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Bible Commentaries
Romanos 5

Comentario Bíblico de SermónComentario Bíblico de Sermón

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Versículo 1

Romanos 5:1

I. Leemos en el Nuevo Testamento, y especialmente en los escritos de San Pablo, gran parte de la doctrina de la justificaci�n por la fe. Ahora, �hay alguna distinci�n entre esta doctrina de la justificaci�n, entre esta bendici�n de la justificaci�n y la bendici�n del perd�n? �Es el perd�n sin�nimo de justificaci�n? Entiendo que, si bien la justificaci�n siempre implica el perd�n, y mientras que en el caso de un pecador individual nunca se separa del perd�n, y el hombre perdonado siempre est� justificado, y el hombre justificado siempre es perdonado, mientras se encuentra en el proceso de la gracia de Dios. para un alma individual, estos nunca se encuentran separados, pero teol�gicamente deben distinguirse cuidadosamente.

El tipo y s�mbolo de un hombre justificado no es Josu� simplemente lavado, sino Josu� vestido y vestido con tales vestiduras, tan bellas en santidad, tan perfectas en su belleza, que podamos poner en su boca el c�ntico en el que la Iglesia, bajo La misericordia de Dios, irrumpe en un lenguaje jubiloso de acci�n de gracias y alabanza: "Me regocijar� mucho en el Se�or; mi alma se alegrar� en mi Dios, porque me visti� con ropas de salvaci�n".

II. "Paz con Dios". Es innegable que existe la paz que no surge de la fe en el Se�or Jesucristo. Existe: (1) La paz de la ignorancia. Hay hombres que no conocen la ley de Dios; no saben nada de la naturaleza de Dios; nunca se han sentido impulsados ??a la ansiedad espiritual ni a la indagaci�n espiritual. Sus esperanzas son de la m�s vaga y so�adora; o son simplemente esas esperanzas de las que escuchamos mucho en la actualidad, que descansan sobre la gran misericordia de Dios, como si de una forma u otra todos fu�ramos a regresar finalmente a Dios, muramos o no en Cristo.

(2) Y luego est� la paz del fariseo. Vive y muere en el bucar�n de su justicia propia. Da gracias a Dios porque no es como los dem�s hombres. Va al cielo perfectamente satisfecho de s� mismo, o quiz�s, confiando un poco en Cristo para compensar el equilibrio que �l puede pensar que est� en su contra. Por lo tanto, debemos preguntar, no solo: "�Tienes paz?" sino "�Sobre qu� descansa esa paz?"

JC Miller, Penny Pulpit, No. 717, nueva serie.

I. El significado com�n que se le da a la palabra justificado puede no ser todo lo que San Pablo pretend�a con ella, ni todo lo que necesitamos ver en ella. Pero debe tener un gran valor. Dios me considera justo, me justifica, no me considera lo que en mi propio estado leg�timo, unido a Cristo, no soy; Me trata como lo que soy, en este mi estado adecuado y razonable. El hombre justificado no es solo uno que es absuelto, no solo uno que es considerado justo, sino uno que, en el sentido m�s estricto, se ha vuelto o ha sido hecho justo.

II. Y as� podemos sentir la fuerza de las siguientes palabras, "siendo justificados por la fe " . Dios es el Justificador, el que considera justo al hombre y lo hace justo, y el hombre es justificado o hecho justo por la fe. Cree en el testimonio que Dios ha dado de s� mismo en su Hijo y, por tanto, tiene fe en Dios, fe en lo que ha hecho, fe en lo que es. �l es justo solo por esta fe, porque solo por ella afirma tener alguna relaci�n con Aquel que es justo, solo por ella puede ascender fuera de su propia naturaleza. Teniendo fe en Dios, se convierte en un verdadero hombre; de lo contrario, s�lo posee los tormentos de un hombre con los instintos y placeres de un animal.

III. Siendo justificados por la fe, tenemos paz. La paz debe llegar resucitando a la vida. Suponer que esta paz es algo que se gana mediante cierto acto moment�neo de fe, y que de ah� en adelante se garantiza al creyente como su tesoro y propiedad, es subvertir toda la doctrina.

IV. La gran pregunta que todo hombre se hace es: �C�mo puedo estar en paz con Dios? La respuesta que da San Pablo es: "Dios ha hecho las paces contigo por Jesucristo". En �l te ha manifestado lo que es; en �l te ve. Puedes ver a Dios en �l; puedes levantarte a ti mismo para ser una nueva criatura en �l. Porque no eres lo que supones que es un �tomo separado en el universo, una criatura que no tiene relaci�n con ninguna otra.

