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Bible Commentaries
Romanos 13

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

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Versículos 1-10

Capitulo 27

DEBER CRISTIANO; EN LA VIDA CIVIL Y DE OTRO MODO:

Romanos 13:1

Ahora surge un tema NUEVO, distinto, pero en conexi�n cercana y natural. Hemos estado escuchando preceptos para la vida personal y social, todos arraigados en esa caracter�stica m�s �ntima de la moral cristiana, la auto-entrega, la auto-sumisi�n a Dios. La lealtad a los dem�s en el Se�or ha sido el tema. En los c�rculos del hogar, de la amistad, de la Iglesia; en el campo abierto del trato con los hombres en general, cuya enemistad personal o persecuci�n religiosa era tan probable que se cruzara en el camino, en todas estas regiones el cristiano deb�a actuar sobre el principio de la sumisi�n sobrenatural, como el camino seguro hacia la victoria espiritual.

El mismo principio se aplica ahora a sus relaciones con el Estado. Como cristiano, no deja de ser ciudadano, de ser s�bdito. Su liberaci�n de la sentencia de muerte de la Ley de Dios s�lo lo obliga, en el nombre de su Se�or, a una fidelidad leal al estatuto humano; limitado s�lo por el caso en que tal estatuto pueda realmente contradecir la ley divina suprema. El disc�pulo de Cristo, como tal, mientras todo su ser ha recibido una emancipaci�n desconocida en otros lugares, ser� el fiel s�bdito del Emperador, el ordenado habitante de su barrio en la Ciudad, el contribuyente puntual, el dador dispuesto de un no servil. sin embargo, una deferencia genuina hacia los representantes y ministros de la autoridad humana.

Debe hacerlo por razones tanto generales como especiales. En general, es su deber cristiano m�s someterse que de otra manera, donde la conciencia hacia Dios no est� en cuesti�n. No d�bilmente, sino d�cilmente, debe ceder antes que resistir en todas sus relaciones puramente personales, con los hombres; y por tanto con los funcionarios del orden, como hombres. Pero tambi�n en particular, debe comprender que el orden civil no es s�lo algo deseable, sino divino; es la voluntad de Dios para la Raza social hecha a Su Imagen.

En abstracto, esto es absolutamente as�; El orden civil es una ley dada por Dios, tan verdaderamente como los preceptos m�s expl�citos del Dec�logo, en cuya Segunda Tabla est� tan claramente impl�cito todo el tiempo. Y en concreto, el orden civil en el que se encuentra el cristiano debe considerarse como un ejemplo real de este gran principio. Es bastante seguro que ser� imperfecto, porque est� necesariamente mediado por la mente y la voluntad humanas.

Es muy posible que se distorsione gravemente en un sistema que oprima seriamente la vida individual. De hecho, el magistrado supremo de los cristianos romanos en el a�o 58 era un joven disoluto, embriagado por el descubrimiento de que pod�a hacer casi por completo lo que quisiera con las vidas que lo rodeaban; sin embargo, no por defecto en la idea y prop�sito del derecho romano, sino por culpa del mundo degenerado de la �poca.

Sin embargo, la autoridad civil, incluso con un Ner�n a la cabeza, segu�a siendo en principio algo divino. Y la actitud del cristiano al respecto deb�a ser siempre la de una voluntad, un prop�sito, de obedecer; una ausencia de la resistencia cuyo motivo radica en la autoafirmaci�n. Seguramente su actitud no ser� la del revolucionario, que ve al Estado como una especie de poder beligerante, contra el cual �l, solo o en compa��a, abiertamente o en la oscuridad, es libre de llevar a cabo una campa�a.

Incluso bajo una fuerte presi�n, el cristiano debe recordar que el gobierno civil es, en su principio, "de Dios". Debe reverenciar a la Instituci�n en su idea. Debe considerar a sus funcionarios actuales, cualesquiera que sean sus faltas personales, como dignos hasta ahora por la Instituci�n, que su labor de gobierno debe ser considerada siempre en primer lugar a la luz de la Instituci�n. La administraci�n del orden civil m�s imperfecta, incluso la m�s errada, es todav�a algo que debe respetarse antes de ser criticada. En su principio, es un "terror no para las buenas obras, sino para las malas".

No hace falta una observaci�n elaborada para mostrar que tal precepto, por poco que concuerde con muchos gritos pol�ticos populares de nuestro tiempo, significa algo en el cristiano m�s que un servilismo pol�tico o una indiferencia de su parte hacia el mal pol�tico en el curso real de la vida. Gobierno. La religi�n que invita a todo hombre a estar cara a cara con Dios en Cristo. para ir directamente al Eterno, sin conocer a ning�n intermediario sino a Su Hijo, y ninguna autoridad suprema sino a Su Escritura, por las certezas del alma, por la paz de la conciencia, por el dominio sobre el mal en s� mismo y en el mundo, y por m�s que la liberaci�n del miedo a la muerte, no es amigo de los tiranos de la humanidad.

Hemos visto c�mo, al entronizar a Cristo en el coraz�n, inculca una noble sumisi�n interior. Pero desde otro punto de vista, desarrolla igualmente y con fuerza el tipo de individualismo m�s noble. Eleva al hombre a una sublime independencia de su entorno, uni�ndolo directamente a Dios en Cristo, haci�ndolo Amigo de Dios. No es de extra�ar entonces que, en el curso de la historia, el cristianismo, es decir, el cristianismo de los Ap�stoles, de las Escrituras, haya sido el aliado invencible de la conciencia personal y la libertad pol�tica, libertad que es lo opuesto tanto a la licencia como a la libertad. tiran�a.

Es el cristianismo el que ha ense�ado a los hombres a morir tranquilamente, frente a un Imperio perseguidor, o cualquier otra fuerza humana gigante, en lugar de obrar mal en sus �rdenes. Es el cristianismo el que ha levantado innumerables almas para que se pongan de pie en protesta solitaria por la verdad y contra la falsedad, cuando todas las formas de autoridad gubernamental han estado en su contra. Fue el alumno de San Pablo quien, solo ante la gran Dieta, sin proferir ninguna denuncia, templado y respetuoso en todo su porte, fue encontrado inamovible por el Papa y el Emperador: "No puedo de otra manera: ay�dame Dios.

