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Bible Commentaries
1 Timoteo 3

Comentario Popular de la Biblia de KretzmannComentario de Kretzmann

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Versículo 1

Este es un dicho verdadero: si un hombre desea el oficio de obispo, desea una buena obra.

Versículos 1-7

El oficio de un obispo o pastor.

Versículo 2

Un obispo, entonces, debe ser irreprensible, marido de una sola mujer, vigilante, sobrio, de buena conducta, hospitalario, apto para ense�ar;

Versículo 3

no dado al vino, no peleador, no codicioso de ganancias deshonestas, pero paciente, no alborotador, no codicioso;

Versículo 4

uno que gobierne bien su propia casa, teniendo a sus hijos en sujeci�n con toda seriedad;

Versículo 5

(porque si un hombre no sabe c�mo gobernar su propia casa, �c�mo cuidar� de la Iglesia de Dios?)

Versículo 6

no un novato, no sea que, envanecido, caiga en la condenaci�n del diablo.

Versículo 7

Adem�s, debe tener un buen informe de los que est�n fuera, para que no caiga en el oprobio y en la trampa del diablo.

Aqu� hay una tabla de deberes muy completa para los pastores y todos los maestros p�blicos de la Iglesia, muy parecida a la que se da en el primer cap�tulo de la carta a Tito: Fiel es la palabra, Si alguien codicia el oficio de obispo, desea un excelente trabajo. La doctrina que el ap�stol ense�a aqu� acerca del oficio o ministerio episcopal es verdadera, cierta, digna de confianza para todos los tiempos. San Pablo aqu� se refiere a la supervisi�n, al oficio del ministerio, de una manera muy casual, mostrando que no estaba introduciendo un orden de cosas extra�o o nuevo.

Originalmente, los ministros de la Palabra y los di�conos juntos parecen haber formado el presbiterio de las congregaciones, siendo los primeros designados obispos o superintendentes. Fue s�lo a fines del primer siglo que el presidente de la junta del presbiterio recibi� el t�tulo definitivo de "obispo", nombre que luego se aplic� �nicamente al funcionario eclesi�stico m�s alto de una di�cesis, ciudad o distrito.

El sistema jer�rquico de la Iglesia Romana y de la Iglesia de Inglaterra no se basa en ning�n mandato del Se�or, sino que es una mera instituci�n humana. Pablo est� hablando de las sencillas condiciones que se obtuvieron en su tiempo cuando afirma que si uno aspira al oficio de obispo, desea un excelente trabajo. El ministerio es una obra, un trabajo, un trabajo fino, excelente, precioso, bueno, no por las personas que se dedican a �l, sino por su objeto, Efesios 4:8 .

Sin embargo, tanto los predicadores como los oyentes deben ser conscientes del hecho de que se trata de un servicio, un trabajo, un trabajo, cuya obligaci�n y responsabilidad, por no hablar de la actividad real, tanto mental como f�sicamente, la convierten en cualquier cosa menos una sinecura si est� bien hecho. Por tanto, el ap�stol elogia a los hombres que aspiran a este oficio y que est�n dispuestos a asumir la labor que la gracia de Dios les impone en esta, la m�s gloriosa de todas las ocupaciones.

El ap�stol enumera ahora las principales calificaciones de un obispo, de un ministro del Evangelio: Es necesario, entonces, que un obispo sea irreprensible. Esta demanda, en cierta medida, anticipa e incluye todos los atributos nombrados por el ap�stol. Un ministro debe tener un car�cter intachable e irreprochable; debe llevar una vida as�, no porque est� completamente libre de pecado, sino que debe abstenerse de toda conducta que con raz�n lo har�a infame en la opini�n del mundo.

Como primer requisito bajo este ep�grafe, San Pablo menciona: el esposo de una sola esposa, que un pastor lleve una vida casta y decente, limitando sus atenciones a su esposa, si la tiene, como suele suceder, no viviendo en concubinato. o bigamia, o rechazar a una mujer con la que est� legalmente comprometido por otra. Adem�s, un pastor debe ser sobrio, no solo moderado en todas las formas de disfrute sensual, sino lleno de sobriedad espiritual y, por lo tanto, cuidadoso, cauteloso, discreto, capaz de retener su juicio sereno en un momento en que pr�cticamente todo el mundo es barrido por un inundaci�n de falso entusiasmo y de un "cristianismo" fuertemente anti-b�blico.

