Lectionary Calendar
Saturday, September 28th, 2024
the Week of Proper 20 / Ordinary 25
Attention!
For 10¢ a day you can enjoy StudyLight.org ads
free while helping to build churches and support pastors in Uganda.
Click here to learn more!

Bible Commentaries
Romanos 5

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Buscar…
Enter query below:

Versículos 1-11

Cap�tulo 12

PAZ, AMOR Y ALEGR�A PARA LOS JUSTIFICADOS

Romanos 5:1

Llegamos a una pausa en el pensamiento del Ap�stol con el cierre del �ltimo p�rrafo. Podemos imaginar con reverencia, mientras escuchamos en esp�ritu su dictado, que tambi�n se produce una pausa en su trabajo; que �l est� en silencio, y Tercio deja la pluma, y ??pasan un rato sus corazones en adorar el recuerdo y la realizaci�n. El Se�or entreg�; Su pueblo justificado; el Se�or resucit�, vivo para siempre; aqu� hab�a motivo de amor, gozo y asombro.

Pero la Carta debe continuar, y el argumento tiene sus desarrollos m�s completos y maravillosos a�n por venir. Ahora ya ha expuesto la tremenda necesidad de justificar la misericordia, para cada alma del hombre. Ha mostrado c�mo la fe, siempre y �nicamente, es el camino para apropiarse de esa misericordia, el camino de la voluntad de Dios, y manifiestamente tambi�n en su propia naturaleza el camino de la m�s profunda idoneidad. Se nos ha permitido ver la fe en la acci�n ilustrativa, en Abraham, quien por fe, absolutamente, sin la menor ventaja del privilegio tradicional, recibi� la justificaci�n, con las vastas bendiciones concurrentes que conllevaba.

Por �ltimo, hemos escuchado a San Pablo dictar a Tercio, para los romanos y para nosotros, esas palabras resumidas Romanos 4:25 en las que ahora tenemos el certificado de Dios de la eficacia triunfante de esa Obra Expiatoria, que sostiene la Promesa para que el La promesa puede ayudarnos a creer.

Ahora vamos a acercarnos al glorioso tema de la Vida de los Justificados. Esto debe verse no solo como un estado cuya base es la reconciliaci�n de la Ley, y cuyas puertas y muros son la Promesa del pacto. Es aparecer como un estado calentado por el Amor eterno; irradiado con la perspectiva de la gloria. En ella el hombre, tejido con Cristo su Cabeza, su Esposo, su todo, se entrega con alegr�a al Dios que lo ha recibido.

En el poder viviente del Esp�ritu celestial, que lo libra perpetuamente de s� mismo, obedece, ora, obra y sufre en una libertad que a�n no es la del cielo, y en la que es mantenido hasta el fin por Aquel que ha planeado su plena salvaci�n personal de eternidad en eternidad.

Ha sido la tentaci�n de los cristianos a veces considerar la verdad y la exposici�n de la Justificaci�n como si tuviera cierta dureza y, por as� decirlo, sequedad; como si fuera un tema m�s para las escuelas que para la vida. Si alguna vez se han dado excusas para tal punto de vista, deben provenir de otros lugares adem�s de la Ep�stola a los Romanos. Los maestros cristianos, de muchos per�odos, pueden haber discutido la Justificaci�n con tanta frialdad como si estuvieran escribiendo un libro de leyes.

O tambi�n pueden haberlo examinado como si fuera una verdad que termina en s� misma, tanto el Omega como el Alfa de la salvaci�n; y luego se ha tergiversado, por supuesto. Porque el Ap�stol ciertamente no lo discute secamente; Ciertamente, pone profundamente los cimientos de la Ley y la Expiaci�n, pero lo hace a la manera de un hombre que no est� trazando el plan de un refugio, sino que llama a su lector de la tempestad a lo que no es solo un refugio, sino un hogar. Y nuevamente, no lo discute de forma aislada.

Dedica sus exposiciones m�s completas, grandes y amorosas a su conexi�n intensa y vital con las verdades concurrentes. Est� a punto de llevarnos, a trav�s de un noble vest�bulo, al santuario de la vida de los aceptados, la vida de uni�n, de entrega, del Esp�ritu Santo.

Por tanto, justificados en t�rminos de fe, tenemos paz para con nuestro Dios, poseemos en �l la "tranquilidad y la seguridad" de la acogida, por medio de nuestro Se�or Jesucristo, as� entregado y resucitado por nosotros; a trav�s de quien realmente hemos encontrado nuestra introducci�n, nuestra libre admisi�n, por nuestra fe, a esta gracia, esta aceptaci�n inmerecida por el bien de Otro, en la que estamos, en lugar de caer arruinados, sentenciados, en el tribunal.

Y nos regocijamos, no con la "jactancia" pecaminosa del legalista, sino en la esperanza (literalmente, "en la esperanza", como reposando en la perspectiva prometida) de la gloria de nuestro Dios, la luz de la visi�n celestial y el fruto de nuestra vida. Justificador, y el esplendor de un servicio eterno de �l en esa fruici�n. No s�lo eso, sino que tambi�n nos regocijamos en nuestras tribulaciones, con mayor entereza que la serenidad artificial del estoico, sabiendo que la tribulaci�n se resuelve, se desarrolla, perseverancia paciente, ya que ocasiona prueba tras prueba del poder de Dios en nuestra debilidad, y genera as� el h�bito de la confianza; y luego la perseverancia paciente desarrolla la prueba, pone de manifiesto en la experiencia, como un hecho probado, que por Cristo no somos lo que fuimos; y luego la prueba desarrolla esperanza, expectativa s�lida y definida de gracia continua y gloria final, y, en particular, del regreso del Se�or; y la esperanza no averg�enza, no defrauda; es una esperanza segura y firme, porque es la esperanza de quienes ahora saben que son objeto del Amor eterno; porque el amor de nuestro Dios se ha derramado en nuestros corazones; Su amor por nosotros ha sido como difundido a trav�s de nuestra conciencia, derramado en una experiencia alegre como lluvia de la nube, como inundaciones de la fuente naciente, a trav�s del Esp�ritu Santo que nos fue dado.