Tienes maravillosas afinidades con todos estos seres que te rodean; y cuando seas impulsado por tu miseria y desesperaci�n de ti mismo a confiar en Aquel que ha tomado tu naturaleza sobre �l, descubrir�s ese secreto as� como el secreto de tu propia emancipaci�n.

FD Maurice, Sermons, vol. ii., p�g. 1.

Referencias: Romanos 5:1 . Spurgeon, Sermons, vol. ix., n�m. 510; vol. xxv., n�m. 1456; Expositor, primera serie, vol. ix., p�g. 215; P�lpito de la Iglesia de Inglaterra, vol. iv., p�g. 83; Ib�d., Vol. xiii., p�g. 123; E. Johnson, Christian World Pulpit, vol. xvi., p�g. 234; Preacher's Monthly, vol. ii., p�g. 235; Homiletic Quarterly., Vol. iii., p�g. 376; W. Hay Aitken, Around the Cross, p�g. sesenta y cinco; Arzobispo Magee, Sermones en Bath, p�gs.63, 88.

Versículos 1-2

Romanos 5:1

El estado de gracia.

Hay algunos que solo parecen temer o tener muy poco gozo en la religi�n. Estos se encuentran en un estado m�s esperanzador que aquellos que solo se alegran y no temen en absoluto; sin embargo, no est�n del todo en un estado correcto. Consideremos c�mo las personas en cuesti�n llegan a tener este tipo de religi�n defectuosa.

I. En primer lugar, por supuesto, debemos tener en cuenta el desorden corporal, que con frecuencia es la causa de esta perplejidad de la mente. Muchas personas tienen una disposici�n ansiosa de atormentarse a s� mismos, o depresi�n de esp�ritu, o muerte de los afectos, como consecuencia de una mala salud continua o peculiar; y aunque es su estudio, como es su deber, luchar contra este mal tanto como puedan, sin embargo, a menudo puede ser imposible deshacerse de �l. Por supuesto, en tales casos no podemos imputarles ninguna culpa. Deben ser pacientes ante sus miedos y tratar de servir a Dios m�s estrictamente.

II. Pero nuevamente, el estado de �nimo inc�modo que he descrito a veces, es de temer, surge, no dir�, de un pecado intencional, sino de alguna deficiencia natural que podr�a corregirse, pero no lo es. Los pecados de los que hablo surgen en parte por debilidad, en parte por falta de amor; y parecen tener el efecto de atenuar o apagar nuestra paz y alegr�a. La ausencia de un andar vigilante, de una escrupulosa conciencia en todas las cosas, de una guerra ferviente y vigorosa contra nuestros enemigos espirituales, en una palabra, de rigor, esto es lo que oscurece nuestra paz y alegr�a.

III. Este estado mental temeroso y ansioso surge muy com�nmente por no tener un sentido vivo de nuestros privilegios actuales. Hay personas sumamente respetables y serias, pero cuya religi�n es de car�cter seco y fr�o, con poco coraz�n o comprensi�n del mundo venidero. Son los hombres m�s excelentes en su l�nea, pero no caminan por senderos elevados. No hay nada sobrenatural en ellos; no se puede decir que sean mundanos; sin embargo, no caminan por cosas invisibles, no disciernen ni contemplan el mundo venidero.

No est�n alerta para detectar, pacientes al observar, agudos para seguir los movimientos de la providencia secreta de Dios. No se sienten en un inmenso sistema ilimitado, con una altura arriba y una profundidad debajo. Tales hombres se utilizan para explicar pasajes como el texto. Su alegr�a no se eleva m�s que lo que ellos llaman una fe y esperanza racionales, una satisfacci�n en la religi�n, una alegr�a, una mente bien ordenada y cosas parecidas, todas muy buenas palabras, si se usan correctamente, pero superficiales para expresar la plenitud de la palabra. privilegios del evangelio.

IV. Entonces, �qu� es lo que les falta a estos peque�os de Cristo que, sin pecado voluntario, pasado o presente, en su conciencia, est�n en la tristeza y el dolor? �Qu� sino las grandes y elevadas doctrinas conectadas con la Iglesia? Cae de asombro ante las glorias que est�n a tu alrededor y en ti, vertidas de un lado a otro de una manera tan maravillosa que est�s, por as� decirlo, disuelto en el reino de Dios, como si no tuvieras nada que hacer m�s que contemplar y alimentarse de esa gran visi�n.

A pesar de todos los recuerdos del pasado o del temor por el futuro, tenemos una fuente presente de regocijo. Sea lo que sea que venga, bien o aflicci�n, sin embargo nuestra cuenta hasta ahora en los libros contra el D�a Postrero, esto lo tenemos y esto podemos gloriarnos en el poder y la gracia presentes de Dios en nosotros y sobre nosotros, y los medios que por ello nos han dado para lograrlo. victoria al final.