Un ministro y maestro cristiano, adem�s, debe ser sensato, de car�cter firme, completamente due�o de s� mismo, no un juego de sus afectos y pasiones; decoroso, mostrando su sensatez espiritual en su conducta, en sus acciones, en su discurso, en el debido tacto hacia todos los hombres con quienes entra en contacto; en resumen, todo pastor debe ser un caballero refinado, cort�s y educado.

Estos atributos de la persona encontrar�n naturalmente su aplicaci�n en toda la vida del ministro o maestro. Se le dar� a la verdadera hospitalidad, no para alentar a los vagabundos u otros holgazanes indeseables, sino al mostrar todo amor hacia los extra�os, especialmente los de la familia de la fe, Romanos 12:13 : Hebreos 13:2 ; 1 Pedro 4:9 .

Debe ser apto para ense�ar, capaz de impartir conocimientos a otros; debe existir una habilidad natural o adquirida, por lo que este punto es de primordial importancia en la formaci�n de los futuros pastores y maestros. Una congregaci�n tiene derecho a esperar, a exigir, esta calificaci�n, porque a menos que un ministro est� realmente en posici�n de comunicar la doctrina cristiana a sus oyentes, carecer� de un punto esencial de su oficio.

Los siguientes atributos se refieren a la relaci�n de un pastor no solo con sus propios miembros, sino tambi�n con los que no lo tienen. No debe ser adicto al vino, al uso habitual e intemperante de cualquier tipo de bebida fuerte, no debe ser amigo de las juergas. "La suya se exige con mucho mayor �nfasis, ya que puede resultar en un libertinaje desenfrenado as� como en peleas de borrachos, en las que es probable que se convierta, como dice Paul, en un delantero, una persona pendenciera, siempre acechando con un chip sobre su hombro, enfrascado en una acalorada controversia a la menor provocaci�n.

En lugar de estos vicios de imprudencia, orgullo y ego�smo, el ap�stol aconseja la indulgencia, pidiendo al ministro que sea apacible, est� listo en todo momento con un tono conciliador, evite las disensiones y las peleas siempre que se pueda hacer sin negar la verdad, abstenerse del ego�smo, de la codicia y la avaricia. Si estos pecados se apoderan de una persona, la hacen incapacitada para la gloriosa obra del ministerio y para dispensar sus invaluables bendiciones.

El ap�stol ahora enfatiza la funci�n de superintendente que pertenece al oficio del ministerio: el que puede administrar bien su propia casa, manteniendo a sus hijos en sujeci�n mediante la aplicaci�n de toda gravedad (pero si alguno no sabe c�mo administrar su propia casa). casa, �c�mo cuidar� debidamente la Iglesia de Dios?). Un ministro debe tener la capacidad de dirigir, de gobernar. Debe exhibir la dignidad y la seriedad que es consciente de la obligaci�n que recae sobre �l, tambi�n en su propio hogar; no puede ser una mera figura decorativa.

Su regla y. la gesti�n de su propia casa debe estar de acuerdo con el cargo que se le haya confiado. Sus hijos, por tanto, deben estar en un estado de sumisi�n a �l; debe proteger su autoridad paternal con tranquila firmeza de car�cter. Puede haber casos, por supuesto, en los que los hijos saldr�n mal a pesar de todos los esfuerzos del padre por criarlos en la disciplina y amonestaci�n del Se�or.

Pero, en general, es cierto que las personas pueden sacar conclusiones acertadas en cuanto a la capacidad de un pastor para ser un supervisor del reba�o por el �xito de su gesti�n en el hogar. Si no puede cuidar debidamente de la congregaci�n de la casa peque�a que se le ha confiado, �cu�nto menos podr� prestar la debida atenci�n a las necesidades de cada miembro de su reba�o m�s grande? Si no puede hacer justicia a la responsabilidad de manejar a quienes dependen de �l por naturaleza, �c�mo har� justicia al cuidado pastoral de los hijos de Dios en la congregaci�n?