Aqu� primero se menciona expl�citamente, en el argumento del Ap�stol (no lo hacemos Romanos 1:4 como en el argumento), el Esp�ritu bendito, el Se�or el Esp�ritu Santo. Hasta ahora apenas ha surgido la ocasi�n de la menci�n. Las consideraciones se han centrado principalmente en la culpa personal del pecador, y el hecho objetivo de la Expiaci�n y el ejercicio de la fe, de la confianza en Dios, como un acto personal genuino del hombre.

Con un prop�sito definido, podemos pensar con reverencia, la discusi�n de la fe se ha mantenido hasta ahora libre del pensamiento de cualquier cosa que est� detr�s de la fe, de cualquier "gracia" que d� fe. Ya sea que la fe sea o no un don de Dios, ciertamente es un acto de hombre; nadie deber�a afirmar esto m�s decididamente que aquellos que sostienen (como nosotros) que Efesios 2:8 s� ense�a que donde est� la fe salvadora, est� ah� porque Dios la ha "dado".

Pero, �c�mo lo "da"? Seguramente no implantando una nueva facultad, sino abriendo el alma a Dios en Cristo de tal manera que el im�n divino atraiga eficazmente al hombre a un reposo voluntario sobre tal Dios. Pero el hombre hace esto, como un acto, �l mismo. �l conf�a en Dios tan genuinamente, tan personalmente, tanto con su propia facultad de confianza, como conf�a en un hombre a quien considera bastante digno de confianza y precisamente apto para satisfacer una necesidad imperiosa.

Por tanto, a menudo es obra del evangelista y del maestro insistir en el deber m�s que en la gracia de la fe; para pedir a los hombres que prefieran agradecer a Dios por la fe cuando han cre�do que esperar la sensaci�n de una aflatus antes de creer. �Y no es esto lo que hace aqu� San Pablo? En este punto de su argumento, y no antes, le recuerda al creyente que su posesi�n de paz, de felicidad, de esperanza, no ha sido alcanzada y realizada, en �ltima instancia, por �l mismo, sino por la obra del Esp�ritu Eterno.

La intuici�n de la misericordia, de una propiciaci�n proporcionada por el amor divino, y por tanto del santo secreto del amor divino mismo, le ha sido dada por el Esp�ritu Santo, que ha tomado de las cosas de Cristo y se las ha mostrado, y manipul� en secreto su "coraz�n" para que el hecho del amor de Dios sea por fin parte de la experiencia. Al hombre se le ha dicho de su gran necesidad y del refugio seguro y abierto, y ha atravesado su puerta pac�fica en el acto de confiar en el mensaje y la voluntad de Dios. Ahora se le pide que mire a su alrededor, que mire hacia atr�s y bendiga la mano que, cuando estaba afuera en el campo desnudo de la muerte, le abri� los ojos para ver y gui� su voluntad de elegir.

�Qu� retrospectiva es! Rastre�moslo nuevamente desde las primeras palabras de este p�rrafo. Primero, aqu� est� el hecho seguro de nuestra aceptaci�n, la raz�n y el m�todo. "Por lo tanto"; que no se olvide esa palabra. Nuestra Justificaci�n no es un asunto arbitrario, cuya ausencia de causa sugiere una ilusi�n o una paz precaria. "Por lo tanto"; descansa sobre un antecedente, en la cadena l�gica de los hechos divinos.

Hemos le�do ese antecedente, Romanos 4:25 ; "Jes�s nuestro Se�or fue entregado a causa de nuestras transgresiones, y resucitado a causa de nuestra justificaci�n". Asentimos a ese hecho; lo hemos aceptado, �nica y completamente, en esta obra suya. Por tanto, somos justificados, ????????????, colocados por un acto de Amor divino, obrando en la l�nea de la Ley divina, entre aquellos a quienes el Juez acepta para abrazarlos como Padre.

Entonces, en esta posesi�n de la "paz" de nuestra aceptaci�n, as� conducidos (?????????), a trav�s de la puerta de la promesa, con el paso de la fe, encontramos dentro de nuestro Refugio mucho m�s que mera seguridad. Miramos hacia arriba desde dentro de los muros benditos, rociados con sangre expiatoria, y vemos por encima de ellos la esperanza de gloria, invisible afuera. Y volvemos a nuestra vida presente dentro de ellos (porque toda nuestra vida debe ser vivida ahora dentro de ese amplio santuario), y encontramos recursos provistos all� para un gozo presente y futuro.

Nos dirigimos a la disciplina del lugar; porque tiene su disciplina; el refugio es el hogar, pero tambi�n la escuela; y encontramos, cuando empezamos a probarlo, que la disciplina est� llena de alegr�a. Lleva a una conciencia gozosa el poder que tenemos ahora, en Aquel que nos ha aceptado, en Aquel que es nuestra Aceptaci�n, para sufrir y servir con amor. Nuestra vida se ha convertido no s�lo en una vida de paz, sino de la esperanza que anima la paz y la hace fluir "como un r�o".

