimientos que se despertaron en Israel en ese momento fueron del tipo m�s triunfal. Volvieron en pensamiento a la vida independiente que sus padres, liberados de la servidumbre de Egipto, llevaron en el desierto; y, para darse cuenta mejor de esto, dejaron sus moradas ordinarias y se instalaron durante los d�as de la fiesta en caba�as, que erigieron en las calles o en los techos planos de sus casas.

Estas casetas estaban hechas de ramas de sus �rboles m�s preciados, fruct�feros y m�s umbr�os; y debajo de ellos levantaron sus salmos de acci�n de gracias a Aquel que los hab�a librado como ave de la trampa del cazador. Incluso esto no fue todo, porque sabemos que en el per�odo posterior de su historia los jud�os conectaron la Fiesta de los Tabern�culos con las m�s brillantes anticipaciones del futuro, as� como con los recuerdos m�s alegres del pasado.

Contemplaban en �l la promesa del Esp�ritu, el gran don de la era mesi�nica que se acercaba; y, para dar plena expresi�n a esto, enviaron en el octavo, o el gran d�a de la fiesta, un sacerdote al estanque de Silo� con una urna de oro, para que la llenara del estanque y, llev�ndola hasta el templo, podr�a verterlo sobre el altar. Esta es la parte del ceremonial a la que se alude en Juan 7:37 , y durante ella la alegr�a del pueblo alcanz� su punto m�s alto.

Rodearon al sacerdote en multitudes mientras �l sacaba el agua del estanque, agitaba sus lulabs - peque�as ramas de palmeras, las "palmas" de Apocalipsis 7:9 e hizo que los atrios del Templo resonaran con su canci�n ". Con gozo sacar�is agua de los pozos de la salvaci�n ". 1 Por la noche sigui� la gran iluminaci�n del Templo, a la que probablemente alude nuestro Se�or cuando, inmediatamente despu�s de la Fiesta de los Tabern�culos de la que se habla en el cap.

8 del cuarto Evangelio, exclama: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andar� en tinieblas, sino que tendr� la luz de la vida". 2 (1 Isa�as 12:3 ; 2 Juan 1:8 : 12)

Tal fue la escena, cuyos principales pormenores se sirven aqu� por el vidente apocal�ptico para presentarnos la condici�n triunfante y gloriosa de la Iglesia cuando, despu�s de que todos sus miembros han sido sellados, son admitidos al pleno goce de las bendiciones. del pacto de Dios, y cuando, lavados en la sangre del Cordero y vestidos con Su justicia, guardan su Fiesta de los Tabern�culos.

Una pregunta sumamente importante e interesante relacionada con esta visi�n a�n tiene que ser respondida. Puede que se pregunte primero con las palabras de Isaac Williams. "Es si toda esta descripci�n es de la Iglesia en el cielo o en la tierra". El mismo escritor ha respondido a su pregunta diciendo: "El hecho es que, al igual que la expresi�n 'el reino de los cielos' y muchas otras del mismo tipo, se aplica a ambos, y sin duda tiene la intenci�n de hacerlo, en su totalidad de aqu� en adelante. , pero incluso aqu� en parte.

"1 La respuesta as� dada es sin duda correcta cuando la pregunta se hace en la forma particular a la que es una respuesta. Sin embargo, todav�a tenemos que preguntarnos si, admitiendo que as� sea, la referencia principal de la visi�n es a la Iglesia de Cristo durante su actual peregrinaje o despu�s de que �ste haya terminado, y haya entrado en su reposo eterno. �A la pregunta as� formulada, la respuesta que se suele dar es que la Vidente tiene a la vista el �ltimo aspecto de la Iglesia.