"Podemos estar seguros de que si el mundo cierra la Biblia, lo m�s pronto posible, bajo cualquier tipo de gobierno, volver� al despotismo esencial, ya sea el despotismo del maestro o el del hombre. El" individuo "de hecho lo har�. "marchitarse". El Aut�crata no encontrar� esp�ritus puramente independientes en su camino. Y lo que entonces se llamar� a s� mismo, por muy fuerte que sea, "Libertad, Fraternidad, Igualdad", se encontrar� finalmente, donde la Biblia es desconocida, para ser el implacable d�spota de la personalidad y del hogar.

Es el cristianismo el que ha liberado al esclavo en paz y seguridad, y ha devuelto a la mujer a su verdadero lugar al lado del hombre. Pero entonces, el cristianismo ha hecho todo esto a su manera. Nunca ha halagado a los oprimidos ni los ha inflamado. Les ha dicho una verdad imparcial a ellos ya sus opresores. Uno de los fen�menos menos esperanzadores de la vida pol�tica actual es la adulaci�n (no se le puede llamar con otro nombre) con demasiada frecuencia ofrecida a las clases trabajadoras por sus dirigentes, o por quienes piden su sufragio.

Un halago tan grosero como cualquier otro aceptado por monarcas complacientes es casi todo lo que ahora se oye sobre ellos mismos por parte de la nueva secci�n maestra del Estado. Esto no es cristianismo, sino su parodia. El Evangelio dice la verdad sin concesiones a los ricos, pero tambi�n a los pobres. Incluso en presencia de la esclavitud pagana impuso la ley del deber al esclavo, as� como a su amo. Eso. le pidi� al esclavo que considerara sus obligaciones m�s que sus derechos; mientras dec�a lo mismo, precisamente, y m�s extensamente, y con m�s urgencia, a su se�or.

De modo que evit� de inmediato la revoluci�n y sembr� la semilla viva de reformas inmensas, saludables y en constante desarrollo. La doctrina de la igualdad espiritual y la conexi�n espiritual, asegurada en Cristo, vino al mundo como garant�a para todo el sistema social y pol�tico de la m�s verdadera libertad pol�tica suprema. Porque igualmente castig� y desarroll� al individuo, en relaci�n con la vida que lo rodea.

Por supuesto, a partir de este pasaje se pueden plantear serias preguntas para la casu�stica pr�ctica. �Nunca es permisible para el cristiano la resistencia a un despotismo cruel? En tiempos de revoluci�n, cuando el poder lucha con el poder, �qu� poder debe considerar el cristiano como "ordenado por Dios"? Puede ser suficiente responder a la pregunta anterior que, casi evidentemente, los principios absolutos de un pasaje como este dan por sentado cierto equilibrio y modificaci�n por principios concurrentes.

Le�do sin tal reserva, St. Paul no deja aqu� ninguna alternativa, bajo ninguna circunstancia, a la sumisi�n. Pero ciertamente no quiso decir que el cristiano deba someterse a una orden imperial para sacrificar a los dioses romanos. Parece deducirse que la letra del precepto no declara inconcebible que un cristiano, en circunstancias que dejan su acci�n desinteresada, veraz, no de impaciencia, sino de convicci�n, pueda justificarse en una resistencia positiva; la resistencia que ofrecieron a la opresi�n los hugonotes de Cevennes y los alpinos Vaudois antes que ellos.

Pero la historia a�ade su testimonio a las advertencias de San Pablo, y de su Maestro, de que casi inevitablemente se enferma en los m�s altos aspectos con los santos que "toman la espada", y que las victorias m�s puras por la libertad las ganan aquellos que " soportan el dolor, sufren injustamente ", mientras testifican por la justicia y por Cristo ante sus opresores. Los pastores protestantes del sur de Francia obtuvieron una victoria m�s noble que cualquier otra obtenida por Jean Cavalier en el campo de batalla cuando, a riesgo de sus vidas, se reunieron en el bosque para redactar un solemne documento de lealtad a Luis XV; inform�ndole que su mandato a sus reba�os siempre fue, y siempre ser�a, "Temed a Dios, honra al Rey".

Mientras tanto, Godet, en algunas notas admirables sobre este pasaje, comenta que deja al cristiano no s�lo no obligado a ayudar a un gobierno opresor mediante la cooperaci�n activa, sino ampliamente libre de testificar en voz alta contra su mal; y que su "conducta sumisa pero firme es en s� misma un homenaje a la inviolabilidad de la autoridad. La experiencia demuestra que as� se han roto moralmente todas las tiran�as y se ha efectuado todo verdadero progreso en la historia de la humanidad".

Lo que el siervo de Dios deber�a hacer con su lealtad en una crisis revolucionaria es una cuesti�n grave para cualquiera a quien infelizmente le preocupe. Thomas Scott, en una nota �til sobre nuestro pasaje, comenta que quiz�s nada implica mayores dificultades, en muchos casos, que determinar a qui�n pertenece justamente la autoridad. La sumisi�n en todo lo l�cito a las autoridades existentes es nuestro deber en todo momento. y en todos los casos; aunque en convulsiones civiles puede haber con frecuencia dificultad para determinar cu�les son "las autoridades existentes".

"En tales casos" el cristiano ", dice Godet," se someter� al nuevo poder tan pronto como haya cesado la resistencia del antiguo. En el estado actual de las cosas, reconocer� la manifestaci�n de la voluntad de Dios y no tomar� parte en ning�n complot reaccionario ".

En cuanto al problema de las formas o tipos de gobierno, parece claro que el Ap�stol no impone ning�n v�nculo de conciencia al cristiano. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, una monarqu�a justa parece ser el ideal. Pero nuestra ep�stola dice que "no hay poder sino de Dios". En la �poca de San Pablo, el Imperio Romano era en teor�a, tanto como siempre, una rep�blica y, de hecho, una monarqu�a personal. En esta cuesti�n, como en tantas otras del marco exterior de la vida humana, el Evangelio es liberal en sus aplicaciones, mientras que es, en el sentido m�s noble, conservador en principio.