"De hora en hora disfrutamos de la esperanza inquebrantable de" gracia por gracia ", gracia nueva para la pr�xima nueva necesidad; y m�s all�, y por encima de ella, las certezas de la esperanza de gloria. Para abandonar nuestra met�fora del santuario Para el de la peregrinaci�n, nos encontramos en un camino, empinado y rocoso, pero siempre ascendiendo en el aire m�s puro, y para mostrarnos perspectivas m�s nobles; y en la cima, el camino continuar� y se transfigurar� en el dorado. calle de la Ciudad; la misma pista, pero dentro de la puerta del cielo.

A todo esto nos ha conducido el Esp�ritu Santo. Ha estado en el coraz�n de todo el proceso interno. Hizo que el trueno de la Ley se articulara en nuestra conciencia. Nos dio fe al manifestar a Cristo. Y, en Cristo, ha "derramado en nuestros corazones el amor de Dios".

Porque ahora el Ap�stol toma esa palabra, "el Amor de Dios", y la sostiene ante nuestros ojos, y no vemos en su pura gloria una vaga abstracci�n, sino el rostro y la obra de Jesucristo. Ese es el contexto en el que ahora avanzamos. �l est� razonando; "Por Cristo, cuando a�n �ramos d�biles". �l nos ha puesto la justificaci�n en su majestuosa legalidad. Pero ahora tiene que expandir su gran amor, del cual el Esp�ritu Santo nos ha hecho conscientes en nuestro coraz�n.

Debemos ver en la Expiaci�n no solo una garant�a de que tenemos un t�tulo v�lido para una aceptaci�n justa. Debemos ver en �l el amor del Padre y del Hijo, para que no solo nuestra seguridad, sino nuestra dicha, sea plena.

Para Cristo, seguimos siendo d�biles (eufemismo suave para nuestra total impotencia, nuestra culpable incapacidad para cumplir con el impecable reclamo de la Ley de Dios), en el tiempo, en la plenitud de los tiempos, cuando las edades de precepto y fracaso hab�an cumplido su funci�n. trabajo, y el hombre hab�a aprendido algo a prop�sito de la lecci�n de la desesperaci�n propia, porque los imp�os murieron. "Por los imp�os", "por ellos", "por referencia a ellos", es decir, en este contexto de misericordia salvadora, "en sus intereses, por su rescate, como su propiciaci�n".

"" Los imp�os ", o, m�s literalmente a�n, sin el art�culo," los imp�os "; una designaci�n general e inclusiva para aquellos por quienes �l muri�. Por encima de Romanos 4:5 vimos la palabra usada con cierta limitaci�n, a partir de el peor entre los pecadores, pero aqu�, seguramente, con una solemne paradoja, cubre todo el campo de la Ca�da.

Los imp�os aqu� no son solo los flagrantes y de mala reputaci�n; son todos los que no est�n en armon�a con Dios; tanto los potenciales como los verdaderos autores de pecados graves. Para ellos "Cristo muri�"; no "vivi�", recordemos, sino "muri�". No se trataba de ejemplo, ni de persuasi�n, ni siquiera de expresiones de divina compasi�n. Era una cuesti�n de ley y de culpabilidad; y s�lo se enfrentar�a con la sentencia de muerte y el hecho de muerte; tal muerte como muri� de quien, poco antes, este mismo corresponsal hab�a escrito a los conversos de Galacia; G�latas 3:13 "Cristo nos rescat� de la maldici�n de la ley, cuando se convirti� en maldici�n por nosotros.

"Todo el �nfasis indecible de la oraci�n, y del pensamiento, se encuentra aqu� sobre esas �ltimas palabras, sobre todas y cada una de ellas," para los imp�os - �l muri� ". La secuela nos muestra esto; �l prosigue: Porque apenas, con dificultad, y en raras ocasiones, porque un hombre justo morir�; "apenas", no dir� "nunca", porque, para el buen hombre, el hombre responde en alguna medida al ideal de gracia y no s�lo de legalidad. Dios m�o, tal vez alguien se atreva a morir.

Pero Dios encomia, como en un contraste glorioso, su amor, "su" como sobre todo el amor humano actual, "su propio amor" hacia nosotros, porque cuando todav�a �ramos pecadores, y como tales repulsivos al Santo, Uno, Cristo porque nosotros s� morimos.

No debemos leer este pasaje como si fuera una afirmaci�n estad�stica sobre los hechos del amor humano y sus posibles sacrificios. El argumento moral no se ver� afectado si somos capaces, como seremos, de aducir casos en los que un hombre no regenerado ha dado incluso su vida para salvar la vida de uno, o de muchos, por quienes no se siente atra�do emocional o naturalmente. Todo lo que se necesita para la tierna s�plica de San Pablo por el amor de Dios es el hecho cierto de que los casos de muerte, incluso a favor de alguien que moralmente merece un gran sacrificio, son relativamente muy, muy pocos.

El pensamiento del m�rito es el pensamiento dominante en la conexi�n. Trabaja para sacar a relucir la misericordia soberana, que lleg� hasta la longitud y la profundidad de la muerte, record�ndonos que, sea lo que sea lo que la movi�, no fue movida, ni siquiera en el grado m�s bajo imaginable, por ning�n m�rito, no, ni por ning�n m�rito. cualquier "congruencia" en nosotros. Y sin embargo, fuimos buscados y salvos. Aquel que plane� la salvaci�n y la proporcion�, fue el Legislador y Juez eterno.

Aquel que nos am� es el mismo Derecho eterno, para quien todo nuestro mal es indeciblemente repugnante. Entonces, �qu� es �l como Amor, quien, siendo tambi�n Justo, no se detiene hasta que ha entregado a Su Hijo a la muerte de la Expiaci�n?