JH Newman, Parochial and Plain Sermons, vol. iv., p�g. 138.

Referencia: Romanos 5:1 ; Romanos 5:2 . Homilista, nueva serie, vol. iv., p�g. 413.

Versículos 1-11

Romanos 5:1

Resultados inmediatos de la justificaci�n.

Ser absuelto de la culpa mediante la muerte de Jes�s es la bendici�n m�s elemental que el evangelio trae a nuestra raza condenada, encerrada en su prisi�n de ira. Pero no puede venir solo. Abre una puerta de esperanza a trav�s de la cual cada pecador reconciliado puede esperar hacia un nuevo mundo de hermosas bendiciones que lo seguir�n. Esperanza es la palabra clave de esta secci�n, por lo tanto, exultante esperanza de gloria futura; y las tres ideas que emergen sucesivamente en sus frases ricas y v�vidas son estas: (1) Nuestra esperanza descansa en esta nueva relaci�n, establecida entre nosotros y Dios, que estamos en paz con �l. (2) Nuestra esperanza no se ve afectada, sino confirmada por nuestra tribulaci�n actual. (3) Nuestra esperanza est� garantizada por la prueba que ya poseemos del amor de Dios por nosotros.

I. Ahora hay lugar en el coraz�n de los hombres para la esperanza de que Dios los bendiga con esa gloria que es Su propia bienaventuranza, ya que ahora est�n en paz con �l (vers. 1, 2). Los enemigos de Dios nunca podr�an esperar contemplar Su gloria o estar satisfechos con Su semejanza. Sus amigos pueden. De pie as� cerca, a la vista de ese Ojo que se enciende con un deleite Divino por Su desterrado tra�do; estando as� cerca, introducido por la Mano que fue traspasada, y aceptado en el Amado que fue asesinado, �qu� puede temer un creyente justificado? �Qu� no puede esperar �l?

II. Lejos est� la gloria de Dios que esperamos; al menos, todav�a est� en el futuro. El presente es para todos nosotros una vida llena de problemas. Nuestros d�as miserables, afligidos y agonizantes, �no se burlan y se burlan de tan espl�ndidas expectativas? Todo lo contrario. A la larga, los problemas de la vida se encuentran m�s bien para confirmar nuestra esperanza. El cristiano que persevera en los problemas es un creyente aprobado o acreditado. �No est� claro que, cuando el cristiano probado descubra que su fe ha demostrado ser genuina, su esperanza se volver� mucho m�s segura?

III. La esperanza triunfante de un creyente justificado en lo que Dios a�n debe hacer por �l encuentra un fundamento de hecho a�n m�s seguro e inexpugnable en lo que Dios ya ha hecho para probar la grandeza de su amor.

J. Oswald Dykes, El Evangelio seg�n San Pablo, p�g. 113.

Referencias: Romanos 5:1 . Sermones expositivos sobre el Nuevo Testamento, p�g. 178. Romanos 5:5 . G. Brooks, Quinientos contornos, p�g. 97; Spurgeon, Sermons, vol. xiv., n� 829; vol. xxxii., n�m. 1904; TT Carter, Sermones, p�g.

309; EH Gifford, La gloria de Dios en el hombre, p�g. 90. Romanos 5:6 . Preacher's Monthly, vol. VIP. 1. Romanos 5:6 . HW Beecher, Christian World Pulpit, vol. iv., p�g. 424; W. Hubbard, Ib�d., Vol. vii., p�g. 339; Spurgeon, Sermons, vol.

viii., n� 446; vol. xx., n� 1184; vol. xx., n� 1191; vol. xxiii., No. 1345. Romanos 5:6 . HW Beecher, Christian World Pulpit, vol. ix., p�g. 340; Preacher's Monthly, vol. iv., p�g. diecis�is; Homiletic Quarterly, vol. iii., p�g. 265.

Versículos 7-8

Romanos 5:7

El amor de Dios magnificado en la muerte de Cristo.

I.Al considerar c�mo Dios design� a nuestro Se�or y Salvador para el sufrimiento y la muerte como la prueba m�s perfecta de obediencia, parece necesario comenzar por eliminar una dificultad que ciertamente se le ocurrir� a todos: es decir, que la muerte del Salvador parece de ninguna manera una evidencia tan obvia del amor de Dios, Su Padre celestial y nuestro Padre, como del propio amor del Salvador por Sus hermanos; y que es s�lo, por as� decirlo, sobre la base de Su amor por nosotros que tenemos derecho a ver en Su muerte el amor de Dios por nosotros.