El ap�stol concluye ahora su enumeraci�n de las cualidades de un obispo: No un novicio, no sea que, lleno de vanidad, caiga en el juicio del diablo. Un converso reciente al cristianismo no debe recibir el cargo de obispo responsable. Todav�a es demasiado d�bil y demasiado inexperto en asuntos espirituales; todav�a no es capaz de afrontar con �xito los peligros y las tentaciones del cargo. Y el mayor peligro estar�a en su propia mente, a saber, que su ascenso a este alto cargo tiende a engre�rlo, inflarlo de vanidad.

Sin embargo, si esta condici�n resultara, entonces el novicio sin experiencia caer�a en la condenaci�n del diablo, el juicio que golpe� a Satan�s a causa de su orgullo, por lo que fue arrojado del cielo y encontr� su condenaci�n. Pero as� como una persona que aspira al oficio de obispo debe protegerse contra el pecado del orgullo, as� debe usar toda la vigilancia cuidadosa contra las trampas cautelosas del enga�ador: pero tambi�n es necesario que tenga una buena reputaci�n entre los extra�os, para que no caiga en el oprobio y en la trampa del diablo: El ap�stol no quiere decir, por supuesto, que un pastor cristiano debe tratar de agradar a todos los hombres, incluso con la negaci�n de la verdad de palabra o de hecho, pero s� exige que el candidato al ministerio tendr� tal reputaci�n en la comunidad que la cr�tica a su vida moral no tendr� fundamento,

Si la opini�n p�blica, en tal caso, es desacreditada y desafiada con un esp�ritu superior, el resultado puede ser un descr�dito, un reproche que puede da�ar el Evangelio de Cristo. La censura dirigida contra la persona del candidato se trasladar�a luego a su oficina. Como consecuencia de esto, no solo �l mismo puede caer en la trampa del diablo al ser devuelto a sus pecados anteriores, sino que Satan�s usar�a la ofensa del hecho para producir en otros una aversi�n a la doctrina de Cristo.

La dignidad y belleza del ministerio es tan grande que debe ejercerse el mayor cuidado al observar las calificaciones aqu� enumeradas y al seleccionar a los candidatos para el oficio pastoral a la altura del est�ndar aqu� establecido.

Versículos 8-13

La Oficina de Di�conos.

Versículo 9

Asimismo, los di�conos deben ser serios, no biling�es, no dados a mucho vino, no codiciosos de ganancias deshonestas;

sosteniendo el misterio de la fe en una conciencia pura.

Versículo 10

y que tambi�n �stos sean probados primero; luego que utilicen el oficio de di�cono, ya que se les declara inocentes.

Versículo 11

As� tambi�n sus mujeres deben ser graves, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo.

Versículo 12

Que los di�conos sean maridos de una sola mujer, que gobiernen bien a sus hijos y sus propias casas.

Versículo 13

Porque los que han ejercido bien el oficio de di�cono adquieren para s� buen grado y gran denuedo en la fe que es en Cristo Jes�s.

La distinci�n entre el oficio de obispos y el de di�conos, como se indica aqu� y en otros lugares, era principalmente esto, que los primeros se dedicaban principalmente a administrar los medios de gracia, mientras que los segundos estaban a cargo de los asuntos comerciales de la congregaci�n, especialmente de el cuidado de los pobres, aunque no descuidaron el servicio de la Palabra cuando se les ofreci� la oportunidad. Los deberes de los di�conos se parecen un poco a los de los obispos: los di�conos tambi�n (deben ser) serios, sin doblez, no adictos a mucho vino, no codiciosos de ganancias.