As� que, de hecho, tenemos una autorizaci�n para "creer en el amor de Dios". 1 Juan 4:16 S�, creerlo. Miramos dentro de nosotros y es incre�ble. Si realmente nos hemos visto a nosotros mismos, hemos encontrado terreno para una triste convicci�n de que Aquel que es el Derecho eterno debe mirarnos con aversi�n. Pero si realmente hemos visto a Cristo, hemos visto terreno para -no sentir en absoluto, puede ser, en este momento, pero- creer que Dios es Amor y nos ama.

�Qu� es creerle? Es tomarle la palabra; actuar por completo, no sobre nuestra conciencia interna, sino sobre Su autorizaci�n. Miramos la Cruz, o mejor dicho, miramos al crucificado. Se�or Jes�s en Su Resurrecci�n; leemos a sus pies estas palabras de su ap�stol; y nos vamos a tomar a Dios por su seguridad de que somos amados, desagradables.

"Hija m�a", dijo una santa francesa moribunda, mientras daba un �ltimo abrazo a su hija, "te he amado por lo que eres; mi Padre celestial, a quien voy, me ha amado malgre moi ".

�Y c�mo avanza ahora el razonamiento divino? "De gloria en gloria"; desde la aceptaci�n por parte del Santo, que es Amor, hasta la presente y eterna preservaci�n en Su Amado. Por lo tanto, mucho m�s, justificado ahora en Su sangre, por as� decirlo "en" su fuente de abluci�n, o nuevamente "dentro" de su c�rculo de rociado como marca los recintos de nuestro santuario inviolable, nosotros. ser� guardado a salvo a trav�s de �l, que ahora vive para administrar las bendiciones de Su muerte, de la ira, la ira de Dios, en su presente inminencia sobre la cabeza.

de los no reconciliados, y en su ca�da final "en ese d�a". Porque si, siendo enemigos, sin amor inicial para Aquel que es Amor, es m�s, cuando fuimos hostiles a Sus pretensiones, y como tales sujetos a la hostilidad de Su Ley, fuimos reconciliados con nuestro Dios por la muerte de Su Hijo ( Dios viene a la paz judicial con nosotros, y nosotros llevamos a la sumisa paz con �l), mucho m�s, estando reconciliados, estaremos seguros en Su vida, en la vida del Resucitado que ahora vive por nosotros, y en nosotros, y nosotros en El. No solo as�, sino que tambi�n nosotros seremos regocijados en nuestro Dios por medio de nuestro Se�or Jesucristo, por quien ahora hemos recibido esta reconciliaci�n.

Aqu�, con anticipaci�n, indica ya los temas poderosos del acto de la Justificaci�n, en nuestra vida de Uni�n con el Se�or que muri� y vivi� de nuevo por nosotros. En el sexto cap�tulo esto se desarrollar� con m�s detalle; pero no puede reservarlo por tanto tiempo. As� como ha avanzado del aspecto de la ley de nuestra aceptaci�n al aspecto del amor, as� ahora con este �ltimo nos da de una vez el aspecto de la vida, nuestra incorporaci�n vital con nuestro Redentor, nuestra parte y suerte en Su vida de resurrecci�n.

En ninguna parte de toda esta ep�stola se expone ese tema tan completamente como en las �ltimas ep�stolas, Colosenses y Efesios; el Inspirador condujo a Su siervo por toda esa regi�n entonces, en su prisi�n romana, pero no ahora. Pero lo hab�a tra�do a la regi�n desde el principio, y lo vemos aqu� presente en su pensamiento, aunque no en el primer plano de su discurso. "Guardado a salvo en su vida"; no "por" Su vida, sino "en" Su vida.

Estamos vivamente unidos a �l, el Viviente. Desde un punto de vista somos hombres acusados, en el bar, maravillosamente transformados, por disposici�n del Juez, en amigos bienvenidos y honrados de la Ley y del Legislador. Desde otro punto de vista, somos hombres muertos, en la tumba, maravillosamente vivificados y puestos en una conexi�n espiritual con la vida poderosa de nuestro Redentor que da vida. 'Los aspectos son perfectamente distintos.

Pertenecen a diferentes �rdenes de pensamiento. Sin embargo, est�n en la relaci�n m�s cercana y genuina. El Sacrificio Justificador procura la posibilidad de nuestra regeneraci�n en la Vida de Cristo. Nuestra uni�n por fe con el Se�or que muri� y vive, nos lleva a ser parte y suerte de Sus m�ritos justificativos. Y nuestra parte y suerte en esos m�ritos, nuestra "aceptaci�n en el Amado", nos asegura nuevamente la permanencia del Amor poderoso que nos mantendr� en nuestra parte y suerte "en Su vida". �sta es la visi�n del asunto que tenemos ante nosotros aqu�.

As�, el Ap�stol satisface nuestra necesidad por todos lados. �l nos muestra la santa Ley cumplida por nosotros. Nos muestra el amor eterno liberado sobre nosotros. Nos muestra la propia Vida del Se�or abrochada a nuestro alrededor, impartida a nosotros; "nuestra vida est� escondida en Dios con Cristo, que es nuestra vida". Colosenses 3:3 �No "nos regocijamos en Dios por medio de �l"?

Y ahora vamos a aprender algo de ese gran Pacto-Cabeza, en el que nosotros y �l somos uno.

Versículos 12-21

Cap�tulo 13

CRISTO Y AD�N

Romanos 5:12

Nos acercamos a un p�rrafo de la Ep�stola lleno de misterio. Nos lleva de regreso al Hombre Primordial, al Ad�n de las primeras breves p�ginas del registro de las Escrituras, a su encuentro con el. sugerencia de seguir a s� mismo en lugar de a su Hacedor, a su pecado, y luego a los resultados de ese pecado en su carrera. Encontraremos esos resultados expresados ??en t�rminos que ciertamente no deber�amos haber ideado a priori. Encontraremos al Ap�stol ense�ando, o m�s bien afirmando, porque escribe para aquellos que saben, que la humanidad hereda del Hombre primordial, probado y ca�do, no solo mancha sino culpa, no solo da�o moral sino culpa legal.