Y, sin embargo, el caso est� tal como lo he dicho. De hecho, es dif�cil separar las cosas que est�n en la conexi�n m�s estrecha; �y qui�n podr�a desear hacer una divisi�n entre el amor del Salvador por nosotros y su obediencia a su Padre celestial y al nuestro? Y, sin embargo, los dos est�n tan relacionados que Su amor por nosotros se muestra m�s directamente en Su vida y Su obediencia a Su Padre en Sus sufrimientos y muerte. Dios nos muestra su amor en esto; dice Pablo, que de acuerdo con su mandato y voluntad, Cristo muri� por nosotros cuando a�n �ramos pecadores; no por el bien de los justos, no por un buen hombre ni por un c�rculo de amigos, sino por todo el mundo de los pecadores.

Por tanto, no podemos dudar de que este fue el acto de obediencia m�s perfecto, y que Dios llam� a Cristo a �l por nuestro bien; porque era necesario que �l soportara esta muerte, no por su propio bien ni con ning�n otro objeto bueno, sino el de efectuar la salvaci�n de los pecadores.

II. Esto nos lleva a considerar, en segundo lugar, lo que se supon�a que deb�a lograrse y, por lo tanto, se logr�, porque cuando hablamos de un prop�sito divino, no podemos separar el dise�o del cumplimiento por esta muerte del Salvador, para que podamos ver c�mo fue. la plena glorificaci�n del amor divino. El amor m�s grande es el que produce m�s bien a la persona que es objeto de �l. Deber�amos intentar en vano dar otra definici�n.

Ahora, el Ap�stol dice: "As� como por la desobediencia de un hombre muchos fueron hechos pecadores, as� por la obediencia del Uno los muchos son justificados". Entonces, esto es lo que resultar�a de la obediencia del Salvador hasta la muerte en la cruz. Necesitaba morir por nosotros, dice Pablo, cuando a�n �ramos pecadores. Nos volvemos justos, solo que no es porque y en la medida en que lo hayamos puesto ante nuestros ojos como un ideal, porque as� nunca lo alcanzaremos, sino realmente porque y en la medida en que lo hemos recibido en nuestros corazones como la fuente. de vida.

Llegamos a ser justos si ya no vivimos en la carne, pero Cristo, el Hijo de Dios, vive en nosotros si nos identificamos plenamente con esa vida com�n de la que �l es el centro. Porque entonces cada uno de nosotros puede decir de s� mismo: "�Qui�n puede condenar?" Cristo es el que justifica. Estamos en �l, �l est� en nosotros, unidos inseparablemente a los que creen en el Hijo de Dios; en esta comuni�n con �l somos verdaderamente justos.

Pero si volvemos a nosotros mismos y consideramos nuestra vida individual en s� misma, entonces nos alegra olvidar lo que queda atr�s y avanzar hacia lo que est� antes. Entonces sabremos bien que siempre debemos refugiarnos de nuevo en �l, estar siempre mir�ndolo y en Su obediencia en la cruz, estar siempre llenos del poder de Su vida y Su presencia, y as� alcanzaremos ese crecimiento en justicia. y santidad y sabidur�a, en las que verdaderamente consiste nuestra redenci�n por �l, por Su vida y Su amor, Su obediencia y Su muerte.

F. Schleiermacher, Selected Sermons, p�g. 372.

Referencias: Romanos 5:7 ; Romanos 5:8 . ED Solomon, Christian World Pulpit, vol. xv., p�g. 280; G. Brooks, Quinientos contornos, p�g. 7.

Versículo 8

Romanos 5:8

�Qu� prueba el amor de Dios?

I. Es algo extra�o que el amor de Dios necesite ser probado o impuesto a los hombres. (1) Nunca hubo, no hay, ninguna religi�n que no haya sido tocada por el cristianismo que tenga un firme control de la verdad "Dios es amor". (2) Incluso entre nosotros y otras personas que han bebido en alguna forma de cristianismo con la leche de su madre, es lo m�s dif�cil incluso para los hombres que aceptan ese evangelio en sus corazones mantenerse al nivel de esa gran verdad. .

II. Note el �nico hecho que cumple la doble funci�n de demostrarnos y recomendarnos el amor de Dios: "En que, siendo a�n pecadores, Cristo muri� por nosotros". La muerte de Cristo es una muerte, no por un siglo, sino por todos los tiempos; no para este, aqu�l o el otro hombre, no para una secci�n de la raza, sino para todos nosotros, en todas las generaciones. El poder de esa muerte, como la extensi�n de ese amor, se extiende a toda la humanidad y brinda beneficios a todo hombre nacido de mujer.