Dado que el oficio de di�cono pon�a a sus titulares en contacto frecuente con familias y personas individuales, era necesario que, en su comportamiento, combinaran la debida gravedad con la dignidad, invitando as� el respeto de todos los que tuvieron ocasi�n de observar su actividad. . La exigencia del ap�stol de que los di�conos no sean biling�es, no sean sinceros, puede entenderse con mayor facilidad, ya que sus visitas a las distintas casas los expusieron a la tentaci�n de hablar del mismo asunto en diferentes tonos y formas, a tono. leer la verdad para que se adapte a su propia conveniencia y para cumplir su prop�sito de ser buenos amigos de todos.

Que tal falta de sinceridad fue perseguida tarde o temprano para causar problemas es evidente. Otra tentaci�n relacionada con el trabajo de un di�cono fue la de volverse adicto a mucho vino. Con las m�ltiples visitas que tuvieron que hacer y con la preparaci�n de las fiestas de amor relacionadas con la celebraci�n de la Sagrada Comuni�n, corr�an el peligro de convertirse en bebedores habituales, si no borrachos, de caer bajo el influjo de un vicio al que estaba obligado. para ser una maldici�n para su oficina.

Dicho sea de paso, no deben ser codiciosos de ganancias o ganancias deshonestas, Tito 1:7 ; 1 Pedro 5:2 . Dado que se les confi� la distribuci�n de obsequios de dinero y alimentos a los pobres, exist�a la posibilidad de que falsificaran cuentas y malversaran fondos o aceptaran honorarios por prontitud en el caso de determinadas personas.

Con estos peligros que amenazan la vida espiritual de los di�conos, no es de extra�ar que el ap�stol agregue: Tener el misterio de la fe en la conciencia pura. El misterio de la fe, la verdad gloriosa de la salvaci�n, cuyo centro es Cristo Jes�s, el mensaje de la redenci�n, que est� oculto a todos los hombres por naturaleza, pero que ahora se ha manifestado a trav�s del Evangelio, al que los di�conos deben aferrarse con fe sencilla.

A trav�s de la fe, el creyente se familiariza con el precioso misterio de la doctrina divina de la salvaci�n y acepta sus bendiciones salvadoras. En el caso de los di�conos, adem�s, deben guardar este precioso tesoro en una conciencia buena y pura, como en un recipiente seguro. El estado de su conciencia no se atrevi� a contradecir la santa verdad que pose�an; toda su conducta ante los ojos de la congregaci�n deber�a servir para la edificaci�n de los cristianos.

Para evitar problemas con estos oficiales de la congregaci�n, San Pablo sugiere una sabia medida de precauci�n: Y estos, adem�s, primero deben probarse, luego dejarlos entrar en el oficio de di�conos, siendo irreprochables. El ap�stol utiliza aqu� un t�rmino tomado de la vida civil. Antes de que se permitiera que los funcionarios reci�n elegidos en Atenas asumieran sus funciones, se les examin� primero si pose�an los atributos necesarios para el cargo.

De manera similar, el ap�stol quiere que los di�conos sean examinados con referencia a su idoneidad, si en realidad pose�an las calificaciones necesarias para la obra, si su forma de vivir demostr� que eran moralmente inocentes. No fue necesario realizar un interrogatorio formal en presencia de la congregaci�n o con testigos, pero despu�s de que se anunci� la candidatura de ciertos hombres y mujeres, todos tuvieron la oportunidad de obtener la informaci�n que le permitiera formarse un juicio correcto sobre la situaci�n. idoneidad del candidato para el cargo al que aspiraba.

En la mayor�a de las congregaciones de nuestra Iglesia se sigue un procedimiento similar en la actualidad y debe observarse de manera m�s general. No se debe elegir a ninguna persona para los cargos de la congregaci�n, sino s�lo a las que se enumeran aqu�. Si no se pueden hacer cr�ticas y objeciones bien fundadas, entonces los candidatos elegidos pueden iniciar su labor como di�conos sin dudarlo.

El ap�stol tiene un encargo especial para las mujeres di�conas o diaconisas: las mujeres igualmente (ser) graves, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo. Este vers�culo no se refiere a las esposas de los di�conos, sino a las diaconisas; porque las mujeres fueron empleadas en esta capacidad desde los primeros tiempos. Ver Romanos 16:1 .