Cerramos nuestros comentarios preparatorios, y procedemos al texto, con el recuerdo general de que en este breve p�rrafo vemos y tocamos como si fuera la piedra angular del orden civil. Un lado del �ngulo es el deber infranqueable, para el ciudadano cristiano, de reverencia por la ley, de recordar el aspecto religioso incluso del gobierno secular. El otro lado es el recuerdo para el gobernante, para la autoridad, de que Dios arroja Su escudo sobre los reclamos del Estado solo porque la autoridad fue instituida no para fines ego�stas, sino para fines sociales, de modo que se desmiente a s� mismo si no se usa para el bien del hombre.

Que toda alma, toda persona que haya "presentado su cuerpo en sacrificio vivo", se someta a las autoridades gobernantes; manifiestamente, desde el contexto, las autoridades del estado. Porque no hay autoridad excepto por Dios; pero las autoridades existentes han sido designadas por Dios. Es decir, el imperium del Rey Eterno es absolutamente reservado; una autoridad no sancionada por �l no es nada; el hombre no es una fuente independiente de poder y ley.

Pero luego, a Dios le ha agradado ordenar la vida y la historia humanas de tal manera que su voluntad en este asunto se exprese, de vez en cuando, en y a trav�s de la constituci�n actual del Estado. De modo que el oponente de la autoridad resiste la ordenanza de Dios, no meramente la del hombre; pero los que se oponen traer�n sobre s� mismos sentencia de juicio; no s�lo el crimen humano de traici�n, sino el cargo, en la corte de Dios, de rebeli�n contra su voluntad.

Esto se basa en la idea de la ley y el orden, que significa por su naturaleza la contenci�n del da�o p�blico y la promoci�n, o al menos la protecci�n, del bien p�blico. La "autoridad", incluso bajo sus peores distorsiones, mantiene hasta ahora ese objetivo de que ning�n poder c�vico humano, de hecho, castiga el bien como bien y recompensa el mal como mal; y as�, para la vida com�n, la peor autoridad establecida es infinitamente mejor que la anarqu�a real.

Porque los gobernantes, como clase, no son un terror para las buenas obras, sino para las malas; tal es siempre el hecho en principio, y tal, tomando la vida humana como un todo, es la tendencia, incluso en el peor de los casos, en la pr�ctica, donde la autoridad en cualquier grado merece su nombre. �Ahora quieres no tener miedo de la autoridad? haz el bien, y de �l recibir�s alabanza; el "elogio", al menos, de no ser molestado y protegido.

Para el agente de Dios, �l es para ti, para lo que es bueno; a trav�s de su funci�n, Dios, en la providencia, lleva a cabo sus prop�sitos de orden. Pero si est�s haciendo lo malo, ten miedo; porque no en vano, no sin autorizaci�n, ni sin prop�sito, lleva su espada, s�mbolo del poder supremo de la vida y la muerte; porque el agente de Dios es �l, un vengador de la ira, por el practicante del mal. Por tanto, porque Dios est� en el asunto, es necesario someterse, no s�lo por la ira, la ira del gobernante en el caso supuesto, sino tambi�n por la conciencia; porque sabes, como cristiano, que Dios habla a trav�s del estado y de su ministro, y que la anarqu�a es, por tanto, una deslealtad hacia �l.

Porque por esta cuenta tambi�n pagas impuestos; la misma comisi�n que le da al Estado el derecho de restringir y sancionar le da el derecho de exigir subsidio a sus miembros, para sus operaciones; porque los ministros de Dios son ellos, Sus ??????????, una palabra que se usa con tanta frecuencia en las conexiones sacerdotales que bien puede sugerirlos aqu�; como si el gobernante civil fuera, en su provincia, un instrumento casi religioso de orden divino; Ministros de Dios, perseverando con este fin en su tarea; trabajando en las labores de la administraci�n, para la ejecuci�n, consciente o inconscientemente, del plan divino de paz social.

Este es un punto de vista noble, tanto para los gobernados como para los gobernantes, desde el cual considerar los prosaicos problemas y necesidades de las finanzas p�blicas. As� entendido, el impuesto se paga no con un asentimiento fr�o y obligatorio a una exigencia mec�nica, sino como un acto en la l�nea del plan de Dios. Y el impuesto se concibe y se exige, no meramente como un expediente para ajustar un presupuesto, sino como algo que la ley de Dios puede sancionar, en inter�s del plan social de Dios.

Por lo tanto, descarga a todos los hombres, a todos los hombres en autoridad, principalmente, pero no solo, sus obligaciones; el impuesto, a quien debe el impuesto, sobre personas y bienes; el peaje, a quien el peaje, sobre mercanc�as; el miedo, a quien el miedo, como al castigador ordenado del mal; el honor, a quien el honor, como al leg�timo reclamante en general de leal deferencia.

Tales eran los principios pol�ticos de la nueva Fe, de la misteriosa Sociedad, que tan pronto dejar�a perplejo al estadista romano, as� como proporcionar�a v�ctimas convenientes al d�spota romano. Un Ner�n pronto quemar�a cristianos en sus jardines como sustituto de las l�mparas, bajo la acusaci�n de que eran culpables de org�as secretas y horribles. M�s tarde, un trajano, grave y ansioso, orden� su ejecuci�n como miembros de una comunidad secreta peligrosa para el orden imperial.

Pero aqu� hay una misiva privada enviada a este pueblo por su l�der, record�ndoles sus principios y prescribiendo su l�nea de acci�n. Los pone en contacto espiritual inmediato, cada uno de ellos, con el Eterno Soberano, y as� los inspira con la m�s fuerte independencia posible, en lo que respecta al "miedo al hombre". Les pide que sepan con certeza, que el Todopoderoso los considera, a todos y cada uno, como aceptados en Su Amado, y los llena con Su gran Presencia, y les promete un cielo venidero del que ning�n poder o terror terrenal podr� ni por un momento. cerrarlos.