Esto es "algo que se oye en la oscuridad". Se ha dicho que la Sagrada Escritura "no es un sol, sino una l�mpara". Las palabras pueden ser gravemente mal empleadas, por un �nfasis indebido en la cl�usula negativa; pero transmiten una verdad segura, correctamente utilizada. En ninguna parte el Libro Divino se compromete a contarnos todo sobre todo lo que contiene. Se compromete a decirnos la verdad y a contarla de parte de Dios. Se compromete a darnos luz pura, s�, "sacar la vida y la inmortalidad a la luz".

2 Timoteo 1:10 Pero nos recuerda que sabemos "en parte", y que incluso la profec�a, incluso el mensaje inspirado, es "en parte". 1 Corintios 13:9 Ilumina much�simo, pero deja a�n m�s para ser visto en el futuro. Todav�a no enciende todo el firmamento y todo el paisaje como un sol oriental. Derrama su gloria sobre nuestro Gu�a y sobre nuestro camino.

Un pasaje como este requiere tales recuerdos. Nos cuenta, con la voz del Se�or del Ap�stol, grandes hechos sobre nuestra propia raza y sus relaciones con su Cabeza primitiva, de modo que cada hombre individual tiene un profundo nexo moral y tambi�n judicial con el primer Hombre. No nos dice c�mo esos hechos inescrutables pero s�lidos encajan en todo el plan de la sabidur�a creativa y el gobierno moral de Dios. La l�mpara brilla all�, sobre los bordes de un profundo barranco junto al camino; no brilla como el sol sobre toda la tierra monta�osa.

Como ocurre con otros misterios que nos encontraremos m�s adelante, as� ocurre con este; lo abordamos como aquellos que "saben en parte", y que saben que el Profeta apost�lico, no por defecto de inspiraci�n, sino por los l�mites del caso, "profetiza en parte". Por lo tanto, con terrible reverencia, con temor piadoso y libres del deseo de dar explicaciones, pero sin ansiedad por que Dios no resulte injusto, escuchamos lo que Pablo dicta y recibimos su testimonio acerca de nuestra ca�da y nuestra culpa en ese misterioso "Primer Padre". . "

Recordamos tambi�n otro hecho de este caso. Este p�rrafo trata s�lo de manera incidental con Ad�n; su tema principal es Cristo. Ad�n es la ilustraci�n; Cristo es el sujeto. Por el contrario, en Ad�n se nos mostrar� algunas de las "inescrutables riquezas de Cristo". De modo que nuestra atenci�n principal no se dirige al breve bosquejo del misterio de la Ca�da, sino a las afirmaciones del esplendor relacionado con la Redenci�n.

St. Paul est� llegando de nuevo a su fin, una cadencia. Est� a punto de concluir su exposici�n del Camino de la Aceptaci�n y de pasar su confluencia con el Camino de la Santidad. Y nos muestra aqu� por �ltimo, en el asunto de la Justificaci�n, este fragmento de "los pies de los montes" - la uni�n de los justificados con su Se�or redentor como raza con Cabeza; el nexo en ese sentido entre ellos y �l que hace que Su "acto de justicia" sea de un valor tan infinito para ellos.

En el p�rrafo anterior, como hemos visto, ha gravitado hacia las regiones m�s profundas del bendito tema; ha indicado nuestra conexi�n con la Vida del Se�or as� como con Su M�rito. Ahora, recurriendo al pensamiento del M�rito, �l todav�a tiende a las profundidades de la verdad, y Cristo nuestra Justicia se eleva ante nuestros ojos desde esas profundidades puras no solo como la Propiciaci�n, sino como la Propiciaci�n que es tambi�n nuestra Alianza-Cabeza, nuestra Segundo Ad�n, sosteniendo sus poderosos m�ritos para una nueva raza, ligado consigo mismo en el v�nculo de la unidad real.

Mientras tanto, "profetiza en parte", incluso con respecto a este elemento de su mensaje. Como vimos antes, las explicaciones m�s completas de nuestra uni�n con el Se�or Cristo en Su vida fueron reservadas por el Maestro de San Pablo para otras Cartas adem�s de esta. En el pasaje actual no tenemos, lo que probablemente deber�amos haber tenido si la Ep�stola hubiera sido escrita cinco a�os despu�s, una declaraci�n definitiva de la conexi�n entre nuestra Uni�n con Cristo en Su pacto y nuestra Uni�n con �l en Su vida; una conexi�n profunda, necesaria, significativa.

No est� del todo ausente de este pasaje, si leemos correctamente los vers�culos 17, 18 ( Romanos 5:17 ); pero no es prominente. El pensamiento principal es el m�rito, la rectitud, la aceptaci�n; del pacto, de la ley. Como hemos dicho, este p�rrafo es el punto culminante de la Ep�stola a los Romanos en cuanto a su doctrina de nuestra paz con Dios a trav�s de los m�ritos de Su Hijo. Es suficiente para el prop�sito de ese tema que debe indicar, y s�lo indicar, la doctrina de que Su Hijo es tambi�n nuestra Vida, la Causa que mora en nosotros y la Fuente de pureza y poder.

Recordando as� el alcance y la conexi�n del pasaje, escuchemos su redacci�n.