III. Mira la fuerza de esta prueba. �Alguna vez se le ha ocurrido que las palabras del texto, seg�n todas las hip�tesis menos una, son una paradoja de lo m�s singular? "Dios nos encomienda su propio amor, en que Cristo muri� por nosotros". �No es extra�o? �Cu�l es la conexi�n entre el amor de Dios y la muerte de Cristo? �No es obvio que debemos concebir la relaci�n entre Dios y Cristo como singularmente estrecha para que la muerte de Cristo demuestre el amor de Dios? El hombre que dijo que el amor de Dios fue probado por la muerte propiciatoria de Cristo, cre�a que el coraz�n de Cristo era la revelaci�n del coraz�n de Dios, y que lo que Cristo hizo, Dios lo hizo en su Hijo amado.

IV. Considere lo que as� nos prueba y nos impone la Cruz. (1) La Cruz de Jesucristo le habla al mundo de un amor que no se deriva de ning�n m�rito o bondad en nosotros. (2) La Cruz de Cristo nos predica un amor que no tiene causa, motivo, raz�n u origen, excepto �l mismo. (3) La Cruz nos predica un amor que no rehuye ning�n sacrificio. (4) La Cruz nos prueba y nos presiona un amor que no quiere nada m�s que nuestro amor, que anhela el regreso de nuestro amor y nuestro agradecimiento.

A. Maclaren, Christian Commonwealth, 4 de junio de 1885.

Amor sufriente.

I. Este vers�culo es una afirmaci�n directa de la deidad de Jesucristo. Por eso no quiere decir, "El Padre su amor para con nosotros, en que siendo a�n pecadores, Cristo muri� por nosotros", pero que "Cristo muestra su amor para con nosotros, en que siendo a�n pecadores, �l muri� para nosotros." Es evidente que el que ama es el que muere; de ??lo contrario, no hay discusi�n en absoluto, si uno ama y otro muere.

II. Cuando fue la voluntad de Dios presentar a nuestro mundo una visi�n perfecta de Su adorable Ser, �l lo encarn�. Lo hizo palpable para el entendimiento del hombre. Lo hizo hablar con l�grimas y sonrisas y humildad y simpat�a y angustia; y luego lo colg� en una cruz, y esa imagen del amor de Dios la llam� Cristo. Todo lo que es verdad en este mundo es una copia de lo m�s elevado, y el mayor original de todo amor fue el amor que sufre, y por lo tanto, nadie puede ser una imagen del amor si no tiene algo de tristeza.

III. El lenguaje del Ap�stol nos conduce de inmediato a un rasgo principal en el amor que caracteriz� los sufrimientos de Jesucristo, porque no reflejaba amor, sino amor originario. Sali� a los pecadores. Debemos cuidar que entendamos toda la fuerza de la expresi�n. El amor que est� en la vida y muerte de Jes�s es la semilla de cada chispa de amor que es digna del nombre de amor en toda la tierra.

IV. Una maravilla del amor de Cristo es su simple resistencia a las cosas que conspiran para perturbarlo. Pas� por toda diversidad de circunstancias irritantes y, sin embargo, no hay un momento en el que podamos descubrir una falta de afecto. Sigue su camino de gran amor sin una sola desviaci�n.

V. No podemos admirar demasiado la hermosa proporci�n del amor de Cristo que mezcla el inter�s general con una ternura particular. Se aferr� al reino universal de Dios. Sin embargo, su coraz�n estaba tan desganado por cualquiera que lo quisiera, que amaba y sangraba como por ese. Busca a Peter en el pasillo. Tiene un ojo para Mar�a en la cruz. Pod�a descender de inmediato desde los grandes estruendos de Su obra integral hasta el incidente m�s diminuto y la obra m�s peque�a que se le acerque.

Recuerda que el gallo debe cantar dos veces. Se compadece de la oreja herida del pobre siervo. Estudia la comodidad del futuro hogar de su madre. Estos son rasgos hermosos frente al amor; �Y no es solo ese amor lo que queremos?

J. Vaughan, Cincuenta sermones, segunda serie, p�g. 107.

Amor inagotable de Dios.

I. A menudo olvidamos que Dios es nuestro Padre cuando el dolor nos abruma. Lo olvidamos a�n m�s cuando todo es pr�spero y feliz. Es m�s, ser�a m�s cierto decir que en el dolor no nos sentimos tentados a olvidar esta verdad, sino a negarla; en la felicidad estamos tentados a olvidarlo. De hecho, existe el olvido inocente. As� como un ni�o puede olvidar la presencia de un padre terrenal amado porque ese padre es una parte tan completa de la felicidad que se derrama alrededor, tambi�n el cristiano puede seguir su camino regocij�ndose en lo que Dios ha otorgado salud y fuerza y pensamientos felices y placeres propios de la juventud y ciertamente no se le reprochar� que deje que sus pensamientos se llenen de los placeres inocentes que le da su Padre. Pero este olvido de Dios, que puede ser inocente al principio,