Pero en el mismo mensaje, y en el mismo Nombre, les ordena que paguen sus impuestos al Estado pagano, y que lo hagan, no con la despectiva indiferencia del fan�tico, que piensa que la vida humana en su orden temporal es Dios- abandonado, pero en el esp�ritu de lealtad cordial y deferencia inquebrantable, como a una autoridad que representa en su esfera nada menos que a su Se�or y Padre.

Se ha sugerido que el primer antagonismo serio del estado hacia estos misteriosos cristianos fue ocasionado por la inevitable interferencia de las afirmaciones de Cristo con el orden severo y r�gido de la Familia Romana. Un poder que pod�a afirmar el derecho, el deber, de un hijo de rechazar el culto religioso de su padre se tom� como un poder que significaba la destrucci�n de todo orden social como tal; un nihilismo en verdad.

Este fue un tremendo malentendido de encontrar. �C�mo se iba a cumplir? Ni por resistencias tumultuarias, ni siquiera por protestas e invectivas apasionadas. La respuesta era la del amor, pr�ctico y leal, a Dios y al hombre, en la vida y, cuando llegara la ocasi�n, en la muerte. Sobre la l�nea de ese camino estaba al menos la posibilidad del martirio, con sus leones y sus pilas funerarias; pero el final fue la reivindicaci�n pac�fica de la gloria de Dios y del Nombre de Jes�s, y el logro de la mejor seguridad para las libertades del hombre.

Entonces, amablemente, el Ap�stol cierra estos preceptos del orden civil con el mandamiento universal de amar. No le deba nada a nadie; evitar absolutamente la deslealtad social de la deuda; pagar a cada acreedor en su totalidad, con cuidado; excepto el amarse unos a otros. El amor ha de ser una deuda perpetua e inagotable, no como repudiada o descuidada, sino como siempre debida y siempre pagando; una deuda, no como una cuenta olvidada se debe al vendedor, sino como los intereses sobre el capital continuamente se adeuda al prestamista.

Y esto, no solo por la hermosa belleza del amor, sino por el deber legal del mismo: Para el amante de su pr�jimo (??? ??????, "el otro hombre", sea quien sea, con quien el hombre tiene que do) ha cumplido la ley, la ley de la Segunda Tabla, el c�digo del deber del hombre hacia el hombre, que aqu� se cuestiona.

�l "lo ha cumplido"; como habiendo entrado de inmediato, en principio y voluntad, en todo su requerimiento; de modo que todo lo que ahora necesita no es una mejor actitud, sino informaci�n desarrollada. Porque "No cometer�s adulterio, no matar�s, no robar�s, no dar�s falso testimonio, no codiciar�s", y cualquier otro mandamiento que haya, todo se resume en esta expresi�n.

"Amar�s a tu pr�jimo como a ti mismo." Lev�tico 19:18 amor no obra mal al pr�jimo; por tanto, el amor es el cumplimiento de la ley.

Entonces, �es un mero precepto negativo? �Ha de ser la vida amorosa s�lo una abstinencia de hacer da�o, que puede evitar los robos, pero tambi�n los sacrificios personales? �Es una "inocuidad" fr�a e inoperante que deja todas las cosas como est�n? Vemos la respuesta en parte en esas palabras, "como a ti mismo". El hombre "se ama a s� mismo" (en el sentido de la naturaleza, no del pecado), con un amor que instintivamente evita en verdad lo repulsivo y nocivo, pero lo hace porque positivamente le gusta y desea lo contrario.

El hombre que "ama a su pr�jimo como a s� mismo" ser� tan considerado con los sentimientos de su pr�jimo como con los suyos propios, con respecto a la abstinencia de lesiones y molestias. Pero ser� m�s; estar� activamente deseoso del bien de su pr�jimo. "No hacerle ning�n mal", considerar� tan "malo" ser indiferente a sus verdaderos intereses positivos como considerar�a antinatural mostrarse ap�tico con los suyos propios. No haci�ndole mal alguno, como quien lo ama como a s� mismo, se preocupar� y procurar� obrarle bien.

"El amor", dice Leibnitz, refiri�ndose a la gran controversia sobre el amor puro agitada por Fenelon y Bossuet, "es lo que encuentra su felicidad en el bien ajeno". Un agente as� nunca puede poner fin a su acci�n con una mera abstinencia cautelosa del mal.

El verdadero comentario divino sobre este breve p�rrafo es el pasaje casi contempor�neo escrito por el mismo autor, 1 Corintios 13:1 . All�, como vimos anteriormente, la descripci�n de la cosa sagrada, el amor, como la del estado celestial en el Apocalipsis, se da en gran parte en negativos. Sin embargo, �qui�n deja de sentir el maravilloso efecto positivo? Esa no es una inocencia meramente negativa que es m�s grande que los misterios, el conocimiento y el uso de la lengua de un �ngel; mayor que la pobreza autoinfligida, y la resistencia de la llama del m�rtir; "Gracia principal abajo, y todo en todo arriba.

"Sus benditos negativos no son m�s que una forma de acci�n altruista. Se olvida de s� mismo y recuerda a los dem�s, y se abstiene de herirlos de la menor manera innecesaria, no porque quiera simplemente" vivir y dejar vivir ", sino porque los ama, encuentra su felicidad en su bien.

Se ha dicho que "el amor es santidad, deletreado corto". Interpretado y aplicado cuidadosamente, el dicho es cierto. El hombre santo en la vida humana es el hombre que, con las Escrituras abiertas ante �l como su informante y su gu�a, mientras el Se�or Cristo habita en su coraz�n por la fe como su Raz�n y su Fuerza, se olvida de s� mismo en una obra para los dem�s que es mantenido a la vez gentil, sabio y perseverante hasta el final, por el amor que, haga lo que haga, sabe simpatizar y servir.