Los redimidos est�n sellados en la tierra; llevan sus "palmas" y se regocijan con el gozo del que se habla despu�s en el cielo. Mucho en el pasaje puede parecer que justifica esta conclusi�n. Pero un escritor reciente sobre el tema ha aducido consideraciones tan poderosas a favor del primer punto de vista, que ser� apropiado examinarlas. 2 (1 The Apocalypse , p. 126; 2 Professor Gibson, en The Monthly Interpreter , vol. 2, p. 9)

Primero se Mateo 24:13 a Mateo 24:13 , un pasaje que no arroja luz sobre el punto. Sucede lo contrario con muchas profec�as del Antiguo Testamento a las que se hace referencia a continuaci�n, que describen la dispensaci�n venidera del Evangelio: "No tendr�n hambre ni sed, ni el calor ni el sol los afligir�; porque el que tiene de ellos misericordia los conducir� aun por manantiales de agua los guiar� "; "�l destruir� la muerte con victoria, y el Se�or Dios enjugar� las l�grimas de todos los rostros"; "Y suceder� que todos los que queden de todas las naciones que vinieron contra Jerusal�n subir�n de a�o en a�o para adorar al Rey, el Se�or de los ej�rcitos, y para celebrar la Fiesta de los Tabern�culos.

"l A pasajes como estos tienen que a�adirse las promesas de nuestro Se�or en cuanto a fuentes de aguas vivas incluso ahora abiertas al creyente, para que beba y no vuelva a tener sed nunca m�s:" Respondi� Jes�s y le dijo: Todo el que bebe de esta agua volver� a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dar�, no tendr� sed jam�s; pero el agua que yo le dar� se convertir� en �l en manantial de agua para vida eterna. "" En el �ltimo d�a, el gran d�a de la fiesta, Jes�s se puso de pie y clam�, diciendo: Si alguno tiene sed, �l venga a m� y beba.

El que cree en M�, como dice la Escritura, de su interior correr�n r�os de agua viva. "2 Tambi�n se insta a San Juan, nos ense�a a buscar una Fiesta del Tabern�culo en la tierra 3; mientras que en el Al mismo tiempo, a lo largo de todos sus escritos, la vida eterna se nos presenta como una posesi�n presente. Tampoco es este el caso s�lo en los escritos de San Juan. En la Ep�stola a los Hebreos encontramos la misma l�nea de pensamiento: "Vosotros hab�is venido". (no vendr�is) "al monte de Sion, ya la ciudad del Dios viviente, la Jerusal�n celestial, ya innumerables huestes de �ngeles, a la asamblea general ya la Iglesia de los primog�nitos, que est�n inscritos en el cielo.

"4 Influido por estas consideraciones, el escritor al que nos hemos referido es llevado," aunque no sin algunas vacilaciones ", a concluir que la visi�n de la multitud que lleva palmeras debe entenderse de la Iglesia en la tierra, y no de la Iglesia en el cielo. (1 Isa�as 49:10 ; Isa�as 25:8 ; Zacar�as 14:16 ; Zacar�as 2 Jn 4: 13-14; Juan 7:37 ; 3 Juan 1:14 ; 3 Juan 1:4 Hebreos 12:22 )

La conclusi�n puede aceptarse sin la "vacilaci�n". Los colores del lienzo pueden parecer al principio demasiado brillantes para cualquier condici�n de las cosas de este lado de la tumba. Pero no son m�s brillantes que los empleados en la descripci�n de la nueva Jerusal�n en el cap. 21; y, cuando lleguemos a la exposici�n de ese cap�tulo, encontraremos una prueba positiva en el lenguaje del Vidente de que �l ve esa ciudad como si ya hubiera descendido del cielo y se estableci� entre los hombres.

No pocos de sus rasgos m�s resplandecientes son precisamente los mismos que encontramos en la visi�n correspondiente de este cap�tulo: "Y o� una gran voz desde el trono que dec�a: He aqu�, el tabern�culo de Dios est� con los hombres, y El tabern�culo con ellos, y ellos ser�n sus pueblos, y Dios mismo estar� con ellos, y ser� su Dios; y enjugar� toda l�grima de sus ojos, y la muerte no ser� m�s, ni habr� duelo, ni llanto, ni dolor, m�s: las primeras cosas pasaron.

"1 Si palabras como estas pueden aplicarse con justicia, como todav�a tenemos que ver que pueden y deben ser, a un aspecto de la Iglesia en la tierra, ciertamente no hay nada que obstaculice su aplicaci�n a la misma Iglesia ahora. La verdad es que en ambos casos la descripci�n es ideal, y que no menos que la descripci�n de los terrores de lo mundano en la apertura del sexto Sello.Ni, de hecho, entenderemos ninguna parte del Apocalipsis a menos que reconozcamos el hecho de que todo lo que lo que le preocupa se eleva a un nivel ideal.