II. Estamos tentados a olvidar, a no creer, o incluso a negar que Dios es nuestro Padre cuando hemos obrado mal. Y, de hecho, hay una especie de verdad en lo que sentimos; porque sentimos con raz�n que nuestras malas acciones nos han alejado de �l. Nos sentimos desechados; fuera de su vista; ahora nos sentimos como si fuera in�til tratar de mantener un lugar en Su amor, ese lugar que nuestra fechor�a ha perdido; Con demasiada frecuencia agregamos pecado al pecado en una especie de imprudencia, porque parece que no vale la pena luchar por una causa completamente perdida.

Pero esta es una tentaci�n de nuestra naturaleza d�bil, y no la direcci�n de la conciencia ni la ense�anza de la Biblia. Si sentimos fr�o en el coraz�n, acudamos a �l en busca de calor; si tenemos dudas, roguemos que aumente nuestra fe; si hemos obrado muy mal, estemos m�s tristes y m�s serios en nuestros esfuerzos por echar fuera el esp�ritu maligno. Pero nunca olvidemos que �l es nuestro Padre, y que sin nuestra oraci�n, desde lo m�s profundo de Su amor, �l envi� a Su Hijo para traernos de regreso a Su Hogar, a �l mismo.

Bishop Temple, Rugby Sermons, p�g. 326.

Referencias: Romanos 5:8 . Spurgeon, Sermons, vol. ii., n�m. 104; vol. xxiii., n�m. 1345; T. Arnold, Sermons, vol. iv., p�g. 182; CG Finney, Temas del Evangelio, p�g. 307; J. Vaughan, Cincuenta sermones, segunda serie, p�g. 107; J. Edmunds, Sermones en una iglesia de aldea, p�g. 96. Romanos 5:10 . Homilista, nueva serie, vol. iii., p�g. 422; J. Vaughan, Sermones, novena serie, p�g. 181.

Versículo 12

Romanos 5:12

Quiz�s no hay pensamiento m�s terrible que este, que el pecado est� a nuestro alrededor y dentro de nosotros, y no sabemos qu� es. Nos acosa por todos lados: se cierne sobre nosotros, se cierne a nuestro alrededor, se cruza en nuestro camino, se esconde donde caer�n nuestros siguientes pasos, nos busca de cabo a rabo, escucha en nuestro coraz�n, flota a trav�s de todos nuestros pensamientos. , atrae nuestra voluntad bajo su dominio y nosotros mismos bajo su dominio, y no sabemos qu� es.

I. La entrada del pecado prueba la presencia de un ser maligno. Hablamos de poderes y cualidades y principios y oposiciones y cosas por el estilo; pero solo ponemos palabras para las realidades. No existen aparte de ser creados o no creados; son los atributos y energ�as de los esp�ritus vivientes. El pecado entr� por y por el maligno, el diablo.

II. Otra verdad que hay que aprender es esta, que por la entrada del pecado, un cambio pas� al mundo mismo. No me refiero ahora al mal f�sico, como la disoluci�n y la muerte y el desgaste de las obras de Dios, sino s�lo al mal moral. Un cambio pas� a la condici�n del hombre. Su voluntad se rebel� y transfiri� su lealtad de Dios al maligno. A partir de entonces, el hombre fue el representante del poder extra�o y antagonista que hab�a roto la unidad del reino de Dios; y su voluntad se torci� en oposici�n directa a la voluntad de Dios. Entonces, tal es el pecado.

III. Este terrible principio del pecado se ha estado multiplicando desde el principio del mundo. Estaba tan unido a la vida del hombre que, a medida que se multiplicaban las almas vivientes, tambi�n se multiplicaba en ellas el pecado. A medida que el pecado se ha multiplicado en su extensi�n, parecer�a que tambi�n se ha vuelto m�s intenso en su car�cter. El misterio del pecado original comienza una y otra vez con cada generaci�n sucesiva. Los hombres crecen hasta cierta altura de la estatura moral, y son talados y enterrados en la tierra; sus hijos se elevan m�s o menos al mismo nivel, dentro de ciertos l�mites que son las condiciones de nuestro ser y nuestro tiempo de prueba.

Pero no es menos cierto que hay un crecimiento y una acumulaci�n del mal que en la vida del mundo es an�logo al deterioro del car�cter del hombre individual. El pleno desarrollo del pecado ha estado siempre al final de las dispensaciones de Dios; ha estado en su peor momento cuando �l estaba m�s cerca. Finalmente, se manifestar� en la tierra, a la altura de su odio y su atrevimiento contra el cielo, y por la venida del Hijo del Hombre en la gloria ser� echado fuera para siempre.