Versículos 11-14

Capitulo 28

EL DEBER CRISTIANO A LA LUZ DEL REGRESO DEL SE�OR Y EN

EL PODER DE SU PRESENCIA

Romanos 13:11

EL gran maestro nos ha conducido por largo tiempo por el camino del deber, en sus pacientes detalles, todo resumido en el deber y la alegr�a del amor. Lo hemos escuchado explicar a sus disc�pulos c�mo vivir juntos como miembros del Cuerpo de Cristo, y como miembros tambi�n de la sociedad humana en general, y como ciudadanos del estado. �ltimamente hemos estado ocupados con pensamientos sobre impuestos, peajes y deudas privadas, y la obligaci�n de escrupulosamente justicia en todas esas cosas.

Todo ha tenido relaci�n con lo visto y lo temporal. La ense�anza no se ha extraviado en una tierra de sue�os, ni en un desierto y una celda: ha tenido al menos tanto que ver con el mercado, y la tienda, y el funcionario secular, como si el escritor hubiera sido moralista cuyo horizonte era totalmente de esta vida, y quien para el futuro estaba "sin esperanza".

Sin embargo, todo el tiempo, el maestro y los ense�ados fueron penetrados y vivificados por una certeza del futuro perfectamente sobrenatural, y que dominaba la respuesta maravillada y alegre de todo su ser. Llevaban consigo la promesa de su Maestro Resucitado de que �l personalmente regresar�a de nuevo en la gloria celestial, a su gozo infinito, reuni�ndolos para siempre alrededor de �l en inmortalidad, trayendo el cielo con �l y transfigur�ndolos en Su propia Imagen celestial.

A trav�s de todas las posibles complicaciones y obst�culos del mundo humano que los rodeaba, contemplaron "esa dichosa esperanza". Tito 2:13 El humo de Roma no pod�a nublarlo, ni su ruido ahogaba la m�sica de su promesa, ni su esplendor de posesiones hac�a que su vista dorada fuera menos hermosa y menos fascinante para sus almas. Su Se�or, una vez crucificado, pero ahora vivo para siempre, era m�s grande que el mundo; mayor en Su tranquila autoridad triunfante sobre el hombre y la naturaleza, mayor en la maravilla y el gozo de �l mismo, Su Persona y Su Salvaci�n. Bastaba con que hubiera dicho que vendr�a de nuevo y que ser�a para su felicidad eterna. �l lo hab�a prometido; por lo tanto, seguramente lo ser�a.

C�mo se llevar�a a cabo la promesa y cu�ndo, era una cuesti�n secundaria. Algunas cosas fueron reveladas y ciertas, en cuanto a la manera; "Este mismo Jes�s, de la misma manera que le vieron ir al cielo". Hechos 1:11 Pero mucho m�s no fue revelado e incluso sin conjeturas. En cuanto al tiempo, sus palabras los hab�an dejado, como todav�a nos dejan a nosotros, suspendidos en una reverente sensaci�n de misterio, entre insinuaciones que parecen prometer casi por igual velocidad y demora.

"Velad, pues, porque no sab�is cu�ndo vendr� el due�o de la casa"; Marco 13:35 "Despu�s de mucho tiempo, viene el Se�or de los siervos y les cuenta". Mateo 25:19 El mismo Ap�stol sigue el ejemplo de su Redentor en la materia.

Aqu� y all� parece indicar un Adviento a las puertas, como cuando habla de "nosotros que estamos vivos y quedamos". 1 Tesalonicenses 4:15 Pero nuevamente, en esta misma Ep�stola, en su discurso sobre el futuro de Israel, parece contemplar grandes desarrollos de tiempo y eventos por venir; y muy definitivamente, por su parte, en muchos lugares, registra su expectativa de muerte, no de una transfiguraci�n inmortal en la Venida.

Muchos al menos entre sus conversos miraban con un entusiasmo que a veces era inquieto y malsano, como en Tesal�nica, por el Rey venidero, y puede haber sido as� con algunos de los santos romanos. Pero San Pablo advirti� de inmediato a los tesalonicenses de su error; y ciertamente esta ep�stola no sugiere tal agitaci�n de expectativas en Roma.

Nuestro trabajo en estas p�ginas no es discutir "los tiempos y las estaciones" que ahora, tanto como entonces, est�n en el "poder" del Padre. Hechos 1:7 Es m�s bien para llamar la atenci�n sobre el hecho de que en todas las �pocas de la Iglesia esta Promesa misteriosa pero definida, con una fuerza silenciosa, se ha hecho presente y contempor�nea al alma que cree y mira.

C�mo por fin se ver� que "Vengo pronto" y "El d�a de Cristo no est� en Apocalipsis 22:12 ; Apocalipsis 22:20 , 2 Tesalonicenses 2:2 eran divina y armoniosamente verdaderos, todav�a no es completamente aparecer.

"Pero es cierto que ambos son as�; y que en cada generaci�n del ahora" largo tiempo la Esperanza ", como si estuviera en verdad a las puertas, ha sido calculada para efectos poderosos en la voluntad y obra del cristiano.

As� que llegamos a este gran or�culo de Adviento, para leerlo para nuestra propia �poca. Ahora recordemos primero su maravillosa ilustraci�n de ese fen�meno que ya hemos se�alado, la concurrencia en el cristianismo de una fe llena de eternidad, con una vida llena de deber com�n. Aqu� hay una comunidad de hombres llamados a vivir bajo un cielo casi abierto; casi para ver, mientras miran a su alrededor, al Se�or de la gloria que desciende, que viene a traer el d�a eterno, haci�ndose presente en esta escena visible "con la voz del arc�ngel y la trompeta de Dios", despertando a sus santos sepultados del polvo, llamando a los vivos y a los resucitados a encontrarse con �l en el aire.

�C�mo pueden ajustar tal expectativa a las exigencias de "la rutina diaria"? �No volar�n de la Ciudad a la soledad, a las colinas y bosques de los Apeninos, para esperar con espantosa alegr�a el gran rel�mpago de gloria? No tan. De alguna manera, mientras "buscan al Salvador desde los cielos", Filipenses 3:20 atienden su servicio y sus negocios, pagan sus deudas y sus impuestos, ofrecen simpat�a a sus vecinos en sus tristezas y alegr�as humanas, y muestran lealtad honesta a los dem�s. el magistrado y el pr�ncipe.