Estas mujeres deb�an exhibir la debida seriedad y dignidad en su comportamiento, lo que en todo momento har�a que los hombres las respetaran a ellas ya su cargo. Con toda la bondad y devoci�n que deb�an mostrar en su ministerio, no deben permitir que la familiaridad se convierta en una falta de respeto por la dignidad de su oficio. Y dado que el miembro m�s d�bil y el mayor enemigo de la mayor�a de las mujeres es su lengua, el ap�stol les advierte que no se conviertan en calumniadoras, que no se entreguen a los pecados de difamaci�n, de mala fama.

Indudablemente, las diaconisas a menudo obtuvieron una idea de la pecaminosidad de la naturaleza humana que no se les concede a muchos; tanto m�s les incumb�a no abusar de la confianza depositada en ellos al revelar asuntos que deber�an haber permanecido en secreto. Adem�s, deben ser sobrios, no simplemente observando una moderaci�n sensata en todos los placeres sensuales, sino haciendo uso del sentido com�n firme y tranquilo en todo momento.

Es justamente en tales situaciones en las que los nervios de la mujer promedio ceden cuando la diaconisa cristiana debe mantener la serenidad sana que encuentra lo que debe hacer. El ap�stol incluye todas las dem�s calificaciones de las diaconisas cristianas en la exigencia de que sean fieles en todas las cosas. Las muchas nimiedades aparentes que recayeron en la suerte de las diaconisas demostraron su valor real. Es en los muchos servicios peque�os, la mano refrescante, la palabra amable, la sonrisa alegre, donde aparece la verdadera grandeza del servicio; en estos se hace evidente la verdadera fidelidad.

Afortunadamente, no parece estar muy lejano el momento en que tendremos diaconisas en la mayor�a de nuestras congregaciones. Si tales mujeres consagradas, impulsadas por el amor de Cristo, dedican su vida al servicio de sus semejantes, su valor para la Iglesia ser� incalculable.

Habiendo hablado de los deberes de los di�conos y las diaconisas en general, el ap�stol agrega ahora una palabra con respecto a los di�conos casados: Que los di�conos (cada uno para s� mismo) sean maridos de una sola esposa, manejando adecuadamente a sus hijos y sus propias casas. Como los obispos, los di�conos deb�an observar estrictamente las exigencias del Sexto Mandamiento, viviendo cada uno con su propia esposa con toda castidad y decencia, no siendo culpables de infidelidad en la relaci�n matrimonial.

Si el Se�or luego bendice su matrimonio con hijos, la manera de criar a estos �ltimos resultar� una especie de prueba para la capacidad del di�cono en el manejo de los asuntos de la congregaci�n que le son confiados. Si se ocupa adecuadamente de la congregaci�n de su peque�a casa, si administra bien los asuntos de su hogar, entonces, en igualdad de condiciones, concluy� que tambi�n tendr� la capacidad de administrar los asuntos m�s importantes de la congregaci�n.

Al mismo tiempo, Pablo ofrece la posibilidad de avanzar como un incentivo para mostrar toda la fidelidad: porque los que han servido bien como di�conos ganan una buena posici�n para s� mismos y mucha confianza en la fe que es en Cristo Jes�s. Aunque los di�conos pertenec�an al presbiterio, las funciones del maestro p�blico en la congregaci�n no estaban incluidas en su trabajo. Y, sin embargo, se consideraba que el trabajo del pastor cristiano pose�a mayor dignidad y valor que el de un di�cono, cap.

5:17; Hechos 6:3 . Por lo tanto, se consideraba que un di�cono pod�a ense�ar y estar a cargo de la predicaci�n en cualquier lugar. Un di�cono fiel, pues, ambicioso en el sentido del cap. 3: 1, dedicar�a el mayor tiempo posible a adquirir la capacidad de ense�ar y anhelar�a tener la oportunidad de demostrar su idoneidad a este respecto.