HE Manning, Sermons, vol. i., p�g. 1.

I. Note primero cu�n natural y razonablemente la fe puede vincular el misterioso registro de la Ca�da con los hechos claros de nuestro estado actual. Existe una clara y familiar analog�a entre la infancia de cada uno de nosotros y la infancia de la raza. Es de otros que aprendemos la historia de nuestros primeros d�as; confiamos en los dem�s por todo el conocimiento del momento de nuestro nacimiento y el primer refugio de nuestra vida; otros nos dicen a qui�n le debemos el cuidado y el amor con que despert� el autoconocimiento; debemos preguntar a los dem�s c�mo se nos marc� por primera vez nuestro lugar y suerte entre nuestros semejantes.

Es la fe en los dem�s, la evidencia de lo que no se ve, lo que vincula nuestro presente y nuestro pasado, lo que nos da el contorno desnudo de nuestra infancia, y nos muestra nuestra propia vida continua m�s all� de los l�mites de la memoria. Ahora bien, �no es exactamente as� con la infancia de la humanidad? La raz�n natural nos dice tan poco de la infancia de la humanidad como la memoria puede decirnos de la nuestra. Toda la maravillosa visi�n de la infancia del hombre que Dios ofrece a nuestra fe.

Nos pide que confiemos en �l aqu�. Los hechos de la vida obligan a nuestros pensamientos a reconocer la Ca�da, as� como las atracciones y repulsiones de los cuerpos celestes gu�an al astr�nomo a creer en la existencia de una estrella desconocida. "Todo depende de ese punto imperceptible". Y as�, creo, ha sucedido que la doctrina de la Ca�da, y de un defecto y falla inherentes a nuestra hombr�a, ha sido a la vez la m�s despectivamente rechazada y la verdad m�s generalmente reconocida en toda la fe cristiana.

II. Frente al gran hecho del pecado del mundo est� el gran hecho de la impecabilidad de Cristo. Nos damos cuenta de la importancia total de un lado del contraste solo cuando entramos en la realidad del otro. Solo a la luz de Su santidad podemos ver cu�n lejos se ha alejado el mundo de Dios; s�lo cuando nos representemos a nosotros mismos el alcance, la sutileza y la crueldad del pecado, podremos reconocer el milagro cautivador y controlador de Su perfecta santidad.

Y a medida que nos demos cuenta de lo que �l, Todoperfecto y Todo amor, se comprometi� a soportar por nosotros dentro de la miseria de nuestra vida sin amor, nos llevar� a arrodillarnos con un nuevo resplandor de gratitud y adoraci�n a Sus pies, a llorar con un nuevo anhelo de que nunca podamos apartarnos de �l, caer de nuevo bajo las tinieblas del pecado. "Oh Se�or Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre, que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros. Porque solo T� eres Santo, T� solo eres el Se�or; T� solo, Oh Cristo, con el Esp�ritu Santo , eres alt�simo en la gloria de Dios Padre ".

F. Paget, Cambridge Review, 3 de marzo de 1886.

Referencias: Romanos 6:12 . C. Kingsley, National Sermons, p�g. 228; CJ Vaughan, Lecciones de la cruz y la pasi�n, p. 214; Homilista, tercera serie, vol. vii., p�g. 149; W. Cunningham, Sermones, p�g. 72; Homiletic Quarterly, vol. iv., p�g. 157. Romanos 5:15 . Spurgeon, Sermons, vol. xxvii., n� 1591; E. de Pressens�, El misterio del sufrimiento, p. 1; E. Bersier, Preacher's Lantern, vol. i., p�gs. 13, 94, 160.

Versículos 17-21

Romanos 5:17

El Cap�tulo de los Cinco Reyes.

�D�nde encontramos a estos cinco reyes? Existe el Rey Sin, porque Sin rein�. Est� el Rey Muerte, porque le� "Reinaba la Muerte". All� est� el Rey Grace, porque la Gracia rein�. All� est� el Rey Jes�s, porque reinamos por Uno, Jesucristo; y luego, como consecuencia, tienes santos reales, porque "reinar�n los que reciben abundancia de gracia".

I. Rey Pecado. Sus leyes son los deseos del coraz�n del hombre. Una de las cosas m�s tristes de �l es que podemos decir que todos sus sujetos lo son voluntariamente. Est�n cautivos voluntariamente. No los retiene con un apret�n contra su deseo. Su reinado es cruel, porque reina "hasta la muerte".