Por este motivo, debido a los aspectos de nuestra justificaci�n y reconciliaci�n "por medio de nuestro Se�or Jesucristo" que acaba de presentar, es as� como el pecado entr� en el mundo por un hombre, el mundo de los hombres, y por el pecado, la muerte, y as� para todos los hombres la muerte viaj�, penetr�, invadi�, por cuanto todos pecaron; la Raza pecando en su Cabeza, la Naturaleza en su Portador representativo. Los hechos de la vida y la muerte humanas muestran que el pecado invadi� as� la raza, en cuanto a responsabilidad y pena: porque hasta que vino la ley, el pecado estaba en el mundo: estuvo presente desde siempre, en las edades anteriores a la gran legislaci�n.

Pero el pecado no se imputa, no se pone como deuda por pena, donde la ley no existe, donde en ning�n sentido hay un estatuto para ser obedecido o quebrantado, ya sea que ese estatuto tenga expresi�n articulada o no. Pero la muerte se convirti� en rey, desde Ad�n hasta Mois�s, incluso sobre aquellos que no pecaron seg�n el modelo de la transgresi�n de Ad�n, quien es (en el tiempo presente del plan de Dios) modelo del Venidero.

Argumenta desde el hecho de la muerte y desde su universalidad, que implica una universalidad de responsabilidad, de culpa. Seg�n las Escrituras, la muerte es esencialmente penal en el caso del hombre, que fue creado no para morir sino para vivir. C�mo se habr�a cumplido ese prop�sito si "la imagen de Dios" no hubiera pecado contra �l, no lo sabemos. No necesitamos pensar eso. el cumplimiento habr�a violado cualquier proceso natural; procesos superiores podr�an haber gobernado el caso, en perfecta armon�a con el entorno de la vida terrestre, hasta que tal vez esa vida se transfigur�, como por un desarrollo necesario, en lo celestial e inmortal.

Pero, sin embargo, el registro conecta, para el hombre, el hecho de la muerte con el hecho del pecado, la ofensa y la transgresi�n. Y el hecho de la muerte es universal, y tambi�n lo ha sido desde el principio. Y, por tanto, incluye las generaciones m�s alejadas del conocimiento de un c�digo revelado. E incluye a los individuos m�s incapaces de realizar un acto consciente de transgresi�n como lo fue el de Adam; incluye a los paganos, al infante y al imb�cil.

Por tanto, dondequiera que haya naturaleza humana, desde la ca�da de Ad�n, hay pecado, en forma de culpa. Y por lo tanto, en un sentido que quiz�s s�lo el Te�logo Supremo mismo conoce plenamente, pero que podemos seguir un poco, todos los hombres ofendidos en el Primer Hombre, tan favorablemente condicionados, tan gentilmente probados. La culpa contra�da por �l es pose�da tambi�n por ellos. Y as� es "el modelo del que viene".

Porque ahora, el glorioso Venidero, la Simiente de la Mujer, el bendito Se�or de la Promesa, se eleva a la vista, en Su semejanza y en Su contraste. Escribiendo a Corinto desde Macedonia, aproximadamente un a�o antes, San Pablo lo hab�a llamado 1 Corintios 15:45 ; 1 Corintios 15:47 "el segundo Ad�n", "el segundo hombre"; y hab�a trazado el paralelo que aqu� elabora.

"En Ad�n todos mueren; as� tambi�n en Cristo todos ser�n vivificados". Era un pensamiento que hab�a aprendido en el juda�smo, pero que su Maestro le hab�a afirmado en el cristianismo; y en verdad noble y de gran alcance es su uso en esta exposici�n de la esperanza del pecador.

Pero no como la transgresi�n, as� como el don de gracia. Porque si por la transgresi�n del uno, los muchos, los muchos afectados por ella murieron, mucho m�s bien muri� la gracia de Dios, su acci�n benigna, y el don, la concesi�n de nuestra aceptaci�n, en la gracia de un solo Hombre. Jesucristo, ("en Su gracia", porque participa en Su acci�n benigna, en Su obra redentora) abund� para los muchos a quienes afect�.

Observamos aqu� algunas de las frases en detalle. "El �nico"; "el Hombre": - "el uno", en cada caso, se relaciona con "los muchos" involucrados, en perdici�n o en bendici�n respectivamente. "El Hombre": - por lo que se designa al Segundo Ad�n, no al Primero. En cuanto al Primero, "no se dice" que es un hombre. En cuanto al segundo, es infinitamente maravilloso, y de importancia eterna, que �l, tan verdaderamente, tan completamente, es uno con nosotros, es Hombre de hombres.

"Mucho m�s abund� la gracia y el don": - el pensamiento que se da aqu� es que mientras que el terrible secreto de la Ca�da fue permitido solemnemente, como buena ley, la secuela de la obra contraria divina fue alegremente acelerada por el Se�or. amor voluntario, y fue llevado a un glorioso desbordamiento, a un efecto totalmente inmerecido, en la presente y eterna bendici�n de los justificados. �Los muchos�, dos veces mencionados en este vers�culo, son toda la empresa que, en cada caso, est� relacionada con el respectivo Representante.

Es toda la carrera en el caso de la Ca�da; son los "muchos hermanos" del Segundo Ad�n en el caso de la Reconciliaci�n. La cuesti�n no es una comparaci�n num�rica entre los dos, sino la cantidad de cada anfitri�n en relaci�n con la unidad de su cabeza de pacto. Sabemos cu�l ser� la cantidad de "muchos hermanos", y no lo sabemos; porque ser� una gran multitud, que nadie podr� contar.

"Pero eso no est� en la cuesti�n aqu�. El �nfasis, el" mucho m�s ", la" abundancia ", no radica en los n�meros comparados, sino en la amplitud de la bendici�n que se desborda sobre" los muchos "de la obra justificadora de el �nico.