De esta manera, los di�conos individuales podr�an ser considerados dignos de un cargo superior, un hecho que les servir�a para darles confianza en su fe en Cristo Jes�s. La conexi�n del pensamiento es esta: la fe de un di�cono creci� en la misma medida que su fidelidad en el desempe�o de su trabajo; se familiariz� m�s plenamente con la doctrina del Evangelio, con la conexi�n de las diversas partes. Todo esto, por supuesto, influy� fuertemente en la audacia de su ense�anza y predicaci�n, como vemos en el caso de Esteban.

Mientras una persona tenga una actitud hacia su trabajo tal que haga solo lo que es su obligaci�n inmediata, este resultado nunca se lograr�. Pero si el af�n de estudiar y de servir van de la mano, sobre la base de la fe redentora en Cristo Salvador, entonces el resultado seguramente se mostrar� en la presentaci�n convincente de las verdades cristianas por parte del predicador. Ver Filipenses 1:14 .

Versículo 14

Estas cosas te escribo, esperando llegar pronto a ti;

Versículos 14-16

El prop�sito de la carta de Pablo y una doxolog�a.

Versículo 15

pero si me demoro mucho, para que sepas c�mo debes comportarte en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad.

Versículo 16

E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en esp�ritu, visto de los �ngeles, predicado a los gentiles, cre�do en el mundo, recibido arriba en gloria.

El ap�stol aqu�, como en 1 Corintios 4:14 , interrumpe sus discusiones con un comentario que se refiere a toda la carta en su prop�sito, y, como de costumbre, agrega una doxolog�a en alabanza de la salvaci�n de Dios: Esto les escribo, esperando venir. a ti pronto; pero en caso de que me detengan, vean c�mo deben comportarse los hombres en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad.

Al momento de escribir este art�culo, el ap�stol evidentemente ten�a el objeto y la esperanza definitiva de visitar pronto a su amado alumno. Pero en cualquier caso quer�a escribir al menos esto, enviarle al menos esta comunicaci�n. En caso de que el ap�stol fuera detenido, si alg�n imprevisto le obligara a posponer su viaje, las instrucciones contenidas en esta carta permitir�an al menos a Timoteo saber c�mo deb�a comportarse con todos los dem�s creyentes en la casa de Dios, lo cual, como dice S. .

Pablo grita con alegr�a, es la Iglesia del Dios vivo. El oficio de pastor y superintendente, que incluye tanto la ense�anza como el cuidado pastoral, se ejerce en la casa de Dios, en la Iglesia cristiana. La obra de cada ministro est� entre los miembros de la casa de Dios, entre las piedras vivas que se est�n edificando para un templo santo en el Se�or. Su obra se realiza en el Dios vivo, la �nica Fuente de toda vida verdadera, de quien todos los cristianos reciben continuamente fuerza y ??vida.

Pero la Iglesia no es solo la casa y el templo de Dios, sino tambi�n la columna y baluarte de la verdad. As� como el techo de un gran edificio, la parte que completa su exterior, est� soportada por los cimientos como baluarte de su estabilidad y por los pilares que descansan sobre los cimientos, as� ocurre con la verdad divina en la Iglesia. La Iglesia es portadora y hogar de la verdad divina del Evangelio, que ha recibido como un don precioso.

Ella debe proteger y defender esta verdad contra todas las tempestades y contra todos los ataques de sus enemigos; y esto lo puede hacer porque su fundamento es Jesucristo, la Roca contra la cual los portales del infierno no pueden prevalecer.

Como de costumbre, el pensamiento de la gloria de los dones que Cristo ha dado a los creyentes hace que los pensamientos del ap�stol se eleven en un himno de alabanza y acci�n de gracias al gran Se�or de la Iglesia: Y ciertamente, grande es el misterio de piedad: Quien fue manifestado en carne, justificado en esp�ritu, apareci� a los �ngeles, fue predicado entre los gentiles, fue cre�do en el mundo, fue recibido arriba en gloria.

El misterio de la verdad evang�lica no s�lo obra regeneraci�n, sino tambi�n santificaci�n; su prop�sito es obrar la verdadera piedad, la debida reverencia y adoraci�n a Dios. El ap�stol caracteriza ahora este misterio en un himno que compuso en el momento de escribir este art�culo o que cit� de la liturgia de la Iglesia como se usaba entonces, un himno maravilloso en alabanza al Cristo exaltado.