La recompensa y el castigo, la justicia y el pecado, los martirios de la Iglesia y el destino de sus opresores, se presentan ante nosotros en una luz ideal. El Vidente se mueve en medio de concepciones fundamentales, �ltimas y eternas. Las "luces rotas" que iluminan parcialmente nuestro progreso en este mundo est�n para �l absortas en "la verdadera Luz". Las nubes y las tinieblas que oscurecen nuestro camino se juntan ante sus ojos en "las tinieblas" con las que la luz tiene que enfrentarse.

En consecuencia, las descripciones aplicables en su plenitud a la Iglesia s�lo despu�s de que se manifieste la gloria de su Se�or, se aplican tambi�n a ella ahora, cuando se piensa que vive la vida que est� escondida con Cristo en Dios, la vida de su exaltada y exaltada. Redentor glorificado. Para esta concepci�n, los colores de la imagen que tenemos ante nosotros no son demasiado brillantes. 2 (1 Apocalipsis 21:3 ; 2 Comp. Sobre el pensamiento general Brown, The Second Advent , cap.6)

La relaci�n entre las dos visiones de este cap�tulo puede resultar ahora obvia. Si bien las personas a las que se hace referencia son en ambos iguales, no ocupan en ambos el mismo puesto. En el primero solo est�n sellados, y a trav�s de ese sellado est�n a salvo. Su Se�or los ha tomado bajo Su protecci�n; y, cualesquiera que sean las dificultades o los peligros que los acosen, nadie los arrebatar� de su mano.

En el segundo est�n m�s que seguros. Tienen paz, gozo y triunfo, se satisfacen todas sus necesidades y se curan todos sus dolores. La muerte misma es devorada por la victoria, y cada l�grima se enjuga de todos los ojos.

As� tambi�n podemos determinar el per�odo al que pertenecen tanto el sellamiento de los creyentes como su posterior disfrute de la bendici�n celestial. En ninguna de las dos visiones se nos presenta ninguna era especial de la historia cristiana. San Juan no tiene a la vista ni a los cristianos de su propia �poca ni a los de cualquier �poca posterior. As� como descubrimos que cada uno de los primeros seis Sellos abarcaba toda la era del Evangelio, tambi�n lo es con estas visiones consoladoras.

Debemos detenernos en el pensamiento m�s que en el momento de la preservaci�n y de la bienaventuranza. La Iglesia de Cristo nunca deja de seguir los pasos de su Se�or. Como �l, cuando es fiel a su alta comisi�n, ella nunca deja de llevar la cruz. El mundo no redimido debe ser siempre su enemigo; y en ella siempre debe tener tribulaci�n. Pero no menos continua es su alegr�a. Juzgamos err�neamente cuando pensamos que el Var�n de dolores nunca estuvo gozoso. �l habl� de "Mi paz", "Mi gozo".

"1 En uno de Sus momentos de sentimiento m�s profundo se nos dice que �l" se regocij� en esp�ritu ". 2 Exteriormente el mundo lo turbaba; y enormes olas, levantadas por sus vientos tempestuosos, barr�an la superficie de Su alma. Debajo, lo insondable en la comuni�n con su Padre celestial, en el pensamiento de la gran obra que estaba llevando a cabo hasta su finalizaci�n, y en la perspectiva de la gloria que le aguardaba, pod�a regocijarse en medio del dolor.

Lo mismo ocurre con los miembros de Su Cuerpo. Llevan consigo un gozo secreto que, como su nuevo nombre, nadie conoce sino el que lo recibe Como el amigo del novio que est� de pie y lo escucha se regocija grandemente por la voz del novio, as� su gozo se cumple. 3 Ni dejar� de ser suyo mientras su Se�or est� con ellos; ya menos que le entristezcan "he aqu�, �l est� siempre con ellos, hasta la consumaci�n de la era.

"4 Las dos visiones, por lo tanto, del sellamiento y de la multitud que lleva las palmas abarcan toda la dispensaci�n cristiana dentro de su alcance, y expresan ideas que pertenecen a la condici�n del creyente en todo lugar y en todo momento. (1 Jn 14 : 27; Juan 17:13 ; Juan 2 Lucas 10:21 ; 3 Juan 1:3 : 29; 3 Juan 1:4 Mateo 28:20 )

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Revelation 7". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/revelation-7.html.
 
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