Son los elementos m�s estables de la vida c�vica del momento, si "los poderes f�cticos" los entendieran; mientras que, sin embargo, todo el tiempo, son las �nicas personas en la Ciudad cuyo hogar, conscientemente, son los cielos eternos. �Qu� puede explicar la paradoja? Nada m�s que el Hecho, la Persona, el Car�cter de nuestro Se�or Jesucristo. No es un entusiasmo, por poderoso que sea, lo que los gobierna, sino una Persona.

Y �l es a la vez el Se�or de la inmortalidad y el Gobernante de cada detalle de la vida de Su siervo. No es autor de fanatismo, sino el Rey divino-humano de la verdad y el orden. Conocerlo es encontrar el secreto de una vida eterna y de una fidelidad paciente en la vida que ahora es.

Lo que era verdad de �l es verdad para siempre. Su siervo ahora, en este inquietante fin de la edad diecinueve, ha de encontrar todav�a en �l este maravilloso doble secreto. Ha de ser, en Cristo, por la misma naturaleza de su fe, el m�s pr�ctico y el m�s dispuesto de los siervos de sus semejantes, tanto en sus intereses mortales como inmortales; mientras que tambi�n se desconecta internamente de una esclavitud a lo visible y temporal por su uni�n misteriosa con el Hijo de Dios, y por su firme expectativa de Su Regreso.

Y esta, esta ley del amor y del deber, recordemos, sigamos, conociendo el tiempo, la ocasi�n, la crisis creciente; que ya es la hora de nuestro despertar, el sue�o de la desatenci�n moral, como si el eterno Maestro no estuviera cerca. Porque ahora m�s cerca est� nuestra salvaci�n, en ese �ltimo sentido glorioso de la palabra "salvaci�n" que significa el resultado inmortal de todo el proceso de salvaci�n, m�s cerca ahora que cuando cre�mos, y as� por fe entramos en nuestra uni�n con el Salvador.

(Vea c�mo se deleita en asociarse con sus disc�pulos en la unidad bendita de la conversi�n recordada; "cuando cre�mos"). La noche, con su silencio turbio, su "oscuridad minuciosa", la noche de la prueba, de la tentaci�n, de la la ausencia de nuestro Cristo, est� muy avanzada, pero el d�a se ha acercado; ha sido una noche larga, pero eso significa un amanecer cercano; el eterno amanecer de la ansiada Parus�a, con su gloria, alegr�a y revelaci�n.

Despoj�monos, por tanto, como si fueran un manto de noche sucio y enredado, las obras de las tinieblas, los h�bitos y actos de la noche moral, cosas que podemos deshacernos en el Nombre de Cristo; pero pong�monos las armas de la luz, arm�ndonos, para la defensa y para la santa agresi�n en el reino del mal, con fe, amor y la esperanza celestial. As� que a los Tesalonicenses cinco a�os antes, 1 Tesalonicenses 5:8 y a los Efesios cuatro a�os despu�s, Efesios 6:11escribi� sobre la sagrada Panoplia, esboz�ndola r�pidamente en un lugar, dando la rica imagen terminada en el otro; sugiriendo a los santos siempre el pensamiento de una guerra primero y principalmente defensiva, y luego agresiva con la espada desenvainada, e indicando como su verdadera armadura no su raz�n, sus emociones o su voluntad, tomadas en s� mismas, sino los hechos eternos de su revel� la salvaci�n en Cristo, captada y utilizada por la fe.

Como de d�a, porque ya amanece, en el Se�or, caminemos con decoro, con honradez, como somos los soldados consagrados de nuestro L�der; que nuestra vida no solo sea justa de hecho; que muestre a todos los hombres el "decoro" abierto de la verdad, la pureza, la paz y el amor; no en juergas y borracheras; no en los aposentos, los pecados del lecho secreto y los despilfarros, sin mencionar los males que a menudo se aferran al cristiano de otra manera respetable, en las luchas y la envidia, cosas que son contaminaciones, a los ojos del Santo, tan reales como la lujuria s� mismo.

No; vest�os, vest�os y armaos con el Se�or Jesucristo, �l mismo, suma viviente y verdadero significado de todo lo que puede armar el alma; y para la carne, no pienses en la concupiscencia. Como si, en un eufemismo, dijera: "Piensen todo lo posible en la vida del yo (????), con su gravitaci�n lujuriosa y obstinada lejos de Dios. antes, con Cristo ".

�Qu� solemnemente expl�cito es, qu� franco, acerca de las tentaciones de la vida del cristiano romano! Los hombres que eran capaces de las apelaciones y revelaciones de los primeros ocho Cap�tulos necesitaban que se les dijera que no bebieran hasta la embriaguez, que no se acercaran a la casa de la mala fama, que no pelearan, que no guardaran rencor. Pero todo misionero moderno en el paganismo nos dir� que ahora se necesita la misma claridad severa entre los fieles reci�n convertidos. �Y no es necesario entre aquellos que han profesado la fe paulina por mucho m�s tiempo, en las congregaciones de nuestra cristiandad m�s antigua?

Sigue siendo para nuestro tiempo, tan verdaderamente como siempre, un hecho de la vida religiosa: esta necesidad de insistir en que los religiosos, como religiosos, est�n llamados a una santidad pr�ctica y detallada; y que nunca deben ignorar la posibilidad de incluso las peores ca�das. Tan misteriosamente puede la "carne" sutil, en el receptor creyente del Evangelio, nublar o distorsionar el significado santo de la cosa recibida.

Tan fatalmente f�cil es "corromper lo mejor en lo peor", usando la profundidad y la riqueza de la verdad espiritual como si pudiera ser un sustituto de la pr�ctica paciente, en lugar de su poderoso est�mulo.

Pero glorioso es el m�todo ilustrado aqu� para la resistencia triunfal a esa tendencia. �Qu� es? No es apartarse de los principios espirituales sobre un fr�o programa naturalista de actividad y probidad. Es penetrar a trav�s del principio espiritual al Se�or Crucificado y Viviente que es su coraz�n y poder; es enterrarse en �l y armar la voluntad con �l. Es buscarlo como Venido, pero tambi�n, y con m�s urgencia, usarlo como Presente.