Fue la segunda persona de la Deidad, verdadero Dios desde la eternidad, quien, en la plenitud de los tiempos, se manifest� en carne. Los hombres no lo hab�an visto antes, no lo hab�an visto cara a cara. Pero ahora apareci� en la carne, en la forma y semejanza de nuestra carne de pecado, Romanos 8:3 ; Juan 1:14 ; Se convirti� en un verdadero hombre como nosotros, pero sin pecado.

Sin embargo, como representante de la humanidad, fue justificado en el esp�ritu, en la naturaleza divina que fue comunicada a su carne. Seg�n ambas naturalezas, Cristo realiz� la obra de redenci�n, cargando nuestros pecados, sufriendo y muriendo seg�n su naturaleza humana, reconciliando la ira de Dios y venciendo la muerte y el infierno seg�n su naturaleza divina. Dios ha aceptado la redenci�n de Cristo; el Redentor ha sido declarado justificado ante Dios y el mundo entero, 1 Pedro 3:18 .

En el siguiente vers�culo de su himno inspirado, el ap�stol declara que Cristo se apareci� a los �ngeles. As� como los �ngeles buenos a menudo serv�an al Se�or en los d�as de Su humillaci�n, Mateo 4:11 : Lucas 22:43 , as� como estuvieron presentes en Su nacimiento, despu�s de Su tentaci�n, en Su resurrecci�n, as� �l ahora les permiti� ver el plenitud de Su glorificaci�n cuando estaba haciendo Su entrada triunfal a los pasillos del cielo.

Ver Salmo 47:1 ; Salmo 24:7 ; Isa�as 63:1 . La ascensi�n de Cristo marc� incidentalmente el comienzo de una nueva era en la proclamaci�n del Evangelio.

Antes de eso, el Evangelio se hab�a predicado a los gentiles solo en casos individuales, y la obra principal de Cristo y los ap�stoles hab�a sido confinada a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Pero la ascensi�n de Cristo, con Pentecost�s, cambi� todo esto muy decididamente. Ahora sus siervos salieron por todo el mundo y predicaron el evangelio a toda criatura, pusieron a Cristo ante la faz de todos los hombres como el Salvador del mundo. Esta obra de predicar a Cristo a los gentiles debe continuar hasta que todo el n�mero de los elegidos haya escuchado el alegre mensaje y amanezca el �ltimo d�a.

Que la predicaci�n del Evangelio no vuelva vac�a, proclama el ap�stol en el �ltimo verso de su himno: En el mundo se le crey�. Cristo, contenido de toda predicaci�n del Evangelio, es tambi�n objeto de fe. Dondequiera que se proclame el mensaje de redenci�n, se obra la fe. Es cierto que la gran masa, la mayor�a de los hombres, rechaza a Cristo y su salvaci�n; El mundo no cree en �l.

Pero en el mundo, en medio de los pecadores destituidos de la gloria de Dios, siempre hay algunos corazones ganados para el Evangelio de Cristo, que creen en Cristo como su Salvador. Y esta fe de los cristianos no se basa en un simple hombre, que todav�a vive en humildad y humildad en medio de ellos, sino en Aquel que fue recibido arriba en gloria y en gloria. Cristo, seg�n su naturaleza humana, ha entrado ahora en el uso pleno de la majestad divina, que le fue comunicada como hombre, en el estado de humillaci�n. �l est� sobre todo, �Dios bendito por siempre! Am�n.

Resumen. El ap�stol analiza las calificaciones y deberes de los oficios de obispos y di�conos y concluye con una referencia al prop�sito de su carta y una espl�ndida doxolog�a dirigida al Cristo exaltado.

Información bibliográfica
Kretzmann, Paul E. Ph. D., D. D. "Comentario sobre 1 Timothy 3". "Comentario Popular de Kretzmann". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/kpc/1-timothy-3.html. 1921-23.
 
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