Contin�a desarrollando el pensamiento. Desde el acto de cada Representante, desde la Ca�da de Ad�n y la Expiaci�n de Cristo, surgieron resultados de dominio, de realeza. �Pero cu�l fue el contraste de los casos! En la Ca�da, el pecado del Uno trajo sobre "los muchos" juicio, sentencia y el reinado de la muerte sobre ellos. En la Expiaci�n, la justicia del Uno trajo sobre "los muchos" una "abundancia", un desborde, una generosidad generosa y amor por la aceptaci�n, y el poder de la vida eterna, y una prerrogativa del gobierno real sobre el pecado y la muerte; los cautivos emancipados pisoteando el cuello de sus tiranos. Seguimos la redacci�n del Ap�stol:

Y no como por el que pec�, que cay�, as� es el regalo; nuestra aceptaci�n en nuestra Segunda Cabeza no sigue la ley de la mera y estricta retribuci�n que aparece en nuestra ca�da en nuestra primera Cabeza. (Porque, agrega entre par�ntesis enf�ticos, el juicio sali�, de una transgresi�n, en la condenaci�n, en la sentencia de muerte; pero el obsequio de gracia surgi�, de muchas transgresiones, -no de hecho como si se lo ganaran, como si fuera causado por ellas. , pero seg�n lo ocasionado por ellos, porque este maravilloso proceso de misericordia encontr� en nuestro canto, as� como, en nuestra Ca�da, una raz�n para la Cruz en un acto de justificaci�n.

) Porque si en una transgresi�n, "en" ella, como el efecto est� involucrado en su causa, la muerte vino a reinar por el �nico infractor, mucho m�s bien por los que est�n recibiendo, en sus sucesivos casos y generaciones, esa abundancia de la gracia justa. del que se habla, y del don gratuito de la justicia, de la aceptaci�n, en vida, vida eterna, comenzada ahora, para no terminar nunca, reinar� sobre sus antiguos tiranos a trav�s del Uno, su glorioso, Jesucristo.

Y ahora resume el conjunto en una inferencia y una afirmaci�n integrales. "El Uno" "los muchos"; "el Uno", "el todo"; toda la misericordia para todos debida a la �nica obra del Uno; -Ese es el pensamiento fundamental desde el principio. Est� ilustrado por "el uno" y "los muchos" de la Ca�da, pero a�n as� arrojar el peso real de cada palabra no sobre la Ca�da sino sobre la Aceptaci�n. Aqu�, como a lo largo de este p�rrafo, nos equivocar�amos mucho si pens�ramos que la ilustraci�n y el objeto ilustrado deben comprimirse, detalle por detalle, en un molde.

Para citar un ejemplo de lo contrario, ciertamente no debemos tomarlo en el sentido de que debido a que los "muchos" de Ad�n no solo han ca�do en �l, sino que son realmente culpables, por lo tanto, los "muchos" de Cristo no solo son aceptados en �l, sino real y personalmente. meritorio de aceptaci�n. Toda la Ep�stola niega ese pensamiento. Tampoco debemos volver a pensar, como meditamos en el ver. 18 ( Romanos 5:18 ), que debido a que "la condenaci�n" era "para todos los hombres" en el sentido de que no s�lo eran condenables, sino que en realidad estaban condenados, por lo tanto, "la justificaci�n de la vida" era "para todos los hombres" en el sentido de que toda la humanidad est� realmente justificada.

Aqu� nuevamente toda la Ep�stola, y todo el mensaje de San Pablo acerca de nuestra aceptaci�n, est�n del otro lado. La provisi�n es para el g�nero, para el hombre; pero la posesi�n es para hombres que creen. No; Estos grandes detalles en el paralelo necesitan nuestra reverente precauci�n, no sea que pensemos en paz donde no la hay y no puede haberla. La fuerza del paralelo reside en los factores m�s amplios y profundos de los dos asuntos. Se encuentra en el misterioso fen�meno de la jefatura del pacto, que afecta tanto a nuestra Ca�da como a nuestra Aceptaci�n; en el poder sobre los muchos, en cada caso, de la obra del Uno; y luego en la magn�fica plenitud y positividad del resultado en el caso de nuestra salvaci�n.

En nuestra Ca�da, el pecado simplemente se convirti� en perdici�n y muerte. En nuestra Aceptaci�n, el premio del juez est� coronado positivamente y por as� decirlo cargado de regalos y tesoros. Trae consigo, en formas que no se describen aqu�, pero que se muestran ampliamente en otras Escrituras, una uni�n viva con una Cabeza que es nuestra vida, y en quien ya poseemos los poderes del ser celestial en su esencia. Trae consigo no solo la aprobaci�n de la Ley, sino el acceso al trono.

El pecador justificado ya es rey, en su Cabeza, sobre el poder del pecado, sobre el miedo a la muerte. Y est� en camino a una realeza en el futuro eterno que lo har� realmente grande, grande en su Se�or.

La dependencia absoluta de nuestra justificaci�n del Acto Expiatorio de nuestra Cabeza, y la relaci�n de nuestra Cabeza con nosotros en consecuencia como nuestro Centro y nuestra Ra�z de bendici�n, este es el mensaje principal del pasaje que estamos trazando. El misterio de nuestra culpa cong�nita est� ah�, aunque s�lo de manera incidental. Y despu�s de todo, �cu�l es ese misterio? Seguramente es un hecho. La declaraci�n de este p�rrafo, que muchos fueron "constituidos pecadores por la desobediencia de uno", �qu� es? Es la expresi�n de las Escrituras, y en cierto sentido cauteloso, la explicaci�n de las Escrituras de una conciencia profunda como el alma despierta del hombre; que yo, un miembro de esta raza homog�nea, hecho a imagen de Dios, no solo he pecado, sino que he sido un ser pecador desde mi primer comienzo personal; y que no deber�a ser as�, y nunca deber�a haber sido as�.