En la gran epopeya romana, al borde del conflicto decisivo, la diosa-madre deposit� la panoplia invulnerable a los pies de su Eneas; y el Campe�n asombrado inmediatamente, primero ponderando cada parte del armamento enviado del cielo, luego "poni�ndolo", y estaba preparado. Por as� decirlo, a nuestros pies est� puesto el Se�or Jesucristo, en todo lo que es, en todo lo que ha hecho, en su uni�n indisoluble con nosotros en todo, ya que somos uno con �l por el Esp�ritu Santo.

Nos corresponde a nosotros ver en �l nuestro poder y nuestra victoria, y "revestirnos de �l" en un acto personal que, aunque todo por gracia, es en s� mismo nuestro. �Y c�mo se hace esto? Es por el "compromiso de guardar nuestras almas a �l", 1 Pedro 4:19 no vagamente, sino definitivamente y con un prop�sito, en vista de todas y cada una de las tentaciones.

Es "viviendo nuestra vida en la carne por la fe en el Hijo de Dios"; G�latas 2:20 es decir, en efecto, haciendo uso perpetuo del Salvador Crucificado y Viviente, Uno con nosotros por el Esp�ritu Santo, us�ndolo como nuestro Libertador viviente, nuestra Paz y Poder, en medio de todo lo que las huestes oscuras del mal puede hacer contra nosotros.

Oh, maravilloso y todo adecuado secreto; "�Cristo, que es el Secreto de Dios!" Colosenses 2:2 Oh, divina sencillez de su profundidad.

"�El plan del cielo es f�cil, ingenuo y sin trabas"!

No es que su "facilidad" signifique nuestra indolencia. No; si realmente queremos "armarnos del Se�or Jesucristo", debemos despertar y estar ansiosos por "saber en qui�n hemos confiado". 2 Timoteo 1:12 Debemos explorar Su Palabra sobre s� mismo. Debemos reflexionar sobre ello, sobre todo, en la oraci�n que conversa con �l sobre sus promesas, hasta que nos vivan en su luz.

Debemos velar y orar para estar alerta para emplear nuestro armamento. El cristiano que entra en la vida con "alegr�a de coraz�n", pensando superficialmente en su debilidad y en sus enemigos, es muy probable que tambi�n piense en su Se�or de manera superficial y descubra incluso en esta armadura celestial que "no puede ir con ella. , porque no lo ha probado ". 1 Samuel 17:39 Pero todo esto deja absolutamente intacta la divina simplicidad del asunto.

Deja maravillosamente cierto que la victoria y la liberaci�n moral decisiva, satisfactoria, completa, no le llega al cristiano al pisotear sus propias resoluciones, sino al comprometerse con su Salvador y Guardi�n, que lo ha conquistado, que ahora Puede conquistar a "su fuerte Enemigo" por �l.

"El plan sin trabas del cielo" de "victoria y triunfo contra el diablo, el mundo y la carne", no es un sue�o de romance. Vive, trabaja en la hora m�s abierta del mundo com�n del pecado y el dolor. Hemos visto este "vestirse del Se�or Jesucristo" victoriosamente exitoso donde las formas m�s feroces, o las m�s sutiles, de tentaci�n ten�an que ser tratadas. Lo hemos visto preservar, con hermosa persistencia, a quien sufre toda la vida de las terribles solicitaciones del dolor y de una indefensi�n a�n menos soportable: cada miembro literalmente inamovible por la par�lisis en la cama mal amueblada; hemos visto al hombre alegre, descansado, siempre dispuesto a la palabra sabia y al pensamiento comprensivo, y afirmando que su Se�or, presente en su alma, era lo bastante infinitamente para "retenerlo".

"Hemos visto al abrumado trabajador por Dios, mientras que cada paso del d�a estaba atascado por" deberes abrumadores ", deberes que la mayor�a desgastan y agotan el esp�ritu, pero mantenidos en una alegr�a ecu�nime y como si fuera un ocio interior por este mismo siempre secreto adecuado ", se visti� el Se�or Jesucristo." Hemos conocido al misionero que, con seriedad y sobriedad, arriesg� su vida por el bendito Nombre, sin embargo, estaba dispuesto a dar testimonio silencioso del reposo y la disposici�n que se encuentra al enfrentar la desilusi�n, soledad, peligro, no tanto por una severa resistencia como por el uso, all� y en ese momento, con confianza y entrega, del Se�or Crucificado y Viviente.

�Nos atrevemos a a�adir con la humillante confesi�n de que s�lo se ha hecho una prueba demasiado parcial de este glorioso Secreto abierto, que sabemos por experiencia que los m�s d�biles de los siervos de nuestro Rey, "visti�ndolo", encuentran la victoria y la liberaci�n, donde hubo derrota antes?

Perm�tanos, escritor y lector, dirigirnos de nuevo en la pr�ctica a este maravilloso secreto. Vamos, como si nunca antes lo hubi�ramos hecho, "revist�monos del Se�or Jesucristo". Vana es nuestra interpretaci�n de la santa Palabra, que no s�lo "permanece, sino que vive para siempre", 1 Pedro 1:23 si de alguna manera no vuelve a casa. Porque esa Palabra fue escrita con el prop�sito de volver a casa; tocar y mover la conciencia y la voluntad, en las realidades de nuestra vida m�s �ntima, y ??tambi�n de nuestra m�s externa.

Ni por un momento nos quedamos como estudiantes y espectadores interesados, fuera del campo de la tentaci�n. Por tanto, ni por un momento podremos prescindir del gran Secreto de la victoria y la seguridad.

Totalmente frente a las realidades del pecado, del pecado romano, en los d�as de Ner�n; pero olvidemos ahora a Roma y Ner�n; eran s�lo accidentes oscuros de una esencia m�s oscura-St. Pablo aqu� escribe, a trav�s de todos ellos, estas palabras, este hechizo, este Nombre; "Vest�os del Se�or Jesucristo". Primero, mira fijamente, parece decir, a tu urgente necesidad, a la luz de Dios; pero luego, de inmediato, mire hacia otro lado, mire aqu�. Aqu� est� el m�s que la ant�tesis de todo.