II. Rey Muerte. La muerte reina por el pecado. Satan�s reina por ambos. Es un triple imperio. Se paran o caen juntos. �Qui�n puede competir con la Muerte? Puede decir lo que ning�n monarca del mundo puede pronunciar. Nunca he sufrido una derrota. He entrado en las listas con los m�s sabios y los m�s fuertes y los he superado. Los ricos no han podido sobornarme, y la vida m�s larga ha tenido que sucumbir por fin.

III. Rey Gracia Rey Jes�s. Por su ense�anza y por su vida, por su muerte y por su resurrecci�n, Jes�s se opuso al pecado.

IV. Santos reales. �Qu� poco entiende el mundo a la Iglesia! El mundo no puede ver nuestras t�nicas reales, porque est�n hechas de una textura tan peculiar que debes tener un ojo santificado para contemplarlas. El mundo no puede ver la corona que est� en la frente de cada creyente. Solo el santo puede percibirlo en la frente de su hermano. Dentro de poco, el Rey Jes�s vendr� otra vez, y luego ser�n arrebatados para �l todos Sus santos, y el texto se cumplir� literal y perfectamente, y reinaremos con �l. Hay tronos esperando a los redimidos. Hay coronas inmarcesibles esperando el otorgamiento divino. "Por uno reinar�n, Jesucristo".

AG Brown, Penny Pulpit, No. 1108, nueva serie.

Referencias: Romanos 5:18 . WJ Woods, Christian World Pulpit, vol. xviii., p�g. 198; Homilista, nueva serie, vol. iii., p�g. 90. Romanos 5:19 . E. Cooper, Practical Sermons, vol. iii., p�g. 144. Romanos 5:20 . Spurgeon, Sermons, vol. i., No. 37; Homilista, nueva serie, vol. ii., p�g. 260; vol. iii., p�g. 90; Preacher's Monthly, vol. vii., p�g. 373.

Versículos 20-21

Romanos 5:20

Abundante pecado; Gracia sobreabundante.

I. Gracia. Aqu� est�n los dos antagonistas, la gracia y el pecado. Ambos ser�an reyes; uno solo tiene el poder de reinar. La gracia no es solo sin�nimo de amor, aunque el amor est� en el centro de ella. Es amor en cierta relaci�n, el amor de un Redentor que trabaja hasta sus fines. Representa la suma total de las fuerzas e influencias por las que el amor que redimir� apunta a la realizaci�n de su esperanza. Vosotros conoc�is la gracia del Se�or Jes�s, pero s�lo uno conoce su medida. Esa gracia es la vencedora del pecado. Que triunfa donde falla la ley.

II. La relaci�n entre gracia y pecado. (1) El pecado es la condici�n de su manifestaci�n. Ning�n pecado, ninguna gracia y nada de esa gloria especial que la gracia sola puede ganar la gloria de la redenci�n del mundo. Dios permite que el pecado nazca porque sabe que la gracia puede vencerlo, despojarlo de sus despojos y reinar en triunfo sobre los mundos que su victoria ha glorificado eternamente. (2) Hay una gloria que ninguna haza�a de omnipotencia puede crear, que la gracia, mediante la conquista del pecado, puede conquistar y llevar por la eternidad. Sin pecado, sin gracia y, en el sentido m�s elevado, sin gloria.

III. La relaci�n entre gracia y justicia. La gracia debe reinar mediante la justicia, si es que reina. (1) Nadie m�s que un alma justa puede ser un alma bendecida. (2) La justicia que es por gracia tiene una gloria y una bienaventuranza que le son propias.

IV. El fin completo y final de Dios "para vida eterna". La muerte es simplemente aislamiento. La vida es lo opuesto al aislamiento. Es la facultad de comuni�n con todas las cosas recibiendo sus tributos y pag�ndolos con frutos. La obra de la gracia es como el "bautismo de una nueva vida para el hombre. El ojo se enciende de nuevo cuando siente la inspiraci�n, la sangre brilla, los miembros y �rganos del esp�ritu se preparan para un nuevo vigor y rapidez, mientras que una alegr�a solemne llena el coraz�n inefable y glorioso.

J. Baldwin Brown, Los misterios divinos, p�g. 81.

Referencias: Romanos 5:20 ; Romanos 5:21 . SA Tipple, Christian World Pulpit, vol. xxxi., p�g. 104. Romanos 5:21 . Spurgeon, Sermons, vol.

vi., n�m. 330; El p�lpito del mundo cristiano, vol. xxv., p�g. 56; CJ Vaughan, Lecciones de la cruz y la pasi�n, p. 201. Romanos 6:1 ; Romanos 6:2 . FW Farrar, Christian World Pulpit, vol. xii., p�g. 385.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Romans 5". "Comentario Bíblico de Sermón". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/sbc/romans-5.html.
 
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