Es mi calamidad, pero tambi�n es mi acusaci�n. Esto no lo puedo explicar; pero esto lo s�. Y saber esto, con un conocimiento que no es meramente especulativo sino moral, es estar "'encerrado en Cristo", en una desesperaci�n propia que no puede ir a ning�n otro lugar que a �l en busca de aceptaci�n, de paz, de santidad, de poder.

Traduzcamos, tal como est�n, las frases finales que tenemos ante nosotros:

En consecuencia, as� como por una transgresi�n vino un resultado para todos los hombres, la condenaci�n, la sentencia de muerte, as� por un acto de justicia vino un resultado para todos los hombres, (para "todos" en el sentido que hemos indicado, as� que quienquiera que reciba la acogida la debe siempre y totalmente al Acto de Cristo,) a la justificaci�n de la vida, a una acogida que no s�lo invita a los culpables a "no morir", sino que abre a los aceptados el secreto, en Aquel que es su Sacrificio, de los poderes que viven en �l para ellos como �l es su Vida.

Porque as� como, por la desobediencia de un hombre, los muchos, los muchos de ese caso, fueron constituidos pecadores, constituidos culpables de la ca�da de su naturaleza de Dios, de modo que su ser pecadores no es solo su calamidad sino su pecado, as� tambi�n por la obediencia del Uno, "no conforme a sus obras", es decir, a su conducta, pasada, presente o por venir, sino "por la obediencia del Uno", los muchos, Sus "muchos hermanos", Los hijos de su Padre mediante la fe en �l, ser�n, como cada uno viene a �l en todo tiempo, y luego por la proclamaci�n abierta final de la eternidad, constituidos justos, calificados para la aceptaci�n del Santo Juez.

Antes de cerrar esta p�gina de su mensaje y pasar la siguiente, tiene como si dijera una palabra entre par�ntesis, que indica un tema que se discutir� m�s ampliamente m�s adelante. Es la funci�n de la ley, el lugar moral del Fiat perceptivo, en vista de esta maravillosa Aceptaci�n del culpable. Ya ha sugerido la pregunta, Romanos 3:31 ; tratar� algunos aspectos de �l con m�s detalle m�s adelante.

Pero es urgente preguntar aqu� al menos esto: �Fue la ley una mera anomal�a, imposible de poner en relaci�n con la gracia justificante? �Podr�a haber estado tambi�n fuera del camino, nunca se supo de �l en el mundo humano? No, Dios no lo quiera. Un prop�sito profundo de la aceptaci�n era glorificar la Ley, haciendo que la voluntad perceptiva de Dios fuera tan querida por los justificados como terrible por los culpables.

Pero ahora, adem�s de esto, tiene una funci�n tanto antecedente como consecuente de la justificaci�n. Aplicado como precepto positivo a la voluntad humana en la Ca�da, �qu� hace? No crea pecaminosidad; Dios no lo quiera. No fue la voluntad de Dios, sino la voluntad de la criatura. Pero ocasiona la declaraci�n de guerra del pecado. Saca a relucir la rebeli�n latente de la voluntad. Obliga a la enfermedad a salir a la superficie, fuerza misericordiosa, porque muestra al enfermo su peligro y da sentido a las palabras de advertencia y de esperanza de su M�dico.

Revela al criminal su culpabilidad; ya que a veces se encuentra que la informaci�n de una pena humana reglamentaria despierta la conciencia de un malhechor en medio de un curso delictivo medio inconsciente. Y as� pone de manifiesto a los ojos del alma que se abren la maravilla del remedio en Cristo. Ve la Ley; se ve a s� mismo; y ahora por fin se convierte en una profunda realidad para �l ver la Cruz. Cree, adora y ama.

El m�rito de su Se�or cubre su dem�rito, como las aguas del mar. Y pasa de la visi�n aterradora pero saludable del "reino" del pecado sobre �l, en una muerte que no puede sondear, para someterse al "reino" de la gracia, en la vida, en la muerte, para siempre.

Ahora la ley entr� de lado; ley, en su sentido m�s amplio, en cuanto afecta a los ca�dos, pero con una especial referencia, sin duda, a su articulaci�n en el Sina�. Lleg� "de lado", en cuanto a su relaci�n con nuestra aceptaci�n; como algo que deber�a promoverlo indirectamente, no causando sino ocasionando la bendici�n; para que abunde la transgresi�n, para que el pecado, para que los pecados, en el sentido m�s inclusivo, desarrollen el mal latente y, por as� decirlo, lo expongan a la obra de la gracia.

Pero donde el pecado se multiplic�, en el lugar, la regi�n, de la humanidad ca�da, sobreabund� la gracia; con ese poderoso desbordamiento del brillante oc�ano del amor que ya hemos visto. Que as� como nuestro pecado vino a reinar en nuestra muerte, nuestra muerte penal, as� tambi�n venga a reinar la gracia, haciendo su camino glorioso contra nuestros enemigos y sobre nosotros, mediante la justicia, mediante la obra justificadora, a la vida eterna, que aqu� que tenemos, y que en lo sucesivo nos recibir� en s� mismo, por Jesucristo nuestro Se�or.

"Las �ltimas palabras del Sr. Honest fueron, Grace reina. As� que dej� el mundo". Caminemos con la misma consigna por el mundo, hasta que tambi�n nosotros, al cruzar ese Jord�n, nos apoyemos con una sencillez final de fe en "la obediencia del Uno".

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Romans 5". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/romans-5.html.
 
adsfree-icon
Ads FreeProfile