Aqu� est� aquello por lo que puedes ser "m�s que vencedor". Toma tus iniquidades en el peor de los casos; esto puede someterlos. Tome su entorno en el peor de los casos; este coche, te emancipa de su poder. Es "el Se�or Jesucristo" y el "vestirse" de �l.

Recordemos, como si fuera algo nuevo, que �l, el Cristo de los Profetas, Evangelistas y Ap�stoles, es un Hecho. Seguro como la existencia ahora de Su Iglesia universal, como la observancia del hist�rico Sacramento de Su Muerte, como la imposibilidad de la imaginaci�n galilea o farisaica de haber compuesto, en lugar de fotografiado, el retrato del Hijo Encarnado, el Cordero Inmaculado; segura como es la alegre verificaci�n en diez mil vidas benditas hoy de todos, de todos, que el Cristo de las Escrituras se compromete a ser para el alma que lo tomar� por Suyo. propios t�rminos, tan seguro, a trav�s de todas las dudas m�s antiguas y m�s nuevas, a trav�s de toda la gnosis y toda la agnosia, se encuentra el Hecho presente de nuestro Se�or Jesucristo.

Entonces recordemos que es un hecho que el hombre, en la misericordia de Dios, puede "vestirse de �l". No est� lejos. Se presenta a nuestro toque, nuestra posesi�n. Nos dice: "Venid a m�". �l se revela a S� mismo como participante literal de nuestra naturaleza; como nuestro sacrificio; nuestra Justicia, "por la fe en su sangre"; como Cabeza y Fuente de Vida, en una uni�n indescriptible, de una profunda y tranquila marea de vida espiritual y eterna, lista para circular por nuestro ser.

Se invita a s� mismo a "hacer su morada con nosotros"; Juan 14:23 s�, m�s, "Entrar� a �l; por fe habitar� en su coraz�n". Apocalipsis 3:20 , Efesios 3:17 En ese coraz�n nuestro ingobernable, ese coraz�n interminablemente autoenga�oso, Jeremias 17:9 �l se compromete a residir, a ser un Ocupante permanente, el Maestro siempre en casa.

Est� preparado as� para ocupar, con respecto a nuestra voluntad, un lugar de poder m�s cercano que todas las circunstancias, y m�s profundo en medio de todos los posibles traidores internos; para mantener Su ojo en sus parcelas, Su pie, no el nuestro, sobre sus cuellos. S�, nos invita as� a abrazarlo en un contacto pleno; para "vestirlo".

�No podemos decir de �l lo que el gran poeta dice del deber y glorificar el verso con una aplicaci�n a�n m�s noble?

"�T�, que eres la victoria y la ley, cuando los terrores vac�os te sobrecogen, de las vanas tentaciones liberas y calmas la fatiga de la fr�gil humanidad!"

S�, podemos "ponerle a �l" como nuestra "Panoplia de Luz". Podemos vestirlo como "el Se�or", entreg�ndonos a Su absoluta soberan�a y voluntad, a la vez que m�s ben�volas, profundo secreto del reposo. Podemos vestirlo como "Jes�s", aferr�ndonos a la verdad de que �l, nuestro Hermano Humano, pero Divino, "salva a Su pueblo de sus pecados". Mateo 1:21 Podemos ponerlo a �l, como "Cristo", nuestra Cabeza, ungido sin medida por el Esp�ritu Eterno, y ahora enviando de ese mismo Esp�ritu a Sus miembros felices, para que seamos verdaderamente uno con �l, y recibamos en todo nuestro ser los recursos de su vida.

Tales son las armaduras y las armas. San Jer�nimo, al comentar un pasaje af�n, Efesios 6:13 dice que "resulta m�s claro que por 'las armas de Dios' se debe entender al Se�or nuestro Salvador".

Recordemos que este texto es memorable en relaci�n con la Conversi�n de San Agust�n. En sus "Confesiones" (8, 12) registra c�mo, en el jard�n de Mil�n, en un momento de gran conflicto moral, se sinti� extra�amente atra�do por una voz, tal vez el grito de ni�os jugando: "Toma y lee, toma y leer." Fue a buscar y volvi� a abrir una copia de las Ep�stolas ("codicem Apostoli"), que hab�a dejado recientemente.

"Le� en silencio el primer lugar en el que cayeron mis ojos: 'No en juerga y borrachera, no en c�mara y desenfreno, no en contienda y envidia; sino vest�os del Se�or Jesucristo, y no hag�is provisi�n para la carne en sus concupiscencias. No me importaba ni necesitaba seguir leyendo. Al final de la frase, como si un rayo de certeza se derramara en mi coraz�n, las nubes de vacilaci�n se desvanecieron de inmediato ". Su voluntad estaba en la voluntad de Dios.

Por desgracia, una sombra cae sobre esa hermosa escena. En la creencia de la �poca de Agust�n, decidirse plenamente por Cristo significaba, o casi significaba, aceptar la idea asc�tica como renunciar al hogar cristiano. Pero el Se�or ley� correctamente el coraz�n de Su siervo a trav�s del error, y lo llen� con Su paz. Para nosotros, en una luz religiosa circundante mucho m�s clara, en muchas cosas, que la que brill� incluso sobre Ambrosio y Agust�n; a nosotros, que reconocemos muy bien que en los caminos del deber m�s hogare�o y la tentaci�n m�s com�n se encuentra la l�nea a lo largo de la cual el poder bendito del Salvador puede eclipsar mejor a Su disc�pulo; la voz del Esp�ritu dir� de este mismo texto "Toma y lee, toma y lee.

"Nos" vestiremos ", para no desanimarnos nunca. Entonces saldremos por el camino antiguo con una fuerza nueva y renovada para siempre, armados contra el mal, armados para la voluntad de Dios, con Jesucristo nuestro Se�or.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Romans 13". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/romans-13.html.